En un mundo donde las desigualdades y carencias están a la hora del día, el encuentro entre un hombre y una familia que lo alberga, dispara un intenso relato sobre vínculos, plagado de tensión y dramatismo.
Una producción argentino brasileña, el primer largometraje de la directora a Carolina Markowicz, que también escribió el guión de este drama rural donde se cuela el absurdo, la hipocresía, la influencia de la iglesia, el imperio de lo tradicional y hasta un humor oscurísimo que desprende este drama. Con su poder de observación, nació a poca distancia de donde se desarrolla la acción, la directora delata que muchas cosas que dijeron el ex presidente Bolsonaro y sus funcionarios también fueron fuente de inspiración. Un entorno rural supuestamente tranquilo, muy humilde, donde sus pobladores son solidarios y necesitados. La protagonista (Maeve Jinkins) soporta sus días de carencia con el trabajo de fabricar carbón de leña, con un marido ausente, que oculta su aventura gay, un padre paralítico muy enfermo. A ese escenario, vía una enfermera, llega la gran oportunidad para esa familia. Solo tienen que deshacerse del anciano y alojar en su casa a un narco argentino que huye y ha fingido su muerte. En ese absurdo donde se sospecha que no son los únicos que tienen esos tratos, llegaran las flores del mal, más plata, sueños, deseos, y cada vez más oscuridad. Un descenso a los infiernos donde los poderes públicos y religiosos se ensucian y miran hacia otro lado. Buenos trabajos de Cesar Bordón, y el resto del elenco.
La ópera prima de la brasileña Carolina Markowicz (después de un interesante recorrido por festivales internacionales con sus cortometrajes) es una verdadera revelación y toda una sorpresa: un guion que aborda una temática difícil de consolidar en la pantalla, un punto de vista muy particular alejado de la clásica mirada femenina y un elenco que sostiene una tensión creciente, con un enorme trabajo de César Bordón. Unas cuantas razones, y otras propias que puede ir encontrando cada espectador, para acercarse al cine a ver el estreno de “CARBÓN”. Con el marco de las afueras de San Pablo, en la zona más rural y vulnerable de la región, una familia que se encuentra pasando por aprietos económicos decide aceptar una propuesta para ganar una suma de dinero que a simple vista parece un trato sencillo. La enfermera que visita al anciano que está postrado en la casa familiar, les propone usar esa habitación para hospedar a un narcotraficante argentino que ha simulado su muerte (Miguel, a cargo de César Bordón) y que por lo tanto, necesita un refugio clandestino donde sea imposible ubicarlo, ofreciendo a cambio una importante suma de dinero para que el ofrecimiento resulte atractivo. El arquetipo que trabaja Markowicz desde su propio guion haciendo eje en la figura de Miguel, permite, en principio, no solamente referirse a una marcada diferencia de clases y a los problemas sociales que padecen los sectores más empobrecidos, sino que al mismo tiempo instala en la figura del huésped agresivo y violento, el elemento que desequilibra la endeble estructura familiar imperante previo a su llegada y que impacta, de diferentes formas, en cada uno de los integrantes (es duro ver cómo afecta fundamentalmente la vida del hijo de esta familia, que se ve inmerso en situaciones sumamente complejas para su edad). Lo que en las primeras imágenes se puede presentar como un drama con tintes sociales y la visión realista de un grupo completamente fuera del sistema, va dando paso a una sátira con pinceladas de humor negro y virada al costado más políticamente incorrecto volviendo. Markowicz trabaja sobre el filo de la navaja la temática de aquellos límites morales (si es que los hubiera) que se corren bajo la típica premisa de que el fin justifica los medios. Con una fuerte inspiración en el cine de Kleber Mendonça Filho, en esta ópera prima la directora trabaja sobre la desolación y el desamparo de la sociedad actual, de los sectores más marginados e indefensos, que de una forma distópica trabajaba “Bacurau” y que, en este caso, elige tratar con un humor ácido y directo, sin dejar de lado el testimonio y la denuncia que subyacen bajo el relato. También, quizás sin proponérselo, dialoga con otros de los títulos del mismo director, “Aquarius”, cuando en una escena de “CARBÓN” el cura del pueblo cita un fragmento de la Bibilia donde menciona a “la madera infectada de termitas”. La cámara saber reflejar las tensiones que se van desenvolviendo entre los personajes, sobre todo la ambivalente relación que entabla Irene, la dueña de casa con Miguel, y con un marido que no sólo no la protege del “inquilino” sino que parece tener otros intereses, algunas pulsiones ocultas que no salen del todo a la luz. Una familia convencional, apegada a los mandatos y creencias religiosas, y fundada en la dignidad con la que viven –aún en su pobreza material-subvierte su escala de valores ante la aparición de una propuesta económica en donde, una vez más, el dinero parece oscurecerlo todo. Si bien el planteo de Marcowicz es sumamente interesante, mucho más lo es el modo en que va develando las capas de su relato y cómo va tomando posición en pequeños detalles y acciones que van desarrollando sus personajes. Para ello, cuenta con dos trabajos de excelencia que se potencian con una muy buena química en pantalla. Maeve Jinkings es Irene: una mujer abatida por la enfermedad de su padre, las presiones económicas, un matrimonio que parece llenarla de insatisfacción y que ve en Miguel la posibilidad de generar recursos económicos, aunque con la llegada comienzan a generarse otro tipo de tensiones entre ellos. César Bordón (que sigue sumando muy buenos trabajos en el cine como su protagónico en “El Tío” o sus participaciones en “Un crimen argentino”, “Relatos Salvajes” o “El silencio del cazador”) se apodera de su personaje y logra trabajar diferentes tonos, jugando con los idiomas (portugués y español), aprovechando a disparar algunas líneas en perfecto argento en los momentos más desbordados de Miguel, lo que le dan un toque sumamente particular. “CARBÓN” elige dejar de lado esa dualidad típica de buenos y malos, para abocarse a una tarea mucho más compleja, donde la ética recorre una delgada y borrosa línea. Y allí la directora pone su cámara al servicio de la reflexión, el cuestionamiento, la crítica y demanda esa toma activa de posición por parte de cada uno de los espectadores.
"Carbón", fábula farsesca sin anestesia Tras un comienzo que parece mostrar un cine realista de raigambre social, se revela una sátira cuyo humor permanece agazapado sin mostrar nunca sus dientes. Las primeras escenas de Carbón, ópera prima de la brasileña Carolina Markowicz que tuvo su lanzamiento mundial en los festivales de Toronto y San Sebastián, remiten inmediatamente al cine latinoamericano de raigambre social. Una familia empobrecida de un sector rural de Joanópolis, en el estado de San Pablo, intenta parar la olla con su horno de carbón y algunas changas. Irene (Maeve Jinkings) y su marido tienen un hijo de nueve años y en el minúsculo cuarto del pequeño también descansa el padre de la mujer, postrado luego de un ACV y absolutamente dependiente de un tubo de oxígeno. Las gallinas entran cada tanto en la construcción de madera y el hombre de la casa le dedica tanto tiempo al carbón como a la cachaza (y otras actividades que no conviene adelantar en estas líneas). Cuando ese tono realista, con un dejo de denuncia, ha calado en el espectador, el guion introduce un giro insospechado: Miguel, un narco de origen argentino (César Bordón) se ve obligado a simular su muerte y a guardarse durante una larga temporada. Al mismo tiempo, la pareja brasileña decide aceptar una jugosa propuesta económica y tener de invitado bajo su techo al “capo” en cuestión. Lo que sucede inmediatamente antes de eso es brutal y demuestra más temprano que tarde que Carbón echará a correr una vena ácida que no abandonará en ningún momento. De hecho, el film –heredero indirecto y lejano de la commedia all'italiana más oscura– bien podría considerarse como una sátira cuyo humor permanece agazapado sin mostrar nunca sus dientes. No es fácil para un hombre poderoso acostumbrado a los lujos dormir en un catre vencido y permanecer encerrado noche y día. Tan aburrido está que la única bolsita con cocaína que logró manotear antes del viaje le sirve para dibujar la silueta de animales en un pizarrón de mano antes de aspirarla. Menos sencilla aún es la dinámica entre el huésped y los anfitriones, cuyos conflictos personales de larga data se suman a los nuevos, provocados por el recién llegado. La realizadora se interesa por la interacción entre Miguel y el pequeño, que parece ser el único que logra comprender los dolores del invitado, y entre Miguel e Irene, quien mantiene con él un vínculo de atracción y rechazo, más allá de la simple operación económica que permite acumular esos tan necesarios reales. Coproducción brasileño-argentina, el idioma mayoritario es aquí el portugués, aunque a Bordón se le permite expresarse cada tanto en español, incluidas unas buenas puteadas en porteño. Carbón se extiende demasiado a lo largo de 108 minutos y no todas las líneas narrativas resultan pertinentes, pero es indudable que la realizadora desea plasmar en pantalla algo diferente a lo usual con una fiereza particular. A tal punto que, cuando los conflictos se suavizan y el cierre parece estar acercándose a una resolución salomónica, la historia vuelve a pegar un volantazo tan radical como violento. La fábula farsesca llega a su fin sin anestesia, con un sabor amargo que permanece largo rato en la boca.
A Irene (Maeve Jinkinsg) le ofrecen un trato, albergar y ocultar a Miguel (Cesar Bordon) un argentino narcotraficante de heroína y adicto a la misma. Para tal fin debe suplantar a su padre por este personaje, por lo cual lo incinera en uno de los hornos de carbón. La estructura del filme es casi un calco de “Testigo en Peligro” (1985), salvando las distancias y las diferencias. En principio la presentación, construcción y desarrollo de los personajes es muy endeble, lo cual hace efecto en las acciones de los mismos y en el relato propiamente dicho. La sumisión de la mujer que acepta la
Critica – CARBON: Una coproducción argento-brasilera sobre un secreto a voces Llega a las salas argentinas, la coproduccion argento-brasilera portagonizada por Cesar Bordon donde se busca visibilizar una problematica que afecta a la región y como impacta de sectores vulnerables de Brasil. "CARBON" se estrena el 23 de Febrero para contar la historia de una familia que resguarda a un extranjero, quien resulta ser el narcotraficante mas buscado. La satira y el drama hacen sinergia en una película que dirigida por Carolina Markowicz y narra las profundidades de la actualidad rural de Brasil. El jueves 23 de Febrero, se estrena la película “CARBON”, dirigida por Carolina Markowicz, en las salas de la Argentina y dentro del circuito de estrenos de CINE.AR. Es decir, su estreno va a estar coordinada con una presentación en las plataformas digitales del INCAA. El film busca poner sobre la mesa una problematica que afecta a los sectores rurales de Brasil, y en los sectores vulnerables de la región, como lo es el narcotrafico y la carencia de recursos. La historia se centra en una zona remota en el campo de São Paulo, donde una familia rural que vive junto a una fábrica de carbón acepta una propuesta para alojar a un extranjero misterioso. La casa pronto se convierte en un escondite, ya que el llamado huésped resulta ser un narcotraficante muy buscado. La madre, su marido y su hijo tendrán que aprender a compartir el mismo techo con este extraño, mientras mantienen las apariencias de una rutina campesina inalterada.
César Bordón en una comedia negra con crítica social La brasileña Carolina Markowicz desafía las etiquetas de género y ofrece una aguda crítica social a través del cruce de elementos típicos del drama, el thriller y la comedia negra. En su ópera prima, Carolina Markowicz, seleccionada con sus anteriores cortometrajes en Cannes, Locarno, SXSW y AFI, ofrece una satírica mirada social que expone la hipocresía y la manera para sobrellevar la vida, la muerte, la religión y hasta el matrimonio en el complejo contexto brasileño de los últimos años. La trama se desarrolla en una zona rural de San Pablo, Brasil, donde una familia humilde acepta alojar en su precaria vivienda a un narcotraficante argentino a cambio de dinero. La madre, el padre y el hijo tienen que aprender a convivir con el extraño y mantener las apariencias, lo que da lugar a situaciones tan delirantes como retorcidas. Carbón (Carvão / Charcoal, 2022), presentada en los Festivales de Toronto y San Sebastián y protagonizada por Maeve Jinkings, César Bordón, Romulo Braga, Camila Márdila, entre otros, un híbrido que se destaca por la astuta combinación de géneros y tonos, ofrece actuaciones sólidas y convincentes, logrando transmitir la complejidad de los personajes y su relación con el entorno, tanto social como espacial, mediante una narrativa disruptiva, pero también crítica. A través de una mirada sarcástica, que indaga en el interior de una sociedad afectada por una ola de violencia y fanatismo extremo que la lleva a justificar cualquier barbarie, se exponen una serie de situaciones límites (y absurdas) que funcionan como una metáfora acerca de cómo lo brutal se volvió habitual.
Rara representante de la poco explorada coproducción entre nuestro país y la -intramuros poderosa- industria del cine brasilero, es la realización de Carolina Markowicz la que devuelve también a nuestras pantallas a una cinematografía de gran calidad artística y meritoria historia, pero que en nuestro país se ve escasamente, más aún comparando el caudal de su producción. Por eso cualquier aparición en nuestras pantallas del cine rodado en Brasil merece celebrarse, más no sea para intuir sus contenidos y aunque los resultados no estén a la altura de la propuesta. Eso sucede, aunque solo en parte, con la historia de una familia rural que a duras penas atiende al abuelo enfermo hasta que recibe el ofrecimiento de alojar a un extranjero que resulta ser un prófugo. El solitario deberá convivir con la familia que se mantiene como puede con una rudimentaria fábrica de carbón y que intentará mantener valores de dignidad y tradición hasta que el criminal los confunda con su cotidiana -e incómoda para sí y para terceros- presencia. Y aquí es donde Carbón va del drama social hacia el humor negro y en ese cambio de horizonte discursivo confunde por momentos el tono de la película sin acertar en la variación de atmósfera que la trama plantea. Una delicada fotografía que explora la sordidez del ambiente y sólidas actuaciones -subyacen los protagónicos de Maeve Jinkings y César Bordón-, permiten que la crítica social tenga más relieve que la farsa teñida de negrura que envuelve por momentos los secretos que intentan mantenerse ocultos. El relato vuelve a cambiar de tono hacia un final inesperado y teñido de la violencia que late en esos marginales y postergados ambientes que el cine brasilero conoce y sabe mostrar con inteligencia desde los lejanos e inolvidables tiempos del Cinema Novo.