El debut como realizadora de Dolores Fonzi propone un viaje único y entrañable hacia el universo de Blondi, una mujer que vive sus días con total libertad mientras esquiva las obligaciones y los compromisos a la par que se desvive, a su manera, por sus seres queridos. “Hice todo mal pero están todos bien” dice una de las canciones que suena en una de las tantas celebraciones a las que Blondi (Fonzi) y su hijo Mirko (Toto Rovito) asisten por la noche. Y en esas palabras se resume el espíritu de esta ópera prima que encuentra un tono diferente dentro del actual panorama cinematográfico local y que se apoya en el carisma de sus protagonistas para narrar una entrañable historia sobre maternidades diferentes. Arriba de un destartalado Renault 18 Blondi desanda caminos, esos mismos caminos que a sus 15 años la llevaron a ser madre, criando en solitario a Mirko, acompañada por su madre Pepa (Rita Cortese) y mirando de lejos a su hermana Tina (Carla Peterson), a quien ama profundamente pero se encuentra a años luz de querer parecerse a ella. Y en ese no quererse parecer a nadie, siendo fiel a sí misma y sus principios, Fonzi pinta a su personaje protagónico de manera lúdica y lúcida, permitiéndose avanzar, sin censuras, en la construcción de viñetas de la vida de Blondi y los suyos, que, en la dinámica interna del relato, funcionan de una manera única para terminar de amar profundamente sus aventuras. Si se celebra un cumpleaños, al cual se le pidió que llevara la torta, ella llega con un bizcochuelo sin cocinar para terminar su proceso en el domicilio de la cumpleañera, o, si le tocan el timbre de su casa para sondear si una joven se quedó durmiendo allí, deberá revisar los pasos desandados horas antes y dar respuesta de esto. Blondi es verborrágica, dice lo primero que se le pasa por la cabeza, no posee censura y justamente, en tiempos de cancelaciones y corrección política, que un personaje se plante y diga verdades, a la par que se arme una coraza para evitar mostrarse vulnerable, es notable. Dolores Fonzi brilla como Blondidelante y tras las cámaras, al igual que Rovito, Peterson y Cortese, que logran traspasar la pantalla con las criaturas monstruosas que la directora les propuso para desarrollar en la película. Reflexionando sobre un vínculo clave en la vida de todos, Fonzi juega con la cámara, llena de musicalidad y música las escenas, y brinda amorositud para cada uno de los personajes, los que, multidimensionales, trascienden la pantalla. El debut cinematográfico como realizadora de Dolores Fonzi es una luminosa película en la que la cercanía entre madre e hijo y el contraste entre otros miembros de la familia, potencian un relato maravilloso, que, sin solemnidad, termina reflexionando con mucha más profundidad que esos vetustos relatos de antaño que no lograban siquiera salir de los miles de miles de lugares comunes en los que caían.
Posiblemente el de Blondi, opera prima de Dolores Fonzi como realizadora, sea el estreno mundial de más alto perfil de este 24 BAFICI: no sólo por los rutilantes nombres delante y detrás de cámara, sino porque se trata de otro exponente de la creciente «internacionalización» de las producciones locales. En la secuencia inicial, Blondi (Fonzi) se levanta temprano para trabajar, abandonando la cama donde duerme junto a su hijo Mirko (Toto Rovito), se sube a su añejo Renault 18, prende un porro de tamaño considerable y pone música. Del equipo surge la melodía de “Sunday Morning”, la icónica apertura de The Velvet Underground & Nico. Por sí misma, esta elección (y las que vendrán, pues las canciones del disco se convertirán en un elemento estructurante de la película) permite suponer la presencia de capitales extranjeros en la producción, habilitando decisiones artísticas que para un productor dependiente de los créditos y subsidios del INCAA resultarían imposibles. La suposición se confirma antes de formularse: entre las placas de inicio de Blondi está la de Amazon Studios (lo cual probablemente asegure su estreno en salas y llegada al streaming) y en los créditos de producción, Gran Via (empresa norteamericana detrás de Breaking Bad y de tantísimas películas que muestra cada vez más interés por el mercado hispanohablante). Si este tipo de nombres en una producción local despiertan siempre una pregunta en torno a las concesiones identitarias que implica diseñar una película para una audiencia más amplia, corresponde decir que Blondi no parece haber hecho ninguna. Diría: entre las virtudes de la película está la caracterización de la clase media sin lujos de la protagonista y su hijo, y de su mirada de la familia como un ensamblaje en el cual ninguna pieza cumple el rol que se espera de ella, sino que se retroalimenta de las otras para dar forma a un sistema intensamente propio. En un escenario de películas argentinas producidas por Netflix que ostentan un borramiento evidente de todo aquello que podría volverlas vernáculas, copadas por familias tipo de presunta clase media que habitan casas más a tono con el poder económico del primer mundo que con la realidad de nuestro país, Blondi se festeja. Más allá de sus condiciones de producción, es justamente la construcción de su acotado universo el aspecto más destacado de la película. Un universo organizado en torno a la maternidad o, más precisamente, a las diferentes maneras de abordarla. Blondi, que quedó embarazada de Mirko cuando era adolescente, sostiene con su hijo un vínculo intenso, de fuerte dependencia y de profundo afecto. La presunta horizontalidad empieza a resultar, sin embargo, un peso para Mirko, que espera el veredicto de su postulación a una beca en el exterior a la vez que oculta su decisión a la madre, temiendo el impacto emocional que podría generarle el abandono. Hay, en la película, otras dos madres: la propia madre de Blondi (Rita Cortese), desprejuiciada y confidente, y su hermana (Carla Peterson), a quien acaso pueda pensarse como la parodia de la familia marca Netflix: ciertamente más acomodada y ordenada que la de Blondi, con un marido de pocas luces (Leonardo Sbaraglia) y dos hijos pequeños. Sin embargo, andando el relato, la hermana se fuga y quedan Blondi, Mirko y su abuela a cargo de los sobrinos. Madre e hijo emprenden un viaje en auto para traer a la hermana de regreso y por un rato la estructura es la de una road movie, una aventura que -sin que Blondi lo sepa todavía- será la última antes de la partida del hijo. Hasta su último acto, el relato no plantea para la protagonista un arco de transformación muy pronunciado; más bien podría pensarse que el cambio comienza justo cuando la película termina. De a poco, Blondi empieza a aceptar la partida del hijo y se reencuentra con su individualidad tan postergada, primero por aquel embarazo inesperado y luego por la posterior crianza; a la vez, se promete una reconexión con la hermana, que posterga su regreso a los roles de madre y esposa. Este tramo final sugiere, a la vez, una demorada llegada a la adultez y un regreso celebratorio a la adolescencia; acaso un conflicto más denso, un recorrido dramático más concreto que el que se ha elegido llevar a la pantalla. Una buena razón, quizás, para reencontrarse con el universo de Blondi en una película posterior.
El film se sumerge en el dificultoso mundo de los vínculos familiares, con la particularidad de no detenerse en ningún tema en especial, sino en surfear por las diversas cuestiones que surgen a partir de varios lazos como el de una madre y un hijo, las diferencias entre hermanas o la participación de una madre/abuela, a veces interviniendo demasiado donde no se la llama y otras veces evitando involucrarse.
La actriz Dolores Fonzi presenta su debut como directora en "Blondi" (2023), ofreciendo una narrativa autorreferencial y un estilo indie que aporta un toque especial y original a la historia de una familia disfuncional. Blondi es una película que sigue la vida cotidiana de una joven madre y su hijo de veinte años, quienes viven como amigos compartiendo gustos por la música, las salidas nocturnas, la marihuana y el alcohol. La única diferencia notoria entre ellos es que Mirko (Toto Rovito) tiene la vista puesta en el futuro, mientras que Blondi (Dolores Fonzi) parece estar estancada en su adolescencia sin remordimientos. La relación madre-hijo es el núcleo temático que vertebra toda la trama. A lo largo del relato, se muestra cómo la dinámica entre ambos personajes funciona a la inversa a medida que enfrentan diversas situaciones y conflictos. La realizadora logra plasmar con gran verosimilitud la complejidad emocional de cada uno de ellos, que se expresa a través de gestos, miradas y diálogos sutiles y auténticos. En este sentido, la actuación de Dolores Fonzi es un gran acierto, ya que transmite con gran naturalidad la profundidad de su personaje y su evolución emocional a lo largo de la historia. Por otro lado, Toto Rovito ofrece una interpretación sólida y creíble como Mirko, el hijo de Blondi, que destaca por su madurez y su visión de futuro. La estética visual de Blondi es uno de los aspectos más destacables de la película. La dirección de fotografía y la dirección de arte trabajan en conjunto para crear una atmósfera luminosa que refleja el estilo de vida desenfadado y caótico de los personajes. La paleta de colores vibrante le da a la película una sensación de frescura y vitalidad. Por otro lado, la elección de la música (Las ligas menores, Lou Reed, Blondie) es esencial para transmitir la sensación de nostalgia y melancolía que se busca. La banda sonora incluye canciones de diferentes épocas y géneros, lo que genera una sensación de eclecticismo que refleja el mundo interior de los personajes. Además, la música se utiliza de manera efectiva para crear un contrapunto emocional con las diferentes escenas. Los actores secundarios son otro punto fuerte de la película. Carla Peterson, Leonardo Sbaraglia y Rita Cortese aportan un toque de frescura y humor a la historia, logrando una excelente química con los personajes principales. Cada uno de ellos tiene su momento para brillar y lo hacen con gran habilidad, logrando un balance perfecto que se enriquece gracias a situaciones y gags que sorprenden por su precisión. Aunque la temática puede generar controversia en algunos espectadores, se aborda el tema de la maternidad y la relación madre-hijo con gran honestidad. La trama profundiza en las complejidades emocionales de esta relación, demostrando que el amor y la conexión entre dos personas pueden ser muy poderosos y resistentes, incluso en situaciones no convencionales. De manera auténtica y realista, la película transmite un mensaje reflexivo, sin la necesidad de hacer una bajada de línea, sobre la fuerza del vínculo maternal, capturando las emociones de forma genuina y sin artificios. Blondi ofrece una experiencia emocional auténtica y profunda al sumergir al espectador en una narrativa rica y bien desarrollada que involucra personajes complejos y situaciones desafiantes que lo invitan a reflexionar sobre temas significativos y universales.
El filme se presenta como una comedia bastante ondulante, difícil de encasillar, por momentos parece una comedia física, en otros satírica y/o grotesco, cuando no se arrima peligrosamente a la comedia dramática, sin entrar. En realidad se ciñe a lo que se conoce como el nuevo cine argentino, no aparece un conflicto definido a desarrollar, todo el relato se centra en un espacio de tiempo de un personaje, o de todos. Blondi (Dolores Fonzi) y Mirko (Toto Rovito), a simple vista,
"Blondi": insensatez y sentimientos Fonzi propone una aproximación frontal y sin malicia a los problemas de una familia con plena consciencia de sus limitaciones. Los realizadores nacionales de ficción suelen interesarse más por las acciones de los personajes que por los mecanismos internos que las generan, como si cada hombre y mujer en escena tuviera que ser perfectamente legible. Pero cada tanto hay excepciones, cortesía de quienes ponen los ojos –y los oídos, porque lo excepcional es también que se “hable” en lugar de “decir” cosas– en gestos, actitudes, silencios y elecciones de palabras casi invisibles (o inaudibles) que individualmente podrían pasar inadvertidas. Sin embargo, al encadenarlas sucede la magia: dejan de ser criaturas imaginadas por un guion para convertirse en seres de carne y hueso enfrentados a escenarios que de extraordinarios tienen poco y nada. Así ocurría en Las buenas intenciones, notable opera prima de Ana García Blaya centrada en la relación entre un padre colgadísimo y su hija preadolescente, que quitaba toda connotación peyorativa al término “conmovedora”. Y así ocurre ahora con Blondi, otra película de anécdota mínima pero con un gramaje emotivo infrecuente para el cine argentino. Al tratarse de una película con personas, prodigan las dudas y los actos difíciles de explicar. Como el momento de libertad por una huida a Córdoba para un retiro espiritual luego de despojarse de todo, incluyendo trabajo, marido e hijos. Prodigan también las oraciones inconclusas, las dubitaciones ante los planteos inesperados. “No entiendo por qué me tuviste, si tenías quince años”, le dice el veinteañero Mirko (Toto Rovito) a su mamá (Dolores Fonzi), a quien apodan Blondi por su fanatismo por la banda de Debbie Harry –como buena película melómana, las canciones dicen lo que las personas no. Prodigan, también, las verdades más duras y terrenales: ella no quería tenerlo y fue a un médico que la mandó a casa con la orden de tomar unas gotitas para generar un aborto espontáneo que, obvio, nunca ocurrió. Misma mujer que, en la primera secuencia, despierta, mira el reloj, se altera ante la certeza de haberse quedado dormida, sortea los cuerpos durmientes de varios chicos en el living y, con sueño y una más que probable resaca, se sube a un viejo Renault 18 rural con el que recoge, porrito encendido en mano, al grupo de encuestadores a su cargo. El laburo, desde ya, no la apasiona, pero nada parece hacerlo: ella transita sus treinta y pico haciendo lo que puede y de la manera que le sale, apoyándose en su madre (Rita Cortese) y una hermana (Carla Peterson) que construyó lo que podría catalogarse como familia modelo. Pero de modelo, se verá, poco y nada. Sobre responsabilidades y vínculos familiares multidireccionales (entre Blondi y su hijo, pero también entre ella y las dos mujeres) versa el debut en la realización de largometrajes de Fonzi. Coguionada por ella y la también actriz Laura Paredes, es una película tersa y de impronta naturalista que transcurre en un barrio del sur de la Ciudad de Buenos Aires, allí donde todavía imperan las casas bajas, las dinámicas de cercanía y las calles de hormigón. Nada de obeliscos, ni de planos aéreos con drone de Puerto Madero ni de esas cosas for export. Lo que hay, en todo caso, es un costumbrismo barrial con freno de mano, una aproximación frontal y sin malicia a las inquietudes y sentimientos encontrados de ese clan con plena consciencia de sus limitaciones. Todos aquí son perfectamente imperfectos. Al igual que García Blaya aquí y Greta Gerwig (Lady Bird asoma como una referencia ineludible) en Hollywood, Fonzi registra con justeza el pulso contemporáneo de las relaciones humanas y se mueve con soltura en lo que los anglosajones llaman “dramedy”: un tono que, aunque matizado por el humor, tienen un trasfondo mucho más denso de lo que parece. El resultado es una película que, con sus filos declamativos bien limados, se parece demasiado a la vida misma.
El debut como directora de Dolores Fonzi no podía ser más auspicioso. La película estrenada en el BAFICI fue premiada por todo su elenco. Y agotó todas las funciones que brindó. Mucha expectativa para la talentosa protagonista, realizadora, y coautora del guión, con Laura Paredes. Una comedia deliciosa que toca los temas más serios, la emoción auténtica, la claridad de ideas, sin nunca perder el tono, el timming, la suave y seductora cadencia del palpitar de la vida. Pero sin soslayar dolores, soledades, conflictos. Un verdadero hallazgo. Para la protagonista, su hermana y su madre la mirada es auténtica, mujeres que están o estuvieron a cargo de hijos, casi exclusivamente – donde los hombres suelen estar excusados de tal obligación- que se permiten sincerarse, decir lo que sienten profundamente, afrontar lo que les sale pero sin ser nunca juzgadas. Los movimientos internos de una familia muy especial, con aspiraciones y modelos distintos, con mujeres que le escapan al borde del ataque de nervios, que hacen lo que pueden, lo que se puede con respecto a sus hijos y sús vínculos con una verdad envidiable y claridad ideológica. Las actuaciones son otra verdadera delicia: Rita Cortese maravillosa, Carla Peterson y Leo Sbaraglia en momentos únicos, Toto Rovito una verdadera revelación. Hay tiempo de sonrisas, de agrado, de sorpresa, pero las lágrimas y las confesiones llegan limpiamente. Y esa sensación mezcla de vocación de servicio y madurez tardía que tiene la protagonista, una mujer que en algunos momentos parece anclada en una adolescencia interrumpida, pero tiene la emotividad y el resto generoso para su entorno y para sí misma. No son necesarios las redenciones heroicas y los perdones sublimes, solo se trata de vivir, esa es la historia… No se pierda el placer de ver esta película.
“¿Vos pensás que yo no puedo entender? ¿Qué soy una madre como todas las demás?”. La frase sale enérgica, entre lágrimas retenidas, y quizás con algún adjetivo calificativo enredado entre las palabras, de la boca de Blondi Basile (Dolores Fonzi) tras una dolorosa revelación de su hijo Mirko (Toto Rovito). Ocurre en el último tercio de la película y confirma lo que ya pensábamos para ese entonces: Blondi no es una madre como las demás. O por lo menos no es como esas madres que ha definido a lo largo de su historia el imaginario cinematográfico. Madres abnegadas y sacrificadas, con el amor a flor de piel, madres villanas y déspotas, madres entrometidas y demandantes, perfectas para tratar en terapia. La ficción ha pensado una y otra vez a la madre como ancla de conflictos y vacilaciones de las infinitas criaturas que han poblado el mundo. Pero Blondi encuentra su singularidad no solo en el cuerpo que Dolores Fonzi le presta sino también en la mirada que ofrece tras la cámara para evitar definirla, para hacerla libre, vital en esa escurridiza distancia que la separa de su juicio y la envuelve en su comprensión. Blondi es la ópera prima de Dolores Fonzi como directora. Es una película sobre madres e hijos, sobre gente que se quiere aunque a veces se pelee, sobre amistades que pueden nacer en el corazón de una familia. Blondi y Mirko viven en la misma casa, comparten fiestas y amigos, son cómplices y confidentes. Blondi fue madre siendo adolescente y los años que la separan de su hijo parecen haberse acortado. Para la mirada del afuera su presencia esquiva la autoridad de un adulto, el tono adusto del mandato. Pero Blondi cumple cada día con su trabajo como encuestadora en el conurbano, guía a su equipo de jóvenes aprendices con calidez y firmeza, los lleva en el auto, desliza algunos consejos sobre inversiones financieras, se ríe con esa inocencia todavía adolescente. La unión con su hijo está cargada de presente pese a que los recuerdos asomen una tarde lluviosa bajo un toldo ya gastado, o en un viaje entre las sierras hacia un destino repentino. Y ese presente les permite sorprenderse y sorprendernos, trascender la tentación de la propia importancia que comparten las familias y el cine. Blondi es una película de maternidades. Distintas formas de concebir ese vínculo, de elegirlo y renegociarlo. Blondi es madre de Mirko pero también es hija de Pepa (Rita Cortese), quien vive apenas cruzando la calle. Con Pepa discuten y se ríen, hacen compras y comen fideos. Martina (Carla Peterson) es la hermana mayor de Blondi, atrapada en un matrimonio sin entusiasmo, escondida cuando puede en el baño, con una tristeza disimulada en prolijidad y refacciones inmobiliarias. Su maternidad está enredada en sus frustraciones, delegada en la vorágine de su permanente escapatoria. Y también hay otras madres: la de una de las amigas de Mirko que pregunta a Blondi si su hija está durmiendo en su casa. ¿Hay algún adulto responsable?”, corona el interrogante con un insidioso reproche. Ninguna madre es igual a otra, todas son versiones de ese vínculo que la película despliega con las canciones de The Velvet Underground, con los colores que inspiran el ánimo de los personajes, con planos que anticipan el espacio como el próximo lugar al que estaremos llegando. En su famosa polémica con Pier Paolo Pasolini, Éric Rohmer afirmaba que existía una forma moderna del cine de prosa donde la poesía estaba presente pero no buscada de antemano, siempre aparecía por añadidura. Una poesía que no se encuentra en un lugar específico, que no habita en los planos, o en el ritmo del relato, o en la cadencia de los diálogos. Es algo inasible que late en la experiencia de ver la película, como un gesto que acompaña esa vida imaginaria que otorgamos a los personajes. Fonzi consigue eso, consigue que su película nos invite a pasar el tiempo con sus creaciones sin verlos atrapados en la firmeza de la narración, en la fuerte estructura del guion o convertidos en excusas para los movimientos de la cámara. Hay escenas que atesoran esa poesía imperceptible: la conversación entre madre e hijo en una plaza desafiándose a subir al monumento de O’Higgins, o el salto de Mirko ante la H luminosa de un hotel de provincia. “Los personajes son interesantes más allá del hecho de que sean filmados” afirmaba Rohmer. Es allí donde Fonzi encuentra también su distinción como directora. Al dar a Blondi no solo su cuerpo y su gestualidad, sino también un mundo que su cámara observa con sigilo, engrandece con ternura, contagia con vitalidad. Una película que nos presenta un genuino entusiasmo por contar historias y que al mismo tiempo esquiva el fácil camino de convertir a sus personajes en meras expresiones de sus ideas. Ellos están ahí vivos, cantando y riendo en el auto, listos para una próxima aventura.
En coproducción con Amazon Studios, llega a nuestras salas locales el debut como realizadora de la actriz Dolores Fonzi. Una novela inspira la imagen de una madre y un hijo solos, dos pares imperfectos en medio de la caótica rutina de los días. Compartiendo labores de guion junto a Laura Paredes (actriz de “Trenque Lauquen”), Fonzi concreta, finalmente, un proyecto que data desde 2017. Una mujer inmadura y fuera del sistema cría a su hijo adolescente, interpretado por el sorprendente Toto Rovito. En apariencia, parecen más dos room-mates que madre e hijo. Ella tiene 35, él 19. Podrían ser dos compinches y compañeros ideales de aventuras, acepción que no va en desmedro de los títulos de hijo y madre. No es intención del film subestimarlos. En la casa reina el desorden y la adultez brilla por su ausencia, porque los roles se construyen más allá de las etiquetas en esta disruptiva concepción de la convivencia. El registro de comedia funciona perfecto para describir a una peculiar y alocada tribu familiar a quienes se suma la deliciosa matriarca compuesta por Rita Cortese. Sin temor a remover la resaca de las estructuras que pesan sobre la familia como institución, la intérprete, y ahora también directora, prefiere indagar en la posibilidad de roles horizontales. El tradicionalismo invertido expone problemas del hoy con los que podemos identificarnos. ¿Cómo el amor de madre no existe ningún otro? ¿Madre hay una sola? Mirko no llamá a su madre como cualquier hijo. No le dice ‘mamá’ ni delante de sus amigos, sino el apodo por el cual se la conoce. Y Blondi hace lo propio con Pepa, su progenitora. Y eso no las hace menos madres, ni menos hijos/hijas. En “Blondi” se cuestiona la maternidad a flor de piel, porque más allá del lazo de sangre no hay nada incuestionable per sé. Llegado el caso en que no se extrañe a los hijos, incluso a kilómetros de casa, puede que quizás no haya pasado suficiente tiempo. Y no hay un juicio de valor al respecto. Si hasta mamá gato podría abandonar a sus crías y dejarlas hambrientas. ¿Naturaleza? ¿Sabiduría? Cansada de escuchar los mismos argumentos, sea oído mecánico o emotivo, la madre quinceañera prefiere encender otro porro y dar una profunda pitada. Viaja lejos y con auriculares. Se la pasa fumando durante toda la película, y algo de esa bocanada de aire fresco que se nos pega en la piel. Porque “Blondie” contagia y descontracturada; es una experiencia salvaje que respira libertad. Sin prejuicio alguno a la hora de visibilizar las dinámicas de las relaciones modernas ni golpes bajos al momento de la resolución de las mismas, el film presentado en el último Festival Bafici bordea la imperfección de las relaciones humanas. Un nuevo concepto de familia no teme hacerse preguntas incómodas. ¿Para qué cosa importante se necesita un padre? No se precisa respuesta, la pregunta es retórica. Desconocemos si alguna vez estuvo presente. Con toques de road movie al comando de un viejo Renault 18, la propuesta adquiere mayor solidez al posicionarse como una íntima mirada hacia la soledad, la auto realización, los miedos, las inseguridades y la auténtica capacidad de dar y recibir amor, confianza y protección. Inteligentemente, la película sintoniza con el conflicto que plantea y con los cambios sociales de nuestro tiempo. El vaivén emocional se deposita en el centro del extraño corazón de una madre tan singular como todas las demás. Falible y vulnerable; zarpada y sin filtros. Una mujer que no está para dar el ejemplo ni lecciones moralizantes. Todo lo contrario, bajo las luces de la pista de baile aguarda el instante repentino para acometer la próxima de sus travesuras. ¿Cuál es el juicio externo que el espectador construye respecto a la protagonista? Es casi imposible no empatizar con ella… Fonzi, como gran actriz, sabe extraer de sus pares grandes actuaciones. A los citados Rovito y Cortese se suman Carla Peterson y Leonardo Sbaraglia, en sendas encantadoras composiciones. El debut detrás de cámaras de la protagonista de los films “La Patota” (2015) y “Las Fiestas” (2023) le augura un promisorio futuro en dicha labor. La indiscutible sensibilidad y calidad en su mirada autoral reside, en parte, en la inventiva exhibida en el uso del lenguaje cinematográfico: hay una notable capacidad de observación y detalle en cada plano. “Blondi” destila una poesía que emana del ritmo de los mismos y del movimiento de la lente, como clara declaración estética. A lo largo de todo el metraje, nos cautiva el acompañamiento permanente de la música (suenan “Maria”, de Blondie y “Sunday Morning” y “All Tomorrow’s Parties”, de The Velvet Underground), en grato guiño de nostalgia hacia años pasados.
Dolores Fonzi debuta como directora y lo hace junto a un gran equipo en una película que decide además protagonizar. Con un guion coescrito junto a Laura Paredes y actuaciones de Carla Peterson, Rita Cortese y Leonardo Sbaraglia, Blondi pone en foco una mirada desprejuiciada y fresca sobre la maternidad. Además destaca Toto Rovito como toda una revelación. Desde el vamos se nota que detrás de Blondi hay una producción importante. Hablamos de una película argentina producida por Amazon (pronto se podrá ver a través de Prime Video) en cuya banda sonora suena casi todo el álbum The Velvet Underground and Nico y hasta, como podíamos prever, algo de Blondie; una banda sonora nostálgica utilizada de una manera muy efectiva. Pero si bien es cierto que en lo técnico estamos ante una producción notable, Dolores Fonzi le imprime tanto a su personaje como a la película mucha frescura, naturalidad, sencillez incluso. Fonzi se pone en el papel de una mujer que fue madre muy joven, a los quince años, y que ella sola (con la presencia siempre infalible de otras mujeres de su vida: su madre y su hermana) crio a su hijo, quien supo convertirse en su mejor amigo. Es así que comparten salidas, porros, bebidas. Hasta que empieza a notar que algo, un futuro proyecto, comienza a distanciarlos, a hacer que él le esconda cosas. Porque Blondi no es adulta, nunca se siente como tal, y probablemente sea su hijo el que termine madurando antes que ella. O quizás madurar no tenga que ver con llevar una vida responsable y seria, sino con aprender a vivir con una misma y ser fiel a una. La relación entre esta madre y su hijo es la que lleva adelante la película, aunque a su alrededor pulula una galería de ricos personajes secundarios. Carla Peterson se luce en el rol de la hermana que siempre estuvo adelante, que fue ejemplo, con una vida acomodada que un día la hace replantearse si es realmente lo que esperaba para ella. Hasta que se harta y explota. Y cuando una mañana cumple esa fantasía de desaparecer, de salir de su casa como para irse a trabajar y no dejar rastro de a dónde fue, son Blondi junto a su madre e hijo quienes intentarán sostener el equilibrio de esa familia cuyo padre está pero casi más de adorno. La ópera prima de Fonzi se enfoca en el rol de las mujeres de esta familia, roles que se salen de lo establecido por la sociedad. Madres que hacen lo que pueden, como pueden y también cuando quieren, en un mundo donde siempre se pone el ojo en lo que hacen las madres antes que lo que hacen, o no hacen, los padres. Las maternidades son demasiados complejas como para encasillarlas y esperar que las mujeres las transiten del mismo modo (o esperar que todas las mujeres quieran transitarla). Ella retrata a estas mujeres de una manera que se siente muy auténtica y audaz, sin bajar línea, sin dar discursos. Hay un par de escenas que se corren de lo esperado y están resueltas de una manera muy linda e impredecible. «¿Vos pensás que soy una madre como todas las demás?», suelta en uno de esos momentos Fonzi. Con toques de comedia pero también momentos de una emoción nunca forzada, sin solemnidad, Blondi es una película divertida, con un guion sólido que consigue delinear a los personajes a veces con unas pocas pinceladas, y un cúmulo de interpretaciones destacables. Pero sobre todo pone en primer plano la complicidad entre mujeres. Una película encantadora como sus protagonistas.
LA AVENTURA DE BLONDI Y MIRKO Blondi es una película sencilla, de económicos 90 minutos. Parece una tontería destacar esto, pero estamos hablando de una ópera prima -y la ópera prima de una figura del cine nacional, para más detalles-, con lo cual el gesto se agradece. Lejos del exceso y la apuesta a querer decir todo de un tirón, Dolores Fonzi debuta en la dirección con una comedia dramática de una ejecución precisa, alimentada por una dupla protagónica que arrolla al espectador a pura química: La propia Fonzi y Toto Rovito, madre e hijo en la ficción, construyen un vínculo que trasciende la pantalla y queda en la memria. Son una madre y un hijo sin demasiada distancia en el tiempo (ella lo tuvo a los 15 años) y con una relación que exhibe rasgos de una actualidad lejana a cierta definición clásica de aquellos roles: Duermen juntos, fuman porro juntos, van a recitales juntos. Blondi (que es el apodo de ella y el título de la película) es por lo tanto el registro de un vínculo, de un momento en la historia de ese vínculo, al que una decisión de unos de los personajes pondrá en crisis. Mientras miraba Blondi me acordaba de otra ópera prima reciente del cine nacional, la comedia dramática El futuro que viene de Constanza Novick, no casualmente también protagonizada por Dolores Fonzi. De hecho, Novick y Fonzi comparten la realización del guión (junto a Laura Paredes, coguionista de Blondi) del film mexicano Soy tu fan: La película. Y hay entre El futuro que viene y Blondi una relación de miradas, como un multiverso en el que conviven personajes humanísimos y sensibles, atravesados por diversas crisis y pérdidas, donde la música y la conexión con aquello que nos constituyó en una etapa de la vida (la infancia y la adolescencia es una instancia clave en estos personajes) sirve como salvavidas en medio del naufragio emocional. Ambas son películas sin gritos, sin crispaciones, jugando en los límites del melodrama pero sin caer en excesos. Aquella era la relación de dos amigas, esta de una madre y un hijo. El mismo tono, la misma amabilidad, la misma inteligencia para lograr que nada de lo que ocurre se vea forzado. Fonzi le suma, además, una capacidad llamativa para lograr instancias de humor absurdo en un contexto donde prima cierto naturalismo. Por ejemplo toda la secuencia del hotel en la ruta, que juega con el terror, o toda la situación que lleva a su hermana (una Carla Peterson recuperada para la comedia) a fugarse y pasar unos días en una suerte de comunidad que huele a secta. Son pasajes que podrían romper con la lógica de la película, pero que se sostienen porque el guión tiene la habilidad para releer esos pasajes como intromisiones de lo fantástico en la vida cotidiana y porque piensa la vida cotidiana como una aventura. Sobre todo para Blondi, madre adolescente, que ha hecho un camino propio. Y para Mirko, un pibe con una sensibilidad y un vuelo propio, que va construyendo su vida a pura intuición. Blondi corta ahí, en el preciso momento en que ambos se tienen que distanciar. Esa era la porción de vida que quería contar, la aventura de Blondi y Mirko en el instante en que el hijo emprende su propio camino. Lejos de los sentimentalismos, Fonzi concluye con película cantando María, de Blondie, a los gritos en el auto. Nada podría importar más si lo que importa es capturar momentos.
Hace poco se estrenó en cines «Blondi», la ópera prima de Dolores Fonzi que también protagoniza junto a un elenco de nombres talentosos y reconocidos, como Rita Cortese, Carla Peterson y Leonardo Sbaraglia. Ahora llegó a Amazon Prime Video para poder disfrutarla también en la pantalla chica. «Blondi» se centra en la mujer del título (Fonzi), quien fue madre a los 15 años y tiene un vínculo muy fuerte y cercano con su hijo Mirko (Toto Rovito). Se dedica a hacer encuestas para vivir y pasa sus días tratando de divertirse y lidiando con su familia: su madre Pepa (Cortese) y su hermana Martina (Peterson) que no está muy conforme con su vida. La ópera prima de Dolores Fonzi es de esas pequeñas historias que van narrando distintos aspectos de la vida cotidiana de forma natural, sin prejuicios ni tapujos. Son distintas situaciones que se van sucediendo. No es que vamos desde el punto a hacia el punto b, sino que la película podría seguir hasta el fin de los tiempos. Es de esas historias que más que contarnos algo puntual habla sobre la vida, algo que no tiene principio ni fin. En este caso, se ahonda sobre los distintos tipos de maternidad, las que fueron madres jóvenes y las que no tanto; las que no se arrepienten de la decisión de haber tenido hijos y las que creen que no tienen la vocación para la crianza. También se trata el tema del aborto, el rol del padre, la felicidad, los sueños, entre otras cuestiones. Las relaciones entre los personajes están bien construidas y nos provocan tanto ternura como gracia. Los diálogos no caen en lugares comunes, son naturales y están plagados de bastante humor. El elenco también es digno de destacar. Como dijimos anteriormente, tenemos un grupo de personas muy talentosas y que interpretan muy bien los roles que les tocan. Dolores Fonzi compone a una mujer despreocupada, con un gran apego a su hijo y si bien tiene algunos comentarios hacia el resto de la familia siempre está para ayudarlos. Toto Rovito (a quien pudimos ver en «Argentina, 1985») sigue consolidándose como una revelación. Un joven maduro, atento y con deseos muy claros. Carla Peterson se pone en la piel de una mujer en plena crisis, que no sabe qué más hacer con su vida y se pregunta si es feliz con su familia. Leonardo Sbaraglia hace de su marido, un pobre tipo con pocas luces pero que quiere hacer lo posible para recuperar a su esposa. Y Rita Cortese, madre de las dos mujeres, tiene intervenciones muy graciosas y ocurrentes. La puesta en escena y la banda sonora acompañan las distintas situaciones, muchas de ellas arriba de un auto, transformándose por momentos en una especie de road movie, donde los personajes presentan transformaciones internas y colectivas. Además, presenta algunos planos interesantes y distintos. En síntesis, el inicio del camino como directora de Dolores Fonzi es bastante prometedor. Con una historia íntima, que mezcla la emoción con la gracia, para ahondar en temas tan universales como humanos, como la maternidad/paternidad, los deseos, las frustraciones y los sueños. Una de esas películas lindas que llegan al corazón.
Por lo menos desde el Nuevo Cine Argentino, la relación de las películas argentinas con los géneros es oscilante y conflictiva. A veces se parece más a una apropiación y revisión plena, y otras a una imitación o un cortejo. Blondi, la primera película de Dolores Fonzi, elige la geografía afectiva de la comedia indie, territorio poblado por seres extraños y un poco frágiles que deben sobreponerse a alguna tragedia personal, ocurrida o por venir, pero a los que el género en cierta medida cobija, como si los protegiera de la adversidad que se abate sobre ellos y les permitiera entregarse más ligeros a los vaivenes del humor. Blondi (Fonzi) es la mamá de Mirko (Toto Robito) pero los dos se comportan como amigos igualmente tarambanas: ella y él se las arreglan como pueden para cumplir con los horarios y las tareas cotidianas, pasan el tiempo juntos, van a ver bandas y comparten las amistades de él. La película cuenta lo que a la luz de otro género podría ser un drama destemplado: la vida desfasada de una mujer que no quiso o no pudo acceder a la adultez siguiendo los rituales esperados y que pasa sus días haciendo de su condición de adolescente algo parecido a un acto de resistencia aunque silenciosa, sin explicaciones que le den un contenido político a esa rebeldía que, inarticulada, sin marco teórico, resulta más humana (bastante más que si, por ejemplo, estuviera al servicio de un ideario al uso, como el de las “familias ensambladas”, tema viejísimo que sin embargo las críticas de la película sugieren como una novedad). La película comunica sus coordenadas dramáticas enseguida, en una escena buenísima que disimula su eficacia (a diferencia de varias otras, que no lo son y, al contrario, presumen de una inteligencia de la que carecen). Blondi está jugando al ajedrez con un amigo de Mirko: el plano los muestra indistintos, dos jóvenes que se pierden en las horas. Llega Mirko, el amigo y la madre lo saludan, Mirko le dice con una contundencia discreta que se tiene que ir, pero que le deja llevarse el sandwich para comer en el camino; Blondie no interviene, se entrega mansa al dominio del vástago y a la rutina propuesta por él. Fonzi no acentúa la inversión de roles ni su extrañeza, pero anuncia, ya en ese momento, la tragedia por venir: parece claro que ese relación contrahecha no podrá mantenerse por siempre, que Mirko va y viene y se mueve por los espacios con la seguridad de la que carece la madre, a la que se ve más veces sentada, en la bañera, en la cama, en el piso; quieta, demorada en la juventud que el hijo ya se prepara para abandonar. Con la adición de Pepa (Rita Cortese), queda conformada la pequeña cofradía de freaks que debe medirse con el mundo de los normales, los adultos, los que tienen trabajos comunes y ejercen debidamente los roles que les tocan dentro de sus familias. Pero cuando la película tiene que presentar ese sistema, tambalea. Blondi, Mirko y Pepa van a la casa de Eduardo y Martina (Leonardo Sbaraglia y Carla Peterson) y enseguida se arma un tosco duelo de perfiles culturales: el guion le cuelga los carteles correspondientes a cada personaje, a unos el de raro-pero-con-onda y a otros el de cheto-infeliz. Se confirma una intuición que viene de las escenas anteriores: a Blondi no se le da bien la sátira ni la observación sociológica, lo suyo es la narración sin énfasis de la vida indolente que llevan la protagonista y su hijo y, eventualmente, de cualquier otro misfit que pruebe suerte saliendo de la geografía institucional de la familia. Pasa lo mismo cuando se llega a los estallidos dramáticos: el guion realiza el reparto esperado de atributos, culpas y resentimientos, pero parece que los personajes recitaran sus líneas, como si todo nos recordara que lo que vemos es una película y no nos dejara nunca mezclarnos del todo con el conflicto que allí se cuece. Por alguna razón, Fonzi directora se mueve mucho mejor en los momentos de comedia y, curiosamente, en los que desarrollan alguna clase de inquietud. Pasa cuando la madre de una de las amigas de Mirko busca a su hija, que nunca volvió a su casa; la chica está durmiendo con Mirko y otro chico en la cama de él, en la habitación de al lado de Blondi, pero ella no solo no lo sabe sino que no comprende la preocupación de la madre ni la urgencia de la búsqueda. La escena es menor pero construye un retrato extraordinario de la protagonista como un ser fatalmente desconectado de la realidad de sus semejantes. En otra ocasión, la película replica brevemente los códigos del terror: el momento dura apenas un minuto pero condensa la ansiedad de Mirko ante los peligros de un mundo desconocido. El resto del tiempo, el destino de la película depende completamente del timing desigual de Fonzi y Rovito: a algunas escenas les insuflan una gracia diáfana, luminosa, a otras las vuelven un facsímil de los mandatos del género, una imitación sumaria, como en el cumpleaños de Martina donde los freaks se miden con los normies siguiendo una coreografía rígida. Esta crítica termina abruptamente y con preguntas desordenadas: ¿por qué a las películas argentinas les cuesta tanto alcanzar (y sostener) la soltura cómica del cine de otras latitudes? ¿Por qué Carla Peterson no puede volver creíble ni una sola de sus líneas y hacernos olvidar por un rato que estamos viendo a Carla Peterson? ¿Por qué se escuchan tantas canciones de The Velvet Underground en el off, Blondi usa una remera de Led Zeppelin, ella y Mirko van a recitales de bandas indies y al final se escucha “Maria” (de Blondie), pero casi nunca se habla de música? (Cuando se discute sobre qué poner en la casa de Martina y Eduardo no se nombran bandas ni canciones, los gustos de cada grupo -los raros y los chetos- van de suyo, tiene que imaginarlos el espectador). ¿Y qué tendrían en común, qué construiría ese apelmazamiento de referencias en los personajes que no sea apenas un gusto musical difuso, o sea, que a Blondi y a Mirko les gusta la música, que son sensibles al arte?