Viejos son los trapos Val (Al Pacino) acaba de salir de la cárcel después de cumplir una condena de 28 años. Allí lo espera Doc (Christopher Walken), un viejo compañero de andanzas ya retirado del mundo del crimen. El tema es que Doc tiene apenas unas horas para asesinar a Val por encargo y, como si esto fuera poco, los amigos irán en busca de otro antiguo socio (Alan Arkin) para recuperar la adrenalina de otros tiempos. “Tres tipos duros” parte de una buena idea, y con grandes actores, pero termina abusando de la autoparodia: puede resultar simpático verlo a Al Pacino con una sobredosis de Viagra, pero el resto de las situaciones que juegan con el ridículo distan de ser graciosas. El planteo original, que mantiene la tensión durante la primera hora, después se diluye. A medida que avanza la película empiezan a confundirse la comedia picaresca con un drama edulcorado y algo de acción y violencia. Y de esta mezcolanza no se saca nada en limpio, más allá de la mirada perdida de un impagable Christopher Walken. Su compañero Pacino hace un poco más de sí mismo, lo que no está mal para este papel de viejo zorro que quema sus últimos cartuchos, y el personaje de Alan Arkin está muy poco desarrollado.
El justiciero solitario El director Christopher McQuarrie (el guionista de “Los sospechosos de siempre”) sin dudas tiene mano para el thriller de acción: “Jack Reacher: bajo la mira” te mantiene al filo de la butaca con buenas dosis de suspenso, paranoia, persecuciones y un Tom Cruise al que le calza muy bien el personaje de un enigmático justiciero solitario. Sin embargo, a medida que avanza la película, los clichés empiezan a copar la pantalla. El comienzo con un tiroteo en un lugar público (que recuerda a las últimas masacres que se registraron en EEUU) y la rápida acción de la policía es vibrante. La aparición de un fiscal ambicioso, de una abogada obstinada y finalmente de Jack Reacher irán completando un interesante rompecabezas, donde la historia del supuesto asesino y el perfil de las víctimas desembocarán en negocios sucios a gran escala. El problema es que la trama se complejiza demasiado y después las resoluciones son bastante previsibles. Las vueltas de tuerca son un truco para mantener el suspenso, pero cuando queda expuesta la jugada la película pierde filo. Lo que sí sorprende gratamente es una breve aparición de Robert Duvall. Y lo más inexplicable es que el célebre Werner Herzog esté desperdiciado como un villano de caricatura.
El aprendizaje más duro Si hubiera que condenar a una película por sus lugares comunes, “Las ventajas de ser invisible” llevaría todas las de perder. Estamos otra vez ante una historia de adolescentes: de amistad y camaradería, de despertar sexual y drogas. El protagonista, Charlie, es el típico antihéroe: un chico de 14 años, solitario y melancólico, que entra a la secundaria arrastrando un pasado de traumas. En el colegio, sin embargo, va a encontrar refugio en dos hermanastros que están a punto de graduarse —y que también son unos “outsiders”— y en un atento profesor de literatura, que fomentará su incipiente vocación de escritor. ¿Suena a historia repetida? Sí. Pero el director Stephen Chbosky, que se basa en su propia novela autobiográfica, se las arregla para presentar a estos personajes como seres entrañables que pelean, pierden y vuelven a pelear contra sus inseguridades y sus frustraciones. La película muestra con sensibilidad y sin adornos el difícil aprendizaje de la adolescencia, y nunca pierde la mirada candorosa que después desaparece en la etapa adulta. El punto en contra (no menor) es que sobre el final se diluye ese logrado tono agridulce para dar paso a una oscura revelación que roza el drama más llano. La banda de sonido se merece un apartado: la música de los Smiths, David Bowie, New Order y Pavament, entre muchos otros, calza perfecto con los personajes.
Simplemente sangre Marty (Colin Farrell) es un guionista irlandés instalado en Hollywood que lucha para terminar un guión que se titula “Siete psicópatas”. Su amigo Billy (Sam Rockwell) es un actor desocupado que se gana la vida secuestrando perros que después devuelve a cambio de una recompensa. Los problemas empiezan cuando Billy se queda con el caniche de un mafioso (Woody Harrelson), que está dispuesto a cualquier cosa para recuperar a su mascota. Sí, suena absurdo. Da para reírse. Pero ese es el encanto de “Siete psicópatas”, una comedia negra que salpica sangre. La segunda película del director londinense Martin McDonagh (“Escondidos en Brujas”) le debe mucho al cine de Tarantino y un tanto más a la estética del Guy Ritchie de “Snatch: cerdos y diamantes”. También se repite la estructura de “El ladrón de orquídeas”, en cuanto a la realidad que termina superando al guión que está escribiendo el protagonista. No hay nada demasiado original, es cierto. Pero la violencia y el cinismo que impregnan cada escena, los diálogos filosos y el perfil bizarro de algunos personajes secundarios (un imperdible Tom Waits y un cameo escalofriante de Harry Dean Stanton) hacen que uno quede pegado a la butaca. El elenco también es destacable. Colin Farrell y Woody Harrelson no hacen más que repetir tics, pero en contraposición brillan Sam Rockwell y Christopher Walken, que sostienen gran parte de la tensión que va generando la película. La escena en la que Walken muestra su herida en el cuello es de antología, por citar un ejemplo. Además, y paradójicamente, el misticismo que irradia su personaje resulta un verdadero cable a tierra cuando el filme se vuelve demasiado artificial y rebuscado sobre el final.
Un brusco cambio de planes En principio, "Otro corazón" plantea un conflicto familiar interesante: Leo y María esperan su primer hijo y están a punto de mudarse. Pero todos los planes se alteran cuando Leo se entera que su padre necesita con urgencia un trasplante de corazón. La idea de conseguir un donante lo antes posible lo obsesiona, y así se va alejando de su esposa y de su paternidad. El director y guionista Tomás Sánchez incursiona en un tema delicado como la donación de órganos y sale airoso en el intento. También refleja muy bien ese particular momento de la vida del protagonista, cuando se ve abrumado por la responsabilidad que implica la llegada de un hijo y al mismo tiempo sufre por el miedo a la muerte de su padre. Sin embargo, estos aciertos quedan opacados cuando la película intenta virar hacia un drama coral, sumando personajes y subtramas que poco aportan al conflicto central. Así aparecen el tema de una cooperativa agraria en problemas o algunos pasajes musicales que se extienden demasiado. Una mención aparte merecen los actores, en especial Mariano Torre, Elena Roger y Carlos Moreno, que logran lucirse más allá de las falencias del guión.
Los casafantasmas Con una cartelera superpoblada de películas de animación infantiles, “ParaNorman” viene a aportar un poco de originalidad: es un filme de terror para chicos. Es “una de miedo” amigable, sin dudas, pero también habría que advertir que no es apta para los más pequeños. Los creadores de “Coraline y la puerta secreta” vuelven con una historia extraña y algo oscura. Norman es un chico de 11 años que tiene la habilidad de conectarse con los muertos. Y esta rara capacidad lo convierte en objeto de burlas y reproches tanto de sus compañeros como del mundo adulto. Pero la historia va a cambiar cuando esta suerte de antihéroe deba enfrentarse solo a la maldición de una bruja de 300 años que amenaza con una devastación en el pueblo. “ParaNorman” tiene varias referencias al cine de terror (en un guiño a los adultos) y por momentos recuerda al pequeño protagonista de “Chicken Little”. La película entretiene con buenas dosis de humor y vértigo, aunque el relato por momentos peca de previsible y la repetición de recursos puede tornarlo un poco denso. La técnica artesanal stop-motion (animación cuadro por cuadro de muñecos) aporta gran belleza, complementada con un 3D que termina siendo más que un simple adorno tecnológico.
En el tsunami de la historia Cuando uno termina de ver “Argo” tiene al menos una certeza: Ben Affleck debería haber cambiado su carrera de actor por la de director hace mucho tiempo. Pero, quién sabe, tal vez necesitó de todos estos años de galán insípido para que sus proyectos maduraran. “Argo” es su tercera película como realizador, y sin dudas marcará un antes y un después en su trayectoria. Basada en una historia real, “Argo” es cine clásico y riguroso, de una solidez narrativa inquebrantable, en la mejor escuela de Clint Eastwood. La acción transcurre en el convulsionado Irán de 1979, en los inicios de la revolución islámica, cuando cientos de militantes invadieron la embajada de EEUU en Teherán y tomaron a 52 norteamericanos como rehenes. En medio del caos, seis empleados de la embajada lograron escapar y se refugiaron en la casa del embajador canadiense. El filme se centra en el delirante plan de un agente de la CIA —montar la filmación de una película falsa— para rescatar a esos empleados de una muerte segura. Affleck tenía en sus manos una trama compleja, pero logra resolverla con equilibradas dosis de suspenso, dramatismo y hasta humor y sarcasmo. También evita la tentación de presentar a héroes y villanos, y en su lugar consigue emocionar al revelar las fortalezas y las fragilidades de hombres comunes arrastrados por los avatares de la historia.
Entre la ciencia y la fe La doctora Margaret Matheson (Sigourney Weaver) y su joven ayudante Tom Buckley (Cillian Murphy) se dedican a desenmascarar a los que lucran con las actividades paranormales. En su mira están los curanderos, los médiums y demás chantas del mercado espiritual. Su trabajo da resultados con un curandero de poca monta (Leonardo Sbaraglia), pero su mayor desafío es el psíquico Simon Silver (Robert De Niro), que reaparece después de treinta años de ausencia. El planteo es ambicioso, pero el director y guionista español Rodrigo Cortés, que sorprendió hace dos años con “Enterrado”, no eligió el mejor camino para desarrollar el tema. “Luces rojas” es claramente un thriller sobrenatural, que en su estructura también tiene una subtrama policial. El filme se vislumbra como interesante cuando se concentra en la apasionante búsqueda de los científicos, pero a medida que pasan los minutos es evidente que el director prefiere crear suspenso a cualquier precio, aún con recursos muy previsibles, y que temas tan ricos como la tensión entre la fe y la ciencia quedan reducidos a un puñado de golpes de efecto. El final con vuelta de tuerca (al mejor estilo “Sexto sentido”) da por tierra con lo poco de original que podría haber tenido la película. Y cuando llega — después de tantos gritos, sobresaltos y efectismo— la verdad es que ya no causa ninguna sorpresa.
Entre la música y la inocencia Un gran esfuerzo. El mismo que hace Gastón Pauls corriendo por las calles de la ciudad para encontrar a “la chica”, la única que alguna vez lo ayudó a cantar “A Groovy Kind Of Love”. “Días de vinilo” hace un gran esfuerzo por convertirse en una buena comedia romántica y de amigos (o viceversa), y el resultado es que divierte y hasta emociona cuando por momentos lo logra. A prima facie, la ópera prima de Gabriel Nesci (autor de la serie “Todos contra Juan”) parece una adaptación argentina de “Alta fidelidad”, pero en realidad guarda pocos puntos en común con la película de Stephen Frears, sobre todo porque el enfoque de las influencias musicales es diferente, es más directo y menos reflexivo. Aquí hay cuatro amigos unidos por dos temas centrales: su miedo a madurar (a los 40 años) y su amor por la música. Desde esta premisa, la película acierta en el trabajo de los cuatro protagonistas, en la definición del perfil de los personajes y en la certeza de las referencias musicales y sus derivaciones. Por otro lado, falla en algunos diálogos acartonados, abusa de las situaciones inverosímiles y trata de redondear conceptos con una voz en off que siempre resta. Habría que reservar una mención especial para la divertida parodia que hace Leonardo Sbaraglia de sí mismo, y también para decir que las canciones que suenan —vaya paradoja— son menos de las esperadas.
Un amor inesperado El escenario es apocalíptico, pero tampoco hay que tomarlo demasiado en serio. Sólo quedan tres semanas para el fin del mundo (un asteroide está a punto de chocar contra el planeta) y las grandes ciudades se convierten en un caos. Hay éxodos en masa y saqueos... y gente que solamente piensa en orgías y drogas para quemar sus últimos días. En ese contexto se conocen los protagonistas: Dodge (Steve Carell), un vendedor de seguros muy tímido y reprimido, y Penny (Keira Knightley), una chica alocada y despistada que no se despega de sus adorados vinilos. “Buscando un amigo para el fin del mundo” es una extraña comedia que va transformándose lentamente: desde el humor negro de los primeros pasajes hasta la impensada aventura en la que se embarcan los personajes para cumplir sus últimos deseos. De a poco la película se convierte en una road movie donde lo importante no es llegar a destino sino lo que sucede en el recorrido. Y desde esa mezcla de absurdo con tono tragicómico queda expuesta la más pura comedia romántica, que se impone a pesar de todo. En el camino hay que digerir algunos pasajes por demás de previsibles y edulcorados, pero estos baches están bastante bien compensados por las actuaciones de Carell y Knightley, además de una banda de sonido que incluye grandes temas de los Hollies y los Walker Brothers.