Bajo cero: milagro en la montaña, de Scott Waugh Por Ricardo Ottone Se trata de dos películas en una: la película de supervivencia y la película de superación. Y aunque suenen parecido, no son el mismo rubro. En la primera, Eric Lemarque (Josh Hartnett), un ex jugador de hockey profesional, se pierde en medio de una tormenta en la montaña y pasará varios días tratando de sobrevivir a la hostilidad del ambiente en busca de encontrar su camino de regreso, o de que lo encuentren a él. En esa odisea se enfrenta al frío, al hambre, a los lobos, a su desorientación y los trucos de su mente. En la segunda, Lemarque va rememorando todos sus triunfos y fracasos, sus errores y las calamidades que tuvo que pasar: su relación conflictiva con un padre que siempre lo sobre-exigió, las adicciones, una carrera desperdiciada, problemas con la ley y el sufrimiento de su pobre madre (Mira Sorvino). Ambas se entrelazan a través de una estructura que plantea por un lado un presente de ocho días donde el protagonista deambula por las montañas nevadas en busca del regreso a la civilización y no perecer en el intento. Por otro lado están los flashbacks que muestran un pasado dramático y conflictivo. Algo muy parecido a lo que le pasaba a Isabel Sarli en Ultimo amor en tierra del fuego, aunque aquel film del binomio Bo-Sarli mostraba un desparpajo del que este film solemne carece totalmente. Es cierto que las citadas no son dos vertientes que deban estar necesariamente en conflicto. En muchos casos la convivencia de ambas puede ser colaborativa y una complementar a la otra. En este la relación es de sometimiento. La película de superación aplasta a la de supervivencia y la pone a su servicio para potenciar el mensaje. Así, todo el peligroso periplo del personaje en la montaña, y que podría convertir el film en algo un poco más entretenido que un relato de autoayuda, funciona apenas como excusa para un pretencioso y grandilocuente discurso motivacional. La primera imagen que vemos es un cartel que nos advierte que esto está basado en una historia real. El verdadero Eric Lemarque, que obviamente sobrevivió para escribir el libro en que se basa el film (no tomen esto como un spoiler, vamos), hoy se dedica a ser entrenador y dar discursos inspiracionales. Como los que tenía que sufrir de su padre pero ahora con buena onda (suponemos). El guionista, Madison Turner, hizo su carrera en el cine como doble de riesgo y este es su primer guion estrenado. Es probable que se haya sentido inspirado por la vida o los discursos de Lemarque y lo que quiso obtener haya sido un discurso inspiracional en forma de película. En tal caso podemos decir que eso es más o menos lo que obtuvo y lo que el espectador va a obtener. El mensaje parece ser que es necesario caer bajo, cuanto más bajo mejor, para poder levantarse renovado. Como en Batman pero más subrayado. Así, toda la odisea que sufre el protagonista en la montaña sería no tanto una contingencia desgraciada sino más bien un martirio dictado por el destino, un vía crucis necesario para vencer los demonios y alcanzar una suerte de iluminación. Un mensaje así, cuestionable o no (es cuestión de opinión), sería un poco más digerible si viniera presentado con mayor pericia. Sabemos que la manipulación emocional no ha desaparecido en el cine contemporáneo pero se ha sofisticado por lo menos para tratar de borrar o hacer menos evidentes sus huellas. Acá parecen no haberse enterado y echan mano a los recursos más gruesos y gastados (música dramática, cámaras lentas, efectos de sonido) con la sutileza y la gracia de una avalancha de nieve. Los actores protagónicos merecen algo mejor que esto. Harnett lo ha demostrado recientemente en la serie Penny Dreadful, por ejemplo. El maltrato es más evidente con la pobre Mira Sorvino a quien exhiben casi exclusivamente en escenas de llanto, gritos y caras desencajadas. Quizás, siguiendo el mensaje inspiracional del film, esto pueda interpretarse como un martirio, una caída de la que puedan salir purificados con sus carreras mejor encaminadas. Ojala así sea. BAJO CERO: MILAGRO EN LA MONTAÑA 6 Below: Miracle on the Mountain. Estados Unidos. 2017. Dirección: Scott Waugh. Intérpretes: Josh Hartnett, Mira Sorvino, Sarah Dumont, Kale Culley, Jason Cottle. Guión: Madison Turner. Fotografía: Michael Svitak. Música: Nathan Furst. Edición: Vashi Nedomansky y Scott Waugh. Duración: 98 minutos.
Dos amores en Paris, de Eric Lavaine PorRicardo Ottone La consigna es bien simple y se resume en una frase. Como sucede en algunas comedias donde una característica decisiva define a un personaje por completo y sella su destino, en el caso de Juliette se trata de la imposibilidad de tomar decisiones. Una tara que, más que un rasgo de personalidad, es una condición psicopatológica que se extiende a todas las áreas de su vida como puede ser elegir un peinado o un plato en el menú de un restaurante. Pero también se aplica a cuestiones menos triviales y, como esto es una comedia romántica, esas cosas más trascendentes tienen que ver con la elección de pareja. Después de ser abandonada por su anterior novio, justamente a causa de su problemita, Juliette se ve a ante la circunstancia de tener que elegir entre dos pretendientes. Ambos son diferentes entre sí pero le resultan atractivos por igual, o eso cree ella. Así nuestra protagonista se encuentra inesperadamente, o no tanto, en un escenario que la pone entre la espada y la pared, con la obligación de hacerse cargo de su vida y dejar de delegar las decisiones en otros. Una propuesta así de simple y lineal ha probado en otros casos sostener un relato sin problemas durante hora y media. No es el caso aquí, donde el chiste de la indecisión se agota bastante rápido y es necesario pasar a otros temas antes que todo se desinfle. Ahí la cuestión gana un poco de interés con cierta observación de las relaciones contemporáneas en tiempos de Tinder, la necesidad de estar siempre en carrera y el mandato de reingresar de inmediato y sin demora al mercado de los intercambios amorosos (“volver al ruedo” lo llaman), más aún llegada determinada edad como son los cuarenta de Juliette. En ese marco se inscriben también las conquistas como trofeos y los encuentros casuales como símbolos de status. Así, una de las amigas de Juliette, marca las características de los tipos con los que se acuesta como materias a rendir (un negro, un obrero, un escocés, etc). Los personajes secundarios, un elemento fundamental en las comedias románticas, no aportan demasiado espesor y son aún más básicos que su protagonista, quien a pesar de su rasgo casi caricaturesco al menos es bastante desenvuelta y se mueve con confianza en el campo de la seducción. Finalmente todo queda en el marco del triángulo amoroso y la resolución esperable del dilema inicial. Dos amores en Paris se trata de una comedia romántica estándar. Algunas de sus observaciones sobre las relaciones amorosas pueden despertar una sonrisa a partir de una mirada un poco más aguda, pero en general se basa en un humor bastante simplón. Probablemente ese no sea un problema para el público al que se dirige a quien se le hace una oferta sin mayores pretensiones: Una historia de amor o de amores simultáneos, unos cuantos gags y un conflicto liviano a resolver, donde la felicidad (y el triunfo) se define entre decidirse por un renombrado chef o un exitoso bancario. DOS AMORES EN PARIS L’Embarras du choix. Francia. 2017. Dirección: Eric Lavaine. Intérpretes: Alexandra Lamy, Jamie Bamber, Arnaud Ducret, Anne Marivin, Sabrina Ouazani. Guión: Laure Hennequart, Eric Lavaine, Laurent Turner. Fotografía: François Hernandez. Música: Fabien Cahen. Edición: Vincent Zuffranieri. Duración: 95 minutos.
La comunidad de los corazones rotos, de Samuel Benchetrit Por Ricardo Ottone El Sr Sterkowitz vive solo en el primer piso de un edificio de monoblock. No se lleva bien con los vecinos, no quiere pagar el arreglo del ascensor porque no lo usa, y los vecinos aceptan su decisión con la condición de que él ya no lo use. Después de un accidente ridículo, queda postrado y en silla de ruedas usando el ascensor a escondidas. En sus incursiones nocturnas a un hospital para comprar snacks en una máquina, conoce a una enfermera de guardia y la visita cada noche fingiendo una vida aventurera de fotógrafo que obviamente no es la suya. Jeanne Meyer es una actriz cuyos tiempos de fama, si alguna vez existieron, pasaron hace rato. Por pura casualidad entabla una relación con su adolescente vecino de piso quien la ayuda con problemas domésticos y se interesa un poco en su pasada carrera. Aziza es una señora mayor de origen argelino, con un hijo en prisión, a la que le cae de regalo un astronauta norteamericano cuyo módulo aterriza justo en la terraza (sin que a nadie le llame la atención) para quedarse a vivir allí unos días esperando que sus colegas de la Nasa vengan a buscarlo. La comunidad de los corazones rotos es una historia coral sobre tres personajes solitarios que por motivos fortuitos van a conocer a alguien y ese acercamiento va a transformar sus vidas o sus perspectivas de la misma. Su título local no le debe tanto a Elvis Presley como a esa condición de seres heridos de sus protagonistas. Su título original, Asphalte, es una abreviación de Les Chroniques de l’Asphalte, libro del propio director del film, Samuel Benchetrit, que aquí se adapta a sí mismo, lo cual, claro, no es garantía de nada. Se trata entonces de una referencia al asfalto y cemento que rodea las agobiantes vidas de estos personajes y que juega como metáfora de la alienación urbana. Las tres historias se cuentan en simultáneo pero nunca llegan a entrelazarse. Eso no es infrecuente en los relatos corales cuyas historias independientes pueden estar relacionadas apenas por un tema o una locación, como en este caso son la soledad o el edificio. Y si los protagonistas no coinciden, tampoco el tono de cada línea encaja demasiado con las otras dos. Una (la de la actriz) está contada desde un cierto naturalismo, otra (la del falso fotógrafo) desde un humor que pretende ser absurdo y es más bien bastante burdo y básico, y la última (la de la señora y el astronauta) con un grado de verosimilitud que no tiene nada que ver y se lleva medio de patadas con las otras dos. Desde la primera escena se amenaza con que el film va a ir por el lado de la comedia, aunque fría y contenida acorde al carácter de sus protagonistas a los que retrata con una buena dosis de patetismo. A medida que avanzamos el patetismo toma el relato por asalto y le gana al humor por goleada. La línea narrativa que se salva de este tratamiento es la de la actriz y el adolescente, que funciona mejor en parte porque se cuenta de manera más sutil, sin caer en el subrayado, y en parte también por la presencia de la siempre extraordinaria Isabelle Huppert. A las otras dos historias las ganan los lugares comunes y el trazo grueso mientras sus personajes son sometidos a un ridículo constante para tratar de redimirlos al final con un mensaje final de reconciliación con uno mismo. La comunidad de los corazones rotos se nos presenta a como un film humanista y noble que pretende una actitud de no juzgar. Una actitud que puede ser saludable, pero que es más bien engañosa ya que, a pesar de esta tierna fachada, termina cayendo fatalmente en una mirada condescendiente. LA COMUNIDAD DE LOS CORAZONES ROTOS Asphalte. Francia. 2015. Dirección: Samuel Benchetrit. Intérpretes: Isabelle Huppert, Gustave Kervern, Michael Pitt, Valeria Bruni Tedeschi, Jules Benchetrit, Tassadit Mandi. Guión: Samuel Benchetrit, Gábor Rassov. Fotografía: Pierre Aïm. Música: Raphaël Haroche. Edición: Thomas Fernandez. Duración: 100 minutos.
El cauce, de Agustín Falco Por Ricardo Ottone Ariel (Juan Nemirovsky) es supervisor en una fábrica. O era. Porque en medio de la crisis que provoca un despido masivo, a él, que se creía que no le iba a tocar la misma suerte, cuando pretende entrar como si nada mientras el resto de los despedidos protesta a las puertas del edificio, le informan que no está en la corta lista de los que van a seguir en la empresa. Lo que sea que fabriquen lo van a traer de Brasil y no va a haber nada para supervisar. Con la cola entre las piernas, el ánimo alterado y la angustia frente a un futuro incierto, Ariel vuelve a su casa justo para el cumpleaños de su suegro. Sin decir nada se escapa por un rato al boliche de su amigo el Tano (Alberto Ajaka), un tipo oscuro que maneja ciertas rutas de tráfico de drogas. El Tano le propone un trabajito a Ariel, que tiene una lancha con la que sale a pescar los fines de semana. Tiene que llevar como pasajeros a unos empleados/cómplices a realizar una entrega a un punto de contacto a la orilla del rio. A él, le aseguran, solo le cabe el puesto de chofer. Ariel, al principio reticente, acepta también motivado por su flamante situación laboral. Las cosas lógicamente se van a descontrolar y nada va a salir como se esperaba. Atendiendo solo a la historia, Cauce parece una de los tantos policiales que se viene produciendo en el cine argentino desde los 80, con drogas, transas, corrupción y personajes desesperados. Lo que en este caso hace la diferencia es la forma. Todo el film está contado a través de planos secuencia, un recurso que tampoco es la invención de la pólvora, pero que funciona muy bien y le agrega interés a una propuesta que de otro modo camina por lugares largamente transitados. Se trata de un film en primera persona. La cámara acompaña a Ariel en todo su periplo, se le pega, toma sus expresiones en primer plano o toma distancia. Lo sigue y lo persigue pero nunca lo suelta. Un poco como si los Hermanos Dardenne hubieran filmado un thriller. Cada escena es un plano secuencia casi siempre en movimiento donde se nota una coreografía y una puesta minuciosa para que todo fluya y parezca natural. Hay un cierto comentario social en la primera parte de la película, en el retrato de cierta actitudes mezquinas y arribistas que reconocemos en nuestras clases medias: La idea que Ariel tiene en un principio de que está todo bien mientras el ajuste le toque al otro y cómo todo cambia cuando el excluido es uno, la forma en que su amigo (que sí se encuentra entre los favorecidos) asume el discurso de la empresa, o la postura pro-patronal de su suegro quien muy suelto de cuerpo declara que si es necesario los trabajadores tienen que comprender las necesidades de la empresa y sacrificarse. De todos modos, esto cede en la segunda mitad a la trama policial haciendonos asistir a la progresiva encerrona en que su protagonista se va metiendo. Y si el cargamento de droga funciona como McGuffin para meter a Ariel en esa situación nueva y peligrosa, su situación de desocupado reciente funciona más como la excusa argumental para forzarlo a aceptar el encargo y para que el relato avance. Es en esta instancia donde El cauce mejor funciona, al entregarse plenamente a su condición de film de género sin más pretensiones. Su apuesta formal no desentona ni se contradice con este mismo carácter sino que lo refuerza, dejando entrever una presencia ominosa en el fuera de campo, contribuyendo a la identificación con el protagonista y sumando una tensión que logra sostenerse hasta el fin. CAUCE Cauce. Argentina. 2017. Dirección: Agustín Falco. Intérpretes: Juan Nemirovsky, Alberto Ajaka, Luis Machín, Martín Slipak, Agustina Ferrari. Guión: Agustín Falco. Fotografía: Claudio Perin. Música: Ariel Echarren. Edición: Lucio Azcurrain. Duración: 75 minutos.
Los decentes, de Lukas Valenta Rinner Por Ricardo Ottone En su anterior película, Parabellum de 2015, Lukas Valenta Rinner mostraba un grupo de personajes que abandonaba todo y se internaba en un campamento de supervivencia en el Delta del Tigre con la intensión de prepararse para el inminente apocalipsis. Con Los decentes, el realizador austríaco radicado en Argentina renueva su interés por las comunidades cerradas, con su propio sistema de reglas y relaciones. Y también su propia visión del mundo en al cual se viene a sumergir y comprometer cada nuevo miembro. Esta vez se trata de dos comunidades, próximas y enfrentadas. La protagonista, Belén, es el nexo entre ambas. Belén trabaja como empleada doméstica y consigue un empleo cama adentro en el chalet de un exclusivo barrio privado. Allí trabaja sirviendo la señora de la casa, una típica señora paqueta y ociosa, y a su hijo, un joven con aspiraciones de tenista, un proyecto de atleta sobrexigido y siempre al borde del colapso mental. Un día Belén descubre que del otro lado de la cerca que protege y separa el barrio privado hay una comunidad nudista y swinger. Intrigada, Belén visita en principio temerosa el lugar para luego integrarse al mismo como miembro pleno. Así es como vivirá una suerte de doble vida separada por una cerca electrificada. De un lado su vida laboral de servidumbre, hastío y obligatoria paciencia para con los insufribles dueños de casa. Del otro lado la experiencia transformadora que implica no solo despojarse de la ropa sino también de las relaciones de clase y sometimiento, para adentrarse en un vínculo comunitario horizontal de contacto con la naturaleza y liberación sexual. Ambos mundo colisionan cunado los miembros del barrio privado, los decentes del título, pretenden expulsar a la despreocupada comunidad nudie por las actividades que consideran escandalosas e inmorales. Esto afecta especialmente a Belén que habita ambos espacios, aunque está claro que rol ocupa en cada uno y de qué lado se sitúa. La escalada de conflicto alcanza un momento álgido con una muerte. suponemos accidental, a causa de la cerca electrificada y se dispara a la guerra abierta y un final catártico. Iride Mockert pone el cuerpo para transitar la viaje iniciático de Belén, no solo por lo que implica exponerse de manera literal sino por cómo cuenta con el cuerpo las vicisitudes del personaje y cómo va acompañando con el mismo su transformación mental a medida que avanza el relato. Cuando llega, Belén viene maltrecha y algo perturbada. Eso se revela en su expresión extraviada, su postura corporal encorvada, su actitud retraída y desconfiada. Sabemos además que algo pasó en un trabajo anterior. Ya no trabaja más con chicos declara, y suponemos que algo no terminó bien. Con el correr del tiempo se va soltando y eso la actriz lo cuenta menos con el dialogo que es escaso y más con el cuerpo que se va liberando y floreciendo. Los decentes es una comedia de humor seco y asordinado, donde se nota cierta influencia de realizadores como el griego Yorgos Lanthimos, con su film The Lobster (2015). Aquí también hay una suerte de comunidad con reglas particulares muy diferenciadas del afuera y también se juega con la sensación de extrañeza y con un tono de actuaciones que logran expresividad en la contención. Un código de actuación y un tipo de humor cuyo referente local podría estar en el cine de Martín Rejtman. Si ambas comunidades se presentan irreconciliables, el retrato y la puesta que plantea Rinner de cada una es diferente. Para el barrio privado las tomas fijas de espacios limpios y simétricos y para el campo nudista el movimiento y los espacios salvajes y sin control. El retrato de ambas es también distinto. El de los habitantes del country aunque verosímil es bastante estereotipado y cercano a lo que uno presupone de ese tipo de personajes. El de los nudistas por el contrario es más original e imprevisible. El personaje de Belén, que se mueve entre ambos mundos tiene una actitud totalmente distinta según el ámbito. Hay en Los decentes un interesante retrato de personajes y un comentario social que aborda las relaciones de clases pero también temas menos transitados como la represión sexual y la adjudicación y asunción de roles dentro de una comunidad. El film trata estos temas de manera entretenida y original. Al mismo tiempo exhibe y también invita a una mirada y actitud desprejuiciadas. LOS DECENTES Los Decentes. Argentina. 2017. Dirección: Lukas Valenta Rinner. Intérpretes: Iride Mockert, Martin Shanly, Andrea Strenitz. Guión: Lukas Valenta Rinner, Ana Godoy, Martin Shanly, Ariel Gurevich. Fotografía: Roman Kasseroller. Música: Jimin Kim, Jongho You. Edición: Ana Godoy. Duración: 104 minutos.
Norman, de Joseph Cedar Por Ricardo Ottone El término inglés “fixer”, tal como está empleado en Norman, no tiene una traducción exacta. La más literal sería “arreglador” o reparador”, pero eso parece remitir más a un electricista o un técnico de electrodomésticos que a la actividad imprecisa a la que se dedica el protagonista del film. El Norman del título, interpretado por Richard Gere, es un tipo que se dedica o pretende dedicarse a presentar gente (que a veces no quiere ser presentada), a proponer negocios (que no necesariamente le piden) y que le gusta pensarse a sí mismo como un hombre de negocios, aunque el suyo sea una pequeña tajada del que ayudó a conformar. Norman se mueve dentro de los márgenes de la comunidad judía de Nueva york y se presenta ante los demás como un consultor aunque su look de gorrita, sobretodo y teléfono con auriculares le da más un aire de jubilado que de hombre de negocios y a los ojos de los demás no es más que un “busca” con pretensiones que no se sabe muy bien de qué vive y un pelmazo del que la gente se hastía ya de verlo venir. Claro, que eso no sería del todo justo porque también es cierto que algunos miembros de la comunidad aprovechan sus servicios, pero considerándolo un mal menor sin darle el estatus de miembro pleno. Un poco el desafío de la película es como lograr empatía con un personaje así. Es cierto que uno no tiene que simpatizar con el protagonista para verse interesado en lo que le pasa, pero el director y guionista, Joseph Cedar, hace el intento y digamos que lo logra a medias. Gran parte del peso está puesto sobre los hombros de Richard Gere y hay que reconocerle que en gran medida el interés se sostiene en su interpretación y su carisma, aunque no es suficiente. Cedar, que es nacido en Estados Unidos y vivió mayormente en Israel donde comenzó su carrera cinematográfica, hace mover a Norman en ese mundillo de los judíos de Nueva York en conexión y permanente flujo con Israel. En ese deambular a la busca del negocio del día, conoce a Micha, un político israelí que está pasando por un mal momento y lo ayuda (en realidad le compra un par de zapatos caros) un poco como inversión a futuro pero también porque siente una simpatía real por él y entre ambos se desarrolla un vínculo más íntimo. Años después Micha se convierte en el Premier Israelí y cuando llega de visita diplomática a Nueva York su reencuentro con Norman se convierte en una bendición inesperada para este pero también en una fuente de futuros y graves problemas. Se podría decir que Norman se va meter en problemas por apuntar demasiado alto, aunque esa no haya sido su intensión, y su inicial suerte y su posterior desgracia están marcadas por esa inadecuación entre sus modestas capacidades (por más que él intente sobredimensionarlas) y las alturas a la que trepa, un poco como el personaje de Desde el Jardín pero menos afortunado porque el malentendido está claro para todos. El film se mueve en dos registros y ambos funcionan de manera diferente. Por un lado el retrato de personajes y de situaciones de la comunidad judía que resulta en una suerte de comedia costumbrista. Y por otro lado una especie de thriller político cuando empieza a jugar la geopolítica, la situación en Medio Oriente y las exigencias diplomáticas del Premier. Ambas partes no encajan del todo y si la primera es más lograda la segunda es más forzada y poco creíble, con un político bien intencionado e inverosímil que lanza parrafadas en la intimidad acerca de su compromiso con la paz como si estuviera dando un discurso en la ONU y se angustia porque tiene que darle la espalda a su amigo del alma por razones políticas. Hay algunos logros visuales, transiciones y momentos de pantalla dividida que son resueltos de manera muy creativa, pero en general se trata de un film agotadoramente conversado. El eje del relato es la relación entre Norman y Micha, un vínculo que se da por sentado pero que se sostiene en una anécdota trivial y cuya fuerza y profundidad no está justificada. Norman, el film, se parece un poco a Norman, el protagonista, pretende más de lo que puede y promete más de lo que da, vendiendo una profundidad que es artificial y le queda grande. NORMAN Norman: The Moderate Rise and Tragic Fall of a New York Fixer. Estados Unidos. 2016. Dirección Joseph Cedar. Intérpretes: Richard Gere, Lior Ashkenazi, Michael Sheen, Charlotte Gainsbourg, Dan Stevens, Steve Buscemi. Guión: Joseph Cedar. Fotografía Yaron Scharf. Música: Jun Miyake. Edición: Brian A. Kates. Duración: 118 minutos.
Veredas, de Fernando Cricenti Por Ricardo Ottone La comedia romántica siempre fue un género muy popular en este país y un terreno explorado por las grandes productoras, realizado por directores mainstream y con parejas integradas por los nombres más reconocidos del ambiente. Existe sin embargo un terreno al que podemos reconocer como el de la comedia romántica indie, que en mercados como el estadounidense tiene un importante circuito y que en la Argentina no fue demasiado explorado. Esta vertiente aparte de sus presupuestos más acotados y sus elencos menos poblados de estrellas (que cuando están, suelen aparecer en el rubro de los cameos) tiene sus diferencias sutiles y sus características más reconocibles. En estas se acentúa el carácter perdedor de los protagonistas como una marca más de su encanto, y se caracterizan por su tono menos estridente, su humor más seco y su mirada cínica y desencantada pero no por ello oscura. Veredas es un film que se reconoce en esta vertiente. Está escrito por su director, Fernando Cricenti, su actor protagónico, Ezequiel Tronconi (a quien también vimos recientemente en el papel de perdedor en Ojalá vivas tiempos interesantes) y la escritora e ilustradora Robertita Superstar, quien se hizo conocida a través del blog Treintañera, de carácter autobiográfico o no, y por la novela “Loser”. Vemos así que es gente que conoce el paño. Sus protagonistas son simpáticos perdedores, aquejados de problemas, poblados de neurosis y acosados por la mala suerte. Y todas estas calamidades contribuyen a hacerlos un poco más queribles. Federico (Ezequiel Tronconi) es un escritor cuyas novelas se consiguen en las mesas de saldos, separado en circunstancias humillantes y que deambula por la vida prácticamente invisible para el resto del mundo. Lucia (Paula Reca) quiere separarse de su novio pero no se anima a enfrentarlo y finge un viaje que la obliga a esconderse en su casa o andar por la calle con ojos en la nuca. Aunque la suerte no ayuda y cada tanto alguien la reconoce y la retiene más de la cuenta. En esas circunstancias ambos se encuentran por esas casualidades de la vida y deambulan juntos durante todo un día. Se trata de una película acotada, de corta duración (apenas 70 minutos) cuya trama se desarrolla en un par de días, y en su mayor parte en una tarde-noche, y en un espacio limitado de cuadras. Precisamente el espacio geográfico tiene su protagonismo. Todo el periplo de los personajes, que no paran de moverse, se da dentro de los límites marcados por Juan B. Justo y Scalabrini Ortiz, la zona popularmente conocida y promocionada como Palermo Soho. Salvo por una ocasional y temible desviación por el lado de Gerli. Y así como la ambientación es palermitana también lo es en cierto modo su espíritu. Federico y Lucia viven y circulan por el barrio más de moda, pasan por sus bares y librerías mientras se cruzan con sus mozas-actrices y sus vendedoras de velas aromáticas. Pero esta elección de blanco, al igual que en la serie Portlandia, que se ríe de los ambientes hipsters de Portland pero dirigida a un público igualmente hipster, se da en el caso de Veredas a modo de quinta columna, es decir desde adentro. Si una buena parte del humor de la película se despliega a costa de los habitantes hipster por no decir snobs de Palermo, en esta categoría de algún modo están incluidos sus propios protagonistas y quizás parte de su público potencial. A lo que contribuyen también algunas referencias como las de la Nouvelle Vage, que remiten a films como Cleo de 5 a 7 (Agnès Varda, 1962) o Una mujer es una mujer (Jean-Luc Godard, 1961), con guiño incluido a Anna Karina en el look de Paula Reca. Veredas cuenta con un elenco sin grandes figuras (salvo algún cameo, obvio) pero con una buena selección de actores reconocidas del mundillo independiente. Se trata de un film compacto, liviano y en gran parte disfrutable. Es cierto también que la historia es de algún modo previsible y los personajes secundarios son estereotipos. Y si la anécdota es mínima y se sostiene mayormente en los actores, el relato se deja seguir con gracia del mismo modo que seguimos el deambular errático de su pareja protagónica. VEREDAS Veredas. Argentina. 2017. Dirección: Fernando Cricenti. Intérpretes: Ezequiel Tronconi, Paula Reca, Julian Kartun, Alan Sabbagh, Ana Pauls, Paula Carruega, Paloma Contreras, Paula Castagnetti, Lara Pedrosa. Guión: Fernando Cricenti, Robertita Superstar, Ezequiel Tronconi. Fotografía: Fernando Lockett. Música: Fabián Picciano. Edición: Flor Efrón. Duración: 70 minutos.
Amitiville: El despertar, de Franck Khalfoun Por Ricardo Ottone - Las franquicias no suelen ser muy beneficiosas para el cine de terror. Es cierto que habría que ver que tanto o tan poco lo son para el cine en general, pero eso es abrir mucho el panorama. En general, salvo que las entregas sucesivas queden en manos de los creadores originales, como George Romero en la saga de los Muertos vivos o Sam Raimi con la saga de Ash y Evil Dead, cada nueva entrega de una serie que empezó con un clásico del género es un clavo en su propio ataúd –uno que empiezan a construir en su mayoría ya desde el segundo film- y suelen ser cada vez más una invitación a la chacota, sea voluntaria (de la cual Martes 13 es el sumun) o involuntaria. Llamar clásico a The Amityville Horror de 1979 es ser sumamente generoso. Ni siquiera el mote “de culto” le calza muy bien y probablemente deba conformarse con un puesto de segunda línea en el marco bastante generoso del innovador horror de los 70. Aquel film, sin embargo fue un gran éxito que se benefició de la popularidad de su fuente original, un best-seller que contaba una historia presuntamente real. Se trataba del asesinato perpetrado por un padre contra su propia familia influido por las fuerzas malignas que convivían con ellos en la casa situada en el pueblo de Amityville en el estado de Nueva York. Las fuerzas de la casa luego intentaron repetir la experiencia con la nueva familia que vino a habitar el lugar pero estos tuvieron más suerte y alcanzaron a sobrevivir como para publicar el libro y cobrar las regalías por cada nuevo producto derivado. Y lo que derivó es una lista tan profusa como inexplicable. Hagan la prueba de buscar en el sitio IMDB cuantas películas llevan en su título la palabra Amityville y llénense de preguntas. Hay que admitir que la mayoría son directo a video y también que, al menos por el título, algunas resultan prometedoras. Para el 2018 están proyectadas, por ejemplo, Amityville Cop y Amityville Bulldozer. Amityville: El despertar es el nuevo eslabón que se viene a sumar a esta cadena de montaje. Lo que tenemos como premisa es el habitual grupo familiar presuntamente incauto que se viene a mudar a la famosa casa para enterarse demasiado tarde de porque el precio era tan barato. Casi nada nuevo salvo por el agregado de que uno de los hijos es un adolescente que hace un par de años está postrado en estado vegetal y al que su madre se niega a dejarlo ir con la esperanza de que algún día se va a despertar. Las fuerzas malignas de la casa van a usar al joven indefenso para instalarse cómodamente y manifestarse arteramente como si se tratara de un milagro de la ciencia más que el caso de posesión fantasmal que realmente está detrás del asunto. Una premisa que recuerda un poco a Patrick, aquel film australiano de 1978 donde un joven en estado vegetativo pero con poderes telekinéticos se convertía en una amenaza sin moverse de su cama. Como es costumbre en este tipo de films, los guiños abundan. En este caso el ombliguismo es la norma y las citas se refieren siempre a la propia saga y no de una manera muy sutil. Así tenemos a un personaje, el infaltable adolescente nerdoso y bufón que se hace amigo de la protagonista, se carga a la espalda los escasos e inefectivos momentos de humor del film y tiene ideas originales pero poco recomendables como pasar la madrugada viendo la original del 79 en la casa donde trascurrió todo. No contento con eso menciona y muestra, ya que la cámara acompaña, el libro, la secuela y hasta la remake como para que nada falte en el combo. Si hasta tenemos una nueva recreación de la famosa escena de la nube de moscas, una de las más recordadas del film original. Se puede decir en su favor, que el film no abusa de los sobresaltos y las vueltas de tuerca ridículas que tan frecuentemente tienen que sufrir los fans del género, y que trata de construir un suspenso y un clima, algo que a veces le sale y a veces no tanto. Y aunque bastante previsible y de manual, se deja ver como un entretenimiento directo y sin pretensiones. AMITIVILLE: EL DESPERTAR Amityville: The Awakening. Estados Unidos. 2017. Dirección: Franck Khalfoun. Intérpretes: Bella Thorne, Cameron Monaghan, Mckenna Grace, Jennifer Jason Leigh, Jennifer Morrison, Taylor Spreitler, Thomas Mann, Kurtwood Smith. Guión: Franck Khalfoun. Fotografía: Steven Poster. Música: Robin Coudert. Edición: Patrick McMahon. Duración: 87 minutos.
El corral, de Sebastián Caulier Por Ricardo Ottone A esta altura sabemos de sobra que la niñez y adolescencia no son ni un lecho de rosas ni un paraíso perdido, por más que algún despistado pretenda recordarlas con nostalgia como el último refugio de la inocencia y la pureza. En la breve filmografía del formoseño Sebastián Caulier esta idea es justamente la que se pone en cuestión. Así en el corto Los extraños, realizado para Historias Breves 5 (2009), una niña canta y observa fascinada como su hermana mayor y sus amigas van desapareciendo misteriosamente en una tarde de sol infernal. Mientras en su primer largo, con el irónico título de La inocencia de la araña (2011), dos chicas de escuela primaria, enamoradas de su profesor y celosas de su otra maestra, están dispuestas a llevar demasiado lejos su deseo de exclusividad. En el mismo sentido se plantea El corral, donde el agobio de la adolescencia puede generar monstruos. Esteban (Patricio Penna) transita esta etapa de la manera más penosa. Típico perdedor de manual, nerd inconfundible, tímido, inseguro y malo en los deportes, lo tiene todo para ser el descastado del colegio y el blanco de todas las burlas. Su situación parece aliviarse un poco con la llegada del chico nuevo al pueblo y al aula. Gastón (Felipe Ramusio Mora) no puede ser más opuesto a Esteban: seguro de sí mismo, desprolijo e insolente. Sin embargo la condición de freaks en ese ambiente chato y el compartir una cierta sensibilidad (Gastón dibuja y Esteban escribe poesía) en un lugar donde esta escasea y hasta está mal vista, les asegura a ambos una afinidad a la que aferrarse y una actitud de Nosotros contra el mundo. En esa línea Gastón introduce a Esteban en su filosofía nihilista y lo convence de realizar anónimos actos de vandalismo para sembrar el caos y el miedo entre aquellos a los que compara con ovejas en un corral. Esteban accede un poco por su deseo de congraciarse con su único amigo pero también porque tiene su propia carga de resentimiento. Los atentados van creciendo en intensidad y gravedad hasta un punto de en que el juego se empieza a poner peligroso. Esta situación no puede terminar bien y el espectador se da cuenta apenas es planteada. Esta previsibilidad sin embargo no le quita interés a la historia. Por el contrario el relato atrapa desde el principio y la inminencia de la catástrofe es más bien un incentivo para seguir mirando. Caulier, que es también autor del guión, maneja hábilmente el suspenso y la tensión. Logra además un interesante juego de afinidades e identificaciones. En principio uno no puede sino empatizar con el pobre y vapuleado Esteban, aunque tampoco evitar cierta aprensión o incomodidad en algunas situaciones. Con Gastón la cuestión es más compleja en tanto hay al principio una simpatía con su actitud desafiante y su ideario que al principio parece muy lógico y justiciero, pero a medida que avanza el plan se da un progresivo distanciamiento entre el espectador y el personaje en tanto se empieza a advertir que sus planteos de un elitismo en apariencia ingenuo llevan a una posición mesiánica y hasta a un germen de fascismo. El resto de los alumnos / pueblerinos, las ovejas del corral, pasan alegremente de victimarios embrutecidos a víctimas injustificadas cuando los amigos se dejan ganar por la violencia y el exceso. El Corral es un film entretenido, bien contado y que no pierde el tiempo. Es también muestra de un hecho auspicioso que es la posibilidad de contar con eficacia historias poco habituales en el cine argentino y hacerlo además en el interior del país (toda la filmografía de Caulier transcurre en Formosa), una geografía que suele ser escenario de otro tipo de films. Caulier maneja cierto costumbrismo pero le escapa al grotesco. Descubre además la oscuridad bajo ese sol aplastante combinando el ámbito cruel y despiadado de la adolescencia con el infierno grande del pueblo chico. EL CORRAL El Corral. Argentina, 2017. Dirección: Sebastián Caulier. Intérpretes: Patricio Penna, Felipe Ramusio Mora, Camila Rabinovich, Valeria Lois, Diego de Paula, José Mehrez. Guión: Sebastián Caulier. Fototgrafía: Nicolás Gorla. Música: Maxi Prietto. Edición: Federico Rotstein. Duración: 83 minutos.
Aplicación siniestra, de Abel Vang y Burlee Vang Por Ricardo Ottone Entre las tantas tendencias que existen en el cine de terror en lo que va del milenio hay una que pretende aggiornar el género a los tiempos que corren incorporando elementos contemporáneos. Opuesta a otra tendencia que es la de un terror retro que incorpora elementos del terror de los 70 y 80 -y que sin embargo ha dado mejores resultados como Te sigue (2014) o No respires (2016)- este otro cine dirigido a los millennials, con protagonistas que responden al mismo target, suele acudir para su propósito a la tecnología, que es la manera más superficial de hacerlo. A esta altura todo esta rotulado y ya hay una etiqueta para el caso: Cyber Horror. Así, celulares, computadoras o redes sociales se convierten en los vehículos por los que el terror se manifieste. Si esto que formulamos no suena muy aterrador, su plasmación en la pantalla tampoco suele serlo. Por supuesto todo es cuestión de abordaje y así y todo hay que decir que hay buenos exponentes por lo general en los realizadores japoneses que parecen entender mejor la propuesta. Como Hideo Nakata que en Ringu (1998) vio el terror posible en el intercambio de VHS o Kiyoshi Kurosawa que en Kairo (2001) mostró una tenebrosa invasión de espíritus a través de internet. Aplicación siniestra pertenece a la vertiente más obvia, que se conforma con el uso de los smartphones y las aplicaciones, aquí mezcladas con un planteo sobrenatural. Aquí cinco adolescentes descargan una aplicación en su celular que es usada por un demonio como portal para entrar en este plano. Suena bastante pavote y de hecho lo es, también por su adscripción a ese teen horror que nos azota cada tanto, con sus protagonistas modelos de madera que de todos modos, hay que reconocerlo, en este caso nos son tan descerebrados como la norma en este tipo de films. Hay sin embargo, y a pesar de esa vocación declarada de modernidad, un innegable espíritu ochentero. No solo por el ambiente adolescente sino también por la presencia por uno de esos monstruos/villanos cancheros como Chucky, Pennywise o Freddy Krueger. El demonio antagonista luce y se comporta como un Freddy de segunda selección que acosa a sus víctimas con comentarios presuntamente sardónicos, se ríe todo el tiempo de sus chistes sin gracia y pergeña maneras presuntamente creativas de matarlos. Las escenas de horror onírico y las muertes, más rebuscadas que efectivas, demuestran una pretensión a tono con la idea de “morirse de miedo” que resulta un poco excesiva para un film que no puede producir esa sensación aunque sea en una dosis discreta. Ni con esos monstruos-fantasmas que aparecen cada tanto y que parecen salidos de un carnaval o de alguna Noche de Brujas precaria, ni con el uso perezoso de la música “ominosa”, ni el abuso de sobresaltos o Jump Scares que de tan repetidos no mueven un pelo. En una escena del film, cerca del final, en medio de un escenario típicamente cliché (un almacén o bodega abandonada), un personaje dice “parece la locación de una mala película de terror”. Al menos se les puede reconocer cierta autoconciencia… APLICACIÓN SINIESTRA Bedeviled. Estados Unidos. 2016. Dirección: Abel Vang y Burlee Vang. Intérpretes: Saxon Sharbino, Brandon Soo Hoo, Robyn Cohen, Bonnie Morgan, Alexis G. Zall, Victory Van Tuyl, Kate Orsini. Guión: Abel Vang y Burlee Vang. Música: David C. Williams. Edición: Cole Duran. Duración: 98 minutos.