El cine tiene pocos subgéneros tan poco afines al público infantil como las películas sobre fraternidades universitarias. Las fiestas repletas de alcohol y sexo suelen ser los platos fuertes de las películas. Por supuesto que nada de eso puede encontrarse entre las chiquilinadas de Monsters University, precuela de aquel éxito de Pixar de la década pasada. La película es otra buddy movie donde el nerd Wazowski y el juerguista Sulley deberán llegar a un acuerdo si quieren recibirse y volverse asustadores profesionales. A Pixar le siguen funcionando los mismos mecanismos narrativos de siempre, pero tal vez ya sea el momento de que el estudio de Disney aprenda trucos nuevos.
Zack Snyder, que ya se lució con la adaptación al cine de los supérhéroes de Watchmen, intenta revitalizar la saga de Superman para que la clásica DC no pierda por goleada contra Marvel. Christophen Nolan, productor de El hombre de acero, le pasó la fórmula Batman. Mucha oscuridad y un tono solemne aunque, cuando aparece algún chiste o esas peleas imparables entre habitantes de Krypton, la película se vuelve más ligera y gana en diversión. Entre todos los símbolos que usa Snyder (desde lo religioso al guiño sobre un esperado cruce de universos con Batman), tal vez la mejor analogía de El hombre de acero se encuentre en que a este nuevo y fornido Superman le lleva casi media película despegar y dejar que su aggiornada capa roja flamee por el aire de Metrópolis.
El cruce entre los mundos de la magia y el cine suele ser agradable, tal vez por la facilidad con la que puede relacionares a las dos disciplinas. Nada es lo que parece es más un film sobre el placer de la magia que una película de estafas, por más que su historia se centre en un grupo de ilusionistas que, con unas pocas presentaciones, quieren llevarse puesto el mundo. Louis Leterrier, creador de la saga El transportador y director de Furia de titanes, se aleja un poco de su acostumbrado cine de acción y, como buen ilusionista, consigue que su narración sea atractiva en todo momento, más allá de cualquier sorpresa que pueda guardarse para el final.
Después de ese enorme debut en solitario que fue El estudiante, Santiago Mitre vuelve a la codirección en Los posibles. Para este mediometraje, Mitre se juntó con el coreógrafo Juan Onofri y los dos trasladan al cine la deslumbrante obra de danza del grupo KM29. A Los posibles le alcanza con poco menos de una hora para transmitirle al espectador esa euforia que irradian los cuerpos en movimiento continuo de los bailarines. Los posibles regala la oportunidad de vivir una experiencia muy distinta a la acostumbrada en una sala de cine.
Harmony Korine vuelve al cine de explotación adolescente que lo hizo famoso como guionista de Kids. Esta versión 2013 de la promiscuidad teen tiene una mirada menos radical que aquel hito de hace un par de décadas. El cineasta rodeó a su joven esposa de estrellas adolescentes de Disney para hacer una de chicas salvajes, con un look experimenteen lleno de cambios de formato, dubstep, colores fluo y movimientos abruptos de cámara. Unos cuantos momentos inolvidables (el reviente de las fiestas,algún temita de Britney y ese final eufórico) compensa la chatura pretenciosa del discurso moral de Korine.
Iron Man es la franquicia de Marvel dedicada a la comedia y, en esta tercera entrega, deja clarísimo por qué el personaje es la gran figura de ese suceso inaudito en recaudaciones para el cine de superhéroes que fue Los Vengadores. Shane Black, excelso guionista de acción que escribió Arma mortal, El último Boy Scout y El último gran héroe, se las arregla para mostrar en pantalla casi todo el tiempo sin casco a Robert Downey Jr., esa estrella de Hollywood cada vez más refulgente, y al mismo tiempo hacer desfilar una variedad gigantesca de trajes de Iron Man distintos, todos con destino de potenciales muñequitos marquetineros. Iron Man 3 es una película de acción impecable (¡por fin peleas bien filmadas!), que se permite reflexionar sobre el terrorismo y la mirada americana sobre este asunto. Y, lo más importante, consigue todo esto sin que el espectador pierda jamás una sonrisa.
Tom Cruise vuelve a la ciencia ficción en esta distopía humanista. Oblivion: El tiempo del olvido sigue la vida cotidiana de quienes parecen ser los únicos humanos que viven en la Tierra, pero se comportan como autómatas: Cruise pasa sus días como un solitario mecánico de naves que vive bajo el control de su esposa, con quien no termina de conectarse. Hasta que una nave se estrella con una misteriosa mujer como sobreviviente y Cruise comienza a cuestionarse su lugar en el mundo. Oblivion: el tiempo del olvido se agiganta con cada impactante secuencia de acción, pero se vuelve cansina cada vez que se detiene para resaltar alguna cualidad obvia sobre la condición humana.
Disney se despacha con una que parece de Pixar. El debutante Rich Moore, como si adaptara Toy Story al mundo de los videojuegos, cuenta todo eso que pasa en los jueguitos electrónicos cuando no hay nadie que meta una ficha. Ralph el demoledor sigue las desventuras de un villano en 8-bit que emprende un viaje por los fichines cercanos para buscar esa popularidad que no tiene dentro de su propia máquina. Rich Moore recorre la evolución de los videojuegos en una película emocionante, siempre atractiva desde lo visual y llena de homenajes y apariciones sorpresas, ideal para esa nostalgia que generan los fichines en esta época del año.
John Hillcoat, otra vez acompañado por la pluma y la guitarra de su compadre Nick Cave, se despacha con esta película de gánsteres alejada de la urbe, detalle que le sienta perfecto al tono de western de Los ilegales. La historia de tres hermanos que fabricaban alcohol en un pueblito rural durante la Prohibición sirve como metáfora de la lucha contra todo tipo de sustancia ilícita. No sonará tan bien, pero todo siempre es mejor al ritmo de alguna de las versiones campiranas de White Light/White Heat que regala Los ilegales.
Apenas empieza Moonrise Kingdom suena la Guía de orquesta para jóvenes (variaciones y fuga sobre un tema de Purcell), de Benjamin Britten, que sirve como gran metáfora del aprendizaje, fundamental en la película, pero también le otorga su estructura orquestal a la narración. Wes Anderson ya había copiado la estructura teatral en Rushmore, la de una novela en Los excéntricos Tenenbaum y del documental oceanográfico en La vida acuática. Toda su filmografía aparece ahora aquí citada, a veces de manera superficial, y esta historia de amor en fuga preadolescente, entre un boyscout huérfano y su alma gemela, parece ser el hermoso cierre de una etapa para el cineasta.