Una nueva producción uruguaya-argentina llega a las salas: El sereno, opera prima de Oscar Estévez y Joaquín Mauad. Con un gran cuidado visual y protagonizada por Gastón Pauls, el trabajo en conjunto construye un simple relato de suspenso psicológico, pero que se pierde en el intento con un final predecible. El núcleo de la película es Fernando (Gastón Pauls), un hombre visiblemente perturbado, casi inexpresivo, quien entra a trabajar como el nuevo sereno de un caótico depósito. Al recorrer las instalaciones en la nocturnidad, el protagonista se pierde en los espacios y vive extrañas experiencias relacionadas con sus propias vivencias. Es a partir de estas situaciones que uno percibe que su pasado y su presente son conflictivos y que hay cierta información que (se) oculta o al menos no termina de desenredar. La idea principal del guion es buena, pero no efectiva y los errores narrativos sobresalen a medida que los minutos avanzan. Está claro, desde el principio, que el depósito resulta ser un laberinto mental para el protagonista. A medida que camina se despliegan secuencias de suspenso y terror que sirven para exteriorizar sus demonios internos, pero que no logran cautivar y por momentos resultan exasperantes. En cuanto a lo técnico, es visible la calidad audiovisual en escenas puntuales que ayudan a intensificar la tensión. Mención aparte a Augusto Gordillo en la dirección artística y a Hernán González a cargo de la música que mantienen viva la atmósfera de oscuridad hasta el final, sin obviar los detalles y la transformación de los pasillos que revelan diferentes espacios e incógnitas. Pero ni siquiera eso captura la atención del espectador. El mayor problema de El sereno está en la falta de interés en el resto de los personajes. Al centrarse sólo en la vida de Fernando, los demás resultan difíciles de comprender y hasta incluso mal utilizados. La correcta interpretación de Pauls se ve apagada por el hecho de que en ningún momento llegamos a conocer realmente el trasfondo de su personaje. No se le da la profundidad suficiente para entenderlo y tampoco resulta interesante a pesar de estar presente los noventa minutos del film. El misterio que intentan crear resulta agobiante cuando no hay explicaciones concretas y las apariciones resultan imaginarias y sin sustento.
La actriz, directora y guionista, Jazmín Stuart, presenta su tercer trabajo Recreo, junto a Hernán Guerschuny en la dirección y la escritura. Una comedia que lidia con la crisis existencial de sus protagonistas y las contradicciones de la clase media alta en la sociedad moderna. La historia transcurre en una única locación donde tres parejas amigas con sus respectivos hijos se reúnen a compartir el fin de semana. Leo (Fernán Miras) y Andrea (Carla Peterson) abren las puertas de su campo para hospedar a Mariano (Juan Minujín), Guadalupe (Jazmín Stuart), Nacho (Martin Slipak) y Sol (Pilar Gamboa). Tras este aparente “recreo” surge sin embargo una realidad oculta, distorsionada por la rutina y la superficialidad del sistema reinante. Nada en estas parejas es lo que aparenta. La atrapante tranquilidad del campo nos lleva a situaciones confusas y a reclamos constantes. El vacío existencial y las crisis emocionales irrumpen en este escenario de distensión, desvelando las miserias de cada uno de los personajes que esconden sus verdaderas intenciones, lleno de enredos amorosos y ambiciones insatisfechas, con la cotidianidad de la vida misma. El guion tiene cierta inteligencia para captar el humor y presentar los conflictos, pero no aprovecha su potencial. Las ideas no se desarrollan del todo, quedan a la deriva e incluso en algunas ocasiones se resuelven sin tener algún sentido. Lo que los realizadores buscan es generar empatía con el espectador proponiendo temas que rondan en la cabeza de cada persona a la hora de mirar su presente y futuro. La incertidumbre que está latente en cada ser humano. A través del alcohol, el grupo se une en conversaciones que, por momentos, suenan forzadas, sin embargo la química y la interacción natural del elenco permite que se dejen pasar esos detalles. Pero no tienen en cuenta que esas charlas ya fueron dadas en diferentes contextos y que al intentar destacarse como si fueran revelaciones se transforman en monólogos eternos. La fortaleza del film recae en las impecables actuaciones de cada intérprete entre los que se destacan, como de costumbre, Gamboa y Minujín. Algo digno de destacar es el modo en que se incluye el rol de la mujer frente a la maternidad y la crianza. A través de pequeños diálogos se observa cómo el personaje de Stuart busca deconstruir los conceptos autoimpuestos por una sociedad patriarcal y cómo influyen a la hora de elegir ser esposa y madre. Un tema que muchos catalogarán de cliché pero que, en estos tiempos de cambio, es necesario al menos que se planteen. Hay que celebrar la producción de pensamiento de mujeres sobre mujeres y la variedad de conceptos que nacen de estas charlas. La causa feminista tiene que estar en boca de todos. Ya sea simple, pero cercana.
Cincuenta años después de los altercados, la directora Kathryn Bigelow reconstruye, a base de testimonios y archivos, los eventos reales que invadieron las calles de la ciudad de Detroit durante 1967, en un film con una fuerte denuncia social y que visibiliza la brutalidad policíaca hacia la comunidad afroamericana. “La Gran Migración Negra puesta en marcha antes de la Primera Guerra Mundial impulsó a alrededor de seis millones de afroamericanos a dejar los campos de algodón del sur… seducidos por los empleos fabriles y los derechos civiles que ofrecía el norte. Tras la Segunda Guerra, los blancos iniciaron su propia migración a las afueras y dejaron sin dinero y empleos a los barrios urbanos cada vez más segregados. Para los sesenta, la tensión racial había alcanzado un punto de ebullición. Se produjeron revueltas en Harlem, Filadelfia, Watts y Newark. En Detroit, los afroamericanos estaban confinados a unos pocos barrios sobrepoblados, bajo el control de una policía mayormente blanca de notoria agresividad. La prometida igualdad de oportunidades para todos resultó ser una ilusión. El cambio era inevitable. Sólo se trataba de cómo y cuándo.” A partir de esta breve introducción, el contexto de alteración social se revela, adornado por una serie de pinturas de Jacob Lawrence, pintor afroamericano, mundialmente conocido por su obra “Serie de Migración”. Y es que Detroit: zona de conflicto cumple no sólo en materia temática, sino también a la hora de recrear dos tipos de violencia: la invisible, que recorre toda la estructura social fundamentada a través del sistema capitalista, y que da pie a la segunda, la visible, donde el resentimiento y la frustración acumulada se reflejan en las revueltas y en el accionar de los policías que se extralimitan porque tienen el poder para hacerlo. El núcleo principal del film es la irrupción de la policía en el motel Algiers la noche del 25 de julio de 1967 luego de escuchar un disparo. En ese edificio, habitado en su mayoría por afroamericanos, las diferentes fuerzas de seguridad aplican su poderío de forma desmedida para averiguar quién fue el que disparó el arma. Al no obtener información, recurren a la violencia verbal y física, deseosos de perseguir a aquellos vecinos con los que comparten ciudad pero no color de piel. Con el correr de los minutos, la tensión resulta insoportable y la agresividad de parte de los uniformados se incrementa cada vez más. La vida de los acusados ya no importa. Una vez establecido el “orden”, huyen para no verse implicados en los brutales hechos que allí acontecieron. La dirección de Bigelow tiene un acercamiento documental y consigue que el espectador participe de lo que observa. Es un huésped más dentro del motel, siente la brutalidad de los hechos y el abuso desmedido de parte de las fuerzas. Es a través del gran uso de las cámaras que mantiene la tensión en todo momento y que despierta la indignación sin ser demasiado obvia en sus objetivos. Otro de los grandes aportes es el reparto, en su mayoría joven, entre los que se destaca Will Poulter, quien se mete en la piel del sádico agente de patrulla Krauss, sabiendo medir con naturalidad sus gestos y movimientos. También es digno de ser reconocida la labor de Algee Smith como Larry, el cantante principal del grupo The Dramatics, una de las principales víctimas y que, impecablemente, interpreta la rabia y el coraje que atraviesa su personaje. De todas maneras, no todo lo que brilla es oro y los errores sobresalen en el guion que sufre un grave problema de ritmo, ya que extiende y desordena el desarrollo narrativo constantemente, sobre todo en el tramo final.
El actor y cineasta italiano Sergio Rubini dirige y, junto a Isabella Ragonese, Maria Pia Calzone y Fabrizio Bentivoglio, protagoniza Hablemos de amor, una comedia dramática con un discurso narrativo casi teatral que analiza las diferentes percepciones del amor y las relaciones sentimentales. Vanni (Rubini) tiene cincuenta años y es un escritor ya establecido dentro del ambiente. Linda (Ragonese), su compañera durante diez años, colabora en la sombra con sus novelas. Ambos viven en un ático en el centro de Roma. A pesar del tiempo transcurrido prefieren la convivencia antes que la unión nupcial. O al menos eso aparentan. Una noche, justo antes de salir a comer, irrumpe en su casa su amiga Constanza (Calzone) para contarles su gran agonía: su marido tiene una amante. El infiel, a quien apodan el Profesor (Bentivoglio), se presenta en el domicilio para contar su versión de los hechos. La eterna discusión del matrimonio es sólo uno de los problemas que Linda y Vanni deberán enfrentar en una velada en la que surgen recriminaciones, rencores y decepciones. Secuestrados en su propio hogar, no tienen otra salida más que sentarse a hablar. A través de sus vivencias, los cuatro analizan diferentes teorías sobre la norma de la monogamia y el sistema de valores dentro de la misma. La infidelidad en cuestión es sólo la punta del iceberg dentro de un matrimonio gastado por la rutina y en donde entra en juego la falta de capacidad de establecer lazos genuinos con su pareja. Y es así donde surge el principal interrogante: ¿en qué consiste el amor?, o mejor aún ¿en qué momento dejamos de sentirlo? El título de la película hace referencia, entonces, a esa charla que se desencadena y abarca cambios emocionales y psicológicos de todos los intervinientes. Cambios inevitables pero que, quizás, con una charla previa, se hubiesen dado de otra manera. La temática del amor hace que cada uno se analice desde sus logros profesionales hasta el temor por la soledad, resaltada muy bien con la metáfora del pez dentro de su pecera. Gracias a un guion concreto, de la mano del propio Rubini, Carla Cavalluzzi y el novelista Diego De Silva, se observa la construcción de cada uno de los personajes. Tal como lo hizo Roman Polanski en Un dios salvaje, esta comedia dramática ocurre en un solo espacio y en una noche, en la que también con peleas constantes se revelan secretos ocultos y afirmaciones inciertas. Solo que Rubini, en su película, plantea dos parejas completamente distintas: una formada por dos escritores de izquierda (gran detalle el cuadro en blanco y negro de Mao Tse-Tung) Vanni y Linda; y la que forman el Profesor y Constanza, ambos médicos y de derecha que, por momentos, les interesa más la plata que salvar su matrimonio. Sin embargo, sus diferencias permiten mantener un equilibrio adecuado durante todo el trayecto.
La ganadora del Gran Premio del Jurado del pasado Festival de Cannes, 120 pulsaciones por minutos, es el tercer largometraje del director Robin Campillo quien construye, a través sus memorias, la lucha por los derechos de los enfermos de sida que impulsó la asociación Act Up París al principio de los noventa. Antes de tener un nombre, el sida ya tenía una voz. Antes de que hubiera tratamiento, había una ideología. El activismo para visibilizar la pandemia del sida revolucionó la forma en la que el mundo entiende la salud. Sus activistas demostraron, con mucha imaginación y poca ayuda del estado, cómo llevar a cabo la lucha por una mejor salud, igualdad social y jurídica. El film de Campillo recrea estas vivencias y, al mismo tiempo, es un ejercicio contra el olvido. Dentro de la industria cinematográfica, el sida se ha tratado poco y, muchas veces, desde una mirada errónea o una buena intención que no ocultaba algún modo de estigmatización. Se evade completamente la connotación política y el aspecto social que representa la enfermedad dentro de la sociedad. Es por eso que es gratificante observar el planteo de 120 pulsaciones por minuto. La cinta utiliza la asimilación, la familiarización y la aceptación de la muerte como centro argumental. Pero su principal valor nace al abordar la vida política de los jóvenes, quienes nos interrogan como sociedad, no sólo en lo que respecta al sida y la función estatal, sino también acerca de nuestras propias concepciones sobre conciencia social. El film se sumerge en París durante los noventa, donde la vida cotidiana del homosexual estaba condicionada por el miedo. Miedo a la exclusión, al odio y, por sobre todas las cosas, al sida que representaba nada menos que la muerte. Campillo, narra la historia de lucha de un grupo de jóvenes activistas de Act Up París, quienes buscaban concientizar a la población francesa sobre la enfermedad, además de pedir respuestas al gobierno. Si bien engloba varias subtramas dentro de los activistas del grupo, hace foco, principalmente, en Sean (Nahuel Pérez Biscayart) y Nathan (Arnaud Valois). Nathan es nuevo en el grupo y es allí donde encuentra a Sean e inmediatamente queda hipnotizado con sus argumentos y su forma de expresarse. Este vínculo se va transformando en lo central del film obviando, en cierta forma, todo el movimiento político y las protestas para contemplar el deterioro físico de uno de ellos.
El director surcoreano Hong Sang-soo retoma en su nuevo film, El día después, una mirada minimalista, pero sumamente realista, sobre las relaciones sentimentales y en donde se analiza con profundidad la infidelidad desde la figura del hombre. A través de dos líneas narrativas, y en un elegante blanco y negro, la película retrata la vida de Bong-wan (Kwon Hae-hyo), un critico literario y dueño de la editorial Kang, que se debate entre la rutinaria y gastada relación con su mujer, el recuerdo de su vieja amante y ex secretaria Chang-sook (Kim Sae-byeok) y el ingreso de una nueva empleada, la joven Ah-reum (Kim Min-hee) quien llama ampliamente su atención. Desde su perspectiva, el director hace uso de sus distintivas largas tomas con cámara fija para evidenciar un conflicto de intereses. La primera escena comienza con una de estas secuencias, en la que la mujer interroga a su marido sobre una presunta infidelidad. Ambos enfrentados en una mesa. Se intuye la falta de comunicación. El hombre es incapaz de defenderse o contrarrestar las constantes acusaciones. Por un lado, desea confesar su adulterio, sin embargo el hecho de estar sobrio le impide ser honesto. El alcohol es el único medio que encuentra para sincerarse. Luego de esta secuencia, la película alterna dos relatos: la relación sentimental entre el jefe y la amante y la relación laboral con su nueva empleada, ambos separados por un cambio temporal indeterminado. A medida que avanzan, estas dos historias se comparan para generar la sensación de repetición y deja vu latentes en todo el film. El hombre repite las mismas acciones y diálogos que, anteriormente, protagonizó con su antigua amante, lo que permite entender que el jefe ve en su reciente empleada una nueva conquista amorosa que sustituye el vacío de su viejo amor. Sin embargo, la primera reaparecerá en escena para unificar la narración y dar comienzo al gran desencadenante dramático de la trama. Lo más interesante del film son, sin dudas, las extensas conversaciones entre los diferentes personajes que reflejan temas íntimos y profundos como la manifestación del duelo, las contradicciones del amor, la fe religiosa y la nefasta idiosincrasia masculina que con cierta cobardía aprovecha su posición laboral para beneficio personal. Una vez más Hong Sang-soo utiliza una de sus temas recurrentes como lo es la falta de comunicación y lo que genera en los vínculos, sólo que en esta ocasión utiliza un tono narrativo más angustiante y bellamente ilustrado por la fotografía en blanco y negro. Otra herramienta que también es remarcable en relación a la perspectiva de género es cómo sentencia al machismo patético del protagonista y a la pasividad de los personajes femeninos, pero no deja de mostrar cada perspectiva individual, haciendo énfasis en la lógica de los sentimientos. Cada intérprete logra dar con la naturaleza de sus personajes que transitan con confusión la eterna agonía del corazón roto y la desilusión lamentable.
Los directores italianos Antonio Piazza y Fabio Grassadonia reconstruyen en Luna, una fabula siciliana, el crimen de Giuseppe Di Matteo, un niño secuestrado y luego asesinado por la Cosa Nostra en Sicilia, solo que esta vez se alejan del horror y mezclan la realidad con una profunda fantasía. Desde su nacimiento y ascenso al poder al margen de la ley, el cine retrató diversas versiones de la mafia italiana. Con nostalgia, reprobación, moralismo, pero por sobre todo, fascinación. Los cineastas Fabio Grassadonia y Antonio Piazza, crecieron en Sicilia durante los años ochenta y noventa, cuando la Cosa Nostra tenía un poder económico y militar total. En ese difícil contexto hubo gente que aprendió a sobrevivir o a cerrar los ojos, mientras que otros buscaron una forma de cohabitación. Hubo un hecho en particular que impactó de tal forma a la sociedad siciliana, que ambos lo adaptaron en clave de ficción. “Dedicado a Giuseppe Di Matteo (1981-1996), el chico secuestrado por la Mafia, mantenido prisionero por 779 días, estrangulado y luego disuelto en ácido”, reza la placa final de Luna, una fabula siciliana. A pesar de estar basada en un hecho real, el segundo largometraje de los directores narra otra perspectiva al horror ejercido en esos años. A través del cuento, “Un cavaliere blanco”, escrito por Marco Mancassolla, construyen una fabula sobre el primer amor, la perdida de la inocencia y la unión de ambos como lucha contra la corrupción. Un relato que abarca diferentes aristas y que profundiza el realismo fantástico. Giuseppe es el hijo de un importante miembro de una familia, que en un interrogatorio policial, rompe la ley de silencio siciliana y proporciona nombres y datos de integrantes de la mafia. La traición de su padre lo convierte en el perfecto chivo expiatorio y una victima inocente de un sacrificio siniestro y alienante. Luna, su compañera de colegio y eterna enamorada de él, se niega aceptar su misteriosa desaparición. Lo encuentra en sus sueños y su espíritu esta presente en cada momento. Su desconsuelo será el motor que inicia una búsqueda desesperante por encontrarlo. El destino de Giussepe ya esta escrito, pero el amor de Luna reconstruye su alma y se torna en una presencia sobrenatural que la protege. Juntos emprenden un viaje emocional y sensorial entre el mundo de los vivos y los muertos. La particularidad del film es que no se queda con la simple descripción de un caso policial sino que lo convierte en una fabula poética sobre el primer amor adolescente. La mirada de los jóvenes se revela contra el mundo cotidiano y se traslada a un universo paralelo. Luna y Giussepe se encuentran allí para destruir sus identidades previas y evadir el contexto terrible del secuestro, eso les permite crear otro final donde sus almas se unen para siempre. Y aunque ambos atraviesan experiencias terribles, nunca se olvidan de su humanidad y jamás traicionan sus valores. La muerte, la soledad y la impotencia forman parte de un dolor interminable y que van estar siempre presentes a lo largo de su historia. Otra de las características es que utiliza la representación de un búho como testigo de todos los acontecimientos y que al mismo tiempo es el narrador secreto de la historia ya que empieza y termina con su imagen.
En su ópera prima, Asuntos de familia, la cineasta israelí, Maha Haj, se distancia de la eterna crisis política entre Israel y Palestina para mostrar la vida cotidiana entre sus gentes a través de diferentes escenarios y núcleos familiares. Al pensar en Israel y Palestina, lo primero que surge es la tensión perpetua que muestran a diario los medios de comunicación, pero más allá de eso hay otra realidad: la de la vida diaria de sus habitantes. Donde hay rutina, obligaciones, problemas comunes, frustraciones e ilusiones que van más allá del eterno conflicto entre los países. Ese es el enfoque que Maha Haj quizá plasmar en su primera película. A través de un humor perceptivo, Haj retrata el día a día de una familia de clase media compuesta por personajes muy particulares con circunstancias que cualquiera puede tener a lo largo de su existencia. Abuela, padre, hijos, vecinos, novias conforman un colectivo humano lleno de vivencias que en el fondo encierran puntos de encuentro, solidaridad, entendimiento y escucha. Encabezado por el matrimonio de Nabeela y Saleh que vive en Nazaret, sin apenas una mínima comunicación o algún acto de afecto, y que con el correr de los días se ven sumergidos en una triste monotonía. Sus hijos, ya lejos del núcleo familiar, atraviesan diversas situaciones: Hisham es médico exiliado en Suecia, un país completamente diferente que el suyo y que a pesar de la distancia es consciente de la situación de sus padres e intenta ayudarlos; La única hija mujer, Samar está embarazada y vive con su marido George y su abuela que sufre demencia senil en Ramala; y por último el menor Tarek, indeciso ante seguir soltero o comprometerse con Maysa, una amiga de su hermana. A través de las diversas historias de los personajes, se construyen sus miedos, fracasos, inquietudes y anhelos que se entrecruzan constantemente con el correr de los minutos. Unidos por un humor tan sutil e inteligente para reflejar hábitos comunes, situaciones surrealistas y graciosas que logran una empatía profunda. También se observa la contraposición de generaciones, la relación entre ellas y la involución de la comunicación. El film no obvia la situación política de los dos pueblos sino que le quita peso para potenciar el lugar común de las sociedades como lo son las relaciones familiares. Pero llega un punto donde es imposible escapar de la política, más que nada en un contexto con una dura realidad visible en cada esquina y en cada puesto de control. El clima de tensión e infelicidad que transitan los personajes se puede interpretar como emblema de la situación de los palestinos en su tierra arrebatada.
Luego de adaptar su exitoso libro Las ventajas de ser invisible, Stephen Chbosky continúa su trayecto como director y guionista con la adaptación del bestseller Extraordinario, la historia de August Pullman un niño que sufre una deformidad en su rostro y que junto a su entorno brindan una lección sobre amabilidad. Su rostro lo hace distinto y él lo único que quiere es pasar desapercibido. Camina siempre con la cabeza gacha y sus ojos fijos en el suelo, se divierte al observar los zapatos de los otros. Esconde su rostro, en vano, porque aún así, es objeto de miradas de asombro y murmullos agobiantes. August Pullman (Jacob Tremblay) tiene diez años y no le gusta salir al exterior, prefiere la comodidad de su casa junto a su familia y su fiel perra Daisy. Su mundo se centra en Star Wars y el estudio de los planetas, utiliza su casco de astronauta para emprender aventuras y adentrarse en el extraño mundo de la ciudad de Nueva York. La única razón por la cual se esconde es porque nació con una condición congénita que requirió de múltiples cirugías para salvarle la vida. Veintisiete fueron las intervenciones quirúrgicas, y eso no bastó para que Auggie se viera “normal”. Este año representa un cambio muy grande, su mamá ya no lo va a educar en su casa y va a tener que cursar en un colegio junto con otros niños de su edad. La idea lo aterra, pero se siente listo. La película se adentra en ese proceso que resulta difícil para cualquier niño, pero que desde la perspectiva de Auggie es aún más aterrador. Ya que no puede ocultarse y debe mostrarse tal cual es. A través de la narración en off, el niño relata cómo vive su experiencia y cómo busca la tan ansiada integración. Sus palabras inspiran a lo largo del trayecto y brinda una lección de humanidad a cada persona que se cruza. Si bien Auggie es el personaje principal, la historia incluye a las personas que orbitan a su alrededor para mostrar diversas miradas. Chbosky utiliza la misma narrativa que la novela de R. J. Palacio y divide a la película en varios capítulos donde cada personaje puede contar su punto de vista y su relación con el pequeño. El comienzo escolar implica un nuevo mundo en el núcleo de Auggie y se observan los sufrimientos que pueden ocasionar este tipo de cambio y el miedo a enfrentarlo. La variedad de narrativas ayuda a que sea un film más dinámico y, al mismo tiempo, logra empatizar con un público de todas las edades. La cinta busca el equilibrio entre comedia y drama sin la necesidad de abusar en recursos sentimentales. Su prioridad desde el inicio es mantener el mismo tono que el texto original. Por momentos Extraordinario transmite un mensaje demasiado positivo para la gravedad de la temática. En una era donde el acoso escolar es moneda corriente y crece exponencialmente en todos los continentes, es necesario tener en cuenta que esta problemática no desaparece del día a la mañana y hay que estar atento para registrarla y ayudar a evitarla porque inevitablemente forma parte del crecimiento de los niños y niñas. El guion se encarga de plantearlo desde un lenguaje comprensible y fácil de asimilar. Utiliza diversas situaciones para mostrar cómo es crecer alrededor de este tipo de violencia desde la perspectiva de quienes lo sufren o lo ejecutan y también muestra cómo un adulto puede empeorar o mejorar la situación. Uno de los puntos en contra que tiene la adaptación es que está enfocada para sacar la mayor cantidad de lagrimas posibles al espectador y lo consigue con éxito. Especialmente en el último acto donde ya es evidente el sentimentalismo mas dramático y extremo. El encanto y la ternura de Auggie funcionan gracias a la impecable interpretación de Jacob Tremblay que deja a todos rendidos por la naturalidad de sus expresiones y diálogos. Todo el elenco da vida a una serie de personajes diferentes entre sí pero unidos por una misma causa. Cada una de las actuaciones son efectivas y ayudan a diagramar la esencia de la historia. Una de las que se destaca es Julia Roberts que se pone en la piel de Isabel, la madre del niño, sólo con su presencia brinda otro tipo de categoría y sus breves apariciones contribuyen aún más a la efectividad.
Después de su estreno en el último Festival de Cannes llega a las salas la nueva entrega del director Tony Gatlif: Djam – Una joven de espíritu libre, un drama musical que retrata la travesía de una carismática y fuerte mujer griega en Estambul. Djam es una intrépida y desprejuiciada joven que vive en la isla griega de Lesbos, su tío le encomienda ir a Estambul a comprarle una biela para su barco turista que necesita esa pieza para funcionar. En medio de su viaje se encuentra con Avril, una joven francesa que está allí como voluntaria para ayudar a los refugiados de la ciudad turca y a quien, de improviso, su novio la deja sola y sin dinero. Djam la invita a formar parte de su travesía y la hace su compañera de viaje. Las dos jóvenes se sumergen en una aventura llena de encuentros y desencuentros. La libertad de sus espíritus está guiada por la música tradicional griega: el rebético. Un género musical que cultivó a miles de generaciones a través de los años, gracias a sus ritmos fascinantes, el dolor que expresa en sus letras y la rebeldía de su esencia que se apropia del ser e invita a que la gente se reúna alrededor de sus textos. Aquellas palabras que hablan sobre la protesta contra el poder, el dinero y la profundidad del amor ya sea correspondido o no. Un canto fuerte de la cultura griega en una época difícil de crisis financiera e indiferencia burocrática. A través del juego de sombras y una cámara en mano, el director Tony Gatlif nos muestra una mujer independiente que hace lo que quiere sin esconderse. Un nuevo planteo a la hora abarcar la condición femenina. La esencia de Djam se da gracias a la carismática labor interpretativa de Daphne Patakia, su luminosidad y naturalidad se observa en cada escena. Es la única razón por la cual el film consigue un buen resultado y atrapa al espectador hasta el final. A lo largo del film se observa la angustia de los hombres y mujeres que perdieron sus bienes durante la crisis económica del 2009 y cómo los bancos se apropiaron de todo. La esperanza pierde sentido y el futuro parece imprevisible, sin embargo lo que permanece es la música y los vínculos. El rebético es tan atrapante que lo único que se puede hacer es disfrutarlo y escucharlo en silencio esperando que nunca termine. Gracias a sus ritmos Djam – Una joven de espíritu libre se convierte en un musical improvisado y en un canto a las desventuras propias de la juventud.