El hilo fantasma, de Paul Thomas Anderson Por Ricardo Ottone En toda entrega de los premios Oscar hay una o más películas con varias nominaciones, incluidas las del podio, que al final de la noche se van con las manos vacías o con el premio consuelo de los rubros técnicos, una incómoda suerte que los americanos denominan Snub. Este año las frustraciones estuvieron más repartidas y una de las casi ignoradas fue El hilo fantasma, último film de Paul Thomas Anderson, que con seis nominaciones se tuvo que conformar con la estatuilla al Mejor Diseño de Vestuario. Está bien que considerando el tema de la película este premio parece más que adecuado e incluso un poco obvio, pero por otro lado sabe a poco. Y si mencionamos el tema en relación al premio es porque el protagonista de El hilo fantasma, Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis), es un diseñador de moda en la cima de su profesión vistiendo a la realeza y la aristocracia en la Inglaterra de los 50. Lo secunda en el negocio su hermana Cyril (Lesley Manville), suerte de mano derecha y perro guardián, con una paciencia (casi) inagotable para con su quisquilloso hermano. Reynolds es soltero y, por lo que vemos al principio del film, las novias no le duran mucho, algo que viendo su carácter no nos sorprende. En un viaje de fin de semana Reynolds conoce a Alma (Vicky Krieps) y comienza una relación que se consolida al punto de transformar a Alma no solo en pareja sino también en una suerte de musa y también en víctima de su difícil personalidad. Esta relación evoluciona en un crescendo dramático, un combate eterno con ataques y retiradas, treguas y también momentos de placidez y felicidad verdadera pero inestable. Reynolds muestra la hilacha desde el primer día de la relación cuando se pone a diseñarle un vestido en la primera cita revelándose como un detallista susceptible y controlador, obsesionado con su madre muerta con la que obviamente ninguna mujer podrá competir. También desde el comienzo se va viendo como Alma lo mide y va construyendo una estrategia, oscilando entre aguantar y devolver el golpe, para vencer allí donde las otras fracasaron. Hay en esta relación rastros de cierto Hitchcock. Anderson reconoce la influencia de Rebecca (1940) aunque aquí la función de Rebbeca, antes que las fracasadas ex-novias, la viene a cumplir la madre omnipresente. La otra referencia reconocible es Vértigo (1958). Es fácil ver en la imagen de Reynolds vistiendo a Alma un espejo de James Stewart vistiendo a Kim Novak para transformarla a imagen y semejanza de su amor perdido. Esta historia está contada a través de una puesta en escena tan refinada y meticulosa como su protagonista. Con exquisitos encuadres y fotografía del propio Anderson, quien muestra el valor de por primera vez hacer de D.F. de sí mismo en un largometraje pero con un pudor que le impide acreditarse. Se destaca también la banda sonora de Jonny Greenwood, más popularmente conocido por su otro trabajo como guitarrista de Radiohead, cuya colaboración no es novedad ya que es un viejo colaborador de los films de Anderson desde Petróleo sangriento (2007). Greenwood arma un soundtrack clásico y delicado en el que uno no adivina la presencia del tipo responsable de las catarsis eléctricas de Creep y Paranoid Android. En este combo el diseño de arte y el vestuario cumplen una función narrativa y no meramente decorativa. Con estos elementos, Anderson filma una película de época con sutileza, alejado de los manierismos inútiles del “cine de Qualité”. Pero si hay un rubro donde El hilo fantasma verdaderamente se sostiene es en las precisas actuaciones de Day-Lewis como un manipulador pasivo-agresivo, con un frágil equilibrio emocional, de a ratos contenido y de a ratos desbordado por los detalles más intrascendentes, y en la de Vicky Crieps que da vida un personaje frágil en apariencia, con una fuerza que va liberando de a poco con una tenacidad inexorable. A esto hay que sumar una tercera pata que es Lesley Manville, la hermana fiel, sostén y control. Un personaje que es también fuerte a su manera, que trata de equilibrar la balanza de la relación entre su hermano y su cuñada pero que, al fin y al cabo, juega para sí misma. Daniel Day-Lewis ya anunció que esta es su última película. No es la primera vez que el actor anuncia un retiro para volver con gloria años después. Pero si está fuera realmente su despedida, aun a pesar del Snub de los premios, no podría irse de mejor manera. EL HILO FANTASMA Phantom Thread. Estados Unidos. 2013 Director: Paul Thomas Anderson. Intérpretes: Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps, Lesley Manville. Guión: Paul Thomas Anderson. Fotografía: Paul Thomas Anderson. Música: Jonny Greenwood. Edición: Dylan Tichenor. Duración: 130 minutos
Alias Yineth, de Daniela Castro Valencia, Nicolás Ordóñez Por Ricardo Ottone Yineth Trujillo es el nombre de la protagonista. Pero es uno de los nombres, el último nombre, o más bien el que sintetiza todos los anteriores, el que marca cierta llegada a un destino que, de todos modos, sigue abierto. Yineth nació, con otro nombre, en un pueblo rural de Colombia, de una familia numerosa y pobre, y a los 12 años fue reclutada a la fuerza por las FARC que controlaban ese territorio. Su ingreso a la guerrilla fue el tributo que tuvo que dar su familia por ser pobre. Como no tenían para contribuir económicamente, lo hacían entregando una de sus hijas. Con un nuevo nombre empuñó las armas y se fue a combatir como guerrillera durante unos cuantos años hasta que logró escaparse. Así pasó por diversos trabajos de supervivencia con nuevas y diferentes identidades hasta desembocar en su presente, ahora como Yineth y como integrante de un programa gubernamental de reinserción social de ex combatientes. Si los siete nombres a los que alude el título son identidades en tanto que definen momentos o períodos en la vida de Yineth, el documental de Daniela Castro y Nicolás Ordóñez los toma como capítulos para estructurar su relato. Un nombre definiendo una etapa aunque, en cualquier caso, las importantes son cuatro: La de niña pobre (y después sabemos, abusada), la de guerrillera, la de fugitiva de la guerra sobreviviendo con diferentes trabajos y la de trabajadora gubernamental hoy casada y con dos hijas. Alias Yineth forma parte del proyecto Alias que arrancó con el film Alias María (2015) del cual Daniela Castro fue asistente de dirección y fue donde conoció a Yineth. Este proyecto transmedia del gobierno colombiano, que en su anterior entrega también trataba de exponer la realidad del conflicto entre el gobierno y las FARC, marca la agenda del film. Yineth es un caso testigo, alguien que fue víctima de la guerra, que estuvo en ambos lados, como guerrillera y como empleada del gobierno, cuya vida entera está marcada por el conflicto. El film no es neutral ni ambiguo en este sentido y apuesta al proceso de paz, lo cual se ve claramente en la incertidumbre que se plantea ante el resultado negativo del plebiscito donde ganó el No. Su motivación, al igual que las charlas que da Yineth en diferentes contextos contando su historia, es la de concientizar acerca de la necesidad del éxito de este proceso. Este compromiso con la posición gubernamental también presenta cierta limitación. Cuando fue reclutada por las FARC, Yineth no tuvo posibilidad de elección y esto se remarca. Cuando entra en contacto con el gobierno, si bien dice que fue la decisión más fácil de su vida, también cuanta que la opción era “45 años de cárcel o la ruta de la integración”. No parece una elección muy libre y cuando se menciona el hecho el documental sigue de largo sin profundizar en el tema. La realidad política de Colombia está como marco y como tema, pero lo que está en primer plano es la historia de vida, donde lo emotivo toma un carácter relevante aunque sin caer en la manipulación emocional. El documental es bastante sobrio, lo cual es destacable teniendo en cuenta lo que su protagonista tuvo que atravesar. Contando su historia Yineth más de una vez se quiebra y la cámara se queda con ella pero no la invade, la espera y no la persigue, logrando una empatía genuina sin necesidad del golpe bajo o el subrayado lacrimógeno. El documental presenta además algunas ideas interesantes como cuando hace a Yineth desfilar con los trajes que, al igual que los nombres, representan una parte de su vida, el de funcionaria, el de bailarina de club nocturno o el de guerrillera, y desde un principio logra interesar en un personaje con una historia tan rica como su personalidad y su capacidad de reinventarse y salir adelante. ALIAS YINETH, LA MUJER DE LOS SIETE NOMBRES Alias Yineth, la mujer de los siete nombres. Colombia, Argentina. 2017. Dirección: Daniela Castro Valencia, Nicolás Ordóñez. Intérpretes: Alba Yineth Trujillo Verján. Guión: Daniela Castro Valencia, Nicolás Ordóñez. Fotografía: Mauricio Vidal. Música: Alejandro Kauderer. Edición: Alejo Santos, Juan Soto. Duración: 71 minutos
Noche de juegos, de John Francis Daley Por Ricardo Ottone Encontrar a la persona con quien compartir tus pasiones, y por ende tu vida, no tiene precio y Annie (Rachel McAdams) y Max (Jason Bateman) tuvieron esa suerte. Fanáticos de los juegos, sea de mesa, de adivinanzas, de roles o de cualquier tipo, se conocieron en pleno ejercicio de su afición y desde entonces se reúnen periódicamente con parejas amigas en noches alocadas de Scrabble, Dígalo con Mímica, Jenga o el Juego de la Vida. Y en cuanto al juego de la vida en su versión metafórica se puede ver que Annie y Max son una pareja feliz, que se quiere y las pasan bien juntos pero tienen un problemita sin resolver que es la imposibilidad hasta el momento de tener hijos. Los espermatozoides de Max parecen un poco lentos, algo que se atribuye al estrés que a este le provoca la competencia con su hermano Brooks (Kyle Chandler), un hombre de negocios que le refriega sus éxitos desde la más tierna infancia. Precisamente es Brooks el que organiza una noche de juegos donde invita a Annie, Max y las parejas amigas. Para lucirse, como es su costumbre, Brooks contrata una empresa de actores para un juego de roles donde deben fingir secuestrarlo y los participantes tienen que resolver el misterio. El problema es que unos maleantes verdaderos se meten en el medio y lo secuestran de verdad. Los demás no advierten el entuerto y salen candorosamente a meterse en lo que creen sigue siendo un juego hasta que se enteran a la fuerza que las cosas se complicaron. Noche de juegos es una comedia basada en una premisa. Esto es: qué pasa cuando los personajes siguen comportándose ante la realidad como si fuera un juego y los enredos que esto produce y qué pasa cuando se dan cuenta de lo que verdaderamente está sucediendo Pero la premisa por si sola terminaría agotándose y si la película funciona es gracias a los personajes. McAdams y Bateman son divertidos, queribles y tienen química entre ellos. A la vez hay un elenco de personajes secundarios muy bien construidos, con historias y líneas argumentales propias, donde se luce especialmente el vecino policía tétrico interpretado por Jesse Plemons. La trama policial no tiene demasiada importancia. Se trata de una excusa para disparar el relato, el habitual McGuffin para que los personajes se muevan. No obstante hay un cuidado por parte de los realizadores Daley y Goldstein para las escenas de acción y las persecuciones. En particular hay un plano secuencia vertiginoso, donde los personajes se van pasando un objeto valioso circulando dentro de una mansión y tratando de evitar ser capturados por unos matones, donde despliegan cierto virtuosismo. Demuestran además cierta autoconciencia que les permite acudir y a la vez reírse de las típicas e interminables vueltas de tuerca pero sin pasarse de cancheros. Al igual que sus protagonistas, Noche de juegos es una película lúdica y juguetona, que invita a dejarse llevar con su combinación entre humor negro y violento, un humor más bobalicón y adorable y un toque de comedia romántica. NOCHE DE JUEGOS Game Night. Estados Unidos. 2018. Dirección: John Francis Daley, Jonathan Goldstein. Intérpretes: Jason Bateman, Rachel McAdams, Jesse Plemons, Kyle Chandler, Sharon Horgan, Billy Magnussen, Lamorne Morris, Kylie Bunbury. Guión: Mark Perez. Fotografía: Barry Peterson. Música: Cliff Martinez. Edición: David Egan, Jamie Gross, Gregory Plotkin. Duración: 98 minutos.
Necronomicón, el libro del infierno, de Marcelo Schapces Por Ricardo Ottone La presencia de un ejemplar del Necronomicón en la Biblioteca de Buenos Aires ya estaba explicitada en la obra de Lovecraft. El Necronomicón es un libro célebre (y ficticio, por más que algún despistado todavía cree en su existencia real) que forma parte esencial de la mitología creada por el escritor norteamericano Howard Phillips Lovecraft. Escrito por el árabe loco Abdul Al Alhazred en el siglo VIII DC, su lectura es capaz de producir la locura a los entusiastas e incautos que se le atreven. Los ritos allí compilados permiten invocar a los Dioses Antiguos y abrirles la puerta a este mundo que alguna vez les perteneció y al que, a su regreso, volverán a reclamar como propio. Según el autor, quedaban pocos ejemplares por el mundo, ocultos dada su evidente peligrosidad, y uno de estos se alojaba nada menos que en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Jorge Luis Borges, apasionado de la literatura fantástica, dedicó algunos párrafos al escritor de Providence y la anécdota conocida, y presuntamente real, es que cuando fue director de la Biblioteca Nacional en su sede de la calle México, con su particular sentido del humor, elaboró una ficha de este supuesto ejemplar incunable como si realmente estuviera dentro de su patrimonio. Toda esta serie de hechos puede ser jugosa para un fan local del terror y tiene un gran potencial como para construir un relato de los mitos de Cthulhu ambientando en Buenos Aires con personajes de acá y eso es lo que finalmente sucede con Necronomicón, el libro del infierno. Luis (Diego Velázquez), un empleado de la biblioteca, recibe el encargo de revisar un sector de los sótanos recientemente redescubierto para ver qué ejemplares pueden restaurarse, y entre estos libros se encuentra el misterioso ejemplar señalado por Lovecraft. Su salida a la luz despierta la tentación de personajes oscuros y pone al incauto bibliotecario al acecho de las fuerzas ocultas. El realizador Marcelo Schapces fue el que tuvo la idea de aprovechar el pie que dejó Lovecraft y la anécdota borgeana. Armó también un equipo creativo con grandes antecedentes. En la parte argumental con el guionistas Lucas Saracino, con amplia experiencia en el comic (y también en la serie Germán, últimas viñetas) y el escritor Ricardo Romero, autor, entre otras obras, de una muy interesante trilogía iniciada por El síndrome de Rasputín. En la parte visual con el diseño del libro maldito por parte del ilustrador Aldo Requena y en las criaturas por parte de Salvador Sanz, unos de los mejores autores de la historieta argentina actual. Esto sumado a un buen elenco configura una propuesta tentadora. No obstante a veces el todo no está asegurado por la suma de las partes. Hay un clima ominoso ya desde el minuto uno. Buenos Aires agobiada por la humedad, la oscuridad y una sensación de viscosidad. Algo así como el “caos reptante” que le gustaba describir a Lovecraft y un clima apocalíptico que Romero ya introdujo en la Buenos Aires de su mencionada trilogía. Esta sensación permanente de catástrofe inminente continúa ininterrumpida hasta el final y, si bien se ve ahí la intención de construir una atmósfera, también conspira contra el relato achatándolo. Así, cuando algo efectivamente pasa y el horror aparece, se diluye en un tratamiento indiferenciado y lineal que termina agotando. Todos los personajes parecen estar al tanto del mal que acecha menos el protagonista, quien no entiende -y se la pasa diciendo que no entiende- sus actitudes misteriosas y frases elusivas. El resultado final es ambiguo. Las buenas ideas argumentales conviven con agujeros, arbitrariedades, personajes cuya presencia o comportamiento no se justifica y diálogos afectados e inverosímiles. Mientras, las ideas visuales y el diseño creativo conviven con el exceso de los efectos digitales que en varios tramos resultan poco convincentes. Y aunque el film tiene algunos momentos prometedores, unos cuantos guiños a la obra de Lovecraft (a quien nunca se menciona), Borges y Edgar Allan Poe (en particular la premisa de La carta robada) y un conocimiento y respeto por el legado de esos autores, el resultado final deja la sensación de que los elementos reunidos no están aprovechados. NECRONOMICON, EL LIBRO DEL INFIERNO Necronomicón, el libro del infierno. Argentina, 2018 Dirección: Marcelo Schapces. Intérpretes: Diego Velázquez, María Laura Cali, Victoria Maurette, Cecilia Rossetto, Daniel Fanego, Federico Luppi. Guión: Luciano Saracino y Ricardo Romero, sobre una idea de Marcelo Schapces. Fotografía: Marcelo Mangone. Música: Pablo Borghi. Edición: Nicolás Goldbart, Camila Menéndez. Duración: 90 minutos
La bóveda, de Dan Bush Por Ricardo Ottone Una buena cantidad de relatos de terror transcurren en lugares que no son simplemente una locación de fondo donde transcurren los hechos, sino lugares que poseen su propia carga siniestra, casi como si fueran personajes en sí mismos, monstruos o antagonistas. Stephen King los pensó como un arquetipo en su libro de ensayo Danse Macabre y los bautizó The Bad Place (el lugar malo). Este Bad Place puede ser cualquiera, el bosque en La bruja, un hotel en El resplandor, una nave espacial en Event Horizon. Pero la forma que le vemos con más frecuencia es la Casa Embrujada de la cual tenemos cientos de películas, la mayor parte imposibles de distinguir una de otra, estrenándose cada tanto. Y si el Bad Place puede ser cualquiera, un banco puede cumplir el rol sin problemas. De hecho las mismas reglas de la casa embrujada se le pueden aplicar fácilmente. Esto es exactamente lo que sucede con La bóveda. Un grupo de asaltantes liderado por tres hermanos, dos mujeres y un varón, entran a robar un banco con la esperanza de llevarse un buen botín. El disponible no era el esperado y la situación, tensa de por sí, se pone todavía más inflamable. Un empleado, con la idea de que los ladrones se den por satisfechos y se vayan sin lastimar a nadie, les propone abrir la bóveda que está en el sótano al que nadie visita y que contiene varios millones de dólares. Lo que se van a enterar más tarde y de mala manera es que nadie baja porque allí se ven y se oyen cosas raras. Averiguando un poco más se revela, como suele suceder en los sitios embrujados y en los lugares malos en general, que hubo un acontecimiento en el pasado del banco que lo dejó de algún modo contaminado con una presencia oscura. Un intento de asalto ocurrido hace más de cuarenta años que terminó con todos los rehenes asesinados y el psicópata asaltante desaparecido. Una vez ahí, van a descubrir que lo que queda de estas entidades sigue dando vueltas por ahí abajo. Se podría entonces pensar a La bóveda como una suerte de crossover entre película de asalto, película de lugar embrujado y también del subgénero que bautizamos como “a los ladrones les salió el tiro por la culata”, ese tipo de historias donde los delincuentes se encuentran con algo que es mucho más peligroso que ellos y pasan de victimarios a víctimas (secuestran un niño diabólico, entran a la casa de un psicópata, etc). En este caso su carácter de inesperadas presas es doble, acorralados por el peligro externo y terrenal de la policía que sitia el edificio y por el interno y sobrenatural que los acecha en los pasillos subterráneos. El punto de vista es el de los asaltantes, en particular las dos hermanas, las cuales representan, como también es habitual en estos casos, dos facciones dentro de la banda, los duros y los blandos, los locos peligrosos de los cuales nada nos importa y los buenos que están cometiendo un acto equivocado por una necesidad que los supera y con los cuales tenemos más empatía y preocupación. Su retrato es bastante básico: los malos sacados y los buenos de buen corazón cuyo extremo es el hermano culposo (bueno, en realidad, sí tiene la culpa ya que es por él que están ahí). Hay también un elenco interesante que hace un buen papel pese a lo esquemático de sus personajes. La bóveda es original en su rejunte de subgéneros pero ahí se le acaba la novedad. Después de eso es la aplicación del planteo de manera más o menos esperable: tipos que andan solos por pasillos oscuros, apariciones fantasmales, muertes truculentas y los sobresaltos de rigor. Aun así, es esta misma mixtura la que consigue mantener el interés LA BÓVEDA] The Vault. Estados Unidos. 2017. Director: Dan Bush. Intérpretes: James Franco, Taryn Manning, Francesca Fisher-Eastwood, Scott Haze, Q’orianka Kilcher, Jeff Gum, Clifton Collins Jr. Guión: Dan Bush, Conal Byrne. Fotografía: Andrew Shulkind. Edición: Dan Bush, Ed Marx. Música: Shaun Drew. Duración: 91 minutos.
Recreo, de Hernán Guerschuny Por Ricardo Ottone Si tomáramos lo que sucede en las películas como una advertencia, procuraríamos evitarnos las celebraciones familiares y las reuniones de amigos. Es evidente que son una trampa. Lo que generalmente arranca como un encuentro festivo y lúdico suele terminar en el desborde emocional y la exhibición descarnada de trapitos al sol con consecuencias que varían de lo desagradable a lo catastrófico. En el caso de Recreo se trata de tres amigos de la juventud, hoy cuarentones con mujeres e hijos, invitados por uno de ellos a pasar unos días en una casa de campo. Allí se juntan las tres parejas con prole infantil numerosa con la promesa de unos días de descanso, pileta, sol, comida y charla. Ese recreo que el título promete en medio de sus vidas de trabajo y obligaciones sociales. Así es como arranca por lo menos la experiencia. Risas, comentarios zumbones y chicanas amables con la intención de fondo de mostrar siempre una cara exitosa y superada. Pero las horas pasan y en la mesa la charla se relaja, el vino corre, las inhibiciones van cayendo y las lenguas se sueltan. En Recreo no falta casi nada de lo que podemos esperar en estas reuniones que no salen tan bien como esperábamos: exhibición de deseos y frustraciones, vómitos de resentimientos largamente añejados, reproches de hechos supuestamente olvidados, acusaciones de falsedad y traición, rebeliones fallidas, violencia psicológica y de la otra. Esta exhibición de atrocidades, que están en el centro de la cuestión, es tolerable porque se alterna con momentos más luminosos o livianos. Los directores/guionistas Jazmín Stuart y Hernán Guerschuny dosifican los altos y bajos, los momentos de tensión y relajo, de fiesta y violencia, de drama y comedia. En el medio también caen en algunos lugares comunes, especialmente el de la idealización de la niñez y adolescencia como un paraíso perdido de pureza y autenticidad que se resigna con la adultez. Lo verbaliza explícitamente el personaje de Jazmín Stuart pidiéndole al hijo adolescente de sus amigos que no crezca para no caer en ese universo de falsedades del que ahora ella ya no puede zafar. Al fin y al cabo, una actitud no muy diferente de la idealización infantil que los personajes de Juan Minujin y Martín Slipack hacen de su juventud como lugar de libertad y goce a recuperar como si esto fuera posible. Si bien es cierto que los personajes se plantean como distintos, en realidad se parecen bastante: burgueses de buen pasar, un poco hipsters, preocupados por la imagen que proyectan, con ínfulas de superados pero listos a escandalizarse ante cualquier revelación medio subida de tono, Afortunadamente Stuart y Gershchuny hacen un retrato no unidimensional donde se los presenta con matices. Y si bien están ahí mostrando sus caras más desagradables en medio de la catarsis, no hay un ensañamiento con ellos. Se los muestra en sus luces y sombras, en su faceta más cretina como en la más vulnerable, haciendo que se pueda empatizar aun cuando también repelen. Lo que muestra Recreo en su pretensión de retrato generacional no es nuevo. La crisis de la mediana edad, la insatisfacción cotidiana, la durabilidad de la amistad y el amor, la necesidad de mostrar siempre una fachada, la pregunta por el qué hubiera pasado si se hubiesen tomado otras decisiones. Así plantea de manera recargada y acumulativa pero entretenida y creíble temas comunes y reconocibles. RECREO Recreo. Argentina. 2018. Dirección: Hernán Guerschuny, Jazmín Stuart. Intérpretes: Carla Peterson, Juan Minujín, Fernán Mirás, Jazmín Stuart, Martín Slipak, Pilar Gamboa. Guión: Hernán Guerschuny, Jazmín Stuart. Fotografía: Marcelo Lavintman. Edición: Agustín Rolandelli. Música: Juan Blas Caballero. Duración: 100 minutos.
La crucifixión, de Xavier Gens Por Ricardo Ottone En 2012, el realizador rumano Cristian Mungiu (el mismo de 4 meses, 3 semanas, 2 días, ganadora de la Palma de Oro en Cannes) estrenó Más allá de las colinas, un film intenso y dramático que contaba un caso sucedido en un convento de la iglesia ortodoxa en la Rumania rural con la muerte de una novicia que, según el sacerdote acusado de homicidio, estaba poseída por el diablo. La muerte de la joven se produjo en el hospital como producto de un cruento exorcismo de varios días que incluyó el cautiverio y señales de haber sido atada. Ahora el realizador francés Xavier Gens estrena aquí La crucifixión, con una premisa endemoniadamente similar, donde Adelina, una monja en un convento de la Rumania rural, muere luego de un cruento exorcismo que incluye privación de sueño, de alimentos y hasta una crucifixión. Lógicamente, el sacerdote a cargo es encarcelado por homicidio. La variante aquí es que Nicole, una periodista norteamericana impactada por la noticia, viaja a Rumania a investigar el hecho porque “la gente merece saberlo”. Nicole va con toda la idea de que se trata de un caso donde la ignorancia y el fanatismo de la Iglesia se cobraron la vida de la víctima. Investigando el caso in situ va a ir descubriendo que el sacerdote no estaba tan errado y que la presencia que se instaló en el cuerpo de la joven monja todavía anda dando vueltas por ahí. Está bien, el film de Mungiu está basado en una novela de no-ficción de la escritora rumana Tatiana Niculescu-Bran y el de Gens afirma estar basado en hechos reales, así que uno podría concluir que ambos están basados en el mismo episodio real abordándolo de una manera, digamos, diferente. Donde el primero elegía un abordaje realista tocando temas como la fe, el libre albedrío y la represión sexual, el más reciente toma el episodio como base para una relato de terror donde la estrella es una vez más el Señor de las Tinieblas. Igualmente basta mirar las imágenes del exorcismo en La crucifixión para darse cuenta de que el realizador francés vio el film de su colega rumano y tomo prestada más de una idea. De todos modos, acá no somos policías y sabemos que si fuéramos a condenar el robo en el mundo de las películas tendríamos que cargamos gran parte de la historia del cine. Por la web se puede leer a algunos críticos extranjeros indignados. Muchachos, no es para tanto. Si mencionamos las similitudes es porque si medimos la calidad de un robo por su capacidad de ocultar sus rastros acá las huellas están por toda la escena del crimen. La crucifixión es entonces la versión clase B que opta decididamente por la vertiente sobrenatural. Claro, es un film de terror y no vamos a aceptar otra cosa que a Satán o alguno de su legión de demonios. La elección no está mal y el planteo tiene sus potencialidades. El tema es qué se hace con eso, y el film de Gens comienza de forma prometedora pero se queda a medio camino, con momentos densos e imágenes potentes (una enjambre de insectos saliendo de la entrepierna de la poseída) mezcladas con intentos fallidos de atmósferas basadas en luces que se prenden y apagan, puertas que se abren y cierran, y sustos baratos con el espíritu de la poseída apareciendo cada tanto a los gritos. Lo que funciona mejor son los flashbacks que se intercalan para contar la historia previa de cómo Adelina fue paulatinamente cayendo en poder del Maligno. El carácter de investigación periodística es la que da esta posibilidad a través de las entrevistas que Nicole va haciendo con los diferentes testigos de la desgracia de Adelina: el cura acusado, su mejor amiga, el obispo y hasta la psiquiatra que le diagnosticó esquizofrenia, con la posibilidad de ilustrar estos testimonios. Esto también parece prestado de otra fuente, esta vez de El exorcismo de Emily Rose (2005), pero son los momentos que mejor funcionan y donde se ven las imágenes más interesantes. Por cierto más que la línea de tiempo presente con sus sobresaltos poco imaginativos y una conclusión de manual. Gens no se merece ir al infierno por robo sino al purgatorio por las ideas desaprovechadas. Sabe elegir a sus víctimas pero no cómo explotar el botín. LA CRUCIFIXIÓN The Crucifixion. Estados Unidos, Reino Unido, Rumania. 2017 Dirección: Xavier Gens. Intérpretes: Sophie Cookson, Corneliu Ulici, Brittany Ashworth, Matthew Zajac, Diana Vladu. Guión: Carey Hayes, Chad Hayes. Fotografía: Daniel Aranyó. Edición: Adam Trotman . Música: David Julyan.Duración: 90 minutos.
Barrefondo, de Jorge Leandro Colás Por Ricardo Ottone Tavo es piletero, un trabajo bastante poco glamoroso pese a que se desarrolla en casas y mansiones de countries y barrios exclusivos. Tavo limpia las piletas de la gente adinerada en una suerte de observación no participante. Es un outsider que sin embargo, en medio de su actividad que incluye un mantenimiento periódico, se entera con precisión de las vidas, relaciones, características sociales, nivel económico y rutinas diarias de sus clientes. Y también de la fortaleza o debilidad en la seguridad de sus propiedades. Este conocimiento, que le llega por añadidura y sin buscarlo, es valioso para El Pejerrey, el jefe de una banda de la zona que se dedica a asaltar casas. El Pejerrey encara a Tavo para proponerle que le de la información que necesita para hacer los golpes más prolijos y menos riesgosos a cambio de una tajada del botín. Tavo se resiste pero no mucho y entra en el juego como informante, rol que, dado que viene como adjunto a su trabajo principal, no le cuesta nada, o eso cree él. Jorge Alejandro Colás ya tiene en su haber tres largos documentales: Parador Retiro (2008), Grisel, un amor en tiempos de tango (2012), y Los pibes (2015). Algo de la observación, del registro paciente propio del documental, está presente también en este, su primer largo de ficción. La cámara sigue todo al tiempo a Tavo, su cotidianeidad, sus rutinas y la monotonía de su actividad que es también propicia para que su cabeza trabaje, para que se alimenten sus dudas, sus inseguridades y sus resentimientos. Este trabajo de observación que hace creíble la realidad del personaje también está reforzado por el hecho de estar basado en una novela de Félix Bruzzone, escritor que a su vez trabajó como piletero y aquí cuenta algunas de sus experiencias en el rubro. Mejor no saber cuáles son inspiradas en hechos reales y cuales son pura invención. A pesar de la trama propia del policial, Barrefondo no es tanto un film del género sino que se sirve de algunos de sus elementos para mostrar aquello que le interesa, que tiene que ver más con cierta observación social. Mostrar el conflicto de clase que se desarrolla de manera poco estridente y más bien asordinada pero igualmente despiadada y cruel. Tavo tiene un permanente roce con una clase que no es la suya, una no pertenencia que sus clientes le hacen sentir diariamente con pequeñas muestras de desprecio o humillaciones concretas. Su vida familiar tampoco es muy alentadora, con una esposa embarazada que le hace también diarios desplantes y muestras de desvalorización y un suegro ex-policía que interfiere más de la cuenta en la vida de la pareja. Tavo es más bien un tipo silencioso y las únicas relaciones con cierta intimidad que le conocemos son su esposa, su suegro y una suerte de empleado que no califica como amigo. El único interés que demuestra esta en el juego aunque ni eso llega a ser una pasión. El protagonista no hace más que ir aguantando y todo ello confluye para que cuando llegue la propuesta de El pejerrey, le de cauce de manera no muy profesional, movido más por el resentimiento y la venganza. Aquello que tiene que ver con la trama policial se juega en el fuera de campo. El único disparo que escuchamos, que Tavo escucha, proviene de un episodio confuso que no alcanza a registrar ni comprender. Este no participa presencialmente de los asaltos (aunque eso no significa que sus consecuencias no le vayan a llegar) y de los mismos nos enteramos una vez cometidos con la información que le llega el protagonista, único punto de vista que el realizador elige mostrar ya que de lo que se trata es de mostrar su cotidianeidad, su rencor y su relaciones nocivas que llevan también su carga de violencia implícita. Es por eso que, aunque no vemos la acción más dura, la tensión igual está presente. Barrefondo podría armar un buen doble programa con El cauce (2017) de Agustín Falco, otro film argentino, donde el elemento de género está más explícito, pero que también muestra como cierta desesperación (social, económica, personal) puede llevar a un tipo común a a relacionarse con el mundo del delito y la marginalidad, en el cual no se mueve pero que de todos modos lo atrapa. Un par de interesantes muestras del cine argentino reciente que quizás estén dando cuenta de un cierto (mal) clima de época. BARREFONDO Barrefondo. Argentina. 2017 Dirección: Jorge Leandro Colás. Intérpretes: Nahuel Viale, Sergio Boris, María Soldi, Claudio Da Passano, Osqui Guzmán. Guión: Jorge Leandro Colás. sobre la novela de Félix Bruzzone. Fotografía: Leonel Pazos Scioli. Edición: Karina Expósito. Duración: 76 minutos.
La noche del Demonio: La última llave, de Adam Robitel Por Ricardo Ottone En estos tiempos de sagas o franquicias en el mundo del cine, el terror no solo no es ajeno a esta tendencia serial sino que desde hace décadas viene marcando el camino sinuoso de las secuelas como chorizos. Claro, no todo es lo mismo y, aunque dentro del género abunda el material de segunda selección, algunos de los exponentes más interesantes e influyentes de los últimos años vinieron de esta manera. Es el caso de El conjuro, con dos films que muestran los casos paranormales del matrimonio Warren y dos spin offs que se desprenden del arco principal (Anabelle y la próxima a estrenarse The Nun). El responsable allí es el realizador australiano James Wan, también director del primer film de El juego del miedo (no tiene la culpa de la debacle que le siguió) y de las dos primeras películas de La noche del Demonio, cuya cuarta entrega hoy nos ocupa. La noche del demonio ocupa un lugar quizás menos relevante pero también exitoso en términos de franquicia. Para la tercera entrega, ya sin Wan, la serie quedó en manos de su creador, Leigh Whannel. Hasta entonces Whannel tenía la responsabilidad de guionista y actor (interpreta a Specs, uno de los secundarios que aparece en todos los films) y allí debutó como director. La noche del demonio: capitulo 3 vino en forma de precuela, y también como suerte de spin off ya que contaba uno de los primeros casos de la psíquica Elise Rainier (Lin Shaye), uno de los personajes más ricos de las dos primeras películas. Para esta cuarta entrega Wahnnel dejó el puesto de director en manos del casi desconocido Adam Robitel, aunque conservó sus cargos históricos de actor y escritor. El film, a la vez secuela de la 3 y precuela de las dos primeras, se ubicaría como segunda en la línea temporal, donde Lyn Shaye vuelve a ser protagonista en el papel de Elise Rainer. Un protagonismo que es reforzado porque ahora es su historia personal y familiar la que aparece en primer plano ya que el caso que le toca atender ocurre en la fue la casa de su infancia, donde empezó a experimentar sus primeros contactos con el más allá y de la cual guarda más traumas que recuerdos felices. Precisamente lo más interesante de La noche del Demonio: la última llave es la exploración de la historia personal del personaje de Elise, su relación traumática con su padre violento que reprime las manifestaciones de su don, el refugio en su madre y hermano menor y las primeras y aterradoras muestras de su capacidad de comunicarse con el mundo de lo sobrenatural. Este pasado está contado en gran parte por medio de flashbacks que muestran una Elise niña y adolescente, mientras Lyn Shaye, en una actuación que se carga el film al hombro, se pone en la piel de la Elise adulta y va develando la relación de este pasado con los horrores del presente. Donde el film naufraga es precisamente en lo que conforma su razón de ser como film de terror. La ultima llave falla a la hora de provocar miedo y acude a los trucos más básicos y baratos para forzar un efecto que no puede conseguir por medios más refinados. Se nota sin embargo que el realizador intenta por momentos construir un cierto clima, una atmósfera ominosa. Pero en todos los casos, aún cuando incluso parece que va a conseguirlo, pierde la paciencia y opta por la fácil que es sacarse el asunto de encima por medio de algún sobresalto con monstruo salido de la nada y sonido chirriante (el típico y remanido “jump scare”) para liquidar la cuestión sin mayor trámite. Una muestra de pereza creativa que es aún más triste en una saga que había arrancado de una manera más digna. LA NOCHE DEL DEMONIO: LA ÚLTIMA LLAVE La noche del Demonio: la última llave. Estados Unidos. 2018 Dirección: Adam Robitel. Intérpretes: Lin Shaye, Angus Sampson, Leigh Whannell, Josh Stewart, Caitlin Gerard, Bruce Davison, Kirk Acevedo, Javier Botet . Guión: Leigh Whannell. Fotografía: Toby Oliver. Música: Joseph Bishara. Edición: Timothy Alverson. Duración: 103 minutos.
27: El club de los malditos, de Nicanor Loreti Por Ricardo Ottone Una banda punk tocando como poseída por el poder de la música, una suerte de empresario tomándose un whisky rodeado de discos de oro, una fan de pelo azul vestida de cuero y medias red que quiere entrar sin éxito a una fiesta privada custodiada por dos patovas. Todas estas imágenes que identificamos inmediatamente como parte de la representación rockera tradicional sirven de prologo para el hecho que dispara el relato: Leandro De la Torre, el líder de la banda, sale disparado por la ventana y se estrella varios pisos más abajo. La causa aparente de la muerte es suicidio pero Paula (Sofía Gala Castiglione), la fan que no pudo entrar a la fiesta (que era justamente el cumpleaños 27 del músico) y estaba junto en la vereda de enfrente, graba la escena con su celular para comprobar que se trata en realidad de un asesinato. Esto la pone en la mira de una conspiración que incluye no solo la muerte de De la Torre sino de todos los rockeros legendarios que (no tan) casualmente se fueron a morir a la misma edad. Para investigar el caso está el detective Martín Lombardo (Diego Capusotto), un policía camorrero y bocasucia pero recto, que además va a tomar a Paula bajo su protección y desenredar con ella la trama conspiranoica que se remonta hasta fines de los 60. El club de los 27 forma parte de la mitología más ilustre del Rock. La muerte a los 27 años por sobredosis o suicidio de leyendas como Jim Morrison, Janis Joplin, Jimi Hendrix o Amy Winehouse, entre otros finados celebres. Una coincidencia que siempre despertó cierta suspicacia y acá sirve como material de base. Loretti ya había hecho una reformulación de figuras de la mitología popular en Kryptonita y en la serie Nafta Super, basadas en la novela de Leonardo Oyola, donde presentaba una versión en modo conurbano de los Superhéroes clásicos de la Liga de la Justicia. Aquí toma otro panteón que es el de las Estrellas de Rock, su estética y el aura de su clásico estilo de vida de sexo droga y Rock and Roll con su consiguiente vivir rápido y morir joven. Del mismo modo que Loreti abraza el género (el policial, la comedia, el cine de acción) y sus convenciones de manera autoconsciente pero desde adentro, sin cinismo sino con actitud lúdica (de ahí tenemos el uso y abuso de cámaras lentas en las escenas de violencia), aquí no pretende desmitificar la historia, por el contrario abraza la leyenda. Se maneja en una realidad paralela que es parecida a esta pero donde nuestras fantasías de adolecentes son verdaderas y las historias heroicas del rock and roll realmente ocurrieron. Se trata más bien de una “fabula de rock” como se proponía Calles de fuego (Walter Hill, 1984) donde los clichés son más bien parte del repertorio. En ese rechazo del realismo es que el film se toma las licencias argumentales e históricas que necesita. Faltan a la cita ilustres miembros del club como Brian Jones o Kurt Cobain y son invitados otros como Sid Vicious (que murió a los 22) o Joe Strummer (que murió a los 50 y de un infarto). La pista de esa dimensión paralela se observa en el sutil cambio de nombres (Janiz o The Klash) que dan cuenta que estamos no ante estos músicos sino a la imagen fantástica que nos construimos de ellos. Loreti cuenta con un cómplice ilustre como Alex Cox en el guión, quien ya se había ocupado en clave biopic de la figura de Sid Vicious en Sid y Nancy (1986) y había demostrado cierto desparpajo a la hora de buscar salidas fantásticas en Repo Man (1984). La comedia funciona no tanto por gags como por el absurdo de las situaciones. Es así como, del mismo modo que en Bubba ho-tep (2002, Don Coscarelli) un Elvis sobreviviente terminaba sus días en una residencia de ancianos y enfrentando una momia egipcia, aquí un Jim Morrison viejo, que no murió en Paris, se une a nuestros protagonistas y sigue usando el mismo cinturón y los mismos pantalones de cuero que en los 60 pero hablando un curioso español ibérico. En la misma vena vemos a Sofia Gala lanzar largas parrafadas astrológicas con total naturalidad y a Capusotto como el outsider de este mundo rocker que no sabe ni quién es Morrison y solo le importa como sale Racing. El film propone un verosímil que es necesario aceptar de movida para que funcione y será probablemente más disfrutable para quienes conozcan el paño y reconozcan los guiños, identificándose en ese “uno de nosotros”. Por eso, la mejor manera de hacerlo es creyéndosela, riéndose de los lugares comunes y sabiendo que existe la Gran Estafa del Rock and Roll pero también creyendo en el Rock de Combate y sabiendo que su poder es real. 27: EL CLUB DE LOS MALDITOS 27: El club de los malditos. Argentina. 2018 Dirección: Nicanor Loreti. Intérpretes: Diego Capusotto, Sofia Gala, Yayo Guridi, El Polaco, Daniel Aráoz, Naiara Awada, William Prociuk. Guión: Nicanor Loreti, Alex Cox. Fotografía: Mariano Suárez. Música: Pablo Sala. Edición: Emanuel Flax. Duración: 80 minutos.