Una sitcom en pantalla grande Una familia ensamblada por la fuerza tiene la misión de transportar un cargamento de drogas desde México a Estados Unidos. Él es un dealer de bajo vuelo, ella una bailarina de stip-tease, y los hijos son adolescentes con distintas historias de conflictividad. Será una travesía marcada por infinidad de peripecias. He aquí uno de los fenómenos de la temporada en Hollywood. Una película que costó 37 millones de dólares y lleva recaudados más de 140 millones. ¡Marche una secuela! El otro milagro del año en la taquilla es "El conjuro", más barata todavía y arrolladora en ganancias. Lección para los productores: las cosas simples, bien contadas, siguen rindiendo. Como en los viejos tiempos. Puro cine de género: comedia y terror, en estos casos. Pero vamos a "¿Quién *&$%! son los Miller?", título espantoso por donde se lo mire. ¿Por qué no mantuvieron el original -"Somos los Miller"-, más sencillo y efectivo? Rawson Marshall Thurber (el mismo de "Los misterios de Pittsburgh") filmó con oficio y sin complicarse la vida esta sitcom de dos horas de duración. La clave para que las cosas funcionen es la química entre los miembros de la familia, encastrada de apuro para cruzar la frontera con un cargamento de marihuana apenas disimulado en una casa rodante. Si de sitcoms hablamos, Jennifer Aniston está llamada a su juego. Está muy bien como mamá postiza y mucho mejor como stripper. También cumplen Jason Sudeikis y sobre todo Will Poulter, perfecto en el rol de un nerd querible. El viaje de los Miller se asemeja a una montaña rusa. Por momentos hay gags vertiginosos y muy bien resueltos, y de pronto el carrito de la historia queda flotando en la intrascendencia. A medida que toma riesgos visuales la película suma, pero no son tantos. El juego se va agotando cuando la trama, irremisiblemente, se mete en el embudo de un final previsible. Le falta carnadura a los villanos. A Ed Helms le costará salir de su personaje de "¿Qué pasó ayer?" Ahí lo congeló el imaginario del público. Y Pablo Chacón (Tomer Sisley) pasa inadvertido. Punto en contra. Mucho más divertidos son los cruces con el matrimonio que juegan Nick Offerman y Kathryn Hahn. La platea (por lo menos la tucumana del jueves a la noche) no pescó varias de las referencias a estrellas estadounidenses -buenos gags que involucran a Oprah Winfrey, LeBron James y Willie Nelson, entre varios otros-. Son los momentos en los que vale estar atentos para soltar la risa.
Trazos demasiado gruesos La película enfoca el período 1974/1996 en la vida de Steve Jobs. La fundación de Apple, los problemas que lo llevaron a abandonar la compañía y el modo en el que recuperó el control de la firma. Hace pie en la relación de Jobs con sus socios y en el proceso de creación de los revolucionarios productos de Apple. Cuando se quieren contar -y mostrar- tantas cosas en dos horas suelen pasar estas cosas. La velocidad del relato, esa ambición por abarcar tanto deriva en que no se aprieta nada. Mejor dicho: en que la superficialidad gana la partida. ¿Cuál es el foco de "Jobs"? Buena pregunta sin respuesta. Lo más interesante se ve al comienzo. Son las aproximaciones más genuinas a Steve Jobs. Ese viaje iniciático a la India, el jugueteo con el ácido lisérgico, la ambivalente manera de relacionarse con las mujeres. La burbuja estalla cuando Joshua Michael Stern, acicateado por el guión de Matt Whiteley, se larga a narrar 20 años en la vida de Jobs con témperas y crayones. Adiós a los trazos finos, a las pausas para construir personajes, al tratamiento profundo de los conflictos. El Jobs de Stern es tan caprichoso como arbitrario y despótico. También un líder infinitamente creativo e inspirador. Rasgos inherentes a (casi) todo genio. Nada que no supiéramos o intuyéramos. A la película le falta el decisivo paso más allá. Stern se cuida de meterse bajo la piel del icono. ¿Qué había detrás de los actos de Jobs? ¿Por qué actuaba como actuaba? Pisar ese terreno habría modificado el eje de "Jobs". Lo más sencillo fue acumular anécdotas con forma de hitos históricos. Hacer desfilar a los verdaderos laderos de Jobs por la pantalla, pero lo suficientemente rápido como para no contarnos quiénes eran (son) en realidad Mike Markkula (Dermot Mulroney), Steve Wozniak (el siempre correcto Josh Gad), Daniel Kottke (irreconocible Lukas Haas) y siguen las firmas. Mientras tanto, Ashton Kutcher camina como Jobs y habla como Jobs. Se sabe lo mucho que hizo para obtener el papel. No tiene la culpa de los tropiezos de la película. La superpelea Apple vs. Microsoft se resume a una llamada telefónica con Bill Gates. La vida familiar de Jobs se resume a una viñeta de telefilm. Los ejemplos eximen de mayores comentarios.
A esta película ya la vimos... y más de una vez Cuando desaparece su madre, Clary Fray descubre que hay en Nueva York un submundo poblado de vampiros, licántropos y demonios. Se une entonces a los cazadores de sombras, grupo milenario que se dedica a combatir a las fuerzas del mal. Pero la historia de Clary es mucho más complicada aún... Advertencia: detrás de la película se mueve un universo literario, ya que está basada en los exitosos libros que Cassandra Clare escribe para el público infanto-juvenil. Como ocurre en estos casos, hay una elite de iniciados en la mitología de los cazadores de sombras. Al resto de los mortales les (nos) queda la adaptación que hicieron el director holandés Harald Zwart (el responsable de la remake de Karate Kid) y la guionista Jessica Postigo. La aclaración viene a cuento de los numerosos cabos sueltos desparramados por la trama, y que -se supone- irán atándose en la medida que funcione la máquina de secuelas. La sensación que deja la película es la de un enorme y costoso collage. Como en "El señor de los anillos" (y perdón por la comparación) todos persiguen un objeto mágico, en este caso una copa. Como en "Crepúsculo" se forma un triángulo amoroso (sazonado aquí por un aditamento gay), y pululan hombres lobo y vampiros. Como en Harry Potter hay magia, demonios y un castillo (sospechosamente parecido a Hogwarts; es más, la enfermería es idéntica). Como en "Los juegos del hambre" la heroína se hace fuerte en la adversidad. Y podemos seguir. A la ensalada la condimentan todos los elementos del imaginario fantástico medieval, incluidos Lena Headey (la malísima Cercei Lannister de "Juego de tronos") y el villano que encarna Jonathan Rhys Meyers (quien siempre será el Enrique VIII de "Los Tudor"). No por repetidos o por conocidos los platos dejan de ser sabrosos. El problema es que Zwart cocinó "Cazadores de sombras" en el fuego del lugar común, los diálogos solemnes y las remanidas peleas con monstruos. Falta humor, falta imaginación, falta densidad en los personajes. Ni siquiera llama la atención desde lo visual. De tan chata y previsible, a su lado "Los juegos del hambre" es cine de autor.
A la felicidad se llega con humor León encontró el celular de Ivana, y cuando la llama para devolvérselo derrocha simpatía hasta convencerla para que se encuentren. Ella se lleva la sorpresa de su vida: él mide 1,35. La química entre ambos fluye desde el principio, pero consolidar la relación no será sencillo. Lo mejor de "Corazón de león" se desarrolla durante la primera mitad de la película. Es el segmento más fresco de la comedia escrita y dirigida por Marcos Carnevale. El espacio en el que Guillermo Francella y -en especial- Julieta Díaz (foto) se sueltan para divertir y divertirse. Después a la historia la captura un tono solemne que deriva en el más previsible de los finales. Y resuelto a las apuradas, para más datos. O al menos sin una pizca de originalidad. El planteo de la pareja despareja -él, simpático y entrador, condicionado por su estatura de 1.35; ella, un bombón- no es la novedad. Menos con lo transitada que está la comedia romántica a esta altura de la historia. Carnevale usa los personajes y su circunstancia como plataforma para lanzar algunos gags bien logrados. Jorgelina Aruzzi, la secretaria del estudio de abogados que integran Julieta Díaz y su ex marido, compone el mejor secundario. Nicolás, el hijo de Francella, está correcto, y Nora Cárpena le pone oficio a lo suyo. "Corazón de león" transcurre en un universo de gente adinerada, que transita por Buenos Aires como si de una ciudad europea se tratara. El tema de los prejuicios sobrevuela -a la fuerza- la película, pero es apenas un barniz de realismo para un filme que, en esencia, apunta a otro lado. De allí que su tratamiento sea tan superficial. Si "Corazón de león" arranca sonrisas lo debe a su ligereza. Cuando se pone pretenciosa aterriza en el lugar común.
El feliz regreso a las fuentes del horror En la casa de la familia Perron se registran aterradores fenómenos. Acuden entonces a Ed y Lorraine Warren, un matrimonio experto en el trato con espíritus demoníacos. Lo que parecía una investigación de sucesos paranormales toma un cariz macabro a medida que los Warren se involucran en el caso. Parece mentira que haya sido James Wan quien inauguró la saga de "El juego del miedo", un festín para voyeurs de la tortura que termina resumiéndose en la banalización del dolor. Esa es la tónica que viene dominando el género desde hace años. Afortunadamente Wan cierra el círculo y sella con "El conjuro" un retorno al terror clásico. El de los climas opresivos, la sugestión de un susurro, las sombras detrás de una puerta. Lo que verdaderamente nos asusta en esas noches inquietantes, cuando el viento provoca extraños ruidos en la oscuridad y parece que una mano nos atenazará el tobillo de un momento a otro. Chad y Carey Hayes convirtieron en guión el caso documentado por Ed y Lorraine Waren (porque hablamos de hechos reales) y Wan lo filmó con mucha inteligencia. Tal vez abusó de algunos arreglos musicales, desmesurados en su intensidad. No deslucen el cuadro. Hay mucho de homenaje en el devenir de "El conjuro". Tributo a ese cine que en los 70 y principios de los 80 elevó los estándares del terror. La escalera de la casa de Amityville, la estática en la TV de "Poltergeist", la muñeca que mete miedo de sólo mirarla. Espacios tras los muros que remiten a Poe y bandadas de pájaros hitchcokeanas. La caja de música, enigmática e irresistible. Y chicos, muchos chicos, porque ¿no se originan multitud de horrores en los traumas infantiles? Hay también fantasmas, y un caso de posesión que cruza elementos de la fundacional "El exorcista" hasta las modernas "El exorcismo de Emily Rose" y "El rito", esa en la que Anthony Hopkins hace de Anthony Hopkins pero con sotana. Más que guiños cinéfilos, son ladrillos sabiamente colocados por Wan para construir su película. Por algo está ambientada en aquella época -principios de los 70- y fotografiada con un velo de opacidad. Los colores fuertes apenas se adivinan en una fugaz escena en la playa, lejos de la casa maldita y de la bruja que azota a la familia Perron. Vera Farmiga (foto) está espléndida, como siempre. Para construir su personaje se relacionó con Lorraine Warren, a quien definió como una viejita encantadora. Llamativo si nos atenemos a lo que cuenta la película. y eso que pasaron más de 40 años. Es que "El conjuro" asusta, tanto -o casi tanto- como muchos de los candidatos que pretenden que los votemos mañana.
Nicolás Cage enfrenta al demonio Nicolas Cage agarra lo que venga. A veces da la impresión de que ni siquiera lee los guiones; simplemente su agente arregla los honorarios y a otra cosa. Sólo así se entiende el sorprendente desbarrancamiento de una carrera que pintaba para otra cosa. La distancia que media entre "Adiós a Las Vegas" y "Cacería de brujas" es la misma que separa a Mike Figgis de Dominic Sena (o sea, de un cineasta a un realizador de clase "B"). Ese es el tono de "Cacería de brujas", una de cruzados que renuncian a derramar sangre inocente para terminar enfrentados con el mismísimo Satán. Resulta que el diablo anda por el mundo destruyendo todos los ejemplares del único libro capaz de neutralizarlo. Estamos en la Edad Media y esas cosas pasaban todo el tiempo. Cage es Behmen, el valiente soldado que llevará a una bruja a un monasterio para que la juzguen por... bruja. En el camino pasan un montón de cosas (demoníacas), y cuando llegan al convento el asunto se pone mucho más feo. Junto a Cage se mueve Ron Perlman, uno de esos actores queribles y con futuro de culto, como los personajes que interpreta (desde el Salvatore de "El nombre de la rosa" en adelante). La historia de "Cacería de brujas" es previsible hasta niveles insólitos. También los sustos y los pretendidos toques de suspenso. Y de los efectos especiales no vamos a hablar a esta altura del partido. Todo enmarcado por diálogos pomposos. Para peor, Claire Foy no da bruja, por más cara de mala que intente poner. Esta película costó 40 millones de dólares. A veces asusta pensar cuánto buen cine podría producirse con esa montaña de dinero.
Un lamentable show del mal gusto Los productores y el director de "Piraña 3D" -Alexandre Aja- se burlan de las lapidarias críticas que recibe su película y celebran el entusiasmo del público. Destaquemos entonces, para regocijo del señor Aja y compañía- que si usted es fanático de las mutilaciones en directo, los vómitos en tercera dimensión, el dolor y, por qué no agregarlo, las chicas lindas desnudas, "Piraña 3D" es el filme que estaba esperando. No es una película divertida, ni original, ni siquiera técnicamente bien hecha (elementos que podrían jugar a su favor). "Piraña 3D" no es más que la banalización de la crueldad a gran escala. Pero hay un tema infinitamente más importante que vale la pena tratar. ¿De cuántas buenas películas nos vemos privados los tucumanos al año? ¿Cuántas cinematografías nos son vedadas por falta de salas? ¿Y qué hay de la cuota de pantalla del cine nacional? Se entiende la proliferación de copias cuando de tanques de Hollywood se trata, pero ¿no hay algo mejor para programar que esta auténtica basura?
Larga vida al western El primer western que filmaron los hermanos Coen fue "Fargo". El marco temporal es lo de menos: el dibujo de los personajes, el sentido de la historia y el entorno -la helada y desolada Minnesota- encastraban en la mitología del género. La diferencia con "Temple de acero" radica en el carácter casi celebratorio de la película. Los Coen reemplazaron la corrosiva ironía y la crudeza de "Fargo" por tópicos indisolublemente unidos a la tradición del western: la soledad -inherente al paisaje-, la redención, el heroísmo y un tono de perenne tristeza, rematada en este caso por un desenlace conmovedor. Que lo hayan ensayado en forma de remake no deja de ser coherente. Henry Hathaway no estuvo a la altura del maestro John Ford ni de Sam Peckinpah, pero filmó su "True grit" con oficio y calidad, aunque justo es decirlo, al servicio de John Wayne. A esa altura (1969) Wayne ya era un póster ambulante, y gracias a Hathaway y a "True grit" fue un póster... con Oscar. Vale el apunte para valorar el rollo en el que se metió Jeff Bridges cuando aceptó el papel: actuó de Rooster Cogburn y de John Wayne al mismo tiempo, y lo hizo maravillosamente. Al igual que la pequeña Hailee Steinfeld, Matt Damon y un cast que parece elegido por... Ford o Peckinpah. La mano de los Coen -rasgos de cine de autor- son pinceladas repartidas aquí y allá. Los diálogos, veloces, punzantes, llevan su sello, en especial los contrapuntos entre Cogburn, el Texas Ranger que encarna Damon y la pequeña Mattie Ross. Hay mucho de homenaje, planos bellísimos brillantemente plasmados por la fotografía de Roger Deakins, y una banda sonora de Carter Burwell que ya merece un lugar en cada discoteca. Y también, por supuesto, el inevitable crescendo dramático y violento que propone la novela de Charles Portis. Porque es un western, construído y contado con a
Dos estrellas ( y un filme) a la deriva Uno de los (numerosos) problemas que lastran la película es una cuestión de piel. Entre Angelina Jolie y Johnny Depp no hay química, no encienden la pantalla ni se encienden mutuamente cuando se miran o se tocan. Pésimo punto de partida si se tiene en cuenta que esa relación sostiene la historia. "El turista" es la aburrida remake de un filme francés de 2005 ("El secreto de Anthony Zimmer"). Florian Henckel von Donnersmarck, el mismo de la excelente "La vida de los otros", filmó con elegancia. Lo de elegante se refiere al vestuario de Angelina y a los soberbios planos de Venecia. Más que un thriller, "El turista" parece una publicidad de maquillajes o de perfumes. Depp no le pone mucho hierro al asunto. Hay una trama policial, una banda de mafiosos rusos muy malos y diálogos tan pomposos como superficiales. A la media hora "El turista" ya desbarrancó irremediablemente y no hay modo de salvarlo. Eso sí: Angelina y Johnny cobraron muy bien. Debieron haber destinado parte del presupuesto a contratar un buen guionista.
El perfecto juego de las paradojas Paradoja: Idea extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de las personas. / Aserción inverosímil o absurda, que se presenta con apariencia de verdadera. No pestañee. No se pierda ningún diálogo. Esto es un rompecabezas -uno magnífico, por cierto- y el extravío de una pieza implica que el cuadro quedará irremediablemente incompleto. "El origen" desafía al espectador; le propone un esfuerzo. Bienvenido sea, como demostración palpable de que Hollywood también es capaz -muy de vez en cuando, eso sí- de levantar un poquito la apuesta. No es Bergman ni Tarkovski, apenas una película inteligente. Christopher Nolan esperó 10 años para concretar este proyecto. Escribió y concibió un juego de cajas chinas tan preciso como el engranaje de un reloj. Necesitaba la tecnología justa para desarrollar la formidable ingeniería visual aplicable a la (libre) arquitectura de los sueños. Afortunadamente, los efectos especiales -que los hay, y en cantidad- están al absoluto servicio de la historia. Y esa es toda una novedad. Se viene comparando a "El origen" con "Matrix", sobre todo en lo que se refiere a las realidades paralelas y los universos oníricos. Pero Nolan está mucho más cerca de Hitchcock que de los hermanos Wachowski en su concepción del suspenso y en la resolución de sus personajes. La escena de la camioneta cayendo del puente, mientras se desarrollan tres niveles de sueños en distintos planos de tiempo y espacio, es sencillamente perfecta. DiCaprio convive con un fantasma del pasado (Marion Cotillard, exquisita). La cara de póker de DiCaprio (foto), esculpida por Scorsese y ampliamente fotografiada por Nolan, le da vida al impenetrable Cobb. Sólo Ariadne (Ellen Page, la adorable Juno), podrá acceder al secreto que pone en riesgo la operación. A esa altura, "El origen" lo mantendrá atornillado a la butaca, sin darle margen para respirar.