“La misma sangre”, de Miguel Cohan Por Ricardo Ottone Atendiendo a la filmografía de Miguel Cohan, podemos ver desde el principio cuál es el campo en que se mueve. Policiales con forma de thrillers, de factura industrial, actores populares y aspiración de masividad. En algunos casos sus relatos están basados en la novela de autores reconocidos como Claudia Piñeiro en el caso de Betibú (2014) y Sergio Olguín en el caso de la miniserie La fragilidad de los cuerpos (2017). En La misma sangre, su tercer largometraje, vuelve a contar con un guión original como en su primer film, Sin retorno (2010), escrito nuevamente junto a Ana Cohan, hermana y colaboradora frecuente quien lo acompañó en el guión de aquel film y luego en la adaptación del libro de Piñeiro. En todos los casos antes mencionados el detonante del relato es una muerte a investigar y en este se trata de la muerte presuntamente accidental de Adriana (la actriz chilena Paulina García), esposa de Elías (Oscar Martínez) y madre de Carla (Dolores Fonzi). Nadie parece sospechar de las circunstancias de la muerte de Adriana excepto Santiago (Diego Velázquez) quien en las horas previas al supuesto accidente pudo observar en una reunión familiar una tensión entre Elías y su esposa y, luego de producido el fallecimiento, nota actitudes sospechosas por parte de su suegro. Sin ninguna prueba más que su intuición y elementos poco claros, y ante el riesgo de lastimar su relación con Carla, Santiago empieza a observar y a investigar por su cuenta. Lo más interesante viene por el lado del planteo narrativo que le agrega un plus a una historia que de otro modo sería bastante más convencional. El film está dividido en tres partes: una primera contada desde la perspectiva de Santiago, una segunda que vuelve a contar los hechos pero desde la perspectiva de Elías y una tercera que retoma desde el punto en que dejan las otras dos pero para diversificar los puntos de vista e incluir además el de Carla. Este recurso de contar desde diferentes perspectivas los mismos episodios le agrega capas al relato, vela hechos para luego descubrirlos y resignificarlos. En el tercer tramo, de narración coral, algo de ese interés se pierde en pos de una resolución que llega apresurada y forzada. Al igual que los films anteriores de Cohan, La misma sangre es un policial con la Policía y el Sistema Judicial de fondo, donde el protagonismo queda en manos de personas comunes, en este caso en manos de los familiares de la víctima. La investigación entonces no es una pesquisa o la resolución de un enigma de manera detectivesca sino el progresivo descubrimiento de una tragedia y de unos secretos que se asoman y pugnan por salir a la superficie. La pregunta de qué es lo que realmente sucedió con la muerte de Adriana y de cuál es el verdadero papel de algunos de los que la rodeaban implica explorar la dinámica real de esa familia por detrás de su fachada de normalidad, prosperidad y satisfacción y encontrarse con la aparición de los rencores, los engaños y la violencia latente. Más que el resultado de una investigación se trata entonces de una verdad que se insinúa e incomoda hasta un punto en que no puede ser ignorada. El caso policial y la búsqueda de la verdad tiene su función en el marco del género, el quién lo hizo y por qué, pero sobre todo también le permite a Cohan plantear otras preguntas que tienen que ver con el quién es quién y si conocemos realmente al otro, aun si convivimos con él gran parte de nuestras vidas. Pone también en juego el papel de las determinaciones económicas en una clase media con aspiraciones y algo que está de fondo pero es determinante, que es el peso del legado. En el caso de Elías, los mandatos paternos cuya asunción lo pueden llevar a la ruina, en más de un sentido. El film se apoya fuertemente en las actuaciones que funcionan mejor cuando se tensan y los personajes necesitan ocultar y moverse en el terreno de la mentira y la simulación. Se trata de un thriller impecable desde lo formal, más original por el cómo -el mecanismo narrativo por el cual se va rodeando el enigma- que por lo que cuenta, pero que lo cuenta con oficio y precisión. LA MISMA SANGRE La misma sangre. Argentina. Chile, 2019. Dirección: Miguel Cohan. Intérpretes: Oscar Martínez, Dolores Fonzi, Paulina García, Diego Velázquez, Luis Gnecco, Norman Briski. Guión: Ana Cohan / Miguel Cohan, sobre Idea original de Ana Cohan, Miguel Cohan, Walter Rippel. Fotografía: Julián Apezteguía. Música: Luca D’Alberto. Edición: Soledad Salfate. Dirección de Arte: Mariela Rípodas. Distribuye: Buena Vista Internacional. Duración: 113 minutos.
“Green Book: Una amistad sin fronteras”, de Peter Farrelly Por Ricardo Ottone Peter Farrelly es reconocido desde mediados de los 90 por las películas que filmó junto a su hermano Bobby. Al igual que otros famosos dúos de hermanos realizadores como los Coen, los Wachowski o los Russo, los Farrelly se labraron un nombre en la Industria y se volvieron marca. Los hermanos Farrelly se convirtieron en referentes de la nueva comedia americana con su humor incorrecto, escatológico y zafado en títulos como Tonto y retonto (1994), Loco por Mary (1998) o Irene, yo y mi otro yo (2000). Green Book es un quiebre en la carrera de Peter Farrelly, no solo porque es el primer film que dirige en solitario sino además porque implica un cambio de registro: un drama de época, inspirado en hechos reales y con mensaje de tolerancia. Aunque, como ya veremos, tampoco abandona el humor. Los protagonistas, basados en personajes reales, son Tony Lip (Viggo Mortensen) un italoamericano, grandote y rudo pero también bonachón que se gana la vida como seguridad en Night Clubs de Nueva York, y Don Shirley (Mahershala Ali), un virtuoso pianista clásico afroamericano, sofisticado, delicado y solitario. Shirley contrata a Tony para que sea su chofer en una gira por el sur profundo del país y lo hace en buena parte porque supo del talento innato de Tony para resolver situaciones difíciles. Estamos en 1962, un momento álgido de las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos. Es el mismo año que el estudiante negro Meredith James ganó una demanda para estudiar en la universidad de Mississippi y tuvo que entrar escoltado por la policía. Hace solo 7 años, en 1955, una mujer negra, Rosa Parks causó un revuelo al sentarse en un asiento de autobús destinado a los blancos y todavía falta un año para la histórica marcha sobre Washington encabezada, entre otros, por Martin Luther King. El Green Book al que el título hace referencia era una guía que se publicaba entonces para que los negros que viajaban por el país supieran en qué lugares eran bienvenidos y que lugares era mejor evitar por su propia seguridad. El sur del país es un escenario tristemente privilegiado para la tensiones raciales y un músico negro tocando “música de blancos” en lugares solo permitidos a los blancos anticipa problemas. Ambos lo saben y la misión de Tony va a trascender largamente la de trasladar a Shirley de un lugar a otro. El escenario está servido y la fórmula funciona como en automático. Todo lo que uno supone que va a pasar, efectivamente pasa. Problemas con los racistas del sur, con las autoridades (también racistas), momentos de tensión y peligro que Tony va a resolver a su manera. Y también la relación entre dos personajes tan distintos, por sus diferencias raciales y sobre todo culturales. Esa relación va a arrancar con cierta desconfianza, unos cuantos chicaneos y roces y, con el correr de los kilómetros y las situaciones compartidas, va derivando en un entendimiento y una amistad genuina por encima de las diferencias. Lo que salva todo esto de ser un mamotreto solemne y fastidioso son dos cosas. En principio sus protagonistas. Viggo Mortensen y Mahershala Ali son el corazón de la película, sus interpretaciones y la química entre ambos llevan el film adelante y, aunque sus personajes son un poco estereotipados, ambos actores los vuelven queribles e interesantes. Tony en cierto modo es como el estereotipo del italoamericano que no desentonaria en una escena de Buenos Muchachos o Los Soprano, un poco bruto, algo simpático y seductor, un poco chanta y acostumbrado a resolver los problemas a los golpes, pero sobre todo un buen tipo. Shirley es algo así como el anti-estereotipo que contiene gran parte de lo que a un negro no se le permitía ser: educado y distinguido, un poco estirado pero con un fuerte sentido de la dignidad. Justamente es su no adecuación a lo esperable de un negro en los 60 y su negativa a aceptar ese lugar lo que lleva el conflicto adelante. Y también la inversión de roles ya que Tony es el empleado blanco de un patrón negro, algo que hace ruido adonde quiera que van. Aunque esa inversión va un poco más allá, eso se nota por ejemplo en la escena en que se quedan varados en la ruta y Shirley puede observar de primera mano el trabajo duro de los campesinos negros en una plantación o en el hecho más simpático de que es Tony el que introduce músicos populares negros a Shirley. Habría que recordar que uno de los guionistas, Nick Vallelonga, es el hijo del verdadero Tony, así que cabe esperar cierta idealización. El guión presenta al principio aspectos más problemáticos de los personajes. Tony tiene actitudes racistas al principio de la película (tira a la basura unos vasos usados por plomeros negros) y Shirley está atravesado por cierto desdén de clase y en cierta medida reniega de su “negritud” moviéndose en círculos exclusivamente blancos sin mezclarse con lo que Tony llama “su gente”. Estos aspectos son superados como parte de la transformación que ambos tienen en el viaje. El otro elemento interesante es que Farrelly efectivamente cambia de registro y presenta aquí un drama de época, pero no se olvida de sus orígenes e inyecta una buena dosis de humor al relato, no tanto el escatológico y zarpado por el que es conocido sino uno más costumbrista y basado en los diálogos. Mortensen y Ali tienen unas cuantas escenas que son prácticamente de Buddy Movie lo que le da un poco de aire y liviandad al lidiar con un tema “importante”. Por otro lado el film tiene mucho de road movie que es algo que Farrelly ya exploró en su primer film, Tonto y retonto, donde los dos tarados protagonistas atravesaban el país para devolver un maletín. Por supuesto, las comparaciones terminan acá. Farrelly aquí apuesta a la simpatía de sus personajes y también a la emotividad. En ese sentido van las escenas de quiebre, las discusiones, la apertura de sus corazones y las confesiones de sus vulnerabilidades, coronando con un cierre navideño que es tradición en Hollywood desde Qué bello es vivir (1946). Nominada a cinco premios Oscar, película, guión, edición, actor principal (Mortensen) y actor de reparto (Ali, a quien lo de “de reparto” le queda muy chico), tiene mucho de lo que la academia de Hollywood suele premiar. Es previsible y manipuladora pero también entretenida y disfrutable. Quizás no sea para tanto pero no es poca cosa. GREEN BOOK: UNA AMISTAD SIN FRONTERAS Green Book. Estados Unidos. 2018. Dirección: Peter Farrelly. Intérpretes: Viggo Mortensen, Mahershala Ali, Linda Cardellini, Sebastian Maniscalco, Dimiter D. Marinov, Mike Hatton. Guión: Brian Hayes Currie, Peter Farrelly, Nick Vallelonga. Fotografía: Sean Porter. Música: Kris Bowers. Edición: Patrick J. Don Vito. Dirección de Arte: Scott Plauche. Producción: Jim Burke, Brian Hayes Currie, Peter Farrelly, Nick Vallelonga, Charles B. Wessler. Diseño de Producción: Tim Galvin. Producción ejecutiva: Steven Farneth, Jonathan King, Kwame Parker, John Sloss, Octavia Spencer. Distribuye: Diamond Films. Duración: 130 minutos.
“Te quiero tanto que no sé”, de Lautaro García Candela Por Ricardo Ottone La primera escena ya da una pista de la personalidad de Fran, el protagonista del film. Escondido y asomado al borde de una escalera, espía el momento en que su ex le entrega algunas pertenencias de Fran a un amigo. Este último niega su presencia, obviamente a pedido, ya que es evidente que Fran no quiere o no se atreve a enfrentar la situación. Fran es uno de esos jóvenes marca registrada del cine argentino post noventas: un poco abúlico, un poco inexpresivo, algo desorientado, con cierta tendencia a dejarse llevar por las circunstancias sin saber muy bien lo que quiere. Sin embargo el realizador, Lautaro García Candela, que aquí hace su debut en el largometraje, no se entrega al retrato ya transitado, y a esta altura un poco cansador, de la introspección y el desencanto de los jóvenes con problemas de comunicación. Por el contrario, si hay una influencia del NCA viene por el lado de la escuela de Martín Rejtman, si es que tal cosa existe, con esos personajes que dicen sus diálogos casi sin revelar emotividad, casi como recitando, y actúan como en automático, como sin reflexionar, entregados al puro flujo de los acontecimientos. Es fin de semana, la noche es joven y a Fran no es que se le note mucho el entusiasmo pero se le plantea la posibilidad de encontrarse con Paula, una amiga con la que no sabe que onda pero quizás haya algo. Fran quiere encontrarse con Paula, o no quiere, o no sabe que quiere, pero en todo caso se pasa la noche demorando la decisión. Paula le dijo que va a estar en un boliche pero, en vez de ir directamente para allá, nuestro protagonista va dando vueltas en su auto por la ciudad, pasando de una encuentro casual a otro, de una actividad a otra: sumarse a un city tour nocturno, prenderse en un picado de futbol, visitar a su hermano o acompañar a recién conocidos a extrañas transas de celuloide. Mientras el tiempo pasa y Fran va procrastinando aún cuando sabe perfectamente donde Paula está. Hay una forma oblicua de comedia musical donde a veces un personaje se puede poner a cantar porque sí o, a modo de coro griego, un cantante callejero va apareciendo en los diferentes ámbitos comentando de algún modo con canciones populares algo emotivas y algo mersas. Te quiero tanto que no se plantea desde su título una cierta inadecuación entre las pasiones y lo que uno puede hacer con ellas. Su comicidad está dada por la acumulación de situaciones en las que su protagonista se ve envuelto tan naturalmente y con una cara de piedra ante la que el espectador, por su parte, puede responder con una sonrisa. Esta reseña corresponde a la presentación de Te quiero tanto que no sé en la sección Vanguardia y Género del 20º Bafici. TE QUIERO TANTO QUE NO SÉ Te quiero tanto que no sé. Argentina, 2018. Guión y dirección: Lautaro García Candela. Intérpretes: Matías Marra, Shira Nevo, Guillermo Masse, Jazmín Carballo y Rocío Muñoz. Fotografía: Héctor Ruiz. Edición: Andrés Medina y Miguel de Zuviría. Sonido: Elías Giumelli y Gabriel Real. Dirección de arte: Sofía Marramá. Duración: 70 minutos. En el MALBA (Figueroa Alcorta 3415), los viernes de febrero, a las 22.30.
“La favorita”, de Yorgos Lanthimos Por Ricardo Ottone Yorgos Lanthimos fue construyendo una carrera como suerte de enfant terrible, desde sus inicios como la cabeza más visible de los que se bautizó en su momento como la “Ola Rara Griega” a su consagración en el circuito festivalero y su posterior importación al Reino Unido donde filma actualmente. Esa fama se la creó en base a películas que juegan con el absurdo y con cierta mirada despiadada y un tanto misantrópica que apuesta a provocar extrañamiento e incomodidad en el espectador. La favorita su última película, premiada en varios festivales y nominada a 10 Oscars, entre ellos el de Mejor Película y Mejor Director, se puede ver como una continuidad de su obra y a la vez como una evolución. Ambientada a principios del siglo XVIII y basada en personajes y hechos reales, algo que a la Academia de Hollywood le encanta premiar, la película sin embargo no se concentra tanto en la reconstrucción histórica -que igualmente está presente y es de rigor- o en seguir la saga de los grandes acontecimientos, sino en la relación personal, incluso íntima, de su trío protagónico compuesto por la Reina Anne, soberana del Reino Unido (Olivia Colman), su amiga y principal consejera Lady Sarah (Rachel Weitz) y la recién llegada nueva sirvienta Abigail (Emma Stone). Lanthimos toma a estos personajes reales -y a la Guerra de Sucesión Española de fondo, con Francia como principal enemigo- para la puesta en escena de lo que más le importa, que es la dinámica entre estas tres mujeres, los juegos de poder, las intrigas palaciegas, las alianzas circunstanciales y su guerra asordinada. La Reina Anne, aquejada de múltiples dolencias, es incapaz de sobrellevar los asuntos de gobierno por su cuenta. Para eso, entre otras cosas, está su amiga Lady Sarah, su principal consejera que la acompaña, la cuida, la asesora, le ayuda a tomar decisiones y también se toma algunas cuantas atribuciones sin consultarla. Debido a la debilidad de la Reina, Lady Sarah se transformó en un factor de poder en sí mismo y también filtra a su antojo el acceso a la soberana, lo cual le acarrea ciertas enemistades. En ese contexto viene a caer Abigail, una joven de buena familia pero caída en desgracia que consigue un puesto como criada en el palacio. Abigail es bastante avispada y empieza a labrarse primero el favor de Sarah y luego el de la propia Reina para conseguir ascender socialmente y poder a su vez ejercer cierta influencia. Esta competencia por ocupar el puesto de la favorita de la Reina, que incluye todo tipo de artimañas y juegos de seducción, va a enfrentarlas en una escalada de hostilidades, trampas y traiciones. Ambas mujeres son ambiciosas aunque con diferentes motivaciones, la de Abigail es recuperar una posición social y lograr cierta estabilidad, mientras que la de Sarah es claramente la voluntad de ejercer el poder. La relación entre ambas y sus vaivenes es el eje del relato, primero una amistad nunca demasiado firme, luego la desconfianza, el resentimiento y sobre todo la rivalidad que se va jugando a partir de pequeñas batallas, dardos venenosos, fatigosas intrigas y el aceitado ejercicio de la hipocresía. El premio, si se lo puede llamar tal, es obtener el favor de la Reina que incluye un mejor posicionamiento pero también soportar una carga no muy fácil de llevar. Ana es un personaje inestable, caprichoso, infantiloide y por momentos odioso. Pero además es un personaje herido, no solo por sus numerosos achaques físicos sino, y por sobre todo, emocionalmente quebrado por numerosos embarazos que se perdieron o terminaron en la muerte de los recién nacidos. Sus arrebatos y berrinches en un personaje con semejante poder la vuelven incluso peligrosa y el juego que Abigail y Sarah juegan tiene sus premios y sus riesgos,donde se puede pasar sin mucho trámite de la desgracia a la cima y viceversa y el alcanzar una posición no garantiza conservarla. En films anteriores Lanthimos presentó universos con reglas disparatadas o absurdas pero rígidas e incuestionables. Las extrañas reglas familiares con que los padres de Colmillos (2009) educan a sus hijos y los mantienen ignorantes del mundo exterior o las reglas de la sociedad distópica de Langosta (2015) con sus solteros obligados institucionalmente a emparejarse en determinado plazo. Así, el estado de cosas en el palacio, con los caprichos convertidos en ley de una soberana inestable, a los que todos deben acomodarse y procurar influirla sin que ésta lo advierta, van en el sentido de su obra. Pero también hay una ampliación de su registro. Con la desoladora excepción de El sacrificio del ciervo sagrado (2017), Lanthimos ha dirigido comedias que son un poco raras y desconcertantes, de un humor seco y absurdo. La favorita marca su incursión en un género de origen norteamericano como el de la Screwball Comedy. Diálogos rápidos, personajes femeninos fuertes, ácidos comentarios sobre las convenciones sociales y el conflicto entre clases son varios de sus elementos, trasladados a un marco de época pero claramente reconocibles dentro del género. En una entrevista del sitio Imdb, las tres actrices principales cuentan que en la preproducción Lanthimos les hizo ver clips de tres películas: Extraña pareja (Gene Saks, 1968), La adorable revoltosa (Howard Hawks, 1938) y ¿Qué pasa doctor? (Peter Bogdanovich, 1972). Las tres actrices interpretan perfectamente esta propuesta y juegan ese juego de manera fluida y desopilante. Los diálogos veloces y a veces envenenados son importantes no sólo en relación al gag sino también en su capacidad de disociación, de poder decir lo más terrible con una sonrisa, lo más absurdo con naturalidad y donde la posibilidad de decir la frase equivocada puede costarlo todo. Las actrices tienen además la capacidad de hacer cercanos semejantes personajes y lograr que comprendamos sus razones aun si sus dichos y acciones son cuestionables. Hay cierta afinidad con otro film de época como Barry Lyndon (Stanley Kubrick, 1975), una historia de ascenso social a toda costa con una visión cínica de las relaciones sociales. También por el uso de ciertos recursos cinematográficos como los largos y fluidos movimientos de cámara y lentes gran angulares para desplazarse por ese palacio que es la locación privilegiada. A estos suma otros para enfatizar ciertas escenas, como el montaje paralelo y el uso minimalista pero expresivo de la música. La favorita es algo así como una Screwball Comedy de época, inteligente, divertida y filosa. Puede ser que Lanthimos haya alcanzado su consagración hollywoodense, pero por suerte sigue siendo un griego raro. LA FAVORITA The Favourite. Reino Unido, Irlanda, Estados Unidos. 2018. Dirección: Yorgos Lanthimos. Intérpretes: Olivia Colman, Emma Stone, Rachel Weisz, Nicholas Hoult, Joe Alwyn, James Smith, Mark Gatiss. Guión: Deborah Davis, Tony McNamara. Fotografía: Robbie Ryan. Edición: Yorgos Mavropsaridis. Dirección de Arte: Caroline Barclay. Producción: Ceci Dempsey, Ed Guiney, Yorgos Lanthimos, Lee Magiday. Diseño de Producción: Fiona Crombie: Distribuye: Fox. Duración: 119 minutos
“Suspiria”, de Luca Guadagnino Por Ricardo Ottone Meterse con un clásico no es fácil y no es sin consecuencias. Luca Gaudagnino probablemente ya se lo esperaba cuando decidió encarar la remake de Suspiria (1977), la película más célebre del más célebre de los directores del terror italiano: Dario Argento. Bajo la presencia amenazante de la Mater Suspiriorum, Suspiria fue la primera película de la Trilogía de las Madres y se convirtió en un considerable éxito de taquilla que convirtió en estrella a su director y hoy disfruta del indiscutido estatus de culto. Argento continuó la trilogía con la también clásica Infiernode 1980 (dedicada a la Mater Tenebrarum) y cerró medio a los ponchazos y muy lejos del nivel de la anteriores con La madre de las lágrimasde 2007 (dedicada a la Mater Lachrymarum). Guadagnino ya viene validado por el éxito de crítica y público de su anterior película, Llámame por tu nombre y eso, aunque generaba altas expectativas, es también lo que encendió las alarmas de los puristas al ser un director que no proviene del género de terror. Una vez exhibida su versión, fue acusada por algunos de ambiciosa, pretenciosa y hasta esteticista. Algo curioso si consideramos que ya en el original de Argento había una primacía de la forma por sobre la trama. Hay un argumento común que implica a la joven aspirante a bailarina Sussie Bannion (Dakota Johnson), llegando de Estados Unidos a Alemania para estudiar en la academia de danza dirigida por Helena Markos, lugar que esconde el refugio de un aquelarre de brujas. Pero a esta base se le cambian algunos elementos y agregan unos cuantos nuevos. Prueba de ello son sus 152 minutos de duración, una hora por encima del original. Un elemento nuevo importante es la interna dentro de la propia escuela, dividida por una disputa de poder entre Helena Markos, quien permanece entre las sombras y reclama ser la Mater Suspiriorum, y Madame Blanc, a cargo del legado artístico y rostro visible de la institución, quien pretende que unas cuantas cosas cambien. Ambos personajes son dos de los tres interpretados por Tilda Swinton. El tercero es un psicoanalista, el Dr. Josef Klemperer, que la tiene irreconocible bajo la caracterización y una enorme capa de maquillaje. La ubicación de la escuela cambia de Friburgo a Berlín mientras la acción se mantiene en 1977, con lo cual la remake pasa a ser una película de época y la locación adquiere un peso diferente, que es el de la Berlín dividida. El realizador la aprovecha en su dimensión política: la de la guerra fría, las cicatrices todavía presentes de la segunda guerra mundial y los atentados de la banda Baader-Meinhoff. Este contexto agrega un factor de turbulencia, de incertidumbre y peligro también en el afuera, con el Berlín dividido como expansión de la división en la propia escuela y el doble juego de algunos personajes. Mientras tanto, David Bowie, quien en esos momentos estaba trabajando en su trilogía de Berlín, observa desde los posters en las paredes. Ambientada en los 70, y haciendo uso de recursos propios del cine de la época,Suspiriamodelo 2018 es una película contemporánea que trata con temas actuales. Todo el tiempo está presente el tema del sometimiento de la mujer y el intento de liberarse. Los hombres son incapaces de creer, y menos comprender, lo que está pasando y todas las intervenciones masculinas en busca de imponer o restaurar un orden terminan en el fracaso y la impotencia. En ningún lado más claro que en la escena en que las brujas reciben y manipulan a su antojo a un par de policías y se burlan de sus atributos. La escuela está habitada y gobernada por mujeres autónomas que prescinden de los hombres y a lo largo del film son ellas las que ejercen el poder y las que van a decidir cómo se resuelve el conflicto. Según el director afirma, la influencia de Argento fue la de tomar su audacia, su interés en experimentar con los recursos del cine. Por eso, aunque hay algún guiño a los fans del primer film, como el de la aparición de su actriz protagónica, Jessica Harper, en un papel que en aquél no existía, Guadagnino no pretende reproducir su trama, y tampoco intenta replicar el estilo de Argento. En vez de aquellos colores vivos de intención no naturalista, Guadagnino despliega una paleta de colores apagados, mayormente rojos, marrones y beiges, y en otras ocasiones, colores fríos, grises y mucha oscuridad y penumbra. Una estética que es claramente setentista pero que a su vez remite a otros setenta, los del cine europeo de la época, como en el Nuevo Cine Alemán, -y ahí está como testigo Angela Winkler, actriz recurrente de Volker Schlöndorff y Margarethe von Trotta, como una de las docentes/brujas a cargo de la academia.- pero también remite a autores salidos del otro lado del muro, (aunque hayan filmado en este) como Roman Polanski (sobre todo en El Inquilinode 1976) y el Andrzej Zulawski de Una mujer poseída(1981), otro film intenso y alterado, ambientado en Berlín con el muro como fondo omnipresente y el intento fallido de controlar y dominar el cuerpo de la mujer. La música es también protagonista, pero a la psicodélica, siniestra y estridente banda sonora de la original, a cargo del grupo progresivo Goblin, se contrapone la tenue y melancólica música de Thom Yorke, líder de Radiohead. Como film de terror no defrauda, su puesta en escena es compleja, cautivante, y mantiene el interés a lo largo de sus dos horas y media. Aun sin antecedentes, Guadagnino conoce el género y sabe cómo jugarlo. Hay climas, densidad, tensión y cuando es necesario no le escapa al shock y a la sangre. Y sabe además cómo introducirlas. Las escenas de danza están siempre enganchadas a los momentos de terror. El éxtasis del baile corre junto a la agonía de la mortificación de la carne y los cuerpos desgarrados. El refinamiento convive en el mismo plano con el desborde. El gore y el splatter irrumpen y lo que empieza con sutileza acaba en una orgía de huesos rotos, tripas colgando y sangre manando a borbotones. Y sí, probablemente es un film ambicioso, incluso pretencioso, pero que claramente tiene con qué. Guadagnino hace una remake bastante libre, es decir, hace su propia película. No trata de copiar a Argento y sin embargo logra ser fiel a su espíritu, el de su libertad creativa. SUSPIRIA Suspiria. Italia, Estados Unidos. 2018 Dirección: Luca Guadagnino. Intérpretes: Dakota Johnson, Tilda Swinton, Chloë Grace Moretz, Mia Goth, Jessica Harper, Sylvie Testud, Angela Winkler, Malgorzata Bela, Renée Soutendijk, Ingrid Caven. Guión: Dave Kajganich, sobre personajes creados por Dario Argento y Daria Nicolodi. Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Música: Thom Yorke. Edición: Walter Fasano. Dirección de Arte: Merlin Ortner, Monica Sallustio. Diseño de Producción: Inbal Weinberg. Distribuye: BF Distribution. Duración: 152 minutos.
“Somos una familia”, de Hirokazu Koreeda Por Ricardo Ottone Algunos realizadores tienen temas recurrentes que se pueden rastrear de forma más o menos reconocible a lo largo de su obra. Obsesiones se las llama a veces. También se dice que este continuo regreso a los mismos temas, a los mismos planteos, es justamente lo que los hace autores. En el caso de Hirokazu Koreeda, está claro que ese tema es la familia. Entendida en un sentido amplio, porque las de Koredeeda muchas veces no son familias en el sentido convencional del término y sin embargo funcionan como tales. Y eso es algo que se ve muy claramente en Somos una familia, su última película, ganadora de la Palma de Oro en Cannes y nominada al Oscar a mejor película en lengua no inglesa. La familia en cuestión es un grupo de marginales que viven juntos y un poco revueltos, medio apiñados en una pequeña y humilde casa. La integran una abuela, un padre, una madre, una hija joven y un hijo preadolescente, aunque los parentescos reales son poco claros. Sin embargo hay roles asumidos, afectos y un sentido de pertenencia. Esta familia se la rebusca como puede para ganarse la vida: la abuela recibe una pensión del marido fallecido, la hija trabaja en una suerte de peep show y los padres en empleos inestables y mal pagos. Como la plata no alcanza, sobreviven en base a pequeñas estafas y robos menores en tiendas. Robos en donde participan todos los miembros, incluidos los niños. Una noche encuentran una niña en situación de abandono y se la llevan a la casa, integrándola a partir de ese momento como un miembro más de la familia. Una decisión que adoptan de manera bastante natural, ya que veremos que es un poco así como toda la familia se fue constituyendo. La nena se integra como una pieza más, incluso participando de las actividades ilegales, pero su ingreso también va a poner en jaque a la frágil seguridad del grupo. Koreeda trabaja con las emociones de una manera sutil, sin estridencias, pero cálida y humana. En su retrato demuestra empatía por esos personajes imperfectos, disfuncionales y en muchos aspectos cuestionables, sin hacer una condena moral. No los justifica, pero trata de entender sus razones y sus sentimientos. Así es como asistimos en la dinámica familiar a la labilidad de las reglas: el secuestro no es tal si no se pide rescate, el robo se justifica si la tienda no está por quebrar. Los padres adoptan a los chicos, los alimentan, les dan refugio y los incorporan a sus actividades pero también los dejan bastante sueltos. En esto hay un punto de comparación con otro de sus films, Nadie sabe(2006), donde, abandonados por la madre, los chicos se las arreglaban solos y sobrevivían como podían en una circunstancia casi insostenible. Hay por lo menos tres generaciones en la familia, pero la autoridad no es muy sólida, e incluso a veces son los chicos más responsables, o por lo menos más conscientes, que los adultos. Se han hecho comparaciones con Oliver Twist por el uso de los chicos para robar, pero donde en Dickens hay crueldad y sometimiento, aquí hay un intento de contención y afecto e incluso sacrificio. Algo que se maneja en la medida de lo posible dentro de una situación tan inestable que previsiblemente no puede durar demasiado. Koreeda hace un comentario social sin subrayarlo. Si bien los personajes tienen trabajos más formales o más precarios, está claro que esto no es suficiente para sobrevivir. Con lo cual también se está diciendo algo sobre el presente, donde el trabajo ya no es un lugar de pertenencia y seguridad y donde hay cada vez más gente fuera del sistema. Pero todo esto está presente sin necesidad de hacerlo evidente. El realizador continúa planteando la pregunta ¿qué es una familia? ¿qué la constituye? Y no pretende dar respuestas fáciles. Sus temas, sus obsesiones, son lo que lo convierten en un autor, pero es la forma en que los trata lo que lo convierte en un artista talentoso y sensible. SOMOS UNA FAMILIA Manbiki kazoku. Japón. 2018. Dirección: Hirokazu Koreeda. Intérpretes: Lily Franky, Sakura Andô, Mayu Matsuoka, Jyo Kairi, Miyu Sasaki, Kirin Kiki. Guión: Hirokazu Koreeda. Fotografía: Ryûto Kondô. Música: Haruomi Hosono. Edición: Hirokazu Koreeda. Producción: Hirokazu Koreeda, Kaoru Matsuzaki, Hijiri Taguchi, Akihiko Yose. Producción Ejecutiva: Takashi Ishihara, Yasuhito Nakae, Tom Yoda. Diseño de Producción: Keiko Mitsumatsu. Distribuye: CDI Films. Duración: 121 minutos.
“Amor sobre ruedas, de Franck Dubosc Por Ricardo Ottone Amor sobre ruedas es el primer largometraje como director de Frank Dubosc, humorista, actor y guionista francés, cuyo currículum suma una larga lista de comedias populares en su país natal. Es famoso allí, entre otros éxitos, por la serie de películas Camping. No llama la atención que su debut en la dirección sea en el género que lo hizo famoso, quizás sí el que lo haga en el triple carácter de director, escritor y protagonista. Como si fuera poco ese desafío, este primer film se trata de una comedia romántica con vocación masiva, alardes de incorrección y mensaje supuestamente positivo, de integración y redención. No son pocas pretensiones. Dubosc interpreta a Jocelyn, exitoso hombre de negocios con un puesto gerencial en una empresa de calzado deportivo. Bastante ególatra y desconsiderado en el campo de las relaciones, se la pasa mintiendo de manera indiscriminada. Uno podría tratar de disculparlo diciendo que lo hace de manera compulsiva, pero al verlo actuar nos damos cuenta que miente por deporte y porque puede. Y también para sentirse un poco por encima de aquellos a quienes engaña y sacar alguna ventaja. Por una serie de coincidencias intenta seducir a una joven haciéndose pasar por discapacitado motriz en una silla de ruedas. Esta lo invita a conocer a su familia y Jocelyn, mientras interpreta su papel, se encuentra allí con que la invitación de la chica era en realidad una excusa para presentarle a su hermana Florence (Alexandra Lamy), que también está en una silla de ruedas. Bueno, no también, porque ella si es una verdadera discapacitada. Jocelyn se encuentra atrapado en su mentira, una de la cual no sabe cómo salir, y cuando la relación con Florence continúe y, más aún, el empiece a tener verdaderos sentimientos por ella, sin atreverse revelar la verdad va a seguir prolongando la farsa de forma indefinida. Típica comedia de enredos donde todo gira en torno a un engaño, asistimos a unas cuantas escenas de confusión donde el protagonista tiene que mantener su impostura en todo momento, con las numerosas situaciones en donde está a punto de ser descubierto y tiene que emplear recursos cada vez más disparatados para evitarlo (acá se nos pide una buena dosis de suspensión de la credibilidad). Gran parte de la propuesta se basa en cierto humor presuntamente incorrecto basado en chistes de discapacitados, presentes ya desde el título original, “Todos de pie” (el título local va en el mismo sentido), con comentarios descarados y gags basados en la torpeza del falso paralítico para arreglárselas con la silla de ruedas. Podríamos agregar, para hacernos los graciosos también y porque podemos, que está todo el tiempo a punto de meter la pata. En esto de la incorrección y el humor con discapacitados podemos hacer alguna comparación (aunque sea odiosa) con la recientemente estrenada No te preocupes, no irá lejos con la que tiene esos puntos en común, pero aunque en ambos casos hay una transformación personal del protagonista e incluso cierto mensaje inspiracional, aquella no intentaba ponerse a moralizar. Mientras aquí el fondo de la cuestión, aparte de la historia de amor que sigue casi todos los carriles conocidos, es la redención del protagonista, su conversión de tipo arrogante y egoísta en uno más humano y compasivo, donde la comedia le da paso a la lección emotiva y sensiblera. Hay que reconocerle a Dubosc que consigue contra todo pronóstico hacer querible y simpático a su cretino personaje. Lo acompaña con gracia Alexandra Lamy a quien vimos no hace tanto hacer de indecisa patológica en Dos amores en París. Su Florence es un personaje fuerte y decidido a quien su condición de discapacitada no le resta convicción y ganas de hacer cosas. Un cliché al fin y al cabo pero que funciona la mayor parte de las veces. Aunque el hecho de estar todo el tiempo sonriente y de buen ánimo a veces dan ganas de que se deprima un poco. La duración termina siendo excesiva para un planteo de este tipo. Los chistes de paralíticos se suceden junto a las situaciones embarazosas y en algún momento la cosa se estanca y los chistes empiezan a cansar. Y encima toma la posta la parte emotiva. El protagonista tarda tanto en salir de la misma situación circular que uno duda si la redención es realmente merecida. El relato se estira y se estira para que, cuando finalmente la cuestión se resuelva de manera más o menos esperable, el asunto esté agotado y ya no importe demasiado. AMOR SOBRE RUEDAS Tout le monde debout. Francia, 2018. Dirección: Franck Dubosc. Intérpretes: Franck Dubosc, Alexandra Lamy, Elsa Zylberstein, Gérard Darmon, Caroline Anglade. Guión: Franck Dubosc. Fotografía: Ludovic Colbeau-Justin. Música: Sylvain Goldberg, Emilien Levistre, Xiaoxi Levistre, Sylvain Goldberg. Edición: Samuel Danési. Dirección de Arte: Jérémy Duchier. Producción: Sidonie Dumas. Producción Ejecutiva: Yann Arnaud, Marc Jenny. Distribuye: BF + Paris Films. Duración: 107 minutos.
“A oscuras”, de Victoria Chaya Miranda Por Ricardo Ottone En su segundo largometraje Victoria Miranda retoma en cierta medida el esquema del primero, Eso que llaman amor (2015), el de narrar simultáneamente tres historias a través de tres personajes. Sus vidas a veces se entrelazan pero en su desarrollo permanecen más o menos independientes una de otra y lo que comparten es una situación de vida, un estado común. En aquel caso era la frustración amorosa de tres mujeres. En A oscuras se cuenta la historia de tres personajes en crisis, dos mujeres y un hombre, con conductas autodestructivas y atrapados en una circunstancia de vida de la que no ven la salida. El título alude a la zona oscura que están atravesando en sus vidas, pero también a lo otro que comparten: la nocturnidad, el hecho de moverse en el ambiente de la noche. Lola (Esther Goris) es una actriz con un pasado prestigioso pero un presente precario que, víctima de la depresión, se sostiene a base de la mezcla poco recomendable de fármacos y alcohol, Ana (Guadalupe Docampo) es una bailarina de caño atrapada en medio de una relación tóxica y violenta con un hombre que hace como que la quiere pero en realidad la explota, y Lucio (Francisco Bass) está a cargo de un local nocturno y parece muy seguro de sí mismo pero su adicción a la cocaína se le va descontrolando progresivamente. Los tres protagonistas se cruzan ocasionalmente en algún espacio como para dar cuenta que están en un mismo universo narrativo y lo que además los conecta es su relación con un personaje secundario pero presente en las tres líneas que es el taxista interpretado por Arturo Bonín, que en los tres casos aparece como suerte de guardián o consejero. Estas historias individuales funcionan más por acumulación de situaciones, generalmente en el mismo sentido descendente. La progresión, si la hay, es de una cierta degradación subjetiva, y la dirección es hacia algún tipo de quiebre que podría, o no, plantear una nueva circunstancia o una nueva dirección, pero pareciera que el relato está más concentrado en sumar situaciones penosas como excusas para exponer el tema planteado que por darle un espesor a sus personajes Los actores se ponen al hombro sus castigados roles y su circunstancia desgraciada y son lo más destacado de la película. Aún así, y a que a los mismos les pasa de todo, se hace complicado conectar con ellos, perdidos en sus excusas y conductas repetitivas. Salvo en el caso de Ana, la bailarina, la única que muestra una pulsión o un deseo de salir. Afortunadamente no hay un goce en la humillación y Victoria Miranda no demuestra el sadismo del que hacen gala otros realizadores tan concentrados en contar historias de caída. Por el contrario se nota una empatía que hace que la experiencia sea un poco más piadosa y humana. A OSCURAS A oscuras. Argentina. 2018 Dirección: Victoria Chaya Miranda. Intérpretes: Esther Goris, Guadalupe Docampo, Francisco Bass, Arturo Bonín, Alberto Ajaka, Daniel Valenzuela, Germán de Silva. Guión: Carla Scatarelli. Fotografía. Pablo Parra. Música: Lula Bertoldi. Edición: Liliana Nadal. Dirección de Arte: Catalina Oliva. Producción: Victoria Chaya Miranda. Producción Ejecutiva: Martín Bullrich. Distribuye: Primer Plano. Duración: 83 minutos.
“Enamorado de mi mujer”, de Daniel Auteuil Por Ricardo Ottone Daniel Auteuil, actor todoterreno y figura infaltable del olimpo cinematográfico francés de los últimos treinta y pico de años, debutó en la dirección en 2011 con La fille du puisatier (La hija del pocero), la adaptación de una novela de Marcel Pagnol (que este mismo había también llevado al cine en 1940). Auteuil parece particularmente interesado en la obra del escritor, porque al poco tiempo la emprendió con la adaptación de tres de de sus piezas teatrales que forman el ciclo conocido como La Trilogía marsellesa. De estas ya estrenó Marius y Fanny (ambas en 2013) y ya tiene anunciada la tercera, César. En medio de esta tarea que podríamos llamar titánica, o al menos claramente demandante, arrancó un proyecto más distendido y liviano en el género que lo hizo conocido a fines de los 70 y principios de los 80: la comedia. Auteuil, que también protagoniza, interpreta aquí a Daniel un editor ya veterano, casado y de buen pasar. Una mañana Daniel se encuentra en la calle con su amigo Patrick (Gérard Depardieu), quien hace poco abandonó a su pareja de años por otra mujer y lo invita a cenar a su casa junto a su nueva novia. La noche programada para el encuentro Patrick llega acompañado de la joven y despampanante Emma (la española Adriana Ugarte) para turbación de Daniel y disgusto de su esposa Isabelle (Sandrine Kiberlain). Así transcurre la noche en medio de situaciones incómodas y la actitud embarazosa y ridícula de Daniel a quien la presencia de Emma le dispara todas las fantasías amorosas/eróticas del hombre maduro que suponemos promedio. Enamorado de mi mujer también es la traslación al cine de una obra de teatro, en este caso una comedia picaresca y de enredos adaptada por su propio autor, Florian Zeller. Y estos orígenes teatrales se notan. La mayoría del film transcurre en esa noche en la casa de Daniel y su esposa, y recorre las alternativas de esa cena accidentada. Lo que airea el relato es la puesta en escena de las ensoñaciones de Daniel en un continuo ir y venir entre realidad y fantasía. Estas fantasías, que sirven como desvíos pero también como ejemplos claros de la mente del protagonista, exponen los clichés más previsibles y transitados del deseo masculino: mujeres jóvenes, voluptuosas y complacientes, siempre fascinadas por el protagonista que las enamora sin proponérselo. Emma en tanto objeto de su deseo protagoniza estas situaciones con la ocasional participación de alguna otra señorita igualmente seductora y de similar actitud. Los escenarios son también lugares comunes del romanticismo más prosaico y mersa: hoteles de lujo, una mansión en el mediterráneo, los canales de Venecia. Digamos que a Daniel, por más miembro de la comunidad literaria parisina que sea, la cabeza no le funciona de manera muy original. Las situaciones, si bien previsibles, al principio funcionan y provocan algunas sonrisas. Los actores acompañan sin estridencias pero con solvencia y la pareja cómica de Auteuil y Depardieu vuelve a demostrar su eficacia. Después de todo Depardieu es también un todoterreno con un currículum más que probado en el género. En el transcurso el planteo empieza a agotarse y el recurso de las fantasías va tomando cada vez más espacio hasta casi quedarse con el grueso del relato. Estas fantasías a veces son obvias y claramente identificables desde el comienzo y otras son apenas más sutiles y logran que se tarde un poco más en distinguirlas. Pero también estas se agotan y su apelación cada vez más frecuente no hace que el interés se recupere. Se trata de una comedia liviana que toma de manera también liviana los temas que expone: la crisis de la madurez y el desgaste de la vida amorosa. A veces parece que se va a poner más seria pero no Los planteos del protagonista acerca de la insatisfacción con su propia vida o su eventual frustración o felicidad quedaron afuera probablemente por ser materia demasiado pesada y se optó por quedarse con la parte más superficial (y un poco patética) del asunto tales como las fantasías de virilidad y la fascinación de los señores mayores por la jovencitas. Cualquier planteo apenas un poco más denso queda afuera y la cuestión se resuelve sin mayores complicaciones quedando el recurso de la fantasía ya no solo como compensación, sino también como campo de ensayo seguro y como lugar de advertencia en un ambiente tan protegido como inofensivo. ENAMORADO DE MI MUJER Amoureux de ma femme. Francia, 2018. Dirección: Daniel Auteuil. Intérpretes: Daniel Auteuil, Adriana Ugarte, Gérard Depardieu, Brigitte Aubry. Guión: Florian Zeller, sobre su propia obra. Fotografía: Jean-François Robin. Música: Thomas Dutronc. Edición: Joëlle Hache. Producción: Olivier Delbosc. Producción Ejecutiva: Christine De Jekel. Diseño de Producción: Herald Najar. Distribuye: Mirada Distribution. Duración: 84 minutos.
“No te preocupes, no irá lejos”, de Gus Van Sant Por Ricardo Ottone Si uno viene medio desprevenido y lo primero que escucha como descripción de la película es que está protagonizada por un discapacitado en silla de ruedas, que además está luchando (y perdiendo) contra su alcoholismo, que su madre lo entregó en adopción a un convento porque no lo quería, que está basada en una historia real, y que está es la historia de su sanación, lo más lógico es que quiera salir corriendo. Y es que, la vida nos lo ha enseñado una y otra vez, lo más probable es que lo que se venga es un regodeo lacrimógeno, un mamotreto condescendiente con aspiraciones de parábola edificante y aleccionadora. No es lo más frecuente pero, por suerte, a veces nuestros preconceptos prueban estar equivocados. No te preocupes, no irá lejos tiene todos esos elementos que describimos al principio y ninguno de los que temíamos, aunque a veces juegue al filo. Y sí, es una historia de sanación, pero una que elude la condescendencia, la moralina y, sobre todo, la corrección política. La clave debe estar en los nombres. El de su director, Gus Van Sant, pero sobre todo del personaje real que lo inspira, John Callahan, un popular humorista gráfico con residencia en Portland, de donde también es originario Van Sant y donde filmó gran parte de sus películas. Callahan mismo relata en I Think I Was an Alcoholic (Creo que fui un alcohólico), un corto de animación que realizó en 1993, y vuelve a relatar aquí personificado por Joaquin Phoenix, como empezó a tomar en la adolescencia y pronto cayó en el alcoholismo, adicción que lo acompañó buena parte de su vida. Entre todos los problemas y situaciones catastróficas que su compulsión le hizo vivir está el accidente automovilístico que lo dejó paralítico y, desde entonces, inevitablemente adosado a una silla de ruedas. A partir de esta situación, su alcoholismo no hizo sino agravarse y tuvo que pasar un buen tiempo, una cantidad de frustraciones, situaciones desgraciadas y humillantes hasta que finalmente pudo pedir ayuda y emprender el camino difícil, penoso pero necesario, para librarse de su adicción. Todo esto no tendría el mismo interés si además Callahan no hubiera sido una persona inteligente y creativa que, pese al desastre que era su vida, pudo también convertirse en uno de los humoristas gráficos más populares de Estados Unidos. Publicado en varios diarios y revistas de circulación nacional, admirado y también criticado por su humor negro, incorrecto y ofensivo, que muchas veces tenía como protagonistas y como blanco a discapacitados de diverso tipo. A Callahan no le importaba ofender y hasta disfrutaba de las diatribas de sus detractores. Y además odiaba los eufemismos y la condescendencia que se prodiga a los discapacitados. Fiel al personaje, Van Sant no es condescendiente con él y lo muestra no sólo como un tipo ingenioso y un artista talentoso sino también en varias situaciones incómodas y hasta patéticas comportándose a veces como un energúmeno (iba a decir que no lo dejan bien parado, en fin…) y además le saca las excusas para justificarse tales como el rechazo de su madre o su discapacidad. Esto queda claro en la escena en que el coordinador de un grupo de autoayuda (interpretado por Jonah Hill) le hace ver que su discapacidad no es la excusa para beber sino la consecuencia más visible del problema mayor que es su alcoholismo. El retrato que hace Joaquim Phoenix no se preocupa tanto por mimetizarse físicamente (aunque está lookeado no se le parece tanto) sino que apunta a captar su espíritu provocador, descreído y a veces un poco cretino. Una de las grandes escenas de la película lo muestra cuando se sube por primera vez a la silla de ruedas motorizada y vemos su rostro de alegría y hasta un poco de malicia como la de alguien a punto de hacer una travesura, para luego salir despedido a toda velocidad. Lo veremos luego circulando por la calles como un bólido y también dándose a veces un buen porrazo. El título está tomado de las memorias de Callahan pero su traducción local elude la parte incorrecta al sacarle el “a pie” (on foot) que remata el gag. Es además una ironía porque al fin y al cabo logró llegar bastante lejos aunque no sin obstáculos. El film va siguiendo, aunque con idas y vueltas en el relato, su caída y recuperación en el recorrido de los 12 pasos de Alcohólicos Anónimos y muestra que los integrantes de un grupo de autoayuda pueden ser divertidos, sardónicos, y no tienen nada que envidiarle a los de Chuck Palahniuk. Van Sant se ríe de los clichés de la película de autoayuda sin dejar de hacer una historia de superación e incluir algunos de esos lugares comunes como el poder curativo del arte o la capacidad de perdonar y perdonarse a sí mismo. Sin embargo se las arregla para hacerlo con desparpajo, con cariño por su personaje y homenajeándolo de la mejor manera que es con el humor. NO TE PREOCUPES, NO IRÁ LEJOS Don’t Worry, He Won’t Get Far on Foot. Estados Unidos. 2018. Dirección: Gus Van Sant. Intérpretes: Joaquin Phoenix, Rooney Mara, Jonah Hill, Jack Black, Mark Webber, Udo Kier, Beth Ditto,Tony Greenhand, Kim Gordon, Carrie Brownstein. Guión: Gus Van Sant, John Callahan, Jack Gibson, William Andrew Eatman. Fotografía: Christopher Blauvelt. Música: Danny Elfman. Edición: David Marks, Gus Van Sant. Producción: Charles-Marie Anthonioz, Mourad Belkeddar, Steve Golin, Nicolas Lhermitte. Producción Ejecutiva: Brett Cranford. Dirección de Producción: Jahmin Assa. Distribuye: Diamond Films. Duración: 114 minutos