El western les sienta bien El eje de esta atrapante historia no es otro que la búsqueda de justicia en el sentido primordial del “ojo por ojo”, como anticipa la cita bíblica de los proverbios que antecede al film: “Huye el malvado sin que nadie lo persiga; mas el justo está confiado como un león”. La novela del escritor Charles Portis sobre una intrépida joven de estilo victoriano y carácter indomable, entre la niñez y la adolescencia, que ha perdido a su padre a manos de un criminal y persigue obstinadamente al culpable con la ayuda del envejecido pero astuto y hábil marshall Cogburn, ya había sido llevada a la pantalla con sólida actuación de John Wayne, quien ganó el Oscar por esta interpretación en 1969. No es la primera incursión de los Coen por el cine que los antecedió, pero sí es la primera vez que revisan un western clásico y, como la mayor parte de su obra oscila entre una visión nihilista del mundo actual y una desencantada del pasado, aquí sorprenden con una ética propia del género clásico y un sobrio sentimentalismo, siempre contenido pero presente. Es un film de grandes interpretaciones, con planos cuidados y una estética admirable, donde se respira algo más que el olor de la pólvora. Fidelidades y sombras Más que relectura de un western clásico de Hathaway, los Coen quieren ser fieles a la novela original y por eso dan las riendas a la conmovedora Hailee Steinfeld y a la relación áspera pero entrañable que se va consolidando entre la joven Mattie Ross y el sheriff Rooster Cogburn. Es la fragilidad inquebrantable de la púber la que motiva la aventura. Damond aparece menos pero su actuación es convincente en un personaje estructurado por su moral rectísima y sentido del deber que choca siempre con el sarcasmo y la experiencia del viejo Gallo, magistralmente interpretado por Bridges. Ambos forman un trío actoral deslumbrante junto a la frescura que imprime la joven adolescente, que comparte con ellos el temple de acero. Es cierto que un tono más sombrío envuelve a la cinta, frente a la candidez que rezumaba su antecesora. La película habla de la muerte, de cómo asumirla y cómo superarla. El peso argumental está puesto en la adolescente que se forma y transforma en ese aprendizaje vital que la marcará para siempre. En eso se aleja de la impresionista adaptación de los años sesenta, realizada por el notable realizador Henry Hathaway. También aporta su cuota de leyenda oscura y un humor subrepticio en las chanzas entre la dupla de ayudantes complementarios, que rivalizan entre sí pero se necesitan. El “ranger” de Texas con su moralidad de boy scout “choca” con el avejentado y tuerto marshall, que es capaz de enfrentarlo y superarlo. Pero sobre todo y ante todo, los Coen plasman momentos inolvidables y personajes como para figurar en los mejores puestos de una galería del género. Clásico totalmente disfrutable en sus encuadres, puntos de vista, diálogos, tempo narrativo y lirismo audiovisual, como para que guste no solamente a los fans del western y a los seguidores de los Coen, sino también a todos los que quieran ver una película de calidad y perdurabilidad garantizada.
Con espíritu de leyenda Gore Verbinski le soltó la mano a su popular saga de piratas, para filmar un western de animación protagonizado nada más y nada menos que por ¡una lagartija! Rango es un fantástico ejercicio animado destinado a ser una de las más gratas sorpresas cinematográficas del año. Una animación que no parodia sino que homenajea al western a través de personajes carismáticos y muy bien construidos. Se puede disfrutar de un relato original, que ofrece su propio universo de reglas, con look moderno y espíritu clásico, personajes entrañables con hondura psicológica y distintos niveles de lectura. Claro que para todo esto el director cuenta con el soporte tecnológico de la Industrial Light & Magic liderada por George Lucas. La historia arranca en la actualidad: el antihéroe protagonista es una carismática lagartija con ínfulas de actor: le gusta cantar, bailar, imitar y fantasear, interactuando en una virtual red social aunque en la práctica es esencialmente una criatura aislada, un “Don Nadie” sin contexto y sin historia. Hasta que un inesperado accidente lo hace acceder al “otro lado” de la frontera y sumergirse en el mitológico universo del western. El contacto con la pintoresca comunidad de un pueblo perdido en medio del desierto, que atraviesa el problema de la falta de agua y la corrupción de un alcalde mendaz y manipulador, hace que los animalitos (animalitos tan simbólicos como los de Esopo) encuentren en el recién llegado una especie de líder que, con mucha suerte y astucia, se transforma en el justiciero capaz de encarnar la esperanza frente a tantas adversidades. Cine puro “Rango” es una las pocas producciones animadas de Hollywood que en los últimos tiempos dan un paso hacia delante dentro de las convenciones del género. Esto es visible desde el vocabulario utilizado, dirigido a un público al que no se subestima, donde aparecen palabras como “epifanía”, “metáfora”, “acuífero” (uno de los personajes pregunta qué es eso) o “carroza de alabastro”. El diseño de los personajes le da un valor añadido a una obra que con una historia tan clásica como las fábulas griegas se permite una ácida crítica social que los niños pasarán por alto, aunque igualmente la disfrutarán. Asombran los detalles en la piel de cada animal y la creatividad juega incansablemente con las variaciones de ese envoltorio vital para sobrevivir en el desierto. También lo hace con la estética de las miradas: esos bichitos hablan con la humanidad de los ojos. La calidad admirable de la imagen debe mucho a la contribución de Roger Deakins, el director de fotografía de los Coen: el acabado técnico de los fondos o un empleo magistral de la iluminación, entre otros méritos que marcan un hito en el ámbito de la animación que se permite guiños modélicos, reconstruyendo matices evocadores de los coloridos horizontes de John Ford. “Rango” utiliza la animación para “decir” cosas, algo que de partida ya marca una considerable distancia con respecto a la mayoría de productos similares, donde prima la construcción de relatos más convencionales e industriales. Estamos ante un director que dota de personalidad a su discurso y puesta en escena, por lo cual la etiqueta de “película-de-animación” no alcanza para definirla. Entretenida y con sentido del humor, está repleta de referencias y alusiones fuera del alcance del público infantil, porque “Rango” es ante todo cine en estado puro.
Soles y sombras invernales Triunfadora en el último festival de Sundance, que respalda películas de aliento independiente, con bajo presupuesto y actores desconocidos pero que se permiten mostrar el lado oscuro de la sociedad del bienestar norteamericana. Con dureza y sinceridad, la directora Debra Granik retrata una realidad de extrema sordidez en un pueblo rural de Missouri, donde cuenta una tragedia familiar que tiene como protagonista a Ree, una chica de 17 años que ha quedado a cargo de sus dos hermanos pequeños y de una madre postrada. Sin dinero, con escasa ayuda, muchos antagonistas y un plazo temporal perentorio, la adolescente deberá descender a los infiernos en busca del padre ausente, lo que motoriza la acción y desencadena los misterios de la trama. El modo de contar la historia va cortando el hilo en torno de los sentimientos de los protagonistas, pero la interpretación de Jennifer Lawrence deja intuir debajo de su dureza una áspera ternura y una nobleza esencial, transmitiendo en todo momento su inocencia y su fuerte temperamento. Sequedad dramática Para nada complaciente, y con situaciones agobiantes, la directora maneja con maestría los tonos de una historia durísima, que nunca se excede. Con un estilo controlado, Granik sabe contar la odisea de su heroína sin sucumbir al golpe bajo sentimental, aunque sin renunciar a la poesía profunda. El sufrimiento evita las lágrimas y ante la inevitable sangre, la cámara prefiere perderse entre sombras antes que mirar directamente, como cuando la joven enseña a los hermanitos a destripar las escasas ardillas del bosque para sobrevivir. Conmueve el entorno miserable y adverso al que se enfrenta alguien mucho más frágil que no duda en luchar contra la adversidad, para revertirla. Contada con peculiar estilo seco, lacónico y agreste, el ritmo narrativo se despliega sin prisas y pesan los tiempos largos, pero la historia sigue adelante con su ritmo propio de sol invernal con aguada luz que apenas entibia. Una fotografía que imita a una acuarela que se vuelve densa y sombría, cuando el periplo se sitúa en el descenso a los infiernos de bosques gélidos y crepusculares habitantes. Mirada sociológica En ese ámbito rural, primitivo y violento, la mirada de la película resalta lo “trash”, ya no en la urbe, sino también en esos bosques marginales. Entre esqueletos de árboles y nieve contrasta el subproducto urbano de chatarra inservible, contaminando a estos pobladores entre los que abunda el alcohol, la droga y la violencia física. El film logra cierta simbiosis entre thriller, elementos del cine negro y ambiente rural: hay involucrado un misterio en torno a una desaparición que remite a zonas oscuras pero sin la presencia de mujeres fatales. Aunque el protagonismo femenino es esencial para apuntalar la inestabilidad familiar, porque paradójicamente se demuestra que es una sociedad matriarcal, a pesar de sus cowboys mafiosos y delincuentes que han cambiado el trabajo de granja por la cocina de drogas. Aunque lo macabro y tétrico de la atmósfera no impide la tenacidad humana, capaz de emerger y recomenzar. En el entorno acechante y hostil quedan también vecinos que echan una mano y la gente se reúne en las casas para jugar a las cartas y cantar canciones elegíacas sobre la fugacidad de la belleza y el tiempo. Y sobre todo hay una vida que se renueva en la presencia de niños con sus juegos inocentes. La película amalgama melodrama familiar, thriller, tragedia moderna, rico en capas de sentido, participa de todas esas categorías sin quedarse en ninguna. Distando de ser una obra maestra, “Lazos de sangre” es valiosa y recomendable para un espectador paciente con alguna inquietud más allá del cine comercial.
Entre escalofríos y crepitaciones Luego de una breve introducción documental sobre hechos ultraviolentos frecuentes en la política argentina de los años setenta, la película comienza con una chica y un muchacho que conversan en pleno día sobre la inexplicable desaparición de su ex novia frente a una gran casa antigua y abandonada. Estacionados frente a la vivienda, la amiga de ambos se decide a entrar para investigar. En poco más de 15 minutos, se instala un clima de pesadilla creciente que incluye a dos ancianos asesinos, 25 cajas de explosivos que provienen de los años de plomo de la dictadura militar y un turbulento cuarto de mujeres zombies que alguna vez fueron víctimas de estos torturadores. Construida con todas las convenciones del horror actual, con su toque “gore”, mucho suspenso, una cuota de erotismo y bastante humor negro, la trama avanza sin respiros y con un montaje a los saltos que no respeta demasiado la continuidad. Para conjurar los escalofríos, la película introduce oportunidades para la risa ante el cinismo, lo ridículo y patético de algunos personajes y situaciones. Además, inserta sus propias reglas donde la verosimilitud no es realista sino una convención acordada (o no) con el espectador. Metáforas, escepticismo y entretenimiento El guión se da tiempo para ironizar con algunos metamensajes, como en el diálogo entre el viejo torturador y la joven Ali (Marina Glezer), donde el primero critica el empobrecido lenguaje de las nuevas generaciones (“un joven actual usa en promedio apenas 200 palabras”, le reprocha a su víctima), pero en boca de quien lo dice esto parece invertir una escala de valores donde todo está en crisis. También el cuarto que encierra las ánimas mutantes de víctimas del pasado que reclaman venganza no deja de ser una metáfora naif que se resuelve según un concepto de justicia elemental. Uno de los aspectos más elaborados es el dúo complementario de temibles ancianos, donde uno piensa y el otro ejecuta. El más atípico es el intelectual al que le preocupa resolver fórmulas físico-matemáticas sobre las que interroga a quienes tortura, mientras acumula comentarios moralistas y reacciones sádicas. Entre las múltiples y eclécticas influencias (algunas declaradas en los créditos) hay un acercamiento a la obra de Lewis Carrol, no solamente porque la protagonista que se introduce en ese micromundo extraño se llama “Ali”, sino en la ilógica y los acertijos absurdos al estilo de “Alicia en el país de las maravillas”, donde también sobrevuela un horror encubierto con la reina que caprichosamente decapita súbditos (aquí, jóvenes muchachas). Salsa posmoderna Igualmente más que miedo, los personajes inspiran patetismo o desprecio. Son más ridículos que sádicos y, por su parte, los héroes son un poco tontos y narcisistas. Como los protagonistas de cómics se salvan en situaciones imposibles y al mismo tiempo en medio del caos siguen pendientes de sus seguidores en Facebook. Este cóctel por momentos siniestro, por momentos cómico y por momentos escéptico, sostiene una mirada ecléctica y despolitizada hacia el pasado, típica del posmodernismo, donde pueden convivir sin demasiado conflicto corrientes opuestas y diversas, donde cada engranaje funciona como medio necesario para poner en marcha el puro mecanismo de montaña rusa de terror y entretenimiento que funciona a sus anchas. Como corresponde a un genuino producto posmo, junto a la música de Manal y la letra de “Jugo de tomate frío”, leemos en los créditos finales las expresas citas de “inspiración espiritual” que van desde las referencias a Pepe Biondi y la TV en blanco y negro, el cine de Darío Argento, la música de Ennio Morricone y otras referencias setenteras como “Zabriskie Point”, la película de Antonioni. La llegada de nuevas estéticas y la creciente demanda de emociones violentas, tan anárquicas como epidérmicas, hacía previsible el surgimiento de una película nacional de este género, al que probablemente le vaya muy bien, a juzgar por el numeroso público y la cantidad de entusiastas seguidores que la han acompañado desde su estreno. Con “Sudor frío”, el joven cine de terror argentino ha quedado presentado oficialmente, para regocijo de sus seguidores y la indiferencia o el rechazo de quienes no entran en el juego del miedo y sus múltiples rostros.
El himno de un corazón Poeta, músico y cantante argentino, líder del mítico grupo Los Abuelos de la Nada. Miguel Ángel Peralta nació en 1946 en la localidad de Munro, de padre desconocido. Parte de su infancia la vivió en un orfanato. Su nombre artístico, Miguel Abuelo, surgió de un libro del escritor Leopoldo Marechal, “El Banquete de Severo Arcángelo”. Autodidacta, al que echaron de todos los colegios, leía desde Nietzche a Marechal. Le gustaban las sambas y el rock. Con la música -que tampoco había estudiado- tenía una relación natural y espontánea como si hubiese nacido cantando. Miguel Abuelo fue un personaje discepoliano como el de “Cafetín de Buenos Aires”; tan argentino (o más precisamente porteño) como una criatura de Roberto Arlt, construido en la calle, en las mesas de café, en las peñas de música subterráneas. Mezcla de cabecita negra y roquero de vanguardia, fue un espíritu trotamundos, sin amarras y su música también lo fue. Al borde de la marginalidad pero con una chispa de genialidad como para desafiar al resto del mundo. A su temprana muerte, en 1988, la leyenda sobre su figura recién comenzaba. La música de Miguel Abuelo no ha perdido frescura ni vitalidad ni vigencia y su encanto perdura en el tiempo. Lo que ya no está Formalmente es un documental con las dificultades propias de referirse a alguien que ya no está, porque se depende exclusivamente de archivos (fotos familiares, fragmentos de recitales y reportajes, archivos caseros). Esto supone un titánico trabajo de búsqueda en la preproducción y luego un laborioso trabajo de edición. “Buen día, día” sigue un relato, prolijo y cronológico, donde con el fondo de su música y poemas, o su propia voz extraída de reportajes de la época, se escuchan comentarios evocativos de músicos y amigos como Gustavo Bazterrica, Andrés Calamaro, Horacio Fontova, Luis Alberto Spinetta y Cachorro López, entre otros. De su vida afectiva solamente se habla de su pareja, Krisha Bogdan, la joven bailarina que conoció en su gira europea y con la que tuvo su único hijo Gato Azul. Este vínculo padre-hijo (visible ya en el afiche que difunde la película) es la base sobre la que se construye el eje argumental: Gato Azul recorre en su motocicleta las nocturnas calles porteñas, buscando reconstruir la imagen del padre ausente y en ese periplo surreal se va cruzando con amigos y conocidos que le aportan información, imágenes y letras de canciones. Emotivo tributo El escaso material fílmico de los inicios de Abuelo -que son los comienzos mismos del rock argentino- es suplantado por fotos fijas, originales clips de animación y por sus poemas inéditos que aparecen por gentileza del archivo de Juan Alberto Badía. El período ochentesco es el más rico en filmaciones, como la de un show al aire libre o la multitudinaria presentación de Los Abuelos en el Luna Park. Realizada en distintos formatos (betacam sp/Hd/Dvcam) algunos a medio camino entre lo digital y lo analógico, acorde a la época que cubre y al collage que el film ofrece. El cariño y el respeto de los realizadores del documental se evidencia en su forma de observar al personaje del que eluden las zonas oscuras y repercusiones en torno de su muerte temprana. El film termina con una dedicatoria al padre de uno de los realizadores y a sus propios hijos (apenas un detalle sólo registrado por quienes se quedan hasta el final de los créditos), pero ese detalle corrobora las ideas subyacentes de reconstrucción y deconstrucción de una figura paterna por un hijo, que en la película está presente desde el afiche y es la conexión básica que da continuidad a los fragmentos. “Buen día, día” es un documental interesante y recomendable, que se convierte en un tributo a un artista mitificado por su contradictoria aureola de marginalidad y genialidad, apagada fatal y prematuramente, en pleno éxito de esta banda emblemática del pop y el rock de los años ochenta.