Teniendo una carrera ya bastante consolidada, Santiago Mitre encara la remake de La patota (Daniel Tinayre, 1960). Muy bien recibida por la crítica y con aire actual y contundente, Dolores Fonzi se pone en la piel de Paulina, una abogada que decide ir a Posadas para dedicarse a la actividad social. Desde la primera escena ya encontramos la centralidad que tendrá el aspecto jurídico: ella y su padre (juez) debatiendo desde un paradigma judicial sobre su arriesgada decisión, resaltando la fuerza de las palabras y la argumentación. Oscar Martínez interpreta a este padre pseudo progresista que lleva como bandera el avance profesional, el escalar posiciones y una visión bastante acotada y clásica de la justicia. Paulina, con una actitud rebelde desde el principio hasta el final (lo cual la vuelve un poco monótona), está en una importante búsqueda de la verdad: una verdad sobre ella misma, sobre lo que realmente significa justicia, intentando derribar los anquilosados cánones jurídicos que parecen condecirse cada vez menos con la realidad. Paulina se instala en Posadas, frente a los peros de su padre y su novio. Se dispone a ser maestra de Formación democrática utilizando métodos poco usuales que confunden un poco a los alumnos acostumbrados a la mano dura de los docentes. Pese a las dificultades que le supone ser la maestra nueva, joven y desconocida, Paulina mantiene una actitud perseverante, incluso después de ser víctima de una violación conjunta. A partir de este hecho, decide no constituirse a sí misma como víctima, por el contrario, busca la verdad, intenta entender, esquivando los métodos de la justicia que ella juzga inútiles. Desde esa matriz el film pone en cuestión tanto los métodos de enseñanza, los contenidos y el adoctrinamiento que se vive dentro de las aulas, como los métodos de la justicia, que busca incriminar y castigar sin reparar en el conocimiento real de la causa ni en el deseo de la víctima. Si bien es un mensaje bastante simple y directo, es el registro que maneja todo el film: las denuncias son claras, concisas y nada queda entre grises. Con las características de un juicio, el espectador funciona como juez, compartiendo razones tanto con Paulina como con su padre. Los delincuentes ya no son tan delincuentes por momentos; así, lo que queda entre grises es nuestra posición, que va oscilando a medida que el relato de Paulina avanza. Al mismo tiempo se denuncia el avasallamiento deliberado que ejerce el poder sobre el cuerpo de la mujer, el machismo latente en la acción de los violadores y de la justicia y el nulo reparo sobre las condiciones del caso; estableciendo una visión única y déspota de justica. Muy interesante resulta la reflexión de Paulina sobre su tragedia: lo que le sucedió no es casual, es parte del mundo real y de un sistema de injusticia y penalidad violenta alimentado y sostenido por la sociedad toda. Los procedimientos tradicionales de la justicia tienden a invisibilizar cuestiones claves, buscando chivos expiatorios que le sirven para mantener un orden precario y de cartón. Paulina busca entender, se hace cargo de la experiencia y del dolor, intenta eliminar su condición de víctima, se visibiliza y se enfrenta a sus agresores, fuera del sistema judicial, fuera de los recintos policiales… en el mismo espacio del delito, desde el diálogo y la igualdad, eliminando la noción de castigo, busca la verdad.
Este invierno el cine nacional ha invadido las salas con películas más que taquilleras, algunas de gran interés, otras solo para entretener. En el segundo grupo entra Sin hijos, una comedia “familiar” protagonizada por el multifacético Diego Peretti; sin dudas, una de las mejores elecciones dentro del film. La película cuenta la historia de Gabriel, un padre soltero devoto de su hija, completamente dedicado a ella, sin interés de formar una nueva relación. Hasta que (re)aparece Vicky, una atractiva española, libertina y con un pequeño gran defecto: odia a los niños. Para conservar su relación con esta chica, Gabriel debe recurrir a todo tipo de artilugios para mantener en secreto la existencia de su hija. Desde el planteo principal ya podemos anticipar los hechos, desde el tráiler ya está todo contado. El formato de comedia yanqui se palpa en casi toda la trama. Esto no quiere decir que el film sea malo, todo lo contrario: al utilizar fórmulas completamente probadas la hace una comedia tremendamente exitosa, cómica de principio a fin, que se permite los momentos de emoción (como lo es el cover de “Seguir viviendo sin tu amor”, escena que nos recuerda a Hugh Grant en About a Boy). Imposible resulta despegarse de la pantalla, porque la historia está entramada a la perfección y los personajes nos conquistan desde el primer momento. Peretti, que ya ha forjado esa figura de galán exótico y excelente comediante, forma una dupla perfecta con Guadalupe Manent, una niña con varios arranques de adultez que siempre nos resultan simpáticos, sumado a una declarada ternura. Por supuesto, funciona la estrategia de poner en boca de la niña pensamientos adultos que el padre no es capaz de ver, y al mismo tiempo, las actitudes infantiles que empiezan a apoderarse de Gabriel. Por su parte, Maribel Verdú (Vicky) representa un personaje estereotipado, a veces de más: una eterna adolescente; por lo tanto llega a aburrir, su permanente encanto sexual, sus alusiones a la vida sin ataduras y la rebeldía ante las imposiciones de la burguesía adulta. En la película se despliegan algunas reflexiones sobre la vida adulta en todos sus niveles y el cambio que significa la llegada de un hijo; cómo parece anularse la vida sexual e individual de los padres. De hecho, la narración recorre los avatares de este padre para poder conciliar dos amores de distinta índole, sin quedarse sin el pan y sin la torta. Por otro lado, se presenta una imagen de padre soltero super comprometido con su hija que rompe con los prejuicios y estereotipos del “padre borrado”. Y sin bien la cinta está teñida de un espíritu sensiblero, logra tocar temáticas universales y hacer reír a una sala entera, casi sin parar. Este mérito de hacer reír, aunque sea desde fórmulas ya testeadas y harto reproducidas, se conserva intacto y nos ofrece un film logrado con entereza y cumpliendo los objetivos del cine para entretener.
¿Qué tendrán los vampiros que nos vuelven locos? ¿Qué parte de su extensa mitología ha cautivado con tanto fervor al arte en todas sus expresiones? La literatura y el cine, sobre todo, han hablado hasta el hartazgo de los vampiros y nosotros no nos cansamos de consumir. Y a partir de la enorme cantidad de información sobre los seres de la noche, sabemos sus características como el Padre Nuestro. ¿Qué pasa si, de pronto, aparece una obra que se dedica a parodiarlos y a quitarles aquellos atributos que los hacen tan atractivos para nosotros? Eso es What We Do in the Shadows: la parodia que lleva a la desilusión hilarante. Este film neozelandés se propone como un falso documental o mockumentary sobre cuatro vampiros que comparten casa y se deciden contar a las cámaras como es la cotidianeidad de un vampiro en la actualidad. Recolectando buena parte de la mitología vampírica, troca la imagen asesina en inofensiva, el erotismo en ridiculez y el glamour en decadencia. La película, de una hora y media de duración, es ante todo, entretenida y cómica. Habiendo tanto material sobre vampiros, ya no queda más que reírse de eso y al mismo tiempo, plantear una idea nueva del monstruo. Para eso, los realizadores han elegido los estereotipos más marcados: Petyr, el vampiro más antiguo, es un viejo gruñón, encerrado e intolerante, que no colabora en absoluto con la limpieza, nos recuerda de inmediato al Conde Orlok (Nosferatu); Vlad, por su lado, parece haber sido un sádico y perverso que ha perdido su fuerza por su enemigo letal “La Bestia”. Vlad no solo nos recuerda al gran papel de Gary Oldman en Bram Stoker’s Dracula por su excéntrica vestimenta y peinados, sino que hasta repite una escena de esta película. También aparece el guiño hacia la nueva generación de vampiros, aquellos que supieron romper corazones en la saga Crepúsculo, que se empeñan en vivir entre los humanos, relacionarse con ellos y que tienen muchos problemas con los hombres lobo. Mientras corren los minutos, nuestros amigos van relatando la vida cotidiana de un vampiro, casi siempre para dejar al descubierto las incomodidades que esto supone como por ejemplo, que se rompa la arteria principal de una víctima y el living quede cubierto de sangre y los inconvenientes de la convivencia entre seres milenarios (y sanguinarios). Pero, al mismo tiempo, con la llegada de un nuevo vampiro a la pandilla, comienzan a relacionarse con la vida contemporánea: los clubes nocturnos, Facebook, selfies, You Tube, todos elementos que los despojan de este aspecto milenario y los humanizan un poco más. Así, empatizamos de inmediato con estos seres nocturnos que parecen tener una rutina bastante inocente (tejer, bailar árabe, hacer música, organizar las tareas del hogar, y…desangrar humanos). De esto modo, el mismo género de horror queda parodiado, en consecuencia y se plantea la idea de cómo un mismo elemento puede ser tanto materia de horror como de comedia. What We Do in the Shadows es una excelente comedia, completamente divertida, con actuaciones a la altura y sumamente creativas. Repleta de guiños hacia la cultura del terror y los vampiros, logra acercarnos a un grupo de excéntricos personajes y meternos en su alborotada cotidianeidad.
En épocas donde el poder femenino va teniendo más visibilidad, y la igualdad de los sexos ya es una necesidad vital, la biografía de la pintora Margaret Keane cobra gran peso y relevancia. La opresión hacia la mujer en plenos años cincuenta, la completa anulación de la identidad artística y el karma de vivir escondida, son algunas de las temáticas que circulan por el film, con una inclinación claramente feminista. Tim Burton toma las riendas de este proyecto y lleva a cabo la biopic de la susodicha; encarando una obra que sorprende dentro de sus trabajos anteriores. Big Eyes, podría decirse, es la primera película de Tim Burton infiel a su propio estilo. El cine de autor se vuelve traicionero en la medida en que el estilo excede al cineasta, y el artista se convierte en su estilo. Tras años de encontrarnos en un gótico fantástico infantiloide, siempre asistido por el infaltable Johnny Depp, esta vez, Burton nos sorprende con una biopic, con muy pocos rasgos de su tan marcada estética, con actores “nuevos” para su filmografía y con una casi ausencia de negros y grises. La película cuenta la historia de una pintora, eclipsada por su marido, un embustero que vende sus cuadros, alegando que él es el autor. El trabajo de ella, niños con ojos enormes, se vuelve un suceso de público, aspecto que pone sobre la mesa la cuestión del arte en la era de la reproductibilidad técnica de la que habla Benjamin. Ella se dedica a pintar encerrada en una habitación, aislada, pero sobre todo, invisibilizada. Así, entra a problematizarse también, la cuestión de la autoría, la relación de un autor con su obra y el artificio que comprende la figura de artista en sí misma. Por otro lado se plantea también, cual es la función del arte en la cultura moderna, ya que ha perdido el halo sagrado para llegar a los kioscos, librerías, galerías, etc. El arte se ha convertido en un bien comercializable y popular como cualquier otro (dentro de eso también funciona el pop art). Lo cierto es que el film no está a la altura de la historia. La biografía de Margaret Keane es realmente una gran historia, digna novela hollywoodense. Se nos bombardea con cantidad de datos que no parece organizados, la narración es precipitada, los hechos no se suceden naturalmente, sino que se anticipan permanentemente anulando el factor sorpresa. Si hay algo que no se le puede negar a Burton es su maestría para la estética. Incluso saliendo de su “zona de confort”, del estilo que convirtió en una marca registrada, aun así, logra cautivar con un paleta de colores que por momentos remiten a Wes Anderson. El vestuario y el maquillaje responden a un refinado recorte histórico, con prendas muy representativas y con gran estilo. Podríamos decir que uno de los pocos elementos puramente burtonianos en este film son los cuadros de Keane (elemento no menor) y su gran obsesión por los ojos enormes. En la hipérbole de alguna característica física (típica de todos los personajes de Tim) es donde encontramos el roce con lo fantástico y lo infantil. Los ojos de su hija, desmesurados, que pintaba Keane, parecen ser su único contacto con la realidad y al mismo tiempo, el único cable a tierra. Más allá de la historia, la actuación de Amy Adams no logra convencer y por momentos, no está a la altura de las emociones. Lo precipitado de los cambios de clima y situación se ven reflejados en una actuación poco creíble. No así Christoph Waltz, que representa un personaje odiable, hecho perfectamente a su medida, que recorre la auto humillación, el rol machista y abusador con su contraparte de hombre encantador. En fin, Big Eyes cuenta una gran historia, en la que nos compenetramos mucho emocionalmente, porque la injusticia y el abuso abundan. Pero la concentración por momentos se desvía, al notar que la narración esta forzada y precipitada. Lo que resulta realmente interesante son las temáticas en torno al arte y al espacio de la mujer en el mundo del arte que se problematizan y se ponen en tensión. La incursión en otro género y en otra estética por parte de Tim Burton podría pensarse como una prueba piloto para una nueva etapa del excéntrico realizador.
Paul Thomas Anderson se ha convertido en uno de los cineastas más notables e interesantes del cine actual, con una filmografía cada vez más atractiva, con búsquedas de distinta complejidad y artificio. Podríamos decir que Anderson siempre se ha caracterizado por sacar lo mejor de los actores, hacernos ver facetas inesperadas, como Tom Cruise en Magnolia, Adam Sandler en Punch Drunk Love… sin mencionar a su actor fetiche Phillip Seymour Hoffman quien ha brillado en cada una de las cintas en las que participó, volviéndolas aún más interesantes. Su más reciente trabajo va incluso más allá de todo lo que su cine representó hasta el momento. Como nadie, se anima a llevar al cine una novela de Thomas Pynchon… y le sale muy bien. Los Ángeles, años 70, toneladas de droga y un magnate inmobiliario desaparecido. Doc Sportello (Joaquin Phoenix) es un delirante investigador privado que se ve inmerso en este retorcido laberinto que trata de enderezar. En el medio está metida Shasta Fey, su exnovia, también desaparecida, que asoma en su vida en forma de recuerdos que lo atormentan. Inherent Vice es, ante todo, una película harto barroca. Está cargada de personajes, historias, texturas, diálogos precipitados que por momento confunden, hasta que entendemos que el núcleo es uno solo y que tanto Pynchon como Anderson están jugando con nuestra mente, al igual que los escurridizos personajes se han propuesto jugar con la mente de Doc Sportello. El ritmo de la película es acumulativo; cuando pensamos que la situación está esclareciéndose, nuevos nudos y caracteres van sumándose al enredo. Toda esta sobrecarga audiovisual y narrativa, a su vez está recubierta por el constante humo denso de la marihuana que va nublando nuestros sentidos y de a poco vamos a cayendo rendidos dentro del universo del film, levitando entre los pasillos de estas “sub historias” y espiando a los neuróticos personajes. Joaquin Phoenix encarna uno de los papeles más contundentes de toda su carrera: en su mirada habita el humor, el cinismo, el amor frustrado, la incertidumbre y por supuesto, el cannabis. Todo condensado en una actitud que casi no muta en toda la cinta y con la que es imposible no empatizar. El desorden de su mente y sus emociones se traduce en su particular look y en su actitud irresistiblemente atractiva. Su historia de amor con Shasta Fey lo persigue como un fantasma erótico que lo cofunde y se convierte en una de sus pocas debilidades. La película cuenta con la música original de Jonny Greenwood y con brillantes apariciones de Neil Young. El vestuario, sumamente cuidado y atractivo, le valió una nominación al Oscar al igual que su guión adaptado. En relación a esto, la trillada discusión sobre si la película supera al libro o si lo respeta o cualquiera de esas tonterías, en este caso (en realidad en ningún caso) no tiene cabida. El universo enrevesado de Pynchon está representado en el film pero con una nueva mirada, con el sello inconfundible de Anderson donde las miserias humanas, el humor y el amor nunca pueden faltar. El film cuenta también con la presencia de Josh Brolin, Owen Wilson, Benicio del Toro, Reese Witherspoon, Jena Malone. Inherent Vice es una película de gran cinismo, que representa a una época a la perfección, sacando los trapitos al sol sin escrúpulos. El humor, la tragedia y la decadencia logran unirse de manera explosiva. Los personajes son una bomba de tiempo a punto de explotar, todos viviendo al borde, caminando vertiginosamente sobre los límites del sexo, las drogas, las mentiras y la mente de Doc.
El cine de Alejandro González Iñárritu se ha caracterizado, durante varios años, por mostrarnos múltiples personajes entrelazados, unidos casual (o causalmente) en los dramas más descarnados de la vida. Su nuevo trabajo, triunfante en variadas premiaciones y nominado en varias categorías de los premios Oscar, es el retrato tragicómico de un personaje. Si bien está acompañado por diversos personajes, de arquitectura concreta y de perfección dramática, el centro de la historia de Birdman es Riggan Thompson (Michael Keaton), este actor de cine comercial y taquillero, venido a menos que busca reivindicarse (o encontrarse a sí mismo) a través de Broadway. Podríamos decir que esta es la película más distinta y de verdad sorprendente dentro de la carrera del realizador mexicano. No solo porque la historia es harto profunda y humana sino porque conjuga un sinfín de elementos amalgamados con perfecto arte. Birdman es una película sobre la muerte real y la muerte interna, sobre los fracasos despiadados dentro del cine, el sinsentido del éxito, los limites borrosos entre realidad y ficción… Riggan está atrapado en su propio yo, pero ese yo es múltiple: es Birdman, el personaje que lo llevó a la fama, el disfraz que lo consagró y que no ha podido quitarse; lo acecha, es su propia sombra. Es también un padre y marido frustrado, y un hombre en el ocaso de su éxito. El personaje de Birdman, que casi todo el film es una voz contundente y apabullante, contiene un peso importantísimo, ya que es el que enuncia explícitamente las críticas al sistema del éxito, la crueldad que representa lo efímero de la ficción y es, básicamente, la voz de la realidad gritándole al oído. Riggan y el resto de los personajes transitan frenéticamente los lúgubres pasillos del teatro, en una puesta barroca de locura, patetismo, histeria, erotismo, llanto. Saltan de la realidad a la ficción casi sin puente, se arrojan visceralmente a la desnudez del escenario mientras, tras bambalinas, concurrimos a un canibalismo (propio y hacia los demás) sin límites. Riggan parece ser el depositario de todos los insultos, para solo despertar bronca, su semblante amargo inspira la bofetada física y verbal; su cinismo se reduce a un rostro arruinado, atormentado por los fragmentos de identidad que lo rodean sin dejarlo escapar. Su sombra, el héroe que alguna vez fue, es lo único real que le queda. Michael Keaton logra con gran maestría el carácter de la derrota, en la representación del hombre hundido en su propia miseria, representando en el escenario su propia tragicomedia. El gran Edward Norton no podría haber sido mejor elegido para este papel secundario pero indispensable; uno de los personajes que más aporta comicidad al film y que encarna la parodia en sí misma de los actores. Emma Stone con su belleza moderna y una actuación contundente, Zack Galifianakis, con pocas pero brillantes apariciones, Naomi Watts a quien nunca habíamos visto tan lejos de su papel de diva. Un puñado de seres que transitan las emociones más fuertes en el ocaso del éxito, sumidos ya en el fracaso. El mundo mágico de Hollywood se ha ido para dejar la sombra de algo que Riggan fue pero que nunca lo dejará ir. Una excelente crítica al mundo del cine, una excursión a lo más patético del ser, la gran pregunta sobre la efectividad del éxito, resuelta en dos horas de metraje… No eres un actor, eres una celebridad.
Un hombre atormentado por su muerte inminente anunciada por una extraña voz, sus fantasmas, un pueblo chico y un infierno grande, paisajes tan hermosos como abrumadores y un catálogo de personajes representando pecados capitales. James es un sacerdote atípico. Se mezcla entre los mundanos, bebe alcohol, pierde sus estribos pero se empeña en expiar sus pecados y servir al prójimo antes de su anunciada muerte. En una semana deberá realizar todas las materias pendientes de su vida porque en pleno confesionario, un ciudadano misterioso le avisa que lo va a matar el día domingo como venganza de haber sido violado por un sacerdote. Mientras tanto, nos vamos topando con una variedad de caracteres bastante patéticos, dejando al descubierto sus miserias. Estos, a su vez son todos los sospechosos que tenemos en la lista y que, inevitablemente vamos analizando para encontrar el futuro asesino. Cada uno de los personajes deja ver espacios de sí mismos que nos llevan a sospechar de todos. En este punto, el film toma una suerte de dirección policial, aunque su clima es el de un hondo drama; sin embargo, este aspecto no evita que el humor y la ironía estén presentes por momentos y hagan el ritmo muy llevadero e interesante. Así mismo, la cuota de suspenso que supone no saber quién lo quiere matar y si de hecho sucederá, le otorga a la historia un costado dinámico al dramatismo que la reviste, que en buena medida esta sostenido por una banda de sonido a la altura y una virtuosa fotografía. Los escenarios son los imponentes paisajes irlandeses, que ya han sido visitados por otros filmes por su enorme atractivo, que logran dar un clima que acompaña el vértigo de la historia. Se puede decir, entonces, que McDonagh logra crear un esquema narrativo fuerte a través del gran armazón de personajes. Si bien el protagonista es James y llegamos a conocer mucho de su historia y por ende, entender su presente, el resto de los caracteres también contiene mucha profundidad. Por supuesto que esta maestría en la creación de personajes queda redondeada con las actuaciones de primera línea. No hay duda que Brendan Gleeson se lleva los aplausos y corazones de todos, porque logra pasar por todos los estados de manera natural, creíble y profunda, pero sus compañeros de elenco también brillan con sus particularidades. La historia de esa última semana de James, parece ser la historia de Cristo. Morirá el bueno para que el malo sea vengado. Su futuro asesino, en el confesionario le dice con fuerte convicción que matar al malo no tendría sentido, pero que matar a un cura bueno por los pecados de otro, eso sí sería importante. Así es que las críticas a la institución eclesiástica quedan planteadas desde el minuto uno y se van desarrollando y complejizando a medida que avanza la película. Además de esto, el film está plagado de referencias bíblicas e imaginario religioso. También logramos encariñarnos con este sacerdote singular, nos compadecemos y caemos ante su enorme bondad, mas allá de que para muchos de nosotros los curas no nos parezcan muy simpáticos.
Hay películas que, más o menos, nos gustan a la mayoría, otras que claramente todos odiamos… Pero qué extraño resulta que un film cause sensaciones tan distanciadas en las personas que parece que se hablara de películas distintas. Ese poder ecléctico y pasional podría pensarse como un gran mérito; podríamos pensar que la obra tiene tantas aristas y contiene una suerte de complejidad psicológica que hace que nuestras reacciones sean tan opuestas. Jauja es de esas películas que tiene el poder de despertar sentimientos radicalmente opuestos en los espectadores y de variar la impresión en el mismo espectador. Jauja es una película ante todo hermética, en la que no se entra fácilmente, con un ritmo completamente desacelerado, una película onírica y de belleza declarada. Una de las primeras cosas que notamos es su increíble fotografía, enseguida quedamos hipnotizados por la perfección y pasividad de paisajes desérticos y las delicadas composiciones. Los detalles parecen de importancia elevada para Alonso, quien dedica un tiempo considerable para cada escena, se detiene con tranquilidad y de a poco nos vamos metiendo en el mundo de Jauja. Al comienzo del film, como en una película muda, nos encontramos con una inscripción sobre la mitología de Jauja, esta tierra misteriosa, deseada y cruel. Alonso sitúa su Jauja en el desierto, ese lugar que en nuestro país tiene tantas connotaciones históricas, espacio plagado de sangre, poder, escenario de la civilización y la barbarie en pugna; pero sobre todo, ese desierto que se convierte en un personaje más, enigmático y desesperante. En un principio son varios personajes los que adornan la historia, luego desaparecen, sin mucha explicación y su aparición previa se diluye en la nada. En la segunda mitad del film ya entramos en un universo distinto, con la presencia errante del Capitán, cada vez más incomprensible, con referencias claves pero que parecen confundir más. La búsqueda es un tema principal que se desdobla en distintos sentidos. Primeramente, el argumento del film tiene como centro la búsqueda de Inge, la hija del Capitán Dinesen, una búsqueda solitaria e incierta, en medio de un espacio de inmensidad desesperante que lo va tragando de a poco. Pero este desolador rastreo va mutando en introspección y transformación. El Capitán va perdiendo fuerzas, volviéndose primitivo y el espacio se lo va comiendo, mientras va enfrentando espacios internos desconocidos y atemorizantes, desatados por la soledad de la inmensidad. Al mismo tiempo, a medida que avanza el film, su atmósfera se va tornado más onírica y no podemos estar seguros de los límites entre realidad y alucinación. El deseo, la impotencia y la incertidumbre se mezclan en un remolino de sofocamiento, en el que el espectador también queda atrapado. Jauja es una película de logro artístico loable. Comandada por la actuación de Viggo Mortensen, justo a la medida de su personaje que sorprende a cada paso y con el que se genera una empatía inmediata. La estética es de una finesa indudable pero es la incertidumbre y la desesperación lo que nos deja un gusto amargo, la sensación de pequeñez del ser humano frente a lo incierto de la naturaleza y de los espacios internos que solo conocemos en la ilusoria introspección.
El cine (o cierto tipo de cine) se las ha ingeniado a través de los años para imitar la realidad, darnos una historia creíble, y hacer una imitación verosímil del paso del tiempo. Richard Linklater parece haber ido muy lejos en este intento de verosimilitud y realismo al crear su más reciente obra: Boyhood. Ciertamente, estamos ante una de las películas más novedosas del 2014, que ha llegado a burlar los trucos más rebuscados de Hollywood ateniéndose al natural paso del tiempo. En este film nos cuenta la historia de Mason y su familia, a quienes ha captado durante doce años. Así es, aquí no veremos un reparto de cinco o seis actores interpretando al mismo personaje a través de los años, sino al mismo actor creciendo en el lapso de doce años. Uno de los puntos centrales trabajados en el film es la temática de la familia. Mason es parte de una familia disfuncional, o mejor dicho “una familia burguesa del 2000”. Cualquiera que haya crecido en los años 2000 sentirá una identificación inmediata con esta historia. Los padres de Mason están separados, su padre es infantil e irresponsable, su madre, moderna, trabajadora, profesional y liberal. Si bien la institución familiar aparece como uno de los puntos más importantes en la vida de Mason, al mismo tiempo se pone en crítica el modelo tradicional de familia y el rol paternal. Así mismo aparece la institución escolar: por momentos, parece que lo único que los mantiene vivos a Mason y a su hermana es la escuela, el resto de su vida parece apestar o no tener importancia, sino que ambos están signados por los mandatos sociales. Igualmente, la idea de retratar a estos niños a través de los años logra el efecto de una personalidad que se va armando progresivamente. El espectador, al ser testigo de sus tristezas, alegrías, aventuras, etc. sigue de cerca la conformación subjetiva de cada uno de los personajes y al observar el paso del tiempo tan palpable nos involucramos de lleno. Volviendo al esfuerzo del cine por ser verosímil, no solo es con los actores con quienes tiene que ingeniárselas sino con decorados, vestuario, musicalización y ambientación. Linklater, podría decirse, no tiene estos problemas. Su obra transcurre realista y contemporáneamente a los hechos. La musicalización es uno de los elementos más acertados, nostálgicos y contextualizadores: Britney Spears, Blink 182, Coldplay, The Hives, Vampire Weekend, Lady Gaga, Paul McCartney, Bob Dylan, entre otros, van marcando etapas cronológicas. Sin dudas, Boyhood es uno de los films de los que más se ha hablado en el año y que parece postularse para estar entre los mejores. Su novedad y vanguardia en la realización es intachable e incluso nos obliga a repensar la función del cine en relación a la realidad y a sus representaciones, se deja de lado el artificio, se lo suplanta por la realidad. A pesar de esto, a la historia parece faltarle algún condimento, por momentos se torna monótona y muchos acontecimientos son innecesarios. Tal vez porque una suerte de moralina recorre el film, en relación a los lazos familiares y los mandatos de la adultez.
Las estrellas parecen ir perdiendo su brillo poco a poco, parecen opacarse y Cronenberg está ahí dentro para contarlo. Desde el lugar de la parodia y la sátira transitamos el mundo de las celebridades del cine en su mismísima miseria. El más reciente film de David Cronenberg ofrece un recorrido tragicómico entre medio de las estrellas de Hollywood, sus excentricidades, pasiones, secretos y perversiones. Todo lo que usted siempre quiso saber sobre las estrellas y nunca se animó a preguntar… Asistentes, choferes, agentes, actores, directores, productores y toda la jungla de la industria cinematográfica más poderosa del mundo desfilan ante las cámaras representando su comedia del día a día. Cronenberg elige algunos estereotipos bien marcados y bastante alusivos para mostrarnos la sátira del mundo de las estrellas, ese mundo que se vende como la máquina de hacer sueños y el estandarte del glamour. Por un lado tenemos a Benjie Weiss, un niño estrella que ha sido protagonista de una famosísima serie pero que, a sus doce años, ya ha caído en las drogas y las noticias de su rehabilitación ponen en riesgo la franquicia que lo llevó al desmesurado éxito. Podría pensarse en una suerte de Macaulay Culkin no tan corrompido (aun). El padre de este niño, en la carne de un John Cusack que con los años no ha dejado de repetirse a sí mismo, un intento de psíquico, terapeuta alternativo, metido, como una rata, en los recovecos más miserables de Hollywood…un chanta de primera. Julianne Moore es una de las elecciones más acertadas dentro del elenco actoral. Si bien es una actriz que solemos ver cubierta en lágrimas y corporizando papeles en su mayoría dramáticos, en esta ocasión, Cronenberg parece haber aprovechado ese perfil al máximo, sumándole un buena dosis de comicidad, erotismo y una carga trágica mucho más contundente: Moore representa a esta actriz hollywoodense venida a menos, perseguida por el fantasma de su madre, desesperada por representar a su progenitora en la remake de una de sus películas. Es un personaje totalmente patológico, complejo y desprotegido; pero esto no evita que podamos ver un costado patético, y la comicidad que representa la parodia de Hollywood a través de los clichés. Lo patológico parece ser una de los aspectos que definen a las estrellas pero está situado en la vacuidad de estas vidas ostentosas y serpenteantes. De hecho, los protagonistas de esta comedia de lo patético, parecen arrastrarse por el piso mientras se revuelcan en sus propias miserias. Así, la temática de lo enfermo o lo psicológicamente podrido (incestos por doquier, complejos de inferioridad, drogas) entra a formar parte de la misma performance de la excentricidad y hace que el espectador se ubique en el espacio de la risa, porque sátira y parodia se despliegan con maestría. Así es que lo puede parecernos exagerado e inverosímil, está narrado justamente en esa clave, siguiendo la lógica tan alejada de la realidad y excéntrica de Hollywood.