La nueva versión cinematográfica basada en el mito de la licantropía gana en actualidad. Cientos de veces los fanáticos de la pantalla grande y del "Cine de superacción" de los sábados en televisión esperaron pacientes el momento más apoteótico de las realizaciones de terror de los años 40 que tenían a Lon Chaney Jr. como protagonista: la transformación de un hombre en lobo. Aquí el maquillaje y la superposición de imágenes quedan ampliamente superadas por la tecnología digital y los resultados no son exactamente sorprendentes pero, redondos en su concepción e implementación, ayudan a prestarle atención a otros ítems tales como la ambientación y la edición. Elementos que sí toman relevancia. El primero impone un pesado clima de suspenso a través de un tratamiento de colores tibios que a primera vista parecen imitar a los viejos filmes en blanco y negro. Y el segundo aporta la cuota de desesperación y terror ante los ataques de la bestia. Al igual que en la película de 1941, el joven Lawrence Talbot es la piedra angular de la historia. De regreso a su Gales natal en busca de respuestas a la violenta muerte de su hermano, es mordido por un hombre lobo. Y como apunta la leyenda, se convierte en uno de ellos. Sobre esa base, el filme se atreverá a reflexionar sobre la naturaleza del alma de un ser humano que en las noches de luna llena se convierte en un monstruo.
Dereck es una estrella del hockey sobre hielo y está muy cómodo en esa posición. Tanto que ha perdido sus sueños. Hasta que recibe un llamado obligado para convertirse en un hada madrina, de esas que reemplazan al Ratón Pérez en el hemisferio norte cambiando dientes por dinero. Así se construye una comedia llana, ingenua y sin dobles mensajes ideal para los más chicos.
Poco susto y mucha risa No es otra película de zombies, sobre todo por su esquema y su estilo narrativos. No hay científicos locos ni un grupo de personajes que, a mordiscón limpio, va de a uno hallando su fin. No hay suspenso ni muertes en primer plano. Gracias a una hamburguesa podrida, los muertos vivientes ya están ahí y el objetivo de los pocos seres humanos que quedan es sobrevivir. Así, un joven, un cazador de monstruos (un Harrelson haciendo su acostumbrado freak) y dos chicas tratan de cruzar la tierra de zombies en busca de sus sueños. En ese contexto de arrebatos sanguinolentos, es el humor el condicionante de un estilo que no busca asustar sino contar una aventura inocente, divertida y con un único mensaje: sigue las reglas, aunque vengan (literalmente) degollando.
Los aeropuertos, los hoteles, los shoppings y las autopistas fueron en los años 80 íconos de esa modernidad líquida que abandonaba los grandes relatos colectivos y los reemplazaba por fragmentos individualizados. Las computadoras y el confort hicieron el resto. Si hasta simbolizaron el globalizador sueño americano (y europeo). Esto es, sea la parte del mundo que fuera, se trataba de una continua reproducción del modus vivendi de los ricos del Norte, un oculto y flamante proceso de colonización a manos de los negocios virtuales y el turismo. Es lo que Bryan Bringhman, el personaje protagónico de "Amor sin escalas", llama "su casa", un hogar sin más integrantes que el más importante de ellos: él mismo. Sobre la soledad y el autoexilio versa la película más mentada de la última renovación de la cartelera local. El Bringhman de George Clooney es un "despedidor", un experto en descerrajarle en la cara a la gente que será echada de su trabajo, un tipo feliz sobre rampas móviles, en accesos vip y con cientos de tarjetas de crédito y promoción. Sólo se conecta con una bella y de su misma calaña mujer, y con su colega, una principiante en eso de descartar trabajadores. Ambas relaciones pondrán en crisis la vida del ejecutivo. El nuevo filme del director de "Gracias por fumar" y "Juno" llegó a las pantallas argentinas precedido de una gran campaña de marketing con miras a la temporada de premios y sobre todo al mayor de ellos, el Oscar. Así fue nominado en varios rubros y de hecho ganó varias estatuillas.
El cine ya puso a Glenda Jackson, a Helen Mirren y a Cate Blanchett, entre otras, en la piel de las reinas de Inglaterra, pero esta vez la historia y la política, principales ingredientes de otros filmes, se desdibujan ante el relato romántico de la pareja que integraron Victoria y el príncipe Albert. En 1837 y a los 18 años, Alejandrina Victoria heredó el trono de su tío, William IV. Pero su inexperiencia y su juventud la pusieron en un lugar difícil de asumir. Mucho más cuando su propio esposo pretende tomar las riendas del reino. Pero la espiral política de sucesión del rey y las limitaciones propias de una mujer criada en un castillo quedan eclipsadas por un relato romántico que llega a melar la pantalla. Demasiado despliegue escenográfico y de vestuario para un simple melodrama.
No es tan difícil. La original (la de la musiquita) es de 1978, fue dirigida por John Carpenter e inauguró lo que luego se llamó cine slasher, donde hay un maníaco que mata todo lo que se le cruza. De 1981 es la segunda parte y de ésta es la remake que inaugura la cartelera de terror de 2010 en Rosario. Aquí Mike Myers no se murió nada y persigue a sus víctimas guiado por el blanco fantasma de su madre. El filme pretende dar explicaciones lógicas a la locura de un monstruo que mientras tanto rompe y corta en pedazos a sus perseguidos. Así, abunda la sangre y un coro de gritos por momentos atronador en un marco argumental archiultraconocido y donde todos saben quiénes serán los próximos muertos. Entonces, ¿cuál es el objetivo de hacer una película de nuevo? ¿Será uno más de los ya vilipendiados tributos? ¿O faltarán ideas? Habrá que preguntarle a Zombie.
Un filme de culto, luego de 11 años “Rosetta” es el nombre de la protagonista y de una película que llega a los cines argentinos 11 (sí, once) años después de su consagración. Ganador en 1999 de la Palma de Oro al mejor filme en el Festival de Cannes, el relato sobre la vida de una joven que lucha por no pertenecer a una clase excluida de las bondades de la Europa rica no tiene contexto. Se trata de una road movie urbana, una cámara itinerante que persigue a Rosetta en su cruzada por conseguir un trabajo que la aleje de la cruel imagen de su propio futuro: una madre alcohólica. Trabajado como un documental, al punto que no tiene música y sí sonido ambiente, la cinta marcó una disrupción en la tradicional forma de contar, luego retomada, por ejemplo, en “El hijo”. Aunque cualquier evaluación, luego de 11 años, es muy difícil de hacer.
Advertencia: no es una película para personas impresionables ni para aquellas que creen que la noche fue hecha para que los demonios salgan a pasear. Filmada como un falso documental (al estilo de “El proyecto Blair Witch”), en una semana y con un exiguo presupuesto; apadrinada por Steven Spielberg (quien defendió el trabajo original del director en detrimento de rodar una remake); publicitada únicamente en ciertos círculos cinéfilos o de boca en boca; y exitosa al punto de convertirse en la cinta independiente más taquillera de la historia del cine (si se comparan los 15 mil dólares invertidos con los 100 millones recaudados sólo en EEUU), “Actividad paranormal” consigue ser espeluznante, como pretende ser cualquier película del género de terror y que a esta altura pocas logran. Katie y Micah forman una joven pareja y viven en una casa en San Diego. Allí la chica comienza a observar cómo se repiten algunos sucesos inexplicables de su infancia. Puertas que se cierran o lámparas que se mueven solas y ruidos sin motivo forman parte de un menú que el chico quiere registrar comprando una cámara de video. Pero solamente consiguen enojar al responsable de esos incómodos acontecimientos. De esta manera y a medida que avanza en su relato, el filme se va tornando cada vez más estremecedor. Sobre todo porque el espectador tiene el mismo punto de vista de los protagonistas, el de la filmación, y puede embeberse de su crispación ante el enigma sin resolver. Pero sin dudas el terror emana del lugar y el momento en el que se dan los hechos. Desde que la modernidad inventó la intimidad y la ubicó entre bastidores, el dormitorio y el sueño resultan en metáforas de la introspección y la salvaguarda del mundo exterior en el que los hombres desarrollan su vida. Y el monstruo, si es que existe alguno, aparece de noche. Y aunque el guión sea incongruente en algunos aspectos (especialmente en los racionales), construye un climax de extrema tensión, de esos que hacen gritar al público más sensible en la sala y que pone la piel de gallina cuando la cosa se pone fea. Para asustarse en serio y luego soñar con demonios parados al lado de nuestra cama.
En los filmes de terror siempre hay un monstruo y una víctima y alguien que hace lo que no debe. Gracias a un extraño giro sobre el tema, el victimario es un médico torturador que durante la dictadura argentina “chupa” personas, las tortura y con esas experiencias escribe un libro. Los desubicados son dos hermanos mezclados en una trama donde la ocasión de retomar la historia de una familia desaparecida hace que vuelva a aparecer. Y con ella inesperadas respuestas.
No es novedad que las producciones del cine fantástico se nutren de la realidad y, especialmente, de las necesidades que tienen las sociedades en diferentes períodos. Son visiones que intentan profundizar en los miedos de la gente y, entre ellos, uno que acompaña al hombre desde que es tal: el fin del mundo. Esta vez el en otras épocas denominado “cine catástrofe” retoma una predicción de la civilización maya que habla de una catástrofe terminal en 2012. Y de allí el nombre de una película que desanda un guión (demasiado) simple y diseñado para el lucimiento de su indudable estrella: los efectos especiales. En definitiva, la sal del filme. Y para que ese condimento explaye su sabor fue elegido el mismo director de “10.000 AC”, “Godzilla”, “El día después de mañana” y “Día de la independencia”, un hacedor de ilusiones apocalípticas que vuelve a demostrar sus virtudes de buen narrador y excelente productor de desastres imaginarios. La historia. En esta ocasión, el culpable de toda las calamidades es el sol que tiene una actividad insutada generando cambios químicos que cambian la temperatura del centro de la Tierra. Sin tener basamento, el suelo comienza a bailar y a comerse todo lo que hay en su superficie. Y como si eso fuera poco, las placas terrestres se mueven y generan tsunamis gigantes que rearman el esquema de continentes como hoy lo conocemos. Metidos en el problema hay un escritor fracasado y divorciado y un científico al que nadie le cree. Ambos quedarán en diferentes campos cuando se trace la línea que separe a quienes se salvarán de la extinción de quienes no. Continua huída. Así “2012” se presenta como un relato globalizante donde los hombres vuelven a ser sólo un número en las cuentas de los políticos, la única lectura moralizante de una producción que exagera en sus secuencias de persecuciones. Es decir, la película se resume a la huida de los protagonistas de grietas hambrientas, inmensas nubes de polvo y lava o mares que se salen de cauce. De todas maneras, las dos horas y media que dura el filme son llevaderas a fuerza de esas y otras calamidades.