Un complicado pero promisorio debut Cabeza de pescado, ópera prima de July Massaccesi La incomprensión, la vaciedad matrimonial de los días sin diálogos ni alegrías y la necesidad de tomar nuevos rumbos son los elementos que sufre cotidianamente Calvino, un taxidermista que trabaja en el Museo de Ciencias Naturales y restaura piezas para un centro de exposiciones. Su hijo, de 12 años, afectado por un extraño virus que lo convierte casi en un monstruo, está permanentemente solo en una habitación de la casa del matrimonio de Calvino y su esposa, Stella, que está al borde de la locura. Todo transcurre de manera anodina hasta que un día Calvino conoce a Rosie, una bella y angelical mujer golpeada por su marido. Entre ambos comienza a nacer un sentimiento de amor y compasión. Pero Stella descubre la infidelidad de su marido y comprueba que éste ha dado por dinero al hijo. July Massaccesi debuta en el largometraje con este film interesante. Rodado en blanco y negro, el relato va ganando en interés a medida que sus protagonistas, como náufragos de un buque hundido, tratan de salvar lo poco que les queda. El elenco acompañó acertadamente esta propuesta bastante inusual en la cinematografía local. Martín Pavlovsky compone con sobriedad a ese hombre necesitado de cariño y preso de sus contingencias, en tanto que Ingrid Pellicori vuelve a demostrar sus excelentes condiciones interpretativas en la piel de esa Stella torturada por la necesidad de salvar a su hijo. Laura Nevole no desentona como esa Rosie sedienta de comprensión, en tanto que una cámara manejada con indudable calidad en sus encuadres permite descubrir a una nueva y promisoria directora.
Un mundo infeliz Drama familiar en un extrañísimo universo onírico o futurista. Mientras en la realidad muchos quieren imponer el inexistente concepto de familia normal (o natural), July Massaccesi estrena la onírica, inclasificable Cabeza de pescado , su irregular opera prima, acompañada por una las frases más famosas de Anna Karenina: “Las familias felices se parecen entre sí; las infelices lo son cada una a su manera”. La familia de Cabeza..., como las creadas por Tolstoi, ¿como todas?, es singularmente infeliz (¡a pesar de que su núcleo es un matrimonio heterosexual!). Veamos: un gris, autómata taxidermista (Martín Pavlovsky), con un hijo cada vez más siniestro a causa de una rara enfermedad, una esposa adicta y desquiciada (Ingrid Pelicori), y una suegra terrorífica. Opresión pura. Hasta que el personaje de Pavlovsky se acerca a una mujer casada, esencialmente triste (Laura Nevole), en la que encuentra algo así como pasión y evasión. Por ella, comete actos de amor y deslealtad: comienza a ser un poco menos resignado, bastante más egoísta, un poco más humano. Pero, si bien la película tiene una trama definida, su atmósfera, sus personajes -duales, solitarios, alienados- y el mundo en el que se mueven -extrañísimo, retrofuturista, ominoso- son ambiguos: de pesadilla.Cabeza...-un filme más propicio para los amantes de la novedad nacional que de la sutileza- tampoco se encuadra en un género: combina ciencia ficción, drama, terror y un melancólico romanticismo. Por momentos, parece querer acercarse a la estética de Lynch, Cronenberg o Maddin, no siempre con buenos resultados. Fotografiada en blanco y negro, con un verde sólo para el “ green” , la droga que consume la esposa del protagonista, Cabeza...tiene la virtud de experimentar sin aburrir, de crear universos sin explicarlos. En el fondo, tiene algo de La tregua en clave futurista.
Una opción a lo diferente Tras ser premiada en los Festivales de Cine Inusual y de Cine Latinoamericano, finalmente, se estrena en cines Cabeza de pescado (2009) ópera prima de la realizadora July Massaccesi. Film que se encuadra dentro del género fantástico con una interesante búsqueda melodramática a parir de un estilo único y personal. Las historias apocalípticas de Calvino, un taxidermista cuya familia disfuncional ha hecho de su vida una rutina circular y la de Rosie, una mujer abrumada por la crueldad de su pareja, se unirán en una trama plagada de fantasía, ciencia ficción y romance. Con una puesta minimalista, sin grandes recursos estéticos y mediante la utilización de una fotografía en blanco y negro, la realizadora se permite varias licencias estilísticas como muy pocas veces se ha podido ver en el cine de género argentino. Uno de esos aciertos es el viraje de la trama hacia el melodrama, en dónde se denota cierta influencia del cine de década del 50. Resulta casi imposible imaginar una historia fantástica y que a la vez explote el melodrama con tanto ímpetu. La mano de Massaccesi supo combinar ambos géneros con la precisión acertada y sin provocar una ruptura narrativa. Las actuaciones que en otros films pueden resultar desmedidas o exacerbadas, son acertadas ante la búsqueda realizada. Ingrid Pelicori y Martín Pavlovsky le aportan a la historia cierto dejo de teatralidad acorde a los lineamientos que la realizadora plantea. El mundo onírico que se esboza debe ir acompañado de personajes que cuyos matices se asemejen más a la artificialidad que al mundo real. Cabeza de pescado no es un film fácil de digerir, su naturaleza remite a los cánones del cine experimental en el que todo puede ser posible y en el que las limitaciones no existen. Dentro de un cine sin opción a lo diferente, Cabeza de pescado es una alternativa más para aquellos que quieran descubrir lo diferente.
Primer película que vi en el BARS de este año; sino me equivoco esta es la única película de las presentadas auspiciada por el INCAA y que por ende se va a estrenar en cine. La verdad que cuando leí la sinopsis lo primero que pensé es que se trataba de un homenaje al primer film de David Lynch, 'Eraserhead': ambas son en blanco y negro, operas primas de un realizador y en ambos casos el protagonista tiene un hijo por alguna razón deforme. Pero hasta ahí llegan los parecidos y mientras que Lynch juega con lo que pueda interpretar el espectador, Massaccesi cuenta una historia bien prolijita y que cierra. Empieza con muchos planos raros y escenas surrealistas pero a medida que avanza la historia se torna bastante convencional. Y también aclaremos que es antes que nada un drama; hay algunos elementos de terror y ciencia ficción pero lo que más pesa es el romance ilícito de los protagonistas y la verdad que a mi me pareció lo menos interesante; hubiera preferido ver más del "nene" o de la sufrida y adicta esposa del protagonista, interpretada por Ingrid Pellicori, que es el personaje más interesante. Bien realizada pero no imprescindible de verse. Aunque se merece su oportunidad más no sea para alentar más producciones de cine fantástico nacional, un genero al que el INCAA y los grandes financistas no suelen darle mucha pelota.
Sin dudas, Cabeza de pescado es un raro exponente del cine argentino, incluso dentro de las películas más anticonvencionales. Calvino (Martín Pavlovsky) lleva una vida gris. Trabaja como taxidermista, vive con Stella (Ingrid Pelicori), su perturbada mujer. Su hijo padece una extraña enfermedad que convierte a los chicos en peligrosos monstruos buscados por las autoridades. En ese contexto, Calvino conoce a Rosie (Laura Nevole), que le da una inyección de esperanza a su paupérrima existencia. Comenzará una relación entre ambos, al tiempo que la vida familiar del protagonista se pondrá peor. Con una estética que remite a Cabeza borradora, ópera prima de David Lynch, la directora July Massaccesi cuenta su película en clave de melodrama intimista sobre la ruptura de una familia y la esperanza del amor en un mundo cada vez más polusionado y violento. Calvino dice en determinado momento: “No sé cómo se sostiene el mundo. Es todo tan frágil...”. Un cuidado y exacto trabajo de arte y fotografía, sumado a las muy buenas actuaciones, ayudan a crear una atmósfera lúgubre y desoladora. Es muy acertado el hecho de estar filmada en blanco y negro. Según la directora, “el blanco y negro en la estética es lo que me remite a la desolación; eso que no sabés bien de dónde viene pero en un momento la empezás a sentir. Esa desolación que sienten los personajes en un mundo irreal pero a la vez tan real...”. Sólo se ven el color (verde) la droga justamente llamada Green. Si bien hay elementos de género fantástico, como los niños mutantes, nunca se los muestra en detalle —sólo garras y porciones de piel—, ya que el foco está puesto en la historia y los personajes. Luego de ser proyectada en festivales nacionales e internacionales y de ganar premios, Cabeza de pescado por fin puede verse en las pantallas argentinas. Siempre viene bien un film inusual en medio de tanto convencionalismo. Para leer la entrevista realizada a July Massaccesi en A Sala Llena, cliqueen aquí.
La habitación del hijo. En estos días Cabeza de pescado representa una auténtica rareza: cine fantástico argentino. La película de Massacceci despliega en un blanco y negro virtuoso un mundo de ribetes distópicos cuyo inconsolable horror no se halla tanto en la vida gris y carente de esperanzas de una ciudad sin nombre sino, sobre todo, puertas adentro. Calvino es un hombrecito sin carácter cuyo oficio lo hace codearse con criaturas de lo más extrañas, la estrella de las cuales podría ser ese animalejo que tiene aspecto de pez emplumado y que aparece en los primeros minutos de la película: desde El aura hasta acá los taxidermistas no tienen paz, pero en este vago futuro de Cabeza de pescado hay toda clase de virus sueltos y la zoología parece menos una ciencia que una improbable reseña de taras y aberraciones animales varias. Encerrado en una pieza de la casa de Calvino está Nino, el hijo atacado por una extraña enfermedad degenerativa. Las cenas familiares en el hogar de Calvino y Stella son reuniones lúgubres en las que el matrimonio y la abuela apenas comen y en las que irrumpe puntualmente un ulular de sirenas que llaman al toque de queda y anuncian el corte de luz. Cada tanto, la esposa procede a inyectarse el brazo con un polvo que se licua sobre un platito al calor del fuego como si fuese heroína. Única cosa dotada de color en la película, como los pececitos peleadores en La ley de la calle, la droga es verde y se llama, sin mucha imaginación, “green”. El green viaja en una bolsita. Un tipo se la vende a Calvino dentro de un auto y el atribulado taxidermista se la lleva a la mujer, que se abalanza con avidez sobre su contenido. Los horrores se acumulan en Cabeza de pescado. Stella aparece cada vez más estragada por el uso de la sustancia verde mientras los chirridos y gorjeos detrás de la puerta de la habitación de Nino se intensifican: el espectador no ve nunca ese rostro presuntamente deforme y el escamoteo acrecienta la sensación de alarma. Mientras, la televisión expone las fallas de una sociedad del futuro como un loop abominable. Un día cualquiera, delante de un misterioso personaje que agoniza en la habitación de un hospital fantasma, Calvino se encuentra con Rosy. Chico conoce chica. En el universo del fantástico Clase B de Cabeza de pescado irrumpe el melodrama, también Clase B. Así, los dos personajes tienen heridas: como es literal con el green, la película también lo es con la pobre Rosy, que en cada aparición muestra el rastro de un golpe diferente proporcionado por su marido, también ausente para el espectador. Las charlas amorosas de la pareja no tienen desperdicios, no necesariamente por los motivos correctos: entrelazados en la cama los dos, ella deja caer una lágrima por su mejilla mientras refiere una anécdota en la que, siendo una niña de pocos años de paseo con sus padres, los pierde de vista y se cree abandonada, no sabe si para siempre. El relato de Rosy termina con esta frase increíble: “por suerte al final me encontraron, llorando sola al lado de un enano de jardín”. El texto no parece un chiste (no hay el menor rasgo de parodia alguna en Cabeza de pescado y parte de su callada nobleza proviene incluso de su gravedad a veces bastante forzada) pero a la vez no puede ser del todo en serio. La película de de Massacceci es como uno de esos animalitos con los que trabaja Calvino. Su extraño ensamblaje puede hacer que por momentos parezca risible. Un zoom desaforado sobre el rostro demacrado de Stella viene a horadar toda posible virtud de la Clase B: aquí no se trata de filmar bien y rápido sino de dejar que florezcan las anomalías. Cabeza de pescado parece consustanciarse secretamente con su objeto al tiempo que enmascara su ambición en el horizonte de lectura del género.