Quien esté dispuesto a recibir un enorme caudal de poesía pictórica, seguramente se sentirá más que satisfecho luego de visionar “El Hombre de Paso Piedra”. Una película digna de ser vista en pantalla grande, que conjuga cuidadosamente sus aristas dramáticas con su construcción esencialmente documental. La considerable cantidad de grandes planos generales en complicidad con la introducción de música sólo en los momentos justos son, entre otros elementos, fundamentales para adentrarnos en un mundo que a cualquier habitante de las grandes ciudades le sería difícil de tolerar por demasiado tiempo, pero que sin embargo, comparte en cada uno de sus detalles, lo más íntimo de su belleza. Es que la película contiene su propio ritmo, el ritmo de Mariano, El Hombre de Paso Piedra, distinta a cualquier otra, a cualquier convención, porque su ritmo, su velocidad, su duración es tan única como Mariano mismo, un hombre mayor que se las rebusca para vivir conforme a sus convicciones, su cultura, su manera de concebir la vida. El sonido del reloj y su incesable “Tic tac” que nos acompaña en casi toda la película, y de igual modo acompaña principalmente a Mariano, no es un detalle menor, al contrario, es otro serio responsable en dejar en evidencia a todo aquel que no disfrute de estar en compañía consigo mismo. Su mera presencia, y que lo percibamos, nos asfixia de preguntas tales como “El tiempo pasa y ¿Qué está haciendo el personaje con ese tiempo?¿Qué hacemos nosotros?”. Cada charla, cada frase, cada monólogo que componen a la película, exponen un tono de autenticidad y calidez dignas de ser admiradas, porque además, el contenido de cada uno de ellos deja en claro que no existe una única manera de hacer las cosas; no existe un único camino, ni mandato al cual debamos amoldarnos eternamente, y que por supuesto, nunca es tarde para hacer aquello que nos regocije. “El Hombre de Paso Piedra” es en definitiva una verdadera historia que invita a la introspectiva, con algo de retórica implícita para el que lo pueda identificar. Ya en su título mismo esconde algo de juego semántico al pensar si un hombre está sólo “de paso” en esta vida, si acaso pisa firme con “pasos de piedra”, o por el contrario, es esa misma dureza la que a uno lleva a enceguecerse encerrado sólo en sí mismo. Así que como trato de explayar, estamos frente a un documental colmado de hermosos paisajes, charlas, humanismo y poesía inspirada en lo más simple de la vida, que a mí por momentos me retrotrajo al estilo narrativo de algunos films de Tarkovski, y a “The Straight Story” de David Lynch. Puntaje: 3,5/5
Fue durante el transcurso de una entrevista, que sin duda inmortalizó varios momentos que aún hoy se replican en internet, donde tuvo lugar este popular encuentro televisivo, cuando visiblemente conmovido, Ricardo Ioirio le aseguró a Beto Casella: “Yo sé lo que envenena”. Como un espectador más de dicho momento, el director de la película Federico Sosa fue testigo de la anécdota donde Iorio sentencia saber muy bien qué es en verdad ´lo que envenena´, y que sin lugar a duda, eso está más relacionado con las innumerables miserias humanas que con el humo del cigarrillo. De la reflexión de toda esa conjunción de instantes es que Federico Sosa supo que debía acuñar de inmediato esa frase (perteneciente a la canción de José Larralde “Un poco de humo nomás”), e introducirla en algún monólogo de una película. No sólo hizo eso, sino que también nutrió de manera excelente a toda su ópera prima de este sentimiento, logrando que la película “Yo sé lo que envenena” denote poseer una auténtica mística y espíritu de conurbano, lugar donde transcurren las historias del film. Mediante las historias y sus personajes, la película logra destruir esa concepción “Civilización y Barbarie” moderna, donde pareciera que a los habitantes del conurbano les tocaría adoptar la posición de barbarie. Es así, que nos imbuimos en la intimidad de la vida de tres amigos metaleros, Chacho, Rama e Iván, que son los protagonistas de auténticas e ingeniosas tramas ancladas en un guión impecable, lejos de los cliché ficcionales, y más bien arraigado en la fantástica construcción de personajes, y sobre todo en los pequeños grandes detalles de la cotidianeidad de todo aquel trabajador que día a día persiste y lucha por mantenerse firme a sus ideales, identidad y convicciones, en pos de conseguir un sueño. En cuestiones técnicas, hay que resaltar que la película no peca de sencilla, ni amateur, ya que pese a haber sido rodada de manera independiente y con pocos recursos materiales, todos los departamentos involucrados (Fotografía, Montaje, Sonido, etc.) y la elección de planos, en gran medida cercanos a los personajes, nos introducen en lo más profundo de la intimidad de cada uno de ellos, logrando una empatía que jamás nos deja desinteresarnos de la trama. Por último, de nada afectó que la película, a sala llena y en presencia de la mayoría de sus realizadores, por problemas con el proyector de la sala haya demorado su proyección durante su debut nocturno en el Gaumont, si no que al contrario, esto pareciera haber convocado a la misma fidelidad y fanatismo con la que siguen a Ricardo Iorio miles de fanáticos, para que todo el público presente aplauda de pie al final. Y además, algún que otro, se vaya sabiendo diferenciar a un pez Astronotus, de un pez Betta splendens. Puntaje: 4/5