El poder de la moda, o cómo coser géneros con estilo Por Delfina Moreno Della Cecca El poder de la moda (The Dressmaker, 2015) es una historia sobre alegrías y tristezas, sobre pérdidas y encuentros, sobre una madre y su hija. Pero por sobre todo, es una historia sobre venganza, y en este caso, no es solamente un plato que se sirve frío, sino también adornado de satén, seda, plumas y lentejuelas.
NINGUN PIBE NACE CHORRO… PERO TODOS MUEREN COMO TAL El propósito de este documental de Andrea Testa es desintegrar la expresión que da título al film. Es un objetivo loable, y también uno complicado: como sociedad, estamos atravesados por el prejuicio y la incomprensión de situaciones que no hemos vivido. Sin embargo, por más ardua que parezca la tarea, vale la pena. La directora se vale de planos en donde la relación figura-fondo determina la pertenencia a una clase social: el rostro, en un primer plano desenfocado, opina sobre la inseguridad o la imputabilidad de menores de dieciséis años; mientras tanto, el fondo avisa con quién estamos hablando: una plaza de Recoleta para las “personas bien”, la transitada peatonal de Suipacha para un “pibe chorro”. Es curioso ver la distinción que hace cada uno respecto de la inseguridad: un señor aclara que no es una sensación, que es algo real que le acontece a mucha gente; una señora culpa a la sociedad, pero admite que deberíamos construir más prisiones y permitir el encarcelamiento de menores para que puedan “rehabilitarse” (a pesar de que confiesa que nunca entró a una cárcel ni sabe cómo es la vida allí). El pibe chorro, sin embargo, es quien da en la tecla: la inseguridad no viene sola, ni viene de quien te roba, sino que nace desde la necesidad, y la única forma de combatirla es promoviendo trabajos, educación y una sensación real de pertenencia a esta nación. Pibe chorro también reflexiona acerca del sistema penal y sus significados intrínsecos: penal viene del griego poena, que literalmente significa pena en tanto dolor, en tanto castigo; no resocializa, no cura y sólo genera estigmatización. Quienes logran hacer algo más con sus vidas -especialmente desde lo educativo-, tienen éxito a pesar de la cárcel. El documental además habla sobre los pobladores de esos espacios: siempre responden a un estereotipo que pertenece a una cierta clase social. Siempre son “chorros” o “villeros”… aquellos pibes que milagrosamente llegaron a la adultez. El film se permite asimismo deliberar sobre los derechos humanos con imágenes muy poderosas, algunas registradas a partir de nuevos métodos de filmación, lo que le otorga un aire fresco y novedoso a la narración: cámara en mano, los mismos pibes cuentan sus propias experiencias de vida. Un dron nos muestra que, si bien el Muro de Berlín cayó, todavía hay otros muros que nos separan más que nunca: de un lado, la villa, del otro, el country. Un celular desde un balcón registra -con un nivel de tensión increíble generado a partir del uso del slow motion- el linchamiento de un pibe chorro por parte de los vecinos del barrio. Es muy fácil patear a alguien cuando está caído. Y caídos están. “Lo hemos hecho siempre”, dice Mecha Martínez, refiriéndose a la lucha por vivir con dignidad, a pesar de los prejuicios, los estereotipos, la economía, el capitalismo. Porque los pibes chorros y los pobres lo han sido por generaciones. La pregunta es: ¿cómo haremos nosotros para ayudarlos a levantarse? O mejor aún: ¿qué haremos, como una sociedad toda y no como clases sociales, para levantarnos?
LA SOLEDAD COMO COMPAÑIA No hay una traducción literal para lo que significa “il solengo”. Los ancianos que narran este documental explican, una y otra vez, que el apodo le calza como anillo al dedo a Mario de la Marcella: fue un ermitaño, un solitario, un extraño, un excluido. Sin embargo, esta película no es solamente un documental respecto a un recluido social, sino también un film sobre cómo se construyen los mitos y las leyendas: a partir de rumores. La película está estructurada a partir de las historias de diferentes ancianos de un pequeño pueblo de Italia que conocían a Mario: las distintas versiones respecto de sus orígenes -que nació en la cárcel porque su madre, cansada de maltratos, mató al marido, o quizás fue el padre de ella, o puede que Mario fuera un niño pequeño cuando esto sucedió, etcétera- se repiten a la hora de hablar sobre su vida. Sin embargo, nadie habla de su muerte, y a pesar de que no parecen haberle tenido mucha simpatía, los relatos tienden a tener un tinte apologético. Todos aclaran: “o al menos eso fue lo que se decía”. En este sentido, la narrativa del film está fuertemente conectada a la tradición oral del relato. Es en el acto de contar que los hechos y el folklore se convierten en una mezcla indistinguible. El documental también imprime poderosas imágenes. Es lo que no muestran Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis -los directores, en estrecha colaboración con la fotografía de Simone d’Arcangelo- lo que acumula un poder sugestivo. Mario nunca se materializa, su voz nunca es escuchada -al contrario que la opinión ajena sobre él- y, sin embargo, su ausencia es la constructora del mito y la leyenda sobre quién fue. Su vida se ha convertido en una investigación de índole antropológica que se repetirá cuando cualquiera de los entrevistados fallezca: la narración de sus vidas volverá a tomar proporciones míticas, tal como sucedió con Mario. Debido a la naturaleza incierta de su llegada a esta vida, puede decirse que nació, creció y vivió rodeado de rumores. Su madre, de quien se decía que era una bruja -o al menos, que estaba un poco loca-, le dijo que no confíe en nadie y que hablar traía mala suerte. Esto es algo que todos saben porque se cansó de repetirlo a quien la escuchara, y quizás haya sido esa la razón por la que Mario detestaba la compañía de otras personas, y tuviera exabruptos violentos cuando se le hablaba. El documental se detiene en la vida que llevan los lugareños y en las dificultades a las que se enfrentaba Mario debido a su impuesta condición de ermitaño: vivía en una cueva y fabricaba sus propios muebles y herramientas para sobrevivir. La misma pregunta se mantiene a lo largo de la película: ¿por qué eligió ese modo de vida? Muchos aventuran una respuesta (“lo que pasó con su madre lo dejó mal de la cabeza”, “era un salvaje”, “estaba loco”), pero pocos probablemente hayan acertado. El film muestra la cueva de Mario como un refugio, un lugar de seguridad. En el caso de Mario, puede que su reclusión haya sido un modo de supervivencia, una forma de alejarse de los comentarios y rumores que rodearon siempre su existencia. La cueva ya no sería ese lugar del que hay que salir, sino un espacio seguro donde resguardarse de las sombras que arroja el mundo exterior de los hombres. En definitiva, nunca sabremos la verdad aunque Mario se levantara de entre los muertos para explicárnosla: los humanos no podemos entender realidades que no hemos vivido. Podemos tener empatía con ellas, pero no terminar de comprenderlas. Porque, en palabras de uno de los ancianos, no podemos saberlo todo.
Un poco de amor francés Por Delfina Moreno Della Cecca Dos mujeres representan pasado y futuro. Otra mujer oscila entre ellas. ¿Podrá encontrar su propio camino? La belle saison significa verano en francés, esa estación que para muchos actúa como una bisagra entre un año y otro, aunque no tan literalmente para quienes viven en el hemisferio norte; de alguna manera u otra, el verano implica darle pausa a la vida, ya sea para vacacionar o para reflexionar. El verano suele ser tiempo de revelaciones, curioso título para esta película de Catherine Corsini, que ya adelanta un poco sobre las vicisitudes de la trama y de sus dos protagonistas.
BAJANDO UN CAMBIO Ingresamos al film como se ingresa a la salina: mediante un viaje pacientemente filmado dentro de un vehículo. El inicio de esta película no tiene diálogos, y no los necesita: quien habla es el paisaje, más específicamente, la salina alrededor de la cual gira la historia. Cáncer de máquina es un documental que narra las vivencias de un grupo de personas que viven y/o trabajan en la salina, pero no solamente eso: también relata el increíble panorama y las máquinas que interrumpen la armonía de la naturaleza, en una sucesión de planos psicodélicos que bien podrían haber salido de la última Mad Max, pero que sin embargo son made in Argentina. Las máquinas, con todo el poderío que les otorga el combustible y los hombres que las manejan, son además animales heridos por la implacable salina: la sal es para el metal, lo que el cáncer al cristiano. Los directores José Binetti y Alejandro Cohen Arazi se detienen frecuentemente en imágenes imperceptibles al ojo humano si no es a través de una cámara; desde planos abiertos que intentan abarcarlo todo hasta los más ínfimos detalles de los insectos que se pasean por los granos de sal. En el medio también se suceden entrevistas con los pocos habitantes de la salina, otrora una oportunidad laboral y educativa para sus trabajadores, y ahora solamente un dejo de aquella gloria que supo ostentar en otras épocas, algo que los entrevistados recuerdan en una mezcla de nostalgia y enojo. Porque los medios de transporte mejoraron, dicen, y por eso la gente se ha ido a otros pueblos y otras ciudades, dejando a un puñado de familias atrás que se las ingenian para socializar y no perder la cordura entre tanto páramo solitario. Ellos heredaron el trabajo en la salina y hacen lo imposible para salir adelante. Quizás el mayor desacierto del film es detenerse demasiado en las escenas cotidianas de los pocos habitantes de la salina o en el ciclo repetitivo de la naturaleza. O quizás simplemente es un problema del espectador, acostumbrado al trajín de las grandes ciudades o de estos tiempos de multitasking y redes sociales, que necesita que las cosas pasen ahora y ya. Lo que sí puedo asegurar es que es una película a la cual no se le puede ser indiferente.