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Alanis es madre soltera de un nene de un poco más de un año. Comparte un departamento en Once junto a una amiga mayor que ella. Ambas son trabajadoras sexuales y utilizan su hogar para recibir clientes. La informalidad del trabajo o la convivencia con un bebe no parecen ser problema para ellas, que se cuidan y ayudan mutuamente. Hasta que se produce un violento allanamiento con policías y asistente social que cambiará sus vidas. Gisela, la mayor queda detenida y Alanis junto a su pequeño Dante, quedan en la calle. En su quinto largometraje, Anahí Berneri vuelve sobre un personaje femenino fuerte que debe atravesar todo tipo de turbulencias para readaptarse, quizás Alanís sea su personaje más fuerte y seguro de todos, el que menos conflictos internos posee y él que más debe luchar contra las injerencias externas que tratan de modificar su modo de vida. No estamos aquí ante una historia de gente de clase media que sufren crisis existenciales. El contexto elegido, con el universo de la noche y la marginalidad puede emparentar ciertos pasajes de esta obra con “Un Año sin Amor”. Berneri retrata nuevamente un submundo oscuro, con reglas y códigos propios, sin demonizar ni juzgar a sus personajes. A partir del realismo y la cotidianeidad con la cual lo representa, nosotros como espectadores podemos rechazar o comprender a sus protagonistas. Allí es donde reside el elemento más interesante de Alanis, la incomodidad que generan las distintas situaciones que vive su protagonista. Hay una esencial elección de casting, todos los actores encarnan a la perfección con sus personajes haciendo muy difícil distinguir la línea entre realidad y ficción, pero sin lugar a dudas es el trabajo de Sofia Gala el que lleva a la película a generar todas las sensaciones que el guion propone. Y más acertado aun es hacerla trabajar junto a su hijo Dante Della Paolera, la intensidad del vínculo trasciende la pantalla y hasta hay momentos de ternura tan genuina que sirven para respirar un poco ante tanta opresión. Alanis no es una película agradable, nunca intenta serlo, es más bien una representación realista, como un documental de observación por momentos, de un sector marginal de la sociedad, que todos vemos pero no conocemos y a partir de trabajos como este podemos quizás empezar a entenderlos.
Mario (Mike Amigorena) está en una situación complicada, con más de 40 aún no encuentra estabilidad en el plano laboral y sentimental. Se gana la vida haciendo degustaciones de alimentos y ocasionalmente cantando covers de Sandro en eventos privados. Hace tiempo está separado, su mujer (Leonora Balcarce) tiene una nueva pareja (Rafael Spregelburd) y su hijo adolescente Lucas (Roman Almaraz) ya no quiere verlo. Pero el destino parece ofrecerle una oportunidad única para encarrilar todo: justo en el día pactado para pasar con su hijo, su mejor amigo y manager “El Oso” (Iair Said) cierra una mini-gira de presentaciones durante todo un fin de semana que culmina en Santa Teresita con un show que promete ser trascendental para la carrera musical de Mario. De esta manera los tres inician el viaje hacia la Costa. Un viaje cargado de tensiones y reproches pero que se irá convirtiendo en una gran aventura. Mario On Tour es una comedia sobre relaciones humanas, es una road movie con los mejores elementos del cine indie americano (anti-heroes, familia disfuncional, adolescente en pleno coming of age) y también es un retrato sensible y emotivo sobre la paternidad y la persecución de todo aquello que nos apasiona. El guion, a cargo del director Pablo Stigliani tiene situaciones muy divertidas y un ritmo siempre entretenido sin abusar de gags ni remates disparatados. La película mantiene un tono más bien sentimental y tierno apoyado en un trabajo consagratorio (al menos, en cine) de Mike Amigorena, que logra transmitir toda su carga emocional solo con su mirada. Gran acierto de Stigliani en mantener en ese registro a Amigorena, que siempre encuentra grandes frutos en su histrionismo pero en este caso, con un trabajo absolutamente distinto llega a un resultado sublime. La otra gran sorpresa es el joven Roman Almaraz, su personaje es el que más mutaciones va sufriendo a lo largo del viaje y logra una performance estupenda, generando en el espectador desde bronca hasta lágrimas. Por último hay que destacar el trabajo de Iair Said, que es el generador de todas las risas. Quienes lo hayan visto en la serie web “Eléctrica” o en la joyita perdida “Acá Adentro” (creo que solo se vio en BAFICI) sabrán que es un maestro del humor, con su postura naif, gestos mínimos y una entonación pausada y profunda absolutamente todo lo que hace es desopilante. Técnicamente impecable, la película brilla gracias a tres pilares: un guión que encuentra un equilibrio perfecto entre humor y emoción, un elenco de lujo donde todos se lucen, incluyendo algún cameo inesperado y un trabajo fantástico en la composición de la música original a cargo de Patricio Alvarado y en la selección de temas interpretados con gran talento por Mike Amigorena (que canta mejor que Ryan Gosling en La La Land). Imperdible, una de las joyitas del último BAFICI y sin dudas una de las mejores películas nacionales de este año.
Tres amigos del conurbano bonaerense, cada uno con una aventura y un objetivo distinto en sus vidas, y una pasión que los une: el Heavy Metal. Rama es motoquero y de manera fortuita se va a encontrar con una bella joven que acaba de perder a su novio en su accidente vial, Chacho lucha por triunfar como actor y deambula de un casting a otro esperando la oportunidad que le permita dejar el trabajo ganadero junto a su padre, finalmente Ivan es el intransigente y duro del grupo, toca en una banda de metal, escucha Almafuerte y por primera vez tiene la oportunidad de conocer cara a cara a su ídolo máximo Iorio. El viaje de nuestros protagonistas está repleto de situaciones y conflictos originales y muy divertidos, de esa forma, el amor por el cine, la música y los amigos del director y guionista Federico Sosa, desborda la pantalla con naturalidad, permitiendo el disfrute y la identificación con estos tres antihéroes en camino a la adultez. El guion es uno de los puntos altos de esta producción y mueve ágilmente las acciones de un joven a otro, con un gran timing para las escenas cómicas pero desarrollando al mismo tiempo la faceta más profunda y sensible de cada personaje. Un casting de lujo y muy acertado termina de asegurar el éxito de esta aventura. El trió de protagonistas consigue interpretaciones brillantes. Tanto Sergio Podeley (Rama), como Gustavo Pardi (Chacho) y Federico Liss (Ivan, el favorito de los metaleros) dan un nivel de realismo y credibilidad a estos seres bohemios y marginales, que remiten al mundo de Campusano (gran influencia de Sosa) pero con una calidad artística y profesional muy superior. Pero aun hay más, ya que toda gran película necesita de buenos personajes secundarios y allí se destacan también grandes actores como Ezequiel Tronconi, Marta Haller, Valeria Correa y el gigante Claudio Rissi, todos con participaciones que les permiten lucirse. Yo sé lo que envenena es una gran comedia sobre la amistad, con personajes de una coming of age tardía, que se encuentran marcados a fuego por la geografía a la que pertenecen y hacen culto de valores nacionales y populares que no son recurrentes en nuestro cine.