Cuando el no-cine se disfraza Uno ha bancado, banca y seguirá bancando al cine independiente. Uno siempre ha defendido que aquel que quiere hacer cine, con más o menos presupuesto, con más o menos recursos económicos, debe hacerlo contra viento y marea. Uno ha asistido a festivales de todo tipo, ha visto trabajos realizados con lo mínimo indispensable, con un nivel técnico que muchas veces deja que desear, pero al mismo tiempo con recursos cinematográficos, con ideas, con un espíritu que va mucho más allá del llegar a estrenar en una sala comercial o participar de una muestra. Ahora bien, asistir a Actividad paranormal es entremezclar sensaciones como las mencionadas, pero con el horrendo plus de que se trata de un film de bajo presupuesto que tiene como único mérito a tener en cuenta... que es un film de bajo presupuesto. Porque la historia que nos cuenta (una pareja que cree estar conviviendo con un espíritu que la visita por las noches decide filmar lo que sucece en su habitación mientras duermen) se agota tras más de una hora en la que no sucede absolutamente nada que no sea un ruidito por allí y un sustito (de ellos) por allá. Porque la dirección del amigo Oren Peli se limita a un guión cansino, falto de ideas y al que se le notan tanto la influencia de The Blair Witch Proyect como la total falta de iniciativa para ir minimamente más allá y plantear alguna vuelta de tuerca que, al menos, no nos haga extrañar con tanta pasión el opus de los 90s que sí logró plantar bandera en el género del terror. Quizá haya un bonus aún más temible para esta pobre actividad paranormal, y es el hecho de que se nos haya vendido al film como "el más grande suceso en la historia del cine de terror", algo que de por si suena a fantochada, a grito de feria persa sin mayor sustento que un bonito envoltorio bajo el que se descubre, tras sacar el moño y el papel glacé, la nada misma, a lo sumo un ejercicio propio de un estudiante de cine con varias materias pendientes. Por otro lado, y en vista del rotundo éxito que ha tenido la película en los cines de Estados Unidos (a lo que se le suma una anunciada secuela mainstream para 2012), puede que estemos ante otro de esos fenómenos de marketing que la industria nos ha colado ya muchas veces, un pequeño adefesio (¿no era posible al menos un buen plano entre tanto metraje?) rodeado de cotillón prensero y estrategia pura. Juego de oferta y demanda, que le dicen. El cine, bien gracias. Bonus Track - Cuenta la leyenda que el film, ni bien comenzó a exhibirse de forma limitada en algunos pueblos de Estados Unidos, fue comprado por la Universal para que dejara de proyectarse y así producir una versión con grandes estrellas. También se dice que el público comenzó a pedir que volviera a pasarse en los cines y que así llegó a Los Angeles. Y de allí al mundo. Nos permitimos una duda al respecto, claro está. Bonus Track II: Trailer (¿Alguien cree esta tontería de tanta gente asustándose o realmente se trata de un grupo de aficionados que nunca vio cine de terror?)
Reivindicar la sangre Podemos convenir sin temor al error o a ser acusados de despreciar el género, que el cine de terror no se ha especializado -sobre todo en estos últimos tiempos- en crear atmósferas o climas sin caer en el golpe barato, en el shock de feria. Quizá por eso, la llegada a la pantalla grande de Criatura de la noche es tan significativa, provoca tanto entusiasmo en quienes creemos que el horror filmado es mucho más que la inocuidad de Paranormal Activity o los sacudones de sonido de las producciones del más rancio Hollywood actual. La historia transcurre en un pequeño pueblo sueco, al que una niña (Lina Leandersson) y un hombre mayor llegan para recluirse en un departamento. Los motivos no tardan en aparecer: él sale a cazar comida para la pequeña, un vampiro que nunca dejará la pubertad. Como vecino ella tiene a un niño-problema (Kåre Hedebrant), el centro de los pesares en el colegio, el menor con cara de extraviado que hace honor a su aspecto. Ambos peques se hacen amigos una noche de soledades compartidas junto al edificio, donde cada uno mide a su interlocutor, en un dueto de palabras, silencios y dolores no compartidos. Alcanzan unos minutos para que ambos caigan en que los une un lazo tan invisible como poderoso. El pacto está sellado. Tomas Alfredson eligió la gran novela de John Ajvide Lindqvist y contó nada menos que con el guión adaptado por su propio autor, lo cual le da un extra a un film que elige la formalidad de un camino más cercano a las formas del cine de autor que a las señas del terror made in USA. Hay mucho de cine negro, hay un anclaje en el expresionismo alemán, una mirada que parece heredada de Bergman a la vez que conectada con el nacimiento del subgénero de los vampiros, Nosferatu tal vez, pero apenas como para darnos un indicio de por donde se han izado las banderas, nada más. Hay una profunda tristeza en esta criatura de la noche que con acertada sutileza fue bautizada originalmente "Déjalo entrar", lo cual de por si es una muestra de la acabada marca de autor de su creador y de su padre en fílmico. El derrotero de la niña vampira, salvaje, desesperado, terminal, urgente, ve en ese niño raleado de todo un vehículo del que sin embargo no se aprovecha. La ¿bestia? establece un vínculo de sangre que va más allá de los colmillos, más allá del nexo víctima-victimario; hay aquí amor, y en toda la fatalidad del término, en toda la pobilidad trágica que conlleva la idea de amor entre dos. La estética que le dio Alfredson a su opus escapa a los clisés tanto como a la negación del género. Los primeros minutos nos muestran a ese hombre casi esclavizado por esa no-niña, en busca de un cuerpo al cual desollar cortarle el cuello y extraerle la sangre vital para la sedienta que espera. También tenemos a la criatura en acción, atacando en la oscuridad de la noche. La cámara nos la muestra despojada de todo glamour vampírico; clavando los dientes, escapando y regodeándose tristemente con la nueva sangre pero desde una áspera angustia. Aunque también, claro, hay espacio para el ajusticiamiento en nombre de la amistad. Pero esa es otra parte de la historia. Con más demora de la presumible, a la vez que como broche de un año que, más allá de lo nuevo de Sam Raimi y algún otro título, no tuvo grandes exponentes del horror, Criatura de la noche llega como para marcar territorio en un género que parece entregado a la banalidad de la repetición, la remake y la secuela innecesaria. Quizá dentro de muy poco le toque el turno de la versión yanqui, quizá incluso no puedan destruir la obra original y el resultado hasta sea apreciable. Lo cierto es que este trabajo ya puede considerarse como un clásico contemporáneo, un film que trasciende los géneros y se instala como referencia, más que ninguna otra cosa, de cómo debe tratarse al cine desde el cine. Bonus Track - El director Tomas Alfredson ya está trabajando en los Estados Unidos. El éxito artístico de Let the Right One In (tal su título de estreno en USA) lo llevó a ser contratado para hacerse cargo de lo que será The Danish Girl, película a estrenarse en 2011 y con protagónicos de Nicole Kidman y Gwyneth Paltrow.
Emmerich Park "Buscate un laburo honesto" podría uno decir rápidamente como para resumir lo que se siente después de ver más de dos horas y media de despliegue técnico, posproducción exasperante y todo ese arsenal de explicitación del presupuesto abultado que suele plantearnos el director de las impresentables Godzilla, Independence Day y 10.000 B.C. Ya lo sabemos: Roland Emmerich la tiene larga y le gusta mostrar que es así y que mea más lejos que nadie y que se puede echar ocho polvos sin mosquearse. Los millones que papá Hollywood le da para sus fiestas de FX y maquetas grandilocuentes están ahí en pantalla para que los admiremos y, en el mejor de los casos, aplaudamos. Por eso ya hizo explotar Washington en medio de un ataque extraterrestre, por eso aplastó a toda una ciudad bajo las garras del monstruo importado de Japón, por eso inundó Estados Unidos y aledáneos en su catástrofe anterior. Y por eso acá, para no quedarse corto e ir por más, se ocupa de destrozar el planeta entero. Si la tenemos larga la mostramos, quedó claro. Y para no caer en la obviedad de Youtube, buenas son las distribuidoras internacionales y las pantallas grandes en alta definición. Allí está entonces el efectivo señor Emmerich, contándonos la misma historia de siempre, de familias disfuncionales en medio de una crisis cuasi bíblica (esas cosas que Spielberg contó o bordeó hace décadas con el delicado equilibrio que da estar por encima de la medianía), de decorados que se desmoronan, de narraciones que se desgajan tanto como los rascacielos o las calles que se abren a fuerza de maldiciones legendarias. Quizá todo tenga que ver con que Emmerich y la idea de guión son cuestiones que no se cruzan nunca, que jamás encuentran su punto en común. O quizá sea simplemente la hora de que este señor prolijo, este esteta de la nada más absoluta, ponga un parque temático y se deje de joder.
Almas en pena Hasta aquí, el cine ha retratado de maneras bien diversas la tragedia que vivió la Argentina entre 1976 y 1983, cuando fue gobernada por una sanguinaria dictadura militar. Treinta mil desaparecidos son los silenciosos testigos de esa sangría que anuló a una generación y dejó cicatrices que nunca cerrarán en un pueblo castigado por una historia mayormente marcada por el terrorismo de Estado. En ese marco, animarse a un film de terror que tiene como tema a los desaparecidos, ambientarlo en la década actual y que el encargado sea un realizador español que vino a filmar a la tierra de los hechos, es toda una apuesta valorable. Claro que no siempre las cosas resultan como debieran, o como hubiera sido esperable. La trama nos dice que dos hermanos que llegan a la Argentina desde España para firmar la desconexión de su padre comatoso, emprenden un viaje hacia la Patagonia. Pese a la distensión que supone ese camino emprendido, las cosas se ponen mucho más oscuras a partir del momento en que uno de ellos encuentra escondido un cuaderno con escritos sobre sesiones de tortura y fotos de cuerpos mutilados y heridos hasta la muerte. Además, fantasmas de víctimas de la represión ilegal (y de sus ejecutores) acompañarán y empeorarán el derrotero de los protagonistas, que no tardarán en dar con una verdad que nunca quisieran haber conocido. Paco Cabezas trabajó un tema delicado y sensible con el respeto necesario como para no caer en el folletín político ni tampoco cruzar la frontera de lo bizarro extremo, que si bien bordea al relato de comienzo a fin, está apenas presente, como para clavar un par de señales del género pero sin exagerar su pertenencia. El problema del film es que se basa en guión con baches insalvables, con situaciones resueltas de manera caprichosa (cómo acuerdan desconectar al padre, cómo hallan el cuaderno de notas), y con un planeto formal que nos planta en pantalla a los espíritus sin terminar de haberle dado la vuelta necesaria como para que cierre lo que se nos está contando. Es aquí donde la buena voluntad del realizador, evidentemente deseoso de contar un cuento con contenido histórico no alcanzado por la pasteurización, termina por disolverse en medio de escenas que o terminan de cuajar en la narración general. En cuanto al cast, más que destacado lo del local (y ex- Cha Cha Cha) Pablo Cedrón, como el miserable represor, ajustado a su papel dentro de lo que le permitió el guión. El resto acompaña y hace lo suyo con la mínima solvencia necesaria. Es de esperar que el cine vuelva a animarse a cruzar el género con una cuestión de peso como la que tomó Cabezas para su film. Aunque con más fortuna en los resultados, claro está.