SI AMAS ALGO DÉJALO LIBRE Aves de Presa es alocada y violenta como su protagonista Antes de volver a juntarse con sus compañeros "suicidas", Harley Quinn hace nuevas amistades y emprende su independencia alejada del Joker. Desde el fracaso (comercial y crítico) de “Liga de la Justicia” (Justice League, 2017), Warner Bros. y DC Comics decidieron replantearse todos sus planes comiqueros para la pantalla grande, desmembrar la franquicia compartida que intentaban replicar, y dotar a cada una de sus películas de una identidad más personal. Este último detalle y la visión particular de cada realizador parecen ser la clave del éxito de “Aquaman” (2018), “Shazam!” (2019) y “Guasón” (Joker, 2019), tres historias que poco y nada tienen en común, aunque comparten personajes y un universo superheroico más extenso y reconocible. Más allá del traspié de “Escuadrón Suicida” (Suicide Squad, 2016), la aventura de David Ayer dejó bien en claro que la Harley Quinn de Margot Robbie tenía el voto positivo de la audiencia, y que podía explorar su impredecible personalidad sin necesidad de su payasesco compañero de andanzas. Este magnetismo se convirtió en el germen para que la mismísima Robbie llevara sus ideas derechito a las oficinas de los directivos del estudio con la intención de crear una historia alrededor de su personaje, justamente, alejado de la sumisión y de esa relación enfermiza y tóxica que supo definirlo muchas veces. “Aves de Presa y la Fantabulosa Emancipación de una Harley Quinn” (Birds of Prey: And the Fantabulous Emancipation of One Harley Quinn, 2020) no es la típica película de “superhéroes”. Es (más bien) una declaración de independencia desde el punto de vista de esta simpática villana que, tras el rompimiento amoroso, decide salir al mundo y valerse por sí misma… algo que no resulta tan sencillo sin la protección de Mr. J. Este es el punto principal a tener en cuenta cuando hablamos de esta aventura: un relato alocado, violento (muy violento), explícito, espontáneo, aniñado por momentos, y bastante desordenado (de manera intencional) como las ideas en la cabeza de esta protagonista. En esta estructura caótica -que poco a poco va cobrando sentido e incluyendo a los demás personajes en la trama- reside una de las mejores decisiones narrativas de la guionista y también productora Christina Hodson, responsable de “Bumblebee” (2018). Junto a la casi debutante directora Cathy Yan pergeñan un estrafalario viaje en montaña rusa, divertidísimo y frenético, que no para hasta llegar a destino, siempre tripulado por la carismática arlequina. La voz de Harley marca el ritmo constante de esta odisea empoderadora y caricaturesca, en el mejor de los sentidos, que no se inmuta cuando se ríe de sí misma, de los géneros y sus lugres comunes, y hasta de la tragedia más sangrienta. Margot y un personaje que le uqeda pintado “Aves de Presa” no enarbola la bandera feminista, pero deja bien en claro que esta es una ‘historia de chicas’. Chicas (y mujeres de cierta edad) cansadas de no encajar en el sistema construido (mayoritariamente) por los hombres, y que entienden que la única manera de sobrevivir es hacerles frente, tirar las estructuras abajo y, en lo posible, crear las propias dejando los modales de lado. Acá no hay damiselas en peligro ni bandos de buenos y malos. En Gotham, todos están un poco salpicados por la corrupción, y los héroes (o heroínas) son aquellos que intentan hacer una pequeña diferencia. Venganza, moral, ambición y supervivencia son los factores que van a cruzar a estas protagonistas tan diferentes entre sí, forzadas a trabajar en equipo para salvaguardar su propio pescuezo y a la pequeña Cassandra Cain (Ella Jay Basco), ladronzuela que robó lo que no debía de manos de Roman Sionis (Ewan McGregor), líder criminal sádico y egomaníaco que controla a los matones de las afueras de la ciudad. Un diamante es la excusa ¿y el Macguffin? para reunir a la recién separada Harley, Cass, la detective Renee Montoya (Rosie Perez) -quien intenta armar un caso contra Sionis-, la entrenada asesina Helena Bertinelli (Mary Elizabeth Winstead) -también conocida como The Huntress-, y a Dinah Lance/Black Canary (Jurnee Smollett-Bell), cantante y empleada de Roman que no siempre aprovecha todo su potencial. ¿Quién se le atreve a las chicas? La trama es bastante básica, pero las realizadoras lo compensan con una estructura narrativa que le calza como anillo al dedo, y una puesta en escena en función a esta misma manera de contar. La fotografía de Matthew Libatique (colaborador habitual de Darren Aronofsky) es la mejor herramienta para representar los momentos más fantasiosos y lisérgicos que se cruzan por la cabeza de Harley, haciéndonos dudar (muchas veces) si es realidad o ficción. También el montaje frenético durante las perfectamente coreografiadas escenas de acción, acompañadas por una banda sonora que se luce en sí misma, aunque puede convertirse en un estorbo debido a la saturación. Lo mejor de “Aves de Presa” es su singularidad, los riesgos que toma y la química que se establece entre estos cinco personajes femeninos, todos con sus momentos para brillar y “emanciparse” a su manera. La película deja bien en claro que hay mucho más para contar sobre este grupo que apenas se está conociendo y, entre sus virtudes, está nos deja con las ganas de presenciar más aventuras. Lo más flojito es un villano que no siempre cae bien parado en la caricatura, más cuando se acerca peligrosamente a ciertos estereotipos que cayeron en desuso. Otro villano resentido Llama la atención que un producto que rompe tantas barreras -estamos ante la primera gran producción superheroica con un elenco mayoritariamente femenino, al igual que las impulsoras detrás de las cámaras- y se la juega con una historia no apta para menores, caiga en estos modelos dañinos para reforzar la villanía del antagonista. McGregor se luce más cuando le toca ser más extremo y se desata violentamente, aunque no provoca el mismo efecto su lado más caricaturesco, ligado a la representación LGTB+. Igual, estos detalles no logran opacar el conjunto de la película, una extraña oda a los cómics y los superhéroes más bizarros, que se sostiene en su propio universo, aunque no reniega de, por ejemplo, “Escuadrón Suicida”. Esta es una instancia diferente y el espíritu anárquico de la historia y sus personajes nos invitan a unirnos a la diversión y la celebración de independencia de estas protagonistas que lejos están de ser las perfectas heroínas, pero hacen su mejor esfuerzo para demostrar que el futuro bien puede ser femenino.
EL OCASO DE UNA VIDA Judy, una biopic con poco brillo Renée Zellweger está a pocos días de ganar su segundo Oscar gracias a la interpretación de este ícono de Hollywood y Broadway. Los miembros de la Academia aman cuando sus intérpretes se transforman para un papel, mucho más cuando se trata de un personaje de la vida real. Si repasamos los ganadores a Mejor Actor y Actriz Principal (o los nominados, en general) en las últimas décadas, éstas son las performances que suelen destacar… y llevarse la estatuilla dorada a su casa. Renée Zellweger tiene todas las de ganar -ya se quedó con el Globo de Oro, el SAG Award y el BAFTA, entre otros reconocimientos- para repetir durante la ceremonia de los Oscar del próximo domingo, justamente, por ponerse en la piel de un ícono como Judy Garland, una de las grandes figuras de Hollywood (y Broadway) que fue olvidada por esos mismos votantes. Los dramas biográficos musicales están a la orden del día, más con el éxito de “Bohemian Rhapsody: La Historia de Freddie Mercury” (Bohemian Rhapsody, 2018) y “Rocketman” (2019). “Judy” (2019) se sube a esta ola de la mano del director Rupert Goold, un realizador más cercano a la TV de gran producción, quien decide no hacer un repaso de la vida de la estrella, sino que toma como punto de partida la obra teatral “End of the Rainbow” de Peter Quilter. Este musical que se paseó por Broadway y el West End londinense se concentra en el último año de la carrera de la actriz cuando, sin muchas oportunidades laborales en su propio país, resuelve aceptar una serie de presentaciones en la capital inglesa bajo el título de “Talk of the Town”. El realizador y el guionista Tom Edge (“The Crown”) se centran en este recorte de su vida, pero también nos llevan esporádicamente al pasado, a esa Judy de 14 años convertida en joven estrella de MGM, quien tuvo que soportar las presiones y condiciones del estudio y su manager Louis B. Mayer (Richard Cordery), si pretendía triunfar y ser más grande que Shirley Temple. Estos paralelismos -donde se ven los trastornos alimenticios, las drogas prescriptas, la imposibilidad de sociabilizar incluso con sus compañeros de elenco- tienen sus consecuencias en el presente de 1968, cuando Judy debe abandonar a sus hijos más pequeños y partir hacia Londres para intentar reacomodar su vida financiera y un carrera que está entrando en el ocaso. Zellweger y su interpretación -es ella la que recrea cada uno de los números musicales- es lo más valioso y atractivo de este drama biográfico demasiado aleatorio y poco interesante para aquellos que no conocen todos los pormenores de la diva. Su Judy busca desesperadamente el cariño del público (o de cualquiera dispuesto a dárselo), y estos son los momentos más rescatables de una vida plagada de carencias que nunca logró satisfacer. Camino al Oscar Más allá de su cuidado maquillaje, la transformación física y el lenguaje corporal de Renée, y los vestiditos que luce que en cada show (todos atributos relacionados a ese Oscar que se viene), el personaje poco tiene para ofrecer a la hora de relacionarse con la audiencia. Deberíamos poder sentir ¿pena? ¿empatía? No queda muy claro, justamente, por este recorte tan azaroso que hace el relato, obviando gran parte de su vida y sus vaivenes. Lo que nos queda es una película mezquina que caricaturiza un poco a su protagonista y ni se esfuerza demasiado en otros aspectos técnicos. Hay cierto cuidado a la hora de recrear las diferentes épocas y, sobre todo, los escenarios de “El Mago de Oz” (The Wizard of Oz, 1939) -donde transcurren gran parte de los flashbacks-, pero nunca hay espectacularidad alrededor de esta estrella, incluso en el momento del show. Podemos suponer que hay una intención por parte de Goold al no glamorizar este lento descenso a los infiernos, aunque tampoco nos presenta una alternativa que refuerce esta idea. La estética de la película, al igual que su trama, es bastante chata, restando todavía más puntos a una biopic que no se destaca dentro de su mismo género. Judy, al frente y al centro Eso sí, Zellweger logra perderse en el personaje y conectar con la estrella en sus momentos más vulnerables y humanos, aunque estos no siempre formen parte de la vida de Garland y sean meros agregados ficcionales de la obra musical de Quilter. Estos pequeños pasajes de la historia se convierten en las escenas más accesibles para el público no iniciado, ese que sólo recuerda a la pequeña Dorothy, a la protagonista de “Nace una Estrella” (A Star Is Born, 1954) o a ‘mamá de Liza’. Judy Garland fue mucho más que eso y, lamentablemente, la película no le hace justicia en ningún momento. No nos alienta a querer saber más e indagar en su filmografía. En cambio, hay un regodeo amarillista sobre su vida amorosa, sus miserias y los últimos meses de su atormentada vida, antes de fallecer a los 47 años.
BAND OF BROTHERS La gran candidata para los Oscar de este año San Mendes nos mete de lleno en el horror de la Primera Guerra Mundial con una historia contada a través de u "solo plano". En 1999, Sam Mendes saltó de exitosas puestas teatrales en el West End londinense y en Broadway a su debut cinematográfico con “Belleza Americana” (American Beauty). La apuesta de DreamWorks por este nuevo talento le reportó cinco premios Oscar, incluyendo el de Mejor Película y Mejor Director para el ignoto Mendes. La carrera del realizador británico tiene sus altos y bajos, sus películas independientes y sus mega sucesos taquilleros como las últimas entregas de James Bond, pero con “1917” (2019) está un paso más cerca de conseguirle un compañero a su hombrecito dorado. El drama bélico coescrito junto a la debutante Krysty Wilson-Cairns -quien también comparte crédito en la futura “Last Night in Soho” (2020) de Edgar Wright- nos lleva a las trincheras de Francia en plena Primera Guerra Mundial, más precisamente al 6 de abril de 1917, donde todavía estamos a un largo trayecto de ponerle fin al primer gran conflicto armado del siglo XX. Las fuerzas aliadas se preparan para incursionar en territorio enemigo, pero el general Erinmore (Colin Firth) tiene una misión más importante para dos de sus jóvenes cabos: Blake (Dean-Charles Chapman) y Schofield (George MacKay) deben correr contra el reloj y atravesar la llamada “Tierra de Nadie” (No man's land) para alcanzar al regimiento del coronel MacKenzie (Benedict Cumberbatch), dispuesto a desplegar a unos mil seiscientos soldados que marcharán derechito hacia una emboscada mortal. La misión de Blake y Schofield es sobrevivir a la odisea, atravesar el terreno abandonado por los alemanes, entregar el mensaje salvador y prevenir la avanzada de sus compañeros. Una tarea simple, pero muy peligrosa para estos dos soldados que sólo piensan en volver a casa con sus seres queridos. Mendes y Wilson-Cairns no escatiman tinta a la hora de utilizar todos los tropos (elementos comunes) de este subgénero cinematográfico. En definitiva, “1917” no deja de ser una epopeya donde los ‘héroes’ deben ir del punto A al punto B y sortear todos los obstáculos que se presentan en su camino, nada muy diferente a “Apocalipsis Now” (Apocalypse Now, 1979) o “Rescatando al Soldado Ryan” (Saving Private Ryan, 19989), en cuanto a estructura narrativa se refiere. Pero el gran atractivo de la película -y habría que replantearse cuán atractiva sigue siendo sin este recurso- es que el director decide contar su historia “sin cortes”, o sea, en un larguísimo (falso) plano secuencia que nunca se detiene y ayuda a marcar la tensión, el pulso y la inmediatez del momento, casi en tiempo real. La hazaña (técnica y artística) también se la tenemos que agradecer al gran Roger Deakins, director de fotografía que con este trabajo, seguramente, volverá a coronarse en los premios de la Academia. Dos contra el peligro Así, estamos más que obligados a acompañar la cruenta travesía de los dos protagonistas, que atraviesan trincheras repletas de cadáveres putrefactos, aldeas destruidas y abandonadas, y el constante peligro del enemigo al acecho. Su misión es simplemente (y no tan simple, ni sencilla) sobrevivir para entregar una carta... de la que depende la subsistencia de todo un regimiento, incluyendo al hermano mayor de Blake. Hombres que deberán estar más que preparados para la siguiente batalla, porque todavía estamos a más de un año del fin de la guerra. Mendes, como todos los directores que abordaron este tema en las últimas décadas (sea la contienda que sea), hace hincapié en la camaradería entre soldados -esa unión y desolación que sólo entienden los ex combatientes- y el despropósito de tanta muerte y destrucción, dejando bien en claro que su mensaje es antibélico. Nada que no se haya visto en cualquier exponente del género, de ahí que “1917” brille mucho más por su virtuosismo visual y narrativo que por su escasa profundidad argumental. ¿Lo habrá visto a Moriarty? El peso de la historia termina recayendo en Chapman y MacKay. Los nombres más “reconocidos” (Mark Strong, Andrew Scott, Richard Madden, Firth, Cumberbatch) no son más que personajes que se atraviesan en el camino de estos protagonistas, jugando el papel de simples ‘ayudantes’ que permiten que el relato siga avanzando. No queda claro por qué el director los envuelve con cierta aura de misterio y sorpresa como si el espectador no estuviera al tanto de su participación en la película. Estas extrañas decisiones intentan compensar un argumento que tiene pocos matices y no es más que una excusa para que “1917” se luzca desde sus aspectos más “técnicos”. Mendes utiliza el mismo recurso de “Birdman o (La Inesperada Virtud de la Ignorancia)” (Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance), 2014) para dotar a su film de cierto aire documental, pero no siempre logra mantener la tensión y la sensación de peligra que la historia necesita, al menos, para que los espectadores pueden conectar con los protagonistas y preocuparse por su suerte y la de la misión. El guión no nos deja muchas opciones, pero sí una clase magistral de cine puro cuando nos concentramos en cómo la película trasmite sus ideas de heroísmo exacerbado a través de imágenes y sonidos contundentes, perfectamente delineados.
LAS HERMANAS SEAN UNIDAS Greta Gerwig moderniza un clásico de la literatura Llega una nueva versión del clásico literario de Louisa May Alcott y, aunque nos transporte nuevamente al siglo XIX, la historia de las hermanas March se siente más moderna que nunca. La novela más famosa de Louisa May Alcott tuvo más de una adaptación desde que Alexander Butler se despachó con la primera versión muda en 1917. Seguramente, las más recordadas por el público sean las protagonizadas por Katharine Hepburn (en 1933), Elizabeth Taylor (en 1949) y la más cercana a nuestro tiempo, la de Winona Ryder en 1994, curiosamente la primera que contó con una directora -Gillian Armstrong- detrás de las cámaras. La historia de las hermanas March se paseó por el cine, la TV y los teatros, tuvo traslaciones ambientadas en la actualidad, pero incluso aquellas que nos remontan a mediados del siglo XIX conservan esa visión moderna que siempre caracterizó a su autora, reflejada en la actitud desafiante e independiente de Josephine ‘Jo’ March. Greta Gerwig, que ya exploró su propia rebeldía adolescente a través de “Lady Bird: Vuela a Casa” (Lady Bird, 2017), encara su segundo proyecto como realizadora en solitario de la mano del clásico de Alcott, y aunque nunca se aleja de la esencia original, logra dotar a su obra de un modernismo y una vitalidad pocas veces vistas en la pantalla cuando se trata de este tipo de adaptaciones. Gerwig -nominada en la categoría de Mejor Dirección y Mejor Guión Original por “Lady Bird”- vuelve a irrumpir en la temporada de premios con su “Mujercitas” (Little Women, 2019) sin nada que envidiarles a sus contendientes masculinos. Igual, los votantes de la Academia no creyeron relevante destacar el trabajo de Greta detrás de las cámaras, como si un film que aspira a seis estatuillas -incluyendo Mejor Película y Mejor Guión Adaptado-, se dirigiera por sí solo. Dejando estas injusticias de lado, la directora y guionista decide tomar varios riesgos con su versión y arrancar su relato en el año 1868 cuando Jo (Saoirse Ronan) ya está instalada en Nueva York dando clases, al mismo tiempo que intenta convencer a un editor para que publique algunas de sus historias. De esta manera, la joven aspirante a escritora empieza a entender el despiadado mundo editorial, y a ceder ante los cambios de su obra cuando ya no tiene más opción. La más rebelde de las March necesita el dinero para ayudar a su familia, y tras conocer (y coquetear) con Friedrich Bhaer (Louis Garrel), resuelve volver a su hogar en Concord, Massachusetts, al enterarse de que la frágil salud de su hermana Beth (Eliza Scanlen) está empeorando. Esta es la excusa para remover los recuerdos y saltar al pasado, siete años atrás, cuando las cuatro hermanas estaban más unidas que nunca, papá March (Bob Odenkirk) seguía peleando en la Guerra Civil, y mamá ‘Marmee’ (Laura Dern) educaba a sus hijas con los mejores valores. Siendo las mayores, a Meg (Emma Watson) y a Jo les toca asistir a las reuniones sociales, puntos de encuentro donde, se espera, puedan conocer a esos futuros esposos que aseguraran su bienestar. Una alternativa que no entra en los planes de Josephine, pero sí en los de su enamoradiza hermana, cuyos anhelos son muy diferentes. Siempre juntas, en las buenas y en las malas Entre las miserias de un país en guerra, las chicas conocen a Theodore ‘Laurie’ Laurence (Timothée Chalamet), nieto de su acaudalado vecino, un jovencito de espíritu libre que poco acata los modales y las reglas que se esperan de un hombre de su clase. La actitud de Teddy encaja perfecto con la de las hermanas, forjando de esta manera un vínculo que se extenderá a lo largo del tiempo, más precisamente con Jo y la pequeña Amy (Florence Pugh), la más vanidosa y caprichosa del conjunto. “Mujercitas” va y viene en el tiempo, reforzando y resignificando cada momento de importancia en la vida de las March y su madurez, siempre desde la mirada de Jo (por supuesto), pero también la de la autora. De manera magistral, Gerwig logra fundir estos dos personajes y hasta sumar sus propias experiencias en un mundo que le resulta tan diferente como conocido. Las costumbres de 1868 serán distintas, pero el lugar de la mujer dentro de la sociedad sigue siendo un tema de discusión y lucha. Greta consigue que los, muchas veces, acartonados y pomposos diálogos de Alcott se sientan auténticos y sinceros en boca de sus protagonistas, sobre todo en Ronan y Pugh, que se roba cada escena en la que aparece y tiene la tarea más complicada encarnando al personaje que más se modifica a lo largo de esta historia. Laurie, la quinta "hermana" March Queda claro que Gerwig no está tan interesada en las desventuras amorosas de estas Mujercitas, sino en la fuerza de su relación fraternal. A cada una le otorga una personalidad distintiva (desde el guión y la puesta en escena, como el vestuario y la iluminación) y les da su momento para brillar, aunque Jo y Amy queden en el centro de la escena. Al final, es indiscutible que cada una de ellas tiene sus pequeños sueños y anhelos, y logran cumplirnos en la medida de sus ambiciones. Ninguna se muestra conformista, aunque deba ceder terreno, pintando diferentes retratos del lugar de la mujer, no sólo en el siglo XIX, sino en la actualidad, demostrando que Alcott era una avanzada para su tiempo, allá de que escribía para un público meramente juvenil. “Mujercitas” tienen un humor inusual (que encaja a la perfección) y una emotividad a flor de piel que nos salpica gracias a las actuaciones de un grandísimo elenco (no nos olvidemos de Tracy Letts, James Norton, Chris Cooper y Meryl Streep), pero también de las destrezas artísticas de Greta detrás de las cámaras que elige cada plano y ángulo con sabiduría, y no sólo para adornar una “historia romántica”.
¿LA PALOMA DE LA PAZ? Un James Bond para toda la familia Al mejor estilo 007, Will Smith le presta su voz a un agente secreto que termina combatiendo a los malos en el cuerpo de un plumífero. En un panorama hollywoodense donde las franquicias y los superhéroes marcan el ritmo de la taquilla, siempre se celebran las historias originales o, al menos, diferentes, mucho más cuando vienen de la rama animada. Blue Sky Studios y 20th Century Fox -los mismos de “La Era de Hielo”- ahora están bajo el paraguas de Disney, pero siguen aportando sus propios proyectos. Entre ellos, “Espías a Escondidas” (Spies in Disguise, 2019), basado muy libremente en el cortometraje “Pigeon: Impossible” (2009) de Lucas Martell. Claro, esta aventura de recontra espionaje, dirigida por los debutantes Nick Bruno y Troy Quane, se agarra de todos los tropos del género para contar la historia de Lance Sterling (voz de Will Smith), un agente secreto bastante petulante que trabaja para H.T.U.V. (Honor, Trust, Unity and Valor) realizando las tareas más peligrosas. Por otro lado, tenemos a Walter Beckett (Tom Holland), un jovencito amante de la ciencia que diseña los artilugios más estrafalarios para la misma entidad. Pero este geniecito tiene una ideología especial y una misión autoasignada: sus “armas” no combaten fuego con fuego, en cambio, promueven una actitud mucho más pacifista. Cuando una de sus misiones en Japón no sale tan bien como lo esperado -debe recuperar un drone de las manos del traficante de armas Katsu Kimura-, Sterling se convierte en acusado de traición cuando las fuerzas especiales de asuntos internos, lideradas por Marcy Kappel (Rashida Jones), presentan pruebas irrefutables de que Lance se quedó con el peligroso artefacto. En realidad, el verdadero ladrón y villano es un misterioso personaje conocido como Killian (Ben Mendelsohn), terrorista tecnológico que ostenta un brazo mecánico y la capacidad de alterar su rostro. A Sterling no le queda otra que escapar de H.T.U.V. y termina cruzándose con Beckett, quien acaba de ser despedido por su culpa. Walter tiene un plan (casi infalible) para que el agente desaparezca y encuentre al verdadero culpable, pero su último experimento (el ocultamiento biodinámico) termina un poco mezclado y Lance se transforma en una paloma parlanchina. En contra de todos sus principios -Sterling siempre trabaja solo-, el agente debe hacer equipo con este tímido jovencito, y varios plumíferos, para recorrer el mundo, atrapar a Killian para salvar a todos los activos de la agencia y limpiar su nombre, mientras su compañero encuentra el antídoto que lo devuelva a su forma humana. La unión hace la fuerza Entre aventuras cosmopolitas y escenas de súper acción que no tienen nada que envidiarles a James Bond o a Ethan Hunt, “Espías a Escondidas” insiste con su mensaje pacifista, que no deja de chocar con los métodos de Lance. A este protagonista le toca recorrer el camino de aprendizaje, dejar de ser tan engreído y apoyarse en los demás, aunque no sean tan “asombrosos” como él. Por el lado de Walter, todo es una cuestión de confianza que debe recuperar, mientras intenta entablar amistad con su ídolo. La película de Bruno y Quane tiene sus prioridades bien claras: sabe a qué publico apuntar (el familiar y los más chicos) con un relato reconocible que juega con los lugares más comunes del género de espías. No pretende revolucionar el medio, pero cumple con su función principal, que es el entretenimiento. Tal vez se agarra demasiado de los arquetipos sin desarrollar a todos sus personajes -un antagonista del que poco sabemos, o la simpática Marcy-, pero hace honor a su estructura de ‘buddy movie’, donde estos dos protagonistas tan diferentes deben limar asperezas para trabajar codo a codo (¿o codo con ala?). Mi paloma es un espía, ¿lo qué? El humor que se desprende de las peripecias que debe atravesar este agente emplumado, las estrambóticas secuencias de acción (consecuencia de los aún más estrambóticos gadgets creados por Walter) y el carisma que le ponen Smith y Holland a través de sus voces (en la versión original) son los puntos más altos de una de las mejores y más originales apuestas del estudio, que ya agotó la mayoría de sus franquicias animadas. Igual, “Espías a Escondidas” no logra separarse de la media (y los chistes escatológicos, ¿por qué insisten siempre con esto?), aunque en su caso logra mantener el ritmo y el inters de una trama bastante básica a lo largo de casi dos horas de película.
UNA ANIMALADA Dolittle es una aventura que subestima incluso a los más chicos Robert Downey Jr. prueba suerte con una posible nueva franquicia para toda la familia, pero el resultado es demasiado básico y aburrido. No es la primera vez que el personaje creado por Hugh Lofting aterriza en la pantalla grande. Ya lo hizo en 1967 en versión musical de la mano de Rex Harrison y en la más recordada adaptación moderna con Eddie Murphy, quien sumó un par de secuelas. Como el público se renueva, y a Robert Downey Jr. se le acabó la changa de Iron Man y el Universo Cinematográfico de Marvel (al menos, por ahora), Universal Pictures y el mismísimo Robert (productor de la película) arremeten con “Dolittle” (2020), una nueva mirada a este galeno que puede hablar con los animales, esta vez, inspirada en “The Voyages of Doctor Dolittle” (1922), segundo libro de la serie. Stephen Gaghan, director de “Syriana” (2005) tiene a su cargo esta aventura fantástica centrada en este doctor tan particular, quien aprendió a comunicarse con las diferentes especies de animales. John Dolittle vivió un sinfín de aventuras, se enamoró y se casó, pero tras las muerte de su esposa Lily (Kasia Smutniak) -desaparecida durante una odisea en el mar- decidió alejarse del mundo de los humanos y confinarse junto a sus compañeros cuadrúpedos (bueh, también hay bípedos) en el mismo albergue que solía estar abierto para todo el público. Hasta que un día el joven Tommy Stubbins (Harry Collett) viene a golpear su puerta. El muchachito forma parte de una familia de cazadores, pero no es muy afín a la idea de matar animales. Sin embargo, y por accidente, le dispara a una ardilla y resuelve salir a buscar la ayuda del afamado doctor. Tommy no es bien recibido, pero se cruza con Lady Rose (Carmel Laniado), enviada de la reina Victoria (Jessie Buckley), quien gravemente enferma solicita la atención de Dolittle. La insistencia de los jovencitos y de los propios animales consigue que John abandoné su hogar y se encamine a la corte para auxiliar a su majestad. Pronto descubre que la monarca fue envenenada y la única manera de salvarla es encontrar un extraño fruto proveniente de una tierra lejana y misteriosa, la misma que Lily intentaba hallar cuando su barco naufragó. Para muchos de los allegados de la reina (los mismos conspiradores) esto es sólo una leyenda y Dolittle, un chiflado, pero igual van a hacer lo imposible por evitar que logre su cometido. Robert, el amigo de los animales en CGI Muy a su pesar, y en contra de todos sus deseos, John se embarca en esta nueva aventura junto a todos sus animales parlanchines y Stubbins como su aprendiz. El objetivo es encontrar el diario de Lily que los guiará hasta el Árbol del Edén, además de evitar los constantes ataques de Blair Müdfly (Michael Sheen), antiguo colega y rival de Dolittle, quien actúa bajo las órdenes de Lord Thomas Badgley (Jim Broadbent). Como verán, un elenco de lujo -además de las voces de los animales (Emma Thompson, Rami Malek, John Cena, Kumail Nanjiani, Octavia Spencer, Tom Holland, Craig Robinson, Ralph Fiennes, Selena Gomez y Marion Cotillard) en su versión original- para una odisea demasiado extensa y carente de carisma, que sólo puede fascinar a los muy, muy chicos. “Dolittle” tiene una estructura básica (muy básica) de aventura con obstáculos y peligros por superar, villanos súper malos y un protagonista que, en este caso, no ayuda al conjunto. El encanto de Robert Downey Jr. hace muy poco por el personaje dentro de una historia que se centra demasiado en su tragedia y su camino hacia el cambio (porque de eso se trata la película), y se olvida de los simpáticos animalitos que pasan a formar parte del decorado… y los excesivos chistes escatológicos. Pura aventura y no mucho más Incluso, pensándola como entretenimiento familiar o puramente infantil, la película subestima a su joven audiencia con un humor que pocas veces funciona y una trama que salta de lugar en lugar sin detenerse a indagar demasiado. Y eso que tiempo para desarrollar no le falta. El resultado no termina de calar y se transforma en un relato elemental que desaprovecha a sus actores y unos animalitos en CGI que justifican un presupuesto de 175 millones (el que seguramente no va a lograr recuperar). Lamentablemente, el peso mayor cae sobre los hombros de Downey, y a pesar de su aspecto bufonesco y un acento impostado que pone nervioso a cualquiera, es probable que no logre despegarse (jamás) del héroe superheroico que interpretó por más de una década. Tampoco parece poder recuperar al Robert previo a Marvel, ese que tenía mucho para ofrecer con sus oscuros personajes. Yoshi es un oso polar al que no le gusta el frío En épocas donde las franquicias y las propiedades intelectuales más famosas llevan el ritmo de la taquilla y los gustos de la audiencia, “Dolittle” no consigue destacarse y llamar la atención de su público target, los niños más pequeños y sus adultos responsables que, en este caso, no querrán hacer el sacrificio de acompañarlos por casi dos horas a lo largo de esta aventura desapasionada.
ROBÓ, HUYÓ Y LO PESCARON Una gran película de atracos con acento argentino Uno de los hechos policiales más resonados de nuestra historia reciente llega a la pantalla grande con mucho humor, acción y un gran elenco. El 13 de enero de 2006, seis delincuentes llevaron a cabo uno de los golpes más recordados de la historia reciente argentina: el robo a la sucursal del (por entonces) banco Río en Acassuso, San Isidro. Los hombres simularon una toma de rehenes con la intención de vaciar el contenido de las cajas de seguridad, en total 145, llevándose un botín de 19 millones de dólares, incluyendo dinero, joyas y objetos personales de sus víctimas “ricachonas”. Nadie salió herido y los damnificados cobraron los seguros correspondientes, por eso, a 14 años del delito, los cuatro condenados recuperaron su libertad, más allá de que gran parte del botín nunca fue recuperado. Hurto, secuestro y una huida cinematográfica por el desagüe pluvial que pasaba por debajo de la calle Perú, desde donde se extendía un túnel excavado con precisión por los criminales, hasta un boquete en una de las oficinas del banco. Semejante golpe no podía pasar desapercibido para la pantalla grande, más cuando se trata de una historia que todavía resuena en la memoria de los espectadores. Ariel Winograd -“Mamá Se Fue de Viaje” (2017), “Vino para Robar” (2013)- es el responsable de trasladar esta espectacular odisea, mezclando su habitual costumbrismo argento con los mejores elementos de las clásicas películas de atracos (heist movies). Al mejor estilo de “La Gran Estafa” (Ocean's eleven, 2001), Winograd y los guionistas Alex Zito y Fernando Araujo (el mismísimo cerebro del golpe) nos pasean por los pormenores del planeamiento, la ejecución y el desenlace del bien llamado “El Robo del Siglo” (2020). Todo arranca con Araujo (Diego Peretti), un artista con ¿ínfulas de Robin Hood? y muchas ganas de llevar a cabo un atraco para los anales. De a poco, comienza a juntar a su equipo, entre ellos ‘El Uruguayo’ Mario Vitette Sellanes (Guillermo Francella), el ladrón experimentado del grupo; y ‘El Marciano’ (Pablo Rago), encargado de la ingeniería. La apuesta no es sencilla ni barata, pero al final del día la recompensa resultará enorme… y nadie debería salir herido. “El Robo del Siglo” va y viene en el tiempo mostrándonos cada etapa del plan que, en muchos casos, se va dando sobre la marcha. De ahí, la tensa relación que se establece entre Araujo (el tipo despreocupado) y Sellanes, un delincuente mucho más temperamental y meticuloso, que duda del éxito de este golpe. Los realizadores nos presentan un conjunto de individuos con iniciativa, pero no por ello menos patéticos, que van dejando de lado sus diferencias, resaltando sus cualidades a medida que el plan lo necesita. ¿Quién diría que este es el ideólogo del robo del siglo? La detallada recreación del atraco -con una gran puesta en escena y una cámara que se mete en lugares imposibles- y la tensión que se establece una vez que los criminales lo llevan a cabo, son los puntos más fuertes de esta historia que se suma a otros exitosos relatos ‘basados en hechos reales’ de la reciente filmografía nacional como “El Ángel” (2018) o “El Clan” (2015), demostrando la fascinación del público local por el ‘true crime’. Pero Winograd lo encara con más liviandad y espíritu aventurero, logrando que nos comprometamos con la narración, incluso sabiendo cómo termina todo. El director se concentra en el hecho y poco ahonda en la vida privada de sus protagonistas, más allá del ‘Uruguayo’ que intenta mantener una relación con su hija Lucía (Johanna Francella). Tampoco aporta un claro juicio de valor, dejando que sus personajes se conviertan por momentos en los ‘héroes impensados’ de la historia. En la vereda de enfrente, está Miguel Sileo (Luis Luque), negociador de la policía y antagonista designado, cuya única misión es que esta situación no se convierta en una tragedia. Claro que este experimentado miembro del grupo Halcón no sabe que dentro del banco no hay individuos violentos ni armas cargadas, y a pesar de quedar como un fantoche estafado, la película reivindica su labor ante los momentos más tensos. Dos cabezas piensan mejor que una “El Robo del Siglo” (de alguna manera) nos obliga a empatizar con los verdaderos villanos -que el atraco haya sido en uno de los barrios de mayor poder adquisitivo de Gran Buenos Aires no es justificación- y, a pesar de la ficcionalización de los hechos (algunos encajan con la realidad, otros no tanto por cuestiones dramáticas), resulta lo suficiente atractiva para exceder el ámbito policial y convertirse en un vehículo de entretenimiento. Francella y Peretti se mueven por terrenos conocidos, casi como arquetipos de este subgénero, pero la idiosincrasia local también juega un papel importante, y suma a la hora de delinear esta historia y sus característicos personajes. Humor, acción, una buena banda sonora que la acompaña (Los Violadores, Andrés Calamaro, Frank Sinatra, Dos Minutos), un gran elenco y la complicidad del espectador se conjugan para que “El Robo del Siglo”, probablemente, se convierta en el próximo (y merecido) éxito de la taquilla argentina.
Jojo Rabbit es una sátira que no siempre cae bien parada Taika Waititi se despacha con una sátira sobre la guerra, el nazismo y los odios demasiado simplista e ingenua. La guerra, la violencia, el fanatismo, el nazismo son cosas malas. Eso queda más que claro en la última película de Taika Waititi, realizador neozelandés responsable de “Casa Vampiro” (What We Do in the Shadows, 2014) y “Thor: Ragnarok” (2017), entre otras cosas. Tomando como punto de partida el libro “Caging Skies” de Christine Leunens, Waititi se mete en terrero espinoso con “Jojo Rabbit” (2019), una sátira que reflexiona sobre uno de los peores momentos que atravesó la humanidad, justamente, para que no nos convirtamos en esos animalitos que tropiezan dos veces con la misma piedra. El mensaje de la película es fuerte y conciso, pero demasiado simplista y obvio por momentos. Taika se la juega con el humor ácido e irreverente que lo caracteriza, pero no quiere (o no puede) sostener el tono a lo largo de toda la historia, y es ahí donde se empiezan a ver los hilos. ¿Se puede hacer una comedia sobre el nazismo sin ser irrespetuoso? Por supuesto. Ya lo hicieron Charles Chaplin en “El Gran Dictador” (The Great Dictator, 1940) o Mel Brooks en “Los productores” (The Producers, 1967), como para nombrar algunos grandes ejemplos, pero ahí no reside el problema de “Jojo Rabbit”. Johannes ‘Jojo’ Betzler (Roman Griffin Davis) es un pequeñín alemán de apenas diez años que sueña con convertirse en guardia personal del Führer. Para ello se suma a la juventud hitleriana y comienza un entrenamiento que pronto se torna mucho más complicado de lo que pensaba. Puede ser que Jojo no tenga la “madera de asesino” necesaria para dicha tarea, convicciones que empiezan a ponerse en duda cuando descubre que su mamá Rosie (Scarlett Johansson) esconde a una jovencita judía en el ático de su casa. Estamos en las últimas instancias de la Segunda Guerra Mundial con una Alemania que ya vislumbra la derrota ante los aliados. Asesorado por su amigo imaginario, Hitler (interpretado por el propio Taika), Jojo decide conocer al enemigo a fondo y empezar a interactuar con Elsa (Thomasin McKenzie), la pequeña refugiada, quien solía ser amiga de su hermana. Este intercambio es el alma de este relato transformador para el joven protagonista que comienza a dejar sus ideales de lado para empezar a entender los verdaderos horrores que lo rodean. Con amigos así... Muy al estilo Wes Anderson, Waititi construye y nos introduce en su propio universo, uno que no pretende ser realista, más allá de la cuidada puesta en escena. Sus personajes son mayoritariamente caricaturescos y deben serlo para que la sátira funcione, pero cuando pretende cambiar la inflexión del relato y ponerse más serio y emotivo, estos mismos protagonistas se convierten en un estorbo para la trama. Al final, Taika entiende que las sutilezas pueden ser malinterpretadas y decide recalcar el mensaje, jugando a lo seguro… y subestimando al espectador. Ahí es cuando “Jojo Rabbit” se aleja de cualquier riesgo y se transforma en una historia más aleccionadora que incisiva sobre el odio y las ideologías extremas. El realizador nos presenta la visión infantil ¿e inocente? de Jojo, Elsa y hasta del pequeño Yorki (Archie Yates), amigo incondicional del protagonista; mientras que los adultos de esta película (Johansson, Rebel Wilson, Stephen Merchant, Alfie Allen, Sam Rockwell) son seres irresponsables y bastante torpes, dejando bien en claro quiénes son los verdaderos culpables de todos los males de este mundo. A simple vista, no hay peligros que rodeen a Betzler, otra noción que le juega en contra a la trama, más cuando Waititi yuxtapone dos estilos que no siempre son compatibles. “Jojo Rabbit” arranca de manera insolente y no parece tener límites para su humor descarado (un humor que termina desgastando). Una vez que los dos nenes se encuentran se convierte en otra película, pero cuando quiere retomar el tomo satírico del principio, todo se desbalancea: el universo inestable que creó (y no, no es Anderson), personajes como el de Rosie se revelan como artilugios narrativos, y los temas “serios” como el horror del holocausto, se convierten en frases descuidadas al pasar. No tan distintos Entonces, el mensaje no pretendía ser tan potente, ¿no? Taika nos deja con la ternura de estos pequeñines que deben atravesar (y aprender) de los espantos de la guerra, sin dudas, lo mejor de la película, junto con una banda sonora compuesta de clásicos como “I Want to Hold Your Hand” de The Beatles o “Heroes” de David Bowie… en su versión alemana. El ingenuo punto de vista infantil termina jugándole en contra, no porque estos sean temas serios que deben tratarse con seriedad, sino porque la contundencia se va perdiendo en cada escena estrafalaria, dejándonos una reflexión demasiado escueta.
Cats no puede escaparle al bochorno visual El exitoso musical de Andrew Lloyd Webber llega a la pantalla grande y no tenemos muchos elogios para tirarle. Hay obras que parecen inadaptables, y tal vez es por una sensata razón: no pueden encajar en todos los formatos con el mismo nivel de suceso. De entrada, la creación musical de Andrew Lloyd Webber es todo un reto, ya que toma su trama del compilado de poesía “El Libro de los Gatos Habilidosos del Viejo Possum” (Old Possum's Books of Practical Cats) de T.S. Eliot. A partir de ahí, el compositor teatral le dio vida a una de las puestas más longevas, arriesgadas y exitosas de todos los tiempos, más allá de que los espectadores no siempre salieron de la sala convencidos de lo que acababan de atestiguar. En principio, podría parecer una apuesta segura para cualquier estudio cinematográfico, más si tenemos en cuenta el elenco que logró juntar Tom Hooper. Pero lo que funciona sobre las tablas no siempre funciona en la pantalla grande, y ahí reside el principal y mayor problema de “Cats” (2019), la película, una historia sin pies ni cabeza que sufre mucho más a causa de su intencionado estilo visual. Hooper, ganador del Oscar como Mejor Director por “El Discurso del Rey” (The King's Speech, 2010), ya tiene experiencia musical gracias a su exitosa versión de “Los Miserables” (Les Misérables, 2012). De ahí, la confianza de Working Title y Amblin Entertainment al otorgarle casi cien millones de dólares para llevar a los mininos a la gran pantalla. Como ya dijimos, nada asegura el suceso, ni siquiera los nombres de James Corden, Judi Dench, Idris Elba, Jennifer Hudson, Ian McKellen, Taylor Swift, Rebel Wilson y la debutante Francesca Hayward, entre otros; pero acá las verdaderas culpables son las elecciones artísticas que tomó el realizador y su equipo. “Cats” gira en torno a la tribu de los gatos Jélicos durante la noche en que se toma ‘la elección jelical’, o sea, donde a Old Deuteronomy (Dench) le toca decidir cuál de ellos ascenderá al Heaviside y renacerá en una nueva existencia. Los aspirantes preparan su propio acto musical, como si esto se tratara de un concurso de talento gatuno, lo que convierte a esta historia en algo todavía más extraño. “Eran simples personas vestidas de gatos, en un gigantesco basurero”, se justificaba Maxwell Sheffield en “La Niñera” (The Nanny, 1993-1999). Y algo de razón tenía. Así imaginó Webber a sus protagonistas, pero Hooper cayó bajo el influjo de la tecnología, el CGI y una técnica de efectos especiales conocida en el medio como “digital fur technology”, que convierte e los actores en versiones felinas antropomórficas difíciles de digerir para el ojo humano (o cualquier ojo). Taylor Swift en versión gatuna Acá comienzan los problemas para esta película que juega con los intérpretes en elaborados escenarios gigantescos (a escala felina) por las calles y viviendas británicas. Victoria (Hayward) es una gata recién descartada por sus dueños en el basurero de los Jélicos, y a lo largo de la noche y la ceremonia que se lleva a cabo, intentará encontrar su pequeño lugar en el mundo y entre los de su especie. Todo esto adornado con estrambóticos números musicales -algunos bien llevados y otros que rozan lo ridículo-, pero el poco atractivo visual se pierde en la falla de los efectos: incompletos y bizarros cuando se trata de estos mininos humanoides. “Cats” no sólo falla desde su estética, tampoco logra hacer mucho con la adaptación de la obra y la posibilidad de que el espectador pueda entender lo ocurre ante sus ojos. Tal vez, el guión de Hooper y Lee Hall (“Rocketman”) da por sentado que ya nos conocemos esta historia de memoria, y poco y nada ejecuta para intentar explicar de qué la va este ritual o los Jélicos en general. El resultado es una serie de cuadros musicales y personajes que entran y salen de escena cuando la trama lo necesita. Ninguno tiene preponderancia ni un peso dramático, sólo están ahí para cantar, bailar y, de vez en cuando, interactuar los unos con los otros. Ni los números musicales logarn destacarse Es por esto que la película resulta bastante aburrida y desconectada. Los números de Hayward son los que realmente brillan, así como la ingenuidad y curiosidad que trasmite su personaje. Ni siquiera el momento “Memory” de la Grizabella de Hudson logra destacarse entre tanta extrañeza, justamente porque Hooper no sabe cómo transmitir y trasladar el impacto emocional del escenario a través de la cámara. ¿Otra vez un primer plano como el de Anne Hathaway en “Los Miserables”? En resumen, tal vez no había forma de que la adaptación de “Cats” tuviera un final feliz. Hooper podría haber optado por escenarios minimalistas y un vestuario y maquillaje más reales en vez de la digitalización de los actores. Una puesta más ‘teatral’ si se quiere, yendo en contra del lenguaje cinematográfico, resultando incluso menos extraño que estos híbridos digitales que nos apartan por completo de las intenciones de una obra que habla sobre la trascendencia. Es posible que “Cats” logre trascender, pero no cómo lo imaginaron sus realizadores.
La secuela de Jumanji es pura aventura para toda la familia El juego vuelve a cobrar vida y a meter a sus protagonistas en problemas en esta nueva aventura que suma persoanjes y vueltas de tuerca. El éxito de “Jumanji: En la Selva” (Jumanji: Welcome to the Jungle, 2017) sorprendió a más de uno. La secuela/reboot dirigida por Jake Kasdan supo captar la esencia de la original y el sentido de aventura y compañerismo del libro de Chris Van Allsburg, presentando a un nuevo grupo de personajes que se atrevieron a explorar los estereotipos y los tropos del universo videojueguil, cuando la historia cambió el clásico juego de mesa por un fichín ochentoso. El suceso comercial propició esta continuación casi inevitable, aunque la trama no parece tener la excusa suficiente para volvernos a introducir al peligroso e impredecible universo de Jumanji. La historia de “Jumanji: El Siguiente Nivel” (Jumanji: The Next Level, 2019) nos lleva varios años después de la primera incursión y encuentra a Spencer (Alex Wolff), Anthony (Ser'Darius Blain), Martha (Morgan Turner) y Bethany (Madison Iseman) lidiando con su nueva vida universitaria, cada uno por su cuenta. Los amigos planean una reunión en Brantford, pero tras volver a su casa desde Nueva York y reencontrarse con su mamá y su abuelo Eddie (Danny DeVito), Spencer comienza a dudar sobre su presente y su futuro, sopesando la posibilidad de volver a Jumanji y convertirse en el Dr. Bravestone (Dwayne Johnson), donde creía tener un verdadero propósito. Este es el comienzo de la aventura para los compañeros que, al descubrir la locura que cometió su amigo, no dudan (bueno, un poquito sí) en seguirle los pasos hacia la selva. El problema es que el juego había quedado destruido y su funcionamiento no es tan confiable, por eso la partida viene aparejada con varios cambios. El mundo de Jumanji sigue en peligro y una nueva misión obliga a los héroes a enfrentarse con Jurgen the Brutal (Rory McCann), un caudillo arrogante, responsable del asesinato de los padres de Bravestone. Este antagonista también se robó la “Falcon's Heart”, una joya mágica que podría acabar con toda la vida de este universo. A los protagonistas no les queda otra que seguir el juego e intentar encontrar a Spencer entre los peligros, el problema es que los escenarios siguen cambiando, así como las reglas y los jugadores. ¿Lo qué? Como dijimos, el videogame no funciona adecuadamente y puede que el grupo también haya sufrido sus alteraciones. Este recurso es lo más destacado de la secuela que logra reinventarse una vez más, aunque no tome demasiados riesgos. “Jumanji: El Siguiente Nivel” es una aventura básica para toda la familia y se apega a una estructura ya explorada y conocida para ampliar un poco más su universo, jugando con las características de sus avatares, siempre en oposición a las verdaderas cualidades de sus alter egos de carne y hueso. Jugate conmigo Dwayne Johnson, Jack Black (Sheldon "Shelly" Oberon), Kevin Hart (Franklin "Mouse" Finbar) y Karen Gillan (Ruby Roundhouse) se llevan la tarea más complicada por segunda vez, pero las intervenciones de Danny DeVito y Danny Glover -como Milo Walker, un viejo amigo de Eddie- también nos dejan en claro que no hay edad para la aventura. Entre catástrofes y mandriles asesinos, los protagonistas y el público aprenden una valiosa lección y ahí reside el mayor éxito de la película. El triunfo de Kasdan -que repite tras las cámaras y en la coescritura del guión- es la química que establece entre los personajes, quienes logran volver a dejar sus diferencias de lado para trabajar en un bien común, en este caso, también su amistad. Los estereotipos vuelven a jugar un papel importante, pero el humor se desprende, justamente, de las inconsistencias que se establecen entre ésta y la primera aventura. Por lo demás, “Jumanji: El Siguiente Nivel” es una historia básica, pero divertida. Bien llevada por la acción y los protagonistas, con una buena ayudita de los efectos especiales. Cambiaron las reglas del juego Podemos reprocharle el formulismo y la inevitabilidad de dejar la puerta abierta para una nueva secuela (los números de la taquilla, aunque inferiores a su predecesora, la respaldan), pero no los buenos hallazgos de sus realizadores al incorporar a los Dannys y a la genial Awkwafina como Ming Fleetfoot, un nuevo personaje del juego indispensable para este relato. En definitiva, esta es una aventura familiar que cae como anillo al dedo durante las vacaciones de verano, un reducto ideal para los chicos y los más grandes que también pueden disfrutar del momento.