Mucha melancolía, no tanta pasión Terence Davies (The Deep Blue Sea) dirige este drama de época que se propone tomar la forma de un viaje introspectivo por la vida de la célebre escritora Emily Dickinson sin dejar de lado los aspectos clásicos del género biográfico y buscando, asimismo, echar un poco de luz sobre la historia personal de un personaje del que poco se conoce, al margen de su obra. Si bien la elegida para realizar el papel protagónico del film fue Cynthia Nixon, a quien probablemente todos tengamos muy presente por su participación en Sex and the City, no es ella quien nos recibe cuando comienza la obra. Porque el primer acercamiento de la película hacia Emily Dickinson tiene que ver con la infancia del personaje, más precisamente en un contexto escolar en el que vemos a una Emily irreverente, contestataria aunque brillante. Una verdadera rebelde con causa. Sin embargo, este ímpetu mostrado por el personaje ya desde el vamos es violentamente cercenado por la elipsis que le sigue para pasar ya a la vida adulta de Dickinson, cuando los actos de rebeldía y sublevación, aunque sea desde lo discursivo, ya no le corresponden a ella. Lo que tenemos es un personaje sufriente, víctima de sus propios demonios y de una rigidez extrema en la sociedad imperante en general, factor que se ve exacerbado, en lo particular, por algunos miembros de su propia familia que enarbolan banderas moralistas que rozan el fanatismo. Así transcurren los días en la vida de Emily Dickinson mientras algunos de los versos más brillantemente escritos también encuentran lugar en su vida y en el desarrollo de la película que, con buen equilibrio, logra introducirlos entre esas otras escenas más mundanas. La propuesta estética del director, casi teatral, con pocas locaciones, mucho énfasis en los diálogos y en los soliloquios narrativos de la protagonista ayuda a darle ese aire de despojada simpleza a la vida de los personajes para que la atención se vea centrada en sus dilemas psicológicos, que es donde debe estar. Y estos conflictos, con énfasis en los de la protagonista, se presentan a partir de su relación con el resto de los personajes que desfilan a lo largo de la trama llevando el curso de la historia por distintos derroteros pero siempre aportando a un clima de tensión que se intuye próximo a estallar y que lógicamente lo hará en el clímax de la película. En este sentido, las actuaciones del elenco de reparto están a la altura a partir de nombres como los de Duncan Duff, Jennifer Ehle o Catherine Bailey pero quien se lleva los mayores elogios es la mencionada Cynthia Nixon que, luego del primer impacto de verla con su vestido de época y recitando versos de altísimo vuelo poético, rápidamente logra que dejemos de vincularla con su icónico personaje de Miranda para convertirse en cuerpo y alma en Emily Dickinson. Una Serena Pasión recurre a elementos en apariencia contradictorios, como ese minimalismo estético que a su vez cuenta con toda la pomposidad e histrionismo visual que aportan el vestuario y el mobiliario en las distintas locaciones, para relatar la historia de un grupo de personajes también contradictorios que se rebelan, como la protagonista, pero desde las sombras, que luchan por no convertirse en lo que siempre odiaron y, sobre todo, que buscan que sus voces sean escuchadas.
Vecinos en guerra Kim Ki-duk escribe y dirige esta producción proveniente de Corea del Sur que cuenta con la particularidad de que su protagonista es oriundo y vive en la vecina nación de Corea del Norte, con todo lo que eso significa. La historia sigue los pasos de Nam Chul-woo aunque más preciso sería referirnos a su naufragio, en todas las acepciones del término. La literal es una de ellas dado que el personaje es pescador de profesión y la serie de eventos que lo tendrá como protagonista empieza una mañana como cualquier otra en la que, previo saludo a su mujer e hija, se sube a su lancha para ganarse el pan (o el pescado) de cada día. Y en este punto es donde comienza el naufragio en su sentido más dramático dado que la red que utiliza para la pesca se atasca en el motor de la lancha y le produce una seria avería. Después, la corriente se encarga del resto y sin poder hacer otra cosa más que atestiguar el cruel giro que el destino le tenía preparado, Nam termina cruzando la línea de boyas que marca el límite entre su Corea del Norte con la vecina del Sur. Uno de los aciertos del director, mezclado con su doble rol como guionista, tiene que ver con saltarse cualquier tipo de explicación histórico social sobre el conflicto que actualmente mantienen las dos Coreas. Valiéndose en parte del conocimiento popular que existe sobre el enfrentamiento y con apenas unas cuantas imágenes de soldados en las fronteras (porque siempre hay algún espectador fanático del pacifismo que hasta evita las noticias sobre la guerra), el contexto de la historia que está a punto de desarrollarse queda perfectamente establecido y, lo que es más importante, libre de cualquier interpretación o acercamiento a alguno de los dos bandos porque justamente ese es el ángulo con el que la película aborda el tema. Y las decisiones técnicas también se alinean a ese fin. Tanto los encuadres como la continuidad, el uso de la luz, la estructura narrativa y la música (incidental y sutil en todo momento) son todos elementos marcados por un minimalismo total orientado a poner en primerísimo primer lugar al guion y al mensaje que toda la obra propone. Porque el pequeño acto de cruzar una frontera es apenas el desencadenante de ese mencionado naufragio que el protagonista emprenderá mientras es interrogado por todos los medios posibles tanto por su gobierno norcoreano como por el del enemigo sureño. Las acusaciones de espionaje y traición están a la orden del día y el equilibrio entre los autores de esos alegatos no puede dejar de ser perfecto para que la reflexión acerca de que las crueldades y malignidad de la guerra no conocen de bandos quede plasmada en pantalla. La Red, un relato ficcional acerca de una cruenta realidad que poco tiene de ficticio, podría conformarse con ser una obra cuasi documental que se excusa en una historia y sus pequeños personajes para vomitar un punto de vista sobre la guerra de Corea y es exactamente lo opuesto: una película con todas las letras que se vale de ese contexto para ir sobre lo universal, con diálogos crudos y libres de todo filtro y un puñado de pequeñas parábolas (como la de la prostituta o la de la hija del protagonista y su osito de felpa) con un altísimo valor artístico y testimonial que redondean así una perfecta oportunidad para animársele a un cine tan rico como es el surcoreano.
Las mujeres al (super) poder Si allá por 2013 nos hubieran dicho que esta “nueva generación” de películas basadas en personajes de DC Comics nos iba a hacer esperar cuatro años (y tres reprobables films) para encontrarnos con el renacimiento fílmico de Mujer Maravilla, probablemente nuestra desilusión habría sido mayúscula. Bueno, déjenme decirles que la espera valió la pena. Largamente. Zack Snyder, director de grandes producciones como 300 o Watchmen y quien fuera criticado por su tarea al llegar a las grandes ligas de DC cuando se hizo cargo de los proyectos de Man of Steel y Batman vs Superman, en este caso es la figura más resonante pero entre los autores del guion de Mujer Maravilla ya que la labor de dirección quedó en manos de la talentosa Patty Jenkins (Monster). Primer gran acierto. Lo que Jenkins consigue en esta vuelta al cine de Wonder Woman es un equilibrio digno de destacar entre las distintas aristas que caracterizaban a un proyecto que, a priori, se mostraba bastante desafiante antes de la filmación. Porque lo que acá tenemos es el típico film de superhéroes que reinicia la historia de su personaje principal (esto es: el público conoce de sobra al protagonista pero igual debemos contarle sus inicios) pero con la particularidad de que este ya hizo su aparición cinematográfica y en el pasado reciente, como ocurrió cuando Diana Prince se calzó el traje de la Mujer Maravilla en la mencionada Batman vs Superman. El reto en este sentido consiste en no aburrir con las presentaciones pero sin contar, para esto, con el elemento sorpresa o de impacto que la actriz elegida y su presencia y aspecto en pantalla pueden generar por el simple hecho de que todo esto ya lo vimos. Y en este punto es donde sale a relucir el trabajo de guión/dirección y principalmente el de Gal Gadot, a cargo de darle vida a uno de los superhéroes más icónicos de todos y en un contexto social global en el que los personajes protagónicos femeninos, por suerte, empiezan a tener gran preponderancia. Pero claro, Gal Gadot ES la Mujer Maravilla. Ya desde las primeras escenas, donde la vemos en sus inicios en la isla de Temiscira junto al resto de las amazonas, tenemos la total certeza de que la joven Diana es la Mujer Maravilla. No tiene puesto el traje, le cuesta un poco el duro entrenamiento al que la someten y no siempre está de acuerdo con las decisiones de su madre, que dicho sea de paso es la reina, y aun así la presencia y el magnetismo que logra Gal Gadot son hipnóticos. Para esto, vale decir también, que cuenta con un buen apoyo del libro que cuenta correcta pero sintéticamente su origen y el de su pueblo y de la dirección y armado visual de la película que muestra los inicios de las amazonas por medio de algo así como unas pinturas típicamente renacentistas que se mueven muy lentamente mientras Zeus, Ares y demás dioses hacen de las suyas. Pero si títulos anteriores como Suicide Squad se conformaron con hacer un buen trabajo con las presentaciones en desmedro del resto (y mayoría) de la trama, este no es el caso. Porque luego de establecer el vínculo actual (o relativamente actual ya que todo lo que sigue ocurrirá en el contexto de la primera guerra mundial) con los hombres –tal vez allí esté el único momento en el que el ritmo cae un poco– la historia se hace cargo de lo planteado y consigue sostenerse a partir de la relación entre Wonder Woman y ese vínculo humano que mencionaba (representado por el personaje de Steve Trevor a quien le da vida Chris Pine) y su disputa en paralelo con el villano de la película para el cual se reservaron un buen giro final. Un relato interesante, buenos personajes, actuaciones a la altura (con un elenco que se completa con David Thewlis, Robin Wright, Danny Huston y Elena Anaya), enormes efectos visuales para las escenas de acción, acertadas referencias estéticas y narrativas a los comics y una buena reflexión final de contenido le dan forma al combo de esta Mujer Maravilla que se perfila como una de las mejores películas del año en materia de superhéroes.