La noche que mi madre mató a mi padre, de Inés Paris Mucha gente tiene un prejuicio negativo hacia el cine español y esta película no ayuda a sostenerlo. Es difícil describir los personajes que intervienen y se relacionan en la nueva comedia de Inés Paris (Rivales, Miguel y William), pero tal vez atraiga al espectador rioplatense saber que uno de sus protagonistas no es otro que Diego Peretti haciendo de sí mismo. Si la sola mención del actor que cada día desde 2002 convive con la pregunta “¿para cuándo la película de Los Simuladores?” no convence, habrá que hablar del elenco que lo acompaña y el guión que le da sostén. A Ángel (Eduard Fernández) lo convence su exmujer Susana (María Pujalte), que es directora, de llevar su guión a la pantalla grande. Diego Peretti es el elegido para protagonizarla y habrá que convencerlo además de que la coproduzca en una cena organizada por la actual mujer de Ángel, Isabel (Belén Rueda), que además lucha por demostrarle a su marido que es una gran actriz. La trama se sigue enroscando cuando el ex marido de Isabel, Carlos (Fele Martínez), irrumpe en la cena de negocios con su actual pareja (Patricia Montero). Desde el principio, cuando se presentan la pareja y sus ex, uno adivina que la película es una comedia de enredos y empieza a intuir los rasgos del vodevil. El presentimiento no es nada equivocado, ya que pronto los vínculos entre estos seres humanos son lo que condimentan una trama que comienza con un ritmo lento, pero poco a poco toma carrera y empieza a tener verdadera fuerza a partir del segundo acto. El clima es siempre muy teatral y tiene tintes de comedia negra. Los primeros minutos, los lentos, son un arma de doble filo porque llevan a subestimar casi todo, pero justamente ahí reside la magia cuando las cosas empiezan a torcerse. Se genera un ambiente excelente que da lugar a una comedia que no recurre tanto a los gags, sino al humor que surge de magnificar lo cotidiano. El broche de oro, por supuesto, lo dan los actores, entre los que destacan Belén Rueda y, por supuesto, Diego Peretti, que agrega el condimento extra de desentonar (no sólo por la tonada) con el resto de los personajes. En resumen, es una comedia fresca que no subestima al espectador aunque parezca que lo haga de a ratos. Es cierto que podría acelerarse un poco la primera parte, pero todo el acto final mantiene a todos al borde de la butaca en lo que parece un intento por generar equilibrio. Precisamente eso, equilibrio, es lo que le falta en la cabeza a todos los protagonistas. LA NOCHE QUE MI MADRE MATÓ A MI PADRE La noche que mi madre mató a mi padre. España, 2016. Dirección: Inés Paris. Guión: Inés Paris, Fernando Colomo. Intérpretes: Belén Rueda, Diego Peretti, Eduard Fernández, María Pujalte, Fele Martínez, Patricia Montero. Edición: Ángel Hernández Zoido. Música: Arnau Bataller. Duración: 124 minutos.
TERROR 3.0 Hace quince años parecía normal la idea de copiar un VHS, pero no tenía la practicidad de la era digital. Hoy bastan un par de clicks para viralizar un video y extender una maldición por toda la red en cuestión de segundos. Menos mal que uno ya está entrenado para no ver instantáneamente todos los adjuntos y links que le llegan… ¿no? Con las videocaseteras ya en desuso, sólo un profesor medio hipster (Johnny Galecki) pudo haber comprado una por considerarla una reliquia. Mucha mala suerte tuvo que haber tenido, además, para que venga justo con un video maldito adentro. Un tiempo más tarde su historia se mezcla con la de Julia (Matilda Lutz), que tiene un novio (Alex Roe) estudiando en otra ciudad que dejó de comunicarse con ella para no exponerla al video que, sabe, lo va a matar en siete días si no lo comparte. A Julia no le importa y hace el sacrificio para salvarlo, pero todo empieza a ponerse muy raro cuando ve una película distinta a las que se hayan visto antes. ¿Puede verse sin haber visto las primeras dos? Claramente sí, incluso puede verse sin saber lo que es una videocasetera porque se toman unos segundos para explicarlo –se ve que los productores suponen que el público millennial es el target más importante-. De hecho, lo ideal sería verla sin mucho bagaje en cine de terror para no encontrar los lugares comunes. Lleva un ritmo intenso apoyado por los –infaltables- jumpscares, aunque en general están justificados. La trama tiene sus inconsistencias, no es como su antecesor Ringu –alabado sea el terror japonés- ni tiene actuaciones brillantes, pero es bastante entretenida si se dejan pasar los detalles. Lo único que queda, como recomendación, es abandonar la sala cinco minutos antes del final e imaginar que ése es el final real. LA LLAMADA 3 Rings. Estados Unidos, 2017. Dirección: F. Javier Gutiérrez. Guión: David Loucka, Jacob Estes, Akiva Goldsman. Intérpretes: Matilda Lutz, Alex Roe, Johnny Galecki, Vincent D’Onofrio, Aimee Teegarden, Bonnie Morgan. Edición: Steve Mirkovich, Jeremiah O’Driscoll. Música: Matthew Margeson. Duración: 107 minutos.
EL DINERO NO ES TODO (PERO CÓMO AYUDA) Es muy difícil ir a ver sin prejuicios la secuela de Cincuenta sombras de Grey, una película que cultivó nada menos que cinco premios Razzie –los anti-Oscar; ganó por Peor película, Peor guión, Peor actor, Peor actriz y Peor pareja- y que recibió críticas no sólo desde el cine, sino desde sectores que practican el sadomasoquismo –uno de los ejes de la historia- por reflejar situaciones inverosímiles y de abuso que no son propias de esa cultura. Sin embargo, también es cierto que recaudó más de 500 millones de dólares en menos de un mes, por lo que no es llamativo que la tercera adaptación ya se esté preparando para el 2019. Christian Grey (Jamie Dornan) busca recuperar el amor de Anastasia Steele (Dakota Johnson), pero tras los hechos de Cincuenta Sombras de Grey (2015) ella exige un nuevo acuerdo para poder seguir adelante. Sin embargo, apenas la pareja parece empezar a funcionar, aparecen distintas personas muy dispuestas a frustrar sus planes románticos. En primer lugar, puede que le cueste un poco a los que no vieron la primera entrega entender la totalidad de lo que pasa, y hay pocas pistas que ayuden. Toda la acción a partir de los hechos de la película anterior parece sin sentido, pero lo que se desarrolla a partir de esta tampoco parece tenerlo. “Es porno para madres”, dijo Stephen King sobre la saga, y no hay más que darle la razón. Las escenas de sexo no sólo no son sugestivas, sino que hasta el factor “sadomasoquista” es muy inocente. De hecho, al menos en esta película, parece que la cama es el único lugar donde el Sr. Grey es completamente inofensivo. Christian Grey es narcisista, manipulador, posesivo y psicópata. No tiene nada de malo tener un personaje así, pero venderlo como “romántico” es más enfermizo que el personaje en sí. Hay críticos que hablan de que hay películas “necesarias” porque reflejan tal o cual situación. Yo no sé si las hay necesarias, pero esta historia muestra que existen las que no sólo no son necesarias, sino que son nocivas. Cualquier persona que confunda lo que pasa entre Christian y Ana con algo similar al amor está en peligro grave de normalizar relaciones enfermas. Lo peor es que no sólo parecen estar enfermos ellos dos –él un psicópata, ella una inestable que pasa por alto todas las situaciones de abuso-, sino también su entorno. Sólo por dar un ejemplo, la madre de Christian se pasa media película diciéndole a Anastasia lo bien que le hace a su hijo y lo mucho que lo cambia, dándole una enorme responsabilidad –cuando lo que necesita Christian, a todas luces, es un psicólogo-. Las actuaciones no son especialmente brillantes, pero no puede echarse la culpa a los actores por tener que repetir diálogos y situaciones inverosímiles. El plano artístico es decente en lo visual, pero la música en vez de acompañar muchas veces está un paso adelante y mata la escasa tensión que pudiera haberse generado. Todo parece indicar, según la autora que dio vida a estos personajes, que con los suficientes billetes y un cuerpo escultural ningún “no” es definitivo y hay piedra libre para decirle a una mujer lo que puede o no puede hacer y encima conseguir que lo ame. En pleno 2017, una película del Medioevo. CINCUENTA SOMBRAS MÁS OSCURAS Fifty Shades Darker. Estados Unidos, 2017. Dirección: James Foley. Guión: Niall Leonard, E.L. James. Intérpretes: Dakota Johnson, Jamie Dornan, Eric Johnson, Eloise Mumford, Bella Heathcote, Rita Ora, Luke Grimes, Victor Rasuk, Max Martini. Edición: Richard Francis-Bruce. Música: Danny Elfman. Duración: 118 minutos.
GRAN RELECTURA DEL MURCIÉLAGO ATORMENTADO Es muy llamativo haber logrado que unos muñecos con algunas expresiones pintadas en el rostro puedan ser más carismáticos que muchos actores del momento. Lego Batman no deja indiferentes a grandes ni a chicos con una historia que explora facetas de Batman y su mundo sin caer en una solemnidad de hierro. Un toque de frescura para uno de los personajes más explotados del cine. Ciudad Gótica siempre está al borde del abismo por los ataques de docenas de villanos que oscilan entre lo creativo y lo ridículo –como el Rey Condimento, que hace su aparición estelar atacando con kétchup y mostaza-. Todo sería un caos si el jefe de la Policía no tuviera su botón con el que llamar a Batman para que se haga cargo de la situación. Sin embargo, fuera de lo que piensa la prensa, Batman no celebra con amigos toda la noche cada vez que salva la ciudad, sino que come langosta solo en su mansión. No obstante, su soledad está a punto de ser interrumpida. Cuando las cosas se tuerzan, sólo podrá salvarlo superar el miedo a volver a ser parte de una familia. Los nuevos enfoques que reciben todos los personajes, principalmente Batman y el Guasón, son refrescantes por haber abandonado el tono lúgubre por uno más lúdico y divertido. Todos queremos al Joker psicópata de Ledger, pero no tiene nada de malo disfrutar de una parodia más sentimental que lucha por ser el villano favorito de Batman y su contraparte como si se tratara casi de una cuestión romántica. Por otro lado, un Caballero Oscuro que goza su fama y hablar de sí mismo todo el tiempo –aunque con una voz muy profunda- también puede ser profundo al explorar, en un plano que los chicos pueden entender perfectamente, la soledad del personaje y sus motivos. Siempre se agradecen los guiños a los adultos que acompañan a los chicos, y los hay a montones. Desde videos del Batman de los 60 hasta la aparición de Sauron (El Señor de los Anillos), los Daleks (Doctor Who) y gremlins. La dinámica Lego –cosas que toman otras formas cuando se redistribuyen sus bloques- da una personalidad única al universo que está muy bien aprovechada. A su vez, se encastran partes de la personalidad única del Batman de todas las generaciones y traen gags simples pero efectivos a la mesa. Por último, cabe destacar que el trabajo de animación es excelente y que los mensajes que transmite son, aunque poco originales, muy positivos: desde el valor de la familia hasta el trabajo en equipo y la necesidad de dejarse apoyar por los demás. Sin dudas, una excelente opción para grandes y chicos. LEGO BATMAN: LA PELÍCULA The LEGO Batman Movie. Estados Unidos, 2017. Dirección: Chris McKay. Guión: Seth Grahame-Smith, Chris McKenna, Erik Sommers, Jared Stern, John Whittington. Edición: David Burrows, John Venzon, Matt Villa. Música: Lorne Balfe. Duración: 104 minutos.
PRECISA Y RIGUROSA Nos rodea un mundo que es hostil, sucio y violento, donde el barril de sangre -de soldados o de civiles indistintamente- parece ser mucho más barato que el de petróleo. David Mackenzie (Convicto, Rock’n’Love) expone un western que refleja una realidad donde no existen los buenos muy buenos ni los malos muy malos, sino personas con intereses llenas de grises. Para salvar la granja familiar de la hipoteca, tras la muerte de su madre, los hermanos Toby (Chris Pine) y Tanner (Ben Foster) Howard se lanzan a robar bancos en distintos pueblos texanos. Son dos personas distintas, uno divorciado con hijos que no tiene antecedentes penales y uno sin familia más que su hermano y que pasó la mitad de su vida en la cárcel. Sin embargo, el ranger veterano Marcus Hamilton (Jeff Bridges) no piensa resignarse en su última cacería y les estará pisando los talones. Todos irán hasta las últimas consecuencias. Cada minuto del metraje ayuda a construir personajes profundos con motivaciones reales y tangibles a través de sus acciones, y no se pierde ni un segundo en exposiciones burdas –ni con narrador ni sin él-. El guión es muy sólido, un lujo de Taylor Sheridan (Sicario) que atrapa sin subestimar al espectador ni abusar de los límites de lo verosímil. Las actuaciones dejan ver cada matiz de personajes realistas que logran empatizar con el espectador y llevan la historia de la mano hasta el final sin distraer. La película, a diferencia de las que generan estereotipos latinos desagradables –narcos colombianos, ladrones mexicanos, jefes de la mafia cubanos-, se burla de los estereotipos texanos y condensa en ellos el humor negro y ácido que atraviesa toda la película, dejándole a los espectadores menos sensibles una sonrisa casi permanente a través del relato. Además, el eje argumental es una crítica al sistema hipotecario que hizo colapsar la economía en 2008 y que hizo sufrir a gran parte de los personajes principales y secundarios. Sin embargo, la adrenalina que se vive en las persecuciones y las risas tienen su respiro cuando la reflexión entra por la ventana y sorprende a la audiencia mostrando las aristas de cada situación y cada personaje. Hay momentos que generan nudos en la garganta, especialmente cuando la acción llega sin anestesia ni planos dramáticos, sino la brutal realidad al estilo western. Al cóctel sólo queda agregarle la musicalización precisa y los planos que apenas dan un respiro en medio de la acción. No quedan dudas de por qué es un excelente candidato a los Oscar, especialmente en Mejor Película. SIN NADA QUE PERDER Hell or High Water. Estados Unidos, 2016. Dirección: David Mackenzie. Guión: Taylor Sheridan. Intérpretes: Ben Foster, Chris Pine, Jeff Bridges, Gil Birmingham, Dale Dickey, William Sterchi, Buck Taylor, Kristin Berg. Edición: Jake Roberts. Música: Nick Cave, Warren Ellis. Duración: 109 minutos.
BALAS, EXPLOSIONES Y POCHOCLOS HUMEANTES No hay que pedirle peras al olmo”, decía mi abuela y siempre le di la razón. Sería muy injusto tratar a xXx: Reactivado como una película que se toma en serio a sí misma, porque es evidente que no lo es. La semana pasada, en la crítica de Resident Evil: El capítulo final, destacaba que hay un tipo de acción surrealista que es muy disfrutable. Ejemplos sobran: sagas como Duro de matar y Red –gracias, Bruce Willis- constituyen un verdadero placer culpable cuando se quiere disfrutar sin pensar demasiado. Si dejamos pasar algunos detalles, puede que Vin Diesel se transforme en el chico malo que merece su lugarcito en la cuarta de Los Indestructibles. El agente y atleta extremo Xander Cage (Vin Diesel), tras haber fingido su muerte, vuelve a ser convocado por el Gobierno para recuperar la Caja de Pandora: un dispositivo que usa satélites en órbita como proyectiles de destrucción masiva. Cage sólo confía en el grupo que él mismo reclutó y pronto se verá inmerso en un entramado de conspiraciones donde sabe que nunca tiene que descuidar la espalda si quiere salvar al mundo –y verse cool en el proceso-. Xander Cage es, por supuesto, unidimensional, como toda su tropa y todos los personajes que aparecen en la película. Las motivaciones son vagas y el equipo multiétnico incluye un DJ –por demás necesario en una balacera-, la chica que combina inteligencia y torpeza, y la chica que no falla un tiro. Casi todo es de manual y por está muy visto, sin olvidar los estereotipos machistas infaltables del género. La parte visual está bastante bien, sin contar algunos efectos un poco dudosos, y la música es de relleno. Lo más vistoso, evidentemente, son las escenas de acción donde las balas se riegan alrededor de expertos de tiro y soldados con la puntería de los Stormtroopers, o donde los puñetazos se combinan con acrobacias imposibles. La aparición de Neymar no resta, a lo mejor agrega una sonrisa cómplice, pero está claro que su mejor actuación está en el césped cuando genera amarillas. Lo más imperdonable, sin embargo, es cuando Xander está en Brasil y todos hablan en español. A pesar de todo lo dicho, es una película disfrutable si se la mira como una comedia de acción. No es un film que pretenda ser más de lo que es, no hay que tomarlo en serio. El plan ideal es, cuando se está harto de pensar demasiado o de las películas que quedan rebotando durante meses en la cabeza, agarrar unos pochoclos y sentarse a reír de las escenas que desafían a la física y a la lógica sin cuestionar demasiado. XXX: REACTIVADO xXx: The Return of Xander Cage. Estados Unidos, 2017. Dirección: D.J. Caruso. Guión: F. Scott Frazier. Intérpretes: Vin Diesel, Donnie Yen, Deepika Padukone, Kris Wu, Ruby Rose, Tony Jaa, Nina Dobrev, Rory McCann, Toni Collette, Samuel L. Jackson, Ice Cube, Hermione Corfield, Tony Gonzalez, Michael Bisping, Al Sapienza, Neymar. Edición: Vince Filippone, Jim Page. Música: Robert Lydecker, Brian Tyler. Duración: 107 minutos.
REMATE SIN GLORIA La exitosa saga traída de los videojuegos llega a su fin tras 15 años de gloria. El camino de Alice (Milla Jovovich) por fin se cierra y muchas cosas cobran sentido. Si bien sus predecesoras no cosecharon el amor de la crítica -en Rotten Tomatoes alcanzaron solo un promedio de 26 por ciento de aceptación-, los fanáticos de la historia pueden acercarse al cine esperando concluir, para bien o para mal, toda la complejidad de la trama que comenzó en Raccoon City. Alice camina entre las ruinas de la civilización, defendiéndose como puede. Es una de las pocas personas en pie tras la propagación del Virus T, que convirtió a casi toda la población en muertos vivientes. Tras los sucesos de Resident Evil: Venganza (2012), Alice se ve obligada a volver a Raccoon City para tratar de ponerle fin a la expansión del virus. Justo el lugar en donde la Corporación Umbrella se prepara para el último ataque contra los sobrevivientes. El primer punto a favor es que comienza con un resumen de lo que es necesario saber para poder ver el resto, incluso si nunca se vio otra entrega. Luego, la fórmula es la de siempre: Alice aparece sola y confundida, le surge una misión, se le suman aliados y mata unos cuantos zombies por el camino. Esta vez, su misión incluye adentrarse a un bunker subterráneo para propagar una cura aérea del letal virus. Está llena de acción surrealista –de la que disfrutamos tanto en películas como Duro de matar 4.0 (2007)- pero carece de linealidad y coherencia entre las acciones de los personajes y sus repercusiones. La trama está escrita, como las anteriores cinco, por el director Paul W.S. Anderson (Mortal Kombat, Alien vs. Depredador, Pompeya), quien tiene experiencia en la carrera por adaptar videojuegos. No es tarea fácil, ya que el cine carece de la característica principal de los juegos: la interactividad. Debe ser por eso que, en general, pocas son las entregas basadas en historias de consola que hayan gustado realmente a los fans. La historia es bastante infantil, con personajes estereotipados, buenos, malos y muy chatos que cada tanto amagan a ser un poco profundos pero naufragan en el intento –el punto más ridículo es cuando Alice se gana la confianza de un sobreviviente escéptico en apenas unas horas-. Los planteos insultan constantemente la inteligencia del espectador con errores groseros, como trampas que se cobran una víctima y se desactivan de forma conveniente –pudiendo matarlos a todos- o puertas que se cierran luego de haber esperado que todos entren. Como ejemplo de esto, nuestra protagonista sobrevive luchas intensas pero se arriesga en estupideces como tomar agua contaminada o no mirar para adelante mientras maneja. La tensión artificial de la carrera contrarreloj pierde mucha intensidad por no mostrar a las supuestas víctimas ni la forma en que van a ser aniquilados cuando el minutero quede en cero. Por otro lado, la parte visual es buena excepto en algunos momentos de lucha, que se tornan confusos por los movimientos rápidos de cámara. Por fin, el mayor punto a favor es el cierre digno de Alice, que consigue tener un origen más o menos decente. Queda esperar que el nombre sea cierto, y la saga no se estire más. RESIDENT EVIL 6: EL CAPÍTULO FINAL Resident Evil: The Final Chapter. Alemania/Australia/Canadá/Francia, 2017. Dirección y guión: Paul W.S. Anderson. Intérpretes: Milla Jovovich, Iain Glen, Ali Larter, Shawn Roberts, Eoin Macken, Fraser James, Ruby Rose, William Levy, Rola, Ever Anderson. Edición: Doobie White. Música: Paul Haslinger. Duración: 107 minutos.
JUEGOS DE PODER Y SENTIMENTALISMO La vida del mafioso parece fácil: a hierro mata, a hierro muere. Se preocupa, en el mejor de los casos, sólo por su familia y algunos amigos, mientras que todo el resto es negociable. Ben Affleck (Desapareció una noche, Atracción peligrosa, Argo) viene a mostrar lo profunda o sentimental que puede ser una persona a pesar de haber elegido el delito como modo de vida. Joe Coughlin (Ben Affleck) es un ex soldado sobreviviente de la Primera Guerra Mundial. Cuando vuelve a su casa en Boston se transforma en un forajido que asalta bancos. Pronto se encuentra trabajando para el líder de la mafia irlandesa para sobrevivir, pero un traspié lo hace cruzar de bando y estar al frente de los trabajos de la mafia italiana en Tampa, Florida. El negocio del alcohol ilegal es próspero en tiempos de la Ley Seca, pero sabe que cualquier paso en falso puede costarle la cabeza. Ben Affleck vuelve a adaptar una obra del escritor Dennis Lehane –la primera fue su ópera prima, Desapareció una noche, 2007- que se complejiza cada minuto, con giros que son verosímiles pero a veces difíciles de seguir. El preludio –que toma buena parte de la primera hora- es una historia en sí misma –con su principio, nudo y desenlace-, que sirve para poder retorcer cada vez más el resto del relato trayendo detalles del principio. La mayoría de las veces el ritmo es bastante dinámico, ya que incluso las partes más tranquilas se ven interrumpidas por la violencia que atraviesa toda la película. Sin embargo, se vuelve bastante tedioso cuando se abusa de la narración para hacer avanzar la cinta. Visualmente es excelente, no sólo por los paisajes logrados sino por la impecable ambientación en la época de la Gran Depresión. Inclusive se puede disfrutar de una persecución de autos antiguos y vestimentas cuidadas hasta el detalle. Es una lástima que Ben Affleck se haya cargado con tanta responsabilidad al hombro: ser director, guionista, productor y protagonista le cobró factura. Si bien la película está orquestada alrededor Joe Coughlin, la actuación deja bastante que desear y da la sensación de que otros actores podrían haberlo hecho mejor, y darle los matices necesarios a un personaje que busca ser complejo pero no logra demostrarlo. Lo más interesante son los juegos de poder que atraviesan no sólo las bandas del crimen organizado, sino también las fuerzas del Estado y organizaciones como el Ku Kux Klan. Lo que separa la vida de la muerte es una decisión acertada en el momento justo y cualquier pieza fuera de lugar puede derribar un imperio. Queda en cada uno ver de qué forma va a hacerse cargo de sus actos. VIVIR DE NOCHE Live by night. Estados Unidos, 2016. Dirección: Ben Affleck. Guión: Ben Affleck (adaptación de una novella de Dennis Lehane). Intérpretes: Ben Affleck, Sienna Miller, Zoe Saldana, Elle Fanning, Chris Cooper, Brendan Gleeson, Remo Girone, Robert Glenister, Matthew Maher, Chris Messina, Miguel J. Pimentel, Anthony Michael Hall, Titus Welliver, Chris Sullivan, Max Casella, Kristen Annese, Larry Eudene, Derek Mears. Edición: William Goldenberg. Música: Harry Gregson-Williams. Duración: 129 minutos.
NO, NO ES OTRA PELÍCULA DE PRINCESAS Disney lleva unos años lanzando, cada tanto, películas de “princesas” que no lo son realmente, o al menos no son damiselas en apuros. El camino que comenzaron Esmeralda (El jorobado de Notre Dame, 1996) y Mulán (1998) lo recorrieron también Tiana (La princesa y el sapo, 2009) y Mérida (Valiente, 2012). Moana llega a levantar el relevo con una adolescente que, con sus tropiezos, sabe llevar la enorme responsabilidad de ser una líder para su pueblo y combinarlo con su pasión. Moana siente una atracción tan inexplicable como irresistible hacia el océano. Sin embargo, su padre lleno de temores hacia el mar le prohíbe adentrarse demasiado y le recuerda constantemente que su pueblo la necesita, ya que será la líder que lo suceda. Las cosas se tuercen cuando una maldición de leyenda alcanza la isla y la única solución parece ser atravesar las inmensas aguas y encontrar al semidiós Maui para romper el hechizo y salvar a su gente. Ver una película destinada supuestamente a los más chicos siempre da la sensación de haber visto todas. Sí, Moana hace el típico camino del héroe, pero no es ahí donde hay que poner el ojo sino en las diferencias con las demás películas del género. En primer lugar, Moana no es una princesa como tal: es hija del líder y va a sucederlo, pero el líder no parece ser un déspota que manda (y al que hay que servir) sino un guía y en ningún momento se deja ver que pudiera tener que casarse para llegar a esa posición. Por otro lado, Moana repara los errores que impide tomar en serio a las hermanas de Frozen (2013) como iconos feministas. No es ingenua, ni se deja llevar por cualquiera como Ana, ni es emocionalmente inestable como Elsa. Moana es inexperta pero está llena de valor y asume su rol de líder con altura. Si tiene algún tipo de interés romántico por alguien jamás se manifiesta y su partenaire, Maui, sólo acompaña la acción pero nunca le roba protagonismo: son más las veces donde ella salva al semidiós que al revés. Otro punto interesante es la ausencia del típico villano que conspire en las sombras para acabar con todo. A esto se le suman algunos golpes de realidad que pueden tocar temas sensibles, pero con mucho más tacto que clásicos como Bambi (1942) o El Rey León (1994) y llenos de sentido para darle más profundidad a la historia. Los personajes, aunque caigan en clichés, no son llanos y sus motivaciones llevan a que cada movimiento tenga sentido (y sea un poco previsible). El avance de la tecnología año tras año queda patente en la excelente animación, aunque puede que alguna escena (concretamente la del cangrejo gigante Tamatoa) asuste un poco a los chicos más impresionables. Se nota la sinergía entre los directores Ron Clements y John Musker, que dentro de la compañía del ratón compartieron casi todos los proyectos (Aladdin, El planeta del tesoro, entre otros). En resumen, la historia no transpira originalidad en estructura, pero tiene sus puntos novedosos, personajes carismáticos y buenos momentos de humor (que incluyen a Disney parodiándose a sí mismo con el tópico de la princesa). Si bien tiene sus deslices, seguro sea lo mejor que veamos del género en un buen rato. MOANA: UN MAR DE AVENTURAS Moana. Estados Unidos, 2016. Dirección: Ron Clements, John Musker. Guión: Ron Clements, John Musker, Taika Waititi, Jared Bush. Edición: Jeff Draheim. Música: Lin-Manuel Miranda, Mark Mancina, Opetaia Foa’i. Duración: 113 minutos.
RELECTURA SIN GARANTÍA Si mezclamos las películas de exorcismos convencionales con El origen (2010) tal vez tengamos una de terror con un toque original, que no es poco decir, sin llegar a caer en el ridículo de “¿qué pasaría si un prócer cortara cabezas de monstruos?” (como en Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros) o “¿qué pasaría si a la obra cumbre de Jane Austen le agregamos muertos vivientes? (como Orgullo y prejuicio y zombies). El doctor Seth Ember (Aaron Eckhart) tiene la habilidad innata de poder introducirse en el subconsciente de las personas poseídas para desahuciar a los demonios desde adentro. El Vaticano lo convoca para exorcizar a un niño (Emjay Anthony) y él acepta, al darse cuenta de que se enfrentaría a la misma entidad que mató a su familia y lo confinó a una silla de ruedas. Sólo él puede destruirlo, pero cualquier paso en falso puede acabar con la vida del chico o la suya. Algo así como que si alguien tiene un parásito en el cuerpo llama a un médico, pero si la zona afectada es el alma –o en el subconsciente, lo que prefieran creer- capaz que sería mejor llamar al buen doctor Seth, que arrastra un pasado pero se arriesga a tratamientos poco ortodoxos. Las películas de exorcismos tienden a plantear patrones claros, donde el cura llega a socorrer al afectado, lucha con agua bendita y crucifijo y, por lo general, muere de una forma horrible. Ya de entrada La reencarnación marca la cancha: el planteo está más cerca de la ciencia ficción. Si bien el concepto de entrar al limbo para liberar al poseído -aún poniéndose en riesgo- ya está experimentado (recordar La noche del demonio)-, ahora ese limbo es el propio subconsciente: el lugar donde se alojan los deseos y anhelos más profundos, de los que un demonio se podría aprovechar. El problema surge cuando, incluso desde un planteo más novedoso, la lista de clichés eternizados en las cintas de terror se cumple punto por punto. El mejor ejemplo son los jumpscares completamente innecesarios con sonidos estridentes que sólo escucha el espectador pero no los participantes de la escena. Con el nuevo enfoque explora todos los lugares comunes e incluso hay contradicciones y situaciones inexplicables que desconectan a la audiencia de la trama. Si bien no se destaca la dirección de Brad Peyton (Terremoto: la falla de San Andrés), hay cuestiones que pueden perdonarse, como la baja calidad de los FX, si se tiene en cuenta el bajo presupuesto con el que contó la producción. Por último, Eckhart no hizo su papel más notable, pero mantuvo a flote el film que prácticamente se centró en él y relegó al resto de los personajes al segundo plano. LA REENCARNACIÓN Incarnate. Estados Unidos, 2016. Dirección: Brad Peyton. Guión: Ronnie Christensen. Intérpretes: Aaron Eckhart, Carice van Houten, Catalina Sandino Moreno, Karolina Wydra, John Pirruccello, Emily Jackson, Emjay Anthony, Breanne Hill. Fotografía: Dana Gonzales. Duración: 86 minutos.