Tras dedicar más de 15 años a estudiar el submundo de la explotación sexual y la trata de mujeres en Asia y en diversos países de América, la directora Chelo Álvarez-Stehie se vio en la necesidad de volver a la playa del País Vasco de su infancia para develar secretos de familia. Allí, la directora conoce a Virginia, una mujer mexicana residente en California que había sido secuestrada y forzada a prostituirse por una banda de delincuentes, y cuando consigue liberarse de sus captores este documental mexicano-español se transforma en un ejemplo que visualiza con poderosa atracción la esclavitud de nuestros días. De ello nace un viaje paralelo de introspección que quiebra el silencio acerca del abuso sexual de su familia y de su propia vida.
Muchas veces los cineastas cuentas sus propias experiencias personales y familiares en sus documentales. Pero en el caso de Chelo Alvarez-Stehle hay otro ingrediente especial. Investigadora incansable de casos de abuso y trata de personas, de seguir a las sobrevivientes de explotación sexual desde niñas, aquí retoma dos casos conmovedores de mujeres que reconstruyeron sus vida y se dedicaron a militar para concientizar y salvar vidas, pero con un agregado dosificado en este trabajo de tinte personal. Cuentas pendientes con la verdad y con la familia. Con mucha sabiduría la realizadora estructura el relato del abuso que sufrió su hermana y el de ella, con un suspenso que mantiene el interés del espectador, que demuestra como marca, hiere y determina la voluntad de una mujer una situación de abuso en la niñez. Admirable trabajo.
"Arenas de silencio": contra el abuso La película de la realizadora española es valiosa no sólo por poner sobre la mesa un tema crucial, como es el del abuso sexual, sino por darle un desarrollo que ayuda a pensarlo. Este documental de la realizadora española Chelo Álvarez-Stehle, que se estrena en Argentina con tres años de retraso, es como varios documentales a la vez. No todos buenos, no todos pensados con claridad, no del todo congruentes entre sí. Cuando encuentra la senda, Arenas de silencio. Olas de valor (el título milita del lado “no todo”) es una película sumamente valiosa. No sólo por poner sobre la mesa uno de los temas cruciales del mundo contemporáneo, como es el del abuso, sino por darle un desarrollo que ayuda a pensarlo. Algo sumamente dificultoso, por tratarse de una aberración que parece negarse a la posibilidad de comprensión. Arenas de silencio(se impone resumir el título) comienza con una decidida primera persona. La realizadora narra un recuerdo infantil en el que su hermana menor es llevada por un señor mayor a una carpa de la playa. La hermana mucho no quiere hablar del tema, cuando habla es para quitarle importancia y además no quiere aparecer en cámara. Por lo cual en la primera mitad de la película se la ve con el rostro borrado. Hay un salto y la realizadora aparece en el rol de periodista, investigando el tema del abuso en mujeres y niñxs, en sitios tan distantes como Nepal y México. En ambos casos lo que se narra es atroz. La violación colectiva de una niña en el país asiático, como ceremonia de inicio en la prostitución forzada, y un intento fallido de suicidio. El secuestro de una mujer joven en México, junto a su bebita de seis meses, y su obligada participación en una película porno, con la bebé en cámara. Luego de eso la mujer se entera de que la bebé fue vendida. De una punta a la otra del globo, esclavitud humana. Ambas historias se encaminan sin embargo a sendas formas de salida del infierno. En un caso mediante la denuncia de los apropiadores y en el otro, con la protagonista convertida en una importante militante en contra del abuso. Hasta aquí, Arenas de silencio presenta distintos problemas narrativos. Uno es la confusión que genera el salto del relato infantil en primera persona, al (doble) relato en tercera. Que se trate de dos relatos paralelos colabora con la sensación de desorientación, y que la realizadora aparezca en cámara, a veces con vestimenta tropical, le da a la película un aire --involuntario, por supuesto, y sumamente perjudicial-- de documental exótico, de National Geographic o algún otro canal por el estilo. En un momento dado la realizadora vuelve a la primera persona, ahondando en ella a partir de una confesión propia, que resignifica la mismísima razón de ser de la película. Aparece la figura de un cura “intocable”. Ex miembro de la Teología de la Liberación, para peor. Ese es el fragmento más interesante de Arenas de silencio. Uno en el que distintas víctimas de abuso dialogan, confesando miedos, sensaciones, sumisiones, silencios que dejan todo como está. O estaba. Y aparece también la voluntad de rebelión, de patear el tablero. La realizadora --ahora sí, con una presencia justificada en cámara-- anuncia la posibilidad de enfrentamiento con el monstruo. Lo cual genera una expectativa mayúscula. No hay nada dramáticamente más poderoso que la confrontación entre víctima y victimario. Y sin embargo no, esa confrontación no se produce. Algo semejante, en términos dramáticos, a la pinchadura de un globo. El estilo narrativo muy entrecortado --lo que antes se llamaba “estilo MTV”-- también remite a modelos televisivos. Sobre todo estadounidenses, lugar de residencia de la realizadora.
La historia de todas Directa y al hueso, Chelo Alvarez-Stehle se toma unos minutos para comenzar a hablar de los breves momentos que vive una mujer antes de empezar a ser avasallada en la vida. Algunos momentos de la infancia femenina se pueden capturar como acercamientos a la idea de libertad, pero esa esencia rápidamente es ahogada, porque desde muy pequeñas las mujeres aprenden que viven en peligro. Tras dedicar más de 15 años a exponer el submundo de la explotación sexual y la trata en Asia y las Américas, la periodista y cineasta española Chelo Alvarez-Stehle se ve empujada a la playa del País Vasco, que dio fin a su infancia e inicio a secretos de familia. Durante su trabajo con supervivientes de tráfico sexual conoce a Virginia Isaias, una mujer mexicana que logra escapar de una red mexicana de trata y prostitución con su bebé de seis meses en el regazo, y deja atrás toda una vida de explotación sexual al cruzar la frontera a EEUU. Diez años de arduo trabajo más tarde, Virginia empieza a reconstruir su vida y acaba convirtiéndose en una gran líder contra la explotación sexual en la comunidad latina del Sur de California. Inspirada por Virginia, Chelo decide ahondar en la raíz de su pasión por denunciar la violencia de género. Ahí nace un viaje paralelo de introspección que empuja a la cineasta a regresar a España y quebrar el silencio sobre el abuso sexual en su vida. La semilla que crece dentro de la periodista y directora germinó en un suceso de su infancia, en la que un hombre se llevó a su hermana pequeña al interior de un toldo en la playa y allí se produjo el quiebre en ambas, que hicieron silencio por lo ocurrido durante mucho tiempo. No es casual que Chelo haya decidido recorrer “el mundo” para desenmarañar historias de abuso y explotación sexual de mujeres que cuentan un hecho particular pero representan una vida en común. En España, India, México y en muchos sitios más, encuentra mujeres que dispersas por el mundo vivieron historias diferentes pero iguales. Nunca se vio tan claramente reflejada la llamada “cultura de la violación”, a medida que avanza la película la conexión es inevitable: las niñas son tocadas por extraños o familiares, son acosadas en la calle o en los espacios que frecuentan, también pueden ser vendidas, prostituidas o secuestradas. Lo que es un hecho es que si se elige un punto del mapa al azar, la certeza es que allí también sucede. O peor, que si señalamos al azar en un grupo de mujeres, la certeza es que algo le sucedió en algún momento de su vida, más o menos ultrajante, pero lo vivió. Arenas de Silencio. Olas de valor (2018) trae a la superficie muchas feminidades, muchos tipos de abuso y las distintas formas de procesarlos. Algunas mujeres intentan reconstruirse con mucha dificultad; otras afirman que ya lo superaron pero sin embargo no quieren hablar del tema. Conviven con el fantasma y la alerta que las mantiene en vulnerabilidad una vida entera. Otra de las esencias de la película está en mostrar la capacidad que desarrollan las mujeres para transformarse en supervivientes, y también se pregunta sobre la posibilidad de ser plenamente feliz con esa marca a cuestas. Esta película se abre como una caja de Pandora en la familia de la directora y estallan los secretos. Se asemeja a la actualidad en la que por cada mujer que se anima, hay decenas más que toman impulso.
Registro documental dirigido por la periodista española Chelo Alvarez-Stehle, coproducido por EE.UU. y España, basado en una investigación sobre el submundo de la explotación sexual, la trata, agresión y cultura de las violaciones a mujeres y niñes, logrando enlazar a su vez relatos en primera persona acerca de sus propios secretos familiares. El film da comienzo con una escena abocada más a la presentación de personaje que a la temática en sí. Es que este inicio nos plantea que la directora no sólo llevará adelante la investigación, sino que será parte activa de la misma. Esto lo entendemos con un simple encuadre de playa, seguido por el fotomontaje de archivos personales direccionados por su propia voz en off. Es así como ingresamos a un recuerdo de su más tierna infancia, en el cual ella y su hermana menor perdieron su inocencia mientras jugaban en la orilla del mar cuando un señor se les acerca y logra llevarse a su hermanita a unas carpas cercanas, dejando, después de ello, un gran silencio en la familia por décadas. Años más tarde y ambas adultas, la familia sigue sin hablar del tema. Motivada la directora por este vacío y cargando con la culpa de no haber podido cuidar a su hermana, comienza una búsqueda de relato introspectivo concluyendo que, quizás, su trabajo basado en la visibilización de la explotación sexual se deba a este suceso familiar en particular. Es ahí donde aparecen los relatos de otras mujeres dispersas en varios países y que ella ha conocido mediante entrevistas e investigaciones pasadas. Estas historias directas, crudas y dolorosas, son contadas por las supervivientes de explotación sexual. Cada palabra de ellas es un silencio que se dobla, una grieta que se asoma y un llamado sororo que grita ahogado pero valiente. Los testimonios van desde una violación colectiva a una niña en un país asiático como rito de iniciación a la prostitución forzada, hasta la historia del secuestro de una mujer junto a su beba en México, quien fue obligada a participar junto a ella de una película porno, acercándonos así, en imagen y voz, a los rostros de una esclavitud humana que aún sigue subsistiendo. Es una película muy necesaria y valiosa, no sólo como documento de denuncia sino porque, desde allí, la directora realiza un viaje paralelo de introspección en el que logra fracturar el silencio de toda su familia hasta poder desenmascarar los propios abusos sufridos; donde una cámara desprolija pasa a ser testigo único de transformaciones en el seguimiento de sus protagonistas, dejando de lado cualquier tecnicismo debido a que la temática se «come» la puesta, evidenciando la ruptura de un silencio estructural basado en un miedo absoluto hasta llegar a un qué dirán. Es acá donde el film logra su clima más sincero e inspirador, cuando las distintas víctimas de abuso, hoy supervivientes, dialogan entre ellas haciéndonos sentir las diferentes capas de estadio que atravesaron y atraviesan e infundiéndonos a romper el silencio por sobre todas las cosas. Arenas de Silencio. Olas de valor es una película sobre el abuso y tráfico humano que logra unir las diferentes ramas de violencia sexual encontrando un factor común dominante: el silencio.
Mejor hablar de ciertas cosas La visibilización de un sin número de casos de abuso y relacionadas con la cuestión del género es el ovillo que fue desnudando las tramas y subtramas ocultas de una inmensa madeja de situaciones nefastas, donde las víctimas por lo general fueron siempre mujeres. Ese cambio de paradigma cultural a lo largo de los años trajo consigo un cambio de percepción de la otredad y aunque todavía se cometan abusos, aberraciones, tráfico de personas o turismo sexual, entre otros, por lo pronto ya se conoce y genera estupefacción en una mayoría e indiferencia o enojo en la minoría habitual, y reaccionaria. Por eso Arenas de silencio… además de ser un gran documental de la periodista Chelo Álvarez Sthele -sus trabajos de investigación sobre la trata datan de muchos años atrás- es ante todo un testimonio de enorme valentía y autorreferencia que escapa rápidamente del atajo de la catarsis en primera persona (como a veces ocurre en ese tipo de documentales) para desplegar un abanico de preguntas sobre cómo interactúan los entornos vinculados con algún caso de abuso una vez destapada la primera pieza de un tapón invisible que cubre y encubre verdades, emociones y traumas que se arrastran a lo largo del tiempo,-o sin pelos en la lengua- que perduran toda la vida. Las heridas cicatrizan pero la marca es imborrable como la estela que deja una ola cuando arrasa la arena o el instante en que estalla el grito ante tanto vacío. Por eso es la palabra y la charla antojadiza la que maneja la directora en su derrotero que parte de una anécdota familiar con la victimización de una de sus hermanas, para así arribar a la propia historia y necesidad de contarla tal vez movilizada por la misma razón que miles de casos de abuso que salen a la luz en algún momento determinado por la valentía de alguien que se atreve a narrar su dolor; a mostrarse tan frágil como vulnerable a la vez frente a cualquiera que desde su mirada percibe otra cosa. Esa es la mayor riqueza de este film y por ese pequeño detalle resulta indispensable como punto de partida de un enorme caudal de audiencia sin distinciones de edades, sexo o raza. Para que las olas generen mareas y las mareas rompan conciencias desde cualquier lugar o geografía.