La teoría del miedo Hoy el ataque de pánico es uno de los males que dominan a la mayoría de las personas. Sus síntomas son diversos y van desde dolor en el tórax, taquicardia, problemas para respirar hasta la sensación de desmayo. Todos regidos por una fuerte sensación a morir. Ernesto Ardito, quien pasó por esa sensación durante mucho tiempo, propone a través de testimonios de aquellos que lo sufrieron, médicos, psicólogos y sociólogos, deconstruir las causas y orígenes de porqué hoy el ataque de pánico es una enfermedad que afecta a gran parte de la población mundial. Ataque de pánico (2017) es un documental de investigación médica, un ensayo sociológico, una película política. En síntesis un hibrido que combina una serie de elementos y temas que lo corren de todos los lugares comunes. Ardito recurre a tres testimonios de personas víctimas del ataque de pánico no solo para mostrarlos como casos testigos sino también para entablar conexiones con las posibles causales. Causas que más allá de algunas cuestiones personales están directamente relacionadas con la teoría del miedo. El documental analiza como los sectores de poder construyen el miedo y los medios de comunicación son los encargados de poner en escena ese mismo miedo. Filmado en Buenos Aires, Bariloche, Paris y Nueva York, visualmente Ardito juega con las imágenes. Ataque de pánico no es el clásico documental de entrevistas donde el cine está ausente. Detrás de la cámara hay un autor preocupado por la forma tanto como por el contenido. Voces que se entremezclan con imágenes en diferentes formatos que en un primer momento parecieran desconectadas pero que a medida que los minutos avanzan se relacionan de manera directa o indirecta. Un rompecabezas visual que impacta tanto como las palabras. El relato lo lleva adelante un locutor jugando con la típica estructura del documental médico, aunque conceptualmente en nada se le parece. Es un guiño que funciona. En un país donde más del 50 por ciento de la producción corresponde al cine documental, donde en la mayoría de los casos se prioriza el contenido por sobre la forma, sin ideas claras y poca noción de cine, que aparezca Ataque de pánico es una bocanada de aire puro para un género que muchas veces parece carente de ideas.
Pedro, como si nada hubiera sucedido Salvo una que otra excepción, y la mayoría fallidas, la guerra de Malvinas no ha sido representada por el cine de ficción argentino. El caso más emblemático sin duda fue el de Los chicos de la guerra (Bebe Kamin, 1984), aunque por la cercanía con el conflicto no logró tomar distancia de los hechos y profundizar más allá de la guerra en sí misma. Soldado argentino, sólo conocido por Dios (2016) es una nueva mirada sobre el tema y con la lejanía necesaria para reflexionar sobre el tema y mostrar otras aristas. Varios relatos británicos mencionan a un soldado argentino del que casi nada se sabe, que fue muerto poco antes de la caída de Puerto Argentino, tras negarse al rendimiento. En 1983, fue hallado un cuerpo en la zona de ese combate y se lo enterró como NN en Darwin. Con los años, varios estudios empezaron a relacionar una cosa con otra dando origen a "La leyenda del soldado Pedro". Soldado argentino, sólo conocido por Dios se centra en esa leyenda y es a partir de ahí que los autores abren un juego ficcional que despliega líneas narrativas hacia varios personajes para hablar no solo del conflicto bélico sino también de la post guerra y sus secuelas tanto humanas como sociales. Durante la primera mitad la trama focaliza sobre la guerra en si misma para mostrar a un grupo de soldados argentinos, sin ningún tipo de experiencia y con armas arcaicas, enfrentándose con una notoria desventaja al ejército inglés. Este periodo que, atravesará desde el comienzo del 2 de abril hasta la rendición, está planteado como un film bélico logrando una puesta digna ante la escasez de recursos con las que cuenta el cine en estas latitudes. La decisión de focalizar sobre unos pocos personajes y trabajar con planos abiertos, mostrando batallas, invasiones acuáticas y bombardeos aéreos le aporta a la película empatía con los personajes, tensión y ritmo narrativo. Es en la segunda mitad cuando la historia sale del conflicto propiamente dicho y vira hacia el drama de la hermana de uno de los soldados (Ramón) muerto en la guerra y cuyo cuerpo no ha sido identificado. A partir de ahí seguiremos el derrotero de la joven para logar la exhumación del cuerpo del famoso Pedro, al que ella supone podría ser Ramón. Este transitar servirá para mostrar las decisiones políticas inmediatas que se tomaron post guerra como las secuelas que esta dejó sobre las personas, tanto directa como indirectamente. Más allá de apelar a algún golpe bajo (sobre todo en lo musical), subrayados innecesarios y tratar de dejar bien parado a la cúpula del Ejército Argentino a cualquier costo, Rodrigo Fernández Engler (Cartas a Malvinas, 2007) logra con Soldado argentino, sólo conocido por Dios una interesante aproximación a la guerra de Malvinas y sobre todo al cine bélico, género ausente en la cinematografía nacional. Para destacar las nobles actuaciones de Mariano Bertolini, Ezequiel Tronconi, Fabio Di Tomasso y Sergio Surraco.
Gris de ausencia Ejercicios de memoria (2016) es el regreso al largometraje de la paraguaya Paz Encina diez años después Hamaca Paraguaya (2006). Un potente documental sobre la dictadura de ese país a través los recuerdos de los hijos de Agustín Goiburú, el más importante opositor político al régimen del dictador Stroessner. Goiburú desapareció en 1976 en Paraná, en la provincia de Entre Ríos (Argentina), donde vivía exiliado. Paz Encina busca introducirse en todo ese contexto político a través de los recuerdos de los tres hijos de Goiburú: Rogelio, Jazmín y Rolando. Ejercicios de memoria es literalmente como su título lo indica un ejercicio de memoria. El documental se construye con los recuerdos de los tres hijos de Goiburú, entre fragmentados, escurridizos y muchas veces hasta olvidados y traídos nuevamente del pasado. Cada uno de los tres, cuyas voces armarán el relato, recordará a su manera un pasado tan propio como colectivo. La historia personal será también los últimos 35años del país. Encina trabaja en dos planos. El sonoro con las voces de los protagonistas, mixturadas con, el ambiente y el visual con imágenes ligadas al pasado pero traidas desde el presente. La cámara se mueve entre lugares de Paraguay y Argentina que tienen connotaciones para los, y de la misma manera que lo hizo en Hamaca Paraguaya resignificando el tiempo y el espacio. Cercano a los recientes trabajos de Mariana Arruti (El Padre, 2016) y Andrés Habegger (El (im)posible olvido, 2016), logra diferenciarse porque la voz no es la del director, ni tampoco quien se pone delante de la cámara para contar su propia historia en primera persona. Pero en las búsquedas de reconstruir a través de la ausencia la memoria de un país podría conformar una trilogía.
Lo que no vuelve En Extramuros (2017) la realizadora Liv Zaretzky construye un retrato del escritor Miguel Ángel Molfino, militante preso durante la última dictadura cívica militar a quien la escritura le ayudó a sobrevivir. De 65 años de edad, Molfino nació en Resistencia (Chaco) y es el mayor de seis hermanos. Durante los 60 cada uno de los hermanos eligió un camino militante diferente. Con la llegada de la dictadura Miguel es detenido y privado por cinco años de su libertad. Durante esos años la escritura fue la vía de escape al martirio que le tocó vivir. Al salir, intenta reconstruir todos esos escritos destruidos por sus captores. Escritos testigos de una época que como muchas personas tampoco pudieron volver. Extramuros es un documental de cabezas parlantes, que cómo viene sucediendo casi sistemáticamente en este género, es más importante el contenido que la forma. Una sucesión de testimonios que sirven para reconstruir parte de una historia personal que también funciona como reflejo de un país. Militancia y escritura, dictadura y democracia, familia y amigos, Buenos Aires y Chaco, palabras y silencios. Tópicos que el documental explora desde el punto de vista del propio Molfino. Con una secuencia inicial propia de un ensayo, Liv Zaretzky estructura la trama a partir de entrevistas filmadas en la actualidad recurriendo solo en algunos momentos a material de archivo o a imágenes sobreimpresas con textos del escritor. Hay más preocupación por lo qué se cuenta que por cómo se lo pone en escena. Eso hace que lo televisivo se apodere de lo cinematográfico y que por momentos se corra del eje.
Religión y marxismo Religión y comunismo son dos opuestos. Para Marx la religión era el opio de los pueblos y tradicionalmente se entiende al comunismo moderno como un movimiento ateo, secular y profano, activamente opuesto a la religión. Pero las reglas se rompen y hay excepciones. Y es ahí donde se centra el documental de Alejandra Guzzo Cuba Santa (2016). La realizadora se introduce en la isla cubana para encontrarse con practicantes de la religión yoruba y así indagar sobre como religión y marxismo pueden convivir entre si, generando un movimiento irreductiblemente romántico-revolucionario. Cuba Santa es un compendio de testimonios de habitantes de la isla que de una u otra manera cayeron en la fe yoruba post ateísmo. Un abanico de hombres y mujeres, que incluye desde artistas hasta profesionales de la ciencia, relata no solo como la religión entró en sus vidas sino que además reflexiona sobre la dicotomía que existe entre la fe y el marxismo. Dicotomía que parece unificarse. Documental de cabezas parlantes, lo más atractivo de Cuba Santa radica en la selección de una serie de personajes tan eclécticos como singulares, que deliberan sobre política y teología sin la necesidad de caer en teorías abstractas, ni argumentaciones intangibles. Sino en sus propias experiencias.
La historia se repite Dos noches hasta mañana (2 yötä aamuun, 2015) es una de esas películas que, si bien no decepcionan, uno tiene la sensación de haber visto antes. Desde la trilogía de Richard Linklater hasta Lluvia (2008) de la argentina Paula Hernández, la fugaz historia de amor entre dos seres que se encuentran por azar vuelve a ser la columna vertebral de una película. Dos noches hasta mañana transcurre durante dos días y, en su mayor parte, entre las cuatro paredes de una habitación de hotel. La trama se ubica en Vilna, la capital de Lituania, y Caroline, una arquitecta francesa, que se encuentra en viaje de trabajo, debe quedarse una noche más por una extraña nube de cenizas que impide el despegue de cualquier vuelo. En el restaurant del hotel que se hospeda, su mirada se cruza con la del seductor Jaakko, un DJ finlandés que está en la ciudad para dar un concierto. Tras pasar la noche juntos, aunque literalmente sin entenderse una palabra, su vuelo de nuevo es cancelado y decide reencontrarse con él para mostrarse como realmente es. Mikko Kuparinen se nutre de referencias para su segunda película tras su debut con la comedia Rakkauden Rasvaprosentti en 2012. Cambia radicalmente de género y lo hace a modo de “homenaje”. En Dos noches hasta mañana transita por el cine intimista de Ingmar Bergman y Richard Linklater. Desde la Intimidad (Intimacy, 2001) de Patrice Chereau hasta Una relación pornográfica (Une liaison pornographique, 1999) de Frédéric Fonteyne. El universo que recorre es tan conocido que por momentos uno siente que está viendo Lluvia de Paula Hernández, aquella película en la que dos personajes se encontraban en cuartos de hoteles, o Dos días en París (2 days in Paris, 2007), donde Julie Delpy aprovechaba para reflexionar sobre las relaciones multiculturales en la pareja. Más allá de las citas, referencias y homenajes Dos noches hasta mañana se aleja del cine finlandés al que estamos acostumbrados como el de Mika y Aki Kaurismäki, para adentrarse en la historia de un amor que se sostiene gracias al ritmo narrativo y a las muy buenas dotes interpretativas del dúo protagonista, encabezado por Mikko Nousiainen y la canadiense Marie-Josée Croze. Aunque de original no tenga nada.
La invención del amor El catalán José Luis Guerín, que en su anterior película de ficción, En la ciudad de Sylvia (2007), apenas permitía que sus actores dijeran “esta boca es mía”, parece compensar aquella sequía de diálogos yéndose al polo opuesto con su nueva película: La academia de las musas (2015). Un profesor habla y sus alumnos –mayoritariamente mujeres– le escuchan para, a continuación, reflexionar en voz alta y discutir sus argumentos. Estamos en un aula de la Universidad de Barcelona, en un seminario sobre poesía donde la sombra de la Divina comedia de Dante es alargada. Los espectadores nos convertimos en un alumno más, silente, que observa lo que parece un documental, como lo era el magnífico En construcción (2001). Pero cuando, después de la clase, el profesor, en su casa, mantiene una charla tensa con su mujer, con la sombra de la sospecha y el escepticismo muy presentes, empezamos a adentrarnos en un diluido campo ficcional. La cámara entonces empieza a asentarse detrás de un cristal –la ventana de un piso o un coche– dejando a sus personajes encerrados en peceras en las que se refleja el mundo exterior, al que nosotros pertenecemos y ellos parecen esquivar. Se produce así un curioso juego de espejos que irá salpicando un discurso que desgrana, entre otros temas intelectuales, el papel que juegan las musas en la vida de un artista, teoriza sobre la invención literaria del amor y cuestiona el (¿noble?) poder seductor de la docencia. Y todo ello hablando sin cesar: charlas entre el profesor y alguna alumna, entre él y su esposa o entre las participantes en el seminario, que discuten –en italiano, catalán y español– aspectos abordados en el aula; y en una cafetería, un vehículo o un parque, donde asistimos a la transmisión del legado cultural (y sentimental) de generación en generación cuando una mujer relata a su hija la leyenda de Dafne, Apolo y Cupido. Guerín ha empleado una pequeña cámara y la ayuda de un equipo mínimo para rodar, entre Nápoles, Cerdeña y la Ciudad Condal, La academia de las musas para fascinar a los amantes del cine de Guerín e irritar a sus detractores.
Problemas de tono El actor Fernán Mirás debuta en la dirección con El peso de la ley (2017), un drama judicial basado en un hecho real en el que se entremezclan el absurdo con el hiperrealismo, algo que atenta contra el resultado final. Gloria (Paola Barrientos) es una abogada a la que nunca le tocó defender un inocente. El caso de un hombre acusado de violar a otro en un pueblo del interior del país la hará luchar contra viento y marea para demostrar su inocencia y poner al descubierto una red de mentiras, manipulaciones y trampas judiciales donde la justicia se medirá con la vara de la economía. El principal problema que presenta El peso de la ley es el tono. Por momentos absurdo, por otros realista, todo se mezcla en una coctelera donde nunca se encuentra el equilibrio y lo dramático causa risa y lo gracioso pena. Recién sobre la segunda mitad, y sobre todo gracias a Paola Barrientos, es cuando la película logra encontrar un rumbo y llegar a destino con algo de mesura, a pesar de subrayar algunas cuestiones innecesarias, que se sobreentienden de antemano. Así como la historia no encuentra su tono, tampoco los personajes que por momentos pasan del estereotipo al ridículo, de la contención al desborde y de la insinuación a una verborragia incontenible. La reiteración de información sobre algunos aspectos hace que la previsibilidad se apodere del suspenso y rápidamente se pierda el interés por lo que vendrá. Atrás de El peso de la ley sin duda hubo buenas intenciones, un tema interesante y de impacto social. La idea de reflejar cómo se maneja la justicia de acuerdo al extracto social al que uno pertenece no está mal. Lo malo es que para hacer cine no solo hacen falta buenas intenciones y un tema interesante, sino algo más. Al menos si la intención es hacer un producto homogéneo.
Cuándo al futbol no lo mueve la plata Documental de observación sobre un clásico futbolístico entre dos familias que desde hace décadas se realiza en Piray Km 18, un pueblo misionero, es la propuesta de Sergio Acosta en Piray 18 (2016). Los Dávalos y los Mercado son dos familias oriundas del lugar que a finales de cada año disputan un clásico futbolístico. La condición es que ambos equipos deberán estar conformados únicamente por integrantes de cada una de las familias sin importar donde vivan en ese momento. Hasta el momento la supremacía es de los Mercado pero los Dávalos quieren hacer historia por primera vez. El relato comienza una semana antes del partido narrando los preparativos, entrenamientos, estrategias y reencuentros de cada una de las familias. También cómo se vive en el pueblo tal acontecimiento, los problemas físicos que van apareciendo, posibles lesionados, reemplazos y todo lo que rodea a un clásico. Los Dávalos versus los Mercado es el River-Boca de Piray, así lo viven y así lo muestra el director, haciendo de la observación un muestrario de lo que el fútbol es capaz cuando los intereses no son los económicos. Piray 18 es una película sin grandes pretensiones, honesta en lo que muestra y como lo muestra, sin ningún tipo de especulaciones más que las poner en imágenes un hecho que para muchos podría ser nada más que una anécdota de color, pero con la virtud de convertir la simpleza de un hecho en un acontecimiento épico. Y de un simple partido de fútbol un thriller deportivo.
Todo lo que a usted le gusta del sexo y no se anima a contar En El amor se hace (2016) el español Paco León no pretende educar ni aleccionar, pero sí reivindicar el sexo como realización personal, evolución gozosa, afianzamiento amoroso y magnífica manera de conocerse a uno mismo. Ése es el eje de El amor se hace, su tercera película como director tras los éxitos de Carmina o Revienta (2012) y Carmina y amén (2013). En esta nueva película, Paco León adapta la película australiana The Little Death, escrita, interpretada y dirigida por Josh Lawson, al espíritu, humor y sensibilidad del público hispano, con un elenco multiestelar que incluye nombres como el de Natalia de Molina, Ana Katz, Candela Peña, Álex García o Luis Bermejo. En El amor se hace cinco historias de personas con ciertos conflictos sexuales (les excitan situaciones que no son precisamente estándar) se terminan cruzando en la escena final que transcurre durante la colorida, veraniega y alegre verbena madrileña de la Paloma. De este modo, a una le excita ver cómo llora su hombre; a otra, la adrenalina de verse en peligro, y a una pareja probar cosas nuevas, incluida la visita a un concurrido club sexual. León, que ha demostrado que no conoce límites, transmite ese mismo mensaje al espectador y le invita a gozar de la pluralidad. Sus cinco historias, en las que se mezcla, en fino equilibrio, el drama con el humor (como sucede en la vida misma) y lo cruel con lo esperpéntico, presentan a personajes que se están buscando aún, luchan por mantener sus uniones amorosas o hacen lo indecible por cariño al otro. Porque el amor no sólo se siente, también se hace, y de mil maneras: las filias sexuales se cuentan por cientos y sólo un ramillete de ellas son mostradas con tolerancia y desenfado en El amor se hace. Desde unos títulos de crédito en forma de collage con animales en actitudes de retozo hasta la presencia constante de lo vegetal y las frutas en las escenas, además de una banda sonora repleta de canciones de reminiscencias tropicales y latinas, toda la película, epidérmica y blanca, derrocha sexo, pero poco turbio: la luz y el color inundan los fotogramas de una historia que intenta alegrar el alma al espectador, hacer que se sienta bien, que se acepte, queme los armarios, evite represiones y salga del cine con ganas de…