EL PARAÍSO PERDIDO Como ocurre con la primera frase de un buen cuento, el primer plano de Jauja atrapa. Un padre y su hija están sentados sobre el pasto. La imagen parece un cuadro pero está viva. Se los ve juntos: ella, de frente; él, de espaldas. Hay desacuerdo allí, ya desde el comienzo: la hija ve algo que el padre no y viceversa. El diálogo inicial se da en danés porque tanto el capitán Dinesen (un fantástico, en más de un sentido, Viggo Mortensen) como la joven Ingeborg son extranjeros que han llegado al país para formar parte de un ejército de soldados. Si bien no hay referencias históricas precisas, parecen formar parte de aquella campaña conocida como la Conquista del Desierto. Los enemigos: una tribu indígena conocida como los “Cabeza de coco”. La acción se pondrá en marcha cuando Ingeborg, la única mujer del campamento, se dé a la fuga con un soldado. Ella irá en busca de su jauja, aquella “tierra mitológica o paraíso terrenal” a la que hacen referencia los créditos iniciales y su padre irá tras ella, es decir, saldrá a buscar la suya. Claro que en los créditos se advierte que los aventureros probablemente se pierdan en el camino. El que no ha perdido el rumbo, a pesar de apostar por la narración y el diálogo mucho más que en sus obras anteriores, es Lisandro Alonso. Si El ardor de Pablo Fendrik podía definirse como un western misionero, Jauja es, de a ratos, un western patagónico (¿un southern?). Lo cual es todo un suceso en la carrera de Alonso, centrada hasta aquí, más en el mostrar que en el narrar. Su apuesta por construir un guión junto a Fabián Casas y por contar con un director de fotografía de la talla de Timo Salminen (conocido por trabajar con Aki Kaurismaki) le dio nuevos aires a su cine. Sus inquietudes, sin embargo, son las mismas. En ese sentido, Jauja encuentra su lugar en la filmografía del director de esa película inaugural que fue La libertad y es, al mismo tiempo, una rara avis. El mérito es tanto suyo como de la primera figura internacional que protagoniza uno de sus films. Jauja no sería la misma sin la expresividad del montaraz Viggo Mortensen, sin su lenguaje corporal atravesado por la desesperación, sin su voz como testimonio de un extravío metafísico. Como dijo Casas en la función de prensa, el de Alonso se caracteriza por ser un cine en estado de pregunta. Durante el último cuarto de la película, Alonso da un giro de timón que dejará perplejo al espectador y que obligará a hacer una relectura de todo lo ocurrido anteriormente hasta volver a esa primera escena inaugural. Si es cierto que las grandes obras pueden leerse en clave de sueño, no es menos cierto que todo sueño demanda interpretación. A interpretar, entonces.//?z
SE VIENE EL ESTALLIDO Posar para la foto. Eso es lo que hacen papá Tomas y mamá Ebba ni bien arranca Force Majeure. Vera y Harry, sus hijos, acompañan como es debido. La familia es perfecta, el hotel cinco estrellas donde se albergan, también. El centro de ski funciona como un relojito. Da gusto bajar la ladera de la montaña deslizandosé sobre la nieve sobria, reluciente y domesticada. ¡Qué placer sentir el viento en la cara! ¡Y qué bien se ven los Alpes franceses desde la aerosilla! Además del paisaje y quienes lo disfrutan, el director Ruben Östlund se encarga de revelar las maquinarias que contienen las fuerzas de la naturaleza para que los huéspedes puedan recrearse sin preocupaciones en el lujoso complejo. Tampoco oculta a los empleados de limpieza, tan molestos como necesarios en el mantenimiento del congelado Edén. Y si durante el primer día (de los cinco que duran las vacaciones de papá) se podía anticipar el advenimiento de la tragedia (en el paisaje y el aislamiento hay algo de la atmósfera del Overlook Hotel de El resplandor), en el segundo se produce la debacle que llega a la hora de comer. Una avalancha, controlada dirán algunos, se inicia en una de las montañas lindantes a la terraza del restaurant y todos la filman teléfono en mano hasta que caen en la cuenta de que serán arrasados por el níveo alud. A partir de aquí el cuadro (esa foto del comienzo), se fractura. La unidad familiar ya no es tal, el orden se altera, los niños lloran, se despeinan; los padres gritan, moquean, sudan. Como una grieta que se abre progresivamente, la avalancha, de pronto, será interna y en los días siguientes se desplegará la tormenta que sucede a la calma. Además de las implacables actuaciones de Johannes Bah Kuhnke y Lisa Loven Kongsli en el papel de los padres, el cuarto largo de Ruben Östlund se nutre de la fotografía impecable de Fredrik Wenzel. Cuenta, también, con la figura de Kristofer Hivju (el salvaje Tormund de Game of Thrones) como un amigo de la pareja que recibirá los sacudones de la hecatombe matrimonial y una breve aparición de Brady Corbet (en uno de los pocos papeles en los que no hace de psicópata). Ganadora del premio del jurado en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes de este año, Force Majeure es la película elegida por Suecia para competir por el Oscar a la mejor película extranjera. La caída de la figura del padre, los hijos como monstruos que dominan a sus progenitores, la primacía de los objetos por sobre las relaciones humanas, el discreto (des)encanto de la burguesía… todos temas abordados desde un humor tan negro como blanca es la nieve que lo rodea. Decir que Force Majeure contiene algunas de las escenas más incómodas y provocativas del año es poco. Quizás sea más justo definirla como un frío tratado de la desesperación.//?z
SIEMPRE ES HOY El director ya había avisado. El discurrir del tiempo siempre estuvo entre sus intereses centrales. El último testimonio en su filmografía fue Antes de la medianoche, tercer ¿y último? capítulo de la saga que componen también Antes del amanecer y Antes del atardecer. En ella asistíamos al inicio y evolución del vínculo entre los ya eternos Jesse y Celine durante esos dieciocho años que transcurrieron entre 1995 y 2013. Linklater decidió redoblar la apuesta y filmar la evolución de un personaje durante más de una década no en películas separadas sino en una. Boyhood,en la que también actúa Ethan Hawke, comenzó a rodarse en julio de 2002 (es decir, ¡dos años antes de que se estrenara Antes del atardecer!) y continuó filmándose con los mismos actores durante… doce años. Su argumento es demasiado simple: cuenta la historia de Mason Jr. (Ellar Coltrane) desde que empieza la primaria a sus seis años, hasta que llega a la universidad con dieciocho. Lo acompañan su hermana mayor Samantha (Lorelei Linklater, hija del director), su madre (la bellísima Patricia Arquette) y su padre (Hawke). A Mason le ocurrirá, en mayor o menor medida, lo que le ocurre a todo aquel que crece: se mudará, cambiará de escuela, perderá amigos, ganará otros, tendrá que tolerar las elecciones de pareja de sus padres divorciados, convivirá con sus hermanastros, se volverá a mudar, le cambiará la voz, conseguirá un trabajo, se enamorará, aprenderá a manejar y así… Filmada a la usanza naturalista linklateriana, Boyhood está plagada de referencias bien contemporáneas. No será difícil reconocer en la historia de Mason hechos históricos que hemos vivido en la nuestra. El paso de los años quedará evidenciado en referencias musicales (un tema de Britney, otro de Coldplay, otro de Wilco), culturales (la salida del sexto libro de Harry Potter) y políticas (las campañas presidenciales de Bush, la guerra de Irak, el ascenso de Obama), entre otras. Está bien que los doce años de filmación, a un ritmo de una semana por año, suponen un hecho inédito en la historia del cine, pero el mero dato no explica los méritos por los que la última película del director de Bernie es un verdadero hito del séptimo arte. Para comprender la experiencia que supone Boyhood quizás haya que apelar a otra artista mayor. Alejandra Pizarnik confiesa en sus Diarios que se siente atraída por los personajes literarios porque son “seres absolutos que llevan el amor o el odio detenidos en ellos”. Lo que Linklater hace principalmente con Mason, pero también con Samantha y sus padres, es dotarlos de movimiento dentro de su detención. De ahí el carácter único de su obra, que se sirve del tiempo como herramienta para tallar la materialidad del cuerpo de sus personajes. Sin necesidad de peinados o maquillajes, mucho menos del 3D, Mason y Samantha están ahí, “al alcance de la mano”, tanto que a veces pasamos a compartir el lienzo en el que se despliegan sus historias. Hay un genuino “olvido” de la pantalla y la sensación permanece al salir del cine: los protagonistas nos acompañan. Como esos momentos, tan imperceptibles como decisivos, en los que un niño que deja de serlo se pregunta sobre la existencia de la magia en el mundo, o en los que un adolescente detiene su mirada en una chica por primera vez, fugaz en sus casi tres horas de duración, Boyhood es un verdadero testimonio de lo inasible. Prueba, también, que quien ha sabido servirse del paso del tiempo es Richard Linklater. Su cine ya es parte de nuestro ser.//?z
HOLLYWOOD, PUEBLO CHICO El horror corporal y el cine de Cronenberg casi siempre han ido de la mano. La mosca, Crash, Videodromo, eXistenZ… títulos de las décadas ochenta y noventa en los que las prótesis, los cuerpos intervenidos por el metal y los órganos grotescos hacían de la carne el domicilio privilegiado en el que residía lo monstruoso. Quizás no de manera tan notoria, su obsesión sigue presente en el siglo XXI. Todavía recordamos el ojo albino de Ed Harris en Una historia violenta, la brillante lucha atravesada por la desnudezen el sauna de Promesas del este, los ataques histéricos de Sabina Spielrein en Un método peligroso, la revisación médica de Eric Packer en plena limusina en Cosmópolis. Maps to the Stars no será la excepción aunque a la monstruosidad del cuerpo se le sumará también la de la mente. El lugar de los hechos será ni más ni menos que Hollywood, paraíso terrenal al que todos quieren acceder y que nadie quiere dejar. Los que hacen fila para entrar son la joven Agatha (Mia Masikowska) y el chofer-guionista Jerome (Robert Pattinson, esta vez del lado de adelante de la limusina). Una de las que no quiere salir es Havana Segrand (enorme Julianne Moore), actriz en decadencia desesperada porque su cuota en pantalla no decaiga. Son parte del juego, también, el Dr. Stafford Weiss (John Cusack), suerte de pastiche entre counselor, masajista y terapeuta new-age y su hijo Benjie (Evan Bird), estrella preadolescente dispuesta a todo con tal de que otro niño no se lleve los aplausos en su show. Las estrellas de Hollywood son hermosas, sí, pero en el detrás de escena el aire está enrarecido. Las criaturas de Cronenberg habitan los mismos espacios sociales, las mismas fiestas, los mismos estudios. Hay una marcada endogamia que, como tal, es enfermiza y el fantasma del incesto es material. Por eso el cuadro lo completan las alucinaciones (o los recuerdos si quiere utilizar un término menos médico), testimonios de un pasado con el que es imposible convivir y que al mismo tiempo es imposible de enterrar (porque en definitiva, de qué sirve enterrar a los cuerpos si los espíritus terminan paseándose por la casa). Como ocurría con la Mulholland Drive de David Lynch, Maps to the Stars indica que Hollywood y la psicosis se llevan muy bien. Y quién sabe, a lo mejor, hasta sean sinónimos.//?z
NO SÉ QUÉ ES PERO ME GUSTA Well there’s nothing to lose And there’s nothing to prove I’ll be dancing with myself… Dos disparos aparece sintetizada en su primer plano. Un adolescente, Mariano, baila solo. El volumen de la música es alto. Aunque hay otros en el mismo espacio, nadie lo acompaña. Habrá mucho de esto en la cuarta película de Rejtman: personajes a la deriva en un océano de sonidos. Al volver de la discoteca Mariano encuentra un arma y gatilla contra sí mismo. “Fue un impulso, hacía mucho calor”. Eso es todo lo que dice sobre el asunto cuando despierta y si se le ofrecen ansiolíticos y antidepresivos retruca que él no está ni ansioso ni deprimido. Mariano transcurre como si nada hubiera ocurrido, como si nada fuera a ocurrir. No murió pero, ¿está vivo? Luego del episodio (tan límite como trivial) sus familiares alteran mínimamente su rutina y si bien sus acciones manifiestan preocupación, sus palabras se escuchan desafectivizadas. Muy pronto la historia de Mariano pasa a un segundo plano y nos encontramos siguiendo a Ezequiel, su hermano. Lo mismo ocurre con él y la atención queda centrada entonces en Susana, su madre. Claro que hablar de “centro” en Dos disparos es un disparate. Entre diálogos informativos y reflexiones de absurda seriedad, el único hilo conductor parecen ser los ringtones, las alarmas, una flauta que desafina. Hay sabor, sin embargo, en el discurrir anodino de los personajes, hay lógica en el ruido, la interrupción, la desarmonía. Como en la obra literaria de Rejtman el humor seco tiñe escenas (que bien podrían describirse como random) en las que se habla sobre lo sensual de manejar descalzo o en las que se mira un DVD con los goles de Independiente. Los elementos que definen a Rejtman como autor están allí pero su implementación se ha perfeccionado. Las cartas son las mismas que en sus películas anteriores, la partida no. Los seguidores del director encontrarán, entonces, la misma fórmula que en sus tres largos anteriores: Rapado, Silvia Prieto y Los guantes mágicos, solo que potenciada. Quienes se inicien con Dos disparos seguramente salgan del cine con una sensación que bien podría definirse así: “no sé qué es pero me gusta”.//?z
El matrimonio de Nick (Ben Affleck) y Amy Dunne (Rosamund Pike) se hunde. La crisis económica del 2008 ha dejado sus huellas en la pareja. Allí donde hubo amor ahora hay deudas. Se han vuelto rutina el desempleo, las enfermedades del entorno familiar y los desgastes propios de la convivencia. Nada extraño hasta aquí. Son muchos los matrimonios que luchan por seguir adelante frente a las adversidades de la vida. Están también los que eligen divorciarse. Son pocos los que enfrentan la imprevista desaparición de uno de sus miembros el día en el que se cumple el quinto aniversario de su boda. ¿Qué pasó con Amy? ¿Se fue? ¿Por qué está rota la mesita del living? ¿Entraron a robar? ¿La secuestraron? ¿Por qué no aparece? ¿Está muerta? ¿Quién la mató? Multiplicidad de miradas frente al mismo hecho: la de Nick, la de su hermana, la de sus suegros, la de la policía, la del periodismo. Multiplicidad de géneros en la misma película: policial, melodrama, thriller psicológico y hasta comedia. La versión Fincher del best-seller de Gillian Flynn, quien supo convertir con lograda fidelidad su novela en guión cinematográfico, pone el foco en el punto de vista. De ahí la sensación de estar viendo una película dentro de otra, de ahí sus recurrentes fundidos a negro, pausas que ordenan el relato, silencios que organizan la composición. Como si se tratara de una matrioska, el director de Se7en sabrá llevarnos del árbol al bosque y del bosque al árbol, de lo que ocurre puertas adentro al discurso oficial que instauran los medios de comunicación porque, vamos, si la blonda esposa, que además era buena vecina y una inspiración para todos, desaparece, y si su marido se muestra huraño y parco en sus respuestas, por qué no suponer que él la mato para cobrar tal o cuál seguro y por qué no vender el cuento de La bella y la bestia si total el cuento vende y muy bien. Junto con la prensa amarilla, el espectador volará en círculos como un buitre carroñero sobre el ¿inocente? Nick Dunne hasta que llegue el volantazo del que nada podemos decir si no queremos arruinarle al lector su merecida sorpresa. Del décimo largo de David Fincher nace una estrella llamada Rosamund Pike. Su Jane Bennet de Orgullo y prejuicio y su Elizabeth Mallet en El libertino brindaron pequeños chispazos de talento. Luego llegaron papeles en An Education y Jack Reacher pero la película que marcará un giro en su carrera es esta. La siempre acertada colaboración de Trent Reznor y Atticus Ross a la hora de convertir en música las ideas del director es otro punto fuerte. Esta vez sus melodías potencian el enigma: ¿quiénes son en realidad Nick y Amy Dunne? La pregunta es válida aunque inútil. Si a duras penas podemos conocernos a nosotros mismos, mucho menos a otra persona. Menos que menos a una mujer. Todavía menos a una esposa.//?z
ERRANTE EN LA SELVA Vania (Alice Braga) vive con su padre en una casa ubicada en la selva misionera. Procuran resistir el embate de tres hombres que, más por las malas que por las buenas, quieren hacerse con el terreno. No se sabe quién los manda pero son conocidos por quemar los terrenos de quienes se resisten. Podemos aventurar que responden a los intereses económicos de los poderosos. Traído por el río, protegido por el espíritu de la naturaleza, el errante y reservado Kaí (Gael García Bernal) será el líder de la resistencia. Si bien transcurre en el noreste de nuestro país (se trata de una coproducción argentino-brasilera), el tercer largo de Fendrik presenta elementos del Far West, es algo así como un western misionero sin caballos ni vaqueros pero con una mujer secuestrada, un héroe que va a su rescate y, sobretodo, un duelo final. Es, además, una obra a favor del ecologismo, coagulado en la figura de ese jaguar que, tan cautivante como ridículo, entra y sale de la escena para socorrer a los buenos y ajusticiar a los invasores. Lo que invade a “El ardor” no son, sin embargo, sus villanos. Es su tono grandilocuente, el innecesario uso de la cámara lenta para acentuar un dramatismo que jamás se apoya en sus figuras internacionales y una música exageradamente presente. “El ardor” es una película en la que se habla poco y mal y que tampoco deja hablar al cuerpo. La suntuosidad del paisaje nunca excede el mero registro fotográfico y la pulsión queda rebajada a una escena de sexo enmarcada en el cliché. Es difícil no decepcionarse siendo que Fendrik había entregado hasta aquí dos cintas formidables como “El asaltante” en 2007 y “La sangre brota” al año siguiente. Fuera del ámbito urbano y sin el recientemente fallecido Arturo Goetz, el director parece perdido. Aun así, y aunque resulte contradictorio, el acierto en esta cinta recargada de prólogos y que parece no comenzar nunca, llega sobre el final. Hay un instante, a la hora del duelo, en el que los elementos que no funcionaron durante todo el film se alinean y el humo se disipa. Solo ahí la imagen cinematográfica toma la palabra y emerge esa belleza que golpea como un machetazo certero.//?z
ODA A LA CATARSIS Luego de “Pasternak”, el primer corto de estos “Relatos salvajes” que sirve como adelanto de lo que vendrá, los créditos aparecen acompañados por imágenes de animales que descubren las características de cada personaje. El último, el que le corresponde al director, es un zorro. Definida por uno de sus productores como una “comedia catástrofe”, los cortos presentan historias de personajes llevados al límite por temas como la infidelidad, el desengaño, la diferencia de clases, la burocracia exacerbada. Se dirá, justificadamente, que el corto de Sbaraglia se destaca por su logradísima atmósfera de tensión y que las actuaciones de Oscar Martínez y María Onetto son las más jugosas. Y se podrá pensar, también, que la propia película es una respuesta al “estado de crispación” del que se habló reiteradamente en las conferencias de prensa, que se respira en Argentina y en el mundo. La reflexión sería válida, pero se le opone un interrogante: ¿por qué, si Szifrón ha logrado trocar su malestar en obra de arte, sus personajes, en cambio, no pueden nada? El zorro se ha guardado para sí toda su capacidad sublimatoria. Víctima de su astucia (pues la obra final se perjudica), ha arrojado a las otras criaturas a la catarsis, incluso a ese corderito que debería ser Julieta Zylberberg, el personaje que parece coquetear con la bondad un poco más de cerca que el resto. “Relatos salvajes” propone un mundo en el que las instituciones (desde el Estado hasta la familia) hace tiempo que han estallado y que arrojan a los individuos a encarnar ese estallido, definido erróneamente como un momento de liberación cuando se trata exactamente de lo contrario. Aunque el tercer largo de Szifrón se haya vendido a todo el mundo, a pesar las ovaciones en Cannes y de su éxito presente, futuro y global, hay en estos relatos un fuerte olor a derrota. Si bien es cierto que “Hasta que la muerte los separe”, el último episodio, protagonizado por una Érica Rivas con algunos resabios de la María Elena de “Casados con hijos”, insinúa una posible salida, bajo su innegable capacidad para entretener, la película argentina (comercial) del año esconde, no digamos ya pesimismo sino una marcada resignación. Como si al zorro se le hubieran acabado las ideas.
EL CLUB DE LOS CINCO Un latin lover, una asesina, un fortachón, un árbol poco expresivo y un mapache tiracuetes conforman el Nacional B de Marvel en “Guardianes de la Galaxia”. El equipo es chico, sí, pero juega bien. El capitán de este seleccionado multirracial es Peter Quill (Chris Pratt, conocido por su personaje de Andy en “Parks and Recreation”), un cazador de recompensas con ínfulas al que nadie conoce pero que se hace llamar Star-Lord. El muchacho va de aquí para allá por la galaxia buscando el misterioso Orbe, codiciado por su alto valor y también por sus secretos poderes. Como no es el único que anda tras él, a los pocos minutos ya tenemos un lío bárbaro y cuatro de nuestros jugadores terminan en una cárcel espacial. Star-Lord deberá compartir la celda con Gamora (Zoe Saldana), quien busca el Orbe para llevárselo a su malvado padre Ronan, y también con el dúo conformado por Rocket Racoon y Groot, el primero un mapache pendenciero al que la voz de Bradley Cooper le sienta de maravillas, el segundo un pseudoent que solo sabe decir “Yo soy Groot”. Ya sabíamos que Vin Diesel era de madera actuando pero ponerlo a hablar a través de este arbolito fue una decisión acertada. Al tiempo que planean un escape se les sumará el musculoso Drax, que busca venganza contra Ronan por haber matado a su esposa y a su hija. Así, mientras se estudian unos a otros, descubrirán que cada uno de ellos es, a su modo, un perdedor y como lo hacían los adolescentes de ese clásico de 1985 que es “El club de los cinco” (porque si hay algo que “Guardianes de la Galaxia” tiene es espíritu adolescente) sumarán talentos desde el confinamiento para dejar de ser meras individualidades y constituirse como grupo. Aunque sus personajes sean mejores que la película en sí, el tercer largo de James Gunn no debe ser subestimado. Con el mismo espíritu de clase B que el director viene arrastrando desde “Slither” pero con un presupuesto de más de 150 millones de dólares, “Guardianes de la Galaxia” es una aventura pop sazonada con oldies setentosos y ochentosos que derrocha encanto, una versión teen de “Star Wars” que bien puede encontrar en su protagonista al heredero de Han Solo. Benicio Del Toro, John C. Reilly, Glenn Close y Michael Rooker (Merle de “The Walking Dead”, actor fetiche del director) son de la partida y quizás se sumen a la segunda parte fechada para el 2017. Algunas preguntas de cara al futuro: ¿Existe alguna relación entre el Orbe y el Teseracto de “Los vengadores”? ¿Se cruzarán las sagas? ¿Podremos ver juntas en pantalla grande a Gomora y la Viuda negra? ¿O al mapache y a Iron Man haciendo de las suyas? Hay futuro para el quinteto de losers. Se los ve unidos. No está mal salvar la galaxia a solas pero si lo hacemos con amigos es mejor.
RELATO SALVAJE ¿Que se viene el fin del mundo? ¿Me decís a mí que soy oriundo de ahí? (Huye, hermano – Grupo Revólber) El Mercado 4 de Asunción se parece un poco al fin del mundo. Quizás no lo sea para quien se acerque de vez en cuando a comprar ropa o comida, pero para quien no puede salir de ahí, lo es. Dentro de ese gran laberinto de comerciantes, ladrones, policías, oportunistas y marginales que puede encontrar su análogo argentino en La Salada o las calles de Once, trabaja (¿y vive?) Víctor, un carretillero que sueña con comprar un celular último modelo que además de sacar fotos, filma. Lo que gana no le alcanza pero al cruzarse con un carnicero su suerte parece cambiar: tendrá que sacar del mercado siete cajas de misterioso contenido a cambio de cien dólares con los que podrá acceder al celular y quedarse con el vuelto. Claro que las cajas son la punta del iceberg de un mecanismo que se arraiga en la ilegalidad y al que Víctor se sumará sin quererla ni beberla. Al poco tiempo se activará la persecución. Una de las virtudes de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori fue la de saber transformar una locación en una criatura. El Mercado 4 está vivo y mata siguiendo las leyes de un mercado más abstracto y global (espectral, diría Cronenberg). Entre gatos y ratas, por sus venas transitan personas, objetos de intercambio, personas degradadas al nivel de objetos. Su circulación huele a sudor. Suenan las pisadas, el rasguido de las caretillas contra el cemento, el guaraní, el español, el chino… los disparos. En sintonía con la estética videoclipera, colorida y saturada de Slumdog Millionaire y con una premisa similar a la que ofrece la alemana Corre, Lola, corre de Tom Tykwer, 7 cajas sabe retratar con altura la marginalidad. No pudo Fernando Meirelles en su momento con su Ciudad de Dios y no pudo Danny Boyle en la India años más tarde. Si sus directores lo lograron fue gracias a un sincero respeto por sus personajes que suscitan, al mismo tiempo, preocupación e interés. Lejos del cinismo de nuestra “Relatos salvajes”, la película más taquillera de la historia de Paraguay expone la corrupción intrínseca a un sistema productivo que, haciendo del consumo su única ley, nos aparta de cualquier legalidad posible. “Si no tenés plata no hay remedio”, le dice una empleada de farmacia a Nelson, carretillero también él, como Víctor, que busca una cura para su hijo enfermo. Para algunos no habrá más remedio que responder a la exclusión con el cuerpo. Otros, como Víctor, buscarán salvarse por la imagen. Quizás de ahí venga su interés por ese celular con filmadora. Quizás ya no quiera depender de su astucia y de los rezos a la Virgen de Caacupé para sobrevivir. Quizás haya alguien que mire y que me mire. Una mirada que sostenga desde otro lugar, un ojo que nos ampare, que nos cubra y nos descubra, que nos deje ser de otra manera aunque casi nos cueste la vida./?z