El director de Clon regresa, después de una larga ausencia, con un más que interesante documental que expone en toda su dimensión (social, urbanística, política, económica, histórica) el caso de la autopista que nunca se hizo, pero que marcó la vida de las últimas tres décadas en un corredor que incluye una cotizada zona de Belgrano. El gobierno militar que en Buenos Aires lideraba el trístemente célebre intendente Osvaldo Cacciatore inició en 1977 un ambicioso plan para trazar tres autopistas que cruzaran la ciudad. La AU3 nunca se hizo, pero los efectos del proyecto continúan hasta hoy. Tras una serie de expropiaciones y desalojos, cientos de terrenos y edificios fueron ocupados por gente de bajos recursos, generándose un enfrentamiento (virtual y de hecho) entre la gente de clase alta que vive en Belgrano R y los okupas. Hartmann recoge testimonios contundentes (de funcionarios y vecinos de ambos "lados"), reconstruye la génesis, registra las negociaciones y desvela el negocio inmobiliario detrás de las topadoras que todo lo arrasan y los subsidios con los que se intenta expulsar a los "indeseables" de la zona. Un sólido relato que, además, es impecable desde su acabado técnico y con algunas imágenes de gran valor cinematográfico.
Cicatrices a cielo abierto A partir de la fractura que dejó en Buenos Aires una autopista inconclusa de la dictadura militar, el film de Hartmann va practicando un corte transversal no sólo en la estructura urbana, sino también, y muy particularmente, en su tejido social. No es la que más se recuerda, pero entre las muchas herencias negras que dejó la última dictadura militar está el sueño megalomaníaco del brigadier Osvaldo Cacciatore, intendente de facto de la ciudad de Buenos Aires, cuando con sus desmesuradas autopistas se empeñó en dejar –literalmente– su marca en la ciudad, a la manera de auténticos tajos en el tejido urbano. De las ocho autopistas proyectadas, apenas dos llegaron a construirse; una tercera, la AU3 o Autopista Central, dejó como todo legado numerosas expropiaciones a lo largo de su trazado y un puñado de demoliciones en distintos barrios de la ciudad: Villa Urquiza, Saavedra, Villa Ortúzar, Chacarita, Belgrano R... Esa cicatriz urbana, salpicada de lotes baldíos y casas a medio demoler, pronto fue el mejor hogar que pudieron encontrar muchas familias de bajos recursos. Tres décadas más tarde, la AU3 ha sumado nuevos capítulos a su saga de postergaciones, guerras vecinales y planes de recuperación fallidos, y allí aparece la mirada lúcida del documentalista Alejandro Hartmann para intentar comprender las fuerzas en pugna. Lo primero que se ve en el film es un desalojo, como si no hubieran pasado más de treinta años de la dictadura. Es verdad que ahora no hay uniformes verde oliva a la vista, sino jóvenes funcionarios de traje (con una identificación amarillo-PRO en el ojal), pero la llegada de una enorme grúa no deja lugar a equívocos: ese modesto edificio que se levanta extrañamente en medio de un terreno yermo va a ser demolido. ¿Sus habitantes? Tienen que irse, una vez más, con un dinero en el bolsillo que difícilmente les alcance para conseguir otra vivienda. Pero AU3 (Autopista Central) no es un documental de barricada. Lejos de cualquier demagogia, la película de Hartmann se propone ir más allá de la denuncia circunstancial para pintar un cuadro mucho más complejo. Con paciencia, el film va practicando un corte transversal no sólo en la estructura urbana, sino también, y muy particularmente, en el tejido social. El foco se va cerrando sobre el cuadrilátero comprendido entre las calles Holmberg, Donado, Rivera y Monroe, en Belgrano R, hasta descubrir allí un sordo campo de batalla entre prósperos vecinos (algunos de ellos propietarios de auténticas mansiones) y ocupantes ilegales. “La gente de acá y la gente de allá”, como sintetiza una señora cuyo coqueto balcón mira hacia la trinchera de enfrente. Que una ley de la Ciudad (la 324 del año 2000) haya declarado a algunos de esos “ocupas” –como los llaman los vecinos de acá– “beneficiarios” de un arbitrario subsidio no parece haber podido resolver nada en la última década. Primero porque no abarcó a todos (y por lo tanto consideró a algunos más “ilegales” que a otros). Y luego porque el déficit habitacional es tan grave en la ciudad –como vino a poner de manifiesto, en diciembre pasado la toma del Parque Indoamericano– que cuando unos se van otros llegan. Con una cámara pudorosa, nunca intrusiva, el film de Hartmann deja que las paredes hablen (“Si el desalojo es ley, la ocupación es justicia”, grita un graffiti) y escucha las razones de todos, para descubrir que, como siempre, todos tienen sus razones: propietarios, beneficiarios, funcionarios... La imagen de una topadora como un monstruo prehistórico, con unas fauces voraces, parece expresar, sin embargo, lo que se sospecha en alguna asamblea: que detrás de un nuevo reordenamiento decidido por la ciudad puede llegar a esconderse un oscuro negocio inmobiliario. En este sentido, no son tranquilizadoras las palabras de Daniel Chain, ministro de Desarrollo Urbano porteño, cuando en el documental dice que aquello que pretende hacer sobre esa herida abierta es “una hermosa cirugía plástica”.
Carretera pérdida Pocas películas van tan a fondo con la quintaesencia del porteño como AU3 (Autopista Central). El opus dos de Alejandro Hartmann narra una auténtica tragicomedia valiéndose de una historia tan curiosa como bochornosa: la autopista del título. Concebida por el gobierno de facto de Osvaldo Cacciatore a finales de los 70, su traza abarcaba desde el barrio de Saavedra hasta Nueva Pompeya y partía en dos a la capital, concretando una división tácita entre ambos extremos de la Capital Federal. La por entonces Municipalidad expropió miles de inmuebles y derribó otros cientos, hasta que los aires democráticos detuvieron su construcción. Sin techo, olvidados por el Estado, las familias desamparadas se reinstalaron en las mismas que habían cedido a precios usureros unos años atrás. Ex vecino de Villa Urquiza, Hartmann recapitula la historia de este particular emprendimiento dándole espacio tanto a quienes usurparon los terrenos como a los vecinos que se quejan por el “afeamiento” del barrio, mostrando que la AU3 es más que el reflejo de las ínfulas primermundistas del Proceso Militar –aspecto que la transforma en una excelente interlocutora de Construcción de una ciudad, de Néstor Frenkel-, sino que mide la temperatura del ensimismamiento inherente al chauvinismo barrial. Estrenada en la última edición del Festival de Mar del Plata, la película que el director había concebido era distinta, basándose en los huecos y casas vacías que operaban como mudos testigos de la aventura militar. Pero el rodaje empezó en 2008, justo cuando llegaron las grúas dispuestas a devorarse todo el cemento a su disposición. Lejos de entorpecer el proyecto, las enormes moles metálicas saciando su apetito ilustran las imágenes más potentes y cinematográficas del año.
La demolición Basado en una autopista que empezó a construir la dictadura, este filme muestra un corte social porteño. A simple vista, se podría decir que este documental de Alejandro Hartmann, muy propicio para épocas en que se discute el destino de los espacios urbanos de la Ciudad de Buenos Aires, se centra en una de las tantas autopistas comenzadas durante la última dictadura por el intendente de facto Osvaldo Cacciatore. Pero no: la vieja e inconclusa AU3, Autopista Central, funciona -en este filme- como un tajo que abre no sólo a la ciudad sino al cuerpo social; una vivisección en la que realizador nos permite ver con claridad, sin retórica militante, algunos cortes de clase: las razones de vencedores y vencidos. Esta película empieza (y termina) con sutil contundencia visual, sin voces en off ni explicaciones. Al principio vemos planos de paredes y edificios derruidos: devastación de otras épocas, cuando un gobierno que impuso un sistema económico basado en la sacralización de la propiedad privada expropiaba viviendas -aunque fuera con compensación económica- para construir autopistas. Con los años, y la inoperancia y el desdén, se fue formando una cicatriz urbana, hecha de terrenos y casas abandonadas en las que se fueron instalando ciudadanos de bajos recursos, expulsados del sistema. Entre la dictadura y la actualidad abundaron los planes de reubicación, las confrontaciones vecinales, las promesas de soluciones políticas, los cálculos de lucro con esos terrenos. En silencio, como si fuera un científico que observa con la lente de su cámara sin tomar partido -aunque todo acto, en especial hacer una película como ésta, implica tomar partido-, Hartmann nos muestra que los problemas no perdieron vigencia. Comienza por observar un desalojo, actual, y una grúa que se acerca para hacer su tarea de demolición. Los habitantes recibirán un suma que, ellos dicen, difícilmente les alcanzará para comprarse otra vivienda. Mientras las topadoras destruyen y los políticos ofrecen salidas, Hartmann acota el conflicto a una zona de Belgrano R, hasta hacer un corte del tejido social en un cuadrado cuyos bordes son las calles Holmberg, Donado, Rivera y Monroe. Ahí, contrapone mansiones con cercanas viviendas miserables: y, también, posiciones de propietarios y “ocupas”. Ellos y nosotros. “Negros usurpadores” y “gente que quiere una ciudad mejor”. Estigmas. Una vecina comprensiva dice: “Entre la gente humilde hay buena gente, también expuesta a la delincuencia, como cualquier vecino normal”. ¿El que no es propietario es, acaso, un vecino anormal? Hartmann deja que las palabras hablen solas. Un jubilado, cuya casa no fue demolida, pero sí quedó aislada en zonas tomadas, asegura: “Hay que imponerles respeto: yo tengo más poder que vos. Vos me vas a atacar, yo te voy a matar”. Hay, también, gente que, en medio de un baldío, evoca con rabia y melancolía lo que fue su hogar. Y una grúa, que parece un animal prehistórico envuelto en una polvareda, comiendo con indolencia más edificios, como hace tanto.
PROBLEMAS CONCRETOS Documental que cuenta la historia de una autopista que aunque nunca se construyó hoy sigue dividiendo a Buenos Aires en dos. La mirada del realizador hace la diferencia con respecto a un tema que aun hoy sigue siendo conflicto entre los vecinos de la ciudad. El ruido del material cuando es vuelto escombros por causa de una maza, de una topadora, cuando cae sobre lo que ya ha sido arrasado. Esto es lo que de manera sutil escuchamos, mezclado en la música, durante los primeros minutos de AU3 (Autopista Central) mientras vemos los lugares que, más tarde sabremos, eran parte del recorrido de la autopista. Luego, en esos espacios aparecen personas. Algunos parecen ser los que habitan esos edificios, van y vienen llevando sus cosas; otros, de traje, también van y vienen y a veces intentan dialogar con los otros, aunque aún no sabemos de qué. Esta delicada síntesis manifiesta la mirada (y el oído) que Alejandro Hartmann tendrá sobre el problema que ocasionó en las personas de la ciudad de Buenos Aires el plan de una autopista que nunca se concretó. ¿Por qué es una mirada delicada, atenta y respetuosa? Porque esos ruidos de materiales revueltos que emergían de la banda sonora vuelven, pero ahora en primer plano, acompañados por imágenes de esas mazas, topadoras, piedras, escombros que antes solo imaginábamos. Y en el medio de esa demolición: las personas, los de traje, ahora identificados como funcionarios del gobierno de la ciudad; los que pierden el lugar que antes habían ocupado; los que deben abandonar la vivienda que adquirieron sus padres antes de nacer y en la que crecieron; los que han comprado una casa y están rodeados de terrenos ocupados; y los vecinos de Belgrano R que velan por la calidad del barrio y no ven demasiado bien ni a los ocupantes ni a cualquier nuevo dueño que coloque “techitos” en su casa o una reja que rompa la armonía del lugar. El problema es el mismo para todos: esos “materiales” aunados en esa estructura monumental que hubiera sido la autopista. Cemento, azulejos, los grifos del baño, una carpeta de análisis perdida, una planta, todo se acumula en la película y es, o fue, arrasado por las demoliciones. AU3 (Autopista Central) propone ese diálogo entre los escombros. Los testimonios siempre giran alredor de lo perdido: lo material. Si bien aparecen los propietarios versus los ocupantes, el director no toma partido y se abstiene de juzgar a los ocupas, así como tampoco lo hace con la señora paqueta de Belgrano R o el propietario que compró el terreno y ahora no goza de la mejor vista; por el contrario, los hace convivir para que los espectadores construyan el diálogo ausente en las audiencias de la Legislatura, entre los funcionarios y las personas, en el momento del desalojo y durante todo el caso. El hallazgo de este documental reside en aquella delicadeza mencionada anteriormente. Se le podría reclamar una apertura, un salir de problemas inscriptos en una ética del móvil (para el gobierno: resolverles el problema de la vivienda a los ocupas con subsidios, así pueden desalojar y disponer de los lugares; para los ocupas, dónde ir; para los otros, quedarse ocupando; para los vecinos de Belgrano R: cuidar la visual del lugar) y llevarlos, aunque sea con imágenes y sonido, hacia una ética del fin, en donde los proyectos y sus soluciones no sean del aquí y ahora, sino del futuro, algo más allá de este tiempo tangible.