Todas las personas que viven en departamentos suelen conocer a pie juntillas los ruidos habituales de los demás vecinos. Pero, ¿qué hacer cuando esos ruidos se salen de lo común? ¿Puede haber ocurrido algún crimen? Eso es lo que piensa Sol (Julieta Zylberberg) cuando una noche de tormenta se oye lo que parece ser un disparo en el departamento de arriba del suyo, donde vive Emilio (Ludovico Di Santo). Sol vive en pareja con Martín (Diego Torres, plato fuerte del elenco, aunque se nota en su performance que hace tiempo que no actúa). Ambos son músicos, con poco dinero, y viven de tocar en eventos, aunque ansían mucho más de sus respectivas carreras. Él se considera un renacentista nacido fuera de época, y ella, una cantante de rock que dejó pasar su oportunidad de triunfar. Descontentos con sus vidas, resultan involuntarios “testigos” de este misterio, al que Sol se aboca con mucha más convicción que Martín, mientras atraviesan una crisis en su propia pareja. Desarrollada en un ambiente casi teatral, esta suerte de comedia negra dirigida por Alejandro Montiel, pasa, sin mucha media tinta, de escenas de suspenso, a otras en las que se dirimen las cuestiones personales de la pareja protagonista, con discusiones de palabras huecas, y mini video-clip de Torres en medio. El resultado tiene mucho más de comedia que de negro, simpática, pero sin muchas pretensiones a nivel argumental. Una suerte de Ventana indiscreta (la película de Hitchcock), mezclada con comedia romántica, en un edificio al mejor estilo Aquí no hay quien viva, con un ascensor que no funciona, y portero con copias de las llaves de todos los departamentos incluido. La forma en la que se resuelve sobre todo la parte del “misterio” deja bastante que desear, ya que consiste en una explicación de dos minutos armada en base a flash-backs, como para cerrar la película y listo. Capítulo aparte son las brevísimas escenas en las que aparecen los padres de Martín (el Luthier Daniel Rabinovich, y Betiana Blum). Estos dos expertos en comicidad tienen muy pocas líneas, pero valen la pena. Otra presencia destacable es la del exitoso productor musical Freddy (Fabián Vena), amigo desde la época del conservatorio de Sol y Martín, pero que se dedicó a la producción cuando se dio cuenta de que “no tenía talento” para ser músico (algún mensaje oculto allí, tal vez?). En cuanto a lo estético, los productores eligieron filmar la película en las partes más parisinas de Buenos Aires, con lo que, si bien muy lindo para ver, se borró un poco la identidad más cosmopolita de la ciudad (ni siquiera se ven nuestros taxis amarillo y negro, ni colectivos o subtes: estos empobrecidos músicos viajan únicamente en remis). Prolijamente filmada, la película tiene un aire “for export”, que no le va a venir mal desde el punto de vista de lo comercial, aunque lo haga un poco más inverosímil para el espectador local que preste atención a esos detalles. En el global, la frescura que trasmite la película la convierte en un producto agradable para la audiencia sin muchas expectativas. Quien quiera hilar más fino (y no me refiero a mucho, sino al que pida un poco más de solvencia argumentativa), seguramente no saldrá tan contento de la sala. Eso sí, a todos se les va a pegar la canción estrella de Diego Torres que acompaña la película. En la ficción, hasta el remisero sabe la letra.
Ante todo quiero decir que me genera una admiración inmensa el hecho de que el mismo actor que hace la voz de un personaje en la versión original en inglés, haga lo mismo en su versión en español. Sobre todo si ese actor es Danny De Vito. Es decir que, a pesar de ver una película doblada, estamos oyendo la voz original. No pasa a menudo, así que es algo digno de mención, y sobre todo de agradecimiento. Una muestra inusual de respeto al público. Ahora vamos a la película: Ted es un chico que vive Thneedsville, una ciudad feliz, colorida, aparentemente perfecta, excepto porque su césped, árboles, arbustos y animales son de plástico. Lo cual genera una consecuencia que podría ser un serio inconveniente, si no fuera porque a un brillante empresario, O’Hare, se le ocurrió cómo resolverla: para paliar la falta de aire puro, hizo una fortuna vendiendo aire envasado. Y si quiere hacer crecer su negocio, sólo necesita generar más contaminación, así la gente querrá más aire todavía. Ted tiene 12 años, vive con su mamá y su abuela, y está enamorado de una “mujer de secundario”, o sea Audrey, una chica mayor que él. Audrey es una nostálgica de los árboles, los de verdad, esos que ya no hay. Y dice que se casaría con quien le consiguiera uno. No hace falta una palabra más para que Ted se ponga en campaña, y termine siendo el héroe de la película. Con algo de ayuda de su particular abuela, ubica al Una-vez quien le cuenta la historia de lo ocurrido con los árboles de antaño, y por ende, la historia de la mágica criatura que los protegía, el Lórax (cuya voz hace Danny De Vito, con algo de acento foráneo, lo que le da más simpatía al personaje). El film se ubica en el grupo de películas infantiles con conciencia ambiental, como lo fue Las aventuras de Sammy, por ejemplo, pero desde un lado más ficcional, desde un lugar más simbólico, no tan realista. Incluso los tan olvidados árboles de trúfula son muy “inventados”: son de colores, y su follaje tiene una textura tipo angora. Las criaturas del bosque son hermosas, casi empalagosas diría de tan bonitas y dulces. Hay un par de guiños musicales de los pescados que van a causar gracia a los adultos, aunque los niños no entenderán de qué se trata, pero como somos los grandes los que los llevamos, está bueno que se acuerden de nosotros. Pero aún desde este punto, algo más distante de la realidad de los espectadores, el mensaje de la película no ahorra en sutilezas a la hora de echar las culpas de los desastres ambientales a los intereses económicos particulares, y al consumismo general. Con la salvedad de las diferencias entre cada uno de los “empresarios” representados: está el que cree que no hace ningún mal, y por lo tanto se permite arrepentirse luego (y ser el puntal de la recuperación), y el otro, como O’Hare, mucho más inescrupuloso y ambicioso sin límites. Presten atención a la voz de O’Hare, personaje cuya estética me recordó mucho a Edna Moda de Los Increíbles. No lo van a reconocer fácilmente, pero el hombre detrás de esa voz es nuestro Axel Kutchevasky. El film tiene dos tiempos de narración: el presente de Ted, y los “flashbacks” con los que el Una-vez cuenta lo que ocurrió hace un tiempo, no tan lejano. Pero están claramente separados, por lo que no resultará confuso para los más chiquitos. La película está basada en uno de los personajes del célebre Dr. Seuss, escritor y caricaturista, creador, entre otros, del Grinch, y del Gato Ensombrerado, actual serie de dibujitos, pero que fue llevado al cine en una versión no animada (se llamó El Gato, y lo interpretaba Mike Myers). Además cuenta con varios musicales, entre los que se destacan “Cuán malo puedo ser”, y la emotiva “Déjalo Crecer” (que al final, en los títulos, se escuchará en una versión más movida y en inglés, no la desaprovechen). Del lado de lo estético, la paleta de colores de la película es hermosa, llena de colores vivos que contrastan con la oscuridad del mundo post-árboles. El efecto 3D está usado correctamente, sin llamar demasiado la atención. Quizás para algunos la trama sea demasiado simple, y hasta se puede criticar la ilusión de que un solo niño pueda revertir un caos ecológico de magnitudes, misión que encuentra de casualidad cuando su propósito era sólo conquistar a una chica. Sin embargo, esa es la idea: demostrar que el compromiso, aunque sea de una sola, y pequeña, persona, es el punto de partida para cambiar el mundo. Y que nunca es tarde para empezar con esa tarea.
Lo bueno de esta película es que uno sale de la sala con el consuelo de que los problemas entre parientes suceden en las mejores familias. Incluso las de los dioses griegos. Secuela de la primera Furia de Titanes (Clash of the Titans), de 2010, en esta oportunidad rencontramos a Perseo (el ascendente Sam Worthington), un semi-Dios que debe rescatar a su padre Zeus (Liam Neeson) de la furia de quien sería su abuelo, el titán Cronos. Al monstruoso abuelo que quiere recuperar su poder de antaño, se le suman el tío traidor Hades (Ralph Fiennes), y el hermano celoso Ares (Edgar Ramirez), que quiere vengarse de su padre por preferir al otro hijo, o sea, Perseo. En la ficción han transcurrido unos 10 años, y Perseo vive tranquilo en su aldea como pescador junto a su hijo, hasta que su tío, el dios del mar, Poseidón, le pide que rescate a su padre Zeus (Liam Neeson), de las manos del tercer hermano, Hades (Ralph Fiennes). La mortalidad amenaza a los dioses, y la posibilidad de seguir siendo inmortales implica devolverle a Cronos (uno de los Titanes, y padre de estos tres dioses) el poder que tuvo alguna vez. Para eso, deben extraerle ese poder a Zeus, en una especie de tranfusión de lava bastante peculiar. Para salvar a su padre, Perseo deberá encontrar a su primo, tarambana pero redimible, Agenor (Toby Kebell), unirse a la reina humana Andrómeda (Rosamund Pike), y así llegar hasta Hefestos (en una divertida interpretación de Bill Nighy),el creador de las poderosas armas de los tres dioses, que juntas forman la lanza de Trium, lo único que puede derrotar a Cronos. En la búsqueda, deberán luchar con otras criaturas mitológicas (cíclopes, minotauro), y hasta el resentido Ares, mientras Zeus se debilita cada vez más. Al principio de la película, pensé que me servirían mis precoces años leyendo mitología griega, pero no me duró mucho. De los complejos mitos griegos sólo queda la caricatura, las buenas ideas a nivel personajes y criaturas, que le sirven de alimento a un Hollywood cada vez más sediento de novedades. La fórmula probó ser exitosa en la primera parte de esta suerte de saga, y no hubo más que repetirla. En ésta, los dioses vienen muy alicaídos: mueren, se arrepienten, encanecen, o directamente están gagá (como Hefestos que le habla a un búho metálico, y añora a su esposa Afrodita cuyo paradero no se menciona). Lo bueno es que el guión asume que se toma todo esto con ligereza: el primo Agenor parece salido de una fiesta jamaiquina, con sus rastas, y su onda despreocupada, e incluso Perseo se ve más que desconcertado ante la importante tarea asignada. Si fuera por él, seguía pescando. El film tiene un ritmo casi episódico: cada encuentro o aventura es sucedido por un momento de tranquilidad, y enseguida otro nuevo encuentro, como si fueran capítulos de la serie Hércules unidos uno tras otro. Hay peleas y acción, aunque la historia en general no llega a atrapar. El 3D funciona correctamente, pero no es nada extraordinario (creo que después del uso de esta técnica que vi en La invención de Hugo Cabret, costará mucho que vuelva a sorprenderme). La película es corta, una hora y media, y se agradece, porque no da para mucho más.Por momentos engancha un poco, pero el mismo ritmo hace que eso pase rápido. Un film sin sorpresas, y con una gran pregunta: ¿cómo convencieron a Neeson y Fiennes para que vuelvan a interpretar a estos empobrecidos personajes?
Tal vez Hollywood se cansó de las amenazas extranjeras. Si se la analiza bien, esta película tendría que llamarse en realidad “Dónde está el enemigo”, ya que, justamente, la intriga tiene que ver con la corrupción y traiciones dentro de las agencias de inteligencia de varios países del mundo. La acción transcurre en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Allí, Matt Westton (Ryan Reynolds) es un joven agente de la CIA, que hace un año está a cargo de una de las “casas seguras” que la agencia tiene en ese país. Pasa sus días escuchando música, tratando de llevar lo mejor posible el aburrimiento de su trabajo, y reclamando a su superior, David Barlow (interpretado por Brendan Gleeson, actualmente también en cartel con El Guardia), que le asigne algún caso un poco más interesante. La pasividad de su rutina se ve quebrada cuando un grupo de colegas trae al refugio, nada más y nada menos que a Tobin Frost (Denzel Washington), un ex agente de la CIA buscado hace tiempo como criminal. Frost tiene oculto un microchip con un archivo de información comprometida sobre integrantes de varios cuerpos de inteligencia internacional. Apenas comienza el interrogatorio (con métodos nada ortodoxos), un grupo de hombres armados irrumpe en la casa, y asesina a todos los agentes. Weston y Frost quedan solos. Acorralado, el joven decide arriesgarse y escapar con su prisionero para evitar que los maten. Así empieza la primera de las varias persecuciones de este film que privilegia la acción por sobre todo. El elenco es más que interesante, y todos están muy correctos en sus papeles. Ryan Reynolds se va consolidando en el cine de acción, y Denzel Washington muestra una vez más el gran oficio que tiene, en uno de estos personajes que le salen “de taquito”. Brendan Gleeson, Sam Shepard, Vera Farmiga, y hasta una pequeña aparición de Rubén Blades, completan la lista. Explosiones, choques, peleas sangrientas, y la sospecha cada vez más sólida de que quienes los persiguen tienen mucho que ver con quienes los tendrían que proteger, son los elementos principales de esta película que entretiene sin fascinar. Justamente por eso, la trama es bastante básica. Recién a la hora y 20 de película se le ocurrirá a Weston preguntarle a uno de sus perseguidores para quién trabaja. El director sueco Daniel Espinosa (el padre es chileno) y el escritor David Guggenheim ofrecen un guión con pocas sorpresas, pero ritmo sostenido, y un final bien resuelto. Una película sin profundidades, pero que cumple con su propósito.
El sargento Gerry Boyle (interpretado por Brendan Gleeson, para los fanáticos de Harry Potter, Mad-Eye Moody) es un policía más que peculiar. En el buen y en el mal sentido. En las primeras escenas de la película pensamos que es absolutamente inepto: se tienta probando drogas que encuentra en cadáveres, no respeta protocolos de investigación, en fin, es un tipo muy poco ortodoxo. A esto se le suma un grado importante de incorrección política, de la que al principio parece ser el único exponente, pero luego se develará, al menos desde el punto de vita de la película, como una característica típica de la Irlanda rural. Esta comedia policial comienza con un asesinato con pistas confusas. Pero se desarrolla a partir de la llegada a este pequeño pueblo costero irlandés de un equipo del F.B.I. que investiga un posible (y millonario) desembarco de drogas en esas costas. El líder del equipo, el agente Wendell Everett (Don Cheadle), pide la colaboración de toda la fuerza policial local para localizar a los principales sospechosos, pero ya en la primera reunión se encuentra con la desfachatez de Boyle. Paralelo a esto, desaparece el compañero del sargento, pero nadie asocia los episodios. El guionista y director John Michael Mc Donagh nos cuenta la historia siempre desde el punto de vista de Boyle. A veces exasperante, pero también por momentos adorable, este policía cincuentón, con una madre moribunda, todavía soltero que sueña en formar una familia, aparenta mucho menos de lo que es. Hasta los delincuentes (liderados por el británico Mark Strong) se sorprenden y admiran sus cualidades. Si bien todo el trasfondo es el de una trama policial, el tono en el que está contada pertenece al género de comedia. Incluso los momentos más duros están suavizados por ese marco, y así hasta los que serían temibles traficantes de drogas resultan graciosos, pero desde un punto de vista inteligente, sin caer en la trillada imagen del delincuente inepto (al estilo Mi pobre angelito). Sin ser una comedia hilarante, logra demostrar un humor sutil, una trama que engancha, y termina resultando interesante, y un muy buen final, de héroe anónimo y solitario. Un muy buen ejemplo de cine irlandés. Es bueno, y hasta recomendable, salir un poco de la masividad de Hollywood. Ésta es una excelente oportunidad.
Dos hombres enamorados de mujeres enfermas son capaces de apelar a recursos extremos para salvarlas. Lamentablemente las intenciones de uno no son tan nobles como las del otro. Y la pregunta que subyace es si vale la pena cambiar al ser amado, para que encaje con lo que se espera de él. Dormir al sol es la nueva película de Alejandro Chomski, basada en la novela homónima de Adolfo Bioy Casares, que él mismo adaptó. Bioy Casares es un escritor de literatura fantástica, y a menudo escribe sobre las dificultades de las relaciones entre las personas, mediante narraciones de ese género. ¿Por qué aclaro esto? Primero, porque me cuesta entender por qué es un escritor cuyos textos han sido adaptados al cine tantas veces, a mí no me parece muy cinematográfica su literatura. Segundo, para que el lector sepa, antes de ver la película, que el relato que va a ver es fantasioso. A mucha gente no le gusta eso, por eso creo que es importante que lo sepa de antemano. En el Buenos Aires de los años ’50, Lucio Bordenave (Luis Machin), un exempleado bancario devenido en relojero, está casado con Diana (Esther Goris). Ella sufre “de los nervios” (por la descripción que le hace al médico de sus síntomas, hoy le pondrían el cartelito de bipolar, medicación, y a otra cosa), tiene una relación amable pero distante con su marido, y está obsesionada con la escuela para perros del doctor Standle (Enrique Piñeyro). Aparentemente preocupado por la salud de Diana, Standle le propone a Lucio que la interne en la clínica de un conocido suyo, el Dr. Samaniego (Carlos Belloso), un lugar que no sería un psiquiátrico, pero donde, promete, van a curarla. Lucio duda, pero finalmente se decide, y la interna. Las cosas empiezan a verse sospechosas cuando le niegan las visitas, y sobre todo cuando, en un intento de espionaje del lugar, Lucio ve que de allí se escapa un perro. Pero las preguntas abundan cuando le “devuelven” a una Diana curada, pero con costumbres y gustos totalmente distintos a los anteriores, y la foto de una extraña atesorada entre sus pertenencias. A partir de allí, y de los constantes cuestionamientos de Lucio, el Dr. Samaniego le explicará, orgulloso, el procedimiento que él descubrió para ayudar a la gente con “almas atormentadas”. Tras semejante revelación, terminará él también pasando una temporada allí encerrado, y algo más. La adaptación es muy correcta, pero tal vez eso sea el factor que le juega en contra a la película, ya que la atmósfera termina siendo bastante claustrofóbica. En parte por la limitación de escenarios de la narración, y también por la imposibilidad de jugar con los exteriores, ya que no es fácil encontrar grandes espacios urbanos que se mantengan exactamente como en los ’50. Así, lo vemos a Lucio pasar frente a las mismas tres casas una y otra vez, y los planos exteriores son bien cerrados (como para que no se vea que la casa de al lado de la filmada tal vez ya es un chalet setentoso). La filmación es prolija, así como las actuaciones, aunque, con la salvedad de Machin, no se destaca ninguna particularmente. Completan el elenco varios personajes secundarios, como la resentida hermana de Diana (Florencia Peña), y la señora que atiende en la casa de los Bordenave, Ceferina (Vilma Ferrán). Y también están los perritos, en especial el que aparece al principio, de la misma raza que el de El artista. La ambientación de época (excepto las letras de la escuela de perros, que dudo que existieran en esa época) está muy bien cuidada, tanto en las escenografías como en el vestuario. El defecto pasa por la historia. Al igual que Lucio pasando por el mismo lugar tantas veces, el relato también parece pivotar siempre sobre el mismo eje. Hay un esbozo de apertura con la discusión con la hermana, que tal vez nos abriría un poco el panorama para entender el pasado, y actual presente, de Diana, pero tampoco se profundiza. No llega a atrapar. No aburre, la película es corta, pero no fascina. Si alguna vez te pareció que tu perro se expresaba casi como una persona, fijate de nuevo. cosas extrañas parecen estar sucediendo en Buenos Aires.
Cada tanto, el sistema capitalista se ve inmerso en alguna nueva crisis económica. Las razones varían según el momento (super-producción, precio del petróleo, etc), pero el resultado suele ser el mismo: un tendal de ahorristas empobrecidos, muchos empleados que pierden sus trabajos, y las grandes financieras que manejan los hilos de la cuestión, que de una forma u otra, sobreviven, y vuelven al ruedo en pocos años. Con su película El precio de la codicia, J.C.Chandor (nominado por éste a mejor guión original en los últimos Oscar) intenta explicarnos el principio de la última de estas crisis, la de 2008. Este film se ubica en el sub-género que podría llamarse “thriller financiero”, y, si bien por momentos la trama puede volverse un tanto críptica, dado que se discuten temas de ecuaciones y productos financieros, el director y guionista J.C.Chandor lo tiene en cuenta, y lo simplifica de modo que sea más accesible al público. Incluso pone en boca del personaje de Jeremy Irons lo que el espectador seguramente está pensando: “explicámelo como si fuera un niño, o mejor, como si fuera un Golden Retriever”. Al fin y al cabo, lo principal en esta historia, no es la explicación minuciosa de lo que genera la crisis, sino mostrar al espectador los diferentes comportamientos y reacciones de cada uno de los protagonistas, todos empleados de distintas categorías de la empresa que dispara el desastre. Así, en apenas 24 horas, vamos desde el nivel más bajo (paradójicamente el único que realmente entiende, en las cifras y ecuaciones, lo que está sucediendo) para ir escalando en niveles hasta llegar a la cima, que determinará el rumbo a seguir. Este ascenso no es sólo jerárquico, sino que se ejemplifica con las reuniones, cada vez en pisos más altos del edificio. La historia es atractiva, y está bien llevada. La música, la elección de los planos, y hasta el marco de ciertas escenas, colaboran con un guión interesante, con líneas muy inteligentes, que no deja de lado la ironía y un cierto dejo de humor, a pesar de estar hablando del peor drama financiero de estos años. La única salvedad es que, a quien no le interesa este tipo de temática, la película se le puede hacer algo densa. Para los demás, un film inteligente, interesante, muy bien escrito y actuado. Vale la pena.
Así como algunas veces nos ha tocado recibir de mundos lejanos a seres que terminaron siendo héroes locales (Superman, Thor, la Mujer Maravilla), esta vez somos los terrícolas quienes llevamos un representante a salvar otro planeta. Bueno, en realidad, no lo llevamos, pero dejen que les explique mejor la historia. John Carter (interpretado por Taylor Kitsch) es un veterano de la guerra civil de los Estados Unidos que, tras sufrir una dolorosa pérdida, se convierte casi en un marginal, obsesionado por encontrar una cueva llena de oro, siguiendo la promesa de las leyendas indígenas. Sin embargo, el ejército de su país lo necesita para luchar, ahora contra los indios, y lo capturan con la idea de convencerlo de que vuelva a sus filas. John no acepta, enarbola su bandera de neutralidad (él dirá que no va a pelear por nadie, acá, ni en otros mundos), y logra escapar. En su huida, encuentra la famosa cueva, y en ella aparece una suerte de sacerdote con un talismán que Carter toma. Por repetir la palabra que estaba pronunciando ese sacerdote, John es transportado a un extraño mundo, con criaturas no menos extrañas, y un lenguaje incomprensible. Aquí aclaro, para quienes vayan a ver la versión doblada, que hay unas escenas subtituladas, pero enseguida le ofrecen a John un líquido que lo deja entender el idioma, y volvemos al doblaje. El planeta en cuestión se llama Barsoom, y está siendo asolado por un déspota que pretende llevarlo a la destrucción. Además de las criaturas extrañas, en Barsoom hay otra ciudad, Illium, donde viven seres como humanos, cuyo gobernante decide casar a su hermosa e inteligente hija, Dejah (Lynn Collins), con el déspota para salvar a la ciudad. La muchacha se opone al matrimonio, escapa, y así se topará con Carter, y sus sorprendentes poderes. Lo interesante de la creación de John Carter como superhéroe, es que sus destrezas sólo las debe a las propiedades físicas que cualquier terrícola tendría en Barsoom, que resulta ser nuestro vecino Marte. Así, por la diferencia gravitacional, Carter puede dar saltos gigantes, y tiene una fuerza superior a la de los barsoomitas, o marcianos, como los llamaríamos nosotros (aunque no son enanitos verdes). Como ya prometió en la Tierra, Carter sólo quiere volver a su cueva de oro, y dejar las luchas internas para otros, pero finalmente se decide a pelear por la buena causa. Es imposible ver este planeta, sus desolados paisajes y criaturas, y no pensar de inmediato en la serie de Guerra de las Galaxias. Al final de los créditos, aparece una dedicatoria a Steve Jobs, pero también deberían haber hecho una para George Lucas. La película está dirigida por uno de los nombres famosos de Pixar, Andrew Stanton, director de Buscando a Nemo, Bichos, y la maravillosa Wall-E. Ésta es la primera vez que dirige a humanos, y, se percibe en que el aspecto actoral no es lo más destacable de la película, podemos decir que es apenas correcto, y acompaña lo fuerte del film: la historia, las animaciones, y el uso de 3D. Hay bastante acción en esta historia sobre un héroe solitario que lucha en un mundo en decadencia (si les suena a Mad Max, es que también un poco de eso hay). Lo que no cierra mucho es que, aunque arranca fuerte, y termina muy bien, en el medio se hace un poco larga. Hay líneas que no son para nada brillantes, y un par de diálogos extensísimos que, si bien intentan explicar un poco la situación, no aportan demasiado, y aburren. Tampoco se entiende mucho cuál es el motivo de estos sacerdotes que interfieren en los gobiernos de los planetas. Su líder, interpretado por Mark Strong, esboza una justificación, pero no queda clara. Desde este punto de vista, el guión en general hace un poco de agua, pero de inmediato aparecen secuencias de acción, que logran que no se preste tanta atención a ese punto. Me hubiera gustado un poco más de humor. Hay algunos intentos, hasta una mascota muy simpática, pero, por el tipo de película que es, podría haberse jugado más con ese aspecto. Lo cierto es que John Carter, si bien se toma unos cuantos minutos de más, y sin excesivas sorpresas, entretiene. Y para eso está.
Hace tiempo que no me aburría tanto en el cine. Siempre trato de encontrarle la vuelta, incluso a películas de géneros que no son mis favoritos. Lo más extraño de este caso, es que entré a la sala esperando, al menos, pasar un buen rato, pero no fue el caso. El planteo es el siguiente: Stefanie Plum (Katherine Heigl) está en bancarrota. Sin trabajo y sin pareja, debe encontrar alguna manera de sostenerse. Así llega a esta agencia de caza-recompensas, cuyo trabajo consiste en atrapar a personas buscadas por la justicia, a cambio de un 10 % de la fianza. Por supuesto, ella elige como primer “proyecto” a quien más paga: Joe Morelli (Jason Mara), un policía, acusado de asesinato, que casualmente fue su noviecito en secundaria. Lo encuentra sorprendentemente rápido, considerando que ignora todo lo referente a investigaciones, pero claro, él es policía, y sabe escaparse. Por ello, Stefanie decide entrenarse, comprar un arma, y en su búsqueda del prófugo, se va acercando a la verdad del caso por el que está acusado. Los realizadores de la película (la directora es Julie Anne Robinson) evidentemente se confiaron en la belleza y simpatía de Katherine Heigl, único pilar de esta comedia, pero no alcanza. Ya en el afiche se anuncia que esta es una “película-de-Katherine-Heigl”. Desde que la chica se hizo famosa en la serie Grey’s Anatomy, y salió a hacer películas, ha ido eligiendo comedias románticas como 27 bodas, Ligeramente embarazada, y otras que han funcionado bien. Ya con la fama hecha, parece haberse echado a dormir, y optó por esta película que la tiene como estrella, pero no le da un guión que la apoye. Todo serán sus risas, muecas, miradas. Y sí, queda linda en pantalla, pero no es suficiente. La palabra que se me ocurre para definir este film es “inconsistente”: una historia que no lleva a ninguna parte. Ni siquiera llega a cumplir con el género de comedia romántica, porque no se define, quiere virar hacia el policial, con una trama de thriller y una historia que desenredar, pero tampoco llega a ser una comedia de acción. Hay algunos momentos un poco más graciosos, como las escenas familiares, que podrían ir hacia un humor tipo Mi gran casamiento griego, pero no lo hacen, y además son escasos en el total de la película. Así, las risas escasean, la acción es torpe e indecisa, y los minutos, sobran. Esta claro que, desde esta página, no estamos para decirle a nadie lo que debe ver o lo que no. Comentamos las películas que vimos, y cada lector lo tomará como recomendación, si le parece. Por eso, para quienes decidan ir a verla, sólo les aconsejo que vayan bien descansados. Sino, lo más seguro es que termine en una siesta.
Imagínense si, por un fortuito encuentro con un extraño objeto, recibieran super-poderes … Corrijo: imagínense si tuvieran 17 años, y recibieran esos poderes. ¿Qué harían con ellos? ¿Serían capaces de manejarlos? ¿Implican una responsabilidad? Ese es, en líneas generales, el planteo de Poder sin límites. Andrew (Dane De Haan) es el chico tímido, típica víctima de los bullies de la zona. Para registrar lo que le sucede, se compró una video cámara con la que filma todo. Absolutamente todo, muy a pesar de quienes lo rodean. Así empieza el film, aunque el giro lo darán su primo, Matt( Alex Russell), y un amigo, Steven (Michael B. Jordan), al encontrar un agujero que conduce a un túnel en un parque durante una fiesta. Los tres se introducirán en ese túnel, para enfrentarse a una suerte de roca brillante, que emite sonidos extraños. Los tres chicos reaparecerán en otra filmación, posterior a ese día, en la que se graban realizando pruebas con sus nuevos poderes, riéndose de todo lo que pasa, casi como en un Quinta a Fondo sobrenatural. Y la película continúa, siendo fiel a su nombre en inglés: es una crónica de las proezas y la evolución del dominio que van adquiriendo los chicos sobre sus nuevas habilidades. Con un estilo similar a Blair Witch, y Actividad Paranormal, la película está narrada a través de cámaras-testigo. Si bien aquí no se utilizan para insinuar que se trata de filmaciones reales, constituyen el único punto de vista. No sólo la cámara de Andrew. También la de la chica del blog, las diferentes cámaras de seguridad de calle y edificios varios, y todos los celulares disponibles serán la fuente de las imágenes que arman esta historia. Si hubiera algún momento que no pudiera ser registrado por alguna cámara intrínseca a la historia, simplemente no existirá para el espectador. Pero es ahí donde el film encuentra su falla: la seguidilla de peripecias, ensayos, pruebas, se hace tediosa por momentos. E incluso cuando suceden hechos que tendrían que generar un cierto suspenso, o tensión en la trama, se los pasa de largo como una anécdota más, evitando generar un ritmo que atrape. Los chicos cada vez manejan mejor sus poderes, mostrando nuevas y más osadas pruebas, y en ese in crescendo descansó el director Josh Trank (en su ópera prima), como si alcanzara para generar un clima atrapante. Sin embargo, el mero racconto no alcanza, e incluso después de la persecución del final, uno sale del cine con la sensación de haber visto una película chata, sin matices. Por el tipo de enfoque elegido, el de la cámara como narrador testigo, tampoco se profundiza en el dilema moral, que asoma en las diferentes posturas de cada uno de los chicos con respecto a lo que les sucede, y en algunas declaraciones, sobre todo de Andrew. Por un momento, pareciera que vamos a intentar explicar por qué, con los mismos poderes, podrían existir super-héroes, y super-villanos. Pero el tema apenas se esboza, y queda ahí, como otra filmación más. Tal vez si nos dijeran que está basada en hechos reales, conseguirían captar algo más de nuestra atención, pero encima sabemos explícitamente que todo es artificio, así que no podemos aprovechar siquiera eso.