La muerte es el olvido En un pueblo situado en algún lugar de Brasil vive un grupo de viejos, junto a su sacerdote. Es un sitio aislado, alejado de la actualidad, en el que apenas quedan las vías de un tren que ya no pasa, y donde ni siquiera hay luz. Sus habitantes tienen una rutina muy pautada, aparentemente inalterable. Hasta que un día llega una joven fotógrafa, Rita (Lisa Favero), y le pide a la panadera del lugar, Madalena (una brillante Sonia Guedes), alojamiento por un par de días. No sin desconfiar, la mujer acepta recibirla en su casa, y así comenzará a alterarse la rutina del pueblo y su gente. Hay una suerte de misterio, además, que intriga mucho a Rita: el cementerio está cerrado, y desde hace muchos años en este pueblo parece no morirse nadie. No es un filme que atrape desde el principio. Por el contrario, el hincapié que hace su directora, Julia Murat, en mostrar la rutina de los viejos, filmando una y otra vez la misma escena, en distintos días, desde diferentes ángulos y encuadres, puede abrumar en un primer momento. Sin embargo, el espectador de a poco comienza a sentirse fascinado por la historia, el lugar, sus personajes, sus ritos, recorriendo el mismo camino que la muchacha. Se destaca por sobre todo el gran aprovechamiento de lo visual. El manejo de la iluminación es sobresaliente, generando los marcos para brindar el ambiente que cada escena necesita. La llama de una lámpara de aceite, la luz del día a través de las ventanas, o la oscuridad absoluta para escuchar mejor el ruidoso silencio de la noche. El valor de la fotografía para mantener la memoria de los ausentes es un tema recurrente en el filme. Madalena tiene una habitación llena de retratos, propios y ajenos, que fue rescatando para que no se pierda el recuerdo. Están además las fotos experimentales de Rita, sacadas mediante latas de los más variados estilos. En ellas los sujetos aparecen como imágenes fantasmagóricas sobre fondos más definidos. Aparentes juegos de la luz sobre la película fotográfica, en realidad tienen que ver con la historia, a la vez que señalan la fugacidad de esas personas. De todas las personas. Y es que a través de este uso discreto que Murat hace del realismo mágico, los temas de la película pasan por la vejez, la muerte, las diferencias entre generaciones, pero por sobre todo, la trascendencia, el legado. La verdadera paz radica en encontrar alguien que nos continúe, que nos recuerde. Poético, artístico, bellísimo, un filme que vale la pena ver.
Separadas al nacer Hace unos años Disney decidió emancipar al hada Tinkerbell, conocida por generaciones anteriores como Campanita, de su jefe-dueño Peter Pan. Seguramente para separarla del ámbito de los piratas y construir otro nicho de mercado que se llama “Hadas de Disney” (Disney Fairies), para el cual surgieron también haditas amigas, mascotas y todo un nuevo universo que brindar a las niñas, ampliando una oferta que se limitaba a las Princesas. En la primera película de esta saga, Tinkerbell nace de la sonrisa de un bebé; como todas las hadas, llega en un diente de león a la tierra de las Hadas, y es asignada, según su talento, al área de Artesanos. Allí hará nuevos amigos, y emprenderá aventuras, que son los temas de las películas siguientes. En esta nueva entrega (sí, podrían tomarse como episodios largos de una serie), Tinkerbell decide cruzar la frontera entre su lado, que es cálido, y la tierra del invierno, donde viven otras hadas, claro, de ese clima. Allí encuentra a su hermana gemela, un fenómeno extraño entre estos seres, según parece. Pero, para protegerlas de los climas que no les son favorables, las hadas de ambos lados tienen prohibido cruzar al opuesto. La aventura será, entonces, resolver cómo estar juntas. Con una tónica algo más adolescente que las entregas anteriores (hacen skateboarding, surgen “romances”), y toda una serie de personajes nuevos para enriquecer el merchandising, esta aventura está disponible en una muy aceptable versión 3D. También es más fresca que sus predecesoras, y no sólo por los juegos en el hielo y la nieve, sino porque la historia no recae tanto sobre un error garrafal de Tinkerbell, sino sobre la aparición de su hermana. No se muestra nada que revolucione el cine para chicos, pero la historia es bonita, y simpática. Las nenas la pasarán bien, mientras los papás se preparán para los pedidos a Papá Noel.
Diego y Emilia y Richard y Betina Adrián Suar abandona la comedia de barrio, para hacer esta comedia para adultos, de barrio privado. Y es que, al margen de la temática elegida, hay un claro recorte socio-económico, incluso abiertamente expuesto en uno de los comentarios del personaje de Alfredo Casero: los swingers son clase media alta. Está claro que Panigassi no entendería esto del cambio de parejas. Diego (Suar) y Emilia (Julieta Díaz) llevan 16 años de casados, y se nota que la rutina ha empezado a colarse en su relación. Una noche, sus mejores amigos, Richard (Juan Minujín), y Betina (Carla Peterson), les confiesan que hace unos años que son swingers, y que eso fortaleció su pareja. No hace falta mucho más para que los tres comiencen a insistirle a Diego para tener una relación entre los cuatro, idea que fascina a su mujer. Peripecias mediante, el primer encuentro tiene lugar, no sin consecuencias. Dirigida por Diego Kaplan, la película no llega a aburrir, aunque no es una comedia que provoque muchas risas; de hecho hacia el final, casi se acerca más a la comedia dramática. Hay líneas en las que queda claro que la intención de los autores era que causen gracia, efecto que sin embargo no se logra. Es un acierto, aunque no se distinga demasiado de otros de sus personajes, incluir a Alfredo Casero. Aquí, su gurú de la sexualidad abierta logra darle el tono cómico que le falta al resto de la película. Se cuela bastante pacatería en el planteo, a pesar de que se supone que la propuesta es atrevida y modernísima. Por un lado, se presenta la figura del swinger casi como un predador sexual. Se supone que con decir “no” basta, sin embargo a Diego parecen querer comérselo crudo entre algunas de las mujeres. Y por otro lado, en una de las discusiones, Emilia pide que se hable de sentimientos y no de reglas, cuando justamente, se supone que no hay sentimientos románticos en el intercambio de partenaire. Por otra parte, la gracia de muchas de las líneas pasa por las palabras “culo” o “coger”, algo de un infantilismo tal como buscar malas palabras en el diccionario en tercer grado de la escuela. Un final moralista, muy alejado de la idea inicial, en una comedia que se deja ver por lo variado de sus locaciones, y la calidad de su producción, pero no por divertida ni menos por transgresora.
Te amaré desde la locura La historia de esta nueva película de Eliseo Subiela es en realidad muy simple: Pablo (Daniel Fanego) es un conocido y premiado escritor en plena crisis de creatividad. Está casado con la dueña de una galería de arte (Mónica Gonzaga), y por el momento no tiene ninguna idea para su nueva novela. De pronto se cruza en su camino Laura (Romina Ricci), una ex alumna de la Facultad unos veinte años menor, que está, desde aquella época, enamorada de él. Así comienza el romance, con encuentros en el estudio de él, y luego en el departamento de ella, hasta que la conducta de Laura empieza a mostrar rasgos de locura. Las insolvencias del guión son muchas. Por un lado, el filme parece querer encarar el tema del amor en los hombres mayores, el renacer de un tipo de sentimiento que se cree perdido para siempre (sí, solo los hombres, “a las mujeres a esa edad les gusta ser abuelas”), pero todo queda en una charla de café y alguna reflexión en off. Por otro lado, el desequilibrio de Laura tiene que ver con la época de la última dictadura en nuestro país. Por las dudas, vive justo frente a un cuartel donde se tocan marchas varias durante todo el día. El tratamiento del tema es tan vacío como resulta caprichosa su inclusión dentro de la película. El comportamiento de Laura podría haber tenido otras explicaciones, y ésta es la más forzada, como si hubiera que meter el tema a como dé lugar. Este es un punto común a gran parte del cine argentino, que parece no poder ser inmune al tema. En algunos casos es un compromiso voluntario, pero en otros, como en éste, se incluye sin verdadero interés, tal vez sólo por cumplir con lo que se supone correcto. La relación de Pablo con su mujer, las sospechas de la infidelidad de ella, la razón de la obsesión de Laura por Pablo desde sus años de estudiante, todo queda en líneas argumentales apenas desarrolladas. En cuanto a lo técnico, la fotografía es muy buena, aunque hay pocos escenarios, casi todos cerrados o grises; en los exteriores, mucha lluvia, elementos que resultan en una atmósfera de bastante opresión. Sin embargo, hay un exceso de fundidos a negro, que terminan por resultar repetitivos. La película no logra hacer anclaje y desarrollar ninguna temática en particular, y eso hace que al espectador le resulte difícil compenetrarse con la historia. Daniel Fanego está muy bien en su papel, pero no alcanza para remontar los defectos de un guión que hace tanta agua como la que se ve en el filme.
Apocalipsis animado "El Sol", la nueva película de animación argentina, comienza con hongos nucleares, y un desolado paisaje. Una breve explicación en off nos sitúa en este apocalipsis al que condujo la propia corrupción humana. Algunos sobrevivientes, y un reducto de civilización llamado POBLAR, aún manejado con los mismos parámetros que el mundo anterior, son los puntos iniciales de este film de uno de los creadores de "Mercano, el Marciano". Ayar Blasco es aquí guionista y director, y su impronta se ve claramente en el estilo de la obra que nos ocupa. El planteo inicial es inteligente, interesante, y divertido. Hay una gran cuota de crítica social, y mucho humor, no sólo en lo que se dice, sino en el uso indiscriminado de las malas palabras, que logran dar énfasis a las situaciones, y refuerzan la identidad de los personajes. Los protagonistas de la película son El Once y la Checo (en las voces de Jorge Sesán y Sofía Gala Castiglione, respectivamente), dos adolescentes que buscan algo mejor a lo que parece haber quedado (caníbales, papas radioactivas, mutantes, por ejemplo). Otras de las voces son interpretadas por el Dr. Tangalanga, Divina Gloria, y Martín Piroyanski. El problema del filme no es que por momentos lo que sucede sea disparatado, sino que el guión no es capaz de sostenerse de forma sólida y consistente hasta el final. A medida que avanzan los 65 minutos del relato, van quedando líneas narrativas inconclusas, no se entiende bien qué pasó con algunos personajes, y eso hace que el espectador vaya perdiendo el interés. Lo que empezó como una película divertida de animación para adultos se convierte en algo bizarro, con un final que decae, y no está a la altura de la propuesta del principio.
El político incorrecto Sacha Baron Cohen vuelve al ruedo con su humor polémico, y por momentos escatológico, para interpretar al Almirante General Aladeen, tirano gobernante del pueblo norafricano de Wadiya, y acérrimo defensor del régimen que gobierna desde la infancia. Quienes hayan visto "Borat", una de sus películas anteriores, también dirigida por Larry Charles, encontrarán que los tópicos sobre los que trabaja el humor son los mismos, aunque con una tónica más liviana. Las mujeres, los judíos, la gente de color (cualquiera, incluso menciona a los seres azules de "Avatar"), la pedofilía, la tortura, las armas nucleares, casi no hay tema que no sea objeto de broma. En esta ocasión, Aladeen debe viajar a los Estados Unidos para presentarse frente a la ONU, y calmar las (acertadas) sospechas acerca de la actividad nuclear de su país. Lo que no sabe es que ese viaje será aprovechado por su tío (un deslucido Ben Kingsley) para reemplazarlo por un doble, y así firmar el acuerdo por la democracia. La trama es muy simple, de hecho la película no es muy larga, y se basa más en los gags y chistes que en el argumento en sí. Con una producción mucho más cuidada, y en un tono que indica la búsqueda de audiencias más amplias que sus otros films, en "El Dictador" Baron Cohen incluye el aspecto romántico. Este personaje parecido en estilo a Saddam Hussein, que no duda en hacer ejecutar a cualquiera que disienta con él, también se muestra como un pobre hombre en el fondo, carente de afectos, y cuya única caricia recibida es paga. Sin embargo no pueden dejarse de lado los cuestionamientos que atraviesan la película. Dentro del amplio espectro de críticas, una bien clara es la denuncia sobre este tipo de regímenes, pero también la contracara, que muestra la intromisión de la política internacional en países gobernados por dictaduras, siempre que haya intereses mediante. Wadiya es rica en petróleo, y en realidad tras el acuerdo democrático hay otras intenciones. Así, se plantea un camino casi sin salida: tanto la dictadura de Aladeen como la "democracia" propuesta implican el sometimiento del pueblo de ese país. Por otro lado critica los aspectos dictatoriales de algunas de las mayores democracias actuales, señala fuertemente el prejuicio hacia los árabes (o cualquiera que parezca serlo) que quedó en Estados Unidos como resabio de los atentados de 2001, y hasta se atreve a sugerir que, en ocasiones, la mano dura puede ser más eficiente que la libertad. Sobre todo para dirigir ciertos proyectos. Polémico, se sabía. En lo que acierta el film es en hacer esta crítica un poco menos ofensiva que films anteriores. De todos modos, a los espíritus más sensibles puede afectarlos un poco. La incorrección política es la marca de este hombre, que si algo sabe, es hacer reír agitando bastante las aguas.