Una mujer regresa junto a su joven familia a la estancia de su padre que hace tantos años había decidido dejar atrás, mientras el peligro de las jaurías de perros en Ushuaia va incrementando durante su visita.
Un psicólogo regresa al pueblo que abandonó en su adolescencia tras conocer la noticia del fallecimiento de su padre. Un misterio familiar en el que un cadáver todavía por sepultar no es más que el comienzo.
Ennio Morricone es uno de los músicos más celebrados de la industria del cine mundial, y el encargado de realizar un documental a la altura de su figura es el aclamado cineasta Giuseppe Tornatore. El guionista y director de especialmente «Cinema Paradiso», galardonado entre otros en los Oscars, Globos de Oro, BAFTAs y Cannes, es también el director con el que más veces trabajó Morricone. Se trata de una obra documental con la intención de celebrar, introducir y profundizar en el legado de una de las figuras más queridas del séptimo arte. El mismo propone un repaso detallado de su carrera con el enfoque que el mismo Ennio prefería: la música. Cómo llegó a cada proyecto, lo que le pidieron que componga y cómo surgieron las composiciones que terminó entregando. Es palpable no solo el respeto de Tornatore hacia Morricone sino también su admiración cariñosa hacia una figura que mejoró con su genio cada proyecto con el que interactúo. Da la impresión que, tras el fallecimiento del maestro durante 2020, Tornatore comprendió que lo que quedaba del documental debía enfocarse en transformar el todo no solo en un vestigio de su obra sino en un resumen de su espíritu que transmita con fidelidad lo que lo hacía especial; este es un destilado de su legado lleno de una pasión que eriza la piel. El inicio nos acomoda en un relato mucho más corriente del que continuará el resto de la cinta, con algunos condimentos que dan cuenta de lo especial de su sujeto central como por ejemplo cómo el padre de Ennio lo obligó a dejar sus sueños de convertirse en médico para que se dedique a estudiar seriamente para alimentar a su familia siendo músico. Tras sus desventuras académicas acabaría revolucionando la industria musical italiana, una etapa de lo más interesante por lo poco familiar que su obra no cinematográfica resulta a audiencias fuera de Italia, además de que sirve como base fundamental para entender cómo operaba la mente de este genio tan particular. Por otra parte, en los últimos minutos vuelve a abandonar el nivel de excelencia que Tornatore mantuvo exitosamente durante las más de dos horas previas para entregar una suerte de ensayo audiovisual en la que se intenta resumir el legado de Morricone. Es un cierre que evidencia que la tragedia de haber perdido al protagonista del documental y a uno de los genios musicales que más marcaron al cine también sirve como oportunidad de celebrar una obra tan inmortal como su figura. Esta película podría valer la pena verla solo por ser un documental de Giuseppe Tornatore, y un trabajo de menor nivel centrado en Ennio Morricone también merecería la pena ser visto, pero en conjunto estos dos aspectos tan evocativos por igual terminan por crear una experiencia que exige una pantalla grande como pocos documentales lo hacen. No por lo explosivo de sus visuales, sino por una visión al nivel de Tornatore y un genio interminable como supo ser Morricone. Que su larga duración no asuste, no hay mejor inversión que comprar una entrada para escuchar más de dos horas de las mejores piezas del maestro de la banda sonora por excelencia. Ennio está muerto, que viva Morricone.
Saoirse Ronan y Sam Rockwell deben resolver un asesinato en una adaptación al teatro de una novela de Agatha Christie durante la Londres de los 50s.
En el marco del Festival de Cine Alemán, nos llega un fuerte y denso docudrama con los pies firmes en el registro histórico de una conferencia entre autoridades de la Alemania Nazi con el objetivo de definir una «Solución Final» que acabaría siendo el Holocausto.
Recomendar una película sugiriendo que no se busque nada acerca de la misma es una de las mejores formas de preservar algunas de las mejores experiencias «ciegas» del séptimo arte. No por pavor a los spoilers necesariamente, sino para que el segundo a segundo mantenga toda la potencia que podría tener en una situación ideal en la que no se vieron 2 teasers y 4 trailers sobre lo que vas a ir a ver de todos modos. Dicho eso, no son muchos los filmes que realmente ameritan un tratamiento tan delicado en el arte de la recomendación. En este caso «Barbarian» hace que valga la pena e incluso logra replicar en uno las ganas de hacer la misma advertencia a la audiencia futura. Una muchacha se ve obligada a alquilar una habitación en una casa sospechosa en un barrio horrible, pero afortunadamente hay otro inquilino temporal para hacerle compañía. Que ese otro huésped sea el actor de Pennywise en la más reciente «IT» será una de las primeras señales de que esta es una cinta que da muchas señales para espectadores atentos y que propone un juego poco superficial para aquellos dispuestos a levantar el guante. El mismo nombre del film plantea una cierta intriga, y recomendamos hacer caso omiso a esa tentación de googlear el director, elenco o cualquier otra cosa que se suele hacer antes de decidir si vale la pena ir o no al cine. Lo vale. Todo lo visto en trailers no llega a cubrir el primer acto de la película, ofreciendo desde entonces una cadena de sorpresas que asegura un tipo muy particular de diversión caótica. El umbral de partida es obviamente el del terror, un género que desde siempre ha balanceado recompensar a sus veteranos con ofrecer una constante dinámica de alquimia audiovisual. «Barbarian» es muchas cosas, pero, sobre todo, una producción ambiciosa con el entretenimiento como máxima prioridad. Aunque eso, por supuesto, nos asegura también que en su intenso entusiasmo se la juegue en direcciones con variados resultados. El cine actual necesita venir con algún antídoto para el mal del streaming, en este caso, ofrecer una experiencia bastante particular que alienta el secretismo. Pero también hay muchas producciones, especialmente las apuntadas a un público por debajo de los 35, que deben protegerse de una tendencia que suele venir desde la industria de la música donde las estructuras, formas o especialmente los finales están lejos de priorizarse. Este es uno de los pequeños pero mortales pecados que comete «Barbarian», desentenderse de las necesidades narrativas que tu propia trama o temáticas te exige. Pocas cosas son más saludables en la industria como una peli como esta, que todo el mundo desee recomendar o discutir y con suficientes manotazos creativos como para ganar aplausos o disgustos por igual. Podemos hablar de que en lo técnico tiene un trabajo de sonido y fotografía que evidencian un impecable manejo del cine de género, o un guion que propone una intriga constante también termina sosteniéndose quizás demasiado en un talento actoral de relativo éxito. Pero todas estas discusiones a veces sobran. Si alguien se interesó lo suficiente como para leer esta reseña, tiene que sin dudas sentarse a ver «Barbarian» y sobre todas las cosas procurar que todas las variadas sensaciones que esta película asegura se mantengan lo menos contaminadas posibles de aquellos que ya habiéndola visto no resisten la tentación de discutirla. Realmente no hay muchas cosas mejores que eso.
Del director de «Moulin Rouge» y «El Gran Gatsby» llega un espectacular retrato de la vida del Rey del Rock N’ Roll que promete superar las expectativas de varias generaciones.
«Memoria» es la sexta película del director y guionista Apichatpong Weerasethakul con presencia en el Festival de Cannes, entre las que destaca la primera ganadora tailandesa de la Palm D’Or: «Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives». También es esta su segunda ganadora del Prix du Jury, premio del jurado del festival que se entrega a trabajos originales que representen el espíritu indagador de Cannes. Ciertamente, el de Apichatpong es un cine que siempre nos invita a indagar en lo desconocido junto a él. En este caso la curiosidad desconocida es un extraño sonido inexplicable que su protagonista comienza a escuchar de vez en cuando. Con su hermana, recuperándose en el hospital de un extraño caso de posible karma perruno o maldición indígena, decide explorar el tema por el lado artístico más que por el medicinal. El resultado, como suele darse con este cineasta asiático, es una aventura entre onírica y somnolienta que llevará a su protagonista de personaje en personaje, con sus historias y escenarios particulares. El cine de Apichatpong reta a su espectador a maximizar tanto su pasividad como introspección, ofreciéndole la propia experiencia pasiva de sus protagonistas guiándolos en la esperanza de que alcancen un cambio interno como les sucede siempre a ellos en sus filmes. Para ello resulta ideal el protagonismo de la gran Tilda Swinton como esta criadora de orquídeas con falta de sueño, que cual antena de experiencias ajenas busca en músicos, médicos, o especialistas alternativos alguna explicación para el extraño sonido que sigue escuchando. Este trabajo en particular, como el resto de su filmografía, no es para audiencias desesperadas por las tensiones artificiales a los que nos acostumbra la ficción corriente occidental. Son una suerte de paseos audiovisuales de los cuales puede sacarse mucho valor, o bien simplemente haber apreciado la experiencia. Es también la primera cinta de Apichatpong con actores, idioma y locaciones occidentales. Muchos directores sufren muchísimo el cambio de contexto o mercado, pero afortunadamente su obra es lo suficientemente personal como para mantener la esencia más allá de superficialidades. Colombia pasa a ser un anillo tan al dedo como supo ser una y otra vez su Tailandia natal, con menos mitos pero igual cantidad (y cualidad) de historias que contar. Ayuda que su protagonista esta vez es tan «turista» como él en tierras colombianas, ofreciéndole veracidad a la amabilidad característica de los personajes que interactúan con sus guías narrativos. «Memoria» no ofrece el mejor ejemplo de la experiencia de uno de los cineastas más celebrados del cine asiático contemporáneo, pero en el riesgo que traía el cambio de contexto termina revalorizando la promesa intacta de que ofrece algo que siempre vale la pena ver. Una película de Apichatpong Weerasethakul es una de esas recomendaciones cinéfilas que siempre vale la pena hacer y tomar, recompensando curiosidades audiovisuales una y otra vez.
Surge una amistad entre un político francés y la profesora de literatura filosófica que contrato para tener debates diarios que lo hagan volver a ser la maquina de ideas que supo ser.
No es fácil hacerse a la idea que esta franquicia es la saga de animación más taquillera de la historia del cine. Y es que no hay juguetes, ogros ni hielos que aguanten. Quizás sea la inmediata reacción negativa de unos tantos cada vez que revive el marketing que le da vida a los pequeños secuaces amarillos, o más probablemente que el estilo de Illumination se encuentra tan en contrapunto con la tradición de animación occidental en 3D imperializada por Pixar y Disney que su éxito no termina de sentirse cómodo en ojos ajenos. Con el correr de la franquicia fueron tomando distancia de esos valores que priorizan el sentimentalismo tan a lo Woody o Simba, para dedicarse cada vez más a esa primitiva superficialidad del entretenimiento mucho más cercana a la tradición del 2D occidental liderada por los Looney Tunes. Los minions son el comic relief que creció para adueñarse de todo, llevándose por delante al supervillano padre soltero para ofrecerle una sinfonía de irreverente caos a espectadores sedientos de superficialidad. «Minions 2″ es eso, pero en los 70s. Ya en su lugar en el mundo, junto a un Gru de 12 años, los minions son los únicos que pueden salvarlo de un conflicto interno entre su grupo de supervillanos favorito. La dinámica entre los minions y Gru se mantiene como de lo mejorcito de la cinta, con un resto de elenco invitado que dista mucho de estar a la altura. Alan Arkin en particular demuestra ser un caso perfecto de estudio sobre los peligros de castear actores live-action sin la capacidad de explotar su expresividad vocal en un terreno para el que actores de voz profesionales sí fueron preparados. Hay nombres coloridos como Jean Claude Van Damme, Lucy Lawless, Danny Trejo y Dolph Lundgren, pero sus interpretaciones pasan sin pena ni gloria ahogadas por personajes igual de colorinches que en mayor o menor medida terminan teniendo mayor impacto gracias al trabajo de diseño y animación. Es en eso donde Illumination, en sus mejores momentos, sabe brillar: poniendo el talento y trabajo de la animación en pos de la risa, del buen rato. Las risas de la sala en sus películas reflejan las que se nota tuvieron los creativos a la hora de hilar gag tras gag. Tampoco está de más aclarar que aunque no sea para nada su foco, la parte relativamente sentimental de la película es bastante floja. No hablamos de momentos que apuntan al llanto sino a la emoción detrás del accionar de sus personajes o a la que intenta elicitar por ejemplo un clímax que cae chato luego de una hora logrando encadenar un ritmo más que entretenido. En las primeras de la franquicia de «Mi Villano Favorito» no había mucho de lo que sostenerse cuando algunas escenas o intentos no lograban cuajar correctamente del todo, pero desde la primera «Minions» y pasando por «Despicable Me 3» que esta seguidilla de últimos intentos han sabido agregarle a la fórmula elementos mucho más sólidos para darle base a los riesgos tales como un chiste de flatulencia mal ubicado. El nombre individual al que puede atribuirse esto es Kyle Balda, que tras unos años en Pixar, fue subiendo de rango en Illumination hasta co-dirigir estas últimas tres entregas brindándoles un poco más de pulido visual y marco ambiental a la trama. Básicamente: tuvo el acierto de intensificar el trabajo estético sumándole paleta de colores apuntando menos al realismo y bandas sonoras repletas de clásicos licenciados. Tampoco hizo daño que apuntaran con ellas a décadas tan arquetípicas como los 60s, 70s y 80s respectivamente. «Minions 2» es un fiel reflejo de la franquicia, en especial de la dirección que ha tomado últimamente. Priorizando la risa momentánea por sobre la emoción duradera, pero haciéndolo con el suficiente despliegue creativo como para darle un valor que justifique los billones que se llevan con cada entrega. Seguramente vuelvan a tener que guardarse un tiempo en la cueva aquellos que sufren ante el mero avistamiento de una funda de celular amarilla con overoles, esta peli no va a hacer que reacios cambien de opinión. Lo que sí logra es hacer que quienes en mayor o menor medida toleren o disfruten de los minions tengan algo más justificado el ir a verlos por quinta vez. Hoy en día en el landscape moderno de animación, lamentablemente eso ya es decir bastante.