Coincidiendo con el comienzo de un nuevo aniversario de la revolución de mayo, este jueves se estrena este film dirigido por Nemesio Juárez, y basado en la novela homónima de Andrés Rivera. Con la excusa de acompañar a Juan José Castelli en sus últimos días, la historia narra su acción desde las invasiones inglesas hasta 1812, año en el que muere de un cáncer de lengua mientras está siendo enjuiciado por cargos en contra de la Patria. Esta es la herramienta usada para mostrar las diferencias entre los patriotas del Mayo de 1810, sus diferentes visiones en cuanto a los objetivos a largo plazo, y el triunfo del sector más conservador de los revolucionarios. Desde ese lado, el planteo resulta interesante, aunque el film adapta con solvencia la novela de Rivera, es cierto que de alguna manera no logra salirse de la reflexión interna permanente de Castelli, muy bien interpretado por Lito Cruz (cuya actuación llega casi a hacerle doler la garganta a quien lo ve, dado lo bien que transmite el sufrimiento que padecía su personaje). Abundan los largos parlamentos en los que los actores se regocijan de sí mismos y su arte, pero que terminan causando algo de dispersión en el espectador, que puede sentirse abrumado ante tanto monólogo excedido de palabras. También hay algunas ajustes en la factura técnica, que podrían haber sido cuidados con más esmero. Por ejemplo, tenemos una estética que arranca en la presentación y sigue en sucesivos planos durante la película, y que nos remite a una forma de filmar que tiene un tiempo ya y luce avejentada, en un efecto que se nota más casual que intencional. La edición del sonido es otro: quizás en el corte que llegue a las salas esté solucionado pero en la versión que vimos notamos algunos desfazajes (se notaron doblajes) aunque apostamos a que estén solucionados para su estreno. Es destacable, sin embargo, el esfuerzo, La revolución es un sueño eterno es un film que tardó cinco años en poder terminarse. No es fácil realizar una película que dependa de la reconstrucción histórica, en particular con presupuestos limitados, y en ese sentido, el film es valioso. Debemos advertir, sin embargo que quizás el encuadre y la estructura argumental no lo haga lucir como un film atractivo en los tiempos que corren. Lo más valioso de la propuesta, son las actuaciones, de Lito Cruz, en particular, pero también se destacan Luis Machin (en la piel de Belgrano), y Adrián Navarro (Mariano Moreno). El reparto se completa con Mónica Galán, Ingrid Pellicori, Juan Palomino, y Manuel Vicente entre otros. Si la historia es lo tuyo, sumale puntos a la evaluación final.
La celebrada directora Claire Denis vuelve esta vez con una obra sobre el amor, la soledad, las transiciones en la vida. Esta película estrena en la sala Lugones del C.C. Gral. San Martín, y en el Sunstar de San Isidro. Lionel (Alex Descas) y Josephine (Mati Diop) son padre e hija. Viven solos en un departamento, en un edificio en los suburbios de Paris. El amor, el cuidado que se tienen mutuamente, es manifestado por Denis desde las primeras escenas. Sin parlamentos innecesarios, sólo basta verlos mirarse, preocuparse cada uno por el otro, para saberlo. Se observa también en el cuidado de la casa, que Josephine, a pesar de ser estudiante y trabajar, mantiene impecable para su familia. En el mismo edificio, viven otras personas, todas solas, que se acercan a ellos, casi esperando recibir como por contagio algo del amor que abunda en esa casa. Gabrielle (Nicole Dogué), la taxista que se considera parte de la familia, y que espera hace años que Lionel sienta algo más hacia ella, y Noé (Grégoire Colin), un muchacho que viaja mucho, y deja a cargo de sus vecinos a su gato cada vez que sale. El vivó en ese lugar con sus padres, ya fallecidos, y se resiste a cambiar, a pintar el departamento, a vender los muebles. Está aferrado a sus afectos pasados, y es evidente que está enamorado de Josephine. Denis trabaja mucho los aspectos estéticos y visuales del film, y los acompaña con una muy interesante banda de sonido. Hay en particular una escena en un bar, en la que se vislumbra de forma clarísima la red de afectos que se teje entre los cuatro personajes principales del relato. Y sólo lo hace mediante el baile, los gestos, y las miradas de los actores. Lionel es empleado de la red de trenes y subtes parisina. Allí trabaja como maquinista, y cada vez está más cerca de la edad de la jubilación. Si bien él se mantiene aparentemente bien, es a través de la historia de un compañero que se jubila que Denis nos muestra las angustias que surgen en ese momento de la vida, si no se tiene algo más que le dé sentido. A pesar de ser una película sobre historias personales, también está atravesada por referencias a problemáticas sociales actuales, como el debate en la facultad sobre la deuda externa de los países del sur (es una universidad para franco-africanos, así que la problemática es más sentida, ya que se refiere a los propios países de origen de sus comunidades), o el cierre de la carrera de Antropología de la universidad. Un film interesante, que aporta una mirada diferente a la de otras películas más masivas. Una película que requiere a un espectador atento y voluntario a interpretar lo que se muestra. Celebración de la vida en las pequeñas cosas, en especial de esas que pasan una única vez, y que merecen ese brindis de leyenda (existente o inventada) con 35 vasos de ron.
Parece ser que por cada película fuerte de acción que se estrena, el mercado prepara una más tranquila, algo romántica, como para compensar. Sucedió con Los Vengadores y Cuando te encuentre, y se repite esta semana con Battleship, y Votos de amor. Definitivamente, en esta ocasión el público ha tenido mejor suerte. Esta película, basada en hechos reales, según se anuncia apenas comienza, nos cuenta la historia de Paige (la encantadora Rachel Mc Addams) y Leo (Channing Tatum, también en cartel con Comando Especial), un joven y enamorado matrimonio de Chicago que sufre un accidente de auto, en el que Paige pierde la memoria. Sus últimos recuerdos quedaron en su “antigua vida”, por lo tanto nada acerca de ciertas decisiones cruciales, y menos de todo lo referente al pobre Leo, le resulta conocido. En el medio, aparecen los padres de la chica, un estricto y acaudalado matrimonio (interpretado por Sam Neill, y Jessica Lange), tras quienes se esconde el misterio de la decisión de la antigua Paige de cambiar de vida. El desafío de Leo será reconquistarla, compitiendo incluso con un exnovio dispuesto a la segunda vuelta. El desafío de Paige será redescubrir quién es ella realmente. Michael Sucsy (en su debut como director de sala, viene del mundo de los comerciales aunque ya había hecho algo para HBO), no se complica con el tratamiento. Piensa y estructura "The vow" como una película simple, que cuenta una historia sin pretensiones, con momentos tiernos, otros simpáticos, pero sin caer en lugares comunes ni momentos excesivamente dramáticos. Bien actuada, funciona la química entre Addams y Tatum, aunque ella a veces parezca sin demasiadas luces (está desmemoriada, en realidad, hay que comprender aunque McAdams no viene acertando mucho con sus papeles). Es cierto que el desarrollo no es ningún misterio, y sin embargo la narración funciona, como para que el suspenso (bueno, o la tensión entre los eventos) no decaiga y el espectador quiera seguir viendo la película. No es nada fuera de lo común, ni será recordada en el tiempo, pero funciona.
Alejandro Tazo (siempre reforzando la “T”) está solo en Estados Unidos, sin una idea clara sobre qué hacer allí, si irse, quedarse, o cómo sobrevivir. Al principio de la película vemos una contradicción que genera preguntas que se irán respondiendo a medida que se desarrolla la trama: desde el hotel llama a su casa, y le dice a su hermano que está todo bien, que viajó por amor, y que está muy bien con su novia. Sin embargo lo vemos solo en su habitación. Ni siquiera sabe muy bien qué lo llevó desde San Francisco a Nashville, la cuna de la música “country”. Lo único seguro es ese pasaje de vuelta a Chile, y un billete de 100 dólares, separado por si hay que cambiar la fecha del vuelo. Música campesina no es una película de acciones, es una película de diálogos, de búsqueda. Alejandro (interpretado por Pablo Cerda, el actor fetiche de Fuguet) probará todos los trabajos posibles para un latinoamericano con visa de turista, luchará con su mediano inglés por hacerse comprender, y cada tanto tendrá la suerte de cruzarse con alguien que hable castellano, y lo haga sentirse un poco más “en casa”. Mientras tanto, tratará de entender qué pasó en su relación, qué falló, y cómo reconstruirse a partir de eso. Fuguet señala con mucha fuerza la enorme barrera que significa un idioma diferente, y un país del “verdadero sur: Sudamérica” en la idiosincrasia norteamericana. Fuguet ama el cine, y deja que su personaje central utilice las referencias filmográficas como puente cultural. Otro punto en común es Johnny Cash, un “ícono para los universitarios chilenos” dirá Alejandro. Lo demás, son más bien diferencias: la comida, los prejuicios Un film de ritmo pausado, que permite al espectador ir construyendo su camino, su lectura, junto a Alejandro. Son muy interesantes los diálogos, tanto los que van develando la historia, como los de “bueyes perdidos” con las personas que va encontrando. Filmada íntegramente en Estados Unidos, esta película, el tercer largometraje del también escritor Alberto Fuguet, fue presentada en la 13era edición del BAFICI en 2011, y ahora tendrá su estreno en sala. Se proyectará en el Cine Cosmos los viernes 4, 11, 18 y 25, y los domingos 6, 13, 20 y 27 de Mayo, siempre a las 20 horas.
Hay escritores que se puede asumir que son amados en Hollywood ya que casi todos sus libros son potenciales películas. Uno de ellos es Nicholas Parks, que además de ser el autor de Cuando te encuentre, escribió Diario de una pasión, Mensaje en una botella, y otras dos novelas más también llevadas al cine. Su fuerte son las historias de amor en el marco de alguna desgracia. Esta vez, la tragedia sobre la cual gira la trama es la guerra de Irak. Logan (un gélido Zac Efron) es un marine que ha sobrevivido tres importantes ataques en ese conflicto sin recibir mucho más que un rasguño. Todos sus compañeros murieron, pero él parece tener un amuleto muy poderoso: la foto de una chica desconocida, que encontró en medio de los escombros tras un ataque. Con una mezcla de culpa y gratitud, cuando lo mandan de nuevo a casa decide buscarla. Basándose en el título, uno pensaría que una gran parte de la historia pasaría por la búsqueda, pero no. Parece que Logan es mucho mejor detective de lo que nadie cree, ya que encuentra a Beth (Taylor Schilling) en menos de veinte minutos (fílmicos). Y ahí empieza la historia entre ellos, aunque él no sabe explicarle cómo llegó hasta ella, y toma el trabajo de limpieza que le ofrecen. Uno de los puntos flojos de la película es la abundancia de clichés y lugares comunes que atraviesan la película. Hay un perro, una chica que se hace la difícil, un sobreviviente culposo, un niño incomprendido, un bote que no anda, un malo, tipo “bully”, igual de inteligente que Biff, de Volver al futuro. Y hasta una conversación con uno de los protagonistas de espaldas al otro, como se satiriza en Top Secret. Contra todo eso, un protagonista que sabe hacer de todo: arregla lo que sea que ande mal, toca el piano si encuentra uno, entrena perros, enamora a la chica, se hace amigo del hijo, apacigua matones, y le cae bien al padre del matón, todo por el precio de un salario mínimo. Eso sí: no emociona. El límite actoral de Efron en este film es más que evidente. Pareciera que le dijeron que el síndrome de estrés post-traumático que sufren los soldados al regresar del frente es como si imitaran una heladera. Así de versátil se lo ve. El otro punto flojo es la falta de expectativa para ser sorprendido, de algo que genere intriga por lo que va a venir en la película. Una parte es previsible: se enamoran, se sabe desde que levantó la foto de entre la arena. Pero no hay obstáculos reales. El exmarido matón es un personaje digno de comedia de secundaria, y el drama de que ella se entere de que él está ahí por esa foto está exagerado. Al fin y al cabo, cuál es el problema. Los planteos dramáticos son tan superficiales que bien puede pasar por un telefilm. El resultado es una película que si bien no aburre (ayudan a esto las intervenciones de Blythe Danner, que interpreta a la abuela de Beth), tampoco deja demasiado.
En su debut como director de ficción (anteriormente dirigió documentales), Sebastián Sarquís nos cuenta la historia de Franco (Jean Pierre Noher), un hombre que un día amanece vendado, y maniatado en una casa sin saber cómo llegó allí. Poco a poco se libera de las ataduras, y encuentra la casa sola, y abierta. Cree que su libertad está apenas a un paso, pero sólo ve agua: está varado en una isla del Tigre. En un momento recuerda, de golpe, al ver una foto en la billetera, a su hijo. Luego verá que está en la isla con él, pero en otra casa, y será su vínculo con los captores, aunque la situación se vaya tornando bastante extraña. En paralelo, vemos a Elena, una mujer que es quien recibe el llamado de los secuestradores, y que nunca se define qué parentesco tiene con Franco. Podría ser su madre, o su hermana, o su esposa, no se entiende. A pesar de los esfuerzos de Sarquís, los escasos recursos económicos con los que contó a la hora de la realización hicieron que todo el film descanse, prácticamente, sobre los hombros de Noher. Y si bien, él es un gran intérprete, y genera en el espectador una empatía poderosa, el guión no lo acompaña para sostener el relato casi en soledad. El tiempo en que su personaje deambula por la isla y su escaso contacto con el mundo exterior van quitandole interés al relato y por mucho que respetemos la intriga que se intenta crear, sentimos cierta falta de consistencia en la historia que impide que el film despegue. Entendemos y valoramos la austeridad a la hora de jugar con pocas piezas, pero la duración del film, teniendo en cuenta lo anteriormente nombrado, quizás sea excesiva y no la favorezca. No es que una hora y media sea mucho tiempo, sólo que la historia se podría definir en menos pasos, o procurar otras líneas paralelas que sostengan el interés a través de otros secundarios... La elección del director es respetable, pero por mucho que se esfuerza Noher, "El mal del sauce" no logra afianzarse y convencer al espectador exigente. Se perciben diálogos poco creíbles y situaciones extrañas que no ayudan a elevar la tensión necesaria para la propuesta que la película propone. En el haber, rescatable, la intención de llevar a cabo una idea potencialmente rica, el esfuerzo del protagonista por llevar adelante la trama y los bellos paisajes del Delta como escenario.
Vaya a saber quién decide qué título se le va a poner a una película para su estreno local. En este caso, lo único que hay en común entre el título original (y por ende, la película), y el que se va a conocer aquí, es la palabra “diario”. En ningún momento encontraremos al seductor al que se hace referencia. Sí, claro, Johnny Depp tiene un importante número de fanáticas, pero Paul Kemp, su personaje en el film, es más bien todo lo contrario. En 1998 Depp encarnó al alter ego del psicodélico escritor Hunter S. Thompson en la película Fear and Loathing in Las Vegas. Como estaba basada en una novela casi autobiográfica, ellos se reunieron varias veces para que los actores se empaparan de la historia. Evidentemente quedó un lazo entre el actor y el escritor, ya que aquí Depp, que además de ser el protagonista es productor de la película, vuelve a lanzarse a la adaptación de otra de las novelas de Thompson. A esta altura puedo decir que ningún proyecto que encare Johnny Depp me decepciona. Ya sea su particular pirata Jack Sparrow, o sus asociaciones con Tim Burton, me encanta verlo actuar. Me encanta lo que elige hacer. Aclaro esto ya que mi opinión sobre esta película puede no ser masiva. De hecho yo la disfruté mucho, pero dura casi dos horas, y tiene algunos altibajos en el ritmo, por lo que a algunos espectadores puede no gustarles tanto. Es difícil encasillarla en un género. Por el marco general, podríamos decir que es un drama, sin embargo hay un par de escenas desopilantes, que podrían estar en la mejor de las comedias. Y es que, como su título lo indica bien, se trata de una suerte de crónica de la estadía del escritor Paul Kemp en el Puerto Rico de 1960, y como tal, no todo es serio, ni todo es risas. Kemp llega a la isla, estado independiente pero que depende políticamente de los Estados Unidos, para trabajar como periodista en un diario moribundo. La permanente amenaza de quiebra se contradice con la inversión en maquinaria, y con los pedidos del editor, que quiere inyectarle “sangre fresca” a la publicación. Conocerá a varios colegas algo peculiares (como Moburg, interpretado por Giovanni Ribisi, y Bob Sala, interpretado por Michael Rispoli), a empresarios inescrupulosos como Hal Sanderson (Aaron Eckhart), y al amor de su vida, Chenault (Amber Heard). Verá el Puerto Rico que intereses económicos norteamericanos quieren vender a sus turistas: hoteles, hermosas playas, bowlings y casinos, pero también abrirá los ojos para ver a los excluidos: los puertorriqueños sin tierras, pobres, y marginados, como extraños en su propio lugar. Su propia escritura se debatirá entre la denuncia que quiere hacer de esa explotación, y el trabajo rentado de “desinformación” para beneficiar a un grupo empresario. Todo esto, inmerso en un mar cerebral de alcohol, especialmente ron (el del título original), y algunas drogas experimentales. Paradójicamente, una de las “revelaciones” que tiene se produce estando bajo el efecto de una extraña droga que se aplica como colirio. El personaje de Kemp es otro alter ego de Thompson, y se ve bien que probaba de todo sin asco. Es interesante la postura política que el film plantea sobre el “sueño americano”, al que ve como sólo una ilusión funcional a los intereses de capitales y corporaciones, y también sobre el rol de la prensa para denunciar esta suerte de asociación implícita. En referencia al poder revolucionario que ve en el periodismo, Kemp dirá “huelo el olor de los bastardos, que es también el olor de la verdad: huelo tinta”. Una película con algunos defectos de ritmo en el guión, que sin embargo me resultó interesante por lo que cuenta y su manera de mostrarlo. Las actuaciones son buenas, especialmente Johnny Depp, con un peinado estilo Palito Ortega en los ’60 (raro verlo sin la peluca Sparrow). Lo que es probable es que después de verla esperen un tiempo antes de comprarse una botella de Bacardi: la cantidad de alcohol consumida en la película emborracha hasta a los que estamos del otro lado de la pantalla.
En principio, cabe aclarar que comparto el propósito de esta película. Creo, como los realizadores y quienes participan, en la importancia de informar sobre el tema del autismo. Sin embargo, no puedo dejar de lado que lo que hacemos aquí es hablar sobre una película, sobre cine, más allá de la intención que haya detrás de su origen. Nuevo opus de Rodolfo Carnevale, quien aborda la problématica de una enfermedad y su impacto en el núcleo familiar. Pilar (Ana Fontán) es una chica autista, cuya edad ronda los 20 años, que vive con sus seres queridos: padre (Eduardo Blanco), madre (Patricia Palmer), y hermano menor (Túpac Larriera). La trama presenta eso, un cuadro vincular y sus redes evidentes, girando lo que le sucede a la protagonista en su intento por acercarse a los demás. Podría decirse que es, en definitiva, un testimonio sobre la convivencia con alguien que posee capacidades diferentes, el “abismo”, como lo describe la propia madre, y el caos general en el que se sumerge este núcleo en crisis. El hermano no puede tener amiguitos, la pareja de los padres está en un momento delicado, y la agobiada madre, que pone todo lo que tiene y más, tiene su vida personal paralizada por los cuidados que le requiere Pilar. Quien más se destaca desde lo actoral es, justamente, Patricia Palmer. El problema con El Pozo es, por un lado, los trazos que construyen la historia. Por algunas deficiencias del guión, hay poco que sostenga un relato que profundice en la historia familiar y cómo se fueron encadenando los acontecimientos en el pasado. Por otro lado, si bien el objetivo es en cierto sentido pedagógico (hay que saludar esta intención), deja abiertas muchas más preguntas que las que responde sobre el autismo. Y es que se mezcla esta patología con otras, y recién a la hora y media de película, la madre aclara que además de autismo, Pilar padece un severo retraso mental. Las visitas a la psiquiatra sólo debaten qué medicación debe tomar, y no si hay terapias que puedan ayudarla. Basada en una historia real, el caso de la protagonista está bien alejado del de otra película que abordó el tema, como fue "Rain Man". Esto no es menor, ya que, probablemente el común de las personas crea que todos los autistas tienen alguna capacidad increíblemente desarrollada, cuando en realidad eso le ocurre sólo a un pequeño porcentaje. Sin embargo, tampoco se aclara que hay distintos grados de autismo, y que algunos chicos logran comunicarse, y hasta asistir a la escuela. Es decir, se plantea un caso opuesto al de aquél clásico con Dustin Hoffman, pero no se informa tanto como se pretende. El devenir de los hechos evidencia debilidades, en la caracterización de ciertos personajes. El padre queda casi demonizado como quien no se hace cargo, y sólo quiere desaparecer del cuadro de conflicto. Y la directora del instituto (Norma Pons), que en una escena parece una malvada carcelaria, en la siguiente está más cerca de una envejecida Mary Poppins cantando con los chicos del internado. Todo esto desdibuja el propósito de la película. Podrá hacerlo como disparador, pero no desde lo fílmico. La calidad tampoco ayuda, no hay demasiado cuidado de los planos, ni uso de la cámara, algo que podría haber hecho del film un producto aunque sea bello estéticamente. Las estadísticas indican que los casos de autismo en el 2006 eran 1 cada 150, y de cada 4 varones, una nena. En el 2012 aumentaron a 1 cada 88, y cada 5 varones una nena. Más allá de que la película no sea muy afortunada como hecho cinematográfico, es innegable que la intención es noble, que el tema es importante, y que hay que hablar de autismo.
Vas a ver una película francesa, y la primera frase que escuchás es en español. Te preguntás si está doblada, y no te avisaron, pero no. Lo que sucede es que las mujeres a las hace referencia el título son las españolas que en los años ’60 fueron la mano de obra por excelencia para las tareas domésticas en Francia. La última década del franquismo generó una gran emigración, en especial de mujeres, hacia otros países europeos. Ir a Francia era lo más fácil: era más barato viajar, y la distancia, en especial para quienes dejaban a los hijos en España, no era tan grande. Esta película nos muestra la vida de estas empleadas, que viven en el último piso de un clásico edificio parisino, en habitaciones originalmente pensadas como depósitos (bauleras) de los departamentos de abajo. Sin calefacción, ni baño, apenas una letrina, y una canilla común de donde sacar el agua (fría) para higienizarse, estas mujeres no pierden la alegría, la fe, el idioma, y mucho menos, el orgullo. La historia comienza con la llegada a París de María (Natalia Verbeke, aquí muy conocida por su papel en El hijo de la novia). La recibe su tía Concepción (Carmen Maura), y el resto de las españolas que viven en ese sexto piso. No tarda mucho en conseguir trabajo con un matrimonio que vive justamente en el mismo edificio que ella, y que acaba de despedir a su fiel empleada francesa de toda la vida. Al principio el hecho de tener “una española” en la casa genera un clima algo extraño en la casa, como si la extranjera fuera algo exótico. Pero pronto el impecable desempeño de María, y su personalidad, llamarán la atención del dueño de casa, el Sr. Joubert (el comediante Fabrice Luchini). Casi de casualidad, Joubert conocerá cómo viven las mujeres con quienes comparte el edificio, y se conmoverá por su situación, ayudándolas a mejorar algunas cosas básicas. Poco a poco se encariñará con ellas, aunque es claro que empieza a sentir algo más por María. La comedia es muy simpática, en especial los personajes de estas extraordinarias españolas, víctimas, aunque sin hacerse cargo, de la xenofobia francesa, y la lejanía con respecto a su tierra y sus sueños. En breves líneas, sin apuntar al golpe bajo, se mencionará la guerra civil, la dictadura de Franco, y la separación de las familias que dejaron atrás. Joubert se compenetrará tanto de la vida de estas mujeres, que no sólo terminará enamorado de María, sino casi inmerso en las vidas personales de cada una de ellas, y de la cultura española también. Mientras tanto, su estructurado matrimonio se irá derrumbando, más por las erradas sospechas de su esposa Suzanne que por lo que realmente está pasando. Una vez que sepa la verdad, su mujer dirá a sus compañeras de bridge, que lo entiende “tal vez porque ellas están tan vivas, y nosotras, tan muertas”. Y es real, la alegría española se respira en toda la película, con medida justa, sin exagerar ni idealizar, pero realmente agradable, contrastando con la rígida vida de esta familia (y por qué no, de toda una sociedad) burguesa.
Auda (Tahar Rahim) es un príncipe árabe. Es el segundo hijo del conservador sultán Amar (Mark Strong). Fue criado desde pequeño junto a su hermano mayor, Taleq, por el sultán Nesib (Antonio Banderas), un gobernante mucho más modernista, frustrado por la pobreza de su reino. Los niños quedaron bajo su custodia como “garantías” del cumplimiento del tratado de paz de una guerra de la que resultó ganador. Una de las condiciones de ese tratado era que la franja de tierra (más bien, arena), que separaba los reinos, no pertenecería a ninguno de los dos. Las cosas van bien, hasta que un grupo de investigadores norteamericanos se entrevista con Nesib, y le muestra que hay petróleo en esas tierras, y el valor que ese petróleo tiene. Corren los años ’30, los príncipes Auda y Taleq ya son mayores, y el conflicto por la posesión de esa tierra intermedia se complica una vez conocido su valor. Para mediar entre los reinos, Nesib decide enviar como emisario al propio hijo de su enemigo, Auda. Pero no se imagina cómo las cosas pueden cambiar a partir de esa decisión. La película es excesivamente larga, sobre todo en el medio: la travesía por el desierto se hace casi tan pesada para los hombres de Auda, como para el espectador. A diferencia de El Amante, película en la que Annaud maneja un ritmo lento, pero consistente, aquí el tiempo pasa sin demasiado sentido. Por suerte mejora hacia la última media hora, haciendo que la película no termine con la gente saliendo del cine antes del final. Los personajes tampoco son demasiado claros. No es que defienda el maniqueísmo de personajes “buenos” y “malos”, al contrario, me interesan los personajes que evolucionan a partir de lo que les suceda en la historia que se cuenta, que muestren los matices propios de nuestra naturaleza humana. Sin embargo, eso no es lo que ocurre en este film: en un punto Banderas, por ejemplo, parece ser puramente ambicioso (a pesar de sus obras progresistas, como escuelas, bibliotecas, hospitales), para terminar siendo el guardián de los intereses del reino. Mientras que Amar, que sería “el bueno” (el padre sacrificado, que no vio crecer a sus hijos), tampoco lo es tanto, sino más bien un musulmán extremista, que no acepta siquiera que sus médicos utilicen medicamentos. Entre ellos se debate el buen Auda, una suerte de ratón de biblioteca inexplicablemente devenido líder militar, a pesar de sí mismo. Si bien la fotografía es impecable, la historia no logra atrapar demasiado. Ni siquiera Annaud pudo dirigir bien a Antonio Banderas, a quien no se le borra la sonrisa socarrona aún en las escenas en que hace falta. Un resultado raro, difícil de clasificar: con algo de épica, algo de aventura, un poco de drama, apenas romance, y mucha, mucha arena. Llévense una botellita de agua a la sala: son dos horas de desierto, la van a necesitar.