Llega una de las películas más especiales del año, que está arrasando en crítica aunque no tanto en público, como viene siendo habitual. Se trata de la historia del joven Mason (Ellar Coltrane), desde los 5 a los 18 años, rodada a lo largo de 13 años (sólo en unos pocos días cada año) y donde podemos ver la interesante transformación y proceso de madurez del pequeño y de su hermana Samantha (Lorelei Linklater, que por cierto está fantástica en la película). También en este tiempo somos testigos de la evolución real de otros dos actores que forman el cuarteto principal: la madre (Patricia Arquette) y el padre (Ethan Hawke), quien parece haber hecho un pacto de inmortalidad (las canas de las últimas escenas son a todas luces falsas). Lo valioso y realmente fascinante de la película es que muestra de forma honesta y simple cómo vamos cambiando, aprendiendo y formándonos como las personas que llegamos a ser en la edad adulta. Sin embargo, y supongo que muchos críticos no estarán de acuerdo conmigo (porque las notas que viene recibiendo rozan o llegan directamente al 10 sobre 10), se queda muy corta en el desarrollo del propio Mason, que es precisamente el elemento principal de la cinta. Con sinceridad, uno termina de ver el film con la sensación de que conoce mucho mejor a Samantha, a la inteligente y desafortunada madre o al propio padre del muchacho, y eso a pesar de que ocupa muchos menos minutos en pantalla. Otro punto en contra es que tarda en enganchar (al menos para mí) y la primera hora se hace demasiado lenta. Otro más (y no quiero ser quisquillosa -aunque lo soy-) es que de nuevo me encuentro con una película basada en los primeros años de un jovencito con el que no me siento identificada prácticamente en nada. Y es que todavía estoy esperando la producción que hable de un niño, una niña o varios niños con el/la/los que vea reflejada mi propia niñez. (O he tenido una infancia muy atípica o los guionistas son todos muy típicos). A pesar de todos los peros, este film tiene preciosos valores y una labor digna de elogio. Emocionará y gustará a muchos, y sin duda se merece todas las buenas referencias que está recibiendo. Las idas, las venidas, las personas que conocemos y que dejamos atrás para nunca más saber de ellos, o las que se quedan poco a poco a nuestro lado y no se marchan nunca. Todo forma parte de nuestro paso por la vida, y eso sí lo recoge estupendamente bien.
De tal padre tal hijo: una versión más del intercambio de bebés. Dos familias deben lidiar con la noticia de saber que sus hijos de cinco años no son sus descendientes biológicos, pues fueron intercambiados en el hospital el día de su nacimiento. Una película que se sirve de dos modos de vida diferentes: por un lado una pareja moderna y de alto poder adquisitivo, centrados en la vida laboral y en la mejor educación posible para su pequeño; por otro una familia de vida más modesta y menores aspiraciones, que sitúa el epicentro de su día a día en pasar el mayor tiempo posible con sus tres vástagos. El film no aporta realmente nada novedoso a la consabida historia, pero está realizada con ternura y mucha paciencia. No hace tampoco excesivo drama, aunque profundiza en los sentimientos de Ryota, el padre de uno de los pequeños, que encuentra en la noticia la explicación que buscaba para la falta de aptitud de su hijo.
Gravity no es perfecta, tiene errores, pero es una obra maestra. Esta contundente frase no es gratuita, a pesar de que no tenga en mi currículum filmográfico nada que me permita pronunciarla con alguna autoridad. Es algo que sé, y como lo sé lo digo, incluso sabiendo que el tiempo puede quitarme la razón. Gravity es una obra maestra, y quizá -quizá- me haya dejado llevar por la lluvia de críticas favorables que está recibiendo; y quizá -quizá- eso me haya animado a calificarla con un rotundo 10 en mi valoración subjetiva. Pero una opinión se respalda con argumentos, y estos son los míos: Es la primera película que realmente transporta al espectador al vacío y silencioso espacio. Es la primera que nos hace bailar suspendidos en la nada y en ausencia de gravedad -muy a pesar de la estupenda Apolo 13-. Lejos quedaron la mítica Star Wars -a la que nadie puede quitar su pedestal de primera gran película espacial- o la genial 2001: una odisea en el espacio. El avance en la industria y la tecnología 3D lo han hecho posible, y Alfonso Cuarón lo ha llevado a cabo. Gravity da un paso más que sus predecesoras, da el salto que ninguna otra había dado hasta hoy; lo hace con una puesta en escena y unos efectos especiales inconcebibles para el profano en la materia -para los que me atrevería decir que el 3D es imprescindible-, y lo enmarca todo con una historia sencilla y básica en el ser humano: la supervivencia. Algunos críticos han tildado ciertas escenas de innecesariamente sentimentales. Admito que hay momentos que se pueden percibir así, aunque personalmente no me parecieron fuera de lugar. Otros se lamentan de la falta de progresión o profundidad en los poquísimos personajes. También es admisible. Pero la sensación de estar flotando fuera de la atmósfera junto a la ingeniera Ryan Stone y al astronauta Matt Kowalski es absolutamente real. La angustia es real. La soledad es real. La cotidiana y ahora inalcanzable postura erguida en nuestra querida Tierra es un recuerdo nostálgico. El apego por volver a lo conocido es un deseo poderoso y natural. La vuelta al hogar. La vuelta a la gravedad. Gravity es una película que hay que ver, y debe verse en el cine. Una vez en el cine, hay que verla en 3D. Ahí queda.
El primer error que puede cometer el espectador antes de entrar en el cine es pensar que va a ver una buena película. Que un director tenga experiencia, sea reconocido de forma internacional y con un gran bagaje en la industria cinematográfica no significa que de vez en cuando no haga algún trabajo para "pasar el rato". Y eso es Los amantes pasajeros: una forma como cualquier otra de mantenerse ocupado; el único recurso que se le puede haber ocurrido a alguien para emplear en una película a unos cuantos amigos; o simplemente la mejor y más fácil manera de hacer caja. Si con ello, además, se puede aprovechar la ocasión para reivindicar lo gay en su vertiente más cómica y hacer también un poco de crítica nacional, pues mejor. Con todo, si hay algún calificativo que le viene perfecto a este film es divertida y muy, muy Almodóvar. La selección de actores es estupenda, todos (o casi todos) muy convincentes en su papel, entre los que destaco a Antonio de la Torre (perfecto en su prototipo de homosexual normal y centrado). La actuación musical tampoco tiene desperdicio y el argumento, aunque simple y predecible, está bien elaborado y contado. Una artista con prácticas chantajistas, un asesino a sueldo, una vidente virgen, un banquero corrupto, un actor infiel y una pareja de recién casados comparten junto a la tripulación de mando las tensiones de un avión con una seria avería en pleno vuelo. El sexo, que tampoco podía faltar, es un elemento principal que se pone en práctica de forma generalizada y también -cómo no- bajo los efectos de drogas. Desenfadada y sin pretensiones, hay que reconocer que tiene el mérito de no tomarse a sí misma muy en serio; una práctica que todo el mundo debería imitar sin importar su puesto o estatus. Siendo en España y hasta la fecha la película más taquillera de este director, está hecha para reír un poco y pasar un rato agradable; eso sí, a uno le tiene que gustar el estilo. Para ir al cine está bien, pero si alguien se quiere ahorrar el dinero y esperar a que salga en vídeo o en televisión, tampoco pasa nada.
El título original es Killing them softly. El título aquí en España (ignoro por qué no dejan los títulos originales) es Mátalos suavemente. La relación entre el título y la película es ciertamente asombrosa, no para matarlos, pero sí para dejar dormidos a los espectadores en sus butacas. A mí me salvó de caer en felices sueños el que no estaba muy cómoda en mi asiento, y que además no podía estirar las piernas sin asomar los pies por encima de la cabeza de quien se sentaba delante. De lo contrario, muy a gusto y sin remordimientos habría invertido la hora y media del film en en una buena siesta. Tengo que ser honesta; la película no es mala, de hecho puede que hasta sea buena (a su manera). No quiero parecer insensible, pero ¿a alguien le importa que se maten a tiros unos delincuentes consumados? Delincuentes roban a delincuentes -y son lo bastante estúpidos como para no salir del país y cambiar su identidad-. Los delincuentes agraviados contratan a más delincuentes para restablecer el “orden”. El tema tendría cierto interés si se hubiese llevado con un poco más de corazón, de profundidad, de intriga. Pero no tiene nada de eso. En realidad, no tiene nada de nada. Lo único destacable (y es probablemente por lo que se ha llevado una nominación en el festival de Cannes) es que durante toda la proyección va haciendo comparaciones con la vida real (delincuentes) y la que nos proyectan los políticos en esta época de crisis económica. Las secuencias de comparecencias reales del presidente estadounidense, en la radio y en la pequeña pantalla, son continuas. Hablan del valor de su “gran nación”, de recuperar la confianza en los mercados. Mientras, el mundo delictivo también resuelve sus asuntos. Quieren recuperar la confianza en sus negocios sucios; quieren volver a ser una unidad. La semejanza es simple y esclarecedora: todo son apariencias y cada cual barre para sí. En un lado y en el otro. Y esto básicamente lo resumen los últimos cinco minutos de metraje que, por lo que nos cuentan los personajes, sí valen la pena (menos mal). Por otro lado, hay que reconocer que técnicamente es bastante notable. La realización, la dirección, las interpretaciones, son muy buenas. El reparto es excelente. Visualmente es asimismo original; no abusa de la violencia (que podría) y las escenas de ajustes de cuentas son explícitas pero moderadas. También tiene un punto a favor, y es que dura escasamente 95 minutos. Así que si van a verla, no desesperen que no se hace demasiado pesada.
Uno de los varemos que utilizo para medir si una película es buena o no es la frecuencia con que la recuerdo después de verla. Si me acuerdo mucho de ella, es que ha dejado una huella en mí. Si la borro de mi mente, es que no ha hecho ningún mérito en mi persona. Hace pocas semanas vimos 50/50, una cinta de la que Pabela ya habló magistralmente en su día y que tenía muchas ganas de ver. Sencilla, pero llegando de una forma natural a lo más elemental del ser humano. No es una gran historia. No tiene grandes sorpresas. No tiene siquiera un argumento original. Pero insiste de forma recurrente una y otra vez en mi memoria. Para los que no la conozcan, se trata de una película sobre el cáncer y sobre cómo una enfermedad grave cambia la vida del enfermo y de quienes le rodean. También trata de las incomodidades sociales y de la necesidad (o el sentimiento estúpido) de “quedar bien” con otro, aún a costa de hacer lo que no queremos. El film dirige perfectamente a los personajes a través de la sorpresa, la aceptación y el no saber qué hacer. ¿Cómo se supone que hay que reaccionar cuando a uno le detectan algo horrible? ¿Cómo deben actuar los demás? ¿Es un diagnóstico de cáncer el principio del fin? ¿Acaso estamos el resto fuera de peligro? ¿De otras enfermedades? ¿De los accidentes? Además de las contingencias habituales, Adam -el protagonista- así como todos los pacientes de cáncer tienen algo que los demás no: la necesidad de salvaguardar su existencia de forma activa, ponerse a cubierto y pelear contra el gran dragón. Las posibilidades de vencerlo para el joven son de 50 entre 100. Otros amigos compañeros de quimioterapia, de mayor edad, también se sitúan frente a los porcentajes, cada cual resolviendo su situación con diferente suerte. Empatizar con Adam fue lo más fácil del mundo. Comprender a Kyle, su mejor amigo, y a Diane, su madre, también. Adentrarse en la evolución lógica de la cotidianidad del joven e involucrarse con él: simplemente inevitable. Sin mucho drama, incluso con un poco de ingenuidad, fue un placer ver esta película.
Diversas opiniones hay sobre esta última entrega de la trilogía Batman de Christopher Nolan. Por un lado hay quien ha salido encantado del cine, y por otro quien dice que es una película de acción más sin ningún recurso digno de mención. En mi opinión, y con toda sinceridad, estoy a favor de los primeros. Me ha encantado pero, he de admitir, ha sido sobre todo por la continuación de la historia. Me ha encantado ver a un Bruce Wayne después de ocho años de la pérdida de su gran amor. Me ha gustado contemplar cómo él, Alfred, Gordon, Fox, todos han envejecido y progresado, tal y como lo hacen las personas reales. Y creo que este es el mayor logro del film. El pasado viernes (en el estreno en España -por supuesto mi querido Ángel no hubiera aceptado verla un solo minuto después-) me encontré empatizando con todos los caracteres que ya conocía. Sintiendo el desánimo del héroe, los miedos de su mayordomo y guía, la integridad incorruptible del comisario. Fue emotivo y muy gratificante, y eso más que nada hizo que no despegase los ojos de la pantalla en las casi tres horas que dura la película. Por supuesto, junto con los viejos tenemos nuevos caracteres. Gente joven y no tan joven, cada cual desempeñando su papel con perfección. Me llamó la atención especialmente lo completa y madura que encontré a Anne Hathaway (tampoco es que tenga muchas referencias de ella en otros films, pero me la esperaba más intentando lucirse que centrada en su papel), y quizá porque me esperaba poco de ella fue la que más me sorprendió. También tengo que mencionar (porque no hacerlo sería un crimen) la espectacular y terrorífica presencia de Tom Hardy, del cual diría que es el mejor en el film si no fuera porque el resto y, sobre todo, el cuarteto original (Bale-Oldman-Freeman-Caine) son excepcionales desde cualquier ángulo que se los mire. Pero basta ya de hablar de personajes y actuaciones (en una producción así suelen abundar las buenas interpretaciones). ¿Qué hay, por ejemplo, de la historia? ¿Qué nos cuenta? En este sentido, debo decir muy a mi pesar que, pese a haberse ganado el director toda mi atención hacia cada uno de los movimientos de los principales, la historia en sí no tiene mucho que rascar. Hay momentos emotivos, es verdad, y escenas fabulosas, de miedo y de superación. Están, cómo no, los obligados momentos de desolación, ese punto de incertidumbre ante el precipicio que ya nos colocó Christopher Nolan en la segunda parte (por ejemplo con el dilema de los ferrys en mitad del río). Aún así, a esta tercera entrega le falta (aunque no del todo) ese puntito de bifurcación moral, más patente en The Dark Knight, que podría haber hecho que esta película ascendiera, nunca mejor dicho, de ser una buena película a convertirse en una verdadera leyenda. Para finalizar diré -y ya sé que la perfección es imposible- que no habría estado de más haberse estrujado un poquito más los sesos por concluir el film con una secuencia de acontecimientos más original y pausada (que no relajada). Tiene además, como casi todas las películas de acción, ciertas concesiones propias de este género que le recuerdan a uno al verlas que está ante una obra de ficción. Muy pocas cintas de este tipo están hechas con rigor, pero en mi caso particular agradezco cuando lo que estoy viendo está lo suficientemente bien documentado como para que suene real. Concesiones y errores típicos aparte, es una digna sucesora y cierre final del mundo Batman creado por Nolan, y con la que, como dijo algún crítico: que Dios se apiade de aquél que quiera hacer un reboot. Lee lo que él dice de este film!
Una opinión muy subjetiva No sé qué me pasa últimamente que nada, o casi nada, me entusiasma. Reconozco que hay trabajos bien hechos. Reconozco la profesionalidad y, cómo no, que en realidad no entiendo de cine; pero no hay manera de que una película o serie me conmuevan de veras. La crítica dice que <b>Profesor Lazhar</b> es un buen film, y yo no tengo ningún derecho a quitarles la razón. Ha recibido varios premios y, de entrada, es la típica película que con gusto voy a ver. Intimista, reconocida, de ritmo lento. Supongo que me esperaba algo más profundo, más intenso, pero lo cierto es que no llegó a interesarme la historia en ningún momento. La película se desarrolla casi íntegramente en un colegio. Más concretamente, en una clase de niños de 10-12 años. El punto de partida es el suicidio de una profesora en el aula, y el descubrimiento del cadáver por parte de uno de sus alumnos. Le siguen el drama que deja en todos (profesores, padres y sobre todo niños) y la llegada de su sustituto: el profesor Lazhar. Dicho todo esto, lo primero que uno imagina antes de entrar en la sala es que se va a encontrar con la típica historia del profesor que, enfrentándose al reto de sacar adelante a unos niños marcados por el trágico suceso, consigue con esfuerzos e implicación personal llevar a buen fin este propósito. Y quizá, en cierto modo, esta película lo sea. El problema está en que no lo deja entrever demasiado. No es difícil imaginarse la situación de los pequeños, sumidos en el desconcierto de las decisiones adultas (el suicidio) y habitando cada día la misma sala donde su profesora había decidido poner fin a su vida. No es difícil imaginárselo, digo, una vez que uno reflexiona por su cuenta lejos de la pantalla, porque lo que es dentro, ni esto ni ningún otro acontecimiento parece importar demasiado. No digo que el guión deba recrearse en los aspectos morbosos o sentimentales, pero cuando uno huye de ellos y sólo enseña lo superficial es difícil llegar al espectador. Insisto: quizá sólo sea una percepción personal. Tampoco ahonda demasiado en la historia personal del profesor (otro drama que observamos sólo por encima y que quizá le habría dado más peso al film). Pareciera sin embargo que el director quisiera evitar a toda costa cualquier escena que lleve a la empatía con los personajes. Lo cual no me parece mal, siempre que se le conceda a cada uno el tiempo suficiente para explicarse a sí mismo a través de sus acciones, de sus gestos, de sus conversaciones con otros personajes. Pero esto, a mi entender, también se queda escaso. El resultado: una cinta sencilla, una historia sencilla, que pese a tener gran potencial se hace pesada y aburrida. Destacaré, eso sí, el ambiente de auténtica escuela retratado en la película. Los detalles de los juegos infantiles, de la fila para entrar en clase, de las visiones parciales de adultos y niños. Aunque, claro está, para ver documentales (o pseudo-documentales) uno se apunta al Discovery Channel o a Documanía, que viene a ser lo mismo. Es decir, digo yo.