Los sacrificios del amor. Doblete afortunado para los seguidores de Nicholas Sparks (Diario de una pasión) y sus historias de amor llevadas al cine. Hace pocas semanas se estrenaba en Córdoba, con atraso, Lo mejor de mí y ahora se puede ver en las salas El viaje más largo, la más reciente adaptación cinematográfica del chico de oro de la novela rosa hollywoodense. Ambientada en una agreste Carolina del Norte, la nueva historia gira alrededor de una joven pareja de enamorados, Sophia (interpretada por la bella Britt Robertson) y Luke (interpretado por el guapísimo Scott Eastwood, hijo de Clint) que se conocen poco antes de que ella termine sus estudios y parta a la gran ciudad para emprender una prometedora carrera profesional. Él, por su parte, es un ranchero, criado al estilo galante, que intenta volver a destacarse en el rodeo de toros luego de una lesión. Como ya es costumbre en los relatos edulcorados y melodramáticos de Sparks, el destino les tendrá una carta guardada que será determinante para su futuro. Esto se materializa en la piel de un anciano (Alan Alda), que se cruza en su camino con la tarea de poner todo en perspectiva a través de la invocación de algunos recuerdos. A partir de allí, se bifurca el filme hacia una historia paralela en versión flashback que involucra a otra pareja con similares desafíos. Ambas relaciones tendrán sus puntos en común: una proyectada hacia el pasado y otra hacia adelante, una con sus decisiones ya tomadas, otra con todo por hacer. ¿Cuáles son los obstáculos esta vez? El choque de intereses y el arte del sacrificio son las dificultades clave que enfrenta el amor eterno que se propone en este tipo de filme de género, dirigido por George Tillman Jr. ¿La pasión lo consigue todo? ¿Puede perdurar una pareja cuando no hay intereses en común? ¿Cuánto estamos dispuestos a resignar para estar con alguien? Sin muchas pretensiones, El viaje más largo es tal vez una de las películas más indiferentes que ha dado el pincel del novelista. Cargada de los lugares comunes del romance, no pierde el ritmo, no deja de emocionar ni de entretener (sobresalen las excelentes escenas en el rodeo y los paisajes), pero no es una de las propuestas más jugadas ni más complejas del autor para el cine, aunque se reconoce su sello por todas partes.
Alta dosis de melodrama. No caben dudas de que el novelista estadounidense Nicholas Sparks se ha convertido en una máquina de delivery de material para películas románticas. Lo mejor de mí (The Best of Me), la más reciente en arribar a las salas, es su novena producción para el cine, tarea que no decrece desde los éxitos de Diario de una pasión y Mensaje de amor hace más de una década. Naturalmente, esta nueva historia tiene su sello por todas partes. Como buen alquimista de las emociones, Sparks toma algunos de sus ingredientes favoritos de la repisa creativa (en este caso amor eterno, diferencias sociales, predestinación, paso del tiempo, renuncia, inevitabilidad) y los combina para entregar un aceptable melodrama, que abunda en componentes que derivan en lo lacrimógeno. La trama gira alrededor del reencuentro de Amanda Collier (Michelle Monaghan) y Dawson Cole (James Marsden), quienes se enamoraron en la escuela secundaria, pero por razones que desconocemos están separados en tiempo actual, 20 años más tarde. La hábil mano del director Michael Hoffman hará que las transiciones entre pasado y presente se vuelvan ágiles y calculadas logrando el efecto deseado: en la medida en que se desentrañan los nudos argumentales se tensa el nudo en la garganta del espectador. La mayor frescura, mientras, está en las interpretaciones de Luke Bracey y Liana Liberato (Dawson y Amanda adolescentes) a cargo de la versión lejana. Si bien en un principio cuesta identificarlos (el parecido de los actores no fue tenido en cuenta), como en un yin yang del amor, ellos manifiestan la claridad, la naturalidad de los sentimientos y la ilusión de la juventud, frente a la oscura resignación de la adultez que encaran Monaghan y Marsden. No recomendable para cínicos, Lo mejor de mí no pasará a la historia, irónicamente, como la mejor historia de Sparks, pero es una buena cita para los amantes del romance.
Dulce venganza La estelaridad de Keanu Reeves pudo haber decaído en la última década luego de la trilogía de Matrix, pero no necesariamente ello se volvió una sentencia. Por el contrario, la industria volvió a recibirlo como figura central luego de participar en varios filmes de éxito relativo y hasta dirigir su propia película. Y lo hace con un rol que le calza como un guante: un asesino a sueldo retirado que vuelve a las pistas para vengar la muerte de... su perro. "No es un don nadie. Es John Wick", dice el jefe de la mafia rusa con una mueca de terror para presentar al personaje del ex-Neo, en un pronunciamiento que puede extenderse de la ficción a la vida real. Tanto Wick como Keanu están de vuelta. Y para bien. La mención a la saga de los hermanos Wachowski tampoco es arbitraria. Chad Stahelski y David Leitch, ambos coordinadores de dobles en la trilogía Matrix, debutaron dirigiendo al actor en este thriller que entrega con fidelidad lo que promete. Sin control tiene una buena dosis de acción y violencia y no faltan persecuciones, peleas cuerpo a cuerpo y explosiones. No vale pedir otra cosa. Pero lo más vistoso que propone el filme es el uso del gun-fu, esa técnica que combina artes marciales y tiroteos que popularizó en Hollywood el director chino John Woo (Cara a cara, Misión imposible 2) y que en este caso toma vuelo y altura, sin derrapar nunca en el grotesco. Antes de comenzar el sincronizado y acelerado juego del gato acechando al ratón, John Wick es introducido sin mucho material de relleno. Pocos minutos son necesarios para explicar quién es ese hombre con expresión rígida que sale a asesinar, armado hasta los dientes, al crimen organizado que rige Nueva York. Le sigue un argumento sólido centrado en una guerra personal que no se demora. Todos sospechamos quién va a ganar, pero eso no es lo importante. Mientras tanto, se suceden personajes pintorescos a cargo de Alfie Allen, Willem Dafoe y Adrianne Palicki, pero el más atractivo es el villano, protagonizado por el sueco Michael Nyqvist (Millenium), quien logra aportar la cuota expresiva a la dupla protagonista. Todos ellos se desenvuelven en una ciudad sombría y nocturna con toques caricaturescos, en la que John paga con monedas de oro, un hotel es una suerte de “zona franca” y aparece un servicio de limpieza que opera como en la Nikita de Luc Besson. Cada escena en Sin control está pensada con precisión quirúrgica, tanto que Reeves debió aprender de memoria las coreografías, siempre musicalizadas a tono. Por momentos, la acción recuerda a un videojuego, o a un entrenamiento policial. El resultado: una experiencia vertiginosa y entretenida en la que Keanu entrega una interpretación que le hace honor a su famosa esclerosis actoral pero también a su presencia en la pantalla. En buena hora.