Muchos han señalado, en ese afán por querer siempre comparar, que esta película era El luchador de este año. Y lo cierto es que la comparación no es del todo caprichosa. Como en aquel film de Darren Aronofsky, aquí tenemos un personaje en decadencia que alguna vez fue el mejor en lo suyo, pero que ahora sólo es apreciado por sus pocos y leales fans. Y, como en ese film, la cinta no tendría razón de ser si no fuera por su actuación central. Así como en El luchador Mickey Rourke cargaba sobre sus espaldas el peso de la película, entregando una actuación que lo puso nuevamanente en los primeros planos, aquí Jeff Bridges es quien se carga la película. Aunque en su caso, a diferencia de Rourke, lo suyo es una continuidad en lo que ha sido una carrera casi intachable. Bad Blake es una leyenda de la música country que, ya lejos de sus mejores años, recorre las rutas de USA para tocar en pequeños bares de pueblos perdidos. Para hacer que su existencia sea más llevadera, se entrega a la bebida las 24 horas del día, por lo que sus actuaciones a veces terminan antes de lo previsto. Además, tiene que aguantar ver cómo Tommy Sweet, un joven al cual él le abrió el camino de la música country, es hoy la máxima estrella del género. En uno de sus viajes, en la ciudad de Santa Fé, Bad conoce a una joven reportera (Maggie Gyllenhaal), madre soltera, con la que empezará una relación. Pero la adicción de Bad a la bebida será un obstáculo difícil de superar para ambos. Lo primero que hay que decir de este film es que no tiene muchas cosas originales para contar. Creo que cualquiera que haya leído las líneas previas notará que es una historia que les suena familiar. Pero lo mejor que tiene la película es, justamente, todo lo que no es: melodramática, efectista, exagerada. Esto sin dudas es en gran parte gracias a Bridges, quien tiene una forma de actuar tan natural que jamás da la impresión de estar, justamente, actuando. Con un look que hace acordar mucho a Kris Kristofferson, Bridges entrega una imagen completa de este músico acabado. Lo que vemos en pantalla no es un personaje, sino una persona. Si Bridges merecía o no el Oscar por este trabajo es un tema debatible (como con todos los premios). Si vamos al caso, este actor ha entregado actuaciones de similar calidad a ésta varias veces. Pero digamos que el hecho de que Jeff Bridges finalmente tenga un Oscar en su repisa no es para nada injusto. La película se puede ver, aunque como dije no presentará ninguna sorpresa, y es muy posible que más de uno se aburra con la historia. Dependerá de su estado de ánimo y de la conexión que sienta con este solitario personaje que ha alejado sistemáticamente a sus seres queridos. Aquellos que aprecien también el valor de un actor con todas las letras, tendrán mucho para disfrutar. Y si les gusta la música country (cosa extraña en nuestro país), la banda de sonido es muy buena. Y Bridges canta realmente bien, por si le faltaba algo.
A esta altura discutir las capacidades y cualidades de Clint Eastwood como realizador es casi ridículo. Sus señas particulares como director de cine son tan claras que no tiene sentido criticarle sus supuestas faltas ya que son justamente ellas las que forman parte de su estilo único. Invictus relata la forma en la que el flamante presidente Nelson Mandela intentó unificar a través del rugby a una Sudáfrica dividida. La alicaída selección nacional, conocida como Springboks, era el emblema de la Sudáfrica blanca. El deporte negro, en cambio, era el fútbol. La gente de color incluso hacía fuerza en contra de los Springboks en los partidos. Pero Mandela entendió que para lograr el seguimiento de la minoría blanca era indispensable que él demostrara su apoyo incondicional a la selección, más estando a las puertas de la copa mundial que estaba por desarrollarse justamente en su país, en 1995. Con esta actitud, Mandela buscaba también lograr que los negros siguieran su ejemplo y dejaran de lado el rencor hacia aquellos blancos que los habían oprimido tantos años. Para que este plan tuviera el mayor de los efectos, era necesario que los Springboks ganasen la competencia, algo que era bastante dudoso dado el pobre presente de la selección. Pero Mandela puso todas sus energías en contagiar su entusiasmo a los jugadores, en especial al capitán del equipo, en pos de lograr este objetivo. Como dije, Eastwood es un director que tiene características propias muy marcadas que ya forman parte de su estilo, si bien son rasgos que más de uno podría criticarle. La simplificación de los conflictos es uno de ellos. Aquí, reduce toda la problemática sudafricana a la resolución de una contienda deportiva. Si bien la peli está basada en una historia real, parece improbable que blancos y negros llegasen a olvidar aquello que los dividiera sólo gracias al rugby. Son diferencias culturales y políticas muy grandes, y que sin dudas llevaron al derramamiento de mucha sangre, como para que se limasen tan fácilmente. La película se esfuerza en mostrar a Mandela como un ser magnánimo, que a pesar de haber sufrido años de encierro, entiende que para mirar hacia el futuro debe perdonar el pasado. Un concepto más que discutible, sin dudas. Pero uno que tal vez haya sido realmente impulsado por la naturaleza conciliadora de Mandela, aunque aquí el personaje aparezca por momentos exageradamente idealizado. El tema de la utilización del deporte como medio de unión nacional también es digno de ser discutido. No sólo por la simplificación que implica, sino porque el deporte ha sido históricamente utilizado por los gobiernos de turno para manejar los humores del pueblo. Y si bien en este caso el objetivo es noble, no deja de ser una concepción polémica: el manejo de un juego para dirigir, o distraer, la realidad de un país. Pero, si uno deja de lado toda la disquisición ideológica, se encontrará con los otros rasgos propios de Eastwood que lo hacen tan valioso como realizador. La forma en que Clint lleva sus películas es genial desde lo narrativo. Desde un principio sabemos hacia dónde va la historia, cuál es el conflicto principal, cuáles los intereses de cada personaje. Y en ningún momento el film se desvía de su firme andar hacia su conclusión. Las actuaciones son todo lo buenas que uno podría esperar. Morgan Freeman le otorga a su Mandela toda la presencia, serenidad y porte a los que nos tiene acostumbrados. Es otra perfecta entrega de uno de los grandes actores de los últimos años. Matt Damon, ensanchado físicamente para este film, da una muy correcta actuación como Francois Pienaar, el capitán del equipo, quien a pesar de venir de una crianza típicamente racista, cae subyugado por la convocatoria de Mandela y se encolumnará como el símbolo de la causa impulsada por el presidente. En conclusión, aquellos que decidan que el estilo de Eastwood es criticable (situaciones simplificadas, personajes secundarios unidimensionales, lugares comunes) tendrán aquí bastante para sentirse molestos. Por el contrario, quienes valoren la maestría narrativa de Clint, van a disfrutar de un film irreprochable en ese sentido. Digamos que yo estoy a mitad de camino… Pero, por otro lado, es difícil atacar a una película que tiene tan buenas intenciones y que busca transmitir un mensaje realmente positivo. Tal vez los medios de Eastwood no sean los ideales, pero el tipo lo hace con el corazón. Así que dejémoslo a Clint un poco tranquilo. No cualquiera sigue filmando con esta energía a los ochenta pirulos. Eso hay que valorarlo.
Ah, el difícil arte de criticar… ¿Cómo hago para explicarles que la película más elogiada del año en USA (ver aquí), a la cual muchos especialistas norteamericanos señalan como una de las mejores de la última década, y que acaba de ser nominada a 9 premios Oscar me haya decepcionado? Es fácil, en realidad. Esto es cine, y todos tenemos la razón a la hora de opinar. El arte, realmente, no puede cuantificarse (por ello estoy pensando en dejar de lado mis queridos “Damiancitos”). En la mayoría de los casos, las causas que llevan a que alguien aprecie más o menos una obra son difíciles de explicar, porque están relacionadas a lo emocional. Aunque también muchas veces hay motivos racionales e ideológicos que entran en juego. Creo que este es el caso. The hurt locker narra el día a día de un escuadrón del ejército norteamericano especializado en desactivar explosivos. El film sucede en Irak, aunque la película no se ocupa de hacer referencias muy específicas sobre el conflicto en sí. El protagonista principal es el sargento William James (Jeremy Renner), un arriesgado especialista que constantemente parece desafiar lo que el sentido común, e incluso las reglas del ejército, dictan. Esto hace que sus dos nuevos compañeros (en realidad James se suma al escuadrón en reemplazo de otro especialista), lo vean con recelo y hasta como una posible amenaza. Así, los días irán pasando de misión en misión, cada una más estresante que la anterior. Antes que nada, quiero dejar en claro que la película no me pareció “mala”. Al contrario, creo que posee altos valores de producción. La dirección de Kathryn Bigelow es realmente tensionante. Logra poner al espectador en la piel de los soldados en medio de un escenario hostil en el que nunca se sabe quién es aliado y quién enemigo. Mucha cámara en mano, mucho vértigo, mucho impacto visual. Dado este estilo de filmación, es también de elogiar el trabajo de Renner, quien logra una intensa actuación a base de actitudes, gestos y reacciones en situaciones en las que se toman decisiones de vida o muerte en cuestión de segundos. En realidad, todo el elenco brinda buenos trabajos. Y, desde ya, todos los aspectos técnicos del film (sonido, edición, fotografía) son excepcionales. Ahora bien, vayamos a lo que a mí (lo subrayo porque me parece importante) me ocurrió con el film. Primero, me costó mucho identificarme con los protagonistas. Entiendo que un norteamericano sienta empatía con estos soldados que arriesgan su vida a miles de kilómetros de su hogar. Pero yo no puedo evitar sentir cierto rechazo hacia estos tipos vestidos de verde apuntando sus armas y gritándole a cualquier civil iraquí que les parezca sospechoso. Entiendo la naturaleza peligrosa de la situación, pero desde el vamos no puedo dejar de lado mi percepción de los hechos. Además, el personaje de James llega al colmo de lo temerario, y sus actitudes nunca terminaron de tener para mí una explicación satisfactoria. La película no emite juicios de valor acerca del conflicto (esto no es inherentemente malo). De hecho, parece estar interesada en un enfoque más general sobre la naturaleza humana, la cual hace que a veces realicemos acciones que van más allá de cualquier lógica. De allí que el film comience con la frase “La guerra es una droga”. El propósito de la película es, entonces, meternos en un mundo en el que los hombres actúan siguiendo su necesidad de adrenalina, y no su raciocinio. Esto no deja se ser interesante, y la película realmente hace justicia a esta adrenalina, pero yo no pude dejar de sentirme alejado emocionalmente de esta idea y del protagonista. Por ello, sin importar lo bien dirigido que esté el film ni lo bien que esté Renner en su papel, no logré que la historia se meta bajo mi piel. Por otro lado, el guión está estructurado a través de lo que ocurre en distintos días. Así, se podría dividir la trama en cada una de las situaciones que los protagonistas deben atravesar. Todas situaciones ejecutadas de manera experta, como dije. Pero que tampoco me ayudaron a que dramáticamente el film me aportara mucho ni fuera creciendo con el paso de los minutos. Para colmo, el único momento en que los tres hombres generan una especie de vínculo personal, lo hacen totalmente borrachos y comportándose como el típico soldado americano: jugando a darse trompadas. Para alguien que aborrece las doctrinas (religiosas o militares) este tipo de comportamientos me parecen ridículos, así que tampoco hubo afinidad por ese lado. En fin. Sinceramente, le pongo puntuación al film porque lo tengo como costumbre, pero hace rato que me vengo replanteando esto de dar puntajes. Creo que le da al comentario un anclaje que tal vez no sea del todo ilustrativo. En este caso, con mi reseña quise dejar bien en claro las causas que llevaron a que yo no pudiera disfrutar de esta película como sus niveles de realización ameritarían. No tengo dudas que muchísima gente va a poder apreciar la adrenalina que el film tan bien transmite. Y me parece fantástico que así sea. Y ojo que yo soy uno de los primeros en defender este tipo de cine. Pero en este caso, algo me pasó. Algo me alejó. Espero que les haya quedado claro qué fue, para que cuando vean la película no se pregunten “¿Cómo mierda no le gustó a Damián este peliculón?” Simple. Esto es cine, queridos amigos. Y todos tenemos la razón.
Admito que en los últimos años me he vuelto bastante adepto a las historias de zombies. No sé realmente el motivo. Tal vez deba hablarlo con mi analista... Lo cierto es que el cine le sigue encontrando vueltas de tuerca a este subgénero. Y eso me pone contento. Zombieland, con su original enfoque y retorcido sentido del humor, es una clara muestra. El protagonista de la historia es Columbus (Jesse Eisenberg), un joven timorato que, gracias a su estricto código de reglas, consigue sobrevivir en un mundo apestado por zombies. Un día se cruza en su camino Tallahassee (Woody Harrelson) un tipo recio y solitario que, medio a regañadientes, acepta la compañía del joven. Ambos luego se encontrarán con un par de chicas (la ascendente Emma Stone y la Little Miss Sunshine Abigail Breslin) que son menos inocentes de lo que parecen. En suma, se conforma el típico grupo desparejo de esta clase de films. Personajes que primero desconfían los unos de los otros, pero que luego se van conociendo y estimando. Lo que sigue es el recorrido que realizan para llegar a un supuesto lugar seguro, libre de mutantes. Desde ya, en el camino irán encontrando problemas varios. Como se verá, no hay nada en la historia que parezca muy original. Pero lo que hace de Zombieland una experiencia tan entretenida es el modo en que está narrada. Ya desde el principio la peli es diferente, con Columbus contando en off sus reglas esenciales para sobrevivir en un mundo de zombies. Reglas que hacen hincapié en algunos tópicos básicos de este subgénero, pero de una forma muy original. La película es una comedia de terror, aunque miedo sea lo que menos cause. Tal vez no posea el ingenio ni sutileza de Shaun of the dead, pero tiene un humor más salvaje (lo que es lógico, siendo aquella inglesa y ésta yanqui). Y tiene a un Woody Harrelson en plenitud, componiendo a uno de esos brutos simpáticos que tan bien le salen. Y posee un gran cameo que, si bien ya lo deschavaron en varios medios, prefiero no develar. Además, tiene algo que me gusta de las películas de zombies, y es que no se busca explicar las causas de lo que sucede. Sólo sabemos que el mundo está lleno de zombies. Punto. Y mucho menos busca reflexiones ni analogías con el mundo real, con la política, con la sociedad... Es una película que juega con el género, nada más. Ni nada menos. Ah, y es cortita. Zombieland no será extraordinaria, pero está buena. Una justa mezcla de humor, tripas y sangre. Y parece que ya está en camino la continuación. Así que los fanáticos de los fiambres vivientes seguiremos disfrutando. ¡Larga vida a los muertos!
Parece mentira, pero hacía ocho años que Mel Gibson no protagonizaba un film (Señales, 2002). Desde entonces, dirigió dos películas y se vio envuelto en algunos escándalos que modificaron la percepción que parte del público tenía de él. Dejó de ser una de las estrellas más queridas mundialmente para convertirse en un director de cine polémico pero valioso, cuyos problemas personales y desafortunadas expresiones ideológicas empañaron su trabajo artístico. Pero dicen que el tiempo cura las heridas, y Mel decidió que era el momento de volver a la pantalla. Si de hecho lo era, no lo sé. De lo que sí estoy bastante seguro es de que el film elegido para su regreso no fue el más feliz. No por su temática, sino por su calidad. En Edge of darkness Gibson es Thomas Craven, un policía veterano que recibe la visita de su única hija, de 24 años, quien vive en otra ciudad. Pero, a las pocas horas de arribada, ella es asesinada brutalmente en la puerta de la casa de su padre. Lo que sigue es la investigación que comenzará Craven para encontrar a los responsables del crimen y para descubrir los motivos que se esconden detrás del asesinato. Para empezar, les quiero sacar las ilusiones a quienes esperen una película de venganza violenta y acción frenética en la onda de Búsqueda implacable. En aquella, Liam Neeson interpretaba a un ex agente especial cuya hija era secuestrada en Francia por tratantes de blancas. Y el tipo usaba todos sus métodos y recursos, que incluían más que nada la violencia, para encontrarla. Aquí es distinto. El personaje de Gibson es alguien con una indudable sed de venganza, pero que inicia una investigación de tipo policíaca, siguiendo pistas y entrevistando por cuenta propia a los allegados a su hija. Si bien hay un par de escenas de acción, la película va más por el lado del drama, la intriga y la denuncia (la empresa para la que trabajaba la chica se dedica a la investigación nuclear y tiene dudosas conexiones con el gobierno). Desde ya, que el film vaya por ese lado no tendría nada de malo si no fuera porque en casi ningún momento logró interesarme. En este sentido, las "culpas" las comparten el guión, la dirección y el protagonista. La película está basada en una laureada miniserie inglesa de tv de los años 80. No vi esa serie, también dirigida por Martin Campbell, pero imagino que era mucho mejor que la película. Aquí, Campbell (responsable de la excelente Casino Royale) no logra generar un vínculo muy sólido entre Craven y su hija como para que nos enganchemos con la historia desde el comienzo. A los diez minutos de película la chica ya está muerta, y lo que sigue no ayuda mucho para que nos interesemos. El recurso de Gibson teniendo intercambios imaginarios con su hija, especialmente de pequeña, conmigo al menos no funcionó. Y la trama alrededor de las causas del asesinato no me intrigó mucho. Tampoco ayuda el protagonista. Volviendo a la comparación con Búsqueda implacable (que igualmente no es un peli que me haya encantado), allí el principal era Liam Neeson, un actor excelente que da profundidad y credibilidad a sus personajes. Gibson, en cambio, es menos dúctil. Y en este caso en particular su actuación me pareció más floja que nunca. Es una percepción mía, pero no logró transmitirme casi nada. Y eso que hablamos de un personaje que perdió a su única hija, así que hay bastante para transmitir. Otra cosa, rara: no sé si era la copia en que vi la peli (era una función para prensa, así que era de buena calidad) pero la voz de Mel me sonaba muy nasal. ¿Será a propósito para el personaje? ¿Serán los años? ¿Estará viejito herr Mel? Qué se yo... Como dije: raro. La película tiene algunos momentos en que levanta, pero son pocos. Entre esos momentos están los que aparece Ray Winstone, ese gran actor británico que aquí hace de Jedburgh, un especialista en seguridad que trabaja para el gobierno de USA, cuya tarea es la de "limpiar" los platos sucios y atar los cabos sueltos. Y que logra una relación especial con Craven. En las escenas en las que aparece Winstone, que lamentablemente no son muchas, la calidad del film se eleva. Incluso la actuación de Gibson mejora a su lado... Otro buen actor, desperdiciado, es Danny Huston, quien hace del capo de la empresa. Un típico malvado corporativo. En fin, nada nuevo bajo el sol. Para padres vengativos, recomiendo ver The Limey, muy buen film de Steven Soderbergh con Terence Stamp. En cuanto a Gibson, creo que ha demostrado ser un director muy interesante. Y creo también que una buena parte del público no tiene ganas de verle mucho la cara. Y que el carisma que alguna vez tuvo ya no funciona tanto. Tal vez en los años venideros, Gibson reconozca esta situación y se dedique a lo que mejor hace. Atrás de cámaras. Y lejos de los micrófonos.
"Qué difícil se me hace", decía Alejandro Lerner. Y a mí también se me hace difícil, pero no cargar el equipaje, sino aguantar a Nicolas Cage. Actor propenso a la exageración y a actuar en películas pedorras, pero que posee una indudable intensidad y, si es bien dirigido, la capacidad de crear personajes distintos. Y este es el caso de Bad Lieutenant: port of call - New Orleans, film en el que la típica pose exacerbada de Cage tiene una legítima razón de ser. Terence McDonagh es un policía de New Orleans que vive al límite. Si bien su carrera policíaca va en ascenso, su vida personal es bastante tumultuosa. Adicto a la cocaína (o a cualquier droga que caiga en sus manos), apostador empedernido, con una lesión en la espalda que le causa dolor crónico, de "novio" con una prostituta con clientes poderosos, hijo de un padre alcóholico, y varios etcéteras más... Un día McDonagh recibe el caso de una familia de inmigrantes senegaleses masacrados en su hogar, lo que lo llevará a investigar a un narco local que sería el supuesto asesino. Pero lo cierto es que la investigación en sí no es lo más importante del film, sino todo lo que pasa alrededor de la vida de este policía. Para quienes crean que esta es una especie de remake o continuación del Bad lieutenant de Abel Ferrara con Harvey Keitel, les aclaro que no. El único punto en común entre ambos filmes (además del título) es que su protagonista es un policía adicto y corrupto. Pero mientras que aquella era una película dramática y oscura, cargada de culpa, esta es más bizarra, con un rebuscado sentido del humor y carente del pesado intento de redención por parte de su personaje central. Que tengan el mismo título se debe a que ambos filmes son de los mismos productores, y quisieron sacar provecho de esto. Pero es una lástima, en mi opinión, ya que le quita cierta entidad a este film que tiene sus méritos por derecho propio. La historia comienza en la New Orleans post Katrina. Una ciudad arrasada, casi en ruinas. Y aunque la película no hace tanto hincapié en la situación de la ciudad, sí utiliza este deprimente escenario como fondo de su relato. McDonagh, al igual que la ciudad, está bastante deshecho. Tolerando una lesión de espalda que le obliga a tomar calmantes de por vida, y que le hace caminar ligeramente torcido, se comprometerá primero de manera casi personal con la investigación, hasta que las caóticas circunstancias de su vida privada vayan desviando su camino cada vez más. Debo aclarar que Bad lieutenant es una película bastante extraña, con un estilo muy personal. Su director es Werner Herzog, casi mítico realizador alemán reconocido, entre otras cosas, por sus filmes con Klaus Kinski, actor que estaba mucho más chiflado que Cage. La peli, que podría definirse como un drama policial, por momentos se convierte en una comedia muy oscura, y que requiere de un sentido del humor particular para ser disfrutada. Especialmente cómicas son las formas en las que Cage trata de hacerse de toda la droga que pase ante sus ojos. O sea, si bien la historia es deprimente y sórdida, la película nunca nos hace sentir tristes con lo visto. Pero no se vale para esto de un humor cool a lo Tarantino. En ese sentido es más bizarra. Y de hecho tiene un par de escenas que simplemente se pueden calificar de "extrañas", como las tomas de las iguanas... Creo que el disfrute de la película va a pasar mucho por la tolerancia que se tenga de Cage, quien aparece prácticamente todo el tiempo. Como dije, es un actor que soporto poco, pero en este caso su estilo de actuación concuerda con el tono del film. Y si bien hay momentos donde se va un poco de mambo, su actuación es intensa y, como señalé, divertida. Pero ojo, hay que bancárselo... También es bueno el aporte de Eva Mendes como su novia, además del colorido reparto. Bad lieutenant es un film inusual, por momentos desconcertante, pero siempre interesante. Y que sirve para recordar que Nicolas Cage, bajo las circunstancias correctas, puede rendir mucho. Ya lo había demostrado en Leaving Las Vegas (1995) y Adaptation (2002). ¿Será sólo cada siete años que el tipo hace cosas interesantes? Bueno, veremos qué hace en el 2016. Entretanto, seguramente hará 4 ó 5 pelis con Michael Bay. Él, como el personaje, también tiene que pagar varias deudas, parece.
Entre todas las comedias románticas insulsas y prefabricadas que vienen de USA, cada tanto, aparecen algunas que marcan la diferencia. Cuando Harry conoció a Sally, Alta Fidelidad y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos son muestras de que se nos puede contar una historia de amor de manera distinta. (500) days of Summer tal vez no esté a la altura de las nombradas, pero es una comedia romántica que se destaca por la originalidad con la que está planteada y narrada. Y si bien su historia central no cuenta nada nuevo, el modo en que disecciona los sinsabores de una relación amorosa y las observaciones que hace sobre sus idas y vueltas la ponen en un plano diferente. Desde el comienzo el film nos aclara que veremos una historia de chico-conoce-chica, pero no una historia de amor. De hecho, es más una historia de sufrimiento que de amor (aunque ambas cosas van de la mano). Tom es un pibe tímido que un día conoce a Summer, la nueva empleada de la empresa de tarjetas en la que trabaja. Primero atraído por la apariencia física, Tom hará todo lo posible por llamar su atención. Cuando finalmente lo logra, descubre que ella es más que una cara bonita y, a pesar de que Summer le advierte desde un principio que no quiere meterse en una relación seria, Tom no podrá evitar engancharse con esta chica que parece ideal para él. Desde allí veremos el devenir de su relación, pero no cronológicamente, sino yendo y viniendo en el transcurso de los 500 días del título. Lo mejor de la película está en ese modo de encarar una historia de manera no lineal, lo que logra hacer más interesante algo que de otra forma tal vez no lo sería tanto. Este recurso permite contraponer de manera original las distintas etapas de la relación, dando lugar a algunas conclusiones valiosas e infrecuentes. Además el film nos muestra el crecimiento de su protagonista masculino, quien deja atrás la incomprensión y el despecho cuando logra hacer un análisis de su propia conducta y descubre que, a veces, sólo vemos lo que queremos ver. Si hay que marcarle a la película una flaqueza es que no vaya mucho más allá de su eficaz narración. O sea, es más interesante el "cómo" que el "qué". Además, por momentos el film da la sensación de creerse más cool y simpático de lo que realmente es (la narración en off no me cerró del todo). Y la utilización de músicos indies o de culto, no sólo en la banda de sonido sino también como referentes de los protagonistas (por ejemplo, The Smiths), a esta altura ya es una especie de lugar común del cine independiente norteamericano. Pero más allá de estas observaciones, hay que concluir que el novedoso enfoque y las situaciones que el film plantea permiten mantener el interés, dejando un saldo más que positivo. Las actuaciones de los protagonistas son irreprochables. Joseph Gordon-Levitt lleva el mayor peso emocional de la trama, ya que su personaje es quien está sentimentalmente más comprometido con la relación. El joven actor (ya un veterano a sus 28 años) transmite con absoluta credibilidad las distintas situaciones emocionales que atraviesa su personaje (alegría, confusión, desazón, aceptación). Zooey Deschanel tiene menos posibilidades de lucirse, mayormente porque el film no está tan interesado en mostrarnos su interior (la perspectiva principal del relato es la de Tom). Pero Deschanel consigue que Summer sea un personaje interesante gracias a su simpatía, su inherente inteligencia y su peculiar carisma. En conclusión, (500) days of Summer es una comedia muy recomendable, en la que el plato que se nos entrega es mucho más sorprendente por su presentación que por sus ingredientes. Pero cuyo gusto se queda con nosotros un buen rato. Tal vez sea un gusto un poco más amargo que el de muchas comedias románticas, pero es más interesante y, en definitiva, realista. Porque aquel que no sepa que el amor es el más agridulce de los platos, que se vaya enterando. Esa es una lección que todos los Tom del mundo ya tenemos bien aprendida.