Laberinto En 2011 la directora Ana Piterbarg debutaba en el largometraje con un film protagonizado por Viggo Mortensen acompañado por un elenco de estrellas nacionales. Todos tenemos un plan, además de elenco, tuvo un gran despliegue de producción y hasta una salida comercial poco habitual para un film que mezclaba lo autoral con el cine de género. Seis años después, lanza una segunda película en la antípodas de su antecesora. Una obra experimental, con un elenco de desconocidos y filmada independientemente. Lo que si mantiene es la combinación de lo autoral con el género. ALPTRAUM (2017) es una película de misterio por lo que develar demasiado de su trama sería atentar contra el espectador, y la obra en si misma. La historia se basa en una reversión de la leyenda de Krampus, un ser mitológico que aparece antes de fin de año para exigirles “ternura” a aquellos que se llamen Andreas. Aquellos que no cumplan serán castigados a través de pesadillas. Andreas (Germán Rodríguez) es un actor que atraviesa ese acoso en sus sueños. Ana Piterbarg filma en blanco y negro y a través de diferentes formatos una película que remite en muchos aspectos a la Nouvelle Vague como también a directores de la talla de David Lynch y Roman Polanski. Una suerte de caja china de la que se desprenden capas que juegan con la realidad y la fantasía. Como David Lynch en El camino de los sueños (Mulholland Drive, 2001), ALPTRAUM (pesadilla en alemán) son sueños dentro de sueños o, en este caso, pesadillas dentro de pesadillas. Un laberinto en el que Andreas deambula sin encontrar una salida. Misterio, fantasía, terror, drama, comedia, son los ingredientes que conforman una película que le permitió a la cineasta experimentar, mezclar formatos, buscar un tono de actuación diferente, arriesgar en todo sentido. Sin duda después de un debut como el que tuvo hubiera sido más fácil probar por caminos más cómodos, pero como el personaje decidió meterse en un laberinto. El mismo laberinto al que también deberá ingresar aquel espectador que decida atravesar esta aventura.
Su realizadora sostiene que este es un ensayo que explora como se disuelven los límites entre el sueño, la realidad y la imaginación. En este caso utilizando una mitología de una bestia mitológica que puebla las noches y los días del protagonista. Por eso eligió como frase para definir su trabajo a esta:”el sueño de la razón produce monstruos” Con esa premisa, la realizadora y guionista Ana Piterbarg (la misma de “Todos tenemos un plan” con Viggo Mortensen) se adentra en los delirios de un actor posesivo y supuesto “descubridor” de una realidad que no es evidente para los demás, pero si para su “lucidez”. El resultado es un film que por momentos parece interesante, con algunos climas bien logrados y en otros deja cabos sueltos y pistas que se enuncian y no conducen a ningún lado.
Después de realizar su debut en la dirección con una estrella enceguecedora como lo es Viggo Mortensen, en el thriller “Todos tenemos un plan” de 2012, Ana Piterbarg decidió realizar un giro de 180 grados para su próximo proyecto. Ya cinco años después de su ópera prima, vuelve al ruedo con “Alptraum”, un thriller psicológico experimental en blanco y negro. Piterbarg nos pone en la piel de Andreas, un joven dramaturgo muy conflictivo y propenso a la obsesión. Mujeres extrañas, relaciones y colegas serán el foco del constante conflicto de nuestro protagonista, aunque más precisamente lo serán sus propias ilusiones y delirios. Siempre al encontrarnos con un trabajo de estas caracteristicas, más cercanas al plano artístico que al comercial, uno se encuentra con reacciones similares. Hay proyectos que logran realizar su máximo potencial, dejando ir cualquier atisbo de intención comercial, mientras que los hay aquellos que pierden un poco el rumbo y terminan navegando aguas inciertas. Lamentablemente “Alptraum” parece ser uno de estos últimos. El único recurso que puedo destacar como intencionalmente imaginativo y más que bien utilizado es el del coro de ruidos teatrales, realizados por los actores de la obra de Andreas, como parte de la banda sonora en momentos determinados. El uso del sonido, tanto la banda sonora como la mezcla de audio en general, realizan un papel aceptable. Lo mismo podría decir de la fotografía, pero lamentablemente ninguno de los aspectos técnicos logran elevar un guion con muchas más fallas que fortalezas. Uno podría salir de la sala creando excusas, y queriendo defender el film, irguiéndose como una vaga figura de “defensor de lo artístico” en contra del ejército del pochoclo. Pero mejor guardemos esas cosas para trabajos que realmente merezcan ser defendidos. “Alptraum” busca ser una experiencia, aunque lamentablemente no logra ser una satisfactoria. Puntaje: 1,5/5
La directora de Todos tenemos un plan apuesta ahora por una película más ensayística y experimental. La directora Ana Piterbarg pega una vuelta de campana respecto a su ópera prima, Todos tenemos un plan (2011), para este pesadillesco film de aires ensayísticos, casi al borde de lo experimental, sobre un hombre apresado en los confines de su inconsciente. Todos tenemos un plan se encuadraba dentro de un género claro y definido (el thriller), tenía el respaldo de una major (Fox) y contaba con un protagonista de fuste internacional como Viggo Mortensen. Alptraum, en cambio, es una producción casi artesanal, rodada en interiores, en un blanco y negro expresionista y sin grandes figuras delante de la cámara. El protagonista es Andreas, un actor bastante menos exitoso de lo que piensa, posesivo y bastante paranoico, que se separa de su novia y se muda a un departamento para extranjeros propiedad de su tío. La vecina es una traductora alemana también en crisis, y su rutina se convertirá rápidamente en una obsesión para Andreas, al tiempo que aumentarán las pesadillas que involucran a una bestia mitológica llamada Krampus. El sentido de esas pesadillas desvelará a Andreas, quien entrará en una espiral de descenso psicológico cuyo piso está lejos de vislumbrarse. Más allá del buen uso de algunos elementos lyncheanos en su premisa y su desarrollo, Alptraum nunca logra sostener el tono entre fantástico y ominoso que propone. Con más carencias que hallazgos, es una película a la que le falta un poco de la locura de su protagonista.
Pesadillesco thriller de gran factura Segundo largometraje de Ana Piterbarg, cuyo debut, Todos tienen un plan, fue protagonizado por Viggo Mortensen, Alptraum tiene un título elocuente (significa "pesadilla" en alemán) y una serie de referentes notorios: desde El inquilino de Polanski y el cine de Lynch, por sus climas oníricos y opresivos, hasta la nouvelle vague, por su estilizado tratamiento de la imagen en blanco y negro. De factura técnica impecable, la película es realmente sólida en términos de actuaciones y puesta en escena. Piterbarg consigue configurar con eficacia ese mundo de paranoias, obsesiones y depresión crónica en el que el protagonista, un joven dramaturgo y director teatral acuciado por una ruptura amorosa, queda atrapado como resultado de sus propias alucinaciones. Andreas (buen trabajo de Germán Rodríguez, actor de trayectoria en el circuito del teatro off porteño) se siente perseguido por una especie de monstruo mitológico que primero aflora en sus sueños, pero luego también empieza a aparecer en la vigilia. Y se transforma él mismo en perseguidor de una atractiva vecina traductora de alemán. Inquietante, la película mantiene el nivel de tensión de un buen thriller y le añade con criterio algunas pizcas de comedia patética. Funciona sagazmente como reveladora radiografía de una cabeza que parece a punto de estallar.
Una pesadilla mitológica En su segundo largometraje, Ana Piterbarg cuenta una historia fantástica basada en la leyenda del Krampus. Cinco años después de su ambiciosa opera prima, Todos tenemos un plan (protagonizada por Viggo Mortensen), Ana Piterbarg filmó a pulmón esta historia onírica, con la leyenda del Krampus como punto de partida. Semihumana, semianimal, según la mitología austro-bávara esta criatura demoníaca aparece antes de Navidad con sus cuernos, su enorme cuerpo peludo y su larga cola para castigar a los niños que se han portado mal. En este caso, según explica una voz en off en alemán al principio de la película, el monstruo aparece en vísperas de Año Nuevo a exigirles “dulces y cariño” a todos los llamados Andreas. Si no quedan conformes con lo recibido, atormentan a los Andreas con pesadillas en las que los soñadores se transforman en el Krampus. Filmada en blanco y negro con la idea de realzar su carácter fantástico, Alptraum (“pesadilla” en alemán) muestra a las desventuras de un Andreas porteño que es atormentado en sueños por el Krampus. Nadie dice qué hizo para merecer ese castigo; simplemente le sucede. Quizá empujado por esta tortura nocturna, Andreas entra en un espiral descendente en todos los planos de su vida. De entrada el planteo es forzado, pero esto podría pasar inadvertido si el resto de la película se sostuviera. Pero nada de lo que le va ocurriendo al desgraciado protagonista tiene asidero. Es cierto que se trata de una historia con ribetes sobrenaturales, en la que se juega permanentemente con qué es real y qué es parte de una ensoñación, pero tampoco dentro de esa lógica el desarrollo hace pie. Se quiere contar demasiado y nunca aparece el tono justo: por momentos se impone la intriga de espionaje; en otros, el drama de pareja; en otros, la fantasía y la comedia. Y lo que termina ganando es la confusión.
El film de Ana Piterbarg, la directora de Todos tenemos un plan (2012) apuesta al género fantástico, partiendo de la leyenda de Krampus, una bestia que habita en las profundidades de la tierra. La historia pertenece al folklore de los países alpinos. Y se remonta a 10.000 años atrás. Hijo de una mujer y una bestia que se dedica a torturar a mujeres, niños y hombres, se dice que fue seducido por una hada buena. En vísperas del año nuevo retorna a torturar a los llamados Andreas y viene a exigir dulces y cariños. Cuando estas necesidades no lo satisfacen se apodera de los sueños del personaje. (Andreas), quien se transforma literalmente en la bestia. Causa por la que se pelea con su novia y se va a vivir a al departamento de un tío, en un edificio lúgubre. Espacio al que se suma la elección del blanco y negro, que contribuyen al clima de una atmósfera perturbadora. Paralelamente Andreas como guionista y director de teatro, ensaya una obra donde la historia se desarrolla dentro de un mundo pesadillesco y confuso, donde se plantean propuestas, que no arriban a ningún lugar… y se desvanecen una y otra vez. El planteo del film que es mostrar la destrucción mental y física del personaje, coincide con la ficción teatral. El tema es que tanto uno como otro, tambalean a lo largo del relato por exagerada pretensión, o por una buscada similitud. Por otra parte hay un juego entre lo fantástico en relación a las historias de las bestias míticas y al terror y a las especulaciones sobre como podría ser la realidad. Que de hecho se ve analizada por su terapeuta, quien le pide que escriba sus sueños. Y por otra, toma algunos elementos del genero maravilloso , como son las hadas , y claro, también los monstruos. Seres que pueden hacer daño y que viven en el fondo de la tierra o el mar. Lo cierto es que ex profeso en el mejor de los casos, o porque el planteo hace agua por momentos, o por ambos al mismo tiempo. La torturada trayectoria interior y exterior de Andreas no resulta lo suficientemente creíble, porque solo con los estados anímicos y las sensaciones no se alcanza a definir la propuesta. Los trazos que arañan lo real, si bien dan cuenta de esas formas que se abren camino en el inconsciente, ni con las alucinaciones , ni con las pesadillas irracionales logran convencer cabalmente al espectador.
Ana Piterbarg propone un juego no sólo para el espectador, sino, principalmente para ella y los actores que se entregan a un ejercicio de improvisación inspirado en algunas premisas narrativas. Si el resultado final no es el esperado, es porque nunca se logra empatizar con el personaje principal, aquel que entre pesadillas busca explicaciones a todo aquello que en el último tiempo le ha tocado vivir.
Monstruo amenazado por la dispersión. Tras la producción clase A Todos tenemos un plan (2012), que tenía a Viggo Mortensen como factor de venta internacional (pero no vendió mucho, ni aquí ni allá), la realizadora y guionista Ana Piterbarg se repliega en la modesta autoproducción de Alptraum, que no presenta actores conocidos. La película se apoya en la leyenda alpina del krampus, contracara demoníaca de San Nicolás, que en Navidad se llevaba al infierno a los chicos malos –reconvertido aquí en pariente bávaro del Minotauro–, para narrar el descenso de un hombre a su propio infierno, arrastrado, según parece, por los celos y la paranoia. Aunque nada es demasiado claro en este fallido cuento en blanco y negro, en el que, parecería, todos los hombres llamados Andreas están condenados a ser llevados por el krampus. Y el protagonista tuvo la mala suerte de llamarse Andreas. Andreas (Germán Rodríguez) es dramaturgo y se encuentra actualmente en una fase improvisacional de su próxima obra, con tres actores que no parecen estar en su mejor día y él mismo, que da la sensación de ser el más desorientado de los cuatro. Sucede que Andreas sufre de pesadillas todas las noches, se despierta puntualmente a las 4:51 y de allí en más no puede dormir. Sueña sueños con trucas y difuminados en los que aparece el krampus, que como se dijo tiene aquí (a diferencia de la iconografía clásica, que lo hacía caprino, en relación con el demonio) cabeza de toro y cuerpo de hombre. Sueños en los que él mismo parece convertirse en el krampus y comete crímenes. Sin novia (lo deja por celos) y sin departamento (lo compartía con la novia), Andreas se ve obligado a mudarse, y en su nuevo departamento conoce a una vecina nacida en Alemania y llamada Hannah (Barbara Togander), tal como la que en la leyenda (de la película, no la de la realidad) derrotaba al krampus. Nada funciona en Alptraum. El relato no está bien construido, a partir de la nimiedad de la premisa inicial (el protagonista no está maldito por algo que le sea inherente sino por la mera contingencia de llamarse Andreas), y su gradual identificación o captura por parte del krampus no es clara, ni en términos literales ni metafóricos. ¿Qué es lo que hace en tal caso de él un monstruo? ¿Los celos, la paranoia, su mediocridad como artista? Ninguna de estas facetas está desarrollada, en algún caso asoman en una escena o dos, o están planteadas de forma apenas contingente. A falta de desarrollo, concentración, lo que hay es dispersión. El psiquiatra con el que el protagonista se atiende, y que en una escena aparece como espía al servicio de alguna conspiración que se desconoce. Una empresa en la que la vecina parecería trabajar. Un hombre que también trabaja allí, y que podría ser su amante. El hijo de éste, un pibe muy simpático que en otra escena se luce haciendo dos o tres chistes en un escenario. Un sueño de Andreas con la ex novia como odalisca. Si se quiso contar la historia de un paranoico, debió haberse narrado todo en una primera persona distorsionante, cosa que aquí está lejos de suceder.
Oscura creadoraAlptraum. Es extraño el camino de Piterbarg en la dirección de cine, si se quiere inverso a cierta lógica impuesta. Su debut fue con un título mainstream y anunciado con toda la parafernalia del caso como Todos tenemos un plan, uno de los primeros intentos en esta nueva camada de cine de género industrial, con la presencia del astro Vigo Mortensen y todo el despliegue de una filmación en el Delta del Tigre. Una propuesta misteriosa que siempre vale la pena volver a descubrir. Cinco años después regresa la pantalla con Alptraum, una película que tiene bastante de la citada, pero alejada completamente de lo industrial; pequeña, intimista (aunque aquella en su forma también lo era), experimental, y urbana. A Piterbarg parecen obsesionarle los personajes que ocultan algo, que callan, que son prisioneros de un entorno que los ahoga. Prefiere las atmósferas ominosas, un lenguaje visual cargado de inquietud. Lo hizo antes, y explota en Altraum. Mito y realidad: La historia nos introduce dentro de la leyenda del Krampus, ser de la mitología nórdica, alpina; para algunos un equivalente perverso de Papá Noel –como lo pudimos ver en el film que llevaba ese nombre del 2015–. Este ser persigue al linaje de los Andreas, y si no le entregan lo que él pide, dulces u otras cosas, les hace tener horribles e interminables pesadillas en las que se irán transformando en ese monstruo. Así, pasamos a los hechos actuales. Andreas (un impresionante Germán Rodriguez) es actor y director de teatro. Está en pareja con Rosaura (Florencia Sacchi), pero es muy celoso, y lo vemos desde las primeras escenas en las que todo se arruina. Pasa el tiempo, Andreas ya no está con Rosaura y quiere volver. Vive casi de polizonte en un departamento de su tío, en una pensión pensada para turistas extranjeros. Está preparando una obra. Como siempre, su cabeza le juega en contra. Andreas parece un hombre común, como el Agustín de Todos tenemos un plan, hasta amistoso. Pero las sombras lo aquejan. Pronto lo iremos conociendo y veremos que es un hombre que no tiene paz. Sufre de profundas pesadillas, confunde lo que sueña con lo que vive, y tiene un trastorno paranoico grave. Entre otras cosas, su nuevo objeto de obsesión es Hanna (Bárbara Togander) una vecina traductora de alemán, a la que Andreas espía, intenta acercarse y -a la par que siente una atracción- crece la idea de que ella (como otros) forman parte de una conspiración peligrosa para la humanidad. Alptraum maneja su propuesta por varios carriles. Su historia no es lineal y tiende a parecer dispersa. Es que, en verdad, se nos están contando varias capas a la vez. Deudora del buen David Lynch y del más perseguido interiormente Polansky, el espectador se va a perder y hasta creerá que la mente de Andreas puede no estar tan equivocada, que hay algo de verdad en esa paranoia. Al tratarse de un actor y director teatral, no se esquiva el trauma propio de la creación artística. Del mismo modo que dentro de unas semanas podremos ver en Ojalá vivas tiempos interesantes, la frustración del artista que no progresa deviene en un caos mental con consecuencias inimaginables. De sueños y pesadillas, Piterbarg se valió de un apartado técnico poderoso para aprovechar al máximo una propuesta que puede parecer de envase chico sin descuidar jamás su estética. La fotografía en blanco y negro profundo y granulado de Alan Badan, Alejandro Giuliani, Germán Costantino y Lucía Vassallo nos habla de esa pesadilla, de ese clima ominoso, muy cercano a lo noïr, que incomoda, que nos pone a tono con lo que la propuesta pide. Lo mismo sucede con los tonos de Claudio Baroni y la dirección de sonido de Sebastián Gonzalez y Mariana Delgado. Sonidos que confunden, acordes que interrumpen y ponen los nervios activos, todo para ofrecer un suspenso clásico y al por mayor. El trabajo de Germán Rodriguez es sencillamente formidable. Andreas es un personaje con muchas caras, que va y viene en ellas dentro de una misma escena, que nos da pena y miedo al mismo tiempo. Todo eso lo logra Rodriguez con gestos medidos, nunca cayendo en la sobreactuación, y haciendose totalmente creíble aun dentro del entorno pesadillezco. El resto del elenco no desentona, ofreciendo todos lucimientos convincentes. Conclusión: Ana Piterbarg innova en el cine argentino independiente sin moverse demasiado de su eje. Entrega una propuesta única como Alptraum, capaz de presentar varias lecturas, de desorientar, traer de vuelta y volver a perder al espectador. Con cuidados apartados técnicos y logradas interpretaciones. Estamos frente a esas propuestas que, quienes buscan algo diferente, no pueden perderse.
Lo onírico, las alucinaciones y una personalidad paranoide se unen para atormentar al protagonista de Alptraum, un thriller surrealista y opresivo en el que los límites entre lo real y lo irreal se desvanecen junto con las certezas de sus personajes. Andreas es un actor que no parece tener un rumbo muy claro. La relación con su novia no le genera seguridad, los ensayos con su equipo de teatro abundan en la improvisación pero no tienen un claro punto de llegada y sus noches se ven plagadas de sueños en los cuales Krampus, un ser mitológico, lo persigue. Los problemas de celos que lo atormentan lo llevan a la separación de su pareja y a una mudanza forzada, gracias a la cual Andreas descubre, o por lo menos eso cree, un complot que parece tener por protagonista a una vecina con quien rápidamente se obsesiona. Perdido entre los sueños, su propia deformación de la realidad y el vínculo que parece tener con la bestia mitológica, Andreas encuentra en esa misteriosa vecina las pistas de una confabulación que él mismo creía conocer y de la cual parece, de alguna forma, ser parte. Alptraum está constantemente flirteando con el surrealismo, no sólo en los retratos de los sueños, sino también en la realidad que percibe Andreas (muy bien interpretado por Germán Rodríguez) que por momentos logra un clima intenso, pero cuando retoma el código del realismo el vínculo con lo onírico desaparece y el espectador termina distanciándose del relato. En varios momentos el código de actuación está tan contrapuesto con el estético que, lejos de sentirse como una decisión de la directora, parece más una falta de claridad en el objetivo final de algunas escenas y, entonces, aquello que debería ser climático se convierte en involuntariamente gracioso. El montaje parece un ser vivo en la película y es, por lejos, su mejor hallazgo. Va mutando su estética a medida que el propio personaje se va sumergiendo cada vez más en su percepción sobre el universo que lo rodea, quebrando los límites de los sueños que comienzan a ser parte de la propia realidad de Andreas. La experimentación que se logra en este punto es más que notoria y definida, lo cual ayuda a poder construir ese universo en el cual el personaje se pierde, logrando que el espectador por momentos se pierda con él.
En blanco y negro, con juegos visuales y sonoros experimentales, este film argentino sigue a un actor conflictuado que conoce a una traductora de alemán y tiene pesadillas con una bestia llamada Krampus. El resultado es una excentricidad que exige esfuerzo de atención, aunque con un buen trabajo técnico y varias buenas ideas de la directora de Todos tenemos un plan.
FUERZA ANIMAL Según la leyenda, el Krampus fue seducido por la dulzura de un hada, la siguió embriagado y terminó perdido en medio de una confusión con otros seres. Con su debilidad dispersa, la bestia folclórica alpina recuperó el dominio y le exigía a las víctimas dulces y cariño; si no quedaba satisfecho, los visitaba mientras dormían convirtiendo los sueños en pesadillas y sus cuerpos en el de la criatura. Pero la artimaña traspasó los límites de lo onírico para encarnarse, para volverse algo concreto y diversificado. O, al menos, eso es lo que reflejan los dibujos del mural al inicio de la película, una sinfonía de figuras recortadas, algunas un tanto borrosas, que comparten características humanas y animales; una suerte de materialización del relato oral y un recordatorio terrestre de su poderío. Como Andreas, la última víctima que atraviesa diferentes estadios de dicha transformación como insomnio, violencia, celos, capacidad de ver, paralelismo de acciones. Porque Alptraum no es sólo el título del filme (significa pesadilla en alemán), sino la fase permanente por la que circula el protagonista, un estado de bifurcación entre dos mundos que pareciera llegar al clímax cuando el hombre se recuesta sobre el mismo mural envuelto en desconcierto y soledad. Es interesante el trabajo de lo interno, de lo primigenio, lo ancestral, del mito hacia su manifestación que realiza Ana Piterbarg conformado por una dicotomía: por un lado lo tribal representado por el sonido tanto musical como de la voz, cuya máxima expresión son los ensayos del grupo de teatro del que Andreas forma parte y dirige. Esta música de tambores, gritos desgarrados y ritual se despliega a lo largo de Alptraum como leitmotiv del protagonista y de su caso de hibridación humano-bestia. Por el otro, la incorporación del inconsciente en diferentes capas: también desde el trabajo del grupo en esa búsqueda que no brinda frutos y se vuelve necesario un cambio de roles, las visiones o sueños del protagonista que aparecen en primer plano, de su tratamiento estético y, por momentos, semejante al cine primitivo, por las breves sesiones de terapia o los dibujos de Andreas. Sin embargo, también hay elementos que quedan desdibujados o no se entiende a qué hacen referencia como, por ejemplo, las escenas del niño hacia el final o la investigación policíaca. La delgada línea entre lo consciente y los trucos imaginarios se vuelve cada más borrosa. Bestia y hombre parecen no diferenciarse. ¿Dónde está el hada para domesticar a la fiera? Por Brenda Caletti @117Brenn
El infortunio de llamarse Andreas Había una vez una leyenda nórdica, que como toda leyenda o mito ocultaba un sistema moral o código para justificar el mal destino de aquel que hubiese actuado no acorde al orden establecido. Krampus, llevado a la pantalla por Hollywood en 2015 y por otras películas de clase B años anteriores, aparecía a fin de año para raptar a los niños que se portaban mal y pedía para liberarlos un canje material, casi siempre dulces, aspecto que lo emparentaban con una pesadilla de infantes. El de la leyenda nórdica sometía a sus víctimas, la gran mayoría mujeres, a vivir un mundo de pesadillas como el protagonista de este segundo opus de la cineasta Ana Piterbarg, completamente alejado de su debut con Todos Tenemos un Plan (2012) en lo que a presupuesto respecta y sobre todas las cosas en términos estéticos y visuales. Ahora bien, la endeble relación entre el Krampus de la leyenda y su aterrizaje forzoso a la vida de un dramaturgo, violento, celoso y cuya psiquis se encuentra en un estado de absoluta vulnerabilidad, es el primer obstáculo que la realizadora no alcanza a superar en su intento de salto al vacío para generar, desde atmósferas opresivas en las que mezcla realidad con sueños, un relato paranoico con aires “polanskianos”o sólo desde el reflejo, lynchianos. El tratamiento visual aprovecha el blanco y negro para realzar el clima pesadillesco de la propuesta que gira en torno al descenso infernal de Andreas (Germán Rodríguez) en medio de una crisis creativa y la separación de su novia Rosaura (Florencia Sacchi). El atribulado Andreas también tiene alterada su percepción de la realidad, producto de sus tendencias a la paranoia y a los efectos de sus sueños en los que paulatinamente se transforma en el monstruoso Krampus, por lo cual cada personaje secundario que se atraviesa en su camino como una vecina, el psicólogo, es parte directa o indirecta de una compleja conspiración. Ahora bien, a pesar de la apuesta a la austeridad en el sembrado de información y a la confianza desmedida en el poder expresivo de las imágenes, a la cuidada puesta en escena y la música omnisciente de una banda sonora disruptiva en sintonía con el estado mental del protagonista, la propuesta integral no es lo suficientemente sólida, por momentos carece de cohesión y deja al espectador muy aislado o sin elementos para construir la historia. Alptraum funciona por tramos, se destaca en sus rubros técnicos sobre todo en la fotografía, con actuaciones aceptables, pero deja mucho hueco narrativamente hablando como para circunscribirla dentro de los relatos paranoicos ya visitados por el cine argentino y con resultados muy dispares.
Soñando despierto La directora Ana Piterbarg vuelve al ruedo replicando la mística de su ópera prima Todos Tenemos un Plan (2012), el thriller protagonizado por Viggo Mortensen y Soledad Villamil. Su segundo largometraje, Alptraum (2016) reafirma que la artista utiliza el cine como herramienta para abordar la psiquis de personajes oscuros con desequilibrios emocionales. En efecto, esta palabra de origen alemán significa “pesadilla”. La elección del título fue causal para interpelar el inconsciente, desde una mirada freudiana, que evidencie el rol fundamental que juega en el accionar humano. En 2013 centraba el eje en el concepto de los deseos reprimidos bajo la figura de un hombre cuyo deseo de cambiar de vida lo lleva a desmentir la muerte de su hermano gemelo, tomar su lugar y cambiar su destino, sin imaginar las consecuencias a las que lo sometería la elección de (re)vivir un muerto. Aquí incursiona en el campo de los sueños mediante un joven cuya obsesión por develar si aquello que se manifiesta mientras duerme pertenece al campo imaginario o es una señal del destino que predice su futuro. La génesis del guión es inquietar al espectador en haras de descifrar la mente de Andreas (Germán Rodríguez), un actor y dramaturgo de 38 años que, firme a su filosofía descarteana de “Pienso, luego existo”, se rehúsa a aceptar que su mujer lo abandonó por considerarlo paranoico, producto de las pesadillas recurrentes que padece desde niño con Krampus. Este ser de apariencia diabólica, según la mitología griega, castiga de por vida a todos los niños que se portaron mal. Es interesante como Piterbarg introduce otro concepto freudiano: el adulto ligado a un trauma infantil no resuelto que afecta su conducta, psiquis y valoración moral. Hasta este momento, el tono de la trama recuerda a El inquilino (Le locataire, 1976) o a Repulsión (1965), ambos de Roman Polanski, al combinar el misterio y comedia patética. Entretanto, los minutos avanzan y Andreas, mientras intenta develar si está o no alucinando, se muda al departamento de su tío. Allí conoce a su vecina Hannah, una traductora de alemán cuya vida también comienza a obsesionarlo y la persigue hasta transformarse él mismo en la bestia que tanto teme. La premisa está correctamente enmarcada en una estética expresionista cuyo contraste blanco y negro transmite el suspenso buscado e indudablemente rememora el cine de Lynch. Sin embargo, pintar el cuadro del inconsciente a través de constantes guiños de manual y fusiones artísticas saturadas, anexando escenas con excesivas elipsis y planos detalle con la cabeza del minotauro, resulta poco convincente, denota falta de creatividad y brillo propio. Este encauce, contrariamente al objetivo inicial, no permite que el espectador se pierda al ritmo del espacio-tiempo buscado, y lo mete en un eterno espiral donde no distingue qué ocurre. Lo más relevante del film es la formidable actuación de Germán Rodríguez, quien logra la performance justa para transmitir la mística que la incesante demarcación artística, incluso musical, no logra. Sus matices introducen al espectador en la piel de Andreas y lo elevan a su estado de confusión extremista de alusiones, sueños y realidad. En este sentido, su actuación eficaz recuerda a Ricardo Darín en el largometraje Un Cuento Chino (2011), dirigida por Sebastián Borensztein, donde era él la base del todo. En ambos casos, al tratarse de un guión lineal que atraviesa la vida de un hombre atrincherado en su propio mundo los actores son la clave del éxito. Pero, al mismo tiempo, este hilo conductor queda trunco y tiene más formato teatral que cinéfilo. Alptraum es una película atípica que roza lo artesanal. Sin duda, esta apuesta de Piterbarg fue intencional: transmite la ilógica de una mente enferma y abre correctamente las puertas del universo abstracto desconocido. Pero ahondar el terreno del inconsciente no justifica que su encauce incruste permanentemente elementos que entran y salen sin sentido. Hubiese sido bueno darle un cierre a esta propuesta y encauzarla la reflexión que propone. Indudablemente la directora se dejó llevar por un camino del que no obtuvo la respuesta buscada y deja atrapado a Andreas en un callejón sin salida. Esperemos que Piterbarg comience a obsesionarse con nuevos temas y se aleje del espiral elíptico que lejos de aclarar, oscurece y deja un sabor amargo en el público.
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Tuvimos que esperar un largo tiempo para el regreso de Ana Piterbarg luego del impacto que produjo cuando logró contar con Viggo Mortensen para hacer la indie local "Todos tenemos un plan". Su nuevo trabajo es una película pensada para el circuito alternativo y los espectadores inquietos y curiosos: "Alptraum" es la historia de un actor (Andreas) recien separado de su novia, paranoico e inseguro, que atraviesa un conjunto de pequeños escenarios tratando de sobrellevar problemas con el sueño y obsesiones varias, entre ellas, sentirse víctima de la persecusión de una criatura siniestra. Entre ellas, sueña que hay una bestia mitológica que viene por él (el Krampus) y no logra entender que pasa realmente a lo largo de su día. A ver, en otras palabras: la verdadera trama aqui presenta un conflicto que pareciera apasionante: tenemos la mente torturada del personaje principal (algunos artistas tienen esa faceta), lo simbólico de la criatura que siente y además, un coqueteo sobre lo onirico cuando menos arriesgado. A eso le sumamos el relato de una posible conspiración, de la que suponemos más que afirmamos y listo. Todo, planteado en un borroso universo en el que nada es lo que parece. Dicho en pocas palabras, Piterbarg se anima a algo difícil de mostrar con efectivdad. Si bien su personajes principal (Germán Rodríguez), se le anima a todas las facetas, el guión es una apuesta jugada. Y no les dije aún que está rodada en blanco y negro... "Alptraum" puede ser leída como un thriller psicológico si te gustan las etiquetas. Para mí, hay demasiados elementos que se plantean y el primer problema que se percibe es que el sostén dialéctico del gran conflicto (algo no anda bien en Andreas) está deperdigado en varias pequeñas unidades que nunca terminan de conformarse con fuerza en la historia (la ex novia, ¿sólo se separaron porque el era celoso?, la profesora de alemán, ¿qué se esconde tras su silencio y extraña empatía?, los actores que ensayan con el, ¿por qué parecen ejercitar sin rumbo fijo?). No es que la película tenga que tener respuesta a los interrogantes que planteo (para nada). Pero sí que es más costoso pensar su estructura si esos pilares narrativos no dan forma al gran planteo paranoide de Andreas. En el lado positivo, me gustó la fotografía y el increíble esfuerzo de Rodriguez por llevar adelante la tarea más sacrificada de la cinta, hacer creíble su dolor y desconcierto. También la idea, aunque pueda observar que demasiados elementos son complicados para construir sentidos en poco tiempo fisico. "Alptraum" es una peli que busca su público y sigue abonando la tarea de una cineasta con inquietudes, plena de energía para arriesgar y salir de su zona de confort. Los resultados, al menos esta vez (su ópera prima me encantó), no son del todo satisfactorios aunque dejan el terreno abierto para transitar y aunar nuevas historias, desde la lente que maneja Ana Piterbarg.
DEMASIADOS DEMONIOS INTERNOS Luego de su ópera prima, Todos tenemos un plan, Ana Piterbarg parece ofrecer con Alptraum una propuesta radicalmente distinta desde el estilo, la estética y el modelo de producción -antes bien encasillado en el thriller, con amplio presupuesto y figuras destacadas; ahora con una mixtura de géneros y atmósferas, con un nivel de elaboración más ligado al cine independiente, aunque en el fondo hay unas cuantas continuidades-. Estamos otra vez ante un film que busca inquietar desde su análisis de los demonios internos que aquejan al ser humano, particularmente a la mente masculina, que es observada (y deconstruida) desde una perspectiva femenina como la de la realizadora. Si hay algo en lo que Piterbarg no escatima es en la ambición, a partir de la historia de Andreas (Germán Rodríguez), un actor profundamente obsesivo, posesivo y paranoico, quien luego de separarse de su novia se muda a un departamento que le presta su tío, donde conoce a una traductora alemana, al mismo tiempo que crecen en intensidad y frecuencia sus pesadillas donde lo persigue una bestia de carácter mitológico llamada Krampus. Todos estos eventos no hacen más que fomentar sus problemas ya latentes, llevándolo a quedar atrapado de manera cada más profunda en su propio mundo. En Alptraum sobrevuelan varios temas y líneas narrativas, todas focalizadas en un protagonista con el que es difícil empatizar: el carácter entre insistente y persecutorio de cierta masculinidad, esa manía auto-flagelante que caracteriza a muchos artistas, lo mitológico como metáfora de lo humano y las delgadas líneas entre lo real y lo onírico. Todo eso enmarcado en una puesta en blanco y negro que contiene varios lazos con el expresionismo o etapas iniciales de los cines de David Lynch y Roman Polanski. Pero son tantos los elementos que Piterbarg despliega en el relato que Alptraum termina dando la impresión de ser un film sobrecargado de ideas, al que en determinados tramos le falta síntesis y en otros, mayor explicación. De ahí que esas atmósferas que buscan ser opresivas y desestabilizadoras no terminan de capturar la atención del espectador y apenas se quedan en insinuaciones, incluso provocando una improductiva distancia respecto a lo que se cuenta. Lo que queda es una película-ensayo, indudablemente interesante por los riesgos que toma, pero que queda lejos de alcanzar sus objetivos. A veces, por no ajustar algunas tuercas, una estructura puede quedar muy endeble y derrumbarse por su propio peso. Eso es lo que termina sucediendo en este film.