Guerra Fría, rubia apasionada El director David Leitch (John Wick, Deadpool) está a cargo de esta explosiva historia basada en la novela gráfica publicada en 2012 bajo el título de The Coldest City (La Ciudad más Fría) y ubica su relato a finales de la década del 80 cuando la caída del Muro de Berlín era inminente. Con las actuaciones protagónicas de Charlize Theron, James McAvoy, John Goodman y Toby Jones, Atomic Blonde es un golpe al mentón en cada escena. Literalmente. Este thriller de acción está narrado en código de flashback dado que la protagonista a la que se refiere el título, la agente Lorraine del MI6 británico, nos es introducida cuando está a punto de ser interrogada por sus superiores y por un representante de la CIA debido a los hechos suscitados en Berlín unos pocos días atrás. Luciendo moretones, cortes y secuelas varias de lo que sin duda fue una de sus misiones más difíciles, la rubia atómica comienza su relato de lo que será el núcleo de esta historia que tiene que ver con la recuperación de una lista de nombres cuya divulgación podría prolongar la guerra fría otros cuarenta años. Sin embargo, la tensión dramática de la película no la propone un antagonista claro como hay en la mayoría de las películas de acción con tendencia al espionaje y el mundo de los agentes secretos, sino la búsqueda interna de un elemento infiltrado que actúa desde las sombras pero a la vista de todos. Enviados de la KGB, una enigmática agente francesa y el hombre fuerte del MI6 en Berlín (McAvoy) son todos componentes que se van sumando a una trama que apila escenas de acción violenta para resolver sus principales incógnitas sobre el epílogo, tal vez en forma no tan apresurada cono acumulada dados los múltiples giros que hay en un momento en el que es más para resoluciones que para virajes narrativos. Sobre la propuesta técnica de la película solo hay espacio para elogios y entre ellos resaltan los que apuntan a los distintos planos secuencia que hay durante las escenas de combate cuerpo a cuerpo y de persecuciones a alta velocidad a bordo de distintos vehículos de la época. Y ahí radica el otro punto fuerte de esta producción, con una excelente ambientación de fines de los ochenta basada en los mencionados autos, el vestuario y principalmente la música. La banda sonora es la que se lleva los aplausos más estruendosos a partir de la buena mixtura que consigue entre su fidelidad con la época y los aportes de ambientación que ofrece para cada escena. Por solo mencionar a algunos, el soundtrack incluye éxitos de Queen, David Bowie, Kanye West, Depeche Mode, George Michael, The Cure, Duran Duran, Blondie, Alice Cooper, Blur, Led Zeppelin, The Clash, The Beatles y Eurythmics, entre otros. Curiosamente presentada en 4D pero sin la posibilidad de verla en 3D, Atómica propone una buena inmersión en el mundo del espionaje bélico en un período de lo más particular de la historia moderna tal vez sin aprovechar demasiado los talentos de las principales figuras de su elenco pero apostando al impacto visual de sus escenas de acción y de una trama que no da lugar al respiro.
Padre del corazón Dos son Familia o Mañana empieza todo, como se la tradujo más literalmente, es la nueva película del director francés Hugo Gélin. El protagonista de la historia está a cargo del actor Omar Sy quien saltara a la fama por su excelente trabajo en la todavía más brillante Intouchables, película que en Argentina tuvo su remake bajo el título Amigos Inseparables con las actuaciones protagónicas de Oscar Martínez y Rodrigo de la Serna. El elenco principal de esta comedia/drama del cine francés lo completa Clémence Poésy, recordada por su participación en la saga de películas de Harry Potter. La historia comienza con el personaje de Omar Sy, Samuel, un playboy moderno de lo más simpático que se la pasa a bordo de los yates en los que trabaja durante el día y donde también organiza fiestas de lo más alocadas por las noches. El amanecer de una noche especialmente agitada lo encuentra en el contexto de un, para seguir en consonancia con el espíritu francés, ménage à trois del que es despertado por la visita de una joven muy bonita con un bebé en brazos. Se trata de Kristin (Clémence Poésy), británica ella con la que el bueno de Sam tuviera un encuentro de una noche hace ya un año. Para hacerla corta, hay que decir que el bebé que lleva en brazos es Gloria, hija biológica de Sam, quien prácticamente sin poder hilar una frase ante tamaña revelación se encuentra cargando a su hija recién nacida cuya madre no quiere saber nada con la situación y más pronto que tarde toma un avión a Londres para ya no regresar. Como se puede anticipar por el desencadenante, la película presenta las características de una comedia familiar clásica mientras un padre absolutamente inexperto tiene que lidiar con la llegada de su hija a quien no tenía en los planes. En este sentido, la historia funciona a partir del carisma y talento de Omar Sy cuyo magnetismo en pantalla es evidente. La fotografía del sur francés en las playas de Marsella y los buenos gags del guion (mientras padre e hija viajan a Londres en busca desesperada de la madre fugitiva) terminan de completar ese primer segmento de la trama que resulta entretenido y atractivo. Lo que sigue es una muy buena transición con sus elipsis de por medio para que la historia de Samuel y la pequeña Gloria avance sus buenos nueve años, situación que los encontrará viviendo en la capital inglesa con una vida ya mucho más estable y una relación muy natural desde el amor que los une y a pesar de ese inicio turbulento. Siempre con buenos momentos desde el costado cómico y haciendo base en la presencia de Omar Sy (en esta parte también contando con la química que hay entre su personaje y el de su hija Gloria), la trama experimentará un giro hacia el lado de drama cuando Kristin, la madre, regresa a la vida de los protagonistas. Una vez más tenemos un escenario que ya se ha visto en el que dos padres intentarán, primero por las buenas luego por las no tan buenas, compartir el amor de su hija a pesar de estar separados y de contar, en este caso, con semejantes antecedentes familiares. Mi Nombre es Sam o la ya clásica Kramer vs Kramer son algunos títulos que se me vienen a la cabeza para comparar esta parte de la historia. En conclusión, Dos son Familia se erige como una buena película familiar a partir de su relato de una historia que si bien ya hemos visto tanto en su faceta cómica como en su lado dramático encuentra en sus actores principales una frescura que nos genera, como espectadores, esas ganas de volver a vivir una aventura muy conmovedora, con mensajes bien construidos y que deja esa sensación final de que la hemos pasado bien como solo el cine puede hacerlo.
Muñeca maldita Cuarta entrega de este universo terrorífico que combina las historias de Annabelle y El Conjuro. En este caso nos encontramos con la producción de David F. Sandberg (Lights Out), una precuela que cuenta los orígenes de este personaje que nos fuera presentado en 2014 y que sabemos que mucho tiene que ver con los protagonistas de El Conjuro y ese final con la tétrica muñeca como uno de los tesoros rescatados por Ed Warren. La historia tiene lugar en algún momento del siglo XX que, por los hechos ocurridos en las demás producciones de la saga, bien podríamos precisar entre las décadas del 30 y 40. Los Mullins, alegre pareja que vive por y para su pequeña hija Bee, será protagonista de una verdadera tragedia cuando esta les sea arrancada de sus brazos casi literalmente luego de un violento accidente de tránsito. Lo único que sabemos de ellos, además de este episodio, es que la profesión del señor Mullins consiste en la fabricación artesanal de muñecas de madera que vende a pequeñas tiendas de su pueblo y esa en particular, de vestido blanco y mirada macabra, es una de sus más preciadas creaciones. Con una ambientación que sigue los lineamientos de sus predecesoras, esta nueva producción nos traslada a una casa desolada que, entre sus paredes, esconde una tragedia familiar que lejos está de haber quedado en el pasado. Porque los nuevos protagonistas, un grupo de seis huérfanas criadas por la hermana Charlotte, vivirán en carne propia los horrores que allí tuvieron lugar 12 años antes cuando sean alojadas por el señor Mullins en un acto de redención que este se propone realizar al invitarlas. Muñecos con expresión macabra que esconden una fuerza maligna en su interior, niños inocentes que juegan con ellos, hechos violentos ocurridos en el pasado que no han sido satisfactoriamente explicados, culpas sin expiar y una sombra que lo cubre todo. ¿Fórmula perfecta de película de terror o compendio de ingredientes ya vistos rejuntados en largometraje de dos horas? Bueno, si tenemos en cuenta que la justificación narrativa para todos los hechos de inexplicable terror que ocurren en esta historia se corresponden con la desesperación de una pareja que recientemente ha perdido a su hijita y que, descreída de Dios y de toda fe que alguna vez tuvo, se encomienda a cualquier fuerza sobrenatural que le permita recuperar al menos algo de esa felicidad solo para obtener como recompensa la entrada a sus vidas de un espíritu maligno que, lejos de ser su pequeña Bee, se erige como una presencia de pura maldad que se manifiesta por medio de una macabra muñeca de madera con el objetivo de encontrar un alma pura de la que alimentarse, creo que estamos más cerca de contestar a la pregunta del párrafo precedente con la segunda opción. Y es que con apenas cuatro o cinco escenas de terror clásico y por demás visto, la película se conforma y opta por descansar en el nombre que su saga ha sabido ganarse con otras producciones y que acá pretende ofrecer una gran revelación cuando nos damos cuenta de que Bee es el cariñoso apócope que los Mullins usaban para llamar a su hija de nombre Annabelle. Listo, nada más. Dos horas de una muñeca que aparece en todos lados menos en el último lugar donde la dejaron y una casa antigua repleta de puertas y cuartos secretos que no esconden nada solo para eso.
Seguir a pesar de todo Mike Amigorena protagoniza esta tragicomedia argentina para darle vida a Mario, otrora cantante de moderado éxito que ahora se da cuenta de que sus mejores años pasaron hace rato. La dirección y escritura del guion están a cargo de Pablo Stigliani quien, además del mencionado Amigorena, cuenta en su elenco con Iair Said, Leonora Balcarce, Rafael Spregelburd y la joven revelación que es Román Almaraz. La historia comienza cuando Mario, cuarentón que ha dedicado su vida a la música, recibe la noticia de la muerte de su madre. Y este suceso, si bien afecta al personaje con su cuota de tristeza, actúa en él como un aviso, una alarma que lo vuelve consciente del paso del tiempo y del provecho que hay que sacarle, sobre todo en términos familiares. Por eso decide retomar la relación con su hijo adolescente al que hace un largo tiempo que no frecuenta. En esta primera parte resulta ponderable el trabajo de dirección de Pablo Stigliani que, si esto fuera teatro, habría que referirse a las bondades de lo que se conoce como “puesta”. En términos cinematográficos, los climas, la estética que la película logra en este momento introductorio funcionan brillantemente para meter al espectador en la vida gris y melancólica de este cantante, que supo tener sus éxitos y que hoy apenas sobrevive cantando temas de Sandro en casamientos, cumpleaños y despedidas de soltera. Y las loas se las lleva el director porque este sentimiento de desesperanza aparece a todo nivel: musical, visual, dramático y narrativo (un breve paréntesis le corresponde a Mike Amigorena que también ayuda, y mucho, para lograr este efecto). Tanto el personaje de Mario como el de su mejor amigo, Damián, que también es su representante artístico, su hijo Lucas a quien quiere recuperar y que se reúsa a cooperar en esta empresa y su ex mujer, que rápidamente se ha vuelto a casar para dejar atrás su relación con Mario, son todos participantes en ese fragmento “dramático” de la historia. Y me permito ser reiterativo en el concepto de ese primer momento de la película porque, una vez hechas las presentaciones, los personajes de Mario, Damián y Lucas emprenderán un viaje de fin de semana que tiene el doble objetivo de retomar esa relación perdida entre padre e hijo y, a su vez, de cumplir con los compromisos laborales de Mario en una variopinta serie de eventos sociales, cuyo número principal será la presentación del “imitador de Sandro”. Y ahí la cosa cambia. Porque a partir de este punto, la película se convertirá en una road movie en escenarios que mantienen la melancolía del inicio pero esta vez tratada con una óptica mucho más esperanzadora. No es casual entonces que los momentos cómicos más jugosos aparezcan en esta parte, al tiempo que la historia se permite ir paulatinamente avanzando en la transformación que los tres personajes principales experimentarán a partir de este viaje. A estos efectos, la labor de guion es fundamental como así también el trabajo de los actores protagónicos y, en ambos casos, cada parte está a la altura. La química entre Mike Amigorena y Iair Said es fantástica y el elemento infiltrado que es el no tan pequeño Román Almaraz cuaja perfectamente para darle forma a un trinomio que afronta el desafío de contar una historia de segundas oportunidades desde una óptica cínica y de amor duro, que se despega de lo mucho que ya hemos visto en este campo. Y lo logra.
Salve, César. Llega a los cines la novena entrega dentro del universo del Planeta de los Simios que, adaptando a la pantalla grande la obra de Pierre Boulle, vio su nacimiento con la producción que se estrenó en 1968 y que contaba con Charlton Heston en el papel protagónico. A esa primera película le siguieron cuatro secuelas que cerraron la primera saga de este universo con la obra de 1973, Batalla por el Planeta de los Simios. Veintiocho años tuvieron que pasar para que volviéramos a ver a estos peculiares primates y fue nada menos que de la mano de Tim Burton, quien hizo una remake muy libre del clásico de 1968 con Mark Wahlberg como protagonista. Y ya con efectos visuales dignos de esta épica historia, en 2011 la franquicia experimentó un reinicio muy particular ya que se propuso volver a contar esta historia con un inicio y otros elementos troncales que diferían de lo relatado por el quinteto original de largometrajes pero, a su vez, respetando la esencia del Planeta de los Simios, a tal punto que en un ejercicio de continuidad bien podrían acoplarse a ese gran todo que empezara a fines de los sesenta. El Planeta de los Simios: La Guerra es la tercera parte de esta nueva generación y viene para ¿cerrar? la trilogía moderna. Quien está a cargo de esta trilogía es Matt Reeves (confirmado para dirigir la nueva película de Batman a estrenarse en los próximos años) aunque no fue él quien dirigiera la primera dentro de este trinomio ya que eso fue responsabilidad de Rupert Wyatt. No obstante, si hay algo que ponderarle a este nuevo gran proyecto es la unidad que logra con sus tres partes. Tal vez por lo distintas que son entre sí y seguramente por el gran trabajo de guión que hay en todas, queda la sensación, lamentablemente poco habitual en estos tiempos cuando hay varias secuelas de por medio, de que todo fue construido desde el inicio pensando en una sola historia a dividirse en tres. El fenómeno de la secuela que nace a partir del éxito de su predecesora acá no está. Y eso no es poco. Cinco años pasaron desde que César, líder de la raza de simios super inteligentes que habita en la Tierra, no pudiera evitar un conflicto armado entre su especie y los pocos humanos que sobrevivieron a la llamada Peste de los Simios que prácticamente aniquilara a la totalidad de la población. Liderados por un Coronel despiadado y sediento de sangre primate, hombres y mujeres invaden los bosques que cobijan a César y los suyos para dar comienzo al enfrentamiento bélico que le da título a la película. Con mejoras técnicas que incluso logran superar desde lo visual lo que viéramos en El Planeta de los Simios: Confrontación de 2014, esta tercera parte descansa narrativamente en el gran trabajo de sus antecesoras para presentarnos a un protagonista, si bien más maduro, también mucho más cargado de años de odio y resentimiento hacia el género humano, lo que lo vuelve un personaje tan complejo que su batalla interna logra superar dramáticamente a esa otra que se está produciendo afuera, con armas y trincheras de por medio. Todo lo visto en la primera entrega de esta nueva saga sobre el origen de César y las experiencias que lo llevaron a liderar a los simios sostienen la empatía que su figura genera en el espectador y, al mismo tiempo, justifican muchas de sus decisiones más recientes y controversiales sin perder esa identificación y hasta magnetismo que se supo ganar. En este sentido, la mención a los avances técnicos que propone la película no es casual dado que esto le da a los simios, César el primero, un abanico gestual prácticamente ilimitado para poder así cargar con el peso protagónico del relato prescindiendo del elemento humano que, en este caso, divide su aporte en un personaje secundario y el bloque antagónico liderado por el Coronel. En términos actorales, resulta un acierto la elección de Woody Harrelson para darle vida a ese malvado Coronel que busca erradicar a los simios de una vez por todas. Ya desde su presencia consigue intimidar a propios y extraños y a esto se suma su escena clave en la película donde, sin perder ese atributo maligno que lo convierte en el enemigo del relato, expone racionalmente los argumentos que sustentan su causa. Una mención también se merece la joven Amiah Miller que interpreta a Nova, aliada del grupo más cercano de César durante la batalla. Y en la parte primate de la cuestión, repite Andy Serkis para darle su voz a César de forma magistral, se mantienen Judy Greer y Toby Kebell mientras que las palmas se las lleva Steve Zahn, cuya voz es para Bad Ape, una nueva adquisición que, por momentos sutilmente, por momentos no tanto, aporta el toque humorístico de la obra. Para los más fanáticos no pasarán inadvertidas las numerosas referencias a las películas clásicas de la serie, incluido el ya mencionado nombre de Nova, la obvia recurrencia de César, Cornelius, Ojos Claros y demás formas de identificar y bautizar a algunos personajes casi como un homenaje a una saga que, en esta trilogía, encuentra mucho más que eso. Porque no solo está el homenaje, lo que acá sucede es un crecimiento en la calidad narrativa de una historia ya clásica, una profundización en la reflexión casi existencialista que este gran relato propone. Y el vínculo es tan grande que, con todos los saltos temporales de por medio, todo encaja perfectamente con aquel mítico viaje realizado por el capitán George Taylor que lo llevara, miles de años después, a los pies de la Estatua de la Libertad.
Ten mucho cuidado con lo que pides La joven Joey King vuelve al mundo del terror luego de su participación en El Conjuro, de 2013, para protagonizar esta historia que mezcla las características modernas del género a partir de una vieja leyenda oriental. El reparto protagónico también incluye a Ryan Phillippe (Juegos Sexuales, Crash), Ki Hong Lee (Maze Runner 1 y 2), Shannon Purser y Sydney Park mientras que la dirección está a cargo de John R. Leonetti, responsable de El Efecto Mariposa 2 y un gran éxito dentro del género, Annabelle, de 2014. Clare (King) es una típica adolescente estadounidense que debe lidiar con todos los problemas de su edad al mismo tiempo que intenta que nadie de su colegio repare en su padre Jonathan (Phillippe) quien, para hacerle frente a su estatus de desocupado, revuelve cada basurero que se cruza por su camino, incluidos los de la escuela secundaria de su hija. Pero resulta que un buen día los contenedores le ofrecen algo más que los típicos restos de comida, ropa vieja y electrodomésticos inservibles cuando encuentra, camuflado entre la chatarra habitual, el que será el primer regalo en largos años que le haga a Clare. Se trata de una antigua caja de música china que, como descubrirá la protagonista más pronto que tarde, tiene el poder de cumplirle siete deseos a su dueño. Este elemento fantástico que actúa como desencadenante de la historia le da forma a ese contrato implícito que se establece entre la película y el espectador y que se mantendrá durante el resto de la película. Los agregados o detalles que se van sumando, como el hecho de que detrás de cada deseo que Clare va pidiendo hay una tragedia que afecta a alguna parte importante de su vida, que el portador de la caja de música no puede venderla, regalarla o deshacerse de ella de ninguna otra forma porque las consecuencias pueden ser mortales o el pequeño gran detalle de que su última dueña no fue otra que la madre de Clare, quien murió cuando esta era muy chica, son elementos que le van dando forma a la trama y que moldean a los personajes siempre bajo ese código inicial que parece que todo lo rige. A favor de la película hay que decir que esa parte fantástica, con sus distintas aristas, se sostiene bien al tiempo que vemos a una adolescente típica conseguir soluciones mágicas para sus problemas económicos, de popularidad y románticos. El ritmo es bastante equilibrado a la hora de ir revelando esas consecuencias que los deseos implican como también el vínculo que existe entre todo esto y el trauma que la figura de su madre representa para Clare. Ahora bien, los problemas aparecen, como muchas veces ocurre en películas de este género, con la verosimilitud de la parte más terrenal o mundana de la historia, como si los realizadores pusieran especial cuidado en mantener la coherencia de los elementos sobrenaturales en desmedro de las decisiones racionales y humanas que los implicados toman como consecuencia de esa parte sobrenatural. El tono adolescente que la película propone desde sus personajes protagónicos dice presente en este sentido dada la forma infantil con la que se plantean los giros y, sobre todo, por cómo se resuelven los conflictos principales, perdiendo realismo paradójicamente en la parte menos fantástica del relato. Con actuaciones que no quedarán en el recuerdo, una historia que tanto dentro de su género como fuera de él ya se ha visto varias veces y una conclusión más confusa que impactante, 7 Deseos es una más entre el montón de películas de terror que pasan por las salas de cine sin pena ni gloria.
Música de carretera El director de Scott Pilgrim contra el mundo, Edgard Wright, escribe y dirige este thriller de acción protagonizado por Ansel Elgort (Bajo la misma Estrella, serie Divergente) que cuenta, además, con las actuaciones secundarias de Kevin Spacey, Jamie Foxx y Lily James. Lo primero que hay que decir acerca de la película es que el prometedor Ansel Elgort interpreta a un personaje de lo más particular, partiendo de la base de que su nombre es Baby. Si, B-A-B-Y como bebé en inglés, cosa que el muchacho no para de repetir en tono humorístico. Baby vive en un pequeño departamento en la ciudad de Atlanta que comparte con Joe (CJ Jones), un anciano afroamericano, ciego y parapléjico que representa algo así como una figura paterna para Baby, cuya infancia dista mucho de haber sido feliz. Pero la cosa no termina ahí. Resulta que nuestro héroe, un fanático de la música en todos sus formatos y géneros, se dedica a manejar. A manejar el auto de escape que distintos maleantes requieren cuando son contratados para dar algún golpe por Doc (Spacey), un capo mafia moderno que también resulta ser el jefe y mentor del bueno de Baby. Lo que Edgar Wright propone es una pieza clásica de ese tipo de cine más bien moderno que busca fusionar los géneros de la acción criminalística y de la comedia a partir de un personaje protagónico muy simple desde el lugar que ocupa en el escalafón de la familia mafiosa para la que trabaja, cosa que ayuda al público a sumergirse en el universo que lo rodea y que propone la película; pero a su vez muy peculiar y singular desde sus rasgos personales, elemento que trabaja a favor de la identificación con el espectador que, en este caso, Baby produce casi de inmediato. A esto se suma un grupo de personajes complementarios construidos, estos sí, respetando el manual de esa vieja escuela de las películas de gángsters. Está el jefe, intimidante y despiadado pero sabio y generoso con los suyos; lo tenemos al compañero que se opone al protagonista, desafiante, cuestionador e irreverente; está también el colega amigo, diligente, solidario y amigable; no puede faltar la dama de la historia, con problemas propios, difícil de conquistar pero necesitada de salvación; y también dice presente el elemento humano, ese personaje que baja al héroe a la tierra y lo conecta con su lado más humano. Y cuando la construcción de personajes es tan sólida y se presenta tan bien llevada desde los tiempos que requiere, esa paciencia actúa, cual arma de doble filo, como una base solidísima y por demás prometedora para lo que va a venir pero también exigente y desafiante de esa historia que sustenta, la cual debe enfrentar el reto de estar a la altura. Y esta lo está. Porque el relato no se queda con un protagonista cool, que tiene mucha onda y encima es un prodigio del volante. Ni siquiera se conforma con incluirlo en una trama de acción frenética, con persecuciones al volante que terminan con maniobras imposibles. Todo eso está pero no por el sólo hecho de la espectacularidad visual sino para aportar. Intriga en el antes, en los preparativos; dice mucho de los personajes en el durante y los cambia en el después, los hace evolucionar para darle forma a un arco dramático brillantemente trabajado que desemboca en la verdadera tesis de la historia que poco tiene que ver con las proezas detrás del volante o con una ametralladora en la mano. Esa bajada a lo humano es lo que diferencia a esta pieza de todo ese enorme conglomerado de películas de acción que pone el foco en la acción misma. Y la música. Es casi una proeza innecesaria haber parloteado tanto de Baby Driver sin referirse a la música. Porque lo que termina de redondear a un protagonista altamente interesante es una deficiencia auditiva que lo ha acompañado desde que fuera el único sobreviviente de un violento accidente de tránsito y por la que debe convivir con un pequeño zumbido en sus oídos de características casi insoportables. Y la música es su salida para esta condición. Reproductores de mp3, iPods, discmans y hasta vetustos pasacasetes son aliados incondicionales de Baby a lo largo de toda la película mientras el joven, que por esta característica parece casi autista en su interacción con la gente, intenta paliar los traumas que vinieron de su mano. La banda sonora no sólo es excelente desde la selección de canciones que incluye (con clásicos de James Brown, The Beach Boys, Beck, Queen, Blur, R.E.M., Barry White, Simon & Garfunkel, Gwen Stefani y del mismísimo maestro Ennio Morricone) sino desde su uso que va más allá del acompañamiento sonoro. Que Baby esté escuchando música (y, por ende, los espectadores también), que deje de escuchar, que lo obliguen a hacerlo o el contenido de lo que está escuchando son situaciones que dicen algo, que cuentan, que tienen peso dramático. Acción, drama, violencia, sensibilidad, una historia atrapante, grandes actuaciones y muy buena música hacen de Baby: El Aprendiz del Crimen un cóctel explosivo que a nadie puede pasarle desapercibido.
La vuelta de un Maestro Con un formato similar al que propuso en 2014 la nominada al Oscar Relatos Salvajes, Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo es un largometraje que en sus 113 minutos de duración compila ocho relatos basados en cuentos del mítico autor rosarino. La propuesta está a cargo de seis directores que comparten ciudad de origen con Fontanarrosa y que se repartieron las adaptaciones de los cuentos “No sé si he sido claro”, “Vidas Privadas”, “Sueño de Barrio”, “El Asombrado”, “Elige tu propia aventura” y “Semblanzas Deportivas”, esta última parte dividida en tres cortos de menor duración que, desde la animación, le dan a la película ese toque futbolero tan presente en la pluma del Negro. Siguiendo con el paralelismo con la obra de Damián Szifrón, vale decir que no hay elementos tangibles que unan a cada parte en que está dividida la obra. Ni escenarios, ni personajes compartidos, ni hechos que le den cierre a una parte para iniciar otra. Cada relato empieza y termina con un clásico fundido a negro a modo de separación aunque claro, las semejanzas, por más sutiles que sean desde algunos rasgos recurrentes o temáticas que se revisitan, terminan saliendo a la luz a partir de ese autor común que las agrupa y que tenía un estilo tan particular. Desde el género, muy fácilmente podríamos catalogar a la película como una comedia dadas las características de los personajes de todos los relatos. En mayor o menor medida, el humor dice presente a lo largo de toda la obra aunque no de la misma forma ya que podemos encontrar bromas chabacanas, momentos tragicómicos, humor sutil, chistes con doble sentido y situaciones completas en general que promueven la carcajada de distintas maneras y desde orígenes diversos. Sin embargo, una vez más, dentro de la variedad surge el vínculo. Y en este sentido esto se percibe desde el tono bien argentino, bien autóctono que se nota en todas las historias de la película, tanto en la forma de sus temáticas como por su contenido. Otro elemento recurrente, tal vez el principal, tiene que ver con algún rasgo, a veces más sutil a veces más literal, que desde el realismo mágico o la fantasía que se pega mucho a lo mundano marca la pauta de cada fragmento de la obra. Ya sea por un hombre que no proyecta sombra, una pareja que sin casi moverse está en su casa y en un escenario teatral al mismo tiempo, un personaje con un atributo físico ridículamente desmesurado, una comisaría que tiene jurisdicción sobre los sueños, un hombre que puede elegir su propia aventura o las proezas deportivas que de tan milagrosas que aparentan, se parecen a la realidad, la película navega por estas aguas que se la dan de irreales pero que desembocan en reflexiones tan aplicables a la vida que nadie puede dejar de sentirse identificado. Desde lo actoral, el elenco está a la altura en todo momento aunque cabe destacar la química que se produce entre Gastón Pauls y Julieta Cardinali en “Vidas Privadas”, la enorme naturalidad con que Dady Brieva hace reír en “No sé si he sido claro”, la sobreactuación bien entendida de Pablo Granados y Chiqui Abecasis en “Sueño de Barrio”, la seriedad casi imperturbable con la que Darío Grandinetti y Claudio Rissi protagonizan varios de los momentos más graciosos de la película en “El Asombrado”, el talento camaleónico de Luis Machín que también dice presente en “Elige tu propia aventura” o el estilo tan particular de Miguel Franchi para narrar las distintas “Semblanzas Deportivas”. Y técnicamente también hay algunas perlitas dignas de mención como las transiciones y planos secuencia de “Vidas Privadas”, los efectos visuales en las sombras de “El Asombrado” y directamente toda la estética animada de “Semblanzas Deportivas” que le da vida en más de un sentido a los dibujos del Negro Fontanarrosa. El estilo de uno de los artistas más queridos de los últimos tiempos que, siempre respetando la esencia de su obra, transportan a la pantalla los directores Juan Pablo Buscarini, Gustavo Postiglione, Néstor Zapata, Héctor Molina, Hugo Grosso y Pablo Rodríguez Jáuregui desde su rosarina heterogeneidad hacen de Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo una obra ágil, ecléctica, bien argentina y disfrutable tanto para los fanáticos del Negro como para los que lo vayan a descubrir en esta película.
Ya es hora de que sea el último Michael Bay, director de La Isla y Armaggedon, hace años que está detrás de la franquicia de Transformers y bajo el subtítulo de El Último Caballero (The Last Knight) nos ofrece la quinta entrega de las aventuras de Optimus Prime, Megatron y compañía. Una vez más dice presente el nuevo elenco de personajes que, encabezado por Mark Wahlberg, sigue protagonizando la exitosa saga que en esta quinta versión incorpora al legendario Anthony Hopkins. Ya desde la antecesora Age of Extinction (La Era de la Extinción de 2014) que las cosas no están bien entre los Transformers y los humanos y esta mala relación no sólo incluye a Megatron y su grupo de Decepticons sino que mete en la misma bolsa a los Autobots, que en entregas anteriores de la saga pelearan codo a codo con las personas para salvar al mundo. Pero El Último Caballero no tiene un título medieval para empezar con batallas tecnológicas y robots ultramodernos. Todo comienza en el año 480 cuando la guerra contra el mal la lleva adelante el mítico Rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda que, en esta reversión de su mítico relato, no sólo cuenta con la ayuda del Mago Merlín o la Espada Excálibur, sino que entre sus filas también hay Transformers. Luego de este prólogo histórico, nos queda claro que un objeto que data de esa época será el protagonista de la batalla moderna cuando máquinas y humanos concentren todas sus fuerzas en encontrar este poderoso y legendario artefacto. Si ya en esta descripción el tono medieval que quiere proponer la película suena algo forzado y hasta incompatible con el estilo de Transformers, en la pantalla no hace más que confirmarse. Y esto constituye una falla de la película por la forma en que lo propone y no, como puede ser lógico suponer, porque un grupo de robots gigantes que se transforman en autos no puedan transmitir esa sensación de leyenda o de origen épico. De hecho, una saga de películas que ya va por su quinta entrega está en condiciones de plantear esto per se y Transformers en particular, con las idas y venidas de sus personajes principales, ha sabido cargar de cierto misticismo a Optimus Prime por ejemplo que, como ocurre en The Last Knight, puede darse el lujo de estar ausente durante gran parte de la historia para que su reaparición final tenga ese peso narrativo estilo “regreso del hijo pródigo”. Lo que resulta cuestionable de la película es, primero, que recurre a una historia harto conocida por el público como la del Rey Arturo que, en este caso, sí que resulta incompatible por sus propias características con un grupo de robots gigantes que se transforman en autos. Todo bien, pero el binomio Bumblebee – sir Lancelot no funciona muy bien en pantalla. Y para finalizar este apartado hay que decir que el recurso de la comedia, muy presente hoy en historias de aventuras como estas, quisieron agregarlo en esta parte épica de la película para ofrecernos al mismísimo Mago Merlín (interpretado por Stanley Tucci en una participación casi de cameo) haciendo chistes sobre su forma de apostar, beber o acercarse a las mujeres. #EpicFail Después, lo que sigue es la clásica batalla moderna entre Autobots y Decepticons con explosiones, persecuciones y una concatenación de escenas de acción y combate que poco tienen que ver, al inicio, con el conflicto principal. Esa trama troncal irá tomando forma muy de a poco conforme nos vamos enterando que ese Último Caballero, un elegido o heredero moderno de Los Caballeros de la Mesa Redonda, está más cerca de lo que creemos y en sus manos reside el futuro del planeta Tierra. Si tenemos en cuenta que la película dura dos horas y media, muchas de esas escenas del inicio e incluso algunas líneas argumentales que son abiertas para luego ser abandonadas casi por completo, podrían haber sido eliminadas en beneficio de la obra final y de su excesiva duración. Los fanáticos de la saga encontrarán en Transformers: The Last Knight una nueva perspectiva desde la que apreciar a los personajes clásicos de esta gran aventura, con los condimentos presentes en todas sus predecesoras que, acá, logran dar un paso adelante en términos de efectos especiales. Y si a esto le sumamos la posibilidad de apreciarlos en 3D o IMAX se puede decir que de esa forma la película se perfila como una verdadera experiencia visual y sensorial. La trama, lamentablemente, no sigue ese camino.
De Rusia con terror. El género del terror es uno de los más vastos de la industria cinematográfica y este término es realmente preciso para referirse a estas películas que parecen ser producidas en serie dadas las similitudes entre las distintas propuestas y la enorme cantidad de ellas, tantas que muchas veces ni siquiera llegan a ser estrenadas. Por eso, cuando llegan al cine y, lo que es más, cuando su origen no es el tradicional hollywoodense, a prori podemos avizorar algo distinto. La Novia, dirigida y escrita por Svyatoslav Podgayevskiy es un film ruso de horror protagonizado por Victoria Agalakova, Vyacheslav Chepurchenko y Aleksandra Rebenok. La historia se desencadena, en clave de flashback, a partir de una tradición rusa que data de mediados del siglo XIX y que suponía el uso de la fotografía para preservar las almas de las personas después de la muerte. Así, una vez consumado el deceso, se procedía a pintar los párpados cerrados del fallecido para generar la ilusión de que sus ojos estaban todavía abiertos y pasar luego a la segunda parte del asunto que consistía en fotografiar de esa particular manera al cadáver con el objetivo de encerrar su alma en el negativo de la película usada en la cámara. La tercera y más espeluznante fase del ritual daba fin al proceso cuando se encerraba y enterraba, junto al cadáver, a otra persona viva para que esa alma atrapada en el negativo pase a ocupar este nuevo cuerpo ofrecido en sacrificio. Al tratarse de una tradición basada en hechos reales, la película logra atrapar la esencia de esa práctica y de lo que esta conlleva por medio de un caso particular en el que se puede ver el horror que implica llevar adelante los pasos del proceso descrito y, sobre todo, las consecuencias de haberlo hecho persiguiendo el desesperado objetivo de conservar con vida a un ser muy cercano. La estética, el vestuario y el halo de oscuridad visual que envuelve a esas primeras escenas funcionan muy bien para que el espectador se adentre rápidamente en ese mundo de resurrecciones forzadas y que prometen lo peor para sus implicados. El problema es cuando volvemos al presente. La historia principal transcurre en la actualidad y tiene como protagonista a Nastya, una joven muy bella que está próxima a casarse con su prometido, un exitoso fotógrafo. Pero antes de la boda la pareja deberá pasar una breve estancia en la casa de la familia del novio para que se produzcan las presentaciones entre Nastya y sus parientes políticos. Casi no hace falta decir que la casa está ubicada en las afueras de un pueblo casi inhóspito, sus habitantes ya desde el vamos se comportan de una forma por demás peculiar y, para colmo de males, están vinculados por genealogía con el protagonista del ya mencionado ritual mortuorio del inicio de la película. En términos narrativos, el film incurre en las inverosimilitudes comunes de este tipo de producciones, con protagonistas que toman decisiones, si bien racionales (cosa que acentúa su falta de juicio), pero que contradicen al sentido común más básico de cualquiera que sea testigo del contexto que los rodea y de los personajes que los circundan. Aliados que desaparecen, enemigos que aparentan serlo y luego lo confirman y la cuota clásica de pasadizos secretos, puertas ocultas y sueños perturbadores son solo algunas de las cosas que deberá enfrentar la joven Nastya mientras intenta agradarle a un grupo de personas de lo más desagradable pero que pronto será parte de su familia. Predecible, poco original y con apenas un puñado de esas escenas de terror clásico que nos hacen dar el respingo en nuestros asientos, La Novia es solo una más en la larga lista de estrenos de terror que el cine contemporáneo tiene para ofrecer y que agradará a los amantes del género. Pero solo a ellos.