No es lo mejor del director de la excelente Gotas que caen sobre rocas calientes y la casi perfecta 8 Mujeres, pero bien vale como muestra de un cine que busca la diferenciación desde el toque onírico, desde la originalidad bien entendida. Ricky remite de manera inevitable al clásico kitsch de 1978 Tobi, el niño con alas, porque sí, porque aquí hay un niño con alas, hijo de una pareja formada por una mujer que vive sola con su hija, y un compañero de trabajo (el siempre correcto Sergi López) que no parece estar del todo convencido con su vocación de sostener una pareja. Pero la vuelta de tuerca tiene que ver con que no se trata de un ángel, sino de un bebé con alas de ave. No hay explicaciones científicas sobre el fenónemo (imaginate lo que hubiera sido esto en manos de Hollywood) pero sí una exploración sobre los efectos en la familia del niñito. El film es liviano, sin mayor profundidad sobre la psiquis de los personajes ni momentos de alto vuelo (con perdón de la obviedad), pero el todo termina conformando una película que quizá no supere la calificación de "agradable", pero que al menos evita el papelón, en medio de un tema que bien podría haber derrapado a poco de comenzar.
El aclamado film de Haneke que, pese a ser la favorita, se fue con la manos vacías del Oscar 2010, es no sólo una gloriosa entrada más en la filmografía del realizador de Funny Games y Caché, sino acaso su obra maestra. Situada en tiempos apenas anteriores a la primera Guerra Mundial, La Cinta Blanca narra los cada vez menos espaciados exabruptos de violencia en un pequeño pueblo donde todos desconfían de sus vecinos, y actúan ya sea por temor a represalias o por puro odio y venganza. Haneke hace de éste un nuevo ensayo sobre la violencia, y la retrata de manera seca, fría y contundente: los golpes físicos duelen casi tanto como las agresiones verbales entre sus protagonistas. El narrador en off, quien recuerda todo lo que el espectador ve en la pantalla grande, advierte desde un principio: "no sé si lo que aquí cuento realmente sucedió así, pero en todo caso quizás pueda explicar mucho de la historia de este país". Si no la explica, pega en el palo.
De terror Hay pocas cosas tan imperdonables dentro del cine de terror -y mucho más cuando se mezcla con el género del suspenso- como el hecho de que un relato comience mintiéndonos. Avalemos el truco hitchcockiano de que las cosas no sean lo que parecen, de que lo que supone ser la puerta correcta es en verdad una ventana fatal. Pero el engaño solapado y disfrazado de vuelta de tuerca, no. No. Feo, caca. La cupla creativa Christian Alvart & Ray Wright, en Caso 39 lo que hace es mentirnos descaradamente con una trama que, para colmo de males, tiene un comienzo brillante, unos primeros diez minutos que parecen la puerta de entrada a un pequeño clásico de época. El relato nos muestra a una asistente social (Renée Zellweger) que en un dia de trabajo da con el caso de una niña que parece sufrir mucho, demasiado, en manos de unos padres que hablan sobre ella en secreto, a escondidas y que, horror, elucubran nada menos que el asesinato de la menor. Pero allí está ella, la ex Bridget Jones, a cargo de la misión divina de hacer el bien, de rescatar a la púber y de terminar con la maldad existente sobre el planeta tierra. O más o menos eso, según lo que se deduce de la pasión que pone en su labor. El film, tal lo antedicho, maniquea al espectador con malas artes, y aquí el peor de los pecados cinematográficos que pueden cometerse, ya que, supongamos por un instante, está muy bien jugar con la buena fe de los demás, pero siempre y cuando el resultado, al menos, alcance como para que al salir del cine la sensación de bronca por haber sido manipulados se vea compensada con haber asistido a un trabajo de guión y dirección mínimanente decentes. Algo que, por si es necesario aclarar y recordando antecedentes temibles como el de Godsend, no sucede en este fallido opus de terror agarrado con las uñas de una sola idea y sin mayor desarrollo que el de ajustar la tuerca hasta lo indecible. Chicos, repasen la lección y vuelvan en marzo.
Tetsuo Lumiere es ya un director de culto. Con un solo largometraje previo y una perseverancia militante en el complejo entramado del cine argentino, el hombre llegó a la competencia oficial del festival de Mar del Plata con un trabajo prolijo y uniforme. TL-2 (Tetsuo Lumiere 2, por si hace falta aclarar) relata el derrotero casi autobiográfico de su alterego, quien busca productores para una película que parece nunca poder ser terminada. El film es, entre otras cosas, la constatación de que su director es quien mejor maneja los códigos, pelos y señales del cine mudo dentro de las fronteras argentinas. La película es en si apócrifamente documental, aunque incluye momentos de ficción al viejo estilo, con los fotogramas por segundo necesarios como para aplicar dentro del formato silente y con un estilo que recala con plena certeza en la slapstick del enorme Buster Keaton. Por otro lado, el bienvenido delirio general de la puesta, sumado a la brillantez de gran parte de los gags y la exactitud del homenaje retro conforman un trabajo imperdible para cualquier cinéfilo atento a los guiños. Y cuidado con el Tetsuo intérprete, todo un hallazgo hasta ahora no del todo explorado.
La república de Tim, para todo público Más allá de cualquier crítica que pueda hacérsele al cine de Tim Burton, sería ridículo negar que se trata de un autor, de un hombre del cine que pone su firma a cada proyecto, quizá uno de los últimos artistas en serio dentro de la maquinaria de Hollywood, tan afecta y entregada a la uniformación, a la fórmula. En ese contexto, Burton, lider de la otredad, llega con un trabajo que lo asocia a un público que hasta ahora rozó, pero sin dedicarle su mundo de oscuridad freak como lo hace en Alice in Wonderland. El film, basado con respeto pero a la vez con personalidad y cosmogonía propia en el texto de Lewis Carroll, es un recorrido por túneles de perdición y demencia, a la vez que coloridos y levemente kitsch. La historia nos muestra a una Alicia de 19 años (Mia Wasikowska) que al escapar de un compromiso sentimental no querido cae en un túnel que la traslada a un universo alucinógeno, de cuento fantástico bizarro. Allí, en ese agujero nada virtual conoce a un seleccionado de personajes freaks, empezando por el sombrerero (Johnny Depp), aliado de la Reina Blanca (Anne Hathaway), quien fue despojada de su poder por su infame hermana, la Reina Roja (impecable, maravillosa Helena Bonham Carter). En medio de esa lucha de poder, la joven aventurera toma partido rápidamente por la desplazada, aunque su relación con el entorno de ese país de las maravillas del título muta una y otra vez hacia un contexto más bien pesadillezco, ácido y a la vez amargo y oscuro. Burton contó para su pequeña épica lisérgica nada menos que con el diseñador de producción de Avatar, Robert Stromberg, asimismo encargado de efectos visuales de films como Shutter Island, 2012 y Piratas del caribe, entre otros. El mundo creado para darle contexto a la aventura de Alicia es formidable, sirve como apoyatura para una aventura que, en términos formales, no es una gran apuesta narrativa, pero que tiene sus elementos bien seleccionados y tratados como para satisfacer al público infantil, al que sin dudas está dirigido. ¿Lo mejor? La reventada Reina Roja de Helena Bonham Carter, desplegando su histrionismo y las características de un personaje bizarro y temible, siempre dentro del marco de un film apto para todo público. Y claro, el bueno de Johnny Depp, siempre al borde del desacato actoral, del cachetazo de exceso gestual, pero siempre también dentro de su marco de expresividad infinita. ¿Lo peor? La forma en que se desaprovecharon las bondades del 3D, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una producción pensada también para explotar lo que parece ser el recurso visual top de esta nueva década del ´10. Bonus Track: -¿Sería exagerado pensar que el año próximo este opus de Burton podría ser una de las estrellas de la entrega de los Oscars? Lo merecería en varios rubros técnicos, empezando por FX y continuando por Diseño de Vestuario, por ejemplo.
Tetsuo Lumiere es ya un director de culto. Con un solo largometraje previo y una perseverancia militante en el complejo entramado del cine argentino, el hombre llegó a la competencia oficial del festival de Mar del Plata con un trabajo prolijo y uniforme. TL-2 (Tetsuo Lumiere 2, por si hace falta aclarar) relata el derrotero casi autobiográfico de su alterego, quien busca productores para una película que parece nunca poder ser terminada. El film es, entre otras cosas, la constatación de que su director es quien mejor maneja los códigos, pelos y señales del cine mudo dentro de las fronteras argentinas. La película es en si apócrifamente documental, aunque incluye momentos de ficción al viejo estilo, con los fotogramas por segundo necesarios como para aplicar dentro del formato silente y con un estilo que recala con plena certeza en la slapstick del enorme Buster Keaton. Por otro lado, el bienvenido delirio general de la puesta, sumado a la brillantez de gran parte de los gags y la exactitud del homenaje retro conforman un trabajo imperdible para cualquier cinéfilo atento a los guiños. Y cuidado con el Tetsuo intérprete, todo un hallazgo hasta ahora no del todo explorado.
La apuesta mexicana dentro de la competencia internacional es una comedia negra, que dispara contra la mirada religiosa, casi exclusivamente con el foco en el judaismo, lo cual desde el vamos la convierte en incorrecta, algo ni bueno ni malo, pero que suma, sobre todo en el marco de un festival que se realiza en el país con mayor población judía en toda América Latina. Porque el personaje central de la historia, la señora Nora, se ha clavado un mix de pastillas y alcohol, con el consecuente paso a la inmortalidad que ello supone. Pero dejò todo programado, a saber: un pedido de comida kosher que recala en la casa de su ex marido (quien vive frente a ella) y notas de todo tipo para que la mucama prepare la cena de Pesaj. El problema llega cuando un rabino se anoticia de que Nora se quitò la vida y a pocas horas de la festividad religiosa, lo cual compone un combo de problemas; el principal, que deberán velar el cuerpo durante unos cinco dìas. Su no-viudo (gran labor de Fernando Luján), acérrimo enemigo de la ortodoxia, embarra un poco más la cancha y busca alterar todo lo que la mujer había programado: cambia las notitas para la mucama, pide pizza con chorizo para convidar a los presentes, y contrata a una funeraria católica que envía un féretro en forma de cruz, entre otros boicots. Con este punto de partida que anuncia problemas durante lo que resta del metraje, Mariana Chenillo armó un relato que pese a transcurrir casi íntegramente en un departamento, no pierde en dinamismo, siempre con el aguijón de este hombre que desnuda cuentas pendientes (y bien terrenales). El film logra incomodar en un comienzo, desde el modo bienpensante, debido a su mirada crítica respecto de una minoría. Sin embargo, y para todo aquel que piense en la industria religiosa como una farsa o, en el mejor de los casos, como una calesita de falacias anquilosadas en el inconsciente colectivo, sin dudas disfrutará los proyectiles que el guerrero nihilista que compone Luján dispara a diestra y siniestra. No hay mucho más, sin embargo. Un trabajo formalmente correcto, áspero y llevadero a la vez, un film al que quizá le quedan grandes algunos premios que ha logrado (entre ellos el de este mismo festival) pero que no por eso deja de ser una buena opción del cine mexicano.
Un inspector a las trompadas Ya sabíamos con quien contábamos para lo que implicaba el riesgo de trasladar al cine en versión taquillera y superpresupuestada uno de los más grandes personajes de la literatura. El hombre venia de la pobretona RocknRolla y de esa imposible ¿comedia? con su ahora-ex-Madonna. La apuesta tenía algo de riesgo, pero podríamos decir que este buen Guy cruzó la barrera con el tren a punto de aplastarlo y sobrevivió al intento. Sherlock Holmes es una aventura posmo, un ejercicio de delirio mainstream bien jugado y aceitado, apto para todo público a la vez que con guiños adultos y un elenco que hace honor a lo que merecía el proyecto. La historia nos muestra al célebre personaje de Arthur Conan Doyle en plena forma física, trompeando por dinero y haciendo gala de un despliegue de violencia que no se le imaginaba en los textos de su autor. Por otro lado, tanto Sherlock (Robert Downey Jr.) como su ayudante (y salvador de papas profesional) Dr. John Watson (Jude Law) se ven aquí involucrados en la investigación de un caso extraño, con tintes presuntamente paranormales y que tienen que ver con un maléfico caballero oscuro, Lord Blackwood, quien se supone ha regresado del más allá tras ser condenado a la horca por sus horrendas tropelías. El relato que nos planta Ritchie sigue la línea estética de lo que viene haciendo desde su debut, a fines de los ´90s, con Lock, Stock and Two Smoking Barrels y, sobre todo, con ese opus que sigue siendo lo mejor de su carrera, Snatch. Un montaje ágil y por momentos desenfrenado, personajes siempre listos para correr, saltar y enfrentarse con quien se les anime, y un guión que si bien no es todo lo ajustado que debería ser en honor a quien inspiró y dio oportunidad a semejante negocio cinematográfico. En cuanto al cast, tal como podía preverse, lo de Downey Jr. es más que correcto, al igual que lo emprendido por Jude Law, con ese perfil de caballero inglés que sostiene durante toda la película. Desde el lado del mal, Mark Strong (Body of Lies, RocknRolla) hace de su satánico personaje un malo de los muy malos, seguro candidato a Villano del Año en la encuesta 2010 de ZonaFreak. Sin temor al error o a la negligencia cinéfila, digamos que esta llegada del señor Holmes al cine ha sido aceptable, plasmada por alguien que si le tocara una remake de Casablanca haría más o menos lo mismo en términos visuales, que maneja bien sus propios códigos y parece muy cómodo en continuar por esa línea. No es demasiado, pero le alcanza como para logar cierto estándar de decencia y ubicarse en un saludable promedio de cine clase A.
Para quien escribe, la mención de un film sobre Woodstock dirigido por el hombre que pasó por todos los géneros haciendo las cosas bien, era suficiente garantía. En ese sentido, Taking Woodstock es todo eso y, además, aprovecha para ser una de las grandes películas que la cultura rock tiene para autocelebrarse. El viejo Lee eligió contarnos una historia sobre el más grande recital de todos los tiempos pero dejando para el fuera de campo lo estrictamente musical. No hay concierto explícito en su film, apenas un lejano sonido de músicos en acción. El relato se centra en lo hecho por la cream del show, desde su parte empresarial hasta, y puntualmente, el joven que aquejado por las deudas familiares y su necesidad de producir un espacio para la cultura, ofrece los terrenos de su pueblo para que el show pueda continuar, o al menos dar inicio. Tenemos aquí, además de un relato impecable, múltiples referencias a la cultura pop(ular) de los 60s, con el campo de batalla listo para el inevitable enfrentamiento entre sexo, droga, rock and roll y el combo tradición, familia, propiedad. Y por una vez, al menos allá lejos y hace tiempo, ganaron los buenos. Como ganó el tío Ang, con su mirada nacida en Oriente pero nativa por opción en tierras yanquis. El ojo avispado y la cabeza todo lo lúcida como para que la fiesta nos haga sentir, al menos durante dos horas, que las cosas pueden ser (o podrían haber sido) mucho mejores.
El cuchillo bajo el agua Como olvidar esa épica secuencia final con el Dr. Samuel Loomis (Donald Pleasence) inmolándose y haciendo volar el hospital en el que Michael Myers y Laurie Strode habían transitado la más digna secuela del clásico de John Carpenter. Con esa última imagen como referencia casi obligada, pero con la ventaja de haber comenzado de nuevo y pudiendo dejar atrás todo lo recorrido, Rob Zombie propone una Halloween II que ya no es remake, sino secuela de su punto de vista sobre la saga. Es decir, otra película con el mismo título pero con vida propia, borrón y cuenta nueva. Y ahí está el problema. Porque Zombie, que ya en 1000 Corpses demostró que sabe manejar la estética del género del terror e imprimirle cierto vértigo posmoderno y crueldad para consumo masivo, optó por una mirada que mezcla dosificadas y certeras cuotas de ultraviolencia con escenas que parecen salidas de un cuento de hadas bizarro y rematadamente tontuelo. El relato da inicio en los momentos inmediatamente posteriores a donde finalizó el film anterior, con el retardado Michael saliendo de la ambulancia que llevaba su supuesto cadáver a la morgue. Un mar de asesinatos sanguinarios y el muchachote de más de dos metros llega a su pueblo natal. Pero hay un componente extra, fantasmagórico, una realidad paralela que transcurre en la perturbada mente de nuestro personaje excluyente y que tiene que ver con su madre muerta y con él mismo, como el fantasma de su niñez. Además, claro, tenemos a Laurie en versión Scout Taylor-Compton, perseguida y traumatizada por una revelación que no depara sorpresa alguna para quienes conocemos la saga original. El film presenta buenas secuencias de terror slasher, de violencia cruda, las cuales, por las malas artes de una vuelta de tuerca indefendible, el amigo Rob Zombie las transforma en el breve nexo entre esperpénticas apariciones con visos paranormales y un caballo blanco como metáfora berreta. Otra que Eliseo Subiela. Por otro lado, lo peor del asunto llega con el final, remanido y de obvia puerta abierta a una continuación, además de que incluye la ruptura de la magia que implica el desenmascarar a un villano que guarda(ba) su mayor atractivo, precisamente, en el anonimato y el misterio de su rostro insondable. Bonus Track -La participación de Malcom McDowell como el psiquiatra Loomis le suma al film, más allá de lo sobreimpreso de su perfil freak. Hasta resulta una forma simpática de guiño a su torturado e icónico papel en Clockwork Orange, donde era maltratado, precisamente, por esta rama de la medicina. -Rob Zombie ya está trabajando en otra secuela de la saga, pero en formato 3-D, con miras a ser estrenada en 2011.