Uno de los mayores éxitos de cine terror de los últimos años vuelve con su secuela, ¿A Quiet Place 2 está a la altura de la original? Con A Quien Place, traducida acá como Un lugar en silencio, John Krasinski se transformó en el último actor en pegar exitosamente el salto de delante a atrás de la pantalla, cosechando éxito de crítica y taquilla por igual. Claro, algo ayudo que su esposa, la talentosísima Emily Blunt, se prestara al protagónico. Acá regresa con una secuela, en lo que claramente se perfila como, mínimo, una trilogía. Si bien han pasado cuatro años desde el estreno de Un lugar en silencio, en parte gracias a la pandemia, en la narrativa no ha pasado ni un minuto, comenzado la película exactamente donde comenzó la otra. (No voy a decir spoiler alert, qué haría alguien leyendo la reseña de la parte dos si no vio la primera). Luego de una apertura muy efectiva, que nos invita mediante un flashback como comenzó la invasión, nos encontramos nuevamente con la familia Abbott, sacudida por el sacrificio del padre Lee (Krasinski), quien dio la vida para que su esposa (Blunt) e hijos, incluyendo el recién nacido bebé, pudieran seguir viviendo. Destruida la granja que les había servido de hogar durante un año entero, los Abbott comienzan una peregrinación en busca de otro refugio y más sobrevivientes. Pero cuentan con una nueva arma a su disposición, pues en el tercer acto de la primera parte Regan (Millicent Simmonds) descubrió una frecuencia alcanzada por su audífono que enloquece e incapacita a las criaturas. Los fuertes de A Quiet Place 2 son en gran medida los mismos que los de la primera parte. Primero, la buena mano de Krasinski, quien no solo dirige, sino que también escribe, para tomar la premisa de monstruos ciegos que imponen hacer todo en silencio para construir sustos y suspenso. Los elementos que se suman a la mitología de los bichos son también usados efectivamente en este sentido, como se ve en la secuencia del muelle. En segundo lugar, le vuelve a agregar volumen dramático el casteo de actores solventes, sumándose esta vez Cillian Murphy, veterano de películas de filozombies siendo el protagonista de la clásica 28 Days Later o Exterminio, que aquí hace de amigo de la familia atravesado por una tragedia y que a lo largo de la película deberá recuperar su humanidad. Que buena parte de las acciones que dinamizan la trama se centren en el viaje que emprenden su personaje Emmett y Reagan hace que los ecos de The Last of Us, una de las mejores historias posapocalípticas de la década pasada, que casualmente es un juego exclusivo a las plataformas Playstation, no parece casual y parece casi un intento de ganarle de mano a la adaptación que prepara HBO. A Quiet Place Si funciona no es solo porque Murphy es bueno, sino también porque el casting de los niños actores Simmonds y Noah Jupe, gran acierto de la primera parte, sigue pagando dividendos. De hecho, Reagan es presentada como la clara protagonista del film, carga que lleva con solvencia. De tener que señalar puntos flojos, diría que su peor enemigo es justamente la sensación que fue Un lugar en silencio. Si bien acá se cumple con el mandato de expandir el mundo construido en la original, mostrándonos más de los personajes por lo que aprendimos a preocuparnos, no se da el salto que distingue a las grandes secuelas, esas que superan a la original, sea por redoblar la apuesta en términos narrativos o romper directamente y salir con un giro inesperado. No ayuda que el recurso del final con cliffhanger utilizado en la primera, de terminar la película en lo que se siente in medias res, acá sea utilizado con tanto énfasis que podría sentirse que la resolución del conflicto se guardó para la inevitable tercera parte. En definitiva, A Quiet Place 2 es una segunda entrega que gustará a los fans de la primera, ofreciéndole un vistazo más expansivo al mundo del que se enamoraron. Es, también un thriller, una de terror eficiente en términos propios. Pero quien busque aquí un salto superador, algo más en términos narrativos o formales que redoble la apuesta a la opera prima de Krasinski, va a tener que esperar a la Parte III.
25 años después llega Space Jam: Una Nueva Era, secuela que esta vez cuenta con LeBron James. ¿Cómo se compara con la original? París, Francia, 1967. Un teórico del cine de formación marxista se despierta de una pesadilla sudando frio. En su sueño, que lo atormentaría por el resto de su vida, era obligado a ver una película tan claramente creada con fines puramente pecuniarios que borraba la línea que separa al cine, incluso en sus versiones más pochocleras y mercenarias, de una publicidad de 30 segundos que interrumpe un video de Youtube. Si bien el crítico no llegó a ver concretada tan ominosa premonición, nosotros no tenemos tanta suerte. Esa película existe entre nosotros, y se llama Space Jam: Una nueva era. ¿En qué momento de la producción de esta secuela a la comedia híbrida entre live-action y animación noventosa se convirtió en un institucional de casi dos horas para la marca Warner Bros. y sus servicios de streaming? Por ahora solo podemos especular al respecto, aunque si fracasa estrepitosamente en la taquilla de seguro en el juego de la culpa irán emergiendo los detalles. Lo que es seguro es que no fue un proceso limpio, como indica la suma de seis firmas entre los guionistas (Juel Taylor, Tony Rettenmaier, Keenan Coogler, Terence Nance, Jesse Gordon, Celeste Ballard). La desfachatez con la que se autopromociona al estudio y sus franquicias, la caradurez con que se venden otros productos y servicios en lugar de contar una historia, es tanta que hasta diría que es admirable en su honestidad. Todo está en la superficie, el subtexto es texto en Space Jam, una película que no se gasta en disimular para qué fue hecha. Porque si bien hay una semblanza de conflicto humano en la historia, con las moralejas de siempre asomando desde el minuto uno (trabaja duro y vas a progresar, la familia es importante y todo el biribiri), el verdadero nudo de la historia, lo que motoriza la trama es el problema de la marca, su promoción y el negocio del entretenimiento en tiempos de digitalización acelerada. El conflicto central de Space Jam: Una nueva era enfrenta a un algoritmo megalómano, interpretado por Don Cheadle (quien espero, por lo menos haya cambiado la Ferrari con el sueldo), quien abduce a LeBron James al mundo virtual del Serververso Warner 3000 y lo obliga a enfrentarlo e un partido de básquet a cambio de liberar a su hijo ficticio (Cedric Joe). El desafío es una retaliación porque la estrella de la NBA se niega a su plan de negocio para potenciar los dividendos del estudio mediante su digitalización e inserción en cada una de las películas. (Una idea explorada de manera mucho más interesante en el film de Ari Folman, The Congress). Space Jam La obligada secuencia de “armar el equipo” pasea a James y Bugs Bunny por varias de las franquicias más rendidoras de WB, con cameos a patadas. Pensá en la empalagosa pelea final de Ready Player One, pero sin el nombre de Spielberg que eche un manto de piedad sobre el asunto. Un par de referencias te sacan una sonrisa, como explorar al DCverso en su versión Bruce Timm, o soltar al Coyote y el Correcaminos en la persecución de Mad Max: Fury Road. Pero realmente ningún chiste te hace reír tanto como el hecho que se presente la distribución digital de Warner como un mundo de ciencia ficción, cuando HBO Max no es capaz de generar subtítulos como la gente. No ayuda tampoco que el intento de conflicto emotivo que hace esta secuela de Space Jam dependa de las dotes actorales de un muy duro LeBron James. No es que Michael Jordan fuera un gran actor, pero su carisma natural lo hacía llevar con más solvencia todo el asunto. Además, en la original de 1996, Jordan solo debía “actuar” de un jugador de básquet que participa de un partido con dibujos animados. Aquí se espera más de James, quien debe hacer de padre un niño actor y brindar carnadura a una relación familiar de ficción, lo cual claramente no está capacitado a hacer. En la decisión del estudio de reemplazar a LeBron durante media película con una versión de dibujo animado se vuelve evidente que esta incomodidad del basquetbolista para dar el salto a la actuación era un hecho reconocido por todos los partícipes. En cuanto a los efectos, la verdad que ya ni sé que decir. Lo más interesante quizás sea la búsqueda de diferentes “texturas”, mezclando animación, live-action, CGI y hasta una secuencia símil comic. Los Looney Toons en tres dimensiones personalmente no me ofenden, aunque seguro habrá voces críticas de esto, así como sobre el resto de trabajo de FX. Lo que es seguro es que la digievolución final de Cheadle vive en el “uncanny valley”. Quiero aclarar que yo no quería odiar esta película. En 1996 yo tenía 9 años, jugaba al básquet y, por alguna razón, pensaba que Taz era cool, así que Space Jam parecía estar dirigida precisamente a mí. Recuerdo hasta los muñecos que venían con una marca de salchichas, y la frustración que me dio no poder conseguirlos a todos. Space Jam Esta vez, sin embargo, me es difícil imaginar que algún niño se sienta interpelado de esa manera, al punto que me hace preguntarme ¿Para quién es esta película? Los chistes sobre MC Hammer y referencia a dibujos animados de principio de los noventa parece señalar que se corteja a los espectadores de la original de 1996, pero estimo que solo aquel adulto que se ponga a jugar a ¿Dónde está Wally? con las referencias en segundo plano saldrá realmente entretenido de estas dos horas de cine. Por otro lado, es explicita la búsqueda por apelar al público infantojuvenil, introduciendo el ribete del videojuego dentro del cual se desarrolla el partido. Pero la película está tan claramente escrita por gente que no entiende nada de cómo funcionan ni cómo se hacen estos, por lo que dudo que alguna chica o chico pique el anzuelo. Los pseudodiálogos sobre programación suenan tan falsos que parecen sacados de una de hackers de los noventa. Ni hablemos del rap de Porky, una salida tan cringe como ver a tu papá y mamá haciendo el bailecito de moda en Tik Tok. Se aprecian algunos cambios producto de la época como, por ejemplo, la inclusión de jugadoras de la WNBA. (Ni voy a entrar en el debate por el “rediseño” de Lola Rabbit). Más allá de eso, no le veo mucho más aporte a esta secuela que nadie estaba esperando. Sigan jugando al Fortnite tranquilos, no vale la pena salir de casa e ir al cine por esto.
Después de años sin Marvel en el cine, al Fase Cuatro abré con la primera entrega individual de Black Widow. ¿Está a la altura de las expectativas? Probablemente este escribiendo bajo el influjo de mi primera dosis del Universo Cinematográfico Marvel en cines después de dos años clavados, pero ahora mismo siento que acabo de ver en Black Widow una de las mejores películas de la serie. Lo cual no es poco teniendo en cuenta que esta es la vigésimo cuarta entrega de una empresa que empezó ya hace trece años. La expectativa ante los tráilers y la premisa, una entrega autocontenida y enfocada en el personaje que Scarlett Johansson viene interpretando desde Iron Man 2, era de un regreso al registro más de acción pura y hasta thriller político que hizo de Winter Soldier una favorita. En el segundo cargo, los resultados son más bien mixtos. Claramente no íbamos a encontrar la finesa en el tratamiento de los conflictos ideológicos de algo como, por ejemplo, The Americans, una clara influencia en la cinta. No ayuda que, para ajustar los tiempos a las fechas establecidas por el MCU hay que romper todos los libros de historia, poniendo a operar a los infiltrados soviéticos de la Habitación Roja, Alexei Shostakov (David Harbour), Melina Vostokoff (Rachel Weisz) y sus “hijitas” Natasha y Yelena cuatro años después de la disolución de la U.R.S.S. Pero realmente es ahí donde terminan los puntos flacos de la película, por lo menos si se la mide con otros blockbusters contemporáneos. La acción, sin llegar a la precisión y ritmo implacable de un John Wick, o al lirismo y ambición de las últimas Misión: Imposible¸ es más que eficiente. Quizás en algunos momentos se caen en la cámara más “sucia” que pusieron de moda (y quemaron) las viejas entregas de Bourne, pero esto no termina de opacar un laburo de coreografía impecable. En este sentido, bien hay un guiño al Bond clásico, queda claro que la inspiración en Black Widow fueron las películas antes citadas, que ponen actualmente la vara del género. No sé si, como denunció en su momento Lucrecia Martel, el laburo de acción queda por fuera de las manos del director, en este caso la australiana Cate Shortland, y es manejado completamente por el estudio. Pero sea como sea el caso, alguien hizo las cosas muy bien. En lo que, quizás inevitablemente, difiere de ese cine de acción con aspiración más clásica es en el uso más intensivo de CGI. Como no puede ser de otra manera, la película incluye un tercer acto a toda orquesta, donde el estudio siempre se siente obligado a tirar todo por la ventana y dejar que los muchachos de ILM tomen la batuta. Sin embargo, salvo quizás en lo que respecta al personaje Taskmaster, deliberadamente presentado como sobrehumano, prima el mano a mano y trabajo de dobles de riesgo. Black Widow retrasada En lo que también se parece a esas las mejores películas de acción de la década pasada, y a Bond llegado el caso, es en el espíritu trotamundos, que aporta una bienvenida cuota de diversidad a la muy buena cinematografía. Una pieza central de la película sucede justamente en Budapest, escenario de la tan mentada misión que refieren más de una vez Nat y Clint Barton (Jeremy Renner) en Avengers. Pero donde realmente Black Widow sorprende es en el corazón que tiene, siendo una seria candidata a ser la más humana de toda la familia Marvel. Entre los principales responsables tenemos a Eric Pearson, veterano del estudio que ya había escrito mucho laburo sin acreditar para el estudio y que puso la firma en Thor: Ragnarok, asi como la confiada dirección de Shortland, quien claramente tiene un ojo para capturar el drama de las relaciones familiares. Es igual de cierto que los golpes emotivos no funcionarían igual sin el enorme respaldo del elenco principal. Johansson está aquí acompañada por su “hermana” Yelena, interpretada Florence Pugh (Midsommar), a quien si le dan pista amenaza con ser una mejor Viuda Negra que Nat, junto con los ya mencionados David Harbour (Stranger Things) y Rachel Weisz (La Momia, Constantine). Todos actorazos del carajo por sí solos, pero que aquí tienen una química que ayuda a vender que hay una familia con solo dos o tres escenas. No me canso de repetirlo, y lo voy a seguir haciendo hasta que quede instalado: los profesionales, en general mujeres, que hacen el casting de estas películas son los héroes anónimos del MCU. Sin ellas, quienes ni aparecen listadas en las páginas de Wikipedia de las películas, el experimento de Feige hubiese fracasado hace rato. Es interesante en este sentido que las dos escenas que proporcionan el corazón de Black Widow, dos momentos alrededor de la mesa familiar, son muy similares a las secuencias más íntimas que se rumorea quería incluir el malogrado Whedon en Age of Ultron, y cuya remoción habría llevado al alejamiento del director del MCU. Que esta película se permita tomarse ese tiempo para frenar y desarrollar los personajes es un signo de maduración, y uno que aplaudo. Black Widow En esta nota, también parece haber una mejor comprensión del timing, o quizás se deba que hay una mujer detrás de la cámara, pero el ribete feminista de la película, que es explicitado sobre el final, aparece mucho más justificado y con sustancia que el cringe que indujo el momento girl power en Avengers: Endgame. Otro departamento donde las cintas de Marvel supieron estar flojas de papeles, la música incidental, acá está muy bien. El encargado de la composición es Lorne Balfe, discípulo del maestro Hans Zimmer y veterano de la saga Misión: Imposible. Al final, vale aclarar que sí, hay escena post créditos, así que no se vayan hasta el final. Además de una despedida a la altura de las circunstancias para Nat, este bis promete por donde seguirá creciendo esta esquina del MCU y es prueba de una mayor integración del todos los productos de la franquicia como hace unos pocos años solo hubiéramos soñado. Por suerte, hay Viuda Negra para rato.
¡Get over here! Llega a la pantalla grande una nueva versión de Mortal Kombat, dirigida por Simon McQuoid. Cuando la primera versión cinematográfica de Mortal Kombat llegó a los cines, nadie fuera de Japón tenía una Playstation y la noción de una película basada en un videojuego era novedosa, por decir algo. No mucho antes Super Mario Bros., “inspirada” en el juego más famoso de todos, había sido un fiasco total, así que el film de Paul W. S. Anderson tenía todas en contra. Sin embargo, logró superar las expectativas. Todavía es recordada como una de las mejorcitas cintas inspiradas en un videojuego (la vara es baja si pensamos que Sonic está en el top 3 de Rotten Tomatoes), y Paul W. S. Anderson siguió camino para hacer de este kiosco un imperio, primero con la saga de Resident Evil, y luego con Monster Hunter. Pero Warner, engolosinado hizo una secuela notablemente más barata dos años después, a la cual le fue como todos pensaban le iba ir la primera. En este sentido, Mortal Kombat (2021) tiene que levantar dos muertos: superar al inesperado éxito de la primera y borrar el mal sabor de boca tanto a fans como a espectadores generales de la olvidable segunda parte, ¿lo logra? Como suele ser el caso en producciones realizadas con las motivaciones clara$$$, este proyecto languideció años dentro del estudio, pasando por múltiples manos. En algún momento se barajaron como directores Kevin Tancharoen, quien realizó el celebrado corto Mortal Kombat: Rebirth, y James Wan (Rápido y Furioso 7, Aquaman). Sin embargo, la tarea terminó recayendo en el novato Simon McQuoid. A primera vista, el plan de ataque de Mortal Kombat es bueno: por un lado, romper con la fórmula esperable planteando aún otro torneo de artes marciales más, para después subvertir el planteo e ir por otro lado. Además, el protagonista de la película no es Liu Kang (Ludi Lin) sino Cole Young (Lewis Tan), un personaje original. Por otro, mandar fanservice a morir. Las peleas parecen sacadas del juego, con fatalities y todos los chiches. En este respecto, se puede celebrar el maquillaje y vestuario de los personajes, aunque la ambientación termina siendo un poco vacía. Eso sí, que los fans de los personajes me perdonen, pero escuchar los icónicos “flawless victory” o “get over here” mientras la cámara hace un acercamiento a los personajes me da un poco de vergüencita. No necesariamente lo que funciona en un juego funcione en una película. Mortal Kombat: sinopsis oficial de la nueva película He aquí el meollo del asunto. ¿Qué hace a una buena adaptación cinematográfica de un videojuego? ¿Sentir como si uno estuviera jugando mientras mira (lo que es imposible, porque el cine es un medio pasivo)? Para empeorar la situación, a diferencia de juegos más narrativos como Tomb Raider o Uncharted, de inminente paso por el cine, la licencia de Mortal Kombat no viene con personajes ya desarrollado o mucha historia que digamos (por lo menos los juegos clásicos que el espectador general podría recordar). Es aquí donde Mortal Kombat (2021) se queda a mitad de camino. Siguiendo una clásica, pero no por eso menos fallida fórmula (me hizo acordar a la reciente Godzilla: King of Monsters) se busca dotar de pathos al conflicto mediante una historia familiar. En este caso, desdoblada en un conflicto antiguo entre samuráis, que nos regala probablemente de lo mejor de la película con esa apertura de época hablada en japonés y chino, y la clásica familia sin nombre y en peligro como móvil para las acciones del protagonista. El tema es que para que esto funcione, o el guión tiene que ser mucho mejor escrito, o los actores tienen que tener un carisma tan sobrenatural que nos haga olvidar la pobre caracterización. Ninguna de las dos cosas pasa acá.Mortal Kombat pósters Otro camino, teniendo en cuenta que esta es después de todo una película de acción además de una basada en un jueguito, podría haber sido ir a fondo con los combates, haciéndolos tan espectaculares que el resto no importe. Pero aquí de nuevo, la cinta se queda corta. La vara de la coreografía de acción ha sido dejada muy alta la década pasada, sea por la precisión de una The Raid o John Wick, o por la ambición e imaginación de una Misión: Imposible o Rápido y Furioso. Si bien mencionamos antes que las peleas logran replicar bastante del original en pixeles, en particular los poderes y lo sangriento de las fatalities, las peleas en si no son nada del otro mundo cuando los parámetros son los mencionados en este párrafo. Dicho todo esto, el veredicto tampoco es terminal. Esta es una de acción de mitad de tabla, que viene con perfil alto porque es Mortal Kombat y porque le pusieron una torta de guita. Si uno no se pone a pensar en las escuelas u hospitales que podrían haberse construido con esos millones, se deja ver y entretiene. Parece hecha para encontrarla en diez años haciendo zapping por Space y quedarte mirándola un domingo a las cuatro de la tarde con mate, factura y pocas pretensiones. Claro, si todavía existe el cable para entonces.