Una pareja en terapia Kay y Arnold acaban de cumplir 31 años de casados. Pero realmente no hay nada que festejar. La pareja está aniquilada por la rutina, y lo único que comparten es el espacio común de la casa. Ya se acostumbraron a dormir en habitaciones separadas y no hay un beso, una caricia ni un mínimo gesto que hable de dos personas que se aman. Sin embargo, la única que advierte esta situación es la mujer, que literalmente arrastra a su quejoso marido a una suerte de vacaciones para hacer terapia de pareja. La traducción “¿Qué voy a hacer con mi marido?” es engañosa (el título original es “Hope Springs”), porque da lugar a pensar que se trata de una comedia satírica, que disparará carcajadas, cuando en realidad se trata de una comedia para reflexionar. Hay espacio para la risa, sí, porque en el proceso de la terapia la pareja se enfrenta a situaciones desopilantes, pero el enfoque de ese vínculo desgastado también tiene tintes dramáticos. El director David Frankel se mueve muy bien en ese terreno —el de la comedia agridulce— como ya lo demostró en “El diablo viste a la moda” y “Marley y yo”. Y también muestra un gran equilibrio para no caer en el chiste fácil o el melodrama. Es cierto que las escenas en el consultorio del terapeuta pueden volverse algo tediosas, pero a Meryl Streep le alcanzan un par de gestos para iluminar la pantalla.
Un policial a medias Es evidente que los productores de “Todos tenemos un plan” —los mismos de “El secreto de sus ojos”— intentaron repetir la fórmula de thriller psicológico de la ganadora de un Oscar. Y si bien algunos elementos están (un gran elenco, una producción ambiciosa), los resultados son bien distintos. El punto de partida es un secuestro en una isla del Tigre que sale mal. Y los protagonistas son dos hermanos mellizos (el doble papel de Viggo Mortensen): Pedro, un rudo apicultor que está muy enfermo, y Agustín, un médico en crisis. En un punto un hermano usurpa la identidad de otro y a partir de allí quedará involucrado en un caso policial y todas sus consecuencias. La ópera prima de la directora y guionista Ana Piterbarg logra captar muy bien el costado más sórdido de la vida en el Delta, pero la película falla al presentar planteos que no terminan de cerrar, y así deja numerosos cabos sueltos. Además, por querer abarcar mucho, entra de lleno en un conflicto de géneros, en el cual compiten el policial más puro con el thriller psicológico, y al final no gana ninguno. Para rematar, en la mitad del filme, ya se adivina un final de previsible moraleja. Viggo Mortensen no termina de convencer con su castellano de ninguna parte, mientras que Soledad Villamil está desperdiciada en un papel menor. En contraposición, se destacan Daniel Fanego y una ascendente Sofía Gala Castiglione.
En deuda con el personaje Desde el punto de vista estrictamente comercial, Disney acertó en grande al sumar a su factoría al personaje de Tinker Bell. La famosa hada de Peter Pan tiene muchas aristas (inocencia, curiosidad, coraje, bondad, alegría) que pueden atraer a las niñas más pequeñas. Sin embargo, hasta ahora, Disney no ha podido traducir ese éxito “de marca” a películas que estén a su altura. ???“El secreto de las hadas” es la cuarta parte de la saga de Tinker Bell. Aquí el personaje se enfrenta al Bosque del Invierno, un lugar prohibido para las hadas de clima cálido como ella. Al igual que en los tres filmes anteriores, Tinker se propone nuevamente desafiar las reglas, lo que la llevará a descubrir un secreto. El problema es que el secreto se revela demasiado pronto y no tiene mucho impacto. A esto se suma que el planteo de los cambios en la naturaleza (centrado en las estaciones del año) ya suena a un recurso gastado dentro de la saga. ???El aporte del 3D —hay recursos muy bien aprovechados— es lo único que diferencia a “El secreto de las hadas” de las otras películas de Tinker Bell, un personaje al que todavía se le debe una gran película animada.
Un puñado de canciones Hay una máxima que reza que las comedias musicales se elaboran por cuadros, y que la trama argumental pasa a un segundo plano. El problema con “La era del rock” es que abusa demasiado de esta suerte de licencia. Ambientada en los años 80, cuando reinaba el hair metal, la película acierta en la construcción de varios estereotipos rockeros de la época, pero falla cuando apoya los protagónicos en una parejita que quiere realizar sus sueños en Hollywood. El director Adam Shankman (el mismo de la exitosa “Hairspray”) apuesta por una estética de video clip y por cuadros musicales que descansan exclusivamente en las canciones, pero que no brillan en absoluto por la coreografía. Así y todo, en medio de un pastiche a veces chistoso y por momentos bizarro, la película se guarda varias perlitas. El rocker decadente y borracho que compone Tom Cruise bien podría valer el precio de la entrada (imperdible cuando canta “Wanted Dead Or Alive”, de Bon Jovi). Otros que brillan son Paul Giamatti (un manager corrupto) y Alec Baldwin (el dueño de un bar al borde de la quiebra). La última salvación, además, está en las canciones. Las versiones de “Pour Some Sugar On Me” o “Here I Go Again” hacen sospechar que tal vez sea mejor escuchar la banda sonora que mirar la película.