El encuentro La adolescencia y el cine argentino mantienen una relación recíproca que lleva años. Hasta se podría hablar de un género propio. El silencio (2016), estrenada en la competencia argentina del 31 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, se encuadra dentro de este tipo de historias, con un resultado más que notable. Tomás (Tomás del Porto) es un adolescente que se entera del embarazo de su novia. Primero intentarán abortar, pero cuando están en el médico se arrepienten y deciden tenerlo. Con el transcurrir de los días Tomás entrará en pánico, discutirán y partirá con solo un dato en busca de Camilo (Alberto Ajaka), su padre al que nunca conoció. Dirigida por el venezolano Arturo Castro Godoy, con un tratamiento visual donde predomina la cámara en mano, El silencio es una clásica película iniciática de búsquedas y aceptaciones. Tomás no solo busca a su padre sino también respuestas a todas las dudas que le genera la precoz paternidad. Un chico abandonado por su padre que no entiende las razones de ese abandono pero que hoy se encuentra bajo las mismas condiciones en las que estaba su padre casi a su misma edad. El silencio al que hace alusión el título es lo que dominará una historia atravesada transversalmente por lo que no se dice. Silencios sobre el pasado, pero también los silencios que se dan cuando padre e hijo están juntos. Tanto Alberto Ajaka como Tomás del Porto, quien lleva el punto de vista, logran darle a la película la “no química” de una relación que nunca existió. Algo contrario a lo que se busca en la construcción de la mayoría de los personajes. Ambos son fríos, distantes, incapaces de expresar sus sentimientos frente al otro. Sobre el final sentados en la camioneta de Camilo, Tomás le cuenta a que va a ser padre. En esa dialogo frío y seco está toda la esencia de la película y el comienzo de una historia que nunca veremos. Una historia donde los personajes ya no serán los mismos.
De yeguas, potros y un viaje a ninguna parte Dirigida a tres manos por Segundo Bercetche, Cristián Costantini y Tomi Lebrero, No va llegar (2016) es una horse movie documental que sigue el viaje de este último por el noroeste argentino en compañía de dos yeguas y un potrillo. El cantautor y bandoneonista Tomi Lebrero emprende un viaje porque sí, sin ningún tipo de explicación racional ni nada que se le parezca, junto a él van tres caballos (dos yeguas y un potro). El documental seguirá la travesía que llevará al protagonista al encuentro de algunos personajes atípicos y a la vivencia de extrañas situaciones en cada uno de los pueblos que cruza. Segundo Bercetche, que venía de dirigir Buenos Aires Rap (2014) y Jungle Boyz (2015) y Cristián Costantini (El jardín secreto / documental sobre la poeta Diana Bellessi, 2012) se unen a Lebrero en este extraño documental que parte de una idea atractiva pero que fracasa ante la ausencia de un conflicto real que lo vuelva interesante. Más allá de la “hazaña” del recorrido, de descubrir algún que otro personaje, o de unas pocas situaciones divertidas (los audios de la madre en el teléfono son todo un hallazgo), No va llegar peca por su monotonía, sin llegar a ser soporífera no dice nada y termina por dar la sensación de que no hay planteo cinematográfico más que el de filmar un hecho y con el material obtenido hacer una película. Nada tiene un sentido. El terceto de directores no ha sabido dotar a No va llegar de un interés concreto que lo vuelva atractivo, ni de estructura cinematográfica. Alguién una vez dijo que todo en la vida puede ser filmado, la virtud está en hacer que eso hecho pueda atrapar al espectador. Algo que no sucede con No va llegar.
¡Memoria, verdad y justicia! Con una estructura más televisiva que cinematográfica, la importancia de Lea y Mira dejan su huella (2016) radica más en lo que dice que en la puesta en escena. Mira Kniaziew de Stuptnik y Lea Zajac de Novera son dos nonagenarias que de adolescentes pudieron sobrevivir a Auschwitz, el más grande de los campos de concentración y exterminio construido por la Alemania Nazi luego de la invasión de Polonia a principios de la Segunda Guerra Mundial. Tras la guerra se instalan en Argentina donde construyen una amistad unida por el horror que les tocó vivir y la voluntad de transmitir lo vivido para que el mundo no olvide lo pasado. En épocas en que funcionarios del gobierno niegan las víctimas de la última dictadura, Lea y Mira dejan su huella toma una connotación diferente a la que podría haber tenido unos años atrás. No por la universalidad de tema sino por el negacionismo que estas dos mujeres tratan de evitar. Lea y Mira se pasaron toda su vida transmitiendo el horror vivido en primera persona, pero no cómo una forma de lástima o piedad, sino para evitar que el mundo se olvide de uno de los hechos más crueles del siglo XX. Ambas narran su propia historia para que la historia se apropie de ella y nadie pueda negarla. ¿Cómo se sigue viviendo después del infierno? ¿Existe el perdón? ¿Para qué sirve recordar el horror? ¿Cómo se sigue? Preguntas que encontrarán respuestas a lo largo de los 52 minutos que dura este interesante documental de Poli Martínez Kaplún, que sin lugar a duda algún que otro funcionario debería mirar.
Entre la vida y la muerte Nosotras/Ellas (2015), un documental observacional cuya mirada se posa sobre nueve mujeres de una misma familia, habitantes de una antigua casona, donde los hombres parecieran haber sido excluidos,marca el debut cinematográfico de Julia Pesce. La directora cordobesa se inmiscuye con su cámara entre las mujeres de su propia familia para hablar sobre la vida y la muerte. Mientras la abuela se prepara implícitamente para la partida final, una de las nietas entregará una nueva vida. Un principio que es una despedida y un final que se convierte en un comienzo serán los dos pilares fundamentales de este interesante retrato familiar que, con una sensibilidad atípica, la joven directora logra captar de la manera más pura y real. Pesce recorrerá de manera invisible los diferentes recovecos de esas mujeres para mostrarlas en la más absoluta de las intimidades, donde no tendrán problema de ser miradas en una desnudez total, no solo física sino también espiritual. Ese será el último verano que estén todas juntas, pero no lo viven como un duelo ni de manera melancólica sino con la misma naturalidad que parecieran haberlo vivido siempre. Más que la muerte es el nacimiento la que las perturba. Y les provoca preguntas cuyas respuestas deberán encontrar entre ellas (o no). Nosotras/Ellas, es un retrato natural cargado de inocencia, con momentos de una belleza increíble como la escena del río o el parto final. Y no por el preciosismo visual, sino por lo que logran transmitir las imágenes.
La ley de deseo En 2014 Papu Curotto realiza el cortometraje Matías y Jerónimo, cuya trama versaba sobre la amistad entre dos chicos, amigos desde la infancia, que habían creado una alianza donde el juego inocente se mezclaba con el deseo homoerótico del despertar sexual, pero que ante una circunstancia particular esa relación se verá interrumpida. Años después volverán a encontrarse en Esteros (2016). Corría el fin del milenio cuando Matías (Joaquín Parada) y Jerónimo (Blas Finardi Niz) eran dos pre adolescentes que disfrutaban de la vida en Paso de los Libres. La amistad entre sus padres los había llevado a crear un fuerte lazo que a medida que crecían se iría convirtiendo en un deseo sexual explicito imposible de reprimir. Entrados en la adolescencia, la vida los llevaría por caminos diferentes cuando los padres de Matías se vayan a vivir de a Brasil y la ambigua relación se vea interrumpida. Mas de 10 años después Matías (Ignacio Rogers) regresa en medio del carnaval. Él con novia y con un presente exitoso en el ámbito de la biología, parece ser otro. Mientras Jerónimo (Esteban Masturini), gay asumido, no ha podido olvidarse de ese pasado idílico. Curotto retoma la idea del corto para ahondar en lo que pasó con esos personajes durante el tiempo que no se vieron y como funcionaron interiormente frente a la sociedad. Jerónimo, que se quedó en el pueblo, no tuvo problemas en asumir su verdadera identidad y vivirla libremente. Mientras Matías, que se fue a un país donde lo sexual no es tabú toma una postura heterosexual. En ese sentido, el director trabaja la historia desde un punto de vista opuesto al lugar común en el que podría haber caído. Si el que se queda reprime y el que se va asume lo que sucede en Esteros pasa todo lo contrario. En ese sentido también hay una decisión particular de cómo mostrar a las actitudes de los lugareños frente a esa elección y como fue mutando con lo que sucedía hace algunos años atrás. Curotto no solo cuenta una historia de amor entre dos chicos sino que también de manera subyacente aborda como una serie de decisiones políticas influyeron en ese cambio de paradigma de la sociedad frente a lo gay. Otra decisión del director es qué y cómo mostrar un espacio que de que por sí posee una belleza natural ideal para el relleno de cualquier historia. Pero Curotto lo utiliza siempre como un acompañante de la historia y no como un protagonista más. La cámara está siempre en los personajes. Los sigue, los indaga, los muestra en sus más íntimos detalles, en cada gesto, cada mirada, cada roce. Aun cuando abre el plano lo principal son ellos y no el paisaje circundante. Hasta rehúsa aprovechar el colorido del carnaval y lo muestra como un hecho más y sin la importancia real de lo que significa para el lugar. Lo trascendental es que les pasa a los personajes y el punto de vista estará sobre ellos y no sobre que los rodea. Esto hace que todo el peso recaiga en los actores que logran salir airosos ante tal reto. Ambas parejas (niños y adultos) logran no solo una credibilidad natural sino también hacernos creer que bien podrían haber sido las mismas personas. Esteros es una película de amores reprimidos que fueron y volverán para hacerse carne. Pero no solo eso. También habla de contextos sociales y cambios de épocas. Aunque solo sea implícito y el eje esté puesto en el deseo terminará siendo tan importante como la trama central.
¿Qué como? Comer es imprescindible para vivir, aunque también comemos por placer, por ansiedad, para celebrar. Pero ¿qué comemos cuando comemos? Todos creemos conocer la respuesta aunque la realidad sea otra. Esta es la premisa de Pueblo verde (2015), documental en el que Sebastián Jaurs propone un viaje al interior de los alimentos que habitualmente consumimos. Documental de investigación, de estructura bastante clásica, lo interesante de Pueblo verde es más lo que cuenta por cómo lo cuenta. La idea central es analizar cómo se manipulan los alimentos que consumimos y cómo afectan nuestro organismo. Para ello inicia un recorrido por las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santiago del Estero, Chaco, Santa Fe y Entre Ríos accediendo a testimonios en primera persona de productores, ingenieros agrónomos, médicos, personas que habitan cada una de las regiones, comunidades indígenas y científicos, entre otros. El documental aborda una serie de tópicos que van desde la manipulación genética como la transgénesis, los agrotóxicos, la biotecnología hasta la política, para llegar a la conclusión de cómo todos estos factores alteran los alimentos y por ende la salud de las personas, hasta en algunos casos, provocando la muerte. En una escena de Pueblo verde, varias personas elegidas azarosamente leen los componentes escritos en el envase de los alimentos que están consumiendo en ese momento. En muchos casos inentendibles. La mayoría queda perpleja al ignorar como en realidad está formado algo tan simple como una golosina o una galletita. La tesis de Pueblo verde también es mostrar el desconocimiento sobre lo que comemos. La responsabilidad de la mala alimentación no es solo global sino también personal. "Comer y nutrirse no es lo mismo" dice una especialista en uno de los pasajes del film Como antecedente a Pueblo verde cabe mencionar El mundo según Monsanto (Le monde selon Monsanto, 2008), y Desierto verde (2013) dos valiosos documentales. En ellos, respectivamente, Marie Monique Robin (escritora del libro homónimo que antecedió al documental) y Ulises de la Orden, aportaban sus mensajes. Tanto aquellos films como éste ponen el acento en la avaricia de un sistema mucho más grande que rige el destino de la humanidad. Y ofrecen una nueva perspectiva de cambio, para que la alimentación mundial realmente sea un derecho respetado.
El otro cambio (las que se fueron) En Interludio (2016), la novel realizadora Nadia Benedicto trabaja sobre la transformación interior que sufren tres mujeres de diferentes generaciones (y de una misma familia) a través de una ruptura que las marcará para siempre. Un interludio es una pieza o pasaje musical que se interpreta entre dos partes o secciones de una misma obra. Es una transición entre dos momentos. Ese momento entre la muerte y el nacimiento, metafóricamente hablando. Y ese recorrido es el que propone Nadia Benedicto en Interludio. Transitar ese tiempo de crisis dando origen a una nueva etapa y que dependiendo como se lo atraviese podrá ser mejor o peor. Sofía (Leticia Mazur) está en una conflictiva separación con el padre de sus hijas: Pachi (Lucía Frittayón) e Irina (Sofía del Tuffo). Para distanciarse de los problemas parten las tres hacia la costa a pasar unas improvisadas vacaciones. Irina, entrada en la adolescencia, se encuentra en pleno descubrimiento de su orientación sexual, mientras que Pachi, la menor y aún una niña, vive atormentada por el miedo a los extraterrestres (o a lo desconocido). Esos días que pasarán junto al mar les servirán para redescubrirse, superarse y poder enfrentar los cambios que se avecinan. Benedicto trabaja una película de personajes, con especial atención al desarrollo psicológico y como van mutando a lo largo de la historia. Para hacerlo recurre a tres interesantes actrices a las que sumerge en una puesta en escena minimalista, donde el paisaje cumple un rol secundario, haciendo hincapié en la utilización de una banda de sonido ambient para resaltar algunas situaciones y marcar los cambios de climas. Un logro no menor es que la música no llega a molestar como sucede muchas veces en cierto tipo de cine. Interludio está filmada con elegancia, planos trabajados y logrados encuadres, aunque algunas veces la estética del video clip se apodera de la imagen. Pero por sobre todo está interpretada por tres actrices que logran transmitir ese cambio interno que sufren a lo largo de los 80 minutos que transcurre la historia.
Las mil y una de Paesa Filmada en escenarios de Francia, Singapur, Suiza y España, El hombre de las mil caras (2016) es, sin duda, uno de los productos estrella del curso cinematográfico español, donde Alberto Rodríguez, tal como lo hizo en La Isla Mínima (2014), también retrata una época turbia, engañosa y polémica de la historia española del siglo XX. Eduard Fernández interpreta a Paesa, algo así como a un mercenario sin escrúpulos ni vergüenza, capaz de venderse a quien mejor le pague. Sí, podríamos estar hablando de cualquier político –o empresario, o ciudadano- corrupto de este querido mundo que, peligrosamente, se ha acostumbrado a despertarse cada mañana con un nuevo escándalo de robo al erario público. Paesa fue pues algo así como un adelantado a su tiempo y manipuló/robó/tomó el pelo a todo el que quiso cuando Roldán, perseguido por haber estafado al gobierno tras ser director de la Guardia Civil, pidió su ayuda para quitarse de en medio. El suceso –que no vamos a desmenuzar aquí para no destripar el argumento de El hombre de las mil caras– conmocionó entonces a un país democrático que empezaba a dudar de sus dirigentes. Corrían los años noventa y entonces Alberto Rodríguez aún pisaba la Universidad. Por eso, cuando el encargo de adaptar el libro escrito por Manuel Cerdán Paesa: el espía de las mil caras cayó mucho después en sus manos, tuvo que ponerse al día, recabando información y elaborando, junto a su habitual compañero de teclado Rafael Cobos, el que sería el guion de su película número siete. El resultado -es inevitable sucumbir a la comparación- palidece al lado de La Isla Mínima. Parece como si el director hubiera estado más atento a los detalles de ambientación, vestuario y localizaciones –magníficos todos ellos- que en la construcción de personajes, de una frialdad contagiosa: tanto que esa gelidez recorre las dos horas de metraje interminable de esta gran producción. Actoralmente, Marta Etura apenas logra el milagro maravilloso de la empatía… pero durante apenas unos minutos. El resto es una sucesión torrencial de información (que una voz en off intenta armonizar) y una recreación de acontecimientos (unos reales, otros no tanto), rodados con oficio, calidad y profesionalidad, pero tan lujosos, pluscuamperfectos y brillantes como un anuncio de coches de alta gama.
Cuentos para no morir Las mil y una noches (As 1001 Noites, 2015), última y ambiciosa obra del portugúes Miguel Gomes (Tabu, 2011) es un tríptico compuesto por tres largometrajes que funcionan a la manera de entregas de una misma obra y se titulan El inquieto, El desolado y El encantado. El antiguo crítico de cine convertido en cineasta no abandona su espíritu lúdico para retratar el Portugal de hoy en día, en plena crisis, sin renunciar a la imaginación, a cierto sentido de lo absurdo y a la voluntad de perder un poco el control. Miguel Gomes se inspira libremente en la estructura del libro homónimo en el que Scheherezade narraba un cuento, para sobrevivir a la sentencia del sultán, procurando siempre dejar cada fragmento inconcluso al amanecer y así ganar un día más de vida. El director toma algunos episodios y los traslada al Portugal actual azotado por la crisis económica. El disparador resulta el cierre de unos astilleros que dejarán a miles de familias en la calle. Gomes preocupado por la situación siente que su cine debe ser un reflejo de lo social. Así la primera parte comenzará de manera documental con un director huyendo del set de filmación al no poder encontrarle este sentido a su nueva película. Para los que vieron Aquel querido mes de agosto (Aquele querido mes de agosto, 2008), la continuidad resultará evidente, ya que el cineasta no renuncia jamás a una puesta en abismo de su proyecto fílmico en el interior de cada una de sus creaciones, jugando también con títulos y didascalias y muchos otros procedimientos que toma prestados de otras formas narrativas, con predilección por las formas populares, ya sean tradicionales o no (el lenguaje de los mensajes de textos hace aquí una aparición traicionera). Gomes da todo el sentido del mundo a la interpretación barthesiana del "larvatus prodeo": no avanza enmascarado sino mostrando su máscara. Y se rodea siempre en el camino de animales tan reales como fabulosos: el cocodrilo de Tabu da aquí de lugar a camellos, a una ballena con un vientre explosivo, a un pollo de pueblo demasiado charlatán que se convierte en el argumento central de unas elecciones municipales, en un pueblo en el que votar parece, ante todo, una gran broma, el perro que juega con su propio fantasma o la vaca juzgada. Bajo el espíritu cómico y acido, el propósito de esta libre versión de Las mil y una noches es doloroso y el ataque que representa es de lo más frontal. Gomes habla aquí de su país como de una nación moribunda, empobrecida y azotada durante los dos últimos años por leyes de austeridad votadas por un gobierno inculto al que se ridiculiza en el segundo episodio con un juicio surrealista. Cada uno de los "cuentos" de su maravillosa saga se ancla en la cruda realidad, cada una de sus historias es un hecho acontecido realmente y recogido para la película por un equipo formado por tres periodistas. La vitalidad sencilla y conmovedora del pueblo portugués está presente pero se parece más bien a los sobresaltos de una sirena extraviada sobre la arena. El tono de la película es tierno pero la crítica de la mascarada política está fuera de toda duda y, a pesar de su predilección por la fábula, Gomes no se anda con chiquitas.
Mucho ruido y pocas nueces Luego de alcanzar un nivel notable en su edición número doce, la selección de cortometrajes que integran Historias breves 13 (2016) termina siendo despareja y en algunos casos hasta desconcertante ante la falta de riesgo e innovación artística. Integrada por ocho cortos con estilos y géneros disímiles, en Historias breves 13 se destacan, muy por encima del resto, De la muerte de un costero de Carlos Alberto Díaz, Centauro de Nicolás Suárez, y El asado de Ignacio Antonio Guggiari. El primero, protagonizado por Germán de Silva, retrata los últimos días de un hombre que debe enfrentarse en soledad a una muerte anunciada. El director recurre a una puesta donde predomina la elegancia en la construcción de cada plano visual y sonoro para narrar el principio del fin. Mientras que en Centauro, un western greco-criollo y wachi-político (asi lo define el mismo autor), Nicolás Suárez apuesta a la multiplicidad de formatos y texturas para también hablar de la muerte en un contexto de doma y folklore. En El asado Guggiari se juega por el absurdo para centrar la historia en un pueblo olvidado del interior de la Argentina que -sumido en la pobreza- recibe la visita de un político con falsas promesas electorales. Combinando elementos del western y el humor negro, Guggiari logra fluidez narrativa, originalidad y una impecable puesta técnica. Otro trabajo interesante por la mixtura de géneros es Los invasores, donde Juan Francisco Zini recurre a la fantasía y la ciencia ficción para centrar la historia en Vicente, un chico que se pierde en un colegio cuando recibe una amenaza de bomba. Aunque en su fantasía pensará que se trató de una invasión y él es un único sobreviviente del fin del mundo. Hesperidina Express de Franco Cerana es una especie de road movie a lo Thelma y Louise (1991) sobre una pareja de ancianos que se debate entre el tiempo cronólogico y el espiritual, mientas que en Últimos días del artista Agustín Ford experimenta con la sonoridad a partir del derrotero de un músico que descubre tener un oído absoluto que no puede dominar. La selección se completa con Puertas adentro, de Eugenio Caracoche y Julieta Cejas una historia de amor de tintes necrófilos con la actuación de Martín Slipak, y Plegarias, comedia naif de Lucia Ursi Sotelo que entrecruza tópicos como religión e infancia.