Publicada en la edición digital #262 de la revista.
Publicada en la edición digital #262 de la revista.
Publicada en la edición digital #260 de la revista.
Princesas modernas No son días fáciles para las princesas de Disney. Los tiempos cambiaron y no parece sencillo aggiornar a la realeza femenina del estudio del ratoncito sin caer en los lugares comunes del sarcasmo revisionista o en la corrección política. Frozen, la 53° animación de la historia de Disney, toma el saludable camino del clasicismo y maquilla cada una de las históricas imperfecciones del universo de las princesas. En este musical animado dirigido por Chris Buck (Tarzán) y la debutante Jennifer Lee, la Princesa Anna no requiere la salvación de un Príncipe Azul: es ella quien deja pagando a su príncipe para salir en busca de una aventura. Durante su coronación como reina, la Princesa Elsa sufre un brote de furia parecido al de Carrie y congela al reino con sus poderes. Huye y se recluye en un castillo de hielo y hacia allá va su hermana Anna en pos de la salvación de todo su pueblo, acompañada por un amoroso tarambana que vende hielo y un histriónico muñeco de nieve, como si se tratara de una moderna reversión de El Mago de Oz. El mero hecho de adaptar el tradicional cuento La reina de las nieves, de Hans Christian Andersen a estos años denota el espíritu tan clásico y moderno de Frozen. Las historia se siente demasiado familiar, aunque Buck y Lee aciertan al narrarla sin guiños a los adultos, típicos de las animaciones. Y los cineastas aprovechan el conocido camino de su historia para detenerse en casi una decena de canciones, muchas sobre la superación personal, donde suena Demi Lovato en la versión original y Violetta en el doblaje latino. Estas princesas de Disney buscan el amor verdadero y encuentran lecciones de vida, como sus once antecesoras. Pero a las chicas de hoy no les alcanza con el amor a primera vista o con sobreponerse al miedo de ser uno mismo. Ellas no son como Blancanieves, que no tenía empacho en cantar Mi príncipe vendrá ni tampoco parecen muy cercanas a la Cenicienta que entonaba Soñar es desear. Las princesas de Frozen son aventureras y modernas, por clásico que quiera ser el relato. Por eso el foco está puesto en la aventura, salvo cuando el muñeco de nieve busca robarse la película con algún chiste o las princesas se toman un descanso musical. Pero el mayor signo de modernidad está en el impacto visual del gélido universo creado por Buck y Lee. Y en aprovechar las infinitas posibilidades de los avances tecnológicos. Es recién cuando Frozen consigue rejuvenecer en serio a las históricas princesas de Disney.
Publicada en la edición digital #256 de la revista.
Kun fu y melodrama “El kung fu es una competencia de detalles. Si rompo algo, usted será la vencedora”, responde desafiante, pero con mucho respeto, el personaje de Tony Leung al de Zhang Ziyi. Ella había expresado sus reparos sobre un enfrentamiento entre ellos que destruiría un precioso salón. Wong Kar-wai hace caso al lugar común que asegura que quienes se pelean en realidad se aman, y este duelo entre dos imposibles amantes, que a lo largo de ese impresionante combate tienen especial cuidado de no arruinar ni una pieza de la antigua vajilla de porcelana china, es la mejor secuencia de El arte de la guerra. En esa lucha coreografiada como un baile, y con más ánimo de amar que de destrucción, salta a la vista que El arte... es como todas las películas de artes marciales. A diferencia de buena parte del género, Wong Kar-wai no reserva el momento inolvidable de su película para el final (aunque allí habrá otra agradable sorpresa). El arte... narra la leyenda de Ip Man, quien se convertiría en el mentor de Bruce Lee, pero este traje de kung fu que viste orgullosa la película sirve como disfraz para contar la historia de China a través de un romántico melodrama, especialidad del director. Por más que Wong Kar-wai vuelva a las artes marciales, el director de Felices juntos no se desentiende de su interés melodramático, su pasión por la Historia ni de sus llamativos encuadres llenos de colores saturados. El arte... combina el romanticismo de Ang Lee en El tigre y el dragón, la obsesión pictórica de los combates de Zhang Yimou en Héroe y la mítica épica de Takeshi Kitano en Zatoichi, por nombrar éxitos de las artes marciales que impusieron una curiosa mezcla entre pretensiones artísticas elevadas y algunas piñas por debajo del cinturón. La pelea inicial, donde Ip Man enfrenta a un sinfín de oponentes, es un problema que el cineasta no termina de resolver. No tanto en ese exceso visual que implica detenerse en cómo una cabeza y una pared se parten al mismo tiempo, como en la decisión de contar la vida de Ip Man retrocediendo los tiempos de la historia desde ese punto, privando al espectador de la tensión por esa y otras peleas. Ip Man aclara: “El kung fu tiene dos caracteres, uno horizontal y otro vertical. Los que están equivocados, caen; y el único que tiene razón es el que queda en pie”. El melodrama histórico se alza en El arte ..., una película donde el poder de noqueo de Wong mandó a la lona al mismísimo kung fu.
Publicada en la edición digital #256 de la revista.
Disney se apodera del universo construido por Pixar en Cars e intenta llevarlo a las nubes con Planes, primer desprendimiento del universo de los taquilleros autitos en cine. Klay Hall, responsable de la última película de Campanita pero también de años en Los reyes de la colina y Los Simpsons, cuenta la historia de un avioncito fumigador de pueblo con miedo a las alturas que quiere correr carreras y ser campeón del mundo. La película baja línea para no conformarse con el lugar que le tocó a uno e intentar superarse siempre, pero a la hora de la verdad el avioncito necesita una especie de cirugía estética que lo tunea. Como Dusty, Planes tiene una velocidad envidiable pero tiende a volar bajito.
Matías Piñeiro tal vez sea el más talentoso de la última generación de cineastas argentinos. El director hace gala otra vez de su universo personal en esta historia que coquetea, una vez más, con Shakespeare. No hace falta más que ver el ensayo en loop de una única escena de Noche de reyes o dejarse guiar por la cámara dentro de un auto para disfrutar las sutilezas del virtuoso Piñeiro.
Tal vez no sea una gran señal que se hable de Metegol, la primera película animada de Juan José Campanella, como una proeza técnica sin nada que envidiarle, al menos en ese rubro, a las grandes animaciones de Hollywood. Es cierto que Metegol está a la altura del estándar visual (y no será fácil contradecir a quien diga que está por encima) y Campanella demuestra su habilidad al elegir a muñequitos como protagonistas y gambetear, de a ratos, el problemón de animar los movimientos humanos. ¿Por qué se habla más de los logros tecnológicos que de los cinematográficos? Tal vez la respuesta esté en ese partido de fútbol que resuelve los conflictos y que, además de ser menos vistoso que el impactante partido de metegol, parece más filmado por un cineasta de Hollywood que por alguien obsesionado por representar nuestra idiosincrasia futbolera.