“La deuda”, de Gustavo Fontán Por Ricardo Ottone El de Gustavo Fontán es un cine de sensaciones, donde más que el argumento importan las atmósferas, los sonidos, las texturas. Dentro de una filmografía prolífica compuesta de films de ficción, documentales y otros más indefinibles que podríamos llamar contemplativos o poéticos, La deudaestá en el grupo de películas con una premisa argumental más tradicional. Esta premisa es simple y es la siguiente: Mónica (Belén Blanco) tomó el dinero del pago de un cliente en la empresa en el que trabaja. No sabemos para qué, sí sabemos que no es la primera vez que lo hace. Un compañero la descubre y le advierte que al día siguiente deberá reponer ese dinero, unos 15.000 pesos, antes que los jefes se den cuenta. Mónica dispone de una noche para reunir esa suma y así salvar su trabajo y además no perjudicar a su compañero. Acompañamos entonces a Mónica en su deambular nocturno, mientras visita o se encuentra con parientes, amigos o conocidos, gente con la que tiene un lazo estrecho o una relación ambivalente, a los cuales apelará de diferentes formas. En principio lo que nos preocupa es ver si logra conseguir el dinero y salvarse, pero con el correr del tiempo eso pasa a segundo plano, y de lo que se trata ya es de acompañar a Mónica en su periplo emocional. En dar cuenta de su interioridad, que en principio es elusiva ya que Mónica es un personaje impenetrable, o más bien trata de serlo, que trata de cerrarse, pide ayuda a regañadientes y no quiere mostrar debilidad ni fisuras. Sin embargo, con el transcurrir de la noche, a su máscara se le empiezan a notar cada vez más las costuras. Belén Blanco se maneja con sutileza en esa actitud de develar fragilidad y a la vez tratar de esconderla, entre la actitud desafiante, que hace que declare muy suelta de cuerpo que no le importa que la echen, y a la vez ceder cuando la impostura se le vuelve insostenible. En ese momento donde el cuerpo se le rebela, le agarra un ataque de asma en el auto y termina en una guardia de hospital, a la que se resiste a ir y de la que se retira lo más rápido que puede cuando logra reponerse lo suficiente y volver a armarse. La cámara sigue a Mónica constantemente pero a cierta distancia, mayormente en planos largos, como tratando de no ser intrusiva, de no vulnerarla, de respetar su voluntad de revelarse sólo hasta cierto punto. Este seguimiento no tiene por fin descubrir por qué ella hace lo que hace, en qué se gastó la plata o si tiene alguna condición que la hace caer en esa situación una y otra vez. Eso no se nos informa y no es lo que interesa. Conocemos algo de su familia, algo de sus relaciones sociales, pero hay una parte que queda tras un velo, apenas insinuada. En este periplo vamos siguiendo las situaciones pero a la vez podemos detenernos en detalles aparentemente insignificantes, casi abstractos, como puede ser el plástico flameando por el viento en un camión en la autopista. Para esta propuesta de un cine poético donde lo sensorial es protagonista, es fundamental el rol del sonido, y en particular de la fotografía, que nuevamente está a cargo de Diego Poleri, colaborador habitual de Fontán, con quien viene trabajando desde El árbol(2006), y que logra aquí una atmósfera de melancolía, de soledad e incomunicación y a la vez de estremecedora belleza. Fontán viene construyendo una filmografía coherente, personal y sensible que, ya sea en sus películas más experimentales o en aquellas, como esta, más conscientemente narrativas, está cargada de misterio y sugestión. LA DEUDA La deuda. Argentina, España, 2019. Dirección: Gustavo Fontán. Intérpretes: Belén Blanco, Marcelo Subiotto, Leonor Manso, Edgardo Castro, Walter Jakob, Andrea Garrote, Pablo Seijo. Guión: Gustavo Fontán, Gloria Peirano. Fotografía: Diego Poleri. Sonido y Música Original: Abel Tortorelli. Edición: Mario Bocchicchio. Arte y Vestuario: Alejandro Mateo. Producción Ejecutiva: Lita Stantic, Silvana Di Francesco. Co-producción: Pedro Almodóvar, Agustín Almodóvar, Esther Garcia. Jefatura de Producción: Martín Rago. Duración: 74 minutos
“High Life”, de Claire Denis Por Ricardo Ottone La primera película de Claire Denis completamente en idioma inglés no es su primera incursión en el cine de género (ya había probado con el Terror en Trouble Every Day, de 2001) pero sí en el de la ciencia ficción. No siendo una directora “del palo” e identificada con el cine de autor y festivalero, podría hacer arquear las cejas en desconfianza de algún sci-fi boy línea hardcore, pero de la visión de High Life se desprende que Denis conoce el género y sabe de qué fuentes beber. En este caso de la ciencia ficción introspectiva e intimista que podemos rastrear hacia los 60 y 70 y cuya estela llega hasta más acá. La acción transcurre en una nave espacial en misión prácticamente suicida aproximándose a un agujero negro para buscar nuevas fuentes de energía. La tripulación está compuesta por condenados a muerte que aceptaron esta alternativa ya que la de quedarse en casa no era mucho mejor. Algunos tienen alguna especialidad o conocimiento técnico, pero todos comparten un pasado criminal y la experiencia de espera en el pasillo de la muerte. La convivencia es tensa y difícil como podría esperarse y la disciplina débil aunque razonable para que la cosa se mantenga en funcionamiento y la misión avance hacia su destino incierto. La doctora Dibs (Juliette Binoche) es una médica investigadora que tiene en el resto de los tripulantes a los sujetos de sus experimentos en el ámbito de la reproducción y el intento de conseguir un nacimiento en el espacio. Entre estos tripulantes está Monte (Robert Pattinson), un tipo seco, ascético, que se impuso a sí mismo una disciplina férrea que incluye la castidad y que hace que los otros lo comparen con un monje. Las primeras imágenes del huerto de la nave nos hacen acordar a Naves Misteriosas (1972), al igual que la obsesión de su protagonista con la vida vegetal se asemeja a la de Dibs por la perpetuación de la vida humana, llegando incluso a decir de a sí misma que está “consagrada a la reproducción”. Hay aquí también destellos de 2001 (1968) y Solaris (1972), la idea de un fenómeno del espacio exterior que confronta a los personajes con su espacio interior. Y también hay algo de Alien (1979), sobre todo Alien 3 (1992) en su propuesta de prisioneros aislados en el espacio y, en el caso de Monte, su carácter cuasi monástico. High Life es una propuesta que tiene además sus propias e interesantes ideas. En particular es una película donde lo corporal tiene un rol fundamental: el placer, el dolor, el goce, las heridas, la enfermedad. Corren los fluidos corporales, el sudor, la sangre, el semen, la leche materna. El sexo es protagonista tanto en lo que refiere al proceso reproductivo como en el goce más desenfrenado. Una de las escenas más fascinantes muestra a Dibs en una máquina sexual, mezcla de consolador y toro mecánico, abandonada a un éxtasis orgásmico en un revoleo de pelos y carnes que recuerda algún capricho de Goya. “Sé que parezco una bruja” dirá en son de burla y desafío. A esta corporalidad extraviada también se le contraponen los intentos de controlar y someter los cuerpos. Como puede ser el control del propio en el caso de Monte, pero sobre todo los intentos de someter el cuerpo del otro, sea por la violencia, el asesinato o la violación. El sexo puede incluir la autosatisfacción tanto como diversas formas de relación no consentida. Hasta la experimentación científica funciona de esta forma. Dibs experimenta con los cuerpos de los otros, los ordena, clasifica y regula a veces sin decirles toda la verdad y en algunos casos engañándolos directamente. Las autoridades de la Tierra, también con verdades a medias y ocultamiento flagrante disponen de los cuerpos de sus tripulantes desde la condena a muerte hasta su destino de cobayos. El relato se despliega en varias líneas temporales, va y viene y pasa alternativamente de uno a otro. Son además esenciales los climas, por momentos de un discurrir adormilado, por otros de una vigilia tensa o una atmósfera de irrealidad , y en esto cumple un papel clave la fotografía de Yorick Le Saux (Personal Shopper, Only Lovers Left Alive) y el polaco Tomasz Naumiuk. En su incursión en el universo de la ciencia ficción, Claire Denis se nutre de algunos de los clásicos más desafiantes del género y a su vez despliega su propia y original visión, y esta experiencia da como resultado un film a que es por momentos perturbador u opresivo, a veces cálido, a veces brutal y, sobre todo, provocador e hipnótico. HIGH LIFE High Life. Coproducción Francia-Alemania-Reino Unido-Polonia-Estados Unidos. 2018 Dirección: Claire Denis. Intérpretes: Robert Pattinson, Juliette Binoche, Mia Goth, André Benjamin, Agata Buzek, Victor Banerjee, Jessie Ross. Guión: Claire Denis, Jean-Pol Fargeau, Geoff Cox. Fotografía: Yorick Le Saux, Tomasz Naumiuk. Música: Stuart Staples, Tindersticks. Edición: Guy Lecorne. Dirección de Arte: Bertram Strauß. Distribuye: Maco Cine. Duración: 113 minutos. Compartir Facebook Twitter Ricardo Ottone Artículos relacionadosMás del autor San Sebastián 2019: Martín Rejtman dará una clase magistral en la Nest Film Students San Sebastián 2019: Ricardo Darín, Penélope Cruz, Tim Roth y Kristen Stewart, son algunas de las figuras que participarán de esta edición video “El silencio de otros”, de Robert Bahar y Almudena Carracedo Dejar una respuesta Logged in as admin. Log out? Comentar: Twitter No Access Tokens have been set. Please retrieve Twitter API tokens on the Twitter Options page of Feed Them Social. 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“La viuda”, de Neil Jordan Por Ricardo Ottone Neil Jordan tiene una carrera prolífica donde se destacan las películas de género. Entre los puntos altos de su filmografía se encuentran films de terror como la fascinante En compañía de lobos (19849, la romántica y afectada Entrevista con un vampiro (1994) o la melancólica Byzantium (2012). El otro género que Jordan ha explorado con asiduidad es el Thriller, que puede tener a su vez implicancias sociales (Mona Lisa, 1986) o políticas (su primer film Ángel, de 1982, o su célebre y premiada El juego de las lágrimas, de 1992). Este es también el género en que se inscribe su más reciente film, La viuda. Esta vez en otra vertiente que es la del thriller psicológico, subgénero que en gran parte de los casos se hace acreedor a tal nombre porque incluye en su propuesta algún personaje claramente perturbado. La perturbada acá es Greta (Isabelle Huppert), aparentemente una mujer solitaria y necesitada de amistad y afecto, que en el correr del relato se va a ir revelando como algo más siniestro. Y su víctima es Frances (Chloë Grace Moretz), una joven ingenua y bienintencionada que perdió recientemente a su madre, se mudó a Nueva York con una amiga y trabaja de camarera en un restaurant elegante. Frances encuentra en el subte la cartera extraviada de Greta y se pone en contacto con la dueña para devolvérsela en un gesto de amabilidad y civismo que le va a traer muchos problemas. Greta le abre un poco la puerta a su vida de viuda solitaria y digna de compasión y ambas mujeres hacen amistad a pesar de la diferencia de edad. O más bien es por esta que la relación se juega más en términos de madre e hija. Por lo menos hacia allí es hacia donde Greta quiere dirigirla, algo que le es facilitado por la reciente pérdida de Frances. La amistad parece bastante pura y agradable hasta que Frances descubre por accidente las intenciones más oscuras de Greta y corta relación con ella. El problema es que Greta no va a aceptar de ninguna manera este rechazo y va a revelar su naturaleza amenazante. Y es que Greta es una stalker, ese género de psicópatas obsesionados con otra persona, a la cual dicen (por lo menos en un principio) querer o admirar, a la cual persiguen hasta el punto de arruinarles la vida o ponerla directamente en peligro y que, en su rama femenina, tiene ilustres antecedentes fílmicos como Play Misty for Me (1971) o Mujer soltera busca (1992) pasando por Atracción fatal (1987). Así es que Greta no va a frenar ante nada para hacerle a Frances la vida miserable con tal de que entienda de una vez que tienen que estar juntas así tenga que entenderlo por las malas. Se trata de una pesadilla urbana que explota la idea inquietante de que el peligro puede estar en cualquier parte y que hasta la persona en apariencia más frágil e inofensiva puede esconder un monstruo listo a morder. La gran vedette de este asunto es Isabelle Huppert quien está magnífica incluso si da la impresión de que lo está haciendo de taquito porque esos personajes psicopáticos, fríos y manipuladores parecen salirle casi sin esfuerzo. Si el punto de vista está puesto en Frances y lógicamente sufrimos por ella, es el personaje de Greta el que realmente mantiene el interés y se carga la película. Su voluntad inflexible y su fuerza indoblegable le dan un carácter que es casi sobrenatural. Por eso los intentos por explicar su origen y motivación son banales e innecesarios y lo que se llega a saber de su pasado es poco convincente y no aporta demasiado. La viuda es un thriller más o menos clásico y convencional al inicio, que en su última media hora se va un poco al diablo forzando las posibilidades de la verosimilitud. Jordan conoce bien el género y sabe cómo contarlo para hacerlo interesante y entretenido aún si la trama es bastante previsible. Supuestamente se estaría diciendo algo acerca de la soledad de los pequeños seres en la grandes ciudades o en el mundo moderno, y hasta se lo oímos decir a los personajes en términos no muy diferentes, pero esta presunta observación se hace de manera bastante liviana y resulta más bien una excusa argumental para dar cierta motivación a su enajenado personaje. LA VIUDA Greta. Estados Unidos, Irlanda. 2018 Dirección: Neil Jordan. Intérpretes: Isabelle Huppert, Chloë Grace Moretz, Maika Monroe, Stephen Rea, Colm Feore. Guión: Ray Wright, Neil Jordan. Fotografía: Seamus McGarvey. Música: Javier Navarrete. Edición: Nick Emerson. Dirección de Arte: Jason Clarke, Fiona Gavin. Producción: Lawrence Bender, James Flynn, Sidney Kimmel, John Penotti, Karen Richards. Diseño de Producción: Anna Rackard. Distribuye: Diamond Films. Duración: 98 minutos.
“Hombres de piel dura”, de José Celestino Campusano Por Ricardo Ottone Campusano no le tiene miedo a los temas problemáticos. Más aún, forman la materia prima principal de su prolífica filmografía que en casi 15 años y a razón de una o dos películas por año viene explorando los rincones más oscuros de la condición humana, brindando una exhibición de atrocidades cuya característica más perturbadora es estar basada en la realidad. Y no se domestica con el tiempo. En sus últimas películas abordó desde la trata de blancas (Fantasmas en la ruta) a la maldita policía (La secta del gatillo ), y siempre presentes la marginalidad, la impunidad y las diferentes formas de abuso y sometimiento. En hombres de piel dura se mete con el abuso infantil por parte de miembros de la iglesia y lo hace con la misma crudeza a la que nos tiene acostumbrados. Campusano contó que Hombres… se trata de un proyecto de hace varios años, contemporáneo a la realización de Vil Romance (2008). Y hay varios puntos de contacto con aquel primer largo de ficción. Su protagonista principal Ariel, es un chico gay, hijo del patròn de una chacra del interior de la provincia de Buenos Aires, que termina una relación amorosa y secreta con Omar, el cura del pueblo, un hombre además bastante mayor que él. No sabemos hace cuánto se remonta esta relación. A partir de ahí, Ariel hace un proceso de exploración a través de varias relaciones con otros hombres, relaciones que en su mayor parte lo ponen en el papel de objeto de violencia y sometimiento. Por su parte Omar emprende un retiro espiritual que, lejos de hacerlo replantearse su conducta, lo lleva a hacer buenas migas con otro cura, este denunciado por violación, y efectuar intentos de acoso en sus alumnos menores llamándolos al silencio mediante la amenaza. Campusano vuelve a hacer un retrato descarnado y brutal de las relaciones humanas, esta vez en el escenario rural de interior del país, pero la sordidez que se muestra, con el impacto y la incomodidad que esta genera están siempre en función de poner en evidencia los mecanismos de ejercicio del poder que se dan en estos ambientes de reglas rígidas y asfixiantes. Los que detentan algún tipo poder, patrones, líderes, padres, parejas, lo ejercen sometiendo, humillando y silenciado a los más vulnerables. Las autoridades nunca estan función de defender a los débiles y apañan a los victimarios (los curas ante la evidencia del abuso adoptan una actitud corporativa de complicidad y silencio). Ante este estado de cosas, la única salida parece ser la huida o el estallido de violencia que puede poner las cosas momentáneamente a mano pero no alcanza para derribar el status quo. Campusano agrega algunos breves momentos de humor para aliviar tanto agobio, y agrega algunos toques de sofisticación formal (steadycam, tomas aéreas desde un drone) a su habitual estilo de realismo sucio y desprolijo, pero en esencia sigue siendo el mismo cronista de una realidad despiadada. Esta reseña corresponde a la presentación de Hombres de piel dura en la Competencia Argentina del 21º Bafici. HOMBRES DE PIEL DURA Hombres de piel dura. Argentina. 2019. Dirección: José Celestino Campusano. Intérpretes: Wall Javier, Germán Tarantino, Claudio Medina, Juan Salmeri, Camila Diez, Malena Majul Lieun, Sergio Sarria. Guión: José Celestino Campusano. Fotografía: Eric Elizondo. Música: Claudio Miño. Edición: Horacio Florentín. Producción: José Celestino Campusano. Producción Ejecutia: Mónica Amarila, Leonardo Padín: Distribuye: Compañía de Cine. Duración: 96 minutos.
“Nueva mente”, de Ulises de la Orden Por Ricardo Ottone Ulises de la orden llega con un segundo documental este año, a pocas semanas de haber estrenado Amanecer en mi tierra. La filmografía del realizador devela intereses recurrentes que en Nueva Mentevuelven a aparecer. En particular la depredación y el daño al medio ambiente en consonancia con los negocios de las grandes empresas y la negligencia o complicidad del Estado. Pero, a su vez, algo que también es recurrente en sus films que es la capacidad de la comunidad de organizarse, buscar soluciones y luchar por sus derechos e intereses. Así como enDesierto Verde(2013) abordaba el tema de la producción de alimentos y se denunciaban los mecanismos y procedimientos de la industria alimentaria, en Nueva Mente se pone el ojo en la otra parte del proceso del consumo que es la disposición de los residuos, es decir, qué hacemos con nuestra basura. Así sigue el recorrido de los camiones desde Buenos Aires a los grandes basurales de José León Suarez y muestran los negocios que implica para algunas empresas la recolección y traslado de basura y su disposición en el CEAMSE. Pero además la recolección de basura implica también la posibilidad de trabajo y supervivencia para mucha gente que vive en los alrededores, muchas veces por debajo de la línea de pobreza y hasta de indigencia. En ese contexto es que surge una iniciativa como la Cooperativa Bella Flor, que agrupa, forma, capacita y contiene a estos miembros que pasan ahora a ser recicladores urbanos formados en el oficio de separar los residuos, reciclar y disminuir la masa de basura que se quema o entierra. Y además obtienen un medio de subsistencia y una vía de salida a situaciones de vulnerabilidad social. Documental de factura tradicional, donde el peso del relato recae mayormente sobre los entrevistados, tiene sin embargo algunos momentos visuales poderosos, y hasta aterradores, como cuando vemos la masa y el volumen de los desperdicios que van a parar y acumularse a unos cuantos kilómetros de las grandes ciudades, en eso que los recicladores llaman coloquialmente “la montaña”. Hay también en un primer momento un uso interesante del material de archivo que muestra por medio de viejos noticieros cual era la forma de encarar lo que ya para entonces era un problema y se hace un recorrido histórico que se remonta a fines de los 70 cuando se abandonó el método de incineración de la basura en los edificios, luego siguió con la creación del CEAMSE y más tarde como, con la crisis de 2001, miles de personas fueron empujadas al cirujeo como forma de subsistencia. Como en el resto de la filmografía de De la Orden, en Nueva Mentehay una agenda y el objetivo concreto de visualizar un problema. Pero también las formas de solucionarlo, las alternativas y los personajes que, como los integrantes de la Cooperativa Bella Flor, se capacitan y ponen el cuerpo ante un problema que pocos quieren enfrentar, y en ese proceso obtener un medio de vida, de alimentar a sus familias, salir de la pobreza y ganarse su dignidad. No es menor tampoco una apelación constante de los recicladores a quienes generan la basura, es decir la gente común, que es la de separar los residuos, una acción que es a veces minimizada o tomada como una suerte de reclamo hipster cuando en realidad es crucial para el trabajo de quienes la reciben. Como una manera de interpelar al espectador y tratar de involucrarse en la parte que le toca. NUEVA MENTE Nueva Mente. Argentina, 2019. Dirección: Ulises de la Orden. Guión: Mariano Starosta, Germán Cantore, Ulises De la Orden. Fotografía: Pablo Parra. Música: Juan De la Orden. Montaje: Germán Cantore. Dirección de Sonido: Julián Caparrós, Gino Gelsi. Producción: Ulises de la Orden. Productor Asociado: Kato Lajos. Duración: 78 minutos.
“Volviendo a casa”, de Ricardo Preve Por Ricardo Ottone La forma en que la historia le llegó al fotógrafo y documentalista argentino Ricardo Preve puede haber sido fortuita. De hecho él comenta en el film que la escucho por pura casualidad mientras buceaba en Sudán. La historia en cuestión se remonta a 1940, en plena Segunda Guerra Mundial. Un submarino italiano patrullando el Mar Rojo encalla en una formación de arrecifes. La tripulación debe abandonar la embarcación que se hunde sin remedio y van a parar a una pequeña isla en las proximidades de lo que entonces era la Eritrea italiana y hoy forma parte de Sudán. Así sobreviven 44 submarinistas a duras penas en un lugar desolado en medio de la nada. Pero hay uno de ellos que no sobrevive, el suboficial Carlo Acefalo, quien es enterrado en la isla. Sus compañeros son rescatados unos días después pero el cuerpo de Acéfalo permanecerá allí durante las décadas subsiguientes y hasta la actualidad. Y si, podrá haberle llegado de forma casual, pero fue lo suficientemente atrapante no solo para darle a Preve la idea de hacer una película al respecto, sino para involucrarse personalmente poniendo recursos y el cuerpo en la misión de búsqueda de un soldado caído en África hace casi 80 años para su posterior repatriación a Italia. Es decir, no solo el registro de la empresa sino su misma organización, haciendo además partícipes a los gobiernos italiano y sudanés. Preve toma una historia que parece mínima en el marco masivo y abrumador del mayor conflicto bélico del siglo XX y se concentra tanto en la odisea de estos 44 hombres como también da cuenta de por qué es importante el rescate de ese cuerpo dejado atrás hace tantos años. Una pregunta que puede surgir cuando nos enteramos que ya no queda ningún miembro de la tripulación vivo, apenas algunos de sus hijos en un estado de edad avanzada. Y, sobre todo, no quedan familiares cercanos de Acefalo. La falta de testimonios de primera mano es suplida por la lectura de fragmentos del diario de abordo, cartas de los tripulantes y partes del informe de la comisión investigadora que se formó después del incidente. La música se hace cargo de la emotividad que la falta de testimonios directos escatima, y a veces subraya de más este aspecto. El otro recurso es la reconstrucción con actores, algo que funciona de manera ilustrativa y sin diálogos ya que la voz de los protagonistas ya está presente en las lecturas. Pero además de la reconstrucción histórica, está el aspecto más interesante del film que es el registro de la misión de rescate. En esa línea es Preve quien asume el protagonismo narrativo junto al antropólogo forense Matteo Borrini y es lo que le da al documental un carácter de película de exploración y aventuras. Preve y Borrini viajan a la isla, buscan, localizan, y desentierran los restos de Acefalo, y en ese proceso y bajo el sol abrasador de África del Norte, ambos van dialogando y el antropólogo va haciendo una descripción pormenorizada de los restos, sus características particulares y en qué medida cada pequeño detalle permite confirmar la identidad del sujeto buscado. El objetivo de la misión es rescatar el cuerpo de Acefalo, llevarlo de regreso a su pueblo y enterrarlo junto a la tumba de su madre quien esperó pero no pudo ver el retorno de su hijo ni vivo ni muerto. Esta tarea que no es sencilla y no emplea pocos recursos tiene una importancia que el documental se plantea poner de relieve. Porque aunque no haya parientes cercanos que lo reclamen está claro que no es lo mismo dejarlo donde está que recuperarlo y darle sepultura. Ya sabemos desde Antígona de la importancia de los ritos funerarios en lo que tienen de intrínsecamente humano y la historia de Latinoamérica también nos brinda ejemplos de la importancia de continuar la búsqueda de los restos de los desaparecidos. El documental va de lo universal a lo personal y ese carácter se observa incluso en la dedicatoria final, que va desde todos los marineros italianos caídos, hasta la propia hija de Preve que falleció en 2017 (lo cual habla del valor personal que este le da al proyecto). Y hay además una dedicatoria a los 44 tripulantes del Ara San Juan, un detalle que nos trae inesperadamente a la actualidad y da cuenta de cómo esta historia originada hace 80 años tiene también algo para decir del presente. VOLVIENDO A CASA Volviendo a casa. Argentina/Italia, 2019. Dirección, Producción y Guión: Ricardo Preve. Fotografía: Giulia Scintu. Música: Andrés Rubinsztejn. Edición: Rolando Rauwolf. Sonido: Sergio Albertoni. Producción Ejecutiva: Ramón Cardini. Distribuye: Vi-DOC. Duración: 88 minutos
“Esa mujer”, de Jia Zhang-Ke Por Ricardo Ottone Jia Zhang-Ke es un gran cronista de la China contemporánea, lo que implica también ser un cronista de sus cambios. A lo largo de su filmografía, el realizador fue retratando los procesos de transformación masiva en lo económico y social del gigante oriental que lo vienen convirtiendo en potencia ya más que emergente. Pero lo viene haciendo siempre desde lo humano, dando cuenta de cómo estos procesos afectan a las personas, contando historias de personajes comunes: delincuentes de poca monta o mediano alcance, artistas, mineros, empleados y trabajadores en empleos precarios. Personajes muchas veces en movimiento, ya que en varias de sus películas están presentes los migrantes que se trasladan de un rincón a otro del país en busca de oportunidades. Zhang-Ke demuestra un particular interés en las condiciones de vida de las mujeres, algo que también está presente en su reciente estreno, Esa mujer. El film cuenta la historia de Qiao (Zhao Tao), novia de Bin (Liao Fan), mafioso local de segunda línea pero con aires de líder, quien disfruta del ejercicio del poder de forma a veces pretendidamente magnánima y otras de maneras abiertamente caprichosas y arbitrarias. Qiao no es inocente en este juego, disfruta de su posición e influencia, no se plantea de ningún modo como una víctima o una novia sumisa y a veces gusta de tomar las riendas y dar las órdenes. Pero la buena suerte y la buena vida no duran y, en un incidente donde Bin es atacado por un grupo rival, Qiao defiende a su novio con un arma ilegal y, por no involucrar a este en el episodio, va a parar a la cárcel durante 5 años. Cuando sale, su situación (y también la de Bin) es muy diferente a la que detentaba cuando entró. En Esa mujer están presentes varios de los temas recurrentes de su director: la violencia, las relaciones (siempre desparejas) de poder, la corrupción, el sometimiento, las diversas formas de ganarse la vida (lícitas y de las otras), y nuevamente los cambios del país y su efecto sobre sus habitantes. Los pueblos se transforman en ciudades, nuevas poblaciones surgen y otras desaparecen, en algunos casos total o parcialmente tragados bajo las aguas. Mientras la protagonista atraviesa el río en un ferry observando el crecimiento del pueblo que dejó atrás hace un lustro, escucha la voz que desde un parlante anuncia la inminente inundación y desaparición bajo el agua de gran parte del lugar. Zhang-Ke ya había planteado una circunstancia semejante en Naturaleza muerta (2006) donde la construcción de una represa y la consiguiente desaparición de una aldea implicaban como efecto colateral la necesaria relocalización de todos sus habitantes. Transformaciones y reformas estructurales masivas que no tienen contemplaciones para las circunstancias individuales de la gente común que hace lo que puede para que se no la lleve puesta la corriente y el río de la historia. Y en esa marea de cambios también cambian necesariamente los personajes en la medida que se transforman sus circunstancias de vida. En el caso de Qiao, y también de Bin, el pasaje de estar un día en la cima a pasar a ser un nadie, el haber ejercido el poder y luego tener que soportar las humillaciones por no tenerlo, el dolor de haber sido y la necesidad (o la imposibilidad) de acomodarse a su nueva posición. Zhang-Ke describe con precisión los vaivenes en la relación de la pareja protagónica, sus idas y vueltas, el amor, el goce, el sacrificio, la ingratitud, la indiferencia y la compasión. Para ello cuenta con dos actores extraordinarios, en particular Zhao Tao, recurrente en la filmografía del director, que compone un personaje complejo que puede ser frágil y fuerte, estallar o contenerse, aceptar con amargura la humillación y sacar dignidad cuando parece que ya le queda nada. Zhang-Ke asume riesgos y no le teme a la mezcla o al híbrido. El film comienza como una película de mafiosos, que luego del incidente da lugar al melodrama, género que en Oriente sigue en plena vigencia y que el director abraza sin cinismo y a la vez haciéndolo propio. Y tampoco le tiene miedo a parecer cursi o grasa. Ahí tenemos la escena donde Qiao asiste a un número musical y canta una balada entre el público totalmente conmovida y asumiendo la letra como propia. Algo similar a lo que ocurría en el final de Lejos de ella (2016) donde la protagonista (nuevamente Zhao Tao) bailaba solitaria un tema pop bajo la nieve en un final quizás cursi pero hermoso y conmovedor. El relato abarca más de quince años tanto de la relación de Qiao y Bin como de la historia de China. Y en ese interín logra un interesante y difícil equilibrio entre lo íntimo y lo público y en cómo ambos aspectos se entrelazan. El gigantismo del paisaje, también en movimiento, amenaza a veces con aplastar a los personajes que lo habitan y lo transitan. Pero también hay un lugar para las escenas de intimidad, para los pequeños gestos, las vacilaciones y los conflictos humanos. Zhang-Kie demuestra una vez más una mirada piadosa por esos personajes y sus pequeñas historias, siempre a merced de la Historia con mayúscula. ESA MUJER Jiang hu er nü. China, Francia, Japón. 2018. Dirección: Jia Zhang-Ke. Intérpretes: Zhao Tao, Liao Fan, Xu Zheng, Casper Liang, Feng Xiaogang, Diao Yinan. Guión: Jia Zhang Ke. Fotografía: Eric Gautier. Música: Giong Lim. Edición: Matthieu Laclau. Dirección de Arte: Weixin Liu. Producción: Shôzô Ichiyama, Nathanaël Karmitz, Olivier Père. Distribuye: Mont Blanc. Duración: 116 minutos.
“El diablo blanco”, de Ignacio Rogers Por Ricardo Ottone Como actor Ignacio Rogers es una figura conocida y reconocible del cine argentino indie más intimista. Como ejemplo de ello están sus participaciones en las películas de Ezequiel Acuña. Como director llega con El diablo blanco a su primer largometraje (ya había mostrado esa faceta con el corto Sábado Uno en el Bafici 2010). Uno no debería a partir de su curriculum suponer por donde viene su opera prima porque esta no se parece en nada a su filmografía como actor. De lo poco que podemos reconocer de la misma podemos contar la participación de algunas de sus compañeras generacionales y laborales como Martina Juncadella y Ailin Salas, mientras que, a diferencia de otros actores/directores, Rogers elige esta vez quedarse exclusivamente detras de camara. El diablo blanco es una película de horror rural, ese subgénero que generalmente incluye como víctimas a citadinos incautos en un ambiente de naturaleza que se vuelve amenazante ya sea por el propio entorno, la hostilidad de los locales o de entidades que habitan la zona. O todo eso junto. Aquí dos parejas porteñas van de vacaciones a unas cabañas alejadas en las sierras de Tucumán y una vez allí, acontecimientos desafortunados se presentan: los signos perturbadores, las muertes, los pueblerinos sospechosos, las visiones inexplicables, la paranoia (justificada) y una encerrona que se les hace tan evidente como inevitable, donde intervienen tanto el elemento conspirativo como el sobrenatural que se remonta a tiempos de la colonia y a los habitantes originales del lugar. Es muy común escuchar o leer a algunos directores provenientes del cine de autor que cuando encaran un proyecto de cine fantástico, policial o de terror sueltan estupideces como “en realidad no me interesa el género, uso sus convenciones para hacer otra cosa”, o peor aún: “lo que trato es de dinamitar el género desde adentro”. Una forma ególatra y miserable de decir que están haciendo cine de género con la nariz tapada. Ignacio Rogers no es de esos. Es consciente de estar haciendo una película de terror y abraza el género con convicción y sin excusas. Lo hace además sabiendo con qué armas cuenta y cómo usarlas, con buen manejo del suspenso, climas logrados, y la capacidad de generar miedo con medios legítimos en vez de trampas conocidas. Si la consigna es un poco de manual y al promediar el film uno podría intuir para dónde se dirige, eso no le resta interés. Se lo agrega además el hecho de adaptar un subgénero como el mencionado horror rural, de antecedentes mayormente anglosajones, y trasladarlo al medio y el lenguaje local de manera natural, haciéndolo creíble y por ende más inquietante Esta reseña corresponde a la presentación de El diablo blanco en la sección Vanguardia y Género del 21º Bafici. EL DIABLO BLANCO El diablo blanco. Argentina. 2019 Dirección: Ignacio Rogers. Intérpretes: Ezequiel Díaz, Violeta Urtizberea, Julián Tello, Nicola Siri, Martina Juncadella, Ailín Salas. Guión: Ignacio Rogers. Fotografía: Fernando Lockett. Música: Pablo Mondragón, Patrick de Jongh. Edición: César Custodio. Producción: Juan pablo Gugliotta. Distribuye: Primer Plano. Duración: 83 minutos. Compartir Facebook Twitter
“Un suelo lejano”, de Gabriel Muro Por Ricardo Ottone La historia de Bernhard Förster y Elisabeth Förster-Nietzsche y el proyecto utópico/delirante que dio origen al pueblo de Nueva Germania, sin duda merecía una película. O varias. A medida que uno se empapa en los detalles de esa historia extraña, en algún punto bizarra y fascinante, se la puede imaginar en este tiempo de biopics de personajes extravagantes como una ficción ideal para Werner Herzog. Después de todo Förster no desentonaria al lado de Aguirre o Fitzcarraldo. En cualquier caso, alguien ya se dió cuenta del potencial de esta historia y es el argentino Gabriel Muro, quien eligió contarla desde el documental. A mediados de la década de 1880, Bernhard Förster, político, pedagogo y furioso antisemita alemán, con una interpretación bastante literal de ciertos escritos del famoso compositor Richard Wagner (también conocido antisemita), concibió el proyecto de fundar una colonia en Sudamérica habitada por alemanes puros para mejoramiento y purificación de la raza aria. Así como disparatado hoy nos suena, Förster efectivamente llevó su proyecto a cabo, acompañado en lo afectivo y asistido en la práctica por su esposa Elizabeth Nietzsche, hermana del célebre filósofo Friedrich Wilhelm Nietzsche. Förster y su esposa viajaron a un Paraguay devastado por la Guerra de la Triple Alianza, donde fundaron en 1886 su utopía con el esperanzado nombre de Nueva Germania, a 300 km de Asunción, con un ideal ecléctico a cuestas que mezclaba eugenesia y vegetarianismo. Fueron con un puñado de alemanes en su mayoría varones e intelectuales, sin conocimientos de agricultura a una zona rural comprada al estado paraguayo. Un proyecto así planteado y ejecutado no podía terminar bien y efectivamente no lo hizo. Los colonos se olvidaron de los principios rectores originales, Elizabeth terminó volviendo a Alemania y Förster se quedó solo en Paraguay suicidándose por envenenamiento tres años después. Un final nada épico para lo que se supone iba a ser la salvación de la raza superior. Muro elige contar la historia no desde el documental histórico tradicional basado fundamentalmente en las entrevistas y el archivo, sino como una suerte de Road Movie de registro. Y tampoco se trata de un documental en primera persona, hoy tan en boga. Muro cede voz y protagonismo a José Manuel Silvero Arévalos, profesor de filosofía paraguayo, que recorre el país dando clases y conferencias y viaja a Nueva Germania para rastrear las huellas de su fundación, ver lo que quedó y lo que es ahora. Silvero Arévalos funciona como narrador de la historia, como ocasional entrevistador y también aportando desde el pensamiento, la reflexión y al rescate de la dimensión política, sobre todo cuando su discurso se refiere a la diáspora económica paraguaya. Y también para clarificar equívocos. Aquí funcionan como un buen recurso las citas textuales, donde las más jugosas son las de Friedrich Nietzsche, que tenía una opinión bastante baja de su cuñado a quien calificaba despectivamente como “ese antisemita” y agradecía que le hiciera un favor a Alemania exiliadose voluntariamente. Un poco también para poner en su lugar la figura del filósofo a quienes los nazis pretendieron ver como un antecedente intelectual, en parte gracias a su propia hermana (de quien tampoco tenía una opinión muy elevada) quien jugó un papel de albacea bastante cuestionable. Baste para descalificar esta idea retomar lo que el filósofo opinaba sobre las ideas de su cuñado y sobre el ideal de preservación la raza alemana. Nueva Germania sobrevive pero en nada se parece al ideal mesiánico de sus fundadores. Algo siempre queda, sin embargo, y por aquí y allá se asoman los restos del origen, sobre todo en los festejos de conmemoración de su fundación, donde aparecen las banderas alemanas, las canciones y los bailes típicos germanos en pleno trópico paraguayo, aunque nadie le importa demasiado quienes fueron los fundadores y mucho menos sus ideales raciales. De hecho ni siquiera sus nombres aparecen bien escritos en las calles que les dedicaron. Y a pesar de que esta historia tiene ribetes tragicómicos, Muro los toma pero no los subraya y no cae en la trampa de la burla condescendiente. El humor, que está presente por momentos, queda en manos de los personajes. Porque salvo por estos pocos restos, Nueva Germania en muy poco se diferencia del resto del Paraguay, con una población mayoritariamente mestiza que vive principalmente del cultivo de yerba, y algunos pocos descendientes de los pioneros alemanes hoy totalmente integrados, que aún hablan alemán, al que alternan con español y guaraní mientras se toman unos mates. Algo así como una burla descarada del destino. De la utopía racial y supremacista que le dio origen, quizás ese sea el mejor epitafio. UN SUELO LEJANO Un suelo lejano. Argentina/Paraguay, 2016. Dirección: Gabriel Muro. Protagonista: José Manuel Silvero Arévalos. Guión: Gabriel Muro. Dirección de Fotografía: Nicolás Mikey. Edición: Alejandra Almirón, Iair Michel Attias. Diseño de Sonido: Juan Molteni. Producción: Hernán Figueroa Galperin, Nicolás Mikey, Nicolás Cobasky. Duración: 93 minutos.
“Blindado”, de Eduardo Meneghelli Por Ricardo Ottone En 2018 Eduardo Meneghelli estreno dos largometrajes, Román y Ruleta Rusa, ambos enmarcados dentro del género thriller policial, y seis meses después del estreno de la última llega con su tercer largo. Blindado se ubica más o menos dentro de los mismos parámetros de género al que se le suman elementos de drama psicológico y de Heist Movie o película de atracos. Aunque en este último caso el golpe es más bien secundario, ya que si bien el relato se va dirigiendo hacia su posible consumación, es más un medio para un fin antes que un fin en sí mismo. Y es que ese fin es aquí el intento de redención del protagonista. O lo que él cree que va a llevarlo a la redención. Luna (Gabriel Peralta, que es también actor protagónico de los anteriores film de Meneghelli) trabaja como chofer en una empresa de transporte de caudales. Se encuentra de licencia psiquiátrica porque no hace tanto sufrió un accidente de ruta donde murieron su mujer y su hija, pero se las arregla para volver al trabajo porque sostiene que mantenerse activo le va hacer mejor a su recuperación. Sus empleadores y compañeros le creen al principio pero estos últimos perciben que Luna, fanatizado por el discurso religioso y con algunas salidas incómodas, no está muy bien ajustado realmente. Y eso que ni siquiera están al tanto de la otra obsesión que nuestro protagonista tiene el buen tino de no contarles. Resulta que Luna tiene un sueño recurrente que replica casi la escena del accidente, pero en lugar de su esposa y sus hija toman el lugar una mujer que trabaja haciendo limpieza en la empresa y el hijo de esta. Luna interpreta el sueño como un llamado y trata de hacerse amigo de la mujer a la vez que la sigue, la investiga, la espia y hasta se acerca a su hijo como casualmente. Descubre en el medio una situación donde la mujer está siendo víctima de abuso por parte de personaje que podría ser su amante, o alguien que simplemente la explota, y eso lo confirma en su misión de rescatarla. Lo que va pasando a primer plano es la evolución psicológica de Luna y su paulatina caída en el delirio místico y mesiánico. Hay una influencia notoria de Taxi Driver (1976) en los elementos de la trama: La alienación del protagonista y su extrañamiento de los otros, la imposibilidad de superar su trauma, el mandato incuestionable y la certeza en su misión, la obsesión con una mujer a la cual quiere rescatar de un mundo al cual ve como corrompido y sucio. Es tal el paralelismo que tenemos una escena con un guiño explícito (tan explícito que es hasta un poco grueso) con un personaje secundario haciendo una cita textual del film de Scorsese. Como para dejar en claro que la referencia es consciente y a propósito. El elemento místico toma preponderancia en la mente de Luna y esto se hace más evidente en la forma obsesiva (y van) con que escucha un predicador de radio, tanto en su casa como durante los viajes que hace en el camión blindado para penuria e incomodidad de sus compañeros. Este discurso en off (que suena en tono más como el de un locutor que como el de un predicador real) se impone también como recurso y suena en varios pasajes al mismo tiempo que una tomas aéreas del camión circulando, como una suerte de perspectiva de Dios observando desde lo alto el deambular de sus criaturas. Justamente la circulación en el camión pero en su interior, mostrando la cotidianeidad de Luna y sus compañeros, es la aporta cierta carnadura y credibilidad aunque los diálogos sean algo estereotipados (los trabajadores alardeando de sus conquistas o la forma evidentemente condescendiente con que tratan a su chofer). Mientras tanto Luna se dirige inexorable a su misión, blindado por su delirio a cualquier razonamiento, mientras el espectador, al principio solidario, se siente cada vez más extrañado de el. Blindado es un policial correcto aunque previsible, con una puesta tradicional de parámetros industriales. Y si bien el referente más obvio está en un film americano de los 70, formalmente está más cerca del cine policial argentino de los 80 y principios de los 90, un tipo de cine que uno tiende a creer perimido pero que vuelve con insistente frecuencia. BLINDADO Blindado. Dirección: Eduardo Meneghelli. Intérpretes: Gabriel Peralta, Aline Jones, Luciano Cáceres, Luis Ziembrowski, Facundo Aquinos, Lautaro Delgado, Esteban Menis, Gonzalo Urtizberea. Sandra Smith. Guión: Leonel D’Agostino. Basado en un libro original de Luis Saez y Tomas Foti. Fotografía: Gustavo Biazzi. Música: Guillermo Pesoa. Edición: Juan Pablo Docampo. Dirección de Arte: Alicia Vazquez. Producción: Fer Rubino, Mario Levit. Producción Ejecutiva: Fer Rubino, Nicolás Batlle. Diseño de Producción: Cadi Martín. Distribuye: Cine Tren. Duración: 82 minutos.