“Algo celosa”, de David y Stéphane Foenkinos Por Ricardo Ottone A veces nada contribuye tanto a la propia infelicidad como la felicidad de los otros. Suena un poco feo pero eso es exactamente lo que le pasa a Nathalie (Karin Viard) con la llegada de los 50. Docente, separada y madre, nuestra protagonista se sumerge en una crisis que es algo más que la de la mediana edad o un efecto de la llegada de la menopausia con sus cambios de humor, que es lo que su médico le sugiere al principio. Nathalie cae una crisis de orden más existencial y a la insatisfacción por sus propias cuentas pendientes se le suman los logros ajenos: Su ex está felizmente en pareja, su hija es una joven bella y talentosa que aspira a entrar en el conservatorio de danza, su mejor amiga tiene un matrimonio duradero y estable, y en la escuela donde enseña literatura desembarca una joven con curriculum y aspiraciones que puede hacerle sombra en la consideración de su jefe y colegas. Todo esto la deja comparativamente en falta y la salida que encuentra no es la de arreglar su propia vida sino la de tratar de arruinársela a los demás. Buena parte de la película, la mejor parte, muestra a Nathalie atacando y contraatacando a aquellos que tienen la osadía (intencionalmente o no, no importa) de refregarle en la cara su felicidad. Y lo hace con la idea, que entiende justiciera, de hacerlos aunque sea un poquito más infelices apelando a los recursos que tiene a mano: frases irónicas y/o hirientes, muestras orgullosas de desdén o directamente actos de sabotaje. Esta malicia, que es lo más disfrutable de la película, es intencional a medias. Nathalie no es una villana consumada sino alguien a quien su situación le está pegando muy mal y agarra por donde puede. En algunos casos sus estocadas son claramente a propósito, pero en otros es evidente que la situación se le va de las manos. “No puedo parar” le confiesa a su mejor amiga, confidente y también víctima de su irracional venganza. Nathalie parece ser no tanto un agente de esta malignidad como su portadora, se trata de algo que se apodera de ella convirtiéndola en el fondo en un producto y una víctima de su frustración. Esto suena un poco deprimente y hasta le quita algo de diversión al asunto pero también salva al personaje de convertirse en una caricatura y prepara el terreno para su redención. Esta llega cuando al personaje su actitud se le hace insostenible porque, ya sin control de sí misma, termina hiriendo sin querer queriendo -o viceversa- a quien más quiere y alienándose completamente. Así, en el tercer acto, que es el de esa redención, entramos en la fase más seria y previsible del film. No es que se uno esperara otra cosa, pero la reconciliación con los demás y consigo misma que sobreviene responde sin más a los clichés de la sanación y las historias motivacionales de autoayuda. Karin Viard es la protagonista absoluta y es también la razón de que la película se sostenga, por lo menos en su mayor parte, manejando con naturalidad la ambigüedad del personaje y haciéndola querible en sus incontables fallas, en su permanente vaivén entre el amor y el odio, el orgullo y la vergüenza, la malicia y el arrepentimiento. Los secundarios son bastante sosos y no muy desarrollados y no van más allá del contrapunto. Algo celosa es una comedia francesa convencional filmada de manera convencional. No es insoportable como gran parte de las comedias mainstream del mismo origen aunque tampoco es descollante o desopilante. Se deja ver con cierto agrado y simpatía, provocando más sonrisas que risotadas y ofreciendo un planteo final con vocación muy evidente de conmover. ALGO CELOSA Jalouse. Francia. 2017. Dirección: David y Stéphane Foenkinos. Intérpretes: Karin Viard, Marie-Julie Baup, Thibault de Montalembert, Anaïs Demoustier, Anne Dorval, Corentin Fila. Guión: David Foenkinos, Stéphane Foenkinos. Fotografía: Guillaume Deffontaines. Música: Paul-Marie Barbier , Julien Grunberg. Edición: Virginie Bruant. Producción: Eric Altmayer, Nicolas Altmayer. Dirección de Arte: Valérie Rozanes. Diseño de Producción: Marie Cheminal. Distribuye: Energía entusiasta. Duración: 107 minutos.
La Boya, de Fernando Spiner Por Ricardo Ottone Fernando Spiner es reconocido como un director de ficción, más especialmente como un director de género, uno de los pocos que lo encaró en momentos en que el cine nacional no se adentraba en el universo de, por ejemplo, la ciencia ficción. Spiner lo hizo en La sonámbula (1998) y Adiós querida Luna (2004) y más recientemente se le animó al western con Aballay, el hombre sin miedo (2010). El terreno del documental no le es ajeno, en el que realizó unos cuantos cortos y mediometrajes y compartió con Víctor Laplace la dirección de Angelelli, la palabra viva (2006). En La boya, su reciente documental, hay una cierta continuidad pero a la vez una búsqueda diferente. Spiner es originario de Villa Gesell, un lugar al que frecuentemente regresa en sus películas. Es el escenario de su cortometraje Balada para un Kaiser Carabela (1987) protagonizada por Luis Alberto Spinetta, de la miniserie policial Bajamar, la costa del silencio (1995), y el tema principal de Homenaje a los pioneros de Villa Gesell (2002). Este último documental fue ideado y escrito junto a Anibal Zaldivar, quien es co-guionista de La boya, co-protagonista junto al propio Spiner y fundamentalmente un amigo de toda la vida, compañero de la juventud en Gesell, de proyectos y de rituales que persisten en el tiempo, como el que se muestra en el film, de nadar juntos a una boya distante varios metros de la costa. Cuando Spiner dejó el pueblo para estudiar en Europa y luego establecerse en Buenos Aires, Zaldivar permaneció en Villa Gesell alternando entre el periodismo, la narrativa y la poesía, y siguió en contacto tanto con Spiner como con su familia que quedó en el pueblo, en particular con su padre, también poeta. El realizador vuelve (una vez más) a Villa Gesell para realizar un documental no sobre un personaje histórico o un episodio particular, sino sobre algo más cercano y a la vez más inasible. Se trata de hacer un film sobre la poesía, sobre el mar y sobre las relaciones entre ambos. Y también sobre el paisaje que nos rodea, sobre la amistad, la familia y la propia historia, sobre encontrarse a sí mismo y consigo mismo y el entorno. La historia (y el mito) familiar juegan un rol determinante. Ahí están los escritos y las cartas de su padre (en la voz de Daniel Fanego) y de su bisabuelo (en la voz de Sergio Lerer) quien llegó en barco escapando de los pogroms de Ucrania y en donde el objeto boya tiene un papel particular y fundante, que continuaría cuando el padre guarde y pretenda liberar una boya en el medio del agua y en el ritual que ambos amigos practican. Y también tiene un papel de orden más simbólico en tanto sostén. Ahí lo vemos al propio Spiner aferrado a una boya en medio del mar como se aferra quizás a lo que este objeto significa en la historia de su familia. El mar es protagonista y también el pueblo. Spiner muestra las actividades de su amigo Zaldivar, de los farmacéuticos o guardavidas, y entrevista a algunos vecinos célebres como el pintor Ricardo Roux y los escritores Guillermo Saccomanno y Juan Forn acerca de cómo ese paisaje y la proximidad del mar influencian su ánimo y su percepción de las cosas. El film está contado a lo largo de casi un año y sus capítulos son las estaciones, invierno, primavera y verano. Algo (un poco) similar a como el propio Saccomanno situó su novela Cámara Gesell, ambientada en el pueblo entre el fin de la temporada turística y el inicio de la nueva y lo que pasa en ese lapso. Aunque a diferencia de Saccomanno que abordaba el lugar desde una realidad más dura y desesperada, acá lo que prima es la relación de ese lugar, de ese paisaje y sus elementos con uno mismo, con el paisaje interior. Si La boya es un film sobre la poesía, los materiales con los que se lo encara implican que la apuesta es también la de un film poético. El discurso tiene un peso, tanto la narración como la poesía, pero no es menos importante lo sensorial. El film se detiene en detalles como el sabor de un pescado, un atardecer, el viento entre los árboles, el sol, las olas, la arena y las gotas de lluvia. Spiner echa mano a recursos como cámaras lentas, tomas aéreas, sobre y bajo el agua. El mar es parte fundamental de esa búsqueda de lo sensorial y en donde más se percibe es en la secuencia donde Spiner y Zaldivar van nadando hacia la boya y la cámara pegada acompaña pegada al brazo del realizador/protagonista, ve lo que este ve y se sumerge junto con él mientras escuchamos la respiración entrecortada y la cuenta de las brazadas. En la entrevista a Forn, este cuenta que, a diferencia de lo que pasa en la ciudad, en el mar o frente al mar uno puede encontrarse frecuentemente con momentos de comunión con la naturaleza y con uno mismo, algo que también podríamos llamar epifanías o iluminaciones. El film de Spiner apunta a alcanzar en su transcurso y con sus imágenes algo de esa experiencia y en varios momentos lo consigue. LA BOYA La Boya. Argentina. 2018. Dirección: Fernando Spiner. Con: Aníbal Zaldivar, Fernando Spiner, Guillermo Saccomanno, Juan Forn, Ricardo Roux, Pablo Mainetti. Las voces de: Daniel Fanego, Sergio Lerer, Analia Couceyro. Guión: Aníbal Zaldivar, Fernando Spiner, Pablo De Santis. Fotografía: Claudio Beiza. Edición: Alejandro Parisow. Sonido: Sebastián González. Música. Natalia Spiner. Dirección de Arte: Juan Mario Roust. Producción
“Demonio de medianoche”, de Travis Zariwny Por Ricardo Ottone Entre el pelotón de películas de terror no demasiado destacadas pero que se estrenan con asombrosa puntualidad y frecuencia en la cartelera argentina, es abrumadora la cantidad de películas sobre casas embrujadas, poseídas, acechadas o invadidas por alguna entidad sobrenatural y hostil. En ese montón un poco indeterminado y casi indiscernible es difícil encontrar algo que se destaque o haga la diferencia. En el caso de la presente Demonio de medianoche ni siquiera el título local ayuda. ¿Notaron la cantidad de títulos extranjeros de terror a los que la distribución argentina les adosa casi por default las palabras Demonio o Diablo aunque estas no estén en el título original y ni siquiera el mentado personaje forme parte de la trama? En cualquier caso, Demonio de medianoche, remake norteamericana de una película irlandesa de 2013, no tiene mucho de nuevo para ofrecer más que el rejunte o pegote de algunas tendencias o subgéneros del cine de terror como las mencionadas casas embrujadas, el terror adolescente, los juegos sobrenaturales al estilo Ouija y sobre todo los personajes de leyenda urbana a la manera de Candyman, Mothman, Slender Man, etc. En este caso el personaje sobrenatural en cuestión es el Midnight Man (Hombre de Medianoche) al cual se lo convoca en un ritual a la medianoche como parte de un juego por el cual este entra en la casa, tiene el poder de reconocer los miedos de los participantes y se convierte en una amenaza a la cual evitar mediante determinadas reglas hasta las 3:33 AM, momento en que debe retirarse. Si uno llega entero a esta esa hora está a salvo. Si no, bueno, se imaginan. La pregunta siempre en estos casos es quiÉn manda a los protagonistas a meterse en esa situación por propia voluntad sin una buena razón que justifique el riesgo. No se molesten en buscar esa razón porque acá no la van a encontrar. Los incautos de turno son Alex (Gabrielle Haugh) y su amigo Miles (Grayson Gabriel). Alex vive sola en una casona con su abuela (Lin Shaye) a quien tiene que cuidar ya que sufre de demencia y algunos traumas que se irán develando con el correr del relato. Una noche la abuela le pide a Alex que le busque un viejo espejo de mano en el altillo y allí encuentra supuestamente de casualidad una caja que guarda los elementos y reglas del juego por el cual se convoca al Midnight Man. Miles cae de visita y como evidentemente no tienen nada mejor que hacer ambos cumplen con todos los pasos necesarios del ritual. Parece un chiste pero la única motivación parece ser que lo hacen porque pintaba. También encuentran una pistola cargada, con el mismo criterio podrían haberse puesto a jugar a la ruleta rusa. La arbitrariedad es la norma. En un momento del film se menciona que al Midnight Man no le gusta perder y por eso a veces hace trampa. Haciendo honor a su monstruo/villano, el director y guionista Travis Zariwny también hace trampa y saca de la manga situaciones y personajes para la ocasión, cambia las reglas cuando le conviene, mete flashbacks ilustrativos de lo que acaba de revelar, hace que personajes entren y salgan de la casa y de la trama como Pedro por su casa y les hace recitar unos diálogos anodinos o sobreexplicativos que cuentan lo que ya se mostró o se está mostrando en ese mismo momento. La escasa filmografía de Zariwny tampoco hacía esperar demasiado. En 2016 estrenó La cabaña del miedo, remake de Cabin Fever (2002) de Eli Roth, con críticas paupérrimas. Los que sí tienen un currículum más respetable para los amantes del género son Robert Englund (el querido Freddy Krueger) y Lin Shaye (Pesadilla en lo profundo de la noche donde actuó junto a Englund, Critters, The Hidden, la saga La noche del Demonio), que aparecen casi desperdiciados. Y es que los actores, los jóvenes y los históricos, hacen lo que pueden con ese guión y esos textos. El punto más flojo es la protagonista Gabrielle Haugh, su compañero Grayson Gabriel se defiende con cierta dignidad, Englund cumple con su presencia aunque su papel es casi decorativo y apenas sirve para que entre a dar un par de explicaciones que no se supo cómo dar de otra manera, mientras que Shaye es la única que puede generar un poco de inquietud a partir de su interpretación. Ningún momento del film es capaz de provocar o de generar miedo, siquiera un susto módico de sobresalto. Situaciones potenciales se terminan antes de llegar a ningún lado y ni siquiera queda el consuelo de reírse por las razones equivocadas. Y si lo protagonistas atraviesan una noche de amenaza, los espectadores apenas atraviesan una experiencia intrascendente. DEMONIO DE MEDIANOCHE The Midnight Man. Estados Unidos. 2016 Dirección: Travis Zariwny.Intérpretes: Gabrielle Haugh, Lin Shaye, Robert Englund, Grayson Gabriel, Emily Haine, Kyle Strauts. Guión: Travis Zariwny, sobre una historia de Rob Kennedy. Fotografía: Gavin Kelly. Música: Olaf Pyttlik. Edición: Kyle Tekiela. Dirección de Arte: Réjean Labrie. Producción: Cassian Elwes, Frankie Lindquist. Diseño de Producción: Melanie Rein. Distribuye: Impacto: Duración: 95 minutos.
“Viudas”, de Steve McQueen Por Ricardo Ottone En las Heist Movies, películas de atracos donde un grupo de personajes, generalmente de diversas personalidades y orígenes, tiene que colaborar en equipo para planificar y ejecutar un gran robo, los participantes pueden pertenecer a los diferentes extremos del espectro social y mostrar las motivaciones más diversas aparte del botín. Desde la versión dandy y glamorosa de esos ladrones profesionales de guante blanco que buscan doblegar la seguridad y desafiarse a sí mismos como en El Caso Thomas Crown (1968 y su remake de 1999) y las diferentes versiones de Ocean Eleven, hasta la versión desangelada de aquellos desamparados que no tienen nada que perder y el botín es la última chance de supervivencia como en Mientras la ciudad duerme (1950) o Casta de Malditos (1956). Viudas pertenece más a esta última vertiente desesperada. Sus protagonistas son tres mujeres que acaban de perder a sus maridos de manera violenta aunque no muy inesperada. La banda liderada por Harry (Liam Neeson) vuela en pedazos después de un atraco donde se hicieron con dos millones de dólares pertenecientes a Jamal (Brian Tyree Henry), un mafioso devenido candidato político. Las tres viudas quedan en pésima situación, desprotegidas, endeudadas, amenazadas y viendo cómo reconfigurar sus vidas a partir de la tragedia. La situación es aún más áspera para Verónica (Viola Davis) quien recibe la visita de Jamal para recordarle que a veces las deudas también se heredan y que dispone de un mes apenas para juntar y devolverle la plata que su difunto esposo le robó. Verónica recibe una libreta con las anotaciones de Harry donde este detallaba sus operaciones incluidas las instrucciones para el que iba a ser el próximo gran robo. Contacta entonces a las otras dos viudas, Alice (Elizabeth Debicki) y Linda (Michelle Rodriguez), quienes en términos financieros están en una situación aún peor que la suya, y las recluta para efectuar ese último golpe. Ambas aceptan a regañadientes pero sabiendo que tampoco tienen muchas más opciones. Viudas es una Heist Movie donde el gran atraco ocupa temporalmente una reducida parte de su duración hacia al final. Lo importante es la manera en que estas mujeres, que recién se conocen y solo las une la desgracia y su situación desesperada, van planificando un poco a ciegas, un poco a los tumbos, el golpe que puede ser su salvación o su ruina definitiva y como se van conociendo, relacionando y encontrando la forma de funcionar juntas y salir adelante. El film despliega varias líneas, la principal la del thriller de acción y policial duro. La otra gran línea es la línea dramática que muestra la situación en que deben moverse sus tres protagonistas, que tiene fuerza y conmueve aunque es un poco manipuladora. Hay dos líneas más: Una que es la del contexto, un trasfondo de podredumbre política, que está en segundo término pero tiene una incidencia capital, y se desarrolla de manera verosímil y lúcida eludiendo la simplificación de buenos y malos, idealistas versus políticos corruptos. Por el contrario, los dos bandos de la contienda personificados por Jamal y su rival, un político de familia con heredado poder territorial interpretado por Colin Farrell, muestran ambos la mugre y la crudeza de la lucha por el poder. El final es bastante escéptico acerca de su resolución. Y por último la línea de comentario racial, que es la más subsidiaria y también la más débil y tendiente al trazo grueso, montada sobre los pormenores que suceden a la relación interracial de Verónica y Harry, la suerte trágica de su hijo, y un último desarrollo que no debe revelarse. El realizador Steve McQueen ya había abordado la cuestión racial con mayor profundidad y fortuna en su oscarizada 12 años de esclavitud. (2013). Acá aborda otro tema de actualidad en el Hollywood contemporáneo que es la reivindicación de la mujeres y su elenco protagónico femenino lo acompaña con solvencia. Tanto Davis, Debicki y Rodríguez, a las que se suma Cynthia Erivo, componen un grupo de mujeres tratando de hacerse fuertes después de haber sido usadas y traicionadas, incluso por aquellos que supuestamente las amaban, y que van construyendo su relación a la fuerza, que al principio no se conocen y lógicamente desconfían pero tienen que aprender a confiar entre ellas y en sí mismas desarrollando una forma cruda pero necesaria de sororidad. Si se trata de una Heist sin glamour, más bien apunta a un realismo sucio y a veces incómodo donde el psicópata interpretado por Daniel Kaluuya es el que mejor personifica esa línea cruda. Un poco pretenciosa y con cierta vocación de sentencia terminante, en su propuesta no todos los factores funcionan con la misma suerte, pero Viudas es un producto que funciona sobre todo en lo hace al thriller de acción que es su propuesta principal. Ahí hay ritmo, fuerza y un virtuosismo visual que está en todo momento al servicio del relato. Un propuesta compleja e irregular pero efectiva. VIUDAS Widows. Estados Unidos, Reino Unidos. 2018 Dirección: Steve McQueen. Intérpretes: Viola Davis, Michelle Rodriguez, Elizabeth Debicki, Cynthia Erivo, Liam Neeson, Colin Farrell, Robert Duvall, Daniel Kaluuya, Brian Tyree Henry, Jacki Weaver, Carrie Coon. Guión: Gillian Flynn, Steve McQueen, basada en la serie de ITV “Widows” creada por Lynda La Plante. Fotografía: Sean Bobbitt. Música: Hans Zimmer. Edición: Joe Walker. Dirección de Arte: Gregory S. Hooper, Heather Ratliff. Producción: Iain Canning, Steve McQueen, Arnon Milchan, Emile Sherman. Producción Ejecutiva: Daniel Battsek, Rose Garnett, Sue Bruce Smith, Bergen Swanson. Diseño de Producción: Adam Stockhausen. Distribuye: Fox. Duración: 128 minutos.
“El silencio es un cuerpo que cae”, de Agustina Comedi Por Ricardo Ottone Uno de los fenómenos más notables que se dio en el cine argentino de 2000 para acá es el auge de los documentales en primera persona. Documentales donde el realizador parte de experiencias personales, es narrador (a veces en off) y protagonista (a veces en cámara). Varias de estas experiencias están ligadas a historias familiares como en Los rubios (2003) de Albertina Carri, Fotografías (2007) de Andrés Di Tella (2007), M (2007) de Nicolás Prividera o, más recientemente, Desmadre (2017) de Sabrina Farji. Estas historias pueden ser apasionantes o conmovedoras, pero films como los mencionados no tendrían la misma relevancia si no es porque a su vez logran conjugar lo personal y lo íntimo con algo del orden de lo universal. El silencio es un cuerpo que cae, opera prima de la realizadora cordobesa Agustina Comedi es un buen ejemplo de documental que puede hacer confluir lo personal y lo universal, lo privado y lo público. El origen de la película, según Comedi, está en el hallazgo de un cantidad considerable de material filmado de manera casera por su padre, Nestor, fallecido en un accidente en el año 1998 cuando ella tenía 12 años. Esto se suma a ciertas revelaciones acerca del pasado de su padre, que fue militante político y que antes de casarse con la madre de Agustina mantuvo durante once años una relación con otro hombre y se movió en los ambientes gay de la época. La visión de este material, más la indagación de la historia familiar es la que le dio la idea de realizar el film, con la dudas iníciales no solo de cómo organizar esa inmensa cantidad de archivo sino acerca de si estaba bien sacar a la luz estos secretos que habían sido tan cuidadosamente mantenidos. Agustina Comedi narra la historia de su padre a través de su voz en off, las imágenes de archivo en donde su padre rara vez aparece en cámara pero está presente en su búsqueda, en su manera de mirar, y también a través de entrevistas a quienes lo conocieron. Con este material traza el recorrido de vida desde la clandestinidad de la militancia de izquierda en los 70 y la clandestinidad del ambiente gay en la dictadura, a los 80 de los primeros años de democracia donde la liberación política no significó necesariamente abandonar los códigos secretos y el silencio y donde se iba a sumar a mediados de la década la aparición del SIDA, hasta llegar a los años 90 donde, ya casado y padre de una niña, encaró una vida totalmente distinta. En documental de Comedi es de una gran riqueza, abordando una buena cantidad de temas partiendo desde lo íntimo del abordaje familiar y ampliándolo hacia lo político, mostrando no solo el enorme prejuicio que había en la sociedad y en el seno de las familias con respecto a la homosexualidad sino también la homofobia virulenta en el seno de las organizaciones revolucionarias, incluso realizando juicios internos a integrantes que habían caído en esta “desviación burguesa”. Al mismo tiempo echa luz sobre el ambiente gay de los 80, sus códigos de pertenencia, sus maneras de relacionarse y la difícil vida cotidiana de quien los integraban. Hay un trabajo muy interesante en la forma en que se trata la diversidad del material y el ejercicio de empatar los formatos del archivo familiar en VHS con las entrevistas realizadas recientemente, tratando estas últimas para darles continuidad al relato tanto desde la imagen como desde la gráfica. Este trabajo desde la postproducción, que en primer lugar podría parecer una elección de índole estética o puramente formal, también puede estar aludiendo a que ciertas cosas no han cambiado demasiado, como la continuidad del secreto y del silencio y de las dificultades para abordar la cuestión que siguen presentes. La constatación de esto lo atestigua la dificultad que tienen algunos entrevistados para nombrar la homosexualidad o el pedido de otros que acceden a hablar y mostrar sus imágenes de archivo pero sin dar la cara con su imagen actual. Agustina Comedi pone su voz y también pone el cuerpo, se muestra en el archivo como la niña que fue y en la actualidad junto a su hijo pequeño. Aborda un material muy íntimo y complejo de índole emocional y lo hace de manera emotiva pero sobria, sin caer en ningún desborde. Abre a demás su historia personal a diversas líneas de índole social y político y da cuenta de cómo esta historia ocurrida entre los 70 y los 90, puede verse no sólo como un interesante retrato de una época sino además mostrar su vigencia y su continuidad con las luchas de hoy. EL SILENCIO ES UN CUERPO QUE CAE El silencio es un cuerpo que cae. Argentina, 2018. Dirección y guión: Agustina Comedi. Fotografía: Agustina Comedi, Ezequiel Salinas, Benjamín Ellenberger. Música: Virus. Edición: Valeria Racioppi. Sonido: Guido Deniro. Producción: Ana Apontes, Matías Herrera Córdoba, Juan C. Maristany. Producción ejecutiva: Juan C. Maristany. Distribuye: 3C Films Group. Duración: 72 minutos.
“Operación Overlod”, de Julius Avery Por Ricardo Ottone Los nazis dan para todo. Me refiero a los de ficción, los de verdad también y más últimamente, pero mejor no amargarnos. Volviendo a los de ficción, y a los del cine en particular, podemos recordar que existe ese género infame conocido como Naziexplotaition, cuyos hitos son glorias del trash como Ilsa, loba de la SS (1975) o Nazi Love Camp 27 (1977). Más acá en el tiempo podemos anotar nazis esotéricos en Hellboy (2004), nazis zombies en Dead Snow (2009), nazis en el lado oscuro de la luna en Iron Sky (2012) donde Pink Floyd no tiene nada que ver, o esa irresponsable y genial reescritura de la historia que hizo Quentin Tarantino en Bastardos sin gloria (2009). Operación Overlord viene a sumarse a esto que bien podría ser una tradición o un rejunte y que se caracteriza por usar la Segunda Guerra Mundial como marco histórico, eventos reales y conocidos como fondo y los nazis como villanos para contar historias de género. Ya desde el vamos el film toma su título del nombre en clave del desembarco de Normandía y se lo apropia de manera relajada e irrespetuosa, lo cual está muy bien. El desembarco de Normandía presta tanto el nombre como la excusa: durante el histórico día D, un escuadrón norteamericano tiene como misión traspasar las líneas enemigas para destruir una iglesia en un pueblito francés, una acción clave para facilitar el avance de las fuerzas aliadas. Lo que los miembros del escuadrón van a descubrir una vez allí es que el viejo edificio no solo funciona como centro de comunicaciones sino que además en sus catacumbas se realizan experimentos secretos con humanos, experimentos que tienen como cobayos forzados a los habitantes del pueblo ocupado. El plan que el líder alemán a cargo fórmula es construir un ejército de soldados invencibles ya que “un Reich de mil años necesita soldados de mil años”. El problema es que los experimentos todavía no están dando los resultados esperados y las pruebas están convirtiendo a las víctimas en seres muy fuertes pero monstruosos, inestables y con tendencias asesinas incontrolables. La idea de los experimentos sobre humanos tiene obviamente su antecedente histórico en los experimentos de Josef Mengele sobre prisioneros de los campos de exterminio, esto mezclado con la idea del supersoldado que recuerda inmediatamente a Capitán América y su súpersuero, da forma a la propuesta. El hecho de que los aliados en su avance descubran estas atrocidades puede también remitir a las verdaderas atrocidades que estos encontraron al llegar a los campos, pero si bien esto puede estar presente en cierta medida el film no se toma a sí mismo tan en serio y se limita a rozar la cuestión para ir a lo que realmente le importa que es la acción. El terror también forma parte del combo pero más para justificar la acción y para ofrecer algunas escenas de sangre y gore que no van a sorprender tanto a los que ya están curtidos en el género pero pueden generar una bienvenida tensión y un poco de comedia negra basada en cierta incomodidad ante lo que se está viendo. Algo que recuerda también a películas de terror ochentero como Re-animator (19859 y La novia de Re-animator (1989), con sus experimentos cuestionables, sus criaturas deformes y su jugueteo con la tolerancia del espectador. Por el otro lado, el film hace alarde de un ritmo vertiginoso y sostenido. La primera secuencia con la llegada del escuadrón, siguiéndolo desde el avión en plena invasión y en medio del combate hasta su accidentada llegada a tierra firme tras evacuar el vehículo en llamas, es impactante y pone al espectador in situ ya desde el comienzo, enganchado a la historia y a la suerte de esos personajes. Con un arranque así de potente se hace complicado mantener la vara y si bien no volvemos a tener una secuencia con el mismo vértigo, la acción se mantiene sin baches lanzada siempre hacia adelante. En este tipo de relatos, con equipos forzados a convivir en medio de una misión, se suelen presentar personalidades bien diferenciadas. Los personajes están construidos de una manera que los hace bien inidentificables, respondiendo a parámetros que pueden ser estereotipadas pero que funcionan. Lo mismo pasa con los villanos. “Nazis, los odio” decía Indiana Jones, y acá le venimos a añadir más motivos, con unos nazis absolutamente brutales y un villano ideal para detestar, inhumano y maquiavélico, relamiéndose gozosamente en su propia maldad. Y, a pesar de estos viejos estereotipos, se trata claramente de un film moderno que coloca al frente a un protagonista negro y a una mujer fuerte y decidida. Operación Overlord no se hace muchos cuestionamientos pero en medio del vértigo cuela ciertas cosas interesantes como al pasar, en especial la decisión de que su protagonista logre sostener una cierta ética hasta el final. Y todo servido en un envase incorrecto que mezcla géneros, influencias, hechos históricos e ideas bizarras sin culpa. Un pastiche irreverente, descarado, un poco descerebrado y sumamente entretenido. OPERACIÓN OVERLORD Overlord. Estados Unidos, 2018. Dirección: Julius Avery. Intérpretes: Wyatt Russell, John Magaro, Bokeem Woodbine, Iain De Caestecker, Jacob Anderson, Jovan Adepo, Marc Rissmann, Dominic Applewhite. Guión: Billy Ray, Mark L. Smith. Fotografía: Laurie Rose, Fabian Wagner. Música: Jed Kurzel. Edición: Matt Evans. Producción: J.J. Abrams, Lindsey Weber, Producción Ejecutiva: Jo Burn. Diseño de Producción: Jon Henson. Distribuye: UIP: Duración: 109 minutos.
“Gonjiam: Hospital maldito”, de Beom-Sik Jeong Por Ricardo Ottone El 31 de cctubre de 2012 (Halloween para los más dormidos), la web de CNN en su sección de viajes publicó una lista de 7 lugares perturbadores del mundo (freakiest es el término que usa) para visitar si uno está con ganas de emociones fuertes. Una lista de lugares donde pasaron hechos trágicos y lograron con el tiempo, por su historia y su estado de abandono un aura de misterio y terror. La lista resultó inspiracional a la hora de poner estos lugares en el mapa y en 2013 se filmó la producción tailandesa de fantasmas H Project en uno de los lugares reseñados: la isla de Hashima en japón. En 2015 Gus Van Sant filmó el drama The Sea of Trees en el bosque de Aokigahara también en Japón, un lugar favorito para cometer suicidios. Pero este material tenía más pasta para historias de terror y el mismo año se estrenó El bosque siniestro, donde ahí sí tenemos espíritus atormentados y furiosos como cabe esperar de una locación semejante. Si el lugar tenía algún tipo de maldición parece haber alcanzado también a las películas porque, sin importar el género, ambas terminaron en fracasos de crítica y público. Rozando este Halloween 2018 llega una nueva producción de terror inspirada en otro de los lugares de la lista (y decimos inspirada porque allí se la menciona explícitamente): El hospital psiquiátrico abandonado de Gonjiam en Corea del Sur. Aquí el productor de un portal coreano de Youtube dedicado al terror que, atento a la famosa lista y a que uno de los lugares lo tienen cerca, va con un grupo integrado por camarógrafos, conductor y un trío de jóvenes invitadas para transmitir en vivo desde el lugar, obviamente de noche para mayor efecto. La meta es conseguir una buena cantidad de vistas para que la incursión sea redituable, un millón es la cifra a alcanzar. El productor responsable, conocido entre los suyos como “el capitán” es un tipo ambicioso y, como cabe esperar, inescrupuloso y no tiene problema en falsear algunos efectos sin avisarle a sus invitadas para forzar los sustos. El problema va a venir cuando las entidades atormentadas que efectivamente habitan el edificio, y que el equipo vino a buscar sin realmente creer en su existencia, hagan acto de presencia y le den a los intrusos motivos reales para tener miedo. La premisa de la película se sostiene en la existencia real de este hospital donde se produjeron una serie inexplicada de muertes en el pasado y entre otros fenómenos que pasaron entre sus paredes está la desaparición misteriosa de su directora. Y claro, las posteriores experiencias sobrenaturales de quienes visitaron el lugar ya en ruinas. Una buena parte de la efectividad está dada por la locación que la producción del film tuvo la interesante idea de reproducir con fidelidad. No está filmada en el verdadero hospital pero se usaron los planos, fotos y filmaciones para reconstruir sus pasillos, salas y oficinas, darles el tratamiento para que luzca como es actualmente y ese escenario es el que se usó para poner en escena el relato. Eso le proporciona una atmósfera ominosa y opresiva que acompaña y refuerza el inquietante deambular de los personajes. Gonjiam: Hospital maldito es otro exponente del subgénero Falso Documental o Falso Found Footage que se viene reproduciendo desde The Blair Witch Project (1999) para acá. La premisa es más o menos similar, un grupo de jóvenes imberbes va a un lugar siniestro con la intención de explotar la leyenda negra que lo rodea y se llevan el chasco de su vida al comprobar de la peor manera que la leyenda es cierta. Beom-Sik Jeong, director y guionista trata de aggiornar el concepto a la era de Youtube y las redes sociales cambiando filmación amateur por streaming en directo. El otro elemento que agrega es la multiplicación de cámaras. Cada personaje tiene adosada una cámara doble que toma lo que tiene delante y al mismo tiempo su rostro, se colocan además cámaras en lugares estratégicos del edificio y hasta se usa un dron sobrevolando el lugar mientras “el capitán” recibe y administra las señales desde una carpa en el exterior que sirve de sala de control. Esto tiene la ventaja evidente de multiplicar a su vez los puntos de vista y cubrir más áreas. Pero no siempre más es más y algo siempre se pierde, en este caso parte de la gracia del subgénero que está en que el punto de vista de la cámara sea el de un personaje y por extensión del espectador logrando así una identificación más directa que pone al espectador en el lugar, sufriendo lo que el personaje sufre. Si hay un punto de vista análogo al del espectador acá es con “el capitán” que recibe y reparte las señales, elige que poner o manda repeticiones, No es lo mismo y, además, este personaje es un tanto repelente como para que uno trate de identificarse. En el medio de esa noche de terror, el film bordea algunos temas como el valor de verdad, su uso como mercancía y su manipulación, la necesidad de mantener a la audiencia interesada a cualquier costo y satisfacer la demanda de morbo. Como film de terror hace uso de unos cuantos lugares comunes y su capacidad para asustar se relativiza en parte porque, salvo por un breve prólogo, lo sobrenatural espera hasta bien avanzada la película para manifestarse. En contrapartida se hace un uso más sutil de elementos como objetos que se mueven, desaparecen y aparecen en lugares inesperados, sonidos y sombras. Y los fantasmas cuando aparecen lo hacen de lejos, poco iluminados pero fatalmente presentes y conscientes de la presencia de los intrusos, ciertos recursos que en suma resultan más efectivos que los habituales fantasmas que aparecen de repente y a los gritos. Mientras tanto ya está en postproducción la coproducción anglo-mexicana Island of the Dolls ambientada en la isla de las Muñecas, México, otro de los sitios de la lista, así que el tour sigue. GONJIAM: HOSPITAL MALDITO Gon-ji-am. Corea del Sur. 2018. Dirección: Beom-Sik Jeong. Intérpretes: Seung-Wook Lee, Ye-Won Mun, Ji-Hyun Park, Sung-Hoon Park, Ha-Joon Wi. Guión: Beom-sik Jeong, Sang-min Park. Fotografía: Yoon Byung-Ho. Música: Na Yoon-Sik. Producción: Won-kuk Kim. Distribuye: BF. Duración: 95 minutos
“Locamente millonarios”, de Jon M. Chu Por Ricardo Ottone - 24 octubre, 2018 Las historias de cenicientas son tan viejas como efectivas y siguen dando leche abundante y redituable. Y esto es así incluso en estos tiempos donde ciertas reivindicaciones de género o de clase las damos por descontadas y ciertos ideales los damos por vetustos y acabados. Bueno, no. Ahí están, vivitos y coleando. Y de esa siempre tentadora zanahoria se sirvieron films no tan distantes como Mujer bonita (1990) o, en este nuevo y superado milenio, El diario de la princesa 1 y 2 (2001 y 2004) o Sueño de amor (2002). Una tradición en la que Locamente millonarios cae por entero. Basado en el primero de una trilogía de best sellers, el film estrenado hace un par de meses en Estados Unidos, fue un éxito brutal de taquilla, algo aún más destacable en las salas norteamericanas teniendo en cuenta que su elenco está compuesto en su totalidad por actores asiáticos entre asiático-americanos, chinos, singapurenses, malayos, japoneses y filipinos. La cenicienta del caso, involuntaria como es de rigor, es Rachel (Constance Wu), una profesora de economía en Nueva York hija de una inmigrante china que llegó desde Oriente con una mano atrás y otra adelante. Rachel está de novia con Nick (Henry Goldling), un joven asiático que nunca antes le había contado de su origen. Hasta que una noche Nick le propone ir de viaje a Singapur a la boda de su mejor amigo y de paso presentarle a su familia. Cuando llegan a Singapur, uno de los nuevos y opulentos tigres asiáticos, la desprevenida Rachel se viene a enterar, no solo de que están acudiendo a la boda del año, sino que la familia de su novio es la más rica de la zona y que este es el heredero codiciado de una inmensa fortuna. Parece color de rosa pero el problema es que su compañero al obviar esta información que uno supondría relevante, hace que Rachel tenga que enfrentarse sin habérselo propuesto al juicio de la alta sociedad que la rodea y, sobre todo, de la familia. Estos ven en ella una oportunista cazafortunas y harán lo posible para hacérselo sentir y apartarla de él de las formas más desagradables. Locamente millonarios es una comedia romántica con mucho más de romántica que de comedia, que en lo que toca a la parte romántica predominante sigue casi todas las reglas y recorre casi todas las vueltas y lugares comunes del género, y que en cuanto a la parte de comedia un poco más subsidiaria ofrece un humor liviano de risas discretas. Y lo está presente también es una buena dosis de melodrama bien cargado, quizás como un guiño a un género tan popular en oriente o quizás porque era tentador entregarse al refugio acogedor de la telenovela. En cuanto a la pareja es Constance Wu la que se pone al hombro la película dándole espesor y complejidad a una Rachel aparentemente frágil pero con fuerza interior y sentido de la dignidad. Henry Golding no tiene la misma suerte como su partenaire, Nick, un príncipe azul un poco anodino, galán lineal, bienintencionado, un poco blando y pusilánime. En el reparto numeroso de secundarios, unos cuantos odiosos, otros lastimeros y algunos pocos más simpáticos, se destacan Awkwafina y Keng Jeong como unos ricos pero no tan ricos, no lo suficiente para formar parte, alineados entre los pocos aliados de Rachel y responsables de la mayor parte de los momentos de humor. Hay en el film una intención declarada de crítica al arribismo, a la prepotencia del dinero y el poder, pero es una crítica no muy convencida, que no alcanza a disimular la fascinación que eso en realidad le produce. Y así se sucede el despliegue empalagoso y obsceno de riqueza, la ostentación sin freno de mansiones, autos, vestidos, joyas, fiestas, yates, helicópteros, fiestas multitudinarias, modelos y ejércitos de sirvientes uniformados. “El lujo es vulgaridad” decía un tema de los Redonditos de Ricota y esta película se empeña en demostrar esa sentencia todo el tiempo, no necesariamente de manera voluntaria, porque lo que arranca como crítica a ese alarde de oneroso mal gusto no tarda en revelarse como deseo de pertenecer. Arriesgo la idea de que el éxito enorme del film en su país de origen se debe menos a sus dotes como comedia romántica, que algunas tiene, o a la supuesta originalidad de su elenco, sino más bien al viejo deseo de vivir vicariamente la vida soñada que explica también el éxito de los realitys de niñas ricas como Paris Hilton o las Kardashian. Lo que se compra sigue siendo la historia de princesa plebeya a lo Lady Di o “nuestra” Máxima Zorriegueta. Una que viene a cuestionar lo acartonado y anquilosado de ese sistema de tradiciones y códigos rígidos, amenazando con romper y darle la espalda pero no tanto. Se trata de una jugada engañosa y estratégica como las que Rachel enseña en la facultad y ejecuta en una escena con su resistida suegra, para finalmente entrar, renovar el escenario decadente con su frescura pero ya integrada junto a esos millonarios arrogantes y ofensivos pero no tan malos en el fondo. Se trata de creer que una/o también podría formar parte y, en fin, de seguir creyendo una y mil veces en el viejo y resistente cuento de la Cenicienta. LOCAMENTE MILLONARIOS Crazy Rich Asians. Estados Unidos. 2018 Dirección: Jon M. Chu. Intérpretes: Constance Wu, Henry Golding, Michelle Yeoh, Gemma Chan, Awkwafina, Chris Pang, Sonoya Mizuno, Kheng Hua Tan, Harry Shum Jr., Ken Jeong, Lisa Lu, Nico Santos. Guión: Pete Chiarelli, Adele Lim, sobre la novela de Kevin Kwan. Fotografía: Vanja Cernjul. Música: Brian Tyler. Edición: Myron Kerstein. Dirección de Arte: Leslie Ewe, David Ingram. Producción: Nina Jacobson, John Penotti, Brad Simpson. Producción Ejecutiva: Tim Coddington, Robert Friedland, Kevin Kwan. Diseño de Producción: Nelson Coates. Distribuye: Warner Bros. Duración: 120 minutos.
“Criaturas nocturnas”, de Fritz Böhm Por Ricardo Ottone Un padre le cuenta a su hija pequeña una historia antes de ir a dormir. Es una historia que contiene una advertencia acerca de los peligros del mundo como suelen pasar en muchos cuentos infantiles. Una Cautionary Tale como las llaman los anglosajones donde monstruos, fieras o brujas son metáforas de los peligros reales y cotidianos. El monstruo de la historia es un Wildling, una criatura humanoide, peluda y carnívora que acecha en los bosques como el que rodea la casa aislada en la que viven. Así arranca el film y a medida que avanzan esos primeros momentos vamos viendo que en esa relación entre padre (Brad Douriff) y la hija Anna (Bel Powley) hay indicios de que algo no anda bien. El padre no deja a Anna salir al exterior y la mantiene encerrada en su habitación aislada e ignorante de lo que pasa en el mundo. Con el correr de los años intenta por medio de medicación retrasar su maduración sexual. La situación se descalabra, Anna termina en un hospital y Ellen, la Sheriff del pueblo (Liv Tayler), se la lleva a vivir con ella y su hermano menor Ray (Collin Kelly-Sordelet) hasta que su situación se aclare. Ya sin la vigilancia del que se supone era su padre, Anna empieza a experimentar visiones y cambios en su cuerpo, a descubrir que las historias no eran completamente metáforas y que los Wildling no solo parecen ser reales sino que podrían ser la explicación detrás de los trances y las transformaciones que está sufriendo. Criaturas nocturnas es un un híbrido, un film de terror y a la vez una historia de crecimiento, un coming of age un poco más inusual y doloroso. Se trata del derrotero de la protagonista por descubrir quién es realmente, encontrarse con aquello en ella que está silenciado, negado pero latente. Anna tiene una doble faceta, una desprotegida que tiene que ver con su humanidad desamparada y otra peligrosa que es la de su verdadera naturaleza animal que empuja para salir a la superficie. El propio cuerpo y sus transformaciones son una fuente de terror, la adolescencia, la madurez y la sexualidad como algo temido que puede despertar un poder amenazante. Algo que remite a un clásico del género como Carrie (1976). Aquí también la primera menstruación se presenta como un hecho que precipita los acontecimientos trágicos por venir. Pero a pesar de este lado salvaje, está claro que Anna es una víctima y el narrador tanto como el espectador se ponen de su parte. También está claro para la sheriff y su hermano que, a pesar de los problemas en que Anna involuntariamente los mete, van a hacer lo posible por ayudarla. Son sus cazadores los verdaderos villanos, una banda de fanatizados en la mejor tradición de la turba con antorchas del horror clásico, quienes ven en ella algo incomprensible y por ende maligno. Como es habitual, no son los monstruos sino los humanos las criaturas de temer. El alemán residente en Estados Unidos Fritz Böhm hace un prometedor debut cuya mayor debilidad es cierta previsibilidad. Aun así, el relato atrapa y logra que uno se interese por la suerte de su protagonista, de quien la joven Bel Powley hace una interpretación creíble e intensa. Y por supuesto siempre es un placer ver al gran Brad Douriff en acción, quien compone a un padre en principio amoroso y compasivo pero con una arista siniestra que se va revelando paulatinamente. La película tiene un gran comienzo con las escenas de padre e hija en una atmósfera de fantasía y cuento de hadas oscuro. Después de eso pasa a recorrer caminos más conocidos y transitados. Hay una preeminencia de los efectos físicos que remite al terror de los 70 y 80 y ciertos elementos propios de ese cine (los pueblos chicos, los bullys, las fiestas adolescentes) pero sin abusar de ellos para convertirlos en clichés. Criaturas nocturnas es una película de bajo perfil, que no necesita apelar a sobresaltos ni a la saturación de citas. Entretenida y eficaz, está más bien concentrada en los personajes y en los climas, donde se intuye la voluntad de generar su cometido con herramientas legítimas. Lo cual en el panorama del cine del género que se estrena habitualmente no es poca cosa. CRIATURAS NOCTURNAS Wildling. Estados Unidos, 2018. Dirección: Fritz Böhm. Intérpretes: Bel Powley, Liv Tyler, Brad Dourif, James Legros, Collin Kelly-Sordelet. Guión: Fritz Böhm, Florian Eder. Fotografía: Toby Oliver. Música: Martina Eisenreich, Paul Haslinger. Edición: Matthew Rundell, Robb Sullivan. Dirección de Arte: Mary Lena Colston. Producción: Celine Rattray, Trudie Styler, Liv Tyler, Charlotte Ubben. Diseño de Producción: Lauren Fitzsimmons. Distribuye: BF Distribution. Duración: 92 minutos.
“Escalofrios 2: Una noche embrujada”, de Ari Sandel Por Ricardo Ottone R.L. Stine es un escritor que es además una marca. Sus novelas de terror, mayormente incluidas en la serie de libros “Escalofríos” (Goosebumps) dirigidas a un público infanto-juvenil venden millones de ejemplares y ya tuvieron adaptaciones en el sentido más clásico del término con las series de televisión Escalofríos de 1995 y Las Aventuras del Suspenso (The Nightmare Room) de 2002. En 2015 la idea de llevar la exitosa franquicia Escalofríos al cine se llevó a cabo de otra manera. Ya no se trataba de adaptar un determinado relato sino de poner en escena su universo, entendido como una dimensión particular, un patio de juegos habitado por los monstruos clásicos del imaginario compartido por todos (hombres lobos, momias, zombies, brujas, hombres de las nieves, muñecos que cobran vida) Un lugar con forma de pueblo pequeño protagonizado por niños y adolescentes y donde el propio Stine no es solo el autor, ni siquiera un presentador al estilo de Alfred Hitchcock o Rod Serling, sino un personaje que habita ese mismo escenario e interactua con sus creaciones, las cuales tienen con él una relación que no es precisamente de gratitud. Razones no les faltan para sentir rencor por un creador que juega a su vez de carcelero. En aquel primer film de 2015 la clave estaba en la combinación de entretenimiento ATP, el elemento nostálgico de unos monstruos reconocibles, unos cuantos guiños a clásicos del género y un toque de autoconciencia. Jack Black interpretaba a Stine de manera totalmente libre, con una composición histriónica y extravagante que no pretendía retratarlo tal cual es por medio de la imitación sino crear una caracterización alejada del Stine real, que tanto allí como en la presente secuela aparece haciendo pequeños cameos. Esta secuela dirigida por Ari Sandel, quien viene de dirigir un par de comedias románticas teen, cambia los protagonistas que esta vez son un trío compuesto por dos niños y una hermana adolescente. Cambia también el escenario aunque sólo en apariencia (como si todos los pueblos chicos fueran intercambiables). Los que vuelven son los monstruos que insisten en su afán de escaparse de las páginas al mundo cotidiano de los humanos. Los conduce nuevamente el carismático Slappy, muñeco de ventrílocuo con ansias de poder, líder carismático y megalómano en conflicto con su propio autor. Nuevamente las referencias son al cine de terror infantil-juvenil de los años 80, a directores como Joe Dante, Fred Dekker o Tom Holland, con películas como Gremlins (1984), Escuadrón antimonstruos (1987) o La hora del espanto (1985) y también a series como Eeerie Indiana (1991) y películas de Halloween como Abracadabra (1993, Kenny Ortega) . Los lugares y personajes son los típicos: el pueblo, la escuela secundaria, el baile del colegio, la noche de brujas, las madres (sin padre), los matones y los vecinos raros. Y lo fantástico y sobrenatural que se despliega, se sale de control y amenaza con apoderarse de todo. Como es habitual, los protagonistas perdedores no tienen otra opción que tratar de salvar al pueblo. Toda esta serie de elementos es mezclada y pasada por un filtro amable donde el propio Slappy es como una versión suavizada de Chucky, el muñeco diabólico (1988, también de Holland) y se explotan los monstruos clásicos en su versión infantil y festiva, más como un recurso de complicidad que de terror propiamente dicho. El film anterior tendía lazos en ambos sentidos: niños con ganas de sustos relativamente seguros y adultos nostálgicos. Esta secuela opta por un tono más infantil donde las citas y los guiños están pero son menos. Escalofríos 2 es una película amena que cumple con el objetivo de entretener con medios conocidos aunque es más obvia y previsible que su antecesora. Los clichés de los cuales el Stine personaje se avergüenza y señala como defectos de juventud pasan de ser un chiste o un guiño a ser parte del carácter del film. La mirada irónica ya no lo es tanto, quizás porque los protagonistas son más chicos o porque el personaje de Stine, responsable en la primera de la autoconciencia del relato, tiene esta vez una participación anecdótica, casi de trámite. La noche de brujas es un escenario conocido y transitado que juega de excusa para que las criaturas fantásticas de juguete y cartón pintado cobren vida y se sumen a sus colegas salidos de los libros para subvertir el orden apacible del pueblo. Su espíritu es análogo al que la película propone: una fantasía de feria con sustos de cotillón que necesita para su disfrute de un espectador niño o que tenga la indulgencia de hacer de cuenta que lo sigue siendo. ESCALOFRIOS 2: UNA NOCHE EMBRUJADA Goosebumps 2: Haunted Halloween. Estados Unidos. 2018 Dirección: Ari Sandel. Intérpretes: Jack Black, Wendi McLendon-Covey, Madison Iseman, Jeremy Ray Taylor, Caleel Harris, Chris Parnell, Ken Jeong. Guión: Darren Lemke, Rob Lieber, basado en los libros: R.L. Stine. Fotografía: Barry Peterson. Música: Dominic Lewis. Edición: Keith Brachmann, David Rennie. Producción: Deborah Forte, Neal H. Moritz. Producción Ejecutiva: Timothy M. Bourne, Tania Landau. Dirección de Producción: Rusty Smith. Distribuye: UIP. Duración: 90 minutos.