Hablar de Vincent van Gogh nos direcciona directamente a la pintura. Nos transporta, por ejemplo, a la Galería Nacional en Londres y nos sitúa frente a sus "Girasoles", y nos aleja inmediatamente al saber que tal imagen costaría una cifra de muchos pero muchos millones de dólares. También nos remite a los libros de Historia del Arte, donde este pintor holandés ocupa como mínimo un capítulo entero, tal vez un fascículo. Además de su recordada oreja, claro. Sin embargo, el filme del director y documentalista Julian Schnabel ("La escafandra y la mariposa", 2007, y "Miral", 2010) nos lleva a su época, al momento en que decide exiliarse en Arles y Auvers-Sur-Oise (ambas ciudades de Francia), donde tiene su etapa creativa más luminosa. Tiempo en que, aún lejos de la eternidad, sus cuadros empapelaban la habitación de su hermano Theo -marchante de arte, confidente y protector- porque no los podía vender. Willem Dafoe, nominado al Oscar como Mejor actor por este papel, interpreta de manera magnífica al hoy talentoso e inolvidable pintor, pero en su momento bastardeado artista. Papel reconstruido a partir de las miles de cartas que le escribía a diario a su hermano y a pintores como Paul Gauguin, con quien tuvo una revulsiva amistad. Entre sus elevadas discusiones, el artista francés le recriminaba que sus creaciones, por la densidad y volumen de sus óleos, eran más esculturas que pinturas. Y este último, ante su sentida ausencia ya en el epílogo de la relación, se corta su oreja para dejársela como ofrenda. TONO BIOGRAFICO El filme de Schnabel recrea todos los puntos distinguidos del artista holandés, la creación de sus cuadros más importantes, su desdoblamiento de la realidad, sus épocas de locura y sus extraños vínculos personales, hasta el confuso episodio que causa su muerte, que hasta hoy se desconoce con certeza. Todo, con una clase magistral de cine, que incluye todas las destrezas que un director puede realizar con una cámara registradora. Primeros planos que no agobian, una fotografía en sintonía con la obra del pintor, secuencias que responden al ánimo del protagonista y el mensaje claro de saber que Vincent van Gogh era consciente de que estaba construyendo la historia, a pesar de que un cardenal, con el mayor de los respetos, en una charla informal le dice que lo que hacía era ""una basura"". "Van Gogh en la puerta de la eternidad" es el típico filme necesario que le da relieve e imagen personal a todo lo leído y visto sobre uno de los artistas holandeses más importantes de todos los tiempos.
Pocas veces el cine se disfruta fotograma a fotograma o escena tras escena. Y cuando eso sucede es porque se está viendo un musical o algún filme virtuoso, donde la espectacularidad de los cuadros asombra por su técnica y vertiginosidad. Sin embargo, el nuevo filme de Vahid Jalilvand, segundo en su haber, aun siendo sombrío, hipnotiza por su montaje, por su edición y por sus actuaciones, más allá de un guión que desde el primer segundo nos indica que nada de lo que va a suceder puede terminar bien. Pero la exquisitez narrativa con la que progresa, cautiva y lo posiciona como una película a tener muy en cuenta a la hora de ir a ver algo en cine. HECHO INESPERADO Logrando disociar al protagonista de su parecido con Jorge Bucay, nos adentramos en la vida del Dr. Nariman (Amir Aghaei), muy tímidamente y agarrándonos de los cabos que deja sueltos, para conocer sus pesares, su moral, sus culpas y, sobre todo, su soledad. Una historia que para el espectador inicia cuando este patólogo forense tiene un accidente automovilístico y en él lesiona a un niño de ocho años que iba en una moto con su padre, madre y hermana menor. Solucionado el incidente a cambio de unos pocos billetes para evitar la presencia policial, les ofrece llevarlos a su clínica para que los atiendan, propuesta rechazada por el mismo padre. Pero días después, ese mismo niño aparece muerto en el hospital por causas dudosas, aunque la autopsia sentencia que fue por botulismo, intoxicación por comida en mal estado. Y aquí comienza a tomar cuerpo, casi al unísono, un guion que se ramifica en tramas periféricas para lograr que todo aumente en nerviosismo. Impensado que el dilema de un doctor de saber si el niño que murió fue por el accidente que él mismo causó o por la desidia de su padre al comprar comida de saldo, dure casi una hora y cuarenta minutos; pero todo fluye y el espectador comienza a tomar partido por cada uno de los protagonistas: el doctor que se autoflagela por su inacción, el padre del niño fallecido que arremete contra el que le vendió la comida, la médica que hizo la primera autopsia y la madre del niño fallecido que comienza a odiar a todos los mencionados. RECORRIDO Ganadora de los premios a Mejor Dirección y Mejor Actor (Navid Mohammadzadeh, como padre del niño) en la sección oficial Orizzonti del Festival de Cine de Venecia 2017, con "La decisión" Vahid Jalilvand da cátedra de cómo describir ese proceso de oscurecimiento en el que las culpas no pueden evitar el hecho consumado de la muerte.
Todo lo que sucede en "Rey de ladrones" fue verdad. Y por ser todo tan preciso, meticuloso y ajustado a lo que sucedió en la realidad, el filme dirigido por James Marsh ("La teoría del todo") bordea lo inverosímil, lo lógico, lo desatinado y lo raso. Esperando un giro, un golpe de efecto o un truco que revierta la situación, que nunca llega. Uno se ilusiona y espera hasta el último segundo, pero no. Claro, es que nada de lo que le podría dar cuerpo al guion sucedió en la crónica policial, más que lo diferente, que un grupo de ancianos logra cometer el robo más importante en la historia de Inglaterra. El caso es reciente, no hay que retrotraerse al siglo pasado o a los albores del 2000, cuando la tecnología no era tan sofisticada. Es que Brian Reader, un ladrón experimentado, recientemente viudo y a sus 77 años, planifica junto a un grupo de septuagenarios, un golpe comando a la compañía de depósitos Hatton Garden en la Semana Santa del año 2015, en pleno centro de Londres. Un botín estimado en 14 millones de libras, gracias a la sabiduría de sus años de marginal pero con la ignorancia de saber que en pleno 2015 puede haber cámaras y micrófonos hasta en una panera. CIUDADANO CAINE Con pasos de comedia, sobre todo cuando este escuadrón de ancianos muestra los achaques de la edad, "Rey de ladrones" descansa en la actuación superadora de su protagonista, Michael Caine, en la piel del líder Brian Reader. Con él en cuadro uno podría mirar un filme de muchas horas sin cansarse. Sus gestos, sus cambios de registro y su parsimonia incluso en los momentos de mayor tensión, son los que potencia el director para que su cinta no caiga en un pozo inevitable. También es su efectiva dirección, sobre todo en una edición que obliga a estar atento los 107 minutos de duración, porque pasa del relato tradicional al videoclip para explicar algunos flashbacks de sus integrantes. El reparto, con Jim Broadbent y Tom Courtenay, acompaña en lo actoral y hasta en lo parecido con la vida real. "Rey de ladrones" entretiene por un inmenso actor que hace de una historia curiosa, un filme que promete más de lo que cumple.
Si "Border" hubiera sido estrenada en los años "80, uno al terminar de verla se hubiese quedado con la intriga de saber cuánto de realismo y cuánto de fantasía existía en esos actores y en esa dirección. Hoy, Google nos disipa todo y, para bien o para mal, nos ecualiza la genialidad de su director, en este caso el iraní sueco Ali Abbasi. El mismo que irrumpió con su ópera prima "M For Markus", con la cual le avisó al mundo cinéfilo que llegaba para hacer mucho ruido, con una vitrina vacía en su living para llenarla de premios en lo inmediato. Los pasos son los siguientes: confiar en esta crítica sabiendo que "Border" es una muy buena película e ir a verla. Que se verá un guion jamás visto en cine (adaptación del libro "GrŠns" del autor John Ajvide Lindqvist) y que las actuaciones son superlativas, al menos la de la protagonista. Después sí, disfrutarla o resistirla, y cuando todo haya decantado, inspeccionar sobre todos los ítems (por ejemplo, quién es la protagonista, Eva Melander) en la web para rendirse definitivamente ante la visión de este joven director de apenas 38 años. MEZCLA DE GENEROS "Border" trata sobre Tina (Melander), una vigilante de aduanas que posee la habilidad de oler la culpa, la vergüenza o la rabia de la gente, y así detectar si los viajantes ocultan algo entre sus pertenencias o en sus vidas. De extrema eficacia en su métier, le facilita la tarea a la policía local, a la cual ayuda a descubrir contrabandistas o redes pedófilas. Pero su don entra en crisis cuando se topa con Vore (Eero Milonoff), un ser extraño tanto en lo físico como en lo cotidiano. Y atraída por este sujeto, Tina comienza a hacer una retrospectiva en 360 grados, que la lleva a redescubrirse. No es un filme de terror y tampoco de ciencia ficción, pero sí una mezcla de muchos géneros, para que el espectador reconozca en cada escena uno diferente. El romántico se plasma en lo ingenuo de una corrida por el bosque para concluir en uno de los actos sexuales más primitivos que pudo dar el séptimo arte en su historia. Con actuaciones brillantes y una dirección minuciosa, en la que el guion desconcierta y rompe con todas las suposiciones, "Border" se convierte por momentos en una película terca, gótica y corrosiva. La historia fluye, los bajones de Tina se sienten y la intranquilidad que le superpone Vore a su rutinaria y mediocre vida, tensiona. Todo intercalado por lo bucólico de esos bosques suecos que invitan a visitar alguna vez el país nórdico. Con un impredecible final que justifica el inesperado giro que la historia da al comienzo.
"Algo celosa" tiene pronósticos para ser una de esas comedias que desde lo agrio de algunas verdades sacuden al espectador, primero con el chiste fácil y luego con una compleja reflexión. Pero irremediablemente y a medida que se suceden las situaciones, el filme cae en lo obvio y convierte a la exquisita Karin Viard, en el superlativo rol de Nathalie P�cheux, en una protagonista que hace lo imposible para que nada se desplome. Y aunque no lo logra, ella sale inmune, perfumada, y vale por toda la película. Inmutable, con cara de piedra, en su ácida e inestable verborragia, Nathalie le vomita a su mejor amiga: "Mi psicólogo dice que estoy en una etapa de tránsito, pero tú no lo puedes entender porque eres feliz y tu hija es fea". Con semejante ecuación mental entendemos que la protagonista, una profesora de francés separada y perdida en su norte, envidia todo a su alrededor. Y parece dispuesta a hacerle la vida imposible a su ex marido, quien logró rehacer su vida sentimental con una mujer diametralmente opuesta a ella; desestabilizar la tranquilidad de su hija Mathilde (Dara Tombroff), una bella bailarina de apenas dieciocho años que ya siente el amor en su novio Félix; y perturbar a su amiga, colegas, vecinos y hasta a su nuevo pretendiente. Toda una bola de irascibilidad que frena cuando conoce a una anónima confidente, una anciana que coincide con ella en el club de natación al que va por las tardes, porque -según su matemática existencial- "necesita lavar las heridas de su cuerpo". APENAS UNA MUECA Hasta aquí, salvo la envidia a su hija, todo visto. Una antihéroe que deambula por su día a día a los tumbos, hasta que un cimbronazo la hace recapitular en sus relaciones y decisiones. Con muy poco humor -aunque inentendiblemente se presenta como una comedia-, pasajes de verdadero drama y baches argumentales que alimentan ese prejuicio de que el cine francés es lento, "Algo celosa", de los hermanos David y Stéphane Foenkinos ("La delicadeza", 2011), es un filme a priori pretencioso que queda en la mueca y que una vez terminado, uno lo resetea rápidamente. Sólo perduran la actuación de Karin Viard (la misma de "Delicatessen" y otras cincuenta películas) y la banda de sonido (música original de Paul-Marie Barbier y Julien Grunberg y versiones de John Coltrane), que es un mimo al oído, entre lo predecible de un guion que nos lleva a un puerto muchas veces visitado.
La clave de una excelente película está en su final. Por lo general son cerrados, una historia que comienza y termina; aunque muchas otras veces son abiertos, dudosos y hasta injustos. Con su nuevo filme, "Sin dejar huellas", basado en el libro "Expediente de desaparición" de Dror Mishani, el director Erick Zonca, en su cierre, deja caer un cubito de hielo sobre nuestra espalda y el escalofrío es total. Una incomodidad que, mirada por el espejo retrovisor, revela que el mundo tiene tantas historias como personas lo habitan. Y todas son verosímiles y condenables a la vez. "Sin dejar huellas" es un filme típico para la mirada entrenada de cualquier amante del cine. Un inspector de policía alcohólico que demuestra en cada comentario que su vida privada es un desastre, con el agravante de que tampoco es un as en su profesión. Mediocre, desgarbado, consumido por el alcohol, pendenciero, malhumorado y agobiado por su presente, el detective Fran�ois Visconti (Vincent Cassel) asume el caso de un chico que su madre denuncia por desaparecido. Sin ganas de nada, comienza a indagar en lo más común, suponiendo que se habrá escapado con su noviecita de turno o huido por no estudiar o por un maltrato intrafamiliar. Un desgano total que hace que el eje se pierda y que cuestiones periféricas tomen protagonismo. Muchas escenas son las que merecen ser vistas con lupa. Y no porque hagan al todo de esta historia que nos arrincona de intriga sino porque el nivel actoral de sus protagonistas es inmejorable. A un irreconocible Cassel como el envejecido y decadente policía hay que contraponerle la desorientada madre, registro de la actriz Sandrine Kiberlain. Ver al detective seducido por una anónima en un bar o discutiendo con su hijo por un tema de drogas es disfrutar de una actuación convincente y sin fisuras. Y las escenas conjuntas, madre y policía, valen para el premio que sea. TRES PILARES "Sin dejar huellas" es abrumadora de principio a fin porque sus tres pilares rozan la perfección. Una dirección magistral que de forma espiralada nos oprime el pecho, un guion que nos explota en los ojos, y actuaciones brillantes, sorprendente todo para una película con bajo cartel, que sin una crítica que motive podría pasar desapercibida ante las pretensiones del buen espectador. Con un Vincent Cassel soberbio, transitando el punto más alto de su carrera, y un Zonca que veinte años más tarde logra convertirse en la esperanza que prometió cuando estrenó "La vida soñada de los ángeles", "Sin dejar huellas" se instala como una película imperdible, de esas que se ven con poca expectativa y que después uno se las recomienda a sus conocidos para que vivan la misma experiencia. Una joya del cine francés contemporáneo.
Todo ya muy visto, todo sabido y poco por descubrir. Desde sus chombas, el peinado, el bigote, la tonada, su frialdad, los asesinatos y hasta su relación con las amantes. Sin embargo, y aunque sea una película de las más esperadas, no pudieron mostrarlo despreciable. Aparece Pablo Escobar en la pantalla, uno de los criminales más sangrientos de la historia, y todo se ilumina. Tal vez lo que no pudo lograr ningún director, eso de mostrarlo malo y temerario, fue lo mágico de su personalidad en vida, que dividió a Colombia entre sus seguidores y enemigos, el pueblo y el poder político. "Pablo Escobar, la traición" está basada en el libro autobiográfico "Amando a Pablo, odiando a Escobar", escrito por la famosa periodista colombiana de los años "80 Virginia Vallejo, aquí interpretada por la eterna Penélope Cruz. Tenía a toda la teleaudiciencia a sus pies y, sin embargo, sucumbió ante el encanto del jefe del Cártel de Medellín, con quien mantuvo un romance que duró entre 1983 y 1987, que además de arruinarle su ascendente carrera la puso en peligro más de una vez y la marginó al exilio en los Estados Unidos en los años "90. Sin la intensidad ni la rabia de películas contemporáneas como "Barry Seal: sólo en América" o "El infiltrado", que hablan básicamente de lo mismo, el filme dirigido por Fernando León de Aranoa está por debajo de las expectativas, siendo un mero punteo de todos los ítems que hicieron de Pablo Emilio Escobar Gaviria un monstruo codicioso y asesino, bajo la narrativa de su amante Vallejo: cuando le enseña a su hijo que la cocaína es perjudicial para la salud, el armado de su ejército de sicarios, esos famosos partidos de fútbol con jugadores profesionales, su harén de amantes y la devoción por su hija Manuela. Claro que la química entre los dos protagonistas, Cruz y Javier Bardem, realza cualquier filme. Si verlos juntos en la transmisión de cualquier premio ya saca una sonrisa, magnetismo puro es tenerlos dos horas en pantalla gigante, amándose, peleándose y disputándose el poder colombiano de los "80. Escuchar la voz en off de Cruz diciendo ""va a nevar cocaína en Estados Unidos"", con Bardem lookeado de Escobar en imagen, es impactante. COMPLEMENTARIOS Son muchas las películas en las que Bardem y Cruz comparten cartel. Pero al verlos en "Pablo Escobar..." nadie reconoce que son los mismos de "Jamón, jamón" (Bigas Luna, 1992), "Vicky Cristina Barcelona" (Woody Allen, 2008) y "Todos lo saben" (Asghar Farhadi, 2018). Y eso, más allá del director, es mérito exclusivo del mismo Bardem, uno de los actores más versátiles de la actualidad. El Tom Hanks hispano. Claro que Penélope Cruz no se queda al margen, pero es la fuerza irreversible del ganador del Oscar a Mejor actor de reparto por "Sin lugar para los débiles" la que los transforma. A su lado, hasta la presencia de Oscar Jaenada -el padre de Luis Miguel en la reciente serie de Netflix- queda desnutrida. "Pablo Escobar..." es una película entretenida, que hay que ver por sus protagonistas y para entender la histérica atracción que generaba uno de los hombres más poderosos y temidos del mundo. Un filme que, siendo más de lo mismo, no defrauda.
Realmente no hay que ser un gran director de cine para emocionar con un filme sobre Queen y, sobre todo, con la trágica historia de uno de los cantantes más importantes de todos los tiempos. La música y la impronta de Freddie Mercury movilizan por sí solas. Claro que las miradas de Bryan Singer (primer director de la película) y Dexter Fletcher (segundo, luego de que echaran al primero por indisciplina) son las que nos indican cuando sonreír, cuando lagrimear y cuando maldecir el alocado epílogo que eligió Mercury para su vida y que lo llevó a una penosa muerte con tan sólo 45 años. "Bohemian Rhapsody" es la biografía autorizada por Bryan May y Roger Taylor sobre la creación, el apogeo y la crisis de Queen, banda que nació casi por casualidad en 1970 por la irreverencia de un tal Farrok Bulsara, quien se unió a una agrupación que penaba por escenarios alternativos con el nombre de Smile. En tono nostálgico, con una cámara que sigue a los protagonistas a modo de documental y mostrando los pormenores del astronómico ascenso que tuvo la banda desde que se presentó en vivo en un sótano de la periferia londinense, la película nos lleva a momentos puntuales que todo fanático de Queen soñó presenciar. El por qué del uso del micrófono con la mitad del soporte, sus raros vestuarios y la creación de hitos como "You"re My Best Friend", "We Will Rock You" y la canción madre, que le da nombre a la película, "Bohemian Rhapsody", donde cuentan la negativa del director del sello EMI a incluirla en un álbum y luego, a que fuera el sencillo de difusión, por sus extensos seis minutos de duración, además de las críticas malintencionadas por parte de la prensa. LA GLORIA "Bohemian Rhapsody" emociona de verdad porque lo narrado marca la historia. Porque entendemos las razones por las cuales un cantante que tenía la gloria en sus manos empezó a desplomarse hasta enfermarse y morir. Y cómo pasó de escribirle una inigualable canción como "Love Of My Life" a su novia Mary Austin, a perderse en fiestas gay que él mismo organizaba en su mansión. Si a priori aceptamos la propuesta cinematográfica, será una inolvidable película. No tiene sentido buscar actuaciones dignas del Oscar o una dirección que marque un nuevo paradigma en eso de contar historias; y menos centrarse en elementos absurdos para boicotear un filme lleno de nostalgia, como podría ser la barba de Mike Myers en su rol de ejecutivo de EMI, o las pelucas que utiliza Rami Malek como un iniciático Freddie. Sí descansar en los gestos de Bryan May (Gwilym Lee) cuando toca el bajo como diciendo "este tipo es un genio" (en alusión a Mercury) o los aires de divo del vocalista, que hicieron que Queen sea lo que terminó siendo. Con "Bohemian Rhapsody" los fanáticos podrán disfrutar una vez más y en otro formato del arte de Queen. Por su parte, los detractores tendrán un elemento más de pelea, y los indiferentes, una desilusión importante. Porque esta película no enamora desde cero ni convence, sino que nos revincula a los que los amamos y disfrutamos.
Cómo hacer de ningún conflicto una película inmensamente bella, es lo que habrá pensado el director Edouard Deluc ("Voyage, voyage") cuando leyó el guion del triunvirato francés compuesto por Thomas Lilti, Etienne Comar y Sarah Kaminsky. Por lo pronto, habrá pedido expresamente la participación de la estrella gala Vincent Cassel y así asegurarse un buen colchón artístico. A eso le sumó los escenarios naturales de las playas de Tahití y, con el aura de Paul Gauguin flotando en el aire, construyó una maravillosa cinta en la que no sucede mucho, pero que hipnotiza de principio a fin. "Gauguin, viaje a Tahití" cuenta sobre un momento en la vida del pintor francés Paul Gauguin, que vacío y aturdido por todos los protocolos civiles de su París cotidiano, parte a Tahití a concretar todo ese caudal artístico que sentía estancado. Y es allí, en plena isla, entre la miseria, los pocos recursos y en el umbral de su enfermedad terminal, que logra uno de los momentos más lúcidos de su obra; que coincide, justamente, con el alejamiento de su pareja y madre de sus hijos, Mette, y su vínculo sentimental con Tehura, una mujercita regional quien fuera la musa de sus más reconocidas obras: "El espíritu de los muertos vela", "¿Qué, estás celosa?" y "La semilla de Areoi", todas del año 1892. EL MEJOR Vincent Cassel, el mejor actor francés de la actualidad -y, tal vez, uno de los mejores de las últimas décadas-, es quien lleva esta película a las esferas de la excelencia. Sus gestos, su mirada y su camaleónica estética le dan vida a un Gauguin desahuciado, que dentro de su barullo mental tiene buenos gestos. Tehura, su nuevo y prohibido amor, es cuerpo y rostro de la actriz Tuhe• Adams, quien actúa de manera fotográfica, un gran logro del director Deluc, quien propone su película como una biopic, aunque de biografía sólo tenga dos años en la cronología del reconocido pintor, quien murió a los 54 años, en la miseria y en absoluta soledad. El guion en sí no es más que un breve párrafo de Wikipedia; sin embargo, el arte que le imprime su director hace de "Gauguin, viaje a Tahití" una película atrapante. Una trama que va del drama al romance, con dejos de documental ficcionado, en la que vamos descubriendo la génesis de importantes cuadros que hoy están valuados en millones de dólares. Mención especial para su director de fotografía, Pierre Cottereau, quien genera de cada ángulo un paisaje único. Para disfrutar del cine en todo su esplendor.
Pier Paolo Pasolini y Pedro Almodóvar aplaudirían de pie "Hasta que me desates", el nuevo filme de Tamae Garateguy ("Pompeya"). Por su entusiasmo, por su provocación y por sus intenciones. Por lograr con muy pocos recursos y sin una maquinaria detrás que financie sus locuras, una película superadora, inédita en su género y con detalles de montaje al mejor estilo europeo, pocas veces vistos en el cine nacional. "Hasta que me desates" es un thriller neurótico, mordaz, patético, lacónico y sugestivo. Impensado para una realizadora de recovecos alternativos, pero plasmado con el arte de aquellos directores de gran recorrido cinematográfico. La historia cuenta el hastío de Clara Dalca (Martina Garello), quien luego de un accidente en el que perdió a su marido e hijo, busca a alguien que termine con su vida. No tiene más ganas de vivir. Y tras un malogrado intento que sólo le desfiguró su bello rostro llega a un cirujano acusado de mala praxis. Interpretado por Rodrigo Guirao Díaz, este médico que encuentra su clímax en la muerte pareciera ser la persona ideal. Por un lado, el fetiche de la necrofilia; por el otro, una mujer que busca su deceso, con un resultado que muestra en esa agonía sexual el germen del amor. Sin recurrir al costumbrismo típico con el que el cine nacional invade las carteleras, en el que vemos deambular durante minutos a un protagonista sin hacer nada y poniendo a contraluz las miserias humanas más oscuras, Tamae Garateguy logra un filme urticante y perturbador, que deja en claro que su arte cuenta con el ingenio, la creatividad y las bases para convertirse en una de las directoras más destacadas de nuestro cine a futuro.