Crítica emitida en radio.
Crítica emitida en radio.
Crítica emitida en radio.
Crítica emitida en radio.
Crítica emitida en radio.
¿Cuántos superhéroes se necesitan para salvar al universo? Al parecer, al universo cinematográfico de DC no lo salva ni la Liga de la Justicia, pese a la presencia escénica de Wonder Woman, el carisma de Aquaman y el intento -a veces fallido- de humor de Flash. La Liga de la Justicia reúne dos íconos sobreactuados (Affleck y Canvill), un modelo feminista (Gal Gadot), un Thor acuático (Jason Momoa) y dos superhéroes que no podrían sostener sus propias películas (Miller y Fisher). Eso sí, DC supera a Marvel en algo, La liga de la Justicia tiene el peor villano que se haya visto en un film basado en cómics. Otra vez, Zack Snyder nos abruma con una trama pobre y efectos CGI redundantes. Un poco de ligereza en el guión hace la experiencia más llevadera, pero no alcanza. El guión de Chris Terrio y Joss Whedon (basado en una historia de Terrio y Snyder) muestra a los miembros de la Liga de la Justicia como un grupo de inadaptados sociales que necesitan aprender el valor del trabajo en equipo para salvar al mundo. Pero aunque la historia es un tributo a la fuerza de la colaboración, la película en sí es un ejemplo de como demasiadas visiones creativas pueden arrastran un proyecto en direcciones opuestas. Ambos Snyder y Whedon han realizado buenas películas basadas en comics por separado; en conjunto, sus habilidades se anulan, la predilección de Whedon por el humor socava el tono grandilocuente de Snyder. Sus estilos simplemente no se cuadran. A medida que la Liga se une, la película se desmorona. Gadot sigue siendo todo un modelo de virtud como la Mujer Maravilla, pero aquellos que apreciaron cómo en su película la directora Patty Jenkins se negó a tratarla como un objeto sexual, probablemente notarán que Snyder y Whedon caen en el cliché de tomarla desde ángulos de cámara semi voyeurísticos. Affleck, por su parte, se ha relajado un poco desde Batman v Superman, pero su Bruce Wayne sigue luciendo obligado a regañadientes a salvar al mundo, tal vez sea un espejo de como se siente el actor de tener que interpretar al encapotado. Liga de la Justicia es una actualización del universo DC que busca encauzarlo con toques de humor. Sin embargo, una película que pretende ser la culminación de un clásico de DC parece en cambio una preparación para otra secuela. El signo de los tiempos, un cine serializado incapaz de crear una historia autoconclusiva.
Las películas basadas en cómics han pasado mucho tiempo tratando de ser tomadas como entretenimiento serio y adulto, Thor: Ragnarok parece admitir que dado el material de origen ese objetivo resulta casi imposible. A pesar de sus credenciales de Avenger, Thor nunca se ha sentido particularmente clave en los procedimientos del Universo Marvel en desarrollo. Su reino de fantasía no se cruza fácilmente con el nuestro, y su última película en solitario, Thor: The Dark World, fue probablemente la más floja de Marvel hasta la fecha. Ahora con el gran director neozelandés Taika Waititi, a la cabeza, y con sus adorables películas de escala considerablemente menor como respaldo (Hunt for the Wilderpeople y la parodia de vampiros What We Do in the Shadows) Waititi infunde a los procedimientos narrativos de la fórmula Marvel con ese ingenio kiwi generoso en la autoparodia, y tiene como mejor ejemplo al “roba escena” de Korg, una simpatica “cosa” de roca azul que es interpretado por el propio director en voz y captura de movimiento. La muñeca de Waititi desbloquea la comedia sin explotar en Chris Hemsworth, quien desecha el machismo de su personaje por una verba rápida y una inseguridad fuera de personaje. Los problemas familiares de Thor son -de nuevo- parte de la saga. Él y su hermano adoptivo Loki (Tom Hiddleston) descubren que tienen una hermana mayor: Hela, la diosa de la muerte, interpretada por una Cate Blanchett gótica, como nunca la vimos. Mientras se prepara para destrozar Asgard, Thor y Loki se encuentran atrapados en un planeta de colores brillantes que parece un descarte de la producción de la última Guardians of the Galaxy. Que el gobernante de este planeta sea Jeff Goldblum con una franja azul en la barbilla es totalmente apropiado, y la mejor decisión de casting del filme. Mark Ruffalo confundido siendo Bruce Banner y Tessa Thompson como el personaje femenino “fuerte” que todo película de 2017 debe tener completan el cast. El resto es lo habitual, una gran cantidad de agujeros en la trama y si vieron alguna de la última centena de películas de Marvel, encontrarán los elementos centrales familiares: un equipo de héroes (Thor los llama poco imaginativamente “los re-vengers”, en uno de los tantos chistes que no funcionan), un antagonista todopoderoso, un inminente fin de los tiempos, y una serie de personajes unidimensionales. Sumado, claro, al uso excesivo de imágenes generadas por computadora en pantallas verdes hacen lucir todo un poca más falso aún. Una vez que Hulk vuelva a ser Bruce Banner y nuestros héroes vuelvan a Asgard para salvar el día, el aspecto genérico de las películas de Thor vuelve y Waititi no puede hacer mucho para evitar lo inevitable: falta de sutileza. Thor: Ragnarok es demasiado tonta inclusive para los standares actuales y demasiado Marvel para pretender algún tipo de innovación narrativa.
En el núcleo de la Blade Runner original (1982) esperaba agazapada una pregunta seminal: ¿Qué significa ser humano? Su secuela, la bellísima “Blade Runner 2049”, hace la misma pregunta. Pero mientras nos deslumbra con su increíble fotografía, su omnipresente música y su sensacional diseño de producción, la pregunta -esa que los cineastas quieren hacer, para embeber de importancia a la historia- resuena vacía y a 35 años… trillada. Cuando se supo que Denis Villeneuve dirigiría la secuela al filme de Ridley Scott la noticia fue recibida con entusiasmo y horror. Sí, Villeneuve es un gran director, un autor, pero ¿alguien puede hacerle justicia a la primera película?. Villeneuve abandona cualquier objetivo de hacer esta “su” Blade Runner y utiliza todas las herramientas necesarias para que la película funcione para las grandes audiencias a las que apunta. Esto no es “Enemy”. “2049” utiliza información y personajes que conocemos de la primera película, nos brinda un tercer acto con una resolución apurada, una escena de acción en el clímax y constantes recordatorios de la película de 1982. Procedimiento estándar en una secuela de Hollywood. Treinta años después, Rick Deckard (Harrison Ford), se ha retirado y no se lo ha visto desde entonces. Los replicantes se han vuelto más avanzados y obedientes, en parte gracias a las mejoras de Niander Wallace (Jared Leto), un científico que se comporta más como una especie de creepy maestro Zen. Con algunos modelos viejos dando vueltas por el universo, K (Ryan Gosling) se encarga de “retirarlos”. Gracias a su agudo ojo para el detalle, K resulta ser cualquier cosa menos un empleado modelo. K hace descubrimientos que tocan el interés de su jefa, Joshi (Robin Wright), quien le ordena que arme el rompecabezas, un rompecabezas que resulta ser una telenovela futurística. “Blade Runner 2049” luce distinta a los thrillers de ciencia ficción habituales. Pero su guión es -en el mejor de los casos- demasiado chato. La mayoría de los personajes femeninos podrían ser descritos como funcionales y decorativos, casi como el app interpretado por Ana de Armas. Scott creó en 1982 una elegante elegía para la caída del hombre y el ascenso de su sucesor cibernético. Mostrando a su detective noir con un profundo dolor, Harrison Ford parecía cargar todos nuestros pecados de ambición y autodestrucción en sus hombros. Por el contrario en “2049” tenemos la competencia habitual de Ryan Gosling, que parece haberse tomado demasiado en serio su carácter sintético. A diferencia de la original, “2049” es una película que no desafía intelectualmente al espectador y que resuelve todo con un moñito, sin ambigüedades ni dobles lecturas. Villeneuve parece pensar que si simplifica la película lo suficiente, las audiencias conectarán con la historia. Él, que nunca se caracterizó por la economía en la narración, aquí se une a las filas de los cineastas que confunden el peso con el significado.
Al parecer Darren Aronofsky ama las alegorías, en Madre! nos presenta una tan obvia y explícita que resulta imposible no tener una reacción al respecto. Y las reacciones han recorrido todo el espectro de las emociones, del amor al odio, sin grises. Aronofsky regresa al thriller paranoico en la vena de Pi (1998) y Cisne Negro (2010), pero ninguno de esos filmes llegó a los limites de la paciencia y el insulto a la inteligencia del espectador que nos presenta Madre! Sí, los elementos habituales de su cine están aquí: la descomposición mental de su protagonista, las imágenes en primer plano, la cámara en mano que adoptó desde The Wrestler (2008), la pretenciosa pompa de The Fountain (2006), y el descenso a la locura total en el último acto, pero todo esto está trabajado dentro de una escala temática del tamaño de La Biblia (no mencionaré el esperpento Noé). Las ideas pueden ser grandes, pero el guión de Aronofsky es paupérrimo, dejando a Madre! como un ejercicio cinematográfico donde presenciamos a un director/guionista conducir una única y ridícula idea, directamente al precipicio más alto imaginable. Es una de las películas más jugadas que se haya visto con este talento en pantalla, pero también es una de las más absurdas. Salvo por las actuaciones de Javier Bardem, Ed Harris, Michelle Pfeiffer y -especialmente- Jenniffer Lawrence (que tiene experiencia en actuar muy bien en muy malos filmes: Silver Linings Playbook, American Hustle, Joy, Passengers) la película falla totalmente en cada rubro posible. Madre! parece existir en un espacio propio y revuelto en la ensalada intelectual de su creador, tanto en lo que se refiere a sus personajes como a las diversas referencias literarias, religiosas, mitológicas y autorreflexivas que harían sonrojar a José Narosky. Si alguién tuvo el atino de resguardar su salud y no verla, le cuento, Madre! es una metáfora sobre la madre tierra… y lo que le hacemos al planeta ¿Tiene unos minutos para Greenpeace? El tercer acto donde vemos al personaje (sin nombre, oh!) de Lawrence ser golpeada y su hijo recién nacido ser asesinado, debe funcionar como la ostensible alegoría. ¿Necesitamos ver esas imágenes para entenderlo? En el contexto mundial de empoderamiento y neofeminsimo, que Aronofsky haya pensado que esta era la manera de subrayar su punto es incomprensible. La falta de especificidad de Aronofsky llevará a la cinefilia snob a defender este film sólo por ser una rara avis de la cartelera global. En realidad todo lo que impulsa el filme es apenas esa metáfora gigante, un movimiento tosco que no funciona ni antes, ni durante, ni cuando se revela el “secreto” en el acto final (si alguien no pudo adivinarlo a los 15 minutos de metraje cuando se habla del “creador” y de convertir la casa en un “paraíso”). La forma, las imágenes naturistas y el grano de los 16mm que usa el director, no tienen ningún peso si lo que se pretende demostrar es que en realidad esta no es sólo una película de “home invasion”, sino algo mucho más profundo. El comentario social se pierde en la zoncera de la práctica. Estos personajes sin nombres hablando de la vida, la creación y la muerte e intentando ocultar lo que realmente está pasando es un recurso barato que hará inentendible el film para el público masivo y demasiado estúpido para el resto. El puro compromiso de Aronofsky de seguir su única idea hasta el final de la manera más extrema es valorable, casi admirable. Pero es demasiado tarde cuando la naturaleza de la conclusión no puede escapar del hecho de que está al servicio de una concepción malnacida. Madre! es fácil de admirar por su ambición, pero aún más fácil de descartar por su pobre ejecución.