¡Qué viva el género! La cuarta proposición sobre el género afirma lo siguiente: "La vida social del género supone la vigencia de fenómenos metadiscursivos permanentes y contemporáneos". Difícilmente los directores de este filme, Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, hayan leído alguna vez a Oscar Steimberg. Pero de lo que sí estamos seguros es que conocen bien el significado de ese concepto ya que Heredero del Diablo (Devil's Due, 2014) responde a todas las reglas de ese siempre tentador catálogo de recursos estructurales que nos acompañan desde hace años. "Ya le dije que yo no lo hice", son las primeras palabras de un tal Zach McCall (Zach Gilford), un hombre conmocionado, dolorido y que parece haber salido de un enfrentamiento armado, mientras responde preguntas a los policías promediando las 3 de la mañana, la hora preferida por el Diablo y todos sus colaboradores al momento de realizar sus maléficas acciones. Lo esencial entonces a partir de ese momento será saber qué fue lo que Zach dice no haber hecho. El título mismo de la película no nos deja mucho para imaginar. Pero no hay que rendirse, el camino que deciden emprender los directores para contar la historia no es para nada despreciable. Y si tenemos en cuenta su trabajo anterior en Las Crónicas del Miedo (V/H/S, 2012), no podemos hacer otra cosa que darles crédito nuevamente.
Morir de a poco. ¿Qué puede resultar más triste que transitar el camino de la existencia sin que absolutamente nada motive su permanencia en él? Tantas cosas pueden suceder en tan poco tiempo. El dolor que significa la pérdida de ese amor que alguna vez se creyó eterno, deja al ser a merced de su mera existencia. El amor es una pasión triste, motor de un alma que busca el eterno momento de la felicidad. Morir por etapas. Marchitarse estando vivo. La Ley del más Fuerte (Out of the Furnace, 2013) es un muy buen intento narrativo en pos de analizar estos tópicos. El film trata de describir lo que sucede cuando el hombre cae en la peor de las pobrezas: la falta de perspectiva, de afecto y comprensión. Scott Cooper, director del filme, elige contarnos esta historia a través de la estrecha y especial relación de dos hermanos: Russell (Christian Bale) y Rodney Baze (Casey Affleck), cada uno con una personalidad bien marcada y distinta del otro. Russell, el hermano mayor, es quien acepta su destino de vida. Ocupa sus días trabajando en una tradicional fábrica del lugar, a punto de quebrar, y disfrutando del inconmensurable amor de su pareja. Rodney, por su parte, es el menor de la familia, recién llegado de combatir en Irak, molesto por su presente. Hace unos años perdieron a su madre y hoy su padre está en su lecho de muerte. El amor, vínculo resistente que los mantuvo unidos hasta el momento, está representado fuertemente en Russell, él es noble y fraternal. Rodney, insensibilizado por lo que le tocó vivir durante la guerra, no percibe este sentimiento de igual forma aunque ama a su hermano y lo acompaña en el camino.
Una banda de hermanos. En este bendito sector del continente americano nos encantan este tipo de películas. La utilización del verbo encantar no es casual ni caprichosa. Naturalmente tiene un sentido, o tal vez varios: social, político y dramático. Afecta susceptibilidades, altera valores y hace resurgir emociones y sentimientos que siempre están allí, a punto de emerger. Sólo falta esa chispa que haga encender la mecha para que la moral, la ética y la exageración de los nacionalismos y anti imperialismos aparezcan en cada discurso y texto. ¿Peter Berg pensó en elló? Inocente sabemos que no es. Conoce la fuerza de las industrias culturales. Pero creo que también busca distanciarse de la propaganda barata, clásica y repetitiva. Lone Survivor nos cuenta una historia más allá de la guerra. Rescata temas que salen de la órbita de este conflicto. Y no hace falta ser un historiador ni tampoco un ciudadano muy informado (o completamente desinformado) para que el Director logre que los efectos de esta película hagan ruido en el espíritu. Entonces hay básicamente dos opciones. La primera es ver la cinta sabiendo (o suponiendo) de antemano todo lo que te vas a encontrar, haciendo gala de tu conocimiento del cine “yankee” y creyendo que a esta altura ya nada te afecta ni sorprende. Por lo tanto los estereotipos aparecen con facilidad: los americanos son una verdadera fraternidad que luchan por un ideal y el enemigo es malvado y cruel, sin ningún tipo de misericordia, que busca inevitablemente su destrucción (o la del enemigo) como único e irrevocable destino; el inmenso y desgarrador dolor que se produce en las filas norteamericanas ante la pérdida de un compañero/ amigo/ hermano contra una simple baja más en el bando opuesto que no se llora ni lamenta. La bandera de USA flameando siempre, aunque a veces con sangre, contra un adversario que parece no tener nación ni ideal alguno, sólo quiere poder y matar. Si creés que la vida, o tus estudios, han desarrollado en vos la capacidad de identificar siempre con cierta facilidad estos ítems entonces la película no va a mover mucho en tu interior y rápidamente irá al olvido.
¿Amor después del amor? Te volvés a encontrar veinte años después. Es mucho tiempo, vos cambiaste, ya no sos igual. Has experimentado diversas situaciones y conocido a muchas otras personas. Pero ha vuelto y, si bien observás y evaluás con cierta desconfianza, sabés bien que tarde o temprano aquello que alguna vez fue, hoy podría volver a ser. No, no es la descripción de un reencuentro con tu primer gran amor, sino del regreso de Alex Murphy, de RoboCop. Para los más jóvenes ver a un ciberpolicía en las carteleras puede resultar toda una novedad. Pero para aquellos que en su momento disfrutaron del original, una remake significa mucho más: es todo un desafío. Este RoboCop es bien distinto por sus pequeñas diferencias. Los ejes temáticos varían lo suficiente para modificar la premisa motor de la historia: la violencia, la sangre y la delincuencia ya no son el núcleo de esta nueva versión del director José Padilha. En esta oportunidad el elemento humano por sobre la técnica, los valores como el amor, la ética y la responsabilidad, acompañados por la dicotomía política-empresa, son los tópicos que se ponen en primer plano durante toda la obra. El color negro con el que Omnicorp decide “pintar” al protagonista, en lugar del tradicional plateado, lleva consigo gran parte del devenir de la trama. En el año 2028 los robots controlan la seguridad en el mundo y han logrado sorprendentes resultados, ganando incluso guerras contra el “terrorismo”. Así lo muestra la primera secuencia de la película. Raymond Sellars (Michael Keaton), CEO de la firma, busca convencer a la opinión pública y -en especial- al poder político de que Estados Unidos necesita vigilancia robótica, algo prohibido por esos días. Así las cosas y en pos de imponer sus criterios, surge el proyecto RoboCop de mano del doctor Robert Norton (Gary Oldman). Por supuesto que el atentado ocasional contra Alex Murphy (Joel Kinnaman) lo hace encuadrar perfectamente con el perfil buscado. Para conseguir una rápida aprobación del público, una estratégica decisión de marketing pinta al héroe completamente de oscuro. ¿Un gran golpe al orgullo de los seguidores de la exitosa saga iniciada por Paul Verhoeven? Definitivamente… Todo entra en una zona confusa y problemática para Omnicorp cuando descubren que, por detrás del esqueleto metálico, Alex conserva su naturaleza humana intacta. La primera media hora atrapa y promete. Pero luego la historia cae en vacíos narrativos, pierde movimiento e interés. Estas situaciones son subsanadas por dos factores. Primero, la excelente interpretación de Gary Oldman, luchando contra situaciones que lo colocan en contradicción con su ética profesional y a su vez siendo inevitable cómplice de Omnicorp. Segundo, el rol de los medios, simbolizados en las picarescas apariciones del excéntrico Pat Novak (Samuel L. Jackson), personaje que intenta -en buena forma y con dosis de humor- guiar al espectador a través de otro de los conflictos presentes en la trama: el sector empresario en oposición al poder político. Esta reencarnación de RoboCop, luego de 21 años de su última aparición en salas cinematográficas, era un proyecto riesgoso y podría haber caído en la indiferencia. Pero también tenía mucho para ganar: un par de generaciones que saben poco y nada del personaje central. Precisamente con esta poderosa carta juega el director José Padilha, la cual nos sirve para comprender determinadas diferencias para con la versión de Verhoeven: de género (drama pausado en vez de acción violenta), en detalles del diseño de producción (una moto en lugar de un auto de policía), y en personajes (la ausencia más notable es la de Anne Lewis, compañera de trabajo del cyborg durante toda la saga). El sorpresivo final deja la esperanza de que en una próxima entrega los fanáticos de la franquicia puedan sentirse más cómplices con la propuesta en cuestión…