Dirigido y escrito por Leigh Wannell, el filme logra una reelaboración de la novela homónima de H. G. Wells, que alertaba sobre el peligro del mal uso de las ciencias, y el saber, que en manos de alguien peligroso puede convertirse en un arma letal, Wannell reformula la premisa, a través de nuevas y poderosas implicancias que van desde la manipulación y el abuso dentro de una pareja ejercidos a través de la vigilancia, el control y la violencia, hasta las ventajas de la invisibilidad, incluso para cometer crímenes con impunidad… Cecilia (Elizabeth Moss), una arquitecta de San Francisco, logra escapar del ojo invasivo y controlador de su marido Adrian (Oliver Jackson Cohen), un genio en tecnología óptica que además de multimillonario es un psicópata manipulador, controla todo lo que Cecilia dice, come, y hasta cómo se viste. Para librarse de esta relación tóxica, durante la noche, y con el marido sedado, Cecilia huye de la residencia que no es otra cosa que una cárcel panóptica, tiene cámaras en todas y cada una de las habitaciones que Cecilia deberá desactivar antes de lograr salir y escapar gracias a la ayuda de su hermana Alice (Harriet Dyer) que la estará esperando en la ruta… Cecilia busca refugio entonces en la casa de un amigo, casualmente un policía, James (Aldis Jodge) que vive junto a su hija adolescente Sydney (Storm Reid). Mientras vive con ellos se enterará de que su esposo Adrian se ha suicidado y le ha dejado una fortuna que ella recibirá con la sola condición de que se encuentre en plenas facultades mentales. Lo que se convertirá en algo casi imposible de lograr, mantenerse cuerda, en medio del acecho constante y metódico de una presencia omnisciente que la persigue, la controla, la acosa y la vigila como si fuera un hombre invisible que comienza a trastocar su entorno de allegados haciendo todo lo posible para ponerlos en su contra… El filme sólo toma la idea original de la novela de H. G. Wells de 1897, un científico que logra un filtro que lo convierte en invisible. En la película de Whannell, Adrian ha diseñado un traje que gracias a la implantación de micro cámaras logrará convertir en invisible al que lo lleve puesto ya que las micro cámaras lograran camuflarlo con el entorno. Así, esta reescritura irá más allá de lo que la novela original proponía, e incluso, llegará más lejos de la perspectiva feminista que alcanza y propone la heroína del filme, literal y metafóricamente, ya que la mismísima Moss le propuso a Whannell ciertos cambios en el guion con el fin de resaltar el valor y la fortaleza física y espiritual de la protagonista que logrará huir de una relación tóxica con un marido abusivo y violento. El filme va más allá porque apunta justamente al poder y a la invisibilidad para salirse con la suya y así actuar con impunidad. El conflicto diseñado entre lo que Cecilia ve o cree ver, su propia percepción del acecho al que la somete su supuestamente suicidado marido, y lo que es visto o mejor aún, lo que no es visto por su entorno (el policía amigo, su hija Sydney, y hasta su propia hermana), el puro vacío, la incredulidad. El director así tirará de la cuerda entre los que no le creen, negando su percepción, y creyéndola loca, o por lo menos paranoica, y lo suficientemente trastornada como para no creer en nada de lo que Cecilia diga, y menos todavía en lo que crea ver o presentir. Gaslighting En este punto, la paranoia, o el trastorno de Cecilia la emparenta con la protagonista del filme La Luz que Agoniza (Gaslight, George Cukor, 1944), nada menos que con Ingrid Bergman, en el que un marido sociópata y criminal intenta volver loca a su mujer que sufrirá una especie de desmoronamiento mental a través de una puesta en escena, montada por su marido criminal y misógino, que consistirá en cambiar de lugar cuadros y objetos, y mitigar cada vez más una luz de gas menguante para trastornarla, y trastocar así su percepción. De hecho, el término ya acuñado en la lengua inglesa, gaslighting, remite al abuso psicológico que consiste en cambiar la percepción de la realidad que tiene otra persona, haciéndole creer que todo lo que ve, recuerda o capta es producto de su invención. En los tiempos que corren podríamos pensar en esta técnica de manipulación dentro de una relación de pareja cuando el abusador planta la semilla de la duda, y convence a su cónyuge de que lo que ve o cree ver es un error de su percepción. El horror, el horror… Una de las premisas del cine de horror es aquella que nos dice que lo que nos da más miedo es justamente aquello que no podemos ver. Por eso no podemos nombrarlo, y por ende tampoco podemos defendernos o luchar contra esa fuerza invisible cuyo poder reside justamente en ser invisible. Eso que nos ve pero que nosotros no podemos ver, que se convierte en una amenaza constante porque siempre nos acecha y está ahí aunque nosotros no podamos verlo. En una extraña pero efectiva combinación de terror psicológico y horror gótico, la atmósfera del filme logra tensionarnos con esos inquietantes e hipnóticos planos fijos de espacios vacíos que registran la inmovilidad de los objetos, tanto que una silla vacía, o una sábana con pisadas logren inquietarnos a tal punto de compartir con la heroica protagonista el mismo terror frente a esa presencia invisible y siempre acechante… El hombre invisible Lo interesante es pensar qué es lo que hace a una persona invisible. El traje es una metáfora que quizás esté aludiendo al dinero y al poder que hace que la persona que lo lleve puesto sea invisible ante la mirada de los demás, es decir, que pueda actuar impunemente cometiendo crímenes sin ser castigado por la ley. Y este es uno de los planteamientos más relevantes del filme. Valdría preguntarnos qué ocurriría si nuestras malas acciones, crímenes, asesinatos, no tuvieran consecuencias adversas para nosotros justamente porque amparados por ese traje, que nos hace invisibles, nadie se enteraría de nuestros actos. Seguramente, garantizada la impunidad, seguiríamos cometiendo más crímenes amparados en nuestra propia invisibilidad. Por Gabriela Mársico @GabrielaMarsico
Dirigido por Jay Roach y con guion de Charles Randolph, el filme está basado en hechos reales sucedidos dentro de la cadena de noticias Fox durante 2016 a partir de una denuncia judicial por acoso sexual, que hiciera una de las periodistas del canal, Gretchen Carlson, que pondría al descubierto a su perpetrador el CEO de Fox News Roger Aisles. Bombshell, título original de la película que en Argentina se ha estrenado como El escándalo, juega con esa palabra en sus dos sentidos, el primero, lo que nosotros llamaríamos un bombazo, una noticia espectacular por su impacto en la audiencia, y en el otro sentido, el de una mujer de belleza igualmente espectacular, lo que nosotros también llamaríamos una bomba. Asistimos a un despliegue de fuegos de artificios vistosos y llamativos, pero lamentablemente esa bomba tan anunciada nunca terminará de estallar. Fox News, la cadena de noticias, islamofóbica, transfóbica, racista y homofóbica, fundada por el australiano Rupert Murdoch en 1996, y manejada por Roger Ailes se ha ido convirtiendo con el paso de los años en la usina de noticias del ala ultraconservadora, y de la máquina propagandística de la ultra derecha más reaccionaria de los Estados Unidos. Al frente de la gran empresa de noticias nos encontramos con el maquiavélico Roger Ailes (John Lithgow) antiguo consultor en los años sesenta de Nixon, en los ochenta de Reagan y en los noventa de G.H.W. Bush, haciendo de las suyas, es decir, realizando operaciones mediáticas despejando el camino para que Donald Trump llegara a la presidencia, candidato al que Fox apoyaría incondicionalmente en su campaña electoral como en el pasado lo había hecho con sus antecesores republicanos. BELLEZA AMERICANA El escándalo comienza a partir del tan anunciado debate por las presidenciales, que tienen a Trump como protagonista. El debate será moderado por tres periodistas de la Fox, de los cuales uno de ellos resulta ser Megyn Kelly (Charlize Theron), la presentadora más popular del noticiero. En la primera escena Megyn nos muestra el funcionamiento de la cadena, mirando a cámara, rompiendo la cuarta pared, quizá para lograr la empatía con el espectador. Pertrechada para el ataque contra el misógino, xenófobo y racista Trump, Megyn Kelly hace fuego con un comentario de alto voltaje, recordándole a Trump la denuncia que hiciera por aquel entonces su ex mujer sobre la violación sufrida a manos del candidato, mientras que Trump le responderá que un marido no puede violar a su mujer justamente porque es su pareja, y luego, Megyn volverá al ataque recordándole sus comentarios misóginos sobre una participante de un concurso televisivo, “qué linda imagen sería verla de rodillas”… Kelly increpa a Trump preguntándole si tal comentario le parece digno de un presidente, a lo que un Trump sacado de quicio responderá a Kelly con quince tweets insultándola y disminuyéndola con comentarios ofensivos sobre su aspecto. A partir de ese mismo día mientras que el despiadado Ailes seguirá alentando a Kelly a intensificar su ataque mediático contra Trump, porque resulta rentable en términos de audiencia, Kelly deberá soportar persecuciones mediáticas a través de trolls, seguidores de Trump y de paparazzis que se entrometerán no sólo en su vida diaria, sino en su propio hogar, recibiendo incluso amenazas de muerte. Quizás estas primeras escenas reflejen la política interna de la empresa Fox para con las presentadoras, un patriarcado opresivo y asfixiante, que pone la mira en el envase más que en el contenido. Y que denigra a la mujer reduciéndola a su imagen, es decir a un cuerpo joven y atractivo, de cabellera rubia y piernas largas, que será monitoreado, registrado y juzgado según los parámetros de belleza de la ultraderecha norteamericana más recalcitrante, es decir, que la imagen de mujer responda a los cánones de belleza de una Barbie. VIGILAR Y CASTIGAR Ailes vigila y controla los movimientos de sus empleados no sólo a través de monitores de vigilancia, sino que además ha instalado en el piso doce una mini agencia de espionaje para observar, escuchar y perseguir a sus propios empleados, con el fin de asegurarse de que su consigna de lealtad a la empresa sea cumplida a rajatablas. Y esta norma, la de la lealtad, Ailes la pondrá en práctica con sus presentadoras estrellas, unas rubias espectaculares, tipo Barbies, forzándolas a acceder a sus requerimientos sexuales. Comprobaremos hasta qué punto, para la Fox, lo importante es la imagen, lo que se ve en pantalla, más que el contenido, lo que se dice al aire. Bastaría con ver la sala de maquillaje y de vestuario que se parece más a un bunker con arsenal de guerra que a un lugar de acicalamiento. No ha sido mera casualidad que Kazu Hiro haya ganado el Oscar por el rubro mejor maquillaje y peinado. Todas las rubias del noticiero deben verse perfectamente maquilladas, luciendo tacos altos y faldas cortas porque la cámara se detendrá en sus piernas más que en sus caras. La escena en la que Ailes increpa y humilla públicamente a otra de sus presentadoras, Gretchen Carlson (Nicole Kidman) muestra su costado abusivo y misógino. Le grita con violencia no sólo porque osa salir al aire sin maquillaje, y porque ha instado a otras mujeres a hacer lo mismo, ir a la oficina sin afeites, sino porque su rostro suda como el de una menopáusica… Ailes pone de manifiesto la política de la cadena Fox, lo estético debe primar sobre lo ético. El guiño que nos hace el director nos recuerda que una de las razones por las que Nixon perdería el debate frente al joven y apuesto Kennedy, sería porque el rostro de Nixon, de quién Ailes sería su principal asesor, mostraba gotitas de sudor que lo hacían verse cansado y vencido, y esta imagen de perdedor resultaría decisiva para llevarlo a la derrota. Carlson después de haber soportado cambios de horarios, y de haber pasado de conducir un programa con horario central, a otro programa de baja audiencia, será despedida, casi por las mismas razones por las que Nixon perdería. La tercera bomba en cuestión es Kayla (Margot Robbie) una bellísima joven evangélica que ingresa a Fox como pasante y cuya familia quiere verla convertida en una presentadora estrella. La ambiciosa joven obtendrá una entrevista con Ailes en la que deberá ponerse de pie, girar, caminar para luego subirse la pollera hasta que Aisles pueda ver la ropa interior que lleva puesta. Casi temblando, a través de ella podemos adivinar la vergüenza, la humillación y el miedo que han experimentado desde los primeros tiempos de la Fox todas las otras víctimas de acoso a manos de Ailes. #METOO El acoso sexual, las humillaciones en público, las ofensas y las provocaciones derivadas del abuso se convierten dentro de la empresa de noticias en instrumentos de dominación y coerción utilizada contra las empleadas que deberán someterse a tales reglas de juego si quieren conseguir ascensos o participación en los programas con mayor audiencia de la cadena. El propio Ailes justificará el abuso de poder diciendo que el mobbing es llevado a cabo por alguien con poder que ataca a otro con menos poder. Gracias a la demanda judicial que llevará a cabo Gretchen Carlson contra Ailes, y después de haber logrado que otras veinte antiguas empleadas de la cadena den sus propios testimonios del abuso sufrido, sumado al testimonio que dará Kelly, esta maquinaria despiadada será puesta al descubierto… Sin embargo, cuesta tener empatía con las dos protagonistas Gretchen Carlson y Megyn Kelly, no así con la candorosa Kayla, llamativamente el único personaje ficticio construido a partir de innumerables testimonios de damnificadas, que demostrará con su decisión final mucho más valor y heroísmo que sus colegas veteranas; ya que tanto Gretchen como Megyn, dejan en claro su pertenencia de clase a la alta burguesía elitista con sus comentarios racistas y homofóbicos, y que las lleva a preocuparse mucho más por su status, su prestigio, o su fortuna personal que lograr el empoderamiento de las demás mujeres. La visión del filme podría resultar relevante si hubiera ido a fondo con las motivaciones de los personajes, y si se hubieran propuesto tanto director como guionista desmontar la diabólica maquinaria de la empresa, pero se contentaron con mostrarnos apenas la fachada de una Fox con tanto maquillaje prostático que ha logrado ocultar los turbios manejos de los Murdoch, dueños de la cadena, la persecución ideológica, y el maltrato corporativo a sus empleadas enquistados en la Fox durante más de veinte años. Por Gabriela Mársico @GabrielaMarsico
El documental de Sebastián Díaz, 4 Lonkos, es el segundo de una trilogía que aborda la Campaña del desierto, inaugurada con el primero de ellos, La muralla criolla (2017). En este nuevo filme se aborda el tema de la sangrienta campaña del desierto, pero a partir de la vida, y la muerte de cuatro caciques pertenecientes a los indios tehuelches, mapuches y ranqueles. Está dividido en cuatro partes, cada una de ellas lleva el nombre del cacique en cuestión. Cafulcurá, Mariano Rosas, Cipriano Catriel, y el inapresable y nunca hallado Francisco Pincén. David Viñas proponía en su ineludible libro “Indios, ejército y frontera” leer la Conquista del Desierto como lo que fue, un genocidio de indios, los primeros desaparecidos de la historia Argentina, a manos del General Roca, porque como bien dijo Estanislao Zeballos: “la barbarie está maldita y no quedarán en el desierto ni los despojos de sus muertos”. Y cumplió. Vaya que cumplieron, Roca, Zeballos, el Perito Moreno, y el General Villegas junto a Levalle y Racedo. Y cumplieron con creces. Muchos ignoran que el cartógrafo, y coleccionista de cráneos Estanislao Zeballos, era un hábil profanador de cementerios indígenas, obsesionado por sus cráneos, llegó a ordenar a sus fieles servidores Levalle y el Coronel Racedo, a profanar las tumbas de Calfucurá y Mariano Rosas, porque deseaba engrosar su ya numerosa colección de cráneos indígenas. Afortunadamente en el 2001 el cráneo de Mariano Rosas, que se encontraba exhibido dentro de las vitrinas del Museo de Ciencias Naturales de la Plata fue restituido a su familia Ranquel. El hallazgo de este documental reside en que en vez de transmitirnos la historia de vida de los 4 lonkos desde el punto de vista del experto, léase: juicios de valor, apreciaciones o consideraciones en términos de las disciplinas tales como la ciencia, la historia o la antropología occidentales, en este documental se escucha la voz siempre acallada del indio a través de los grandes defensores de las razas originarias, en este caso, la voz del gran defensor de los derechos humanos, el ya desaparecido, Osvaldo Bayer, y también la otra voz del recientemente fallecido, el gran antropólogo, Carlos Martínez Sarasola, que cuenta el esplendor y el ocaso de sus vidas, la de los lonkos, desde la mitología indígena sobre la que los caciques han abrevado, y han nutrido sus creencias y sobre las que han sustentado sus propias vidas. El antropólogo Carlos Martínez Sarasola, así como Marcelo Valko, entre otros, aciertan en sus investigaciones recuperando y restituyendo la vida y las desventuras de estos cuatro caciques desde su propia cultura, y tradición mapuche, tehuelche y ranquel, es decir, dejando de lado el valor de la voz autorizada y autoritaria de la ciencia, para que su discurso se impregne hasta infectarse de esa mitología indígena borrada y sepultada por los saberes occidentales y cristianos, en la que por ejemplo, un guerrero bravío como lo fue Calfulcurá, contara con una piedra sagrada, a la que aferrarse, la piedra azul, caída del cielo, un desprendimiento del cielo, para ellos, para nosotros, evidentemente, un pedazo de meteorito, para enfrentar los embates cuando se batía con el huinca, el blanco, en los campos de batalla. O el espíritu protector al que recurría en momentos difíciles y que lo acompañaba en cada enfrentamiento o situación en que ponía en riesgo su vida. Si bien el documental intercala lecturas, testimonios de miembros de las comunidades a las que pertenecían los caciques, además de escenas de animación con las que se pretende “ilustrar” la profanación de sus tumbas, lo más interesante es la interpelación que hace el filme al espectador como preguntándonos de qué lado se encuentra la civilización, y de qué otro lado nos enfrentamos con la barbarie… En la última escena se nos muestra una serie de fotografías del inasible, en todos los sentidos posibles, Francisco Pincén. Vemos, y se nos explica, que el fotógrafo manipuló las poses, y lo produjo, vistiéndolo de determinada manera, con el torso expuesto, y enarbolando una lanza o una flecha en su mano, para darle al fotografiado, o más bien para construir una imagen más “salvaje” o étnicamente “exótica” y menos “civilizada” volviendo a ejercer así una vez más violencia sobre su cuerpo, al que denodadamente han pretendido dominar y manipular sin éxito alguno, ya que hasta el día de hoy se desconoce el paradero y el destino final de los restos de Pincén. Por Gabriela Mársico @GabrielaMarsico
Medianoche en el jardín del bien y del mal Dickens por un lado, Eastwood por otro, hacen universal lo más particular de un hombre: su propio destino. Acabamos de sentarnos sobre una cómoda butaca, y esperamos ser entretenidos por una buena historia contada por un gran director. Sin embargo, a los pocos minutos, nuestra tranquilidad se ve alterada, vemos avanzar hacia nosotros una ola inmensa que va creciendo con fuerza extraordinaria hasta alcanzar la altura justa para arrasar con todo lo que le salga a su paso: hombres, mujeres y niños, tanto así como casas y autos. Es un tsunami. Ocurre en Tailandia, es diciembre de 2004, pero afortunadamente para nosotros, los espectadores, no estamos en la playa. Sino en una sala de cine. Y nos alivia pensar que no seremos arrastrados ni devorados por el mar. Como sí lo es, en este filme, Hereafter o Más allá de la vida, Marie Lelay (Cécile de France) que es sumergida y ahogada por la fuerza devastadora de las aguas. Marie experimenta la muerte o entra en una zona fronteriza entre vida y muerte de la que logra volver... Así comienza el filme del ya octogenario Clint Eastwood que, con guión de Peter Morgan, consigue no sólo una de las mejores escenas del cine catástrofe -aunque Más allá de la vida no pertenezca a ese género- sino que logra hacernos entrar por un instante a esa zona oscura, secreta y siempre elusiva de misterio que se cierne en torno a la muerte, a la pérdida y al dolor que experimentamos los que quedamos vivos. Porque en definitiva el filme no sólo aborda la no tan ineludible muerte, y la pérdida irreparable de los seres queridos, sino de los intentos de los vivos por hacer contacto de un modo u otro con los muertos, y mitigar así, en alguna medida, todo el dolor que conlleva aceptar su ausencia. Grandes Esperanzas A George Lonegan (Matt Damon, más talentoso y hermoso que nunca ) le ha pasado lo mismo que a Marie. Pero, a cientos de kilómetros, y hace ya muchísimos años. La distancia temporo-espacial en el filme es lo de menos como ya se verá. George siendo niño sufrió un accidente que lo dejó en esa misma zona fronteriza entre vida y muerte en la que también estuvo Marie. A George lo dieron por muerto, pero al igual que Marie, George volvió no sin que ese estado hiciera mella en su salud mental. Le diagnosticaron esquizofrenia pasiva. Los psiquiatras deciden, en aquel entonces, suprimir con medicación no sólo sus alucinaciones, sino además el dolor. George deja el tratamiento, y opta por el dolor, por la vida. En esta elección descubre un don: cómo logra comunicarse con los muertos, con sólo tomar la mano del familiar que desea hacer contacto con el recientemente fallecido. Sin embargo, después de transcurrido un tiempo, cuando se da cuenta de que su conexión con la vida sólo pasa a través de la muerte, George decidirá abandonar su redituable profesión de psíquico y dedicarse a trabajar como obrero en una planta de la que más tarde será despedido... Historia de dos ciudades En Londres, los gemelos Marcus y Jason (Frankie/George McLaren) sufrirán una traumática separación. Jason perderá la vida al ser atropellado en plena calle de vuelta de un mandado que su madre le había encargado a Marcus que, ya sin la presencia de su hermano Jason, se hundirá en la más negra desesperación por volver a contactar con él, su alma gemela. Separado de su madre alcohólica, y enviado a un hogar para huérfanos, Marcus se escapa con trescientas libras para visitar a todo psíquico que se le cruce en su camino. En este punto de convergencia, en el que la desdicha, y la necesidad de encuentro y de contacto, y no sólo con los muertos, sino más bien consigo mismos, que experimentan los tres personajes: George, Marie y Marcus, es donde el fino hilo de la trama parece debilitarse, quizá porque el que lo maneja, Eastwood, haya tirado con demasiado entusiasmo, o bien porque ya a sus ochenta, menos combativo, pero mucho más sabio confíe en la fuerza todopoderosa del azar, o en este caso, del destino... De todas maneras, la riqueza de los personajes, su mundo interior, la voluntad de encontrarse consigo mismos, se impone a los vaivenes siempre caprichosos del azar y compensa el encastre algo forzado tanto en el espacio -Paris, Londres, San Francisco- como en el tiempo, los tres personajes coinciden en la feria del libro que se lleva a cabo en Londres. Marcus es la personificación más acabada de la niñez desamparada, esa orfandad que Dickens, como quizás ningún otro escritor, ha conseguido plasmar en casi todas sus novelas, pero muy en especial, con la ya clásica David Copperfield, a la que Eastwood recurre para acunar las largas y solitarias noches de su héroe George. Parecería que Eastwood no utilizó la pluma de Dickens para rendirle un homenaje, sino que, por el contrario, recurrió a algunas líneas de sus historias (David Copperfield, La pequeña Dorrit, Cuento de navidad) como una fuente de inspiración, valiéndose del melodrama (género por demás bastardeado, si los hay) y que Dickens redefinió para siempre recortándolo contra los movimientos sociales de una pavorosa Inglaterra industrial, para contarnos una historia de lineamientos simples pero absolutamente reveladores sobre la naturaleza humana. Million dollar baby Marie descubre, durante una licencia que se ha tomado a instancias de su novio-productor para recuperarse del shock, que ha sido reemplazada en su puesto de trabajo como periodista de un noticiero por otra mujer que también ha tomado su lugar en la vida íntima de su novio, y en los afiches que se despliegan sobre las fachadas del exclusivo barrio parisino. Al ser desplazada dentro de la empresa a Marie se la contrata para escribir un libro sobre el ex presidente francés F. Mitterrand, sin embargo después de haber visitado el umbral de la muerte decide escribir sobre un tema algo más alentador: su experiencia de haber estado muerta. Se pone en contacto con una especialista en el tema, y se dedica a la escritura del libro. Mientras tanto, George decide a instancias de su hermano volver a su antiguo trabajo de psíquico, y recaudar fondos, por otro lado, a raudales, leyendo los mensajes que los muertos dejan a los vivos. Pero, a último momento, maldecirá y renegará de su tan redituable talento con el fin de escapar de su presente tomándose unas merecidas vacaciones con la indemnización del retiro voluntario, para irse de San Francisco a Londres sin escalas a visitar la casa en la que vivió su admirado Dickens... Tiempos difíciles En el viejo melodrama el villano era un hombre malvado que se relamía retocándose el bigote ante sus víctimas. En el melodrama posmoderno, el villano es el mal que se esconde dentro de las nuevas instituciones (corporaciones, cadenas de televisión, fábricas, terrorismo) que se relamen ante la incertidumbre y el miedo que provocan en sus nuevas y siempre desprevenidas víctimas: empleados y obreros, en fin, ciudadanos en general. Ante este panorama desolador, Eastwood, como Dickens hace bastante más de un siglo, utiliza los mecanismos propios del melodrama (situaciones extremas, tragedias personales, coincidencias imposibles) para redescubrir que es lo más importante en la vida: claro, la vida misma, enfrentándonos a nuestros propios miedos, necesidades, esperanzas...O para que nos demos cuenta de que para sentirnos satisfechos no tenemos que ir en busca de algo que se encuentre fuera de nosotros mismos... Henry James dijo de Dickens que tenía un ojo militar, haciendo referencia al riguroso poder de observación del gran escritor británico. Lo mismo podría decirse de Eastwood, quién no sólo posee ese mismo ojo que con el correr de los años no la ha perdido sino que lo ha venido agudizando. Prueba de ello: Invictus y Gran Torino. Con Hereafter Eastwood nos hace reflexionar sobre la posibilidad de que en algún momento de nuestras vidas una desgracia pueda lanzarse sobre nosotros con la fuerza devastadora de un tsunami, de un bombardeo, de un accidente automovilístico o de una despiadada política laboral de despidos y de retiros voluntarios, y que con furia aniquiladora logre derribar tanto a edificios como a personas, dejándonos abatidos, y reducidos a la desvalidez de un huérfano... Tras la apariencia de dramedia (léase drama más tragedia) se esconde un melodrama catártico, cumpliendo así la función más importante de purga y purificación que tiene la tragedia y todos sus subgéneros desde Aristóteles hasta la fecha. Por esa razón, desde nuestras cómodas butacas experimentamos la misma pérdida que sufrieron los personajes, pero también, la recuperación, y el renacimiento a través del encuentro consigo mismos. O acaso la Marie que flotaba sumergida dentro de las aguas es la misma que le da la espalda al irresistible glamour de la exposición mediática. O quién es ese otro George que logra escapar a tiempo de la explotación de su talento y de la vacuidad del éxito económico... Sí no es fácil darle la espalda a presencias tan seductoras como la fama, el éxito o el dinero. Tal vez haya sido necesario haber pasado por la muerte, o volver de ella, para lograrlo. Las estrategias del mal son cada vez más deslumbrantes y seductoras, y justamente por eso, más difíciles de detectar. Se agazapan junto a la codicia y a la mezquindad de ciertas estructuras de poder (materializadas en corporaciones, fábricas o cadenas de televisión) que, como Dráculas posmodernos, seguirán vampirizando nuevas víctimas de renovadas generaciones. Omniscientes y todopoderosas resultan tan indestructibles que a pesar de los tsunamis y ataques terroristas siempre saldrán indemnes y permanecerán intactas... Jinetes del espacio Dickens por un lado, Eastwood por otro, hacen universal lo más particular de un hombre: su propio destino. Y nos hacen recorrer el intrincado y arduo camino que nos lleva a construirlo. Dickens supo cómo hacerse un destino de hombre particular para convertirse en un escritor universal, Eastwood, dentro del cine, también. Hace rato ya ha logrado trascender lo estrictamente americano para convertirse en un director universal. Quizás porque ambos hayan conseguido crear poéticamente un lugar soñado, un universo luminoso y a la vez sombrío que de ningún modo es reflejo del mundo real, sino un espacio de vitalidad inextinguible, sin límites precisos, donde no existe la ley de gravedad. Un lugar que sólo existe en la mente, donde la imaginación se impone y la fantasía logra vencer a la muerte...