Si bien el refrán que reza que “segundas partes nunca fueron buenas” no se cumple con la inexorabilidad de una ley, podría aplicarse al caso de esta segunda entrega de Cities of love cuya primera parte fue filmada en Paris. La película cuenta con unas diez historias entrelazadas cuya temática gira en torno al amor. Son inevitables las comparaciones con su predecesora francesa, allí donde esta última se aproximaba al amor desde su lado más oscuro exponiendo problemáticas como la pérdida, la enfermedad, la soledad y la muerte; en su par neoyorkina sólo aparece una mirada un tanto edulcorada de los sentimientos humanos y una visión publicitaria-propagandística de la ciudad estadounidense, en este sentido si un espectador se embarcara en la tarea de encontrar una historia en que no aparezca la marca de un producto que se comercie actualmente en el mercado se verá destinado al fracaso. Algunos directores quizás por la necesidad de exhibir a Nueva York como una ciudad esencialmente multicultural, recurso que por cierto es muy poco novedoso, intentaron centrarse en el tópico de las relaciones interraciales, en estas historias, sin embargo, el efecto no es el deseado, los personajes devienen figuras deshumanizadas quizás por el formato coral del film o por la celeridad con que se salta de una historia a otra fiel a una lógica comercial-consumista que excluye la posibilidad de la empatía con los personajes. Finalmente, las actuaciones en general son buenas pero sólo algunos momentos son atractivos y la película en su totalidad parece carecer de escenas memorables.
En la década del 70 con la expansión espacial impulsada por la llegada del hombre a la luna, el gobierno estadounidense intenta la conquista de algunos planetas cercanos, simultáneamente una extraña caja es encontrada por un matrimonio en la puerta de su casa, la caja cuenta con un dispositivo que al ser activado produce la concreción de dos hechos: 1- la pareja se hará acreedora de un millón de dólares, 2- una persona totalmente desconocida por ellos morirá; la decisión de los participantes de este extraño “juego” parece reducirse a la siguiente dicotomía: seguir los impulsos egoístas de conservación individual o permitir que la razón introduzca una alternativa que tenga en cuenta lo universal, es decir a los otros individuos de la especie humana. Lo que parecía un juego -semejante a un bizarro concurso televisivo- es en realidad un test ideado por seres de origen extraterrestre para evaluar si la raza humana merece vivir o perecer El personaje interpretado por Cameron Díaz es una profesora versada en el pensamiento sartreano, sabe que el destino de cada hombre es libremente elegido y que aun lo que parece ser una decisión tomada en la soledad más extrema se convierte en un acto profundamente político, esto es así porque cuando elegimos actuar de una determinada manera, elegimos también las condiciones en que esa acción se desarrollará, es decir, el mundo en el cual la acción puede existir o extinguirse para siempre; El personaje toma una decisión desde su contexto individual, desde una situación económica que no es óptima pero tampoco absolutamente adversa; aun así elige hacerse acreedora del millón de dólares sin tener en cuenta la muerte que esta acción desencadenará. La inmoralidad de una acción homicida reside en su irracionalidad, un breve análisis de corte racionalista demuestra que ésta lleva a consecuencias contradictorias, en la raíz misma del acto se encuentra su propia destrucción, ya que la acción de matar destruye su objeto y al hacerlo anula la posibilidad de seguir actuando sobre -destruyendo- el objeto en el futuro; si elegimos matar, elegimos un mundo en el que ello esté permitido para todos y cada uno de nosotros, pero si todos y cada uno de nosotros matara la especie humana sería destruida en su totalidad y los homicidios dejarían de existir. Por tanto, la razón nos dice que cualquier acto de este tipo -sin tener en cuenta las características particulares- no es universalizable ya que al asesinar a otro individuo nos asesinamos a nosotros mismos como especie. Sin embargo, en La caja mortal -una vez instalado el dilema y llevado a cabo el cálculo abstracto de la razón: matar, no matar- se pone de manifiesto una de las características esenciales de la humanidad: su faceta trágica; lo que en un principio fue una elección personal se convierte en un complejo entramado de decisiones tomadas por diferentes individuos y la finitud de la razón se aprecia en la irreversibilidad de las consecuencias de la acción que descansa en la imposibilidad de anular el punto temporal en el que la acción tomó lugar, por tanto la condena, una vez tomada la -mala- decisión, es inexorable. En conclusión; el planteo no es sencillo, el final es de una potencia visceral, obviando ciertas actuaciones y diálogos un tanto anodinos La caja mortal es una película aceptable de suspenso y sutil terror.
Reiteradas veces las peripecias de la jovencita victoriana han sido llevadas al cine, esta vez es Tim Burton quien nos introduce en el universo de las profundidades de la madriguera. Las comparaciones con la infinitamente versionada obra literaria son quizás tediosas pero inevitables Burton nos presenta a una joven veinteañera en busca de su identidad en un mundo que ofrece limitadas alternativas para el género femenino. Detrás de la hollywoodense visión de Burton aparece una crítica a la sociedad victoriana o a los aparatos represores modernos contra las niñas -contra las mujeres- hacia el fin de la película encontramos una edulcorada oda a la liberación femenina así como un -moralizante- interés por demostrar que la identidad -femenina- es algo que se construye tanto con el esfuerzo de toda una vida como con la espontaneidad de un sueño. Sin embargo, el motor de la obra de Lewis Carroll, célebre autor de Alicia en el país de las maravilla sy Alicia a través del espejo, fue filosófico antes que moralizante, ensambló numerosas piezas para crear una superposición entre un macro universo regido por la precisión de la ley -universo que al fin y al cabo es un juego extrañamente reglado- y un micro universo caótico-infantil-esquizoide. Encontramos en la Alicia de Burton tan sólo una breve mención a las paradojas filosóficas trabajadas por Carroll, aquellas que hacían de Alicia una maquinaria tan atroz como inocente. Tangencialmente -pobremente- Burton alude a la paradoja del sueño que aparece hacia el final de A través del espejo, ésta parece desafiar por la vía literaria el concepto cartesiano de subjetividad, en el cual el yo, la racionalidad moderna, se postula como sostén del mundo. Aquel Yo que piensa -dicotómicamente- que luego existe y que por último sueña es el verdadero creador del mundo que se hace presente en el sueño, cada una de las partes del sueño se encuentran subyugadas a esta potencia totalizadora que domina ese universo por la negativa, es decir por su poder de destrucción ya que siempre es posible para él la vigilia y el simple ejercicio del despertar; pero todo se complica cuando la protagonista es una niña que sueña a un rey, o un rey que sueña una niña quien a su vez lo sueña dormido; en el mismo punto temporal en que él la sueña es soñado por ella, las cosas se han enmarañado tanto hasta impedir que el ámbito de vigilia cartesiana quede incontaminado. Deleuze en "Lógica del sentido" traza una distinción entre los cuentos de hadas clásicos y la obra de Lewis Carroll, las primeras se mantienen en el plano de los hechos, poseen una trama, cuentan una historia; Alicia…, por el contrario, se ubica en el plano del discurso, de las sutiles paradojas lingüísticas que llevan a la desesperación a la niña, la película de Burton podría enmarcarse dentro de la primera categoría, el final feliz de la película parece detener la oscilación constante entre el sinsentido aterrador y placentero de la obra de Carroll. Sin embargo, es necesario mencionar que dos hechos convienen a esta versión cinematográfica del clásico infantil, su exhibición tridimensional y el abandono de la estética oscura que hicieron célebre a Burton.