Marginalidad con onda Caño Dorado (2010) impone desde su estética una nueva manera de concebir la marginalidad. Dirigida por Eduardo Pinto y protagonizada por Lautaro Delgado,el filme nos introduce en una violenta zona en el Delta del Tigre donde se desarrolla una historia cargada de crimen y erotismo. El relato nos trae a Lautaro Delgado en la piel de Panceta, un traficante de armas que realiza artesanalmente con caños y máquinas de tornería en Don Torcuato. Su vida llega a límites borders cuando se mete con la nieta de 16 años de un hombre respetado en el vecindario. Huyendo por el Delta deberá ocultarse de la policía y del tipo más peligroso de la zona. El film de Eduardo Pinto retrata la vida en el conurbano bonaerense pero, a diferencia de otros directores como Caetano, Trapero o Campusano, Pinto impone una estética suburbana. Una estética que destaca colores y contrastes en cada escena, articulados con un ritmo de edición arrollador, más semejante a Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002) que a producciones locales. Y esto sucede porque Caño Dorado es pura adrenalina. Nunca el cine sobre marginales tuvo tanta onda como en este filme, donde “lo marginal” no está visto como algo exótico con largos planos descriptivos y contemplativos, sino que se narra una historia dentro de ese universo, con componentes de tragedia, amor, traiciones y lealtades, los famosos códigos del barrio y su dialecto. Además la película se permite introducir un pequeño homenaje a Hitchcock con el dueño voyeur de un motel que se fascina con el erotismo de sus protagonistas. Por otra parte, Lautaro Delgado se destaca transformándose en este outsider, convirtiéndose en un antihéroe muy particular. Caño Dorado, que se presentó anteriormente en la Competencia Latinoamericana del Festival Internacional de Mar del Plata, impacta más desde lo visual que desde lo narrativo y con eso le alcanza para ser una propuesta interesante y procaz.
Ciudad sin Dios En la línea del realismo sucio y estilizado de ese cine latinoamericano tan elogiado en el exterior (léase Amores perros o Ciudad de Dios), Pinto continúa ciertas búsquedas narrativas, estéticas y temáticas presentadas en Palermo Hollywood. El resultado es un film en el que los regodeos con los "chiches" visuales (Pinto es un reconocido creador de videoclips) le ganan por goleada a la profundidad y creatividad de su historia. Entre vistosos planos-secuencia, cámara ultralenta, reencuadres, (des)enfoques, efectos de montaje y de sonido, propulsión de CGI, rebuscados encuadres, símbolismos religiosos y una omnipresente banda sonora con ritmos que van de la cumbia villera al indie-rock (Pity Alvarez, Karamelo Santo, Estelares, etc.) se narra la historia de un joven herrero (Lautaro Delgado) que vive con su madre (Tina Serrano) en una villa miseria y subsiste fabricando caños (escopetas) artesanales de un tiro. Entre punteros/mafiosos y policías, intenta sostener una historia de amor con una menor (Camila Cruz). Hay escenas de cierta intensidad y una indudable pericia técnica, pero el resultado final de esta película siempre previsible no es, por lo tanto, demasiado estimulante.
El director de Palermo Hollywood narra la historia de un herrero (Lautaro Delgado) que trafica armas de fabricación casera en zonas marginales de lo que se presume que es el conurbano bonaerense. La estilización de la marginalidad utilizando un batallón de recursos cinematográficos, desde ralentis, efectos varios y trucas de montaje convierte a la película en un espectáculo manierista donde claramente podemos observar el injustificado preciosismo que pretende darle el director a las imágenes. La historia de amor entre Delgado y la joven actriz Camila Cruz es quizás lo mas logrado del film que pretende abarcar varios terrenos, entre ellos la relación de padres e hijos, los padres ausentes, las mafias en las zonas marginales, la consecuencia del armamento en los sectores pobres pero que termina utilizando mal las formas, lo primero en importancia en este noble arte llamado cine.
Sobreviviendo Julito, alias "Panceta", trabaja en una metalúrgica de donde rescata los sobrantes de caños que luego, en la herrería montada en el fondo de la casa donde vive con su madre, convertirá en escopetas caseras mejor conocidas como "tumberas". Es difícil la vida en el conurbano, la zona pobre de Don Torcuato donde vive "Panceta" es un reflejo de otras donde las personas están abandonadas a la buena de Dios y la voluntad de los políticos que se dignen a darles algún plan a cambio de fidelidad proselitista. "Panceta" hace la diferencia vendiendo los "fierros" a conocidos del barrio, entre ellos a "Tomca", mafioso de poca monta que no tarda en convertirse en enemigo de Julito por culpa de una mujer, o mejor dicho, de una jovencita. El director Eduardo Pinto logra el equilibrio entre la imagen realista y una más artística, que es con la que consigue resaltar la sordidez en la que se mueven los personajes. Lo logra también gracias a la sólida interpretación de actores como Yiyo Ortiz y Lautaro Delgado, además de la siempre destacable Tina Serrano. Otro punto a favor en este filme es la decisión por centrarse en el drama de los personajes, y sus decisiones, sin caer en discursos sociales ni exaltaciones populacheras. Con buen manejo del tempo cinematográfico, acertada dirección de actores y economía de recursos, Pinto redondea un filme que mucho tiene de cine negro, especialmente por la suerte final de sus protagonistas.
Acción y pasión en los suburbios Eduardo Pinto, el autor de «Palermo Hollywood», viene probando gozosamente diversas emociones. Ya supo crear suspenso en una obra minimalista, «Dora la jugadora», y ternura en un documental rockero, «Buen día, día», sobre Miguel Abuelo. Ahora logra combinar el placer estético y los nervios de punta, con una historia de acción y pasión en los suburbios expuesta mediante particular aplicación de recursos cliperos a un ambiente de bajos fondos. Casi toda la acción transcurre en las márgenes del Gran Buenos Aires. Allí, un tornero de mal carácter se gana sus pesos extras como fabricante de armas tumberas. De ese modo mantiene a su madre, que lo cuida y lo acompaña en la veneración por el recuerdo de un padre ejemplar. Pero ambos deben cuidarse de cierta clientela tan necesaria como peligrosa. Una noche, la relación con los matones de la zona se ve agravada por un pequeño detalle, natural en dos personas jóvenes: nuestro protagonista se engancha de patas y manos con una provocativa menor de edad, parienta de esos matones y aún más peligrosa y manejadora que ellos. Para disfrutar del amor riesgoso, ambos se mandan mudar al Tigre. Pero en algún momento deberán volver, y el muchacho deberá resolver lo que tiene que resolver. Y como ésta no es una película de medias tintas, él vuelve y resuelve como corresponde, pero antes también se revuelve que da gusto con la chica. En cuanto a realismo, y aparte que los tiros suenan como tiros, la película cuida hasta los matices del habla de cada zona del conurbano que aparezca representada (exquisitez que pocos oídos sabrán apreciar). Pero al mismo tiempo estiliza ese realismo, lo hace paradójicamente irreal, de fábula sangrienta, o, si se quiere, de cuento moral sin moral autorizada. En ese sentido, los personajes son dignos de atención, y sus intérpretes le ponen debida garra, empezando por Lautaro Delgado, que aprovechó su rol protagónico, y la debutante Camila Cruz, que resultó mejor actriz del Festival Internacional de Cine Policial de Leige 2011, en Bélgica. Otro premio a destacar para la obra, el de la Federación Iberoamericana de Escuelas de Imagen y Sonido de América Latina en Mar del Plata 2010, por su calidad técnica y fuerza dramática. Eso sí, el espectador termina medio apabullado, porque el ritmo es nervioso hasta en las escenas líricas, y no hay nadie manso, salvo (y hasta por ahí nomás) la madre que hace Tina Serrano. Contribuye a los nervios la banda sonora con Pity Alvarez, Karamelo Santo, Estelares, y Fabián Picciano, del grupo Poncho. Producción, No Problem Cine.
La ley de la calle Una violenta y vertiginosa historia suburbana, con grandes actuaciones. Eduardo Pinto, director de Palermo Hollywood , trasladó su estilo vertiginoso, expresionista y violento al conurbano bonaerense y, también, al río: los ámbitos en donde transcurre Caño dorado . Contó, en este caso, con actuaciones de alto nivel, en especial la del dúctil y talentoso Lautaro Delgado, como Panceta, marginal que vive con su madre (Tina Serrano), trabaja de herrero y fabrica armas caseras para venderlas. Despojado de miradas morales y de maniqueísmos, el personaje se mueve en un ámbito ríspido, opresivo, acaso con la única redención posible de su vínculo con una chica joven (Camila Cruz, gran revelación) en medio de la naturaleza. Caño dorado -título que no remite a un cabaret sino a las escopetas que fabrica Panceta y a su deseo de pescar dorados- combina la eléctrica estilización de Pinto (propicia para el ambiente que describe) con un realismo sucio que remite, al menos en la construcción de personajes, al cine de Adrián Caetano. La trama, que no condesciende a la mera denuncia social, incluye acción, suspenso y un romanticismo intenso y rústico, como les cuadra a estos personajes. Delgado compone a un ser que sólo puede fugar(se) hacia adelante, cargado, siempre, de adrenalina. Con música de Pity Alvarez, Karamelo Santo y Estelares, Pinto se regodea -al estilo Ciudad de Dios , sí, pero también al estilo Palermo Hollywood - con frenéticos planos secuencia, extraños encuadres y reencuadres, deliberados desenfoques y bruscos cambios de ritmo, que incluyen la ralentización extrema. Entre calles sórdidas, peligrosas bailantas, y alusiones a la devoción por el Gauchito Gil, los personajes transitan -en realidad parecen atrapados- un mundo duro y excesivo. El modo que tiene Pinto de crear ficciones.
Un infierno muy poco encantador Eduardo Pinto hizo previamente "Palermo Hollywood", que filmó en esa zona de nuestra ciudad. Con "Caño dorado", cambió su escenario y se trasladó al conurbano bonaerense. Los lugares elegidos parecen imponerle a Eduardo Pinto una estética hecha de urgencias, de una poética hecha de amor y de dolor. El amor y el dolor coinciden en esta historia de jóvenes, de mayores que han ido elaborando para sus hijos un futuro que parece hecho de retazos del infierno. Porque acá son los adultos, los que empujan a los jóvenes a delinquir, a la corrupción, al consumo de drogas. PEQUEÑO ARSENAL Su emergente es el Panceta, un pibe que desde que murió su padre, mantiene a su madre. Trabaja en una fábrica y para ganarse algunos extras, en el taller de herrería del fondo de su casa, guarda y fábrica un pequeño arsenal de armas tumberas, que vende a los pibes del barrio, "para que aprendan a defenderse", dice el Panceta. Pero los "pesados" del barrio no opinan lo mismo y tienen al Panceta en la mira, porque temen que ese pibe de gorrita, que anda en bicicleta les quite clientes y les arruine el negocio. El Panceta parece inmune, o inocente a estos hechos. Aunque los conoce y sabe que es capaz de cualquier cosa para defender a su madre, pero el amor golpea a su puerta y lo hace de una manera imprevista, vertiginosa y esto le traerá impredecibles consecuencias. "Caño dorado" se mueve en la cuerda floja de lo legal e ilegal y expone una serie de sentimientos primarios, un misticismo pagano y una poética cruda y sucia, a la que Eduardo Pinto y sus actores supieron aportarle un muy meritorio compromiso interpretativo. ESTILO NARRATIVO Pinto parece inspirarse de la "suciedad" de sus escenarios, por eso su estilo narrativo es nervioso, intenso, impactante. Su cámara en mano le da vigor y espontaneidad a unas bien elaboradas escenas cortas, pero de gran potencia dramática. Lautaro Delgado carga sobre sus hombros un protagónico, al que le aporta una gran sabiduría actoral. El actor al que se vió en un admirable papel en "La vida es sueño", se deja llevar por la acción, el movimiento y su rostro es capaz de transmitir valor, amor y rebeldía con igual intensidad. Camila Cruz resulta una muy gratificante revelación y Tina Serrano y Luis Campos aportan su siempre admirado oficio. La fotografía y la música son otros aliados de este filme que refleja una Argentina que sólo parece mirar un presente de corrupción.
Decisiones equivocadas Julio, conocido como “Panceta”, trabaja en una metalúrgica en la que roba algunos caños para luego realizar armas “tumberas” (dos caños ensamblados que disparan cartuchos del 12, según él mismo menciona en una escena) en el taller de su casa, que pertenecía a su padre. Una noche, en la sociedad de fomento de ese barrio precario donde vive Julio, organizan una fiesta en la que el protagonista le vende armas a dos punteros de la zona. Uno de ellos, “Tacom”, está enamorado de la misma chica, la menor Clara, con la que “Panceta” se va al Delta el fin de semana a pescar. Ahí comenzarán los problemas. Caño dorado se maneja entre la estética del videoclip y el documental, pero al no definirse, nunca logra atrapar con su planteo: es como si se mezclara la estética de Palermo Hollywood con la excelente Vikingo de José Campusano. Un detalle son las actuaciones: los intérpretes semiprofesionales no encajan en el mismo registro que los profesionales (Tina Serrano está desaprovechada y Lautaro Delgado tiene algunos cambios de registro de actuación que no lo favorecen), y aunque Camila Cruz es muy bonita y tiene seguramente una carrera prometedora, no es creíble en el personaje. En este sentido hay que destacar lo que hace Yiyo Ortiz con su papel de “Tacom”, el más creíble junto a su compañero puntero. Otro problema de esta película es el guión: algunos diálogos, por ejemplo, no tienen sustento y quedan forzados. Una demostración de esto es la absurda escena en la que Clara y “Panceta” tienen sexo entre unos juncos del Delta, y después de ese momento terminan charlando sobre el lugar y cómo se creó. Pero esto no es todo, ya que la conversación derivará en otra cosa y la chica le preguntará al protagonista si trafica armas. Film en el que ninguna de las decisiones formales funciona, en Caño dorado hay además un inconveniente trabajo con la música en el que aparecen temas de bandas como Estelares, en una escena de sexo, o de Pity Alvarez, en un momento que la imagen queda sobreexplicada por la canción. Es en esos momentos donde se ahonda en esa estética de videoclip que para nada ayuda a esta película, y que termina por redondear un producto pobre y sin norte. (Esta crítica, con modificaciones, había sido publicada durante la pasada del film en el Festival de Mar del Plata)
"Del otro lado de la General Paz tambien es Argentina", decía Eduardo Pinto cuando presentó Caño Dorado a principios de este año en Pinamar. Estábamos en ese momento mos del otro lado de la gran autopista también, y en aquel momento se recibió bien a esta película de los suburbios oscuros de Don Torcuato. Registro duro sobre la marginalidad que se compensa con el luminoso paseo por los riachos del Tigre, donde Panceta va en busca de algo más que de la pesca del dorado. Con un padre ausente que le enseñó el oficio de herrero y una madre devota que bordea el arquetipo de la madre sufriente, Javier (Panceta) hace "caños" (armas) baratos que les vende a los pibes de la villa "para que se defiendan". En el medio, un desaforado traficante, vendedor de articulos robados se enfrenta por la demasiado joven nieta del buffetero de la Sociedad de Fomento. Vimos muchas películas parecidas a Caño Dorado, pero ninguna igual. En los barrios furiosos de Campusano, sin la naturalidad brutal de Vikingo o Vil Romance, Pinto tiene, al contrario, una mirada más esteticista, a su vez más externa y lejana, que muestra a su criatura en lucha por la supervivencia más que por buscar una salida. Forma tambien parte de esa mirada la música: "Ardimos" de Estelares, o "Un secreto" de Pity Alvarez-Intoxicados, o Karamelo Santo sosteniendo siempre la expresividad de las imágenes; tanto como el altar de El gauchito gil, la cumbia, o la fiesta para juntar dinero para un chiquito que perdió el ojo en un asalto. Los dos espacios del relato de Caño dorado son bien contrastantes: la cámara Silicon imaging 2K (la misma de Slumdog Millionaire) en el destacable trabajo de fotografía de Daniel Ortega logra una imagen por momentos hiperreal que no hace otra cosa que acentuar el formalismo sonoro-visual, con encuadres cuidados y angulaciones enrarecidas a su vez que acompañan el conflicto de su personaje. Bien por otro lado Lautaro Delgado en el papel protagónico. Pinto, conocido director de videoclips, había incursionado con cierto éxito de público pero no de crítica con Palermo Hollywood, cuenta con un film inédito Dora, la jugadora y está presentando por estos días en el MALBA y la película del Buen día, día el documental de Miguel Abuelo que ya había podido verse en BAFICI.
Historia realimentada de violencias en un áspero mundo marginal La marginalidad es un tema que siempre le ha preocupado al cine argentino. Producciones como “La tumbas” (1991) y “Crónica de un niño solo” (1964) son muestras de ese mundo para muchos alejado de la realidad. No obstante esta realización de Eduardo Pinto, en la doble condición de guionista y realizador, redobla el tema marginal desde la mirada del tercer milenio. El filme, cargado de violencia y realidad, narra aspectos de la vida de Panceta, un traficante de armas que escudándose en su herrería fabrica artesanalmente caños dorados, un arma “tumbera” de gran popularidad en el conurbano bonaerense. Tina Serrano compone el personaje de La madre de Panceta con soltura, viviéndolo de lleno en la piel de esa progenitora que no sabe en qué anda su hijo. La historia se va a retroalimentar de violencia cuando Panceta se escapa por el Delta con una adolescente de 16 años, nieta de un hombre respetado en el vecindario. Huyendo por riachos y ríos de la zona deberá esconderse de la policía y resguardarse del tumbero más peligroso de la región, quien lo busca para aplicar la justicia a Panceta, según los códigos propios de un mundo marginal. “Caño dorado” por momentos nos hace acordar a “Ciudad de Dios” (2002) por toda la carga de vejaciones y marginación que se va viendo. La música y el lenguaje lunfardo le dan credibilidad. En boca de los personajes se escuchan todo el tiempo los siguientes términos tumberos y lunfardos: gato, chabón, birra, faso, pedo, solo por citar algunos. Eduardo Pinto, que ya antes había dirigido “Palermo Hollywood” (2004) se va al otro extremo de la realidad y de la vida. La estética que predomina todo el tiempo es el ambiente pesado, con muy buenas actuaciones de todo el elenco que durante los 103 minutos de metraje no nos dejan respirar de la tensión que contagia. “Caño dorado” es una realización que durante todo su desarrollo bordea una realidad que no es ficción. Párrafo aparte para la fotografía, las escenas de violaciones y los desnudos. Lo que se ve ocurre a diario en el país, aunque muchos cierren los ojos.