Luisa (Sofía Gala Castiglione) trabaja en una fábrica con su novio (el propio director y guionista, Mariano González) y también cuidando Felipe, al hijo menor de una familia de clase media alta. Por un descuido, en principio de ella que se queda afuera del departamento donde está el niño solo, y luego de su novio que viene a traerle la llave de repuesto y se le cae una sustancia de la billetera, Felipe sufre una intoxicación grave por drogas. Luisa tiene que llevar al chico al hospital de urgencia y este queda allí por varios días. A raíz del incidente los padres de Felipe cortan todo contacto con Luisa quien no solo queda ante la angustia acerca de las posibles consecuencias sino en completo desconocimiento sobre la suerte del niño. Con una premisa argumental que parece una anécdota menor (que lo es solo en apariencia) Mariano González, en su segundo largometraje, construye un relato de progresiva y sostenida tensión. Una pequeña distracción desencadena una serie de consecuencias imprevisibles y el episodio que podría haber sido intrascendente deriva en una situación que a Luisa la pone ante una sensación de abismo luchando para no derrumbarse. Gran parte de esa tensión está sostenida en la incertidumbre, en lo que queda fuera de campo pero tiene un peso determinante, es sobre todo ese no saber lo que a la protagonista no la deja en paz. Son varios los frentes con los que Sofía debe vérselas. En principio dos instancias que reaccionan de manera totalmente diferente. Por un lado los padres del chico, que actúan primero con hostilidad y luego con total hermetismo, con una negativa cerrada a comunicarse. Por otro lado la pasividad, que por momentos parece indiferencia, de su novio, quien lejos de sentirse nervioso o siquiera interpelado transita la misma situación con una actitud impasible como si nada hubiera sucedido. Y en el medio Sofía debe lidiar internamente no solo con su angustia y el miedo a las consecuencias legales, sino en gran medida con la culpa. Felipe es no solo un chico al que cuidaba por trabajo sino uno con el que había construido una relación afectiva y ella se siente en falta con él. El cuidado de los otros es también un film sobre la responsabilidad, sobre hacerse cargo de los propios actos, aun si no son completamente voluntarios, y esto se puede ver en las reacciones tan disímiles entre Luisa y su novio. Sofía Gala Castiglione hace tiempo dejó de ser una revelación para convertirse en una de las actrices más destacadas de su generación. Es notable lo que logra manejando todo ese bagaje de emociones contenidas, miedo, angustia, rabia, culpa, tratando de no desbordarse y manejar la situación de la mejor manera posible, mostrando al mismo tiempo vulnerabilidad y entereza. Y es también interesante la forma en que Mariano González compone al novio de Sofía, con su silencio y su supuesta indiferencia, dejando entrever algo pero revelando muy poco, como un personaje que es más bien un enigma. Como realizador, González arma una puesta austera pero ágil y nerviosa. Quizás con una posible influencia del cine de los Dardenne, la cámara se le pega a su protagonista y la sigue de cerca en planos cortos y constante movimiento transmitiendo una tangible sensación de urgencia. En apenas 68 minutos El cuidado de los otros se constituye en una experiencia alejada del exceso y a la vez intensa, un relato minimalista que pasa con naturalidad de una banal cotidianeidad a la más inesperada pesadilla. EL CUIDADO DE LOS OTROS El cuidado de los otros. Argentina. 2019. Dirección: Mariano González. Reparto: Sofia Gala Castiglione, Edgardo Castro, Laura Paredes, Mariano González, Jeremías Antún, Jorge Prado. Guión: Mariano González. Fotografía: Manuel Rebella. Montaje: Delfina Castagnino. Dirección de arte: Marina Raggio. Diseño de sonido: Emiliano Biaiñ, Marcos Zoppi. Producción ejecutiva: Ignacio Sarchi, Francisco Larralde. Jefe de producción: Martín Feldman. Distribuye: Cine Tren. Duración: 68 minutos.
A Rodrigo (Nico Riera) le gusta seducir. Está además muy seguro de sí mismo y se desenvuelve en ese juego con eficacia, armado de estrategias estudiadas que le salen con naturalidad. Pero no tiene un plan para más adelante o más bien su plan es que no haya un más adelante. Las conquistas de Rodrigo no duran más de una noche, y a la mañana siguiente lo único que le interesa es deshacerse de la chica seducida con quien no le interesa compartir ni el desayuno. Después de sacarlas de la cama con un ritual un poco irritante, las ahuyenta (más o menos) elegantemente, con estrategias también estudiadas, y con la idea de no volver a verlas. Modus operandi que repite de manera invariable, convencido de que el amor no existe y que lo único que importa es pasar a la siguiente conquista. Un personaje así es cantado que está esperando recibir tarde o temprano su merecido en forma de probar su propia medicina. Y esa medicina difícil de tragar le llega a través de Sol (Inés Palombo), casi un alma gemela de nuestro protagonista, con la misma visión acerca del amor e idéntico modus operandi. Rodrigo comete el peor de los errores: enamorarse, y a partir de ahí todas sus estrategias y por ende toda su construcción de vida se le viene abajo. Como si fuera víctima de un hechizo o una maldición, que es en realidad el cuestionamiento de sus certezas, empieza a fracasar en todo aquello en lo que antes triunfaba y sus estrategias de seducción fallan al punto del patetismo y el ridículo. El camino de nuestro ¿héroe? es uno de caída y posible redención. Rodrigo se convierte en un perdedor y por eso también en alguien vulnerable y por ende humano. La idea desplegada es conocida, tocar fondo para salir mejor. Y también para que los espectadores lo queramos un poco, porque es un personaje en principio bastante odioso, a quien sus compañeros de trabajo lo bautizan como el “garca”. Es así que la tarea de hacerlo empatizable va a necesitar algún refuerzo al de la simple cadena de humillaciones. Y esto viene por otro recurso conocido, el de explicar su carácter soberbio y comportamiento indiferente en un pasado fracaso amoroso, una relación que le pegó tan fuerte que lo dejó marcado y sin ganas de más. Por supuesto Te pido un taxi, primer largometraje de Martín Armoya, es una comedia y todo este camino tortuoso se muestra a través del tamiz del humor, donde el recurso habitual es el de colocar al protagonista en situaciones incómodas y/o ridículas, por lo general provocadas por él mismo, acompañado de un elenco de secundarios perfilados de manera bien precisa. Se trata de una comedia romántica de formato tradicional y casi de manual, que no inventa nada pero es liviana y amable. Una comedia que apuesta antes que por la risa violenta a la sonrisa cómplice y unas cuantas consigue. Mientras, sus personajes se hacen preguntas acerca del amor, aquellas de las que obviamente nadie tiene respuesta. TE PIDO UN TAXI Te pido un taxi. Argentina. 2019 Dirección: Martín Armoya. Elenco: Nico Riera, Inés Palombo, Agustín Sierra, Bárbara Vélez. Julián Larquier, Cande Molfese, Julieta Cayetina, Marcelo Sein, Ana Celentano. Guión: Andrés Alvarado, Federico Viescas. Fotografía: Mariano Suárez. Música: Pablo Salas. Montaje: Santiago Martí. Dirección de Arte: Catalina Oliva. Distribuye: 3C Films Group. Duración: 80 minutos.
Al principio de El hombre del futuro, hay un viaje, o más bien dos viajes que finalmente confluyen en uno. El de Michelsen (José Soza), un viejo camionero que entre sus colegas tiene status de leyenda y que a esa altura de su vida está solo y enfermo, y el de Elena (Antonia Giesen), su hija, una joven aspirante a boxeadora que está tratando de encontrar su lugar en el mundo. Michelsen es jubilado a la fuerza y enviado en un último viaje a Villa O’Higgins, última parada para los camioneros, considerada entre estos como el fin del mundo, lo cual le agrega al viaje cierto carácter final. Elena es enviada a una pelea de exhibición en otro pueblo del sur de Chile, viaja sola haciendo dedo para llegar a su destino. Hace años que padre e hija no se ven y aunque ambos han mantenido en secreto el anhelo de reencontrarse, no se atrevieron a hacerlo hasta ahora. En este primer viaje Michelsen levanta en la ruta a Maxi (María Alché) una autoestopista argentina. A Elena la acerca Alamiro (Roberto Farías), otro camionero, que conoce a Michelsen y reconoce aquí a su hija. Ambos compañeros de ruta, cada uno por su lado, tratan de sacarle algo de su historia a los bastante parcos Michelsen y Elena, y ambos personajes funcionan en parte como reflejo de aquellos a quienes sin admitirlo los protagonistas están buscando, como ensayos de ese otro encuentro. Padre e hija viajan en paralelo pero en esas rutas y esos pueblos del sur puede estar la posibilidad de que esas paralelas se toquen, que ambos se encuentren y arreglen algunas cuantas cosas que tienen pendientes. El primer largo de ficción del chileno Felipe Ríos Fuentes es una suerte de Road Movie crepuscular (otro ejemplo que viene a la mente es el de Una historia sencilla de David Lynch, que también tenía como meta un reencuentro, en aquel caso entre hermanos). Para Michelsen es su último viaje que se transforma a su vez en la posibilidad de otro cierre, de enfrentarse a los errores de su pasado y lograr ese encuentro con su hija siempre pospuesto y también temido. Para Elena es también una despedida porque se va del pueblo y, luego de la pelea, también del país ya que planea cruzar hacia Argentina. Por lo tanto el viaje para ella es la posibilidad de un cierre, de un encuentro, pero también de empezar de nuevo. De algún modo ambos necesitarán de esa circunstancia particular para poner las cosas a mano y, sobre todo en el caso de ella, para seguir adelante. José Soza y Antonia Giesen le ponen el cuerpo a ambos protagonistas. Sus personajes son parcos, desconfiados, no quieren mostrar sus sentimientos y mucho menos sus vulnerabilidades. Se les nota que están golpeados, que han sufrido y no quieren reavivar sus heridas. Personajes solitarios, acostumbrados arreglárselas por su cuenta sin pedir ayuda y que incluso se les hace difícil aceptarla cuando alguien se las ofrece. Ambos actores logran la tarea de reflejar todo esto en una actuación contenida que esconde y a la vez deja entrever sus emociones, hablando poco y expresando mucho con sus rostros. La muy bella fotografía de Eduardo Bunster aprovecha la expresividad de estos rostros y también la del paisaje del sur de Chile, un paisaje frío, húmedo y neblinoso que sirve como contexto ideal a esta historia de encuentros y desencuentros. Se trata de una película que es como sus personajes: sobria, seca, austera, pero que con sutileza puede, a la vez, ser profundamente emotiva. EL HOMBRE DEL FUTURO El hombre del futuro. Chile, Argentina. 2019 Dirección: Felipe Ríos Fuentes. Elenco: José Soza, Antonia Giesen, María Alché, Roberto Farías. Guión: Felipe Ríos Fuentes, Alejandro Fadel. Fotografía: Eduardo Bunster. Montaje: Nicolás Goldbart, Valeria Hernandez. Dirección de Arte: Amparo Baeza. Director de sonido: Catriel Vildosola. Música original: Alejandro Kauderer. Producción: Giancarlo Nasi. Co-producción: Agustina Llambi Campbell, Fernando Brom. Producción ejecutiva: Giancarlo Nasi, Fernando Brom, Agustina Llambi Campbell, Catalina Vergara, Fernando Bascuñán, Pablo Sanhueza. Distribuye: Compañía de Cine. Duración: 96 minutos. Salas: Lepoldo Lugones del Teatro San Martín, Cine Select de La Plata, Showcase Norte, Showcase Córdoba, Cine Universidad de Mendoza y Sala Orestes Caviglia de Tucumán.
“El valor de una mujer”, de Marco Tullio Giordana Por Ricardo Ottone Nina (Cristiana Capotondi) se muda junto a su hija a un pequeño pueblo de Italia para trabajar en una prestigiosa y lujosa clínica para ancianos. La institución está regida en parte por la iglesia y el sacerdote que le toma la entrevista de admisión no ve con buenos ojos el estatus de madre soltera de Nina y hasta le recomienda/ordena que no se pinte las uñas. De todos modos la contratan para tareas de limpieza y atención a los internos. El empleo es bien pago y le da a Nina una vivienda, estabilidad económica y la posibilidad de mantener a su hija con cierta tranquilidad. Pero los buenos tiempos duran poco y una noche es citada a su despacho por el director de la Clínica, quien intenta forzarla a tener sexo. Nina logra escapar y al tiempo descubre que su caso no es el único en la prestigiosa institución. Al principio duda pero finalmente decide denunciar el incidente asesorada legalmente por el sindicato. Este camino no va a ser fácil y le va traer una gran cantidad de problemas y hostigamiento tanto de la institución como por parte de algunas de sus compañeras. Pero Nina está resuelta a llevar su decisión hasta el final y, aun con unos cuantos factores en contra, llevar al abusador a juicio. Con una evidente pretensión de alegato, bastante solemnidad y una puesta formal clásica. El film de Marco Tullio Giordana elige para validarse un tema trascendente y de actualidad, en este caso el del acoso sexual en el trabajo. El film, que arranca como drama de denuncia, deriva en thriller judicial, con abogados, expedientes, búsqueda de pruebas y testigos, alegatos, interrogatorios y la tensión propia del recinto forense. Cuando se maneja en los parámetros de este género es donde el film más hace agua, con agujeros de guión, elementos que se plantean y luego no se desarrollan y otros que aparecen sin anunciarse o se resuelven sin mayores explicaciones. Lo más rescatable es la actuación de su protagonista, Cristiana Capotondi, que se escapa de la linealidad en la que caen los otros personajes. Y también la posibilidad de incluir, en un relato que en sí es bastante simplista y superficial, algunos elementos que lo complejizan: La falta de solidaridad y, más aún, de sororidad por parte de sus compañeras, varias de las cuales también fueron víctimas; la hipocresía de una institución montada en la defensa de una supuesta moralidad pero que sostiene y apaña a un abusador sistemático en un pacto de silencio, el hostigamiento cotidiano sobre aquellas que se atreven a denunciar, y el tema que está en la base de problema que son las relaciones de poder y el abuso establecido y naturalizado por parte de quienes están encima en la pirámide. Como film de denuncia no le escapa al trazo grueso y el didactismo que se expresa sobre todo en los diálogos explicativos y/o declamativos. A veces poco verosímil, a veces previsible, se presiente en el mismo una vocación de manifiesto, de pensarse como parte de una corriente, en este caso el movimiento #MeToo, de la que toma prestada cierta legitimidad y una relevancia que de otro modo no tendría. El planteo del tema en sí puede ser valioso para tomar conciencia de una situación, y a algunos quizás eso les baste, convencidos de que el tema ya justifica la obra y la disculpa de cualquier torpeza, cualquier subrayado. EL VALOR DE UNA MUJER Nome di donna. Italia, 2018. Dirección: Marco Tullio Giordana. Reparto: Cristiana Capotondi, Valerio Binasco,Stefano Scandaletti, Michela Cescon, Bebo Storti, Adriana Asti, Michele Riondino,Laura Marinoni. Guión: Marco Tullio Giordana, Cristiana Mainardi. Fotografía: Vincenzo Carpineta. Música: Hani Adel. Montaje: Claudio Misantoni. Producción: Lionello Cerri, Hengameh Panahi. Distribuye: Ifa Cinema. Duración: 90 minutos.
“Los Knacks: Déjame en el pasado”, de Mariano y Gabriel Nesci. Por Ricardo Ottone La historia de Los Knacks en los 60 es breve y muy similar a otras historias de bandas que prometían y se quedaron en el camino. Fueron una de las primeras bandas de música beat en Argentina, influenciados por la British Invasion con los Beatles y los Kinks como referentes, fueron contemporáneos de los Shakers y los Mockers de Uruguay, con quienes compartían el hecho de cantar en inglés, y apenas anteriores a los Gatos, con quienes de todos modos llegaron a compartir cartel. Tuvieron un éxito considerable, rotación en radio, simples vendedores y recitales llenos, pero se separaron antes de editar un primer disco ya grabado cuando los acorraló la prohibición de la dictadura de Onganía de grabar en inglés y el auge del rock en castellano. Si se hubiera concentrado solo en esto, el documental duraba menos de media hora y no se hubiese diferenciado de otras tantas historias de artistas pioneros que no obtuvieron el reconocimiento de otros que vinieron después, como el redescubrimiento de la joya oculta u olvidada reivindicada tardíamente. Pero por suerte la historia de los Knacks tiene secuelas, y más de una. Otras aristas que los realizadores Mariano y Gabriel Nesci supieron reconocer y aprovechar para que este cuento de perdedores que se niegan a resignarse se convierta en algo más complejo e interesante. Las múltiples, y a veces sorprendentes, vueltas del relato que incluyen además de su fugaz gloria, el descubrimiento inesperado en el nuevo milenio de un lugar de culto en varios puntos del exterior, luego el intento de montarse a ese pequeño auge para reiniciar la banda y los intentos muchas veces frustrantes de poner ese sueño nuevamente en marcha. El problema de los integrantes nuevamente reunidos, y una de las claves del documental, es la pretensión de querer arrancar esta nueva etapa como si la pudieran retomar desde el punto exacto donde la dejaron, como si no hubiesen pasado más de cuarenta años y sin llegar a tomar conciencia del cambio dramático entre la escena que dejaron y el contexto actual de la música, de la industria, del consumo y de los medios. Y esto los convierte muchas veces en víctimas de un espejismo, dando casi por sentada una masividad a todas luces inexistente e improbable a futuro. Todos los miembros son personajes por derecho propio, con sus propios rasgos, historias de vida y posturas personales fuertes. Y todos ellos tienen sus luces y sombras. A veces son queribles, a veces despiertan ternura o solidaridad, y a veces dan ganas de darles un sopapo para que se despabilen. Hay momento de humor, de empatía, de tristeza, y también de incomodidad generada mayormente por las ínfulas que a veces demuestran. Los realizadores les dan la palabra y los muestran en todas sus variantes, aun las más problemáticas, pero no se ríen de ellos ni los exponen a la burla. Los muestran en su complejidad humana. Y si por momentos surge la risa, porque el humor está muy presente, se nota también el cariño y la empatía que hay con estos personajes. Uno no deja de entender las ansias, las ilusiones y el comprensible deseo de reivindicación después de años de silencio y frustración. Como una suerte de revancha de la vida que ellos consideran merecida y que tanto realizadores como espectador también desean o comparten. Hay un trabajo exhaustivo sobre el archivo, el de los 60 mayormente desconocido e inédito, que es todo un descubrimiento aún cuando no sobrevivieron filmaciones de la época, y también del archivo más actual (programas de TV o de radio) que es de lo más variopinto. Los realizadores siguieron a la banda por varios años (más de un lustro) y los acompañaron en varias circunstancias, algunas dramáticas, algunas conmovedoras, algunas desopilantes. Los Knacks… recuerda por momentos a otro rockumental como Anvil: The Story of Anvil (2008) en la forma en que muestra a un grupo que pelea en situaciones adversas que a muchas harían bajar los brazos con tal de seguir haciendo lo que aman, y siempre poniéndose de su lado. Porque ese es finalmente el mensaje final del film: que a estos viejos pioneros, poseedores de un empuje increíble, a veces un poco desconcertantes pero también queribles, aquello que los mantiene en movimiento, más allá del éxito, más allá del reconocimiento, y que le da sentido a sus vidas, es simplemente seguir juntos haciendo música. LOS KNACKS: DÉJAME EN EL PASADO Los Knacks: Déjame en el pasado. Argentina. 2018. Dirección y Guión: Mariano Nesci, Gabriel Nesci. Reparto: Armando Aschenazi Morón, Carlos A. Castellani, Oscar Paz, Vicent Bullota, Eduardo Mykytow, Hernán Paz, Fernando Pioli, Jorge Fernández. Fotografía: Sol Lopatín, Diego Poleri. Montaje: Alberto Ponce, Mariano Nesci. Música: Armando Aschenazi Morón, Carlos A. Castellani, Oscar Paz. Gabriel Nesci, Juan Pablo Adamo. Dirección de Sonido: Flávio Nogueira. Producción: Gabriel Nesci. Producción Ejecutiva: Miranda de Sá Souza. Distribuye: Primer Plano. Duración: 108 minutos.
“El rocío”, de Emiliano Grieco Por Ricardo Ottone Las primeras imágenes de El rocío son bucólicas, de una belleza engañosa. La naturaleza, los cultivos, el sol, la presunta placidez. Los trabajadores rociando el campo con trajes protectores ya da una pauta para sospechar. El rocío que vemos goteando en las hojas o flotando en el aire no es el de la naturaleza y el agua cristalina sino el venenoso de los agroquímicos. Y al ver chicos jugando por ahí ya empieza a encender la alarma. Sara (Daiana Provenzano) vive en una localidad de Entre Ríos junto a un campo periódicamente fumigado y, cuando su hija Olivia empieza a tener problemas de salud a causa de los pesticidas, se encuentra ante la necesidad de viajar a Buenos Aires para poder realizarle a la niña estudios más específicos. Para poder costearse el viaje se pone en contacto con un ex-compañero de su marido ahora preso y acepta el encargo de traer una cantidad de cocaína a la ciudad. Hay en El rocío dos tramas principales que parece que van juntas pero no tanto. Por un lado aquella que tiene que ver con el envenenamiento de Olivia, la desesperación de Sara y el descubrimiento de otros casos en la zona a través de un médico del hospital local (Tomás Fonzi) que quiere juntar pruebas de la exposición de los pobladores a los agrotóxicos (aquello que Pino Solanas denunciaba en su documental justamente titulado Viaje a los pueblos fumigados). A partir de ahí, las amenazas, el abuso de poder, la falta de interés por la salud y la vida de la gente más humilde, la corrupción de las autoridades tanto policiales como sanitarias para acallar las denuncias. Un cuadro de situación que termina expresándose en salidas individuales y en un sálvese quien pueda. Por otro lado, la línea que va por el lado del thriller policial, con su cuota de sordidez, drogas, violencia, personajes marginales peligrosos e imprevisibles. El problema es que estas dos líneas están unidas de manera bastante arbitraria. Quizás como forma de mostrar las falta de salidas de la protagonista que la obliga a meterse en esta situación delictiva y peligrosa, pero lo que sucede es que a medida que avanza el relato se abandona a la cuestión policial perdiendo el eje de lo que se denunciaba en un principio, sin decidirse qué película quiere ser. El film de Grieco está filmado con cierto preciosismo visual, con cuidados encuadres y movimientos de cámara y también una bella fotografía por parte de Alejandro Baltasar Torcasso. Pero también es un film que en varios momentos abusa de la cámara lenta y el subrayado musical para crear climas. Hay también momentos de belleza en pasajes más contemplativos donde a veces se detiene en un paisaje o en un momento familiar. Un virtuosismo formal que no está del todo acompañado por una trama, o más bien dos, la de denuncia y la policial, que repite gran parte de los tópicos habituales a ambos tipos de cine. EL ROCÍO El Rocío. Argentina. 2018: Dirección: Emiliano Grieco. Intérpretes: Daiana Provenzano, Tomás Fonzi, Olivia Olmedo, Eva Bianco, Lorena Vega. Guión: Bárbara Sarasola Day, Emiliano Grieco. Fotografía: Alejandro Baltasar Torcasso. Música: Juan Nanio. Edición: Leandro Aste, Emiliano Grieco. Dirección de Arte: Ángeles Frinchaboy. Dirección de Sonido: Nahuel Palenque. Producción: Daniel Werner. Distribución: Compañía de cine. Duración: 78 minutos.
¿Yo te gusto?, de Edgardo González Amer Por Ricardo Ottone Si hay un tema recurrente en la filmografía previa de Edgardo González Amer, que cuenta con los largometrajes El infinito sin estrellas (2007), Familia para armar (2010) y Tuya (2015), ese tema es la familia, y en particular las dificultades y adversidades que esta familia enfrenta para estar unida y sobrevivir como tal. Dificultades que pueden venir desde un entorno hostil o desde su propia dinámica. Y esto en el marco de diferentes géneros, el drama, la comedia o el thriller. La familia es también un tema primordial en ¿Yo te gusto?, su cuarto largometraje, esta vez desde un marco que se mueve entre el cine policial y el drama social. Esta familia está compuesta por Joaco (Daniel Loisi), un padre que salió de prisión y ahora trata de mantenerse limpio trabajando como colectivero, Mary (Leticia Bredice), una madre que maneja un bar y prepara comidas para vender, y sus dos hijos adolescentes Nati (Martina Krasinsky) y Sebas (Sebastián Chávez), que colaboran con el reparto del bar pero también se juntan con una banda del barrio que se dedica a cometer asaltos para el Yuca (Daniel Araoz), dueño de un desarmadero y mafioso local. La familia sobrevive como puede mientras la aquejan dificultades varias, la relación de pareja entre Joaco y Mary parece haberse enfriado y esta se enfrenta a los continuos intentos de seducción de Nacho (Marco Antonio Caponi), un carpintero del barrio que la visita en el bar. Por otro lado una deuda impagable los tiene bajo constante amenaza. Nati, que es la verdadera protagonista del film, es una joven de personalidad provocadora que tiene una muy buena relación con su padre y choca constantemente con su madre, sobre todo cuando empieza a advertir lo que pasa entre ella y Nacho. Naty es además bastante irreflexiva e irritable (e irritante) y va constantemente al choque, por lo que su carácter la mete constantemente en problemas. Juega con el peligro y trata de mostrarse fuerte en parte para ocultar su angustia e inseguridad. Los dos hermanos se involucran en las actividades delictivas manejadas por el Yuca, y Nati, sin medir con quien se está enfrentando, va a terminar metiéndose en problemas serios. ¿Yo te gusto? juega con recursos del cine policial, del western y también de las “películas de venganza”, subgénero del cual podemos recordar antecedentes como Ángel de venganza (1981) de Abel Ferrara, y que llega a nuestros días como en la reciente Revenge (2017) de Coralie Farjeat. Participa también de la corriente de películas que retratan la marginalidad y la delincuencia de cineastas como Caetano, Trapero o Campusano. En ese marco, sin embargo, su planteo se acerca sobre todo al de una Tragedia, incluso en el sentido más griego del término, llevado en este caso al entorno de los monoblocks del barrio Piedrabuena en Villa Lugano. Hay algo del destino fatal e inexorable al que la protagonista trata de rebelarse pero al que a la vez se dirige prácticamente en línea recta. Un destino fatal al que está en parte determinada por el entorno hostil y agobiante del que quiere escapar y en parte por su propio carácter que la arrincona cada vez más. Por otro lado a pesar de que Naty es un bardo, es impulsiva y toma pésimas decisiones, es también cierto que, como buena heroína trágica, trata con las escasas armas de que dispone de hacer lo que ella cree que es correcto, que es ayudar a su familia, tratar de influir en su madre para que no engaña a su padre, y se involucra en los actos delictivos del Yuca, no solo como acto de autoafirmación sino principalmente para ayudar a pagar la deuda que tiene a su familia contra la pared. Una historia así es todo lo previsible que puede esperarse dadas las circunstancias y el hecho de que el espectador sepa lo que se viene, no disminuye la tensión ni la angustia. Las historias de jóvenes marginales suelen estar contadas por realizadores más cercanos generacionalmente a los personajes que retratan. Gonzalez Amer sin embargo, un director más grande, trata de acercarse sin prejuicios a estos jóvenes que además viven en un entorno particular de muchas carencias (materiales, afectivas) tratando de entenderlos, mostrarlos en su entorno cotidiano, en este caso poblado de monoblocks, familias quebradas, transas, violencia física y psicológica y una banda sonora de hip hop, y contar sus historias de manera empática (aun si a veces no son muy empatizables), sin una mirada condescendiente, y a la vez sin juzgarlos. ¿YO TE GUSTO? ¿Yo te gusto? Argentina. 2019. Dirección: Edgardo González Amer. Intérpretes: Martina Krasinsky, Daniel Aráoz, Leticia Brédice, Marco Antonio Caponi, Sebastián Chávez, Daniel Loisi. Guión: Edgardo González Amer. Fotografía: Sebastián Gallo. Música: Mariano Barrella. Montaje: Anabela Lattanzio. Dirección de Arte: Jimena Soldo. Dirección de Sonido: Maxi Gorriti. Dirección de Producción: Andrea Braga. Jefe de Producción:: Santiago Guzmán. Producción Ejecutiva: Daniel Pensa, Miguel Angel Rocca. Distribuye: Primer Plano Film Group. Duración: 78 minutos
“Rosita”, de Verónica Chen Por Ricardo Ottone Lola (Sofía Brito) vive con sus tres hijos en la casa de su padre, Omar, (Marcos Montes) con quien tiene una relación conflictiva y tirante. Su madre está internada por una enfermedad crónica y desgastante y Sofía aceptó el ofrecimiento de vivir con su padre más por necesidad que por convencimiento. Una tarde, luego de volver de la casa de su novio, Sofía se encuentra con que sus dos hijos están solos y su padre se ausentó con Rosita, su hija menor. Pasan las horas y no aparecen, Sofía no puede comunicarse con Omar y empieza a hacer suposiciones cada vez más inquietantes, sobre todo cuando en parte sabe y en parte averigua acerca de aspectos turbios en el pasado de su padre, y también algunos episodios extraños del presente. Cuando ambos aparezcan al día siguiente con una explicación más bien prosaica el conflicto está servido. Así planteadas las cosas, de lo aparentemente se trata es de saber qué es lo que paso con Rosita y su abuelo, qué pasó en ese lapso donde ambos estuvieron desaparecidos. Y si bien esto se va a saber eventualmente, a medida que el relato avanza vamos advirtiendo que lo que pasó con Rosita es más bien una excusa. Para Lola la excusa para increpar a su padre a través de este reclamo actual con un montón de cosas que se remontan mucho más atrás. Para Verónica Chen, guionista y realizadora, la excusa para plantear la relación padre hija con todas sus complejidades. Eso que en un principio parece encarar para una película de denuncia o un thriller de suspenso se va revelando como un drama familiar con todas las letras, por más que esté filmado de manera sobria, sin subrayado musical y tomas largas con varias escenas planteadas como planos secuencia. Y aunque formalmente Chen evite a la estridencia, no faltan las discusiones ásperas, las palabras hirientes y los pases de factura revoleados a los gritos. Nos encontramos con una familia quebrada, con una madre enferma, tres hijos chicos de tres padres diferentes todos ausentes y una relación padre hija frágil, tensa, siempre a punto a punto de estallar y que de hecho con frecuencia estalla. Una relación cargada de resentimiento y reproche por un lado y de furia contenida y culpa por el otro. Verónica Chen, en su cuarto largo de ficción, hace un ejercicio narrativo que es el de contar los hechos primero desde la perspectiva de Lola. Solo sabemos lo que ella sabe y sufrimos lo que ella sufre. Y también podemos compartir su susceptibilidad y suponer lo ella supone. Pero después, y de a poco, se va incorporando la perspectiva de Omar y vamos descubriendo que las cosas que dábamos por sentadas no son tan claras y las certezas de Lola (como las del espectador al principio) se ponen en cuestión. De lo que este gran malentendido familiar da cuenta es de lo no dicho, de todo aquello que no está resuelto y se viene arrastrando. Padre e hija se pelean, se agreden verbalmente, se dicen cosas hirientes, se reprochan desde banalidades a faltas graves, se dicen de todo para no hablar de lo que realmente está pendiente entre ellos. Verónica Chen sigue a estos personajes, los muestra en su fragilidad y vulnerabilidad, dando cuenta de que todos tienen sus razones y a su vez todos tienen sus debilidades, sus fallas, sus miedos, sus vergüenzas, sus asuntos sin resolver. El asunto está en ver si serán capaces de dejar de lado el orgullo y acercarse realmente al otro con toda la dificultad que ello conlleva. ROSITA Rosita. Argentina. 2018 Dirección: Verónica Chen. Intérpretes: Sofía Brito, Marcos Montes, Dulce Wagner, Javier Drolas, Luciano Cáceres, Joaquín Rapallini Olivella, Felipe Drater, Verónica Hassan. Guión: Verónica Chen. Fotografía: Gustavo Biazzi. Música: Juan Sorrentino. Montaje: Delfina Castagnino. Dirección de Arte: Augusto Latorraca. Sonido: Santiago Fumagali. Producción: Verónica Chen, Sofía Castells, Antonio Pita. Distribuye: Cine Tren. Duración: 96 minutos
“Porno para principiantes”, de Carlos Ameglio Por Ricardo Ottone La Nueva Comedia Americana, con sus dosis de incorrección, absurdo y delicado equilibrio entre estupidez y sofisticación, viene influenciando a los autores locales en Io que pomposamente podríamos identificar con él -quizás espantoso- rótulo de Nueva Comedia Rioplatense. Y este atrevimiento conceptual viene a cuenta de que a ambos lados del charco tenemos exponentes interesantes. En Argentina probablemente el realizador que mejor representa esta tendencia es Ariel Winograd, cuyas películas poseen esa mezcla de incorrección, delirio y una buena dosis de cinefilia e interés en explorar los géneros. Y en rigor de verdad hay que reconocer que a su vez hay una comedia uruguaya con personalidad propia que en el nuevo milenio acumuló un puñado de obras entre las que podemos destacar 25 Watts, La perrera, Acné o Gigante. Películas que suelen combinar cierto laconismo, humor a cara de piedra y unos protagonistas perdedores. Un poco de todo esto es lo que podemos reconocer en Porno para principiantes, comedia uruguaya en coproducción con Argentina y Brasil, segundo largometraje de Carlos Ameglio, quien ya viene incursionando en la comedia desde su primera película, La cáscara, y en la serie Psiconautas. El protagónico está a cargo de Martín Piroyansky, nombre habitual de esta nueva comedia local, integrante de esa suerte de Frat Pack vernáculo junto a Daniel Hendler, Valeria Bertuccelli, Inés Efrón o Alan Sabbagh, entre otros. Piroyansky interpreta a Víctor, cineasta amateur con ínfulas de artista y un presente laboral modesto como cadete en el banco dirigido por su suegro. En los días que preceden a su boda con la hija de su jefe y casi resignado a la frustración de sus sueños, al punto de intentar vender su cámara para pagar una insignificante parte de la fiesta, recibe a través de Aníbal, su amigo videoclubista (Nicolás Furtado) la oferta de Boris, un empresario turbio (Daniel Aráoz), para filmar una porno protagonizada por Ashley Cummings, una pornstar internacional interpretada por la brasileña Carolina Mânica. Estamos en los 80, era no solo de los videoclubs sino también de las porno con argumento, y este encargo va a poner en jaque todas las ideas de Víctor no sólo en cuanto a su autopercepción como artista sino también a sus planes de casamiento ya que en medio del rodaje termina enamorándose de su estrella. La historia está contada desde un presente en la actualidad donde el protagonista ya mayor, convertido en sacerdote a cargo de una Iglesia de pueblo en Italia, relata sus días montevideanos de cineasta Triple X. Este relato se da en el confesionario con la curiosa e interesante inversión de que es el cura y confesor el que relata ese pasado de pecador a un visitante que se presenta como investigador de cine porno y que paulatinamente irá revelando otras intenciones. El film participa también de esa otra tendencia en boga que es el revival de los 80, que en su mayor parte nos lo viene a recordar el personaje de Aníbal con sus VHS, sus walkie talkies y su esperpéntico mullet, al que por algún motivo acá llamábamos corte cubano. Ameglio despliega una buena dosis de cinefilia que se expresa desde las citas a Wenders a la idea ridícula, pero coherente con el personaje de Víctor, de convertir el encargo en una versión porno de La novia de Frankenstein de James Whale. Esta cinefilia implica también la mezcla de géneros, o más bien el interés por parodiar sus reglas y convenciones (algo que comparte con el ya mencionado Winograd). Así tenemos un poco de comedia de enredos, algo de costumbrismo, personajes turbios del policial, una persecución final propia del cine de acción y toques de melodrama familiar En Porno para principiantes se manejan influencias varias y de la Nueva Comedia Americana tenemos la parte guarra, la ambientación en el mundo del porno, los múltiples chistes de sexo, la posibilidad de estar un rato hablando de la fotogenia o no de una pija. Pero a su vez hay una impronta dada por sus personajes protagónicos, Víctor y Aníbal, que podrán ser vanidoso y caprichoso el primero o desubicado y de pocas luces el segundo, pero ambos son esencialmente bienintencionados y bastante ingenuos, lo cual termina impregnando el resto del film, alejándolo de la canchereada o la sordidez que el tema podría hacer suponer y dándole un tono general más amable e inocente. PORNO PARA PRINCIPIANTES Porno para principiantes. Uruguay/Argentina/Brasil, 2018. Dirección: Carlos Ameglio. Intérpretes: Martín Piroyansky, Nicolás Furtado, Carolina Mânica, Nuria Fló, Daniel Aráoz, Roberto Suárez. Guión: Carlos Ameglio, Leonel D’Agostino, Bruno Cancio. Fotografía: Diego Rosenblatt. Música: Alexandre Kassin. Edición: Mariano Baez. Dirección de Arte: Constanza Giordano. Producción: Mariana Secco, Ignacio Rey. Jefatura de producción: Verónica Andrich. Coordinación de producción: Cecilia Mato. Distribuye: Primer Plano. Duración: 93 minutos.
“Pájaros de verano”, de Ciro Guerra y Cristina Gallego Por Ricardo Ottone Al enterarse que una película va a retratar los orígenes del narcotráfico en Colombia, uno a priori (y de puro prejuicioso) se puede imaginar un posible y previsible abordaje. Pero ese no viene a ser el caso de Pájaros de verano, donde Ciro Guerra y Cristina Gallego hacen una aproximación original al tema distanciándose de la habitual biografía demonizante/romantizante de narcos como Pablo Escobar (posiblemente uno de los personajes más ficcionalizados del cine reciente) y de la mirada entre condescendiente y atemorizada de Hollywood cuando pretende echar un vistazo a lo que sucede en su patio trasero. El film abarca un periodo comprendido entre fines de los 60 y principios de los 80 en la zona de La Guajira, al norte del país, territorio habitado y defendido por la comunidad originaria de los wayúu que viven bajo sus propias y estrictas reglas de convivencia e intercambio entre familias, así como del restringido contacto con aquellos que no pertenecen a la comunidad. En ese contexto, Rapayet, un joven que quiere conseguir el dinero necesario para reunir la dote que se le exige para casarse con Zaida, hija de una influyente familia, descubre que puede hacer un muy buen negocio proveyendo marihuana a unos curiosos hippies norteamericanos que trabajan para el Departamento de Estado y quieren fumar porro al mismo tiempo que distribuyen panfletos anticomunistas. El negocio es más lucrativo de lo que Rafayet y su socio esperaban al principio, empieza a crecer de manera exponencial y coloca a la familia de Rapayet y la de Zaida (ahora casados) en posición de liderazgo en el comercio y distribución de la droga en la zona. Esto con el correr del tiempo les provee prosperidad económica pero también va a traer la ruina a su familia y provocar un grave daño a su cultura. Planteada como saga familiar que la emparenta con otras familias como los Corleone, narrada en cuatro actos a lo largo de más de una década, postula en referencia al narcotráfico algo así como un mito de origen que va a dar lugar a una espiral descendiente de violencia, corrupción y destrucción que está anunciada ya desde el comienzo. Hay como en los anteriores films de Guerra una puesta en escena bella, elegante y precisa, que sobre todo en su primera mitad remite a cineastas como Glauber Rocha. Es fundamental la fuerza de la tradición y el papel de lo onírico y las escenas donde esto es más evidente son algunas de las visualmente más fascinantes. Se trata de la paulatina degradación de una familia y una cultura, una degradación en cuyo origen está, cuando no, la intervención del capitalismo. Algo que los realizadores hacen explícito cuando muestran a los socios brindando a la salud de este tras el éxito de su primer negocio. Paradójicamente todo se origina cuando el protagonista quiere acoplarse a la tradición (cumplir con la dote exigida) y así es como se da la convivencia ambivalente y contradictoria entre el cumplimiento de las leyes ancestrales de la comunidad y el ejercicio de la actividad que los enriquece, hasta que al final estas reglas se vacían de contenido y pasan a estar al mismo nivel con las del código mafioso. Ya en su anterior film, El abrazo de la serpiente (2015), Ciro Guerra había retratado las tensiones entre las culturas originarias de América y la civilización blanca occidental. Aquí hay nuevamente una mirada que es en algún punto etnográfica, que no apunta al exotismo, mostrando las costumbres y creencias del pueblo wayúu, con diálogos hablados mayoritariamente en su idioma, y a la vez respetando pero no idealizando, lo cual implica mostrar que también pueden corromperse y que no están inmunes a la codicia, la ambición, la violencia ni otras tantas miserias propiamente humanas. PÁJAROS DE VERANO Pájaros de verano. Colombia, 2018. Dirección: Ciro Guerra, Cristina Gallego. Intérpretes: Carmiña Martínez, José Acosta, Natalia Reyes, Jhon Narváez, Greider Meza, José Vicente Cote, Juan Bautista Martínez. Guión: Maria Camila Arias, Jacques Toulemonde. Sobre una idea original de Cristina Gallego y Ciro Guerra. Fotografía: David Gallego. Música: Leonardo Heiblum. Montaje: Miguel Schverdfinger. Dirección de Arte: Angélica Perea. Producción: Cristina Gallego, Katrin Pons. Distribuye: Mirada Distribution. Duración: 125 minutos.