Un policía derrumbado moralmente, sumido en el alcohol y vilipendiado por sus colegas corruptos, intenta detener a un asesino serial mientras lo requiere una joven, víctima de otro criminal a punto de salir de la cárcel. Así de enredada es la trama de este filme que se derrama en riñas entre policías y borracheras. Así, la historia es atrapante y Auteuil ratifica su solidez interpretativa, pero el director, un ex policía, se detiene en la corrupción institucional y en la psiquis de su alter ego. Y entre tanto policía, el relato se hace un poco plomo.
Un trailer en el medio del desierto de Nuevo México es la metáfora que Guillermo Arriaga elige para hablar del amor. Es allí donde un hombre y una mujer encuentran la paz para amarse, y la muerte también, cuando el fuego los une para siempre, sin resquicio para sus respectivas familias. Las mismas que se enfrentan por la memoria de aquellos y porque el hijo de él ha posado la vista sobre la hija de ella. A ese marco de extrema tensión se suma otra mujer que hace de su libertad una tortuosa experiencia. Con un pulso que pendula entre el thriller y el relato rosa, inyecciones de violencia explícita y de la otra, y un trabajo de edición sin fisuras entre los relatos presente y pretérito, el filme hace pie en la sólida actuación de las tres protagonistas y atrapa gracias a la sensación agridulce de contemplar las zonas grises del amor.