Estrenada originalmente como una miniserie de tres partes (330 minutos) en la televisión francesa, con su posterior paso por la pantalla grande en una versión resumida de 165 minutos, este nuevo trabajo del director Olivier Assayas ("L'heure d'été") construye un retrato del terrorista y mercenario Ilich Ramírez Sánchez, alias Carlos "El Chacal". Hablada en ocho idiomas y abarcando más de dos décadas (comienzos de los 70 a mediados de los 90), una decena de países y una infinidad de personajes, este docudrama épico (que podría incluirse en la misma categoría de otras recientes producciones como "Che" de Steven Soderbergh y "Mesrine" de Jean-François Richet) describe el ascenso y caída del arrogante revolucionario venezolano que luchó a favor de la liberación palestina y en contra del imperialismo, convirtiéndose en una figura importante del terrorismo de los años 70. Desde sus inicios en el Frente Popular para la Liberación Palestina, pasando por la formación de una red terrorista y su posterior etapa como mercenario, hasta su ocaso en la clandestinidad buscando asilo político, se realiza un análisis detallado de la vida de este carismático, mujeriego y egocéntrico líder terrorista. Entre los actos subversivos en los que estuvo involucrado, se destaca (en lo que representa el punto más alto de este relato y al que se le dedica gran parte del capítulo central) la toma de rehenes en la conferencia de la OPEP de 1976 en Austria, un suceso cargado de tensión que culminó con el secuestro en avión de los ministros de petróleo de diferentes países. Combinando realidad y ficción (el verdadero Ilich Ramírez Sánchez se encargó de descalificar muchos de los hechos dramatizados en esta miniserie), con una excelente recreación de la época y una cantidad de material de archivo que aporta autenticidad a los acontecimientos relatados, "Carlos" se convierte en un atrapante, minucioso y extenso estudio del líder revolucionario, acompañado por la actuación de Édgar Ramírez (Ganador del Premio César y el Globo de Oro), quien con un perfecto dominio de idiomas (alemán, francés, inglés, español, ruso) y una asombrosa transformación física consigue una impresionante y convincente interpretación de "El Chacal".
EL MITO DEL REVOLUCIONARIO-SUPERSTAR Dividida en tres partes, Carlos, la miniserie de Olivier Assayas sobre el terrorista Ilich Ramírez, alias “Carlos, el chacal”, pone en escena, en brillante scope, la construcción del mito del revolucionario-superstar, para luego retratar su reconversión en mercenario de lujo y, finalmente, la agonía de su estrellato, que termina con su encarcelamiento. Rodada como un vibrante y torrencial thriller político de corte transnacional —podría considerarse una precuela conceptual de Demonlover y Boarding Gate, ambas del propio Assayas—, la película se fortalece gracias a su habilidad para solapar las dimensiones humana y mítica de la acción, su capacidad para articular de forma simultánea un discurso con perspectiva (cargado de comentarios socio-políticos e históricos) y otro sin ella (un cine físico, directo, inmediato). De algún modo, podría decirse que Assayas consigue reunir al Paul Greengrass de la muy reivindicable Vuelo 93 / United 93, un ejemplo de verismo detallista y atmosférico, y al Marco Bellocchio de Buongiorno, notte, una radiografía social de ilimitadas resonancias políticas e históricas. Dos películas que, además, sitúan su núcleo dramático en el mismo escenario que Carlos: un secuestro, en este caso el de varios ministros de la OPEC, durante una reunión en Viena en 1975. En dicho tramo (que ocupa gran parte del segundo episodio), la película de Assayas no sólo disecciona con clarividencia el puzzle de asociaciones y traiciones políticas de mediados de los setenta, sobre todo en referencia a Oriente Medio, sino que también pone de manifiesto la mezcla de idealismo, pragmatismo, ingenuidad y egotismo del terrorismo de la época —“Soy un soldado, no un martir”, afirma Carlos, ilustrando una sinrazón intrigantemente menos terrorífica que la representada por los fanatismos de hoy en día—. Con sus glamorosos revolucionarios y sus femme fatales “danzando” por el mundo al ritmo de New Order y Wire, Assayas construye un apasionante mapa en movimiento de una época, sus mitos y su trastienda. MANUEL YÁÑEZ MURILLO Aclaración: En los cines argentinos se estrena la versión de 165 minutos, mientras que la presentada en el Festival de Cannes 2010 y emitida en TV, muestras y algunas salas comerciales tiene 330 minutos.
Mapa de un asesino Olivier Assayas ofrece a partir de Carlos (2010) una biopic sobre el terrorista en cuestión y el terrorismo de estado, narrada como si fuera una película épica del cine “old schoool” que deviene en un apasionante thriller político. El resultado: una obra maestra que no da respiro. Carlos fue concebida como una miniserie de 333 minutos para la televisión francesa, pero siguiendo una tendencia que se está imponiendo en la actualidad –Misterios de Lisboa (2010) de Raul Ruiz es otro ejemplo- se reeditó para poder ser estrenada en salas comerciales. La historia se centra durante un periodo de veinte años en los que el terrorista venezolano Ilich “El Chacal” Ramírez, un apasionado seguidor de la extrema izquierda y miembro de la Organización para la Liberación de Palestina, perpetró una serie de atentados y crímenes en diferentes partes del mundo, hechos que terminaron erigiéndolo como el extremista más buscado de su época. Desde lo narrativo, Assayas apela a una narración clásica de la crónica gánster -nacimiento, ascensión y caída - para edificar una épica moderna y contrarrestar un retrato geopolítico del terrorismo internacional con un viaje a la mente de un asesino y una desolada visión histórica que gira en torno a la utopía ideológica disipada por el color del dinero. Carlos es una road movie que abarca geográficamente el trayecto político mundial comprendido entre los años setenta y principios de los noventa, a través de una docena de países, un centenar de personajes y un manojo de idiomas. Edgar Ramírez, el actor venezolano que apareció como el antagonista de Matt Damon en El ultimátum de Bourne (The Ultimatum Bourne, 2007) es quien se mete en la piel del controversial terrorista que pasará años de su vida escondiendo su identidad, viajando de país en país, y preparando sus actividades coordinadas con todo tipo de organizaciones y estados en conflicto. La construcción del personaje es de una solvencia y convicción como muy pocas veces se puede ver en las biografías, donde habitualmente se cae en la burda copia o la imitación de lo real y así se evita la creación de un personaje con matices que obvien caer en el estereotipo. Carlos es una crónica crítica y objetiva de un pasado que colisionó en un presente ideológicamente vacío y carente de utopías. Una joya del cine contemporáneo destinada a convertirse en un clásico de todas las épocas.
Con el Aperitivo no es Suficiente En la jerga gastronómica, el aperitivo es una comida en sí misma. No se trata de un componente del almuerzo o la cena. O sea no es la entrada o primer plato, sino una combinación de pedazos de comida y bebida que sirven para abrir el apetito, para picar antes de la comida propiamente dicha. Generalmente esta provisto por varios fiambres que no terminan de llenar (no confundir con una picada) y una bebida alcohólica dulce, que deja embobado, pero aún así no provocan que el comensal se de vuelta. La versión de la gigantesca obra de Olivier Assayas, Carlos, que llega a los cines porteños esta semana, es meramente el aperitivo de una obra aun mayor. Partes de, seguramente una obra excepcional, meticulosamente planeada y ejecutada por uno de los enfants terribles de la cinematografía francesa. Inclasificable cineasta, Assayas puede ser motivo de estudio gracias a que tiene una obra vasta y versátil. Donde la accion puede devenir del espionaje industrial y de ahí pasar a un pequeño cuento familiar, intimista. Siempre con una visión estética definida y mucha cinefilia de por medio. Es que Assayas es un realizador que se mamó de Les Cahiers du Cinema hasta que lo echaron y luego se convirtió en uno de los directores más criticados por sus colegas, por sus técnicas poco acordes con el resto de la filmografía francesa. Para el cine de autor es demasiado comercial, para el cine comercial es demasiado independiente, demasiado artista Y Carlos, quizás su obra menos personal en lo forma es una representación del genio de un director que no da su brazo a torcer y mantiene intacta su firma cinematográfica, aún con un productor pensado para la televisión francesa. Sin embargo, como Assayas piensa en la pantalla rectangular, Carlos merecía verse en salas como la gente, y ante la negativa de los productores para que se lance completa o al menos en dos partes (como sucedió con El Che), Assayas mismo se encargó de recortarla exactamente por la mitad (de 330 minutos pasó a tener 165) para que se puede apreciar cinematográficamente. Sin embargo, más allá de que se puede llevar muy bien el ritmo y la historia, lo que termina haciendo Assayas es justificando la realización de la miniserie, reivindicando sus primeros propósitos: Carlos debe verse completa, 5 horas y media con el culo pegado a la butaca. Y pongo la firma: en ningún momento aburriría. Porque los 165 minutos se sienten y se hacen demasiado escuetos, cortos. Quedan muchos aspectos de Carlos afuera. Hay elipsis temporales, actitudes incomprensibles del personaje. El Señor de la Guerra La primera vez que lei acerca de Carlos fue en un revista Noticias en 1994, cuando lo atraparon y condenaron a cadena perpetua. Lo recuerdo nítidamente el artículo porque me pareció atrapante la historia de este hombre. Tres veces, se trató de llevar su vida al cine. La primera vez fue exitosa. El film se llamó El Día del Chacal (1973). Dirigida por el mítico Fred Zinneman basada en la novela de Frederick Forsyth, era un thriller que tomaba al personaje de Carlos, el hombre que para cometer sus atentados tomaba diversas personalidades, para ejecutar sus atentados, especialmente, un intento por asesinar a De Gaulle. Dicha obra sufrió dos mediocrísimas adaptaciones. La primera, El Chacal, con Bruce Willis y Richard Gere. Lamentable thriller sin emoción, predecible, repleta de lugares comunes. El segundo, un poco mejor, pero que salió directamente en video, Caza al Terrorista con Aidan Quinn y Ben Kinksley. Ambas de 1997. Sin embargo, todos se alejaban de lo que verdaderamente era Carlos. No se trataba solamente de un asesino despiadado, de un supuesto revolucionario marxista, de un mercenario. Lo que el film de Assayas captura es al hombre, al estratega, al negociador político. Se trata de un thriller político trepidante que reúne los mejores elementos de míticos films de espionaje y acción de la década del ’70 como los que hicieron John Frankenheimer, Alan Pakula, John Schlesinger, Ronald Neame, entre otros. Fue un periodo donde el mundo, como decía Shakespeare, era un gran escenario y servía de inspiración. La OLP, la KGB, el MOSSAD, la CIA, el FBI y la STASI se debatían el mundo en enfrentamientos clandestinos a la vistas de todos: atentados terroristas, ataques políticos, la lucha por el petróleo y la amenaza nuclear. Sí, nada cambio y Carlos es un oportuno reflejo de los ‘70s, pero tambien de ahora. En apenas 165 minutos Assayas logra resumir la tensión política que se vivía por entonces, y Carlos como personaje es un arma contradictoria de doble filo. ¿Se trata de un hombre convencido de la causa o de un guerrero que solo seguía sus propios intereses? ¿Acaso solo le importaba el dinero o detrás de esto había verdaderos deseos de ser un nuevo Che Guevara, pero sin necesidad de ser mártir? El personaje se nos va revelando lentamente. Sus miedos, su carácter, su inseguridad. Pero no se hace obvio nunca. Edgar Ramírez en el cuerpo de Carlos logra una de las más asombrosas interpretaciones de las últimas décadas. No solamente física (baja y sube de peso varias veces, su rostro se transforma a medida que pasan los años) sino más que nada emocional. Como mostrar las debilidades de un hombre que siempre debía ser fuerte y sólido para los demás. Ramirez lo logra con sutilezas. Assayas no emite juicio de valor, no lo trata como héroe ni tampoco lo villaniza. Le da un aspecto humano despreciable, pero aún así humano. En el suficiente trayecto para que el espectador logre empatizar con él y a la vez se sienta rechazado por los actos que comete. El director comienza esta versión en forma trepidante, contándonos como el ataque a un lider palestino lleva a Ilich Ramírez a ser el asesino más importante de la OLP. El climax llega cuando se infiltra en un congreso en Viena y secuestra a un gran número de ministros el 21 de diciembre de 1975. A pura cámara en mano, y perfecta elección de colores en la fotografía, el director mete al espectador en medio de los secuestrados y contagia la tensión y el miedo, al tiempo que se pone en la cabeza del protagonista, quien tiene que tomar decisiones que se contradicen a sus ideales, y a las de sus líderes. Durante una hora y media el film es vibrante, tiene dinámica, ritmo, energía. Tremenda. Pero después se va achicando. En la última hora, Assayas saca la picada y nos da de comer pedacitos de Carlos. El asesino más buscado deviene en notoriedad y el film cubre elipsis que justificarían la deplorable situación a la que llegaría en el momento es que es capturado. No se subvalora la inteligencia del espectador. Los baches que existen se pueden suponer, pero aún así se trata de una obra incompleta. Se espera, por supuesto, que el resto de los 165 minutos cubran algo más que los hechos propios, que Assayas muestra con solvencia narrativa, pero… Pero realmente terminamos conociendo más la historia, que ya fue bastante conocida, que al personaje. ¿Qué lo lleva a unirse en la OLP? ¿Cómo sobrevive? ¿El dinero viene solamente de las organizaciones terroristas? Assayas deja prácticamente de lado el tema de la identidad y la esquizofrenia del personaje. De hecho, no se camufla demasiadas veces a lo largo del film. Ramirez (actor), se transforma, pero si desde el guión no se justifican todas las acciones del personaje algo no funciona del todo. Entonces, toda la acción, el ritmo, la reconstrucción de los hechos, la meticulosa puesta en escena, donde se cuida cada peinado, cada vestuario, la música (excelente banda sonora), la escenografía y el modus de dialogar quedan relegadas cuando el personaje no termina por definirse. Más allá de esto, Assayas cumple con las expectativas: logra un film atractivo, extenso, entretenido, sensual, pero a la vez con una cuota de personalidad autoral que se denota en el armado de cada plano secuencia. No se filmaba así en los ‘70s, pero hay una fuerte influencia de movimiento Indie, que ayudan a llevar el ritmo. Por lo menos queda bien claro que la guerra es un negocio. Carlos es una gran producción que se pudo apreciar en Cannes, la televisión francesa y TV5 en nuestro país en forma completa. Los que la vieron no pararon de adularla. Fue filmada en casi todos los países donde se desarrolla la trama y me cuesta recordar un film donde se hablaran tantos idiomas para una misma trama: francés, inglés, español, sudanés, ruso, árabe, alemán, y nunca se producen confusiones o incoherencias. Cada actor pertenece al país que representa y esto ayuda a darle verosimilitud no hollywoodense a la película. Lástima que a veces, cuando se habla en español es tan cerrado que por momentos no se entiende… y no hay subtítulos obviamente. Si debo comparar esta película con alguna más contemporánea, el ejemplo más obvio es Munich de Steven Spielberg. Las historias de cruzan y los atentados se parecen. De hecho, durante mucho tiempo se pensó que Carlos estuvo involucrado dentro del secuestro al equipo olímpico israelí, pero no fue así. Si bien estructuralmente se conectan, Carlos debería haber sido el ejemplo cinematográfico de Spielberg y no a la inversa. Munich era un relato monótono que sucumbía por el alto nivel de sentimentalismo, solemnidad y grandilocuencia. Carlos, en cambio, carece de romanticismo cursi, de sentimentalismo, de obvia humanidad. Es una obra que no se detiene a sentir, sino que piensa, critica, da pie a la reflexión y discusión con un lenguaje directo, pero menos obvio. Es discreta, poco pretenciosa aunque parezca mentira e irónicamente, se camufla dentro de la cartelera. Lo repito, Assayas se ha superado a si mismo, demostrando una vez más en que consiste su rebeldía y versatilidad. Logra una obra monumental, que va a pasar por las salas con más penas que glorias, pero no porque el público no acompañe, sino porque el propio Assayas en su afán de llegar a más salas sucumbió: hizo su propio corte y nos deja a todos con la sensación de que el “aperitivo” es lo único que vamos a comer en la noche y/o al mediodía. Nos muestra el palito pero no nos da el dulce… Prometo ver la versión completa pronto y escribir un dossier de ello: por ahora lo único que este Carlos, (luchador contra el imperialismo, pero recortado para fines económicos) termina siendo un fragmento de metralla en la yugular: te deja con la vena abierta…
Enemigo público número uno Notable filme de Olivier Assayas sobre el terrorista “El Chacal”. Olivier Assayas asumió el encargo de hacer una miniserie para el Canal + francés acerca de Ilich Ramírez Sánchez, más conocido como “Carlos, el Chacal”, célebre terrorista y ejecutor de varios notorios atentados en los ’70 y ’80. Su contrato incluía entregar una versión para cine que es la que se estrena hoy aquí. Con una duración de 165 minutos -la mitad de los 330 que duraba la miniserie-, Carlos es una apasionante exploración de ese mundo, tan lejano y tan cercano a la vez, a partir de un hombre de acción, una mezcla de Che Guevara y James Bond, y sus cambios de joven idealista de armas tomar (a nombre del Frente Popular de Liberación de Palestina) a ser casi un mercenario a sueldo de diversos gobiernos de países árabes. Esa película de geopolítica contemporánea está disimulada dentro de un relato de acción y suspenso apasionantes, con un personaje por lo menos magnético como Carlos. Brazo armado de una revolución árabe marxista -muy distinta a la fundamentalista que llegaría después-, Carlos era una mezcla de galán latino, ejecutor nato, líder carismático y notable estratega que empezó a perder un poco el rumbo a partir de cierta fama conseguida y su transformación en una suerte de mito urbano. El más célebre de sus operativos –que ocupa casi la mitad del relato- es la toma de rehenes en la reunión de delegados de la OPEP, en Viena, 1975. Con un grupo comando asaltó esta reunión de ministros de países exportadores de petróleo con un falso objetivo, los subió a un avión y se vio enfrentado a la situación de un mundo árabe más complejo de lo que suponía. Si la película no llega a la excelencia de la miniserie es porque el relato de largo aliento de aquélla permitía entrelazar mejor las secuencias de acción y suspenso, con la vida personal de Carlos, pero sobretodo con la compleja estructura política en la que se hallaba inserto, trabajando para nombres que siguieron sonando por décadas, como Gadafi o Saddam Hussein. Permitía, también, por motivos del formato, diversos y sucesivos picos dramáticos. Pese a sus 160 minutos, ésta se siente como una versión clipeada, apurada y resumida de 25 años de historia. Lo cual no afecta su calidad como entretenimiento. De hecho, se podría decir que ahora es un relato de acción y suspenso, con unos pocos intervalos. Assayas conduce con mano maestra las escenas de acción, siempre pendiente de que el espectador entienda lo que pasa, porqué y cuáles son las fuerzas enfrentadas sin perder de vista el impacto o la tensión. Con un uso brillante de la música (prueba de que bandas como Wire, A Certain Ratio, New Order o The Feelies pueden ser propulsivos motores de escenas de acción, si bien son posteriores a muchos de los hechos) y una actuación magnética del venezolano Edgar Ramírez, Carlos es un filme que -como Munich , de Steven Spielberg-, hace que las palabras acción política cobren otro significado: el de género cinematográfico.
Vértigo y violencia Ateniéndose siempre a datos y testimonios de la realidad y apelando a un estilo que por momentos parece casi documental, Assayas logra una película que impresiona por su homogeneidad. No han transcurrido ni diez minutos de película y el relato ya ha pasado de París a Beirut y de Beirut a Londres y de un atentado con bomba a otro a punta de pistola. Corre el año 1973 y ese vértigo y esa violencia son el clima de época que tan bien –con tanta precisión, con tanto nervio, con tanto vuelo cinematográfico– registra Carlos, la estupenda realización del director francés Olivier Assayas dedicada a una de las figuras más enigmáticas, controvertidas e inasibles del terrorismo internacional de aquel momento. El “Carlos” del título es el venezolano Ilich Ramírez Sánchez, que si no fuera porque existió y existe en la realidad (actualmente cumple cadena perpetua en Francia, ver aparte) se diría que es un personaje de ficción, la creación de un guionista afiebrado, una criatura puramente cinematográfica. Su irrupción en la escena de comienzos de los ’70 marca un punto de inflexión en la violencia política de aquel momento, que no era poca y que a partir de entonces se exacerba, al menos para los parámetros europeos, acostumbrados a ver de lejos los conflictos del Tercer Mundo, hasta que ese campo de batalla en los márgenes se desplaza hacia su centro. “Para mí las manifestaciones no sirven para nada, esto es una guerra y las guerras no se ganan desfilando”, le dice Ilich a su novia chilena cuando ella le recrimina que no ha ido a marchar contra el golpe militar de Pinochet. “Ya no es tiempo de palabras, es tiempo de pasar a la acción”, concluye. Y no podría ser más literal. Autoconvocado como soldado del Frente Popular para la Liberación de Palestina, demuestra primero su compromiso con la causa intentando primero asesinar a un alto representante del sionismo en su propia mansión y luego arrojando una bomba en un banco de origen israelí, ambos atentados en Londres, donde por entonces vivía este hijo de un abogado marxista, capaz de hablar varios idiomas y de moverse por el mundo como si fuera apenas su casa. Su traslado a París profundizará aún más su compromiso con el FPLP (enemigo de la OLP de Yasser Arafat, a quien consideraban un traidor) y radicalizará aún más sus acciones. Para entonces, su nom de guerre ya se ha hecho famoso en todo el mundo: Carlos. Es notable la manera en que Assayas y su tremendo actor Edgar Ramírez –un venezolano de quien hasta ahora no se tenían casi noticias y que tiene un papel muy menor en el Che de Steven Soderbergh– retratan la figura de Carlos. Ateniéndose siempre a datos y testimonios de la realidad y apelando a un estilo que por momentos parece casi documental, ambos logran hacer de Carlos una suerte de rock star de la guerrilla urbana. No por nada el personaje confiesa en sus comienzos que aspira a la “gloria”, como si hablara de su consagración arriba de un escenario. Y si hay algo que sabe Carlos es que él no nació para figura secundaria: lo suyo es el centro de la escena, la tapa de los diarios. Y no tarda en conseguirlo, como cuando después de liquidar de un solo golpe a tres agentes de la policía política francesa, al día siguiente el legendario matutino Libération titula: “Match: Carlos 3, DTS 0”. Basándose también en su rosario de conquistas amorosas, el film de Assayas aporta una lectura erótica del personaje, en principio enamorado solamente de sí mismo, como lo prueba la satisfacción con que se admira a sí mismo, a su apolíneo cuerpo desnudo, después de haber cometido un atentado. En Carlos no hay ninguna comparación fácil entre las pulsiones sexuales de Carlos y la seducción fálica de las armas, pero aun así su sexualidad, su genitalidad incluso, está muy presente en el film, tanto en el apogeo de sus inicios como en sus días finales, cuando ya está gordo y fuera de forma y en un remoto dispensario de Sudán, último refugio de quien ha terminado convirtiéndose en un paria internacional, esos testículos de los que siempre se sintió tan orgulloso son examinados sin piedad por un médico que sólo le causa dolor cuando le diagnostica varicocele. En un film que abarca más de dos décadas en la vida del personaje y cuyas casi tres horas de duración pasan como un rayo –al ritmo de la música de los grupos New Order y Wire– es difícil señalar una escena en particular o una actuación secundaria (el casting, que reúne actores de cuatro continentes, es impecable). La tremenda homogeneidad del conjunto es lo que impresiona.
El director francés Olivier Assayas ( Irma Vep, Clean, Boarding Gate) vuelve a los cines locales con uno de los trabajos más apasionantes y ambiciosos de su carrera. Carlos es una historia épica que gira en torno a la vida de uno de los más peligrosos terroristas y criminales del siglo 20 como fue el venezolano Ilich Ramírez Sánchez, más conocido como Carlos, el Chacal. Un delincuente que durante décadas fue buscado por la policía internacional y cobró notoriedad en los años ´70 por la atención que generó entre las organizaciones fundamentalistas de extrema izquierda. Este interesante trabajo de Assayas es una larga historia de cinco horas y media que en Francia se exhibió en la televisión a modo de miniserie. En resto del mundo se hicieron varios cortes para cines con distintas duraciones (ver Dato Loco) y la versión que llega a Argentina dura dos horas y 45 minutos, que es la versión que se estrenó en la mayoría de los países. La visión de Assayas sobre Carlos poco tiene que ver con el enfoque romántico e idealista que presentó Steven Soderbergh sobre el Che Guevara, especialmente en la primera entrega titulada El Argentino. En Carlos, desde las primeras escenas al espectador le queda claro que el Chacal es un psicópata ultra violento cuyas ideas políticas están totalmente regidas por el odio y la violencia. Me pareció genial que la película dejara en claro esto de entrada. Especialmente en estos tiempos donde trasnochados como el presidente de Venezuela, Hugo Chavez y organizaciones árabes, integradas por psicópatas fundamentalistas, que distorsionan el Corán y expresan sus ideas políticas a través de la violencia y la muerte, abogan por la libertad de este asesino al que reivindican como “un verdadero revolucionario”. Carlos no era un revolucionario, sino un criminal mercenario y ególatra que se movía por el dinero. La única causa a la que siempre sirvió el Chacal fue a la de su propio bolsillo, motivo por el cual se desvincularon de él, muchos grupos terroristas de los años ´70, ya que ni siquiera ellos le tenían confianza. Lo utilizaban como un títere cuando lo necesitaban y después lo descartaban cuando era necesario. Este tema está muy bien trabajado y la película más allá de esta historia en particular sobresale por el excelente retrato que hace el director de la sangrienta década del ´70. En ese sentido es una obra que está a la par de Munich, de Steven Spielberg. Creo que ambos filmes son una excelente herramienta para entender el origen del terrorismo moderno. Assayas describe con mucho detalle cómo operaban y pensaban los grupos terroristas de ese momento y acompaña su narración con material de archivo que insertó muy bien en el film. Desde lo cinematográfico lo mejor de Carlos es que la trama se cuenta desde el género del thriller. Aunque ya conozcas la historia el film te mantiene hipnotizado en la pantalla, especialmente por la soberbia actuación de Édgard Rámirez (El ultimátum Bourne), quien se roba cada escena en la que aparece. Me parece que Carlos va a repercutir en la carrera de este actor de la misma manera que Chopper lo hizo con Eric Bana en su momento. Hay un antes y un después en su filmografía a partir de este film y no va a ser raro verlo más seguido en roles protagónicos dentro de producciones importantes. El único inconveniente que tiene esta versión para cines que se estrena en Argentina es que cuando la trama llega a 1979 se produce un corte abrupto y la historia sigue directamente en la década del ´90. En este caso quedaron a fuera todos los hechos relacionados con los años ´80 donde el Chacal tuvo una hija y organizó varios atentados. Es como que la trama se aceleró para concentrarse en el último acto que tiene que ver con la caída del criminal. De todas maneras es muy importante destacar que el film no pierde coherencia en su narración y los hechos más importantes están en la historia. La verdad que por como está realizada esta película no hubiera tenido problemas en ver la versión completa, ya que la historia es apasionante. Para quienes les interesan estos temas es una gran recomendación. Carlos es uno de los estrenos más importantes de este 2011. EL DATO LOCO: -La versión original de cinco horas y media se exhibió en el Festival de Cannes el año pasado. La versión para cines de 165 minutos es la que llegó a la mayoría de los países, pero también hubo otras variaciones. Por ejemplo, en Alemania el corte para cines es de 185 minutos y en Estados Unidos decidieron dividirla en dos películas de 140 minutos, aunque en algunas ciudades como Chicago también exhibieron la versión completa de 330 minutos. -El apodo de “Chacal” se lo puso a Carlos la prensa inglesa y luego se hizo popular en el resto del mundo. Lo llamaron de esa manera en los diarios ya que cuando cayó el terrorista entre sus pertenencias tenía la novela de Frederick Forsyth, “El día del Chacal”. En la película de Olivier Assayas nadie llama de esa manera al protagonista. -En las novelas originales del espía Jason Bourne, de Robert Ludlum, Carlos formó parte de la trama, aunque en las películas con Matt Damon no lo incluyeron. Tom Clancy también lo utilizó en “Operación Raimbow” donde el venezolano producía un atentado en España. -El cine lo tuvo como referencia en Mentiras verdaderas, de James Cameron, donde Bill Paxton era un criminal acusado de ser Ramírez. En El día del Chacal, con Bruce Willis y Richard Gere también se lo mencionaba en la historia. La película que se centró más en el terrorista fue The Assignment (1997), con Ben Kingsley y Donald Sutherland, que trataba sobre el plan de la CIA para capturar a Carlos, interpretado por Aidan Quinn (Leyendas de pasión). -El verdadero Carlos quedó indignado con la película de Olivier Assayas e intentó detener por medio de sus abogados el estreno del film, ya que entiende que la manera en que se lo retrata puede complicarlo en juicios que tiene pendiente por distintos atentados en Francia cometidos entre 1982 y 1983, donde murieron 11 personas. Estos hechos no se ven en la versión que llegó a los cines argentinos. Una de las cosas que más le molestó a Ramírez, que llegó a leer el guión del film, es la manera en que se interpretó a sus compañeros en la toma de rehenes de 1975 en Viena, donde se ve a los terroristas nerviosos y violentos amenazando a la gente. Según Carlos, las cosas no sucedieron así y sus compañeros eran “comandos profesionales”.
Una biopic explosiva Pese a que Carlos, nuevo opus del interesante Olivier Assayas, es una versión reducida de 165 minutos recortados a una miniserie que cuenta con casi seis horas de metraje, la esencia de esta fascinante biopic sobre uno de los terroristas más buscados durante la década de los 70 y 80 permanece intacta. No son pocas las virtudes de un film que de antemano se declara como ficción pero que reúne una batería de datos históricos reales, presentados con el mismo rigor empleado en una minuciosa descripción del contexto político comprendido entre la guerra fría y el nuevo escenario mundial a partir de la caída del muro de Berlín. Ese proceso de desintegración (ciertas voces proclamaban para entonces el fin de las ideologías) que concluye en los noventa con la unificación de las dos Alemanias es el marco ideal para mostrar las transformaciones del terrorismo como herramienta anti sistema que al tomar contacto con ideas fundamentalistas se fue transformando en otra cosa y aún hoy muta en diferentes direcciones, donde está claro el alejamiento de doctrinas en reemplazo de intereses financieros de numerosos grupos sin patria ni banderas. La polémica figura de este terrorista interpretado brillantemente por el venezolano Edgar Ramírez, más conocido internacionalmente como El Chacal (llevado al cine en más de una oportunidad), se va construyendo desde un guión meticuloso de Olivier Assayas y Dan Franck con el claro objetivo de explorar varias aristas del personaje: su pensamiento estratégico y no tanto político; su natural cualidad de líder; su temperamento y sangre fría para llevar hasta las últimas consecuencias operaciones de alto riesgo; su debilidad por las mujeres y sus contradicciones humanas, que muchas veces lo llevaron a tomar decisiones equivocadas. Estructurado en un orden cronológico ascendente, que comienza a principios de los setenta para terminar a mediados de los noventa, el relato incorpora una amplia galería de personajes que surgen relacionados directamente con la dinámica narrativa y que pueden dividirse de acuerdo a su nivel de jerarquía y peso dentro de una trama de la que derivan varias subtramas. Estas responden a reuniones, negociaciones y operaciones terroristas, donde el trasfondo político juega un rol primordial. En ese complejo entramado se juegan varias cartas: las diferencias ideológicas entre dogmatismos y pragmatismos; las disputas de poder dentro de las propias organizaciones terroristas y las estrechas conexiones entre el terrorismo y el estado como su activo financista. Sin embargo, el punto a resaltar de este atrapante thriller político es el contexto histórico en el que se desarrollan los acontecimientos que definen con exactitud el convulsionado orden mundial en una época donde el poder de los países árabes era mucho mayor al de ahora a pesar de que los conflictos en Medio Oriente continúen por la misma senda. En ese teatro de operaciones, Carlos se involucra activamente con la causa Palestina agrupándose en diferentes células terroristas que tienen como principal enemigo a los israelíes, al sionismo y a los países árabes aliados de Estados Unidos. Su intensa y comprometida lucha se extiende a lo largo del film por diversas geografías donde la amenaza de captura crece y los apoyos de diferentes grupos de poder comienzan a mermar. Bajo esta premisa que se despoja de toda mirada romántica o inquisidora sobre su personaje, el realizador francés maneja a la perfección el pulso narrativo aportando un dinamismo inusual a una película atractiva, que sortea con inteligencia las convenciones habituales de toda biopic y logra un estilo muy personal, tanto desde el punto de vista del relato ficcional como cinematográfico.
Un vertiginoso retrato de dos décadas en la vida del terrorista venezolano Ilich Ramírez Concebida en principio como miniserie televisiva (tres episodios de 330 minutos en total), Carlos alcanza su estreno local en una versión más reducida (algo menos de tres horas) que contó con el aval de su director, el francés Olivier Assayas. Se trata de un potente y vertiginoso retrato de dos décadas (1974-1994) en la vida del célebre terrorista venezolano Ilich Ramírez, más conocido en los medios como Carlos, El Chacal. El talentoso realizador de Irma Vep , Clean y Las horas del verano reconstruye las múltiples, contradictorias facetas de Carlos. Por un lado, su asociación -siempre en nombre de la revolución y de los oprimidos- con grupos vinculados a las peores dictaduras de Medio Oriente o su sangre fría para concretar atentados en lugares públicos con víctimas inocentes; y, por otro, su audacia, su valentía, su inteligencia, su carisma o su poder de seducción. En ciertos pasajes, el Carlos que interpreta con enorme magnetismo y convicción el también venezolano Edgar Ramírez (gran descubrimiento de Assayas, quien lo ha convertido en una figura de alcance internacional) se asemeja a una estrella de rock, una arrasadora máquina sexual y héroe de acción. Quienes crean que, por su origen televisivo, Carlos puede encontrar ciertas limitaciones narrativas, hay que aclarar que fue construida a puro pulso cinematográfico, aprovechando todas las posibilidades visuales de la pantalla ancha (scope) y con un uso de la banda sonora (Wire, New Order) que remite a los primeros films de Martin Scorsese en su forma de describir la atmósfera y la adrenalina de la época. Héroe o villano, mito revolucionario o despiadado mercenario (Assayas no lo glorifica, pero tampoco se empeña en condenarlo de manera explícita), Carlos resulta un personaje que, desde lo cinematográfico, resulta fascinante por su imponencia física, su tensión erótica, mientras que la película en sí propone una mirada cautivante y alucinatoria sobre la generación del 68, con su carga de idealismo e ingenuidad, pero también de traiciones cruzadas (a partir de los múltiples tentáculos de la extrema izquierda vinculada al terrorismo internacional) que terminaron enterrando tantos genuinos y bienintencionados sueños de cambio.
Carlos: vida de un terrorista atípico Qué fácil era antes. El 21 de diciembre de 1975, a la conferencia mundial de la Organización de Países Exportadores de Petróleo en Viena, llegaron directamente en tranvía siete sujetos de armas tomar. Así nomás, en tranvía. Con armas. Entraron como si tal cosa hasta la sencilla sala de reuniones donde estaban los ministros de los diversos países miembros. E hicieron desastre. La policía era muy poca, incluso la especializada que vino después. No es que estemos viendo una producción pobre, que simplifica la escenografía y la cantidad de extras por una simple cuestión económica. Es que ocurrió así, antes todo era más sencillo. También parecían sencillas las opciones, y para algunos todavía lo son. De un lado, los cerdos burgueses y los pequeñoburgueses. Del otro, los revolucionarios decididos a «la lucha armada». La película observa las falacias de todo esto. Y lo hace a través de un personaje emblemático: Illich Ramírez Sánchez, alias Carlos El Chacal, playboy venezolano que definía a las armas como una extensión de su cuerpo y coqueteaba con psicópatas e intrigantes de los servicios árabes y palestinos, magnificado por la prensa occidental que le atribuyó más atentados de los que realmente hizo (encima varios de los que hizo le salieron mal, pero él siguió cultivando su imagen). La obra lo sigue desde sus primeras andanzas hasta que sus protectores le soltaron la mano. Mujeres, pasaportes, viajes, campos de entrenamiento, charlas con tipos poco confiables en oficinas escondidas, atentados, asesinatos de pobres incautos, movimiento de dinero, el episodio de Viena, fugas, escondites, negociaciones, dolce far niente y el paso del tiempo, que cambia las pautas de la gran política y la valoración de los «combatientes del pueblo». Todo eso está en la película, expuesto con nervio y agilidad, aunque, lógicamente, algún público puede marearse con los sucesivos datos que les ofrece. Debería agradecer que está viendo la versión corta, de «apenas» de 165 minutos. La versión larga es de 330, pero ambas fueron hechas por el mismo director, Olivier Assayas, y francamente la corta es mejor, sobre todo en su último tercio. Destacable, la buena actuación del también venezolano Edgar Ramírez, tanto en las escenas de juventud como en las de «retiro», donde debe aparecer abotagado por el poco «ejercicio». Y para recordar, en 1997 el auténtico Carlos fue condenado a cadena perpetua por el asesinato de tres personas en 1975, sentencia que hoy cumple en una prisión de Francia, donde las cadenas perpetuas se cumplen a perpetuidad. Qué fácil tendría que ser eso acá también.
VideoComentario (ver link).
Revolution Rock. El terrorista más buscado en los años setenta y ochenta llega al cine dieciséis años después de su detención por los servicios secretos franceses en Sudán. Carlos es el símbolo de una época bisagra. El personaje, tal como lo muestra Assayas, es una marioneta animada por las turbulencias de su tiempo, un mercenario barrido por la voluntad del viento geopolítico entre Francia, Alemania, Hungría, Libia, Argelia, Irak y Yemen, que deja de existir luego de la caída del muro de Berlín. En la tensa primera hora de película, Carlos está filmado como una estrella de rock, con bellas groupies y grandes fusiles. El director juega con la extraña relación entre el terrorismo revolucionario y el rock, entre el narcisismo del enemigo público número uno y el de la estrella que viene a pervertir a las chicas de familia. Édgar Ramírez se presta al juego de manera prodigiosa. Su físico cambiante y su sonrisa infantil que pueden dar paso a una frialdad aterradora, subyugan tanto a sus socios en la pantalla como al espectador hipnotizado en la butaca. El relato comienza cuando el joven militante ya hizo sus primeras armas en las filas palestinas, durante la expulsión de la OLP de Jordania. Carlos se presenta armado, asumiendo que debe matar, quitándose los escrúpulos pequeño-burgueses con los que los partidarios de la guerra revolucionaria acusaban a los reformistas. Estas primeras secuencias conducen rápidamente a la sección central de la película: la toma como rehenes de los ministros de la OPEP en Viena, en 1975. Los hechos se describen con una agudeza histórica y política de precisión quirúrgica, desde la génesis del operativo, pasando por cada detalle de su salvaje ejecución, hasta el asesinato de un delegado libio que priva al grupo que dirige Carlos del apoyo oficial. Assayas se toma el tiempo necesario para mostrar la violencia y la vanidad de cada acción. La operación es un semi fracaso y representa el punto de quiebre en la trayectoria del protagonista. Carlos todavía seduce en el final de la película, pero el espectáculo de su seducción se vuelve vacío. El itinerario de un hombre cuyas convicciones revolucionarias son indeterminadas y fluctuantes conforma el flujo principal que atraviesa toda la película. En el hueco de este retrato se dibuja el fracaso de las ideologías revolucionarias para revertir el imperialismo capitalista. Desde el momento en que aceptan en su propio seno la idea de la corrupción por el dinero, las organizaciones comienzan a ser manejadas por los poderes políticos y devienen simples mercenarios a sueldo del enemigo al que pretendían combatir. El segmento consagrado a la toma de rehenes es ejemplar en este sentido, porque la supuesta lucha para la liberación de Palestina encubre una operación mercantil para hacer subir el precio del petróleo. La película describe los últimos sobresaltos revolucionarios a través de la figura de Carlos, un héroe pragmático y sanguinario, cuyos objetivos individuales y orgullo personal están por encima del furioso idealismo. Género y vanguardia. Olivier Assayas forma parte de la segunda generación de directores franceses provenientes de la crítica de Cahiers du Cinema. Luego del éxito de sus primeras películas de autor, el director arriesga un giro sorprendente con Demonlover, una extraña historia de espionaje industrial en el universo inestable de las multinacionales. Con Boarding Gate, el director francés sube la apuesta y ataca de manera franca temas muy modernos e internacionales en los que la noción misma de frontera parece borrosa y evanescente. Carlos cierra este círculo bajo la forma de una película de género, mezcla de biopic y film de espionaje. Assayas se apodera de Carlos como un personaje familiar, no muy alejado de la traficante que navegaba entre París y Hong Kong en Boarding Gate. Carlos se desliza entre naciones, lenguas y mujeres, forjando su destino. Desde este punto de vista, Carlos es el personaje más logrado de la vena contemporánea e internacional del cine de Assayas, una suerte de resumen vivo de su inquebrantable deseo de movimiento. Assayas es un cineasta del ritmo. En Carlos, el tiempo se precipita, un plano puede presentar a un personaje y ponerlo al mismo tiempo en acción con una eficaz economía de medios. La película oscila entre vibrantes aceleraciones y momentos de calma, cadencia calcada sobre Édgar Ramírez, un metrónomo cuya fuerza de persuasión permite que la película encuentre su equilibrio. La gran fluidez del desarrollo narrativo se apoya en un gesto artístico soberano: la utilización de verdaderas imágenes de archivo que se substituyen de a poco por simulacros de imágenes de actualidad de la época, creando ficción como refugio para las sombras de la Historia. Varias películas de Assayas describen flujos de personajes, dinero, información y lenguas. El recorrido de Carlos encuentra un punto de anclaje para esta temática en el tejido mismo de su puesta en escena, en los planos secuencia y sobre todo en la utilización ejemplar de los raccords en el plano. El tránsito de los protagonistas, de los extras y de los objetos producen a cada momento el efecto motriz de la acción y traducen el sentimiento urgente de un relato donde las fronteras son móviles, donde las alianzas se hacen y se deshacen y donde el margen de maniobra puede reducirse al extremo con un guiño de ojo. La mini serie. Así como Carlos no se conforma con un sólo pasaporte ni un único rostro, la película de Assayas también tiene dos versiones. La que se estrena en los cines es una versión reducida de la extraordinaria miniserie de tres capítulos que se presentó en Cannes el año pasado y que se emite este mes por TV5. Se trata de un corte realizado por el mismo director para ajustar la película a los cánones de exhibición de las salas de cine. Contra todos los prejuicios, la versión recortada no es más débil que la otra. Algunos acontecimientos se conectan de manera inmediata con elipsis abiertas, pero la acción se concentra al eludir explicaciones. El recorrido del idealismo al renunciamiento es la columna vertebral trágica de la mini serie. La película suprime varios detalles novelescos y el personaje es un poco más mecánico en sus motivaciones. Assayas es consciente de haber rozado la perfección con el segmento central de la toma de rehenes y por eso lo conserva en su integralidad para la película. La versión larga cubre momentos de la infancia de Carlos que se pierden con el nuevo montaje del primer episodio, pero la película gana al estrecharse aún más la historia alrededor de la figura protagónica. No ocurre lo mismo con las elipsis causadas por los cortes en el último episodio, que dejan de lado la interesante pintura de los compromisos entre Carlos, sus amigos de las células revolucionarias alemanas y los servicios secretos del bloque del Este. La mini serie expresa la medida geopolítica de la actividad de Carlos a través de camaradería con Johannes Weinrich, un intelectual convertido en terrorista. Por su parte, la vida en común con Magdalena Kopp, que en la película queda reducida a la mínima expresión, ofrece una última pincelada al retrato de un machista ordinario. Quizá porque la versión que se estrena es la destinada a viajar por el mundo, también desaparecen los atentados cometidos en Francia que detalla la mini serie. De todas maneras, la película original es lo bastante vigorosa y excepcional como para soportar todos estos cortes. Al fin y al cabo, las principales virtudes permanecen inalterables. Las dos versiones son vertiginosas en su despliegue, enérgicas en su puesta en escena y libres en el tratamiento de la Historia.
Retrato de un hombre de acción ¿Terrorista o revolucionario? ¿Mercenario o idealista? Esas preguntas surgen cada vez que se menciona el nombre de Carlos (nacido Illich Ramírez Sánchez), el famoso guerrillero venezolano, a quien se le atribuyeron decenas de atentados en las décadas de 1970 y 1980. Por fortuna, Carlos, la película de Olivier Assayas producida originalmente como una miniserie televisiva de cinco horas, no trata de despejar las incógnitas. Muestra a un hombre de acción en acción. La única ideología explícita es la que sale de la boca de los personajes. Carlos, interpretado soberbiamente por Edgar Ramírez, también venezolano, es el foco obsesivo de esta biografía no autorizada que se presenta a sí misma como una ficción, aunque esté sostenida por una minuciosa investigación periodística y atravesada por un espíritu documental, manifiesto en las imágenes de noticieros y portadas de diarios que aparecen de forma intermitente durante la narración. La película recorta 20 años de la vida de Carlos, desde su supuesto primer atentado, fallido, contra el dueños de las tiendas Marks & Spencer, en Londres, a fines de 1973, hasta que lo detienen en África los servicios secretos franceses, en 1994. No es fácil renunciar a todo juicio moral, menos cuando se muestra la conducta de un hombre dispuesto a matar por lo que él considera una causa justa, en este caso la liberación palestina. Olivier Assayas lo consigue mediante el recurso de una cámara tremendamente versátil, que se incorpora al relato como una especie de ojo sin conciencia, un órgano de transmisión visual, dispuesto a ver todo en vivo y en directo. Colabora con su propósito casi quirúrgico la frenética actividad de Carlos como terrorista internacional. Son muchos atentados, persecuciones, viajes, entrenamientos, operaciones, reuniones, negociaciones políticas y económicas, los que debe comprimir en el relato. Casi como un principio formal, el cineasta francés evita los puntos muertos, las zonas grises, cualquier variante de inercia cinematográfica o dramática. Incluso para narrar los momentos en que las células terroristas están latentes durante años, a la espera de una próxima misión, elige las pequeñas tormentas cotidianas provocadas por un discusión conyugal, una fiesta pasada de alcohol o un acto sexual. Claro que todo es acompañado por una banda sonora que actúa como un estimulante sensorial (New Order, Wire, entre otros). Se sabe que al verdadero Carlos, encerrado en la cárcel de la Santé, en París, no le gustó ni el guión ni la película, y le escribió una carta al actor compatriota que lo representa diciéndole que no debería haberse vendido a la causa imperialista. Nunca es fácil verse a sí mismo en otro y seguramente él tiene más de una razón concreta para no reconocerse en este retrato. Es cierto, la película no hace nada en favor de él como persona, ni como soldado revolucionario, ni siquiera trata de comprenderlo, sólo le sigue los pasos, y al seguirlo reconstruye ficticiamente el mundo que hizo posible que un hombre como Carlos fuera real.
Interesante mirada a un ser contradictorio, bien narrada y con brillante protagonismo Las diversas circunstancias que rodean el estreno de esta producción en la Argentina dificultan bastante su análisis, o al menos lo condiciona un poco. Imagínese. Esta es una miniserie de TV de 6 horas y media de duración. Se pasó a 35mm y se exhibió en distintas partes del mundo con cortes muy antojadizos. En Francia se vio una versión completa con 330 minutos, en Alemania una de 185. En el festival de Hong Kong se exhibió con 334 minutos y en Argentina tenemos la versión de 165. A esto sumemos un hecho insoslayable: “Carlos” es una obra pensada para otro formato, y aunque se haya pasado a fílmico tiene un reconocible ritmo televisivo en la edición. Pavada de tarea tuvieron los compaginadores para extraer metraje y la verdad es que hicieron un buen trabajo. Bien, vayamos a la obra en sí. En 1973 Illich Ramirez Sanchez (Edgar Ramírez) es un joven idealista que cita al “Che” Guevara y habla de política internacional en reuniones muy álgidas, con una vehemencia que denota su pasión por traspasar límites. Illich encuentra en la lucha armada por la causa Palestina el ámbito ideal para desarrollar sus fantasías y alimentar su ego. Para ello logra contactarse con Wadie Haddad (Ahmad Kaabour) el jefe del movimiento en Medio Oriente. Bajo su tutela Illich (autonombrado “Carlos”) se instalará en Francia esperando órdenes para su primera misión, la cual dará el puntapié inicial a la carrera de uno de los terroristas internacionales más peligrosos de la historia. El realizador Olivier Assayas recorre poco más de 20 años en la historia de éste hombre hasta que es traicionado, capturado y deportado a Francia en 1994. La preparación del guión insumió muchísimas horas de investigación y rescate de imágenes de archivo, las cuales son inteligentemente insertadas para darle más realismo a la recreación de época. Es interesante la visión propuesta por Assayas. Por un lado, hay un recorrido por la coyuntura política internacional de los ’70 y ’80, con especial atención en la guerra fría. Por el otro, muestra la transformación que Carlos va viviendo a medida que pasan los años, bifurcando el enfoque del personaje en dos características de su personalidad: Idealismo y egocentrismo. Carlos dice tener ideales; pero transa su libertad por plata. Se define como soldado, no cómo mártir. Este tipo de particularidades lo van convirtiendo en el guerrero lógico de su propia causa. Eso sí, su relación con las mujeres y las armas van por el mismo camino. Carlos siente un fetiche sexual tanto por pistolas como por mujeres que sepan manejarlas. La interpretación de Edgar Ramírez es brillante, no sólo por su trabajo con el físico; sino también por el manejo notable de cuatro idiomas con una fluidez asombrosa. El resto del reparto lo secunda muy bien, en especial Alexander Scheer y Nora von Waldstätten, quienes interpretan a su compinche y esposa respectivamente. Sin ver el resto del material es bastante relativo lo que se puede decir. Las dos horas 45 minutos, duración en su estreno en la Argentina, son entretenidas y están bien llevadas, pero las consecuencias del recorte de minutos dejan cabos sueltos o personajes sin resolución como el de Angie (Christoph Bach), su primer aliado incondicional. Se nota que falta información y esto no es un tema menor en un guión que se centra en los cambios físicos y de cosmovisión que tiene el personaje principal. El corte más abrupto se queda con 11 años de historia de Carlos, entre 1978 y 1989, lo cual deriva en un final repentino y apurado en contraste con las dos primeras horas.”Carlos” vale la pena para poder ver un trabajo minucioso de investigación y realización y una excelente dirección de actores. Se percibe una obra valiosa cuya versión para cine invita a querer verla completa.
Intenso thriller político sobre Illich Ramírez Me extrañó ver este estreno en cartelera, no porque nuestro público sea impermeable a Olivier Assayas (en ámbitos cinéfilos es un director consagrado pero no popular en nuestras tierras), sino porque esperaba que la cinta se trajera para proyectar en pantalla acorde a los pergaminos del film y no en DVD ampliado. Entiendo las restricciones de la distribuidora, que no puede traer, "cine-arte", y programarla en uno de los grandes complejos multicines que le niegan esa posibilidad... No hay espacio en nuestro país para un lanzamiento europeo, que no tenga actores muy taquilleros (debe leerse aquí, "para nuestro país") y eso lo sabemos todos... Pero es una verdadera pena que un film como "Carlos", nominado a mejor film europeo del año y ganador del Globo de Oro (ediciones 2010), a la mejor miniserie tenga que exhibirse de manera tan limitada. Ojo, yo amo ver cine en salas chiquitas y con público respetuoso (me estoy volviendo viejo y esquivo funciones donde adolescentes se tiran pochoclo y gritan descontrolados), aunque en esta oportunidad (vi la versión francesa original) lamento que una película de este calibre (y es más que una figura literal!) tenga poca difusión y nos perdamos la fuerza que emana de su relato. El relato es la de un terrorista comprometido, luchando por lo que él cree que es justo y tiene el suficiente back up histórico para atraer por la naturaleza de los conflictos que presenta. "Carlos" es una biopic que combina suspenso, violencia y drama en dosis iguales y si bien estamos frente a una versión corta del telefilme, conserva todo el vértigo y carisma de su otro corte. Debo decir, (perdón por haberlo obviado), que esta película es una versión de 165 minutos editada especialmente para el cine. La original se emitió por Canal Plus, en Francia y fue dividida en tres capítulos, duraba 330 aunque por lo que me contaron colegas, la cinta de la que hablaremos conserva la mayor parte de las escenas claves del film pero... descarta varias subtramas y desarrollo de papeles secundarios, por lo que me quedo con ganas de verla entera. Habrá que visitar sitios especializados para conseguirla. Desde ya, se anticipa entre estas líneas, que el film me gustó mucho. ¿Por qué? Simple: no soy especialista en la cuestión que aborda pero la intensidad y llegada del personaje principal es suficiente para que "Carlos" sea un viaje memorable. ¿Para tanto? Si. Indudablemente, todo parte de la figura del protagonista. Illich Ramirez Sánchez, famoso terrorista internacional ("venezolano de vocación, palestino de vocación, cominista por convicción" - extraído de su blog) cuyo apodo corresponde al nombre en cuestión, ha sido objeto de investigación literaria en todo el mundo. "Carlos" era su apodo (aunque también se lo llamaba "el chacal") y su capacidad para hablar varias lenguas, sumado a su frialdad y su gran talento para los atentados y secuestros eran su carta de presentación. Su historia, o parte de ella, es muy particular, ya que su fuerte personalidad lo llevó a ejecutar misiones muy riesgosas y desenvolverse en ambientes muy hostiles, siempre con fuerte llegada mediática en sus apariciones. Ramirez, está preso en Francia cumpliendo cadena perpetua y denostó algunos detalles históricos del film (como por ejemplo, que el atentado de la toma de rehenes de la OPEP en Viena hacia 1975 -central en el film-, le fue pedida por el líder libio Muhammad Kadhafi y no, como se afirma en la película por el ex presidente iraquí Saddam Hussein) pero teniendo en cuenta que Illich no es un tipo confiable, todo es discutible. La verdad es que estas cuestiones que transitan por los grises y de las que quizás nunca sepamos con precisión, cinematográficamente, no importan mucho. "Carlos" muestra como Assayas aprende de sus errores (la pésima "Boarding gate" aborda la cuestión del espionaje y el terrorismo y es de lo más pobre del cineasta galo) y utiliza todos sus resortes narrativos para que la acción no decaiga en ninún momento, lo cual es muy difícil pensando en su extensión original para televisión (cinco horas!!). En general, este tipo de productos funcionan si se encuentra al actor ideal para estar tanto tiempo en pantalla. Y Olivier Assayas dió con él: Edgar Ramirez (mismo apellido) se calza en disfraz de Illich y hace una labor descomunal. El se apropia del personaje y lo hace su primera piel: no podemos quitar los ojos de la pantalla, es un imán el hombre y se gana el reconocimiento del público al tercer fotograma. Podría decirles mucho más, pero prefiero que la descubran, si el tema les interesa. Los rubros técnicos y la reconstrucción de la época, con todos sus matices ideológicos y su atmósfera inflamable, están perfectos. Todo aspecto está cuidado y se luce en el film. Verla es uno de esos momentos donde se agradece poder disfrutar de semejante espectáculo por un valor que ronda los veinte pesos. Eso si, tienen que tener curiosidad por el tema, sino quizás sea un poco larga para los espectadores más causales. Gran propuesta, pantalla pequeña (una pena).
Militante de la violencia No era sencillo contar la historia de Ilich Ramírez Sánchez, alias Carlos, terrorista venezolano que, desde su participación en la causa del Frente Popular para la Liberación de Palestina a comienzos de los ’70 hasta convertirse en mercenario al servicio de países árabes dos décadas después, fue atravesando una trayectoria progresivamente oscura, conectado siempre con facciones de distintos gobiernos beligerantes. Olivier Assayas (1955, París, Francia) consigue hacer de esa historia algo vivo, cercano, movilizador. Apenas comienza Carlos, ya se lo ve al protagonista polemizar con alguna de sus compañeras en torno a la legitimidad de la lucha armada. “No sirve desfilar”, dice, cuando le preguntan por qué no participó de una marcha contra Pinochet. Pronto, la rapidez y frialdad con las que lleva a cabo algunos atentados o mata policías para no ser arrestado, lo muestran más como un inconmovible defensor de sí mismo que como militante idealista. Sus maniobras, sumadas a su imagen de galán duro, llevaron al periodismo a alimentar la leyenda: “Match: Carlos 3, DTS 0”, titulaba Liberation su asesinato de tres agentes, como si se tratara de una competencia deportiva. Assayas (director de las excelentes Irma Vep y Las horas del verano) convierte este trayecto por la vida de Carlos en un intenso retrato de época, con una ambientación nunca enfática, iluminación de tonos terrosos y buenos aportes musicales (que comprenden desde Pablo Milanés hasta New Order y The Feelies). A diferencia de lo que seguramente hubiera ocurrido en manos de productores hollywoodenses, Carlos no se deslumbra con el lujo que anida en los centros del poder: no hay lustrosas imágenes de embajadas o de prolijos funcionarios en pose. Acá todo es sanguíneo y sucio, un hervidero, una discusión permanente. Ni siquiera la cuantiosa suma en dólares que el protagonista acepta, renunciando a sus objetivos y enfrentándose con compañeros y mandamases (un momento de quiebre en la película), implica despliegue de dinero o de ostentaciones en el film. Otro acierto de Assayas ha sido la construcción física del personaje principal, ayudado indudablemente por la cinematográfica presencia del actor Edgar Ramírez. Tanto cuando ejecuta sus sangrientos planes como en la intimidad (solo o con cualquiera de sus mujeres), aparece egoísta, tan sagaz como arrogante, sensual pero displicente, fumando siempre, como una suerte de rock star ajeno a los sentimientos de los demás. Aunque el formato original de Carlos es el de una miniserie televisiva, fue filmada en 35 mm y en cinemascope, y la versión estrenada en cines (cuya duración se redujo a la mitad del original) es obra del propio director. Esta reducción del material implica que hayan desaparecido escenas de la infancia del protagonista y que ciertos personajes tengan un desarrollo muy breve. En nuestro país, además, lamentablemente, se ha estrenado sólo en copias en DVD. Pero aún así, Carlos (que se presentó con gran repercusión en Cannes y fue premiada por la Asociación de Críticos de Los Ángeles y de New York) es una experiencia excitante, con recordables secuencias como la del secuestro de ministros de países exportadores de petróleo durante la cumbre de la OPEP en Viena, en 1975, tramo no sólo apasionante por su tensión narrativa sino, también, por su concurrencia de ideas estimulantes y contradictorias.
Nacido en 1955 y con una docena de largometrajes en su haber desde su debut en 1986, Olivier Assayas recién fue conocido y reconocido en Argentina hace diez años exactamente. Por una parte fue durante el 16º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (marzo 2001) en que se realizó una primera retrospectiva, con cuatro de los ocho títulos que acumulaba su filmografía hasta ese momento. Dicho Festival marcó además uno de los puntos más altos en la historia reciente de dicho evento con la presencia simultánea de nombres tan rutilantes como Nikita Mijalkov, Liv Ullmann, Krzysztof Zanussi, Ben Gazzara,Taylor Hackford, Benoit Jacquot, Maria de Medeiros, Marta Meszáros, Julie Delpy (jurado) y una pléyade de realizadores y actores latinoamericanos, incluidos los locales. Qué bueno sería que en el futuro nuestros festivales volvieran a recuperar el protagonismo que alguna vez tuvieron. Pero ya que de Assayas y su film “Carlos” se trata conviene rescatar el nombre de Rubén Katzowicz, un cinéfilo de alma lamentablemente fallecido con apenas medio siglo de vida, quien con su distribuidora Good Movies estrenó por primera vez dos títulos de Assayas: “Irma Vep” y “Los destinos sentimentales”. Vaya con esta nota nuestro sentido homenaje a Rubén. Originalmente presentado en el Festival de Cannes 2010 en su duración original de 330 minutos, en verdad una miniserie en tres capítulos, la versión que ahora nos llega dura exactamente la mitad por decisión de su realizador. El no haber visto la versión extendida nos impide la comparación con la que ahora se comenta, cuyo mérito es mantener en vilo al espectador a lo largo de toda su extensión. El trabajo de edición de Assayas puede considerarse exitoso al no notarse que se haya resentido el interés de la trama o la aparición de incoherencias u omisiones. El venezolano Ilich Ramírez Sánchez era más conocido por sus seudónimos entre los cuales Carlos y también El Chacal. Esta última denominación puede llevar a confusión ya que otro famoso terrorista, también así conocido, fue llevado al cine por Fred Zinnemann en su célebre “El día del Chacal”. Pero al momento del atentado a De Gaulle nuestro “Chacal” era apenas un adolescente cuya lengua materna era el español. A propósito de los idiomas, y en una muy acertada decisión del director, en “Carlos” cada personaje se expresa en la suya propia por lo que no extraña que se hable en inglés, francés, alemán, árabe o ruso además del castellano. Mérito aparte merece la decisión del “casting” que concluyó con la selección de actores en su totalidad desconocidos o noveles. Quien interpreta al rol central es Edgar Ramírez, visto en roles secundarios en “Bourne: el ultimátum “y en la segunda parte del “Che” de Soderbergh. Nadie más alejado del Che Guevara era Carlos, pese a que por momentos por su forma de vestir y hablar parecen similares. Assayas no busca demonizar al personaje pero tampoco crear de él un mito. En sus primeros años de militancia puede haber habido algún grado de idealismo. Pero ya al momento en que, junto a varios compañeros, toman en Viena en carácter de rehenes a los representantes de la OPEP en su reunión en diciembre de 1975 se percibe que lo motivan otras causas como el dinero, la fama y el lujo. El director en la edición parece haber privilegiado este episodio europeo posiblemente porque fue muy importante en su “crecimiento” personal, pero también porque está notablemente recreado y encadenado a la posterior etapa en que en avión buscan un lugar en algún país árabe que los acepte acoger. La parte final muestra la evidente decadencia del terrorista en que no sólo fue cambiando su accionar y la convicción con que se movía, sino también su aspecto físico degradado por aumento de peso, consumo de alcohol y relaciones ocasionales con numerosas mujeres. El final, y no se comete en este caso ninguna infidencia (“spoiler” como suele decirse en inglés), es conocido al punto de que actualmente sigue en prisión en Francia. La oportunidad de conocer la última realización de Assayas se ve realzada al comenzar a partir del martes 21 y hasta el domingo 26 de julio un ciclo retrospectivo con algunas de la obras más importantes de su importante filmografía en la sala Leopoldo Lugones.
Yo no me llamo Che, me llamo Carlos... Las primeras imágenes del telefilm presentado el año pasado fuera de competencia integrando la selección oficial en el 63º Festival de Cannes, nos destacan la siguiente mención: “Este film es el resultado de investigación histórica y periodística debido a las controversiales superficies grises en la vida de Carlos, este film debe ser visto como una ficción trazando dos décadas en la vida de un notorio terrorista.” Hecho que nos pone a prueba para poder entender cómo a veces puede tornarse un guión en una especie de trabajo de recolección y reconstrucción histórica, con incertidumbre mediante y tener que encontrar las claves para poder satisfacer un relato cinematográfico. La tarea, encomendada al director francés Olivier Assayas, quien usualmente diverge entre géneros, jamás había abordado en sus obras a un personaje de no ficción. Premiere Partie: 101 minutos El telefilm comienza en las calles de Beirut, tras el asesinato de un líder político defensor del Frente Popular de Liberación de Palestina. Illich Ramirez Sanchez fue entrenado en Jordania en 1970, tres años después es llamado por el Frente para llevar a cabo una misión, para la cual deberá rebautizarse, su nuevo nombre: Carlos. En París, Carlos conoce a André, quien le indica que deberá trabajar desde Londres, ciudad a la que se dirige. Llegan momentos donde las palabras no bastan y es necesaria la acción. Enfrentar el capitalismo con la guerrilla y no en Latinoamérica, el origen de la derecha radica en otras partes del mundo. Lograr la gloria, el aplauso, movilizado por la arrogancia, esa sería la gloria verdadera según sus palabras y donde encontraría su satisfacción. Se plantea la idea de que cada bala corresponderá a una idea. Tras un atraco en la embajada de Francia a cargo de la armada roja japonesa, la activación de una célula alemana que culmina con un intento atentado en el aeropuerto, Carlos siente que las armas son la extensión de su cuerpo, y ve como cada energico plan que propone va concretándose. Su otra debilidad siempre presente, las mujeres. Un tiroteo descomunal en su hogar sirve de brecha para unir la culminación del capítulo y dejar al espectador ansioso, con un clima acertado, sombrío y digno de una comparación a la escena del infierno en el bar donde Al Pacino pasa de ser un hijo a convertirse en un mafioso (El Padrino). Deuxième Partie: 107 minutos Transcurre 1975 en Viena, y viajando en tranvía, Carlos ya presenta un nuevo look, con boina, anteojos, demostrando rebeldía y violencia inclusive en su postura. Los planes cada vez involucran mayores riesgos, y es asi que tiene a lugar el secuestro de un avión tomando rehenes y pidiendo la cifra de 20 millones de dólares, situación que lo obliga a volar a Bagdad y permitir la tardía liberación de estos. A continuación se narra su estadía en Berlin 1976 / 1978, donde el terrorista mas temido alterna entre mujeres y nuevos proyectos en su haber. Troisième Partie: 118 minutos El sexo y los celos llegan a la vida de Carlos, su vinculo se extiende al reclutar a una de sus parejas. Llega la etapa donde se agudizan las relaciones con Moscu y transcurre una fiesta que sirve como nexo a bombardeos en mansalva. En 1985, sale de prisión su pareja, una de las pocas que tuvieron que cumplir condena durante este período, pasando a una etapa donde son frecuentes los pasaportes aduterados e inclusive el hecho de la caída del muro de Berlin, representan en Carlos un nuevo cambio, la militancia adquiriere distintas formas, el deber conformar alianzas y establecer responsabilidades dentro de las organizaciones. El eje se traslada ejerciendo un cambio de la guerra tras la caída del socialismo. Assayas presenta archivos de atentados, comunicados del gobierno asegurando la protección de la población y el material de declaración de persona no grata a la embajada de Siria en París, a quien se atribuyen parte de los atentados. El material de archivo es descomunal. El proyecto surgió bajo la financiación de empresas como Canal+ con el formato de drama televisivo, dividido en tres partes, siguiendo la figura de Carlos, un terrorista internacional, abarcando dos décadas de su vida. Carlos es una superproducción no habitual donde se destaca la reconstrucción de época y rubros como el diseño artístico, vestuario y fotografía. De carácter épico, con rezagos de films como Blow, la reciente Che, El Padrino y trabajos de violencia callejera de Scorsese en relación a la utilización de una banda sonora siempre presente en el transcurso del metraje. Edgar Ramirez es un actor venezolano que maneja tres idiomas, imprescindible, cuya actuación va creciendo exponencialmente al igual que la violencia y el personaje que interpreta a medida que los cargos que le son encominados y experiencia se acrecentan. Carlos “El Chacal”, el hombre que hizo temblar al mundo, ¿Quién puede cuestionarlo acaso?.
La otra cara de la revolución Los años 70 fueron una época de gran agitación en el mundo. La Guerra Fría estaba en su apogeo; la producción artística e intelectual se mezclaba con la política de acción directa; las luchas de los movimientos de liberación de “los condenados de la Tierra” (por citar al célebre libro de Franz Fannon) se mezclaban de manera no demasiado ordenada con la puja entre los dos grandes bloques. Sólo en ese contexto podían mezclarse la lucha antisistema de los jóvenes alemanes con el combate antisionista de los grupos palestinos y la inspiración de los revolucionarios latinoamericanos. Y también fue el espacio donde se cruzaban verdaderos militantes (llevados a la lucha armada por sus ideales) con fríos asesinos; a veces convirtiéndose los primeros en segundos, sin saber bien en qué momento cruzaron la línea. El hombre Olivier Assayas se puso al frente de una reconstrucción de la vida de Illich Ramírez Sánchez, el venezolano conocido como “Carlos” o “El Chacal”, desde su primera acción conocida (el intento de asesinato, el 30 de diciembre de 1973, de Joseph Edward Sieff, dueño de las tiendas Marks & Spencer) hasta su captura en Jartum, Sudán, el 15 de agosto de 1994. Su idea de que la batalla contra las dictaduras en Latinoamérica no tenía sentido, y que había que luchar contra el capitalismo (y el sionismo) en el plano internacional lo llevaron a convertirse en un agente del ala de “Operaciones Externas” del Frente Popular para la Liberación de Palestina (Fplp), a su vez una díscola organización incluida bajo el paraguas de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Alcanzaría la cumbre de su fama mundial tras su incursión en la sede oficial de Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opep) en Viena el 21 de diciembre de 1975, causando la muerte de tres personas y tomando a 42 rehenes, fuga aérea incluida, aunque sin poder concretar los objetivos principales de la misión (eliminar a los representantes de Arabia Saudita e Irán). Adaptación Originalmente este trabajo era una miniserie producida por el francés Canal Plus, aunque llegó a estrenarse en ese formato en Estados Unidos (donde compitió en los Globos de Oro). De esa versión de 333 minutos se extrajo la de 165 minutos que se exhibe en salas cinematográficas. Aunque seguramente se pierdan cosas en el camino, el montaje de menos de tres horas muestra pocas fisuras, quizás pasando muy por arriba los últimos años (el asalto a la Opep ocupa una buena parte del metraje, por su parte). Se sabe que en el cine el texto espectacular se define en la mesa de edición, y este producto pasa la prueba con buenas calificaciones. Desde la puesta, la cámara en mano y la fotografía naturalista suman color documental a la obra, aportando la intensidad y el movimiento a cada momento. Paradigmas Uno de los grandes valores de esta película es la pintura de época y de personajes, apoyados en grandes actuaciones. Edgar Ramírez compone a un Carlos que no es ni el monstruo que de él se quiso hacer ni el guerrillero romántico que él mismo se consideró; más bien, termina deviniendo en una especie de mercenario revolucionario. El mapa podría completarse con dos de sus compañeros en la operación de Viena: Hans-Joachim Klein (“Angie”, en la piel de Christoph Bach) es el militante devenido combatiente, el que puede decir “yo no me metí en la lucha armada para esto”; Gabriele Kröcher-Tiedemann (“Nada”, interpretada por una temible Julia Hummer) es la asesina sanguinaria, “la espada sin cabeza”, para usar una frase remanida. Entre los tres simbolizan una era compleja, donde los extremos se tocaron y convivieron. Ahmad Kaabour como Wadi Haddad (el líder del Fplp), Alexander Scheer como Johannes Weinrich (el último “socio” de Carlos) y Nora von Waldstätten como Magdalena Kopp (otra combatiente alemana devenida en su mujer) se lucen y aportan complejidad a la historia. “Carlos”, el filme, muestra en definitiva la contracara de la época romántica que celebró Ismael Serrano en “Papá cuéntame otra vez”, un tiempo que pudo ser las dos cosas al mismo tiempo, donde la promesa de hacer el paraíso en la Tierra recayó muchas veces en aventureros, psicópatas y oportunistas. Pero (en la historia y en la pantalla) el Muro termina por caer, y el mundo entra en una era distinta, no necesariamente mejor. Una era en la que personajes como Illich Ramírez Sánchez se convirtieron en mitos: odiados u admirados, pero parte definitiva del pasado.
Es la historia de Ilich Ramírez Sánchez, quien durante dos décadas fue uno de los terroristas más buscados. Entre 1974, en Londres, donde intentó asesinar a un hombre de negocios británico, y 1994, en que fue arrestado en Jartum, vivió varias vidas bajo varios seudónimos siguiendo su camino a través de las complejidades de la política internacional de la época. Luego de aceptar una oferta del canal Plus de Francia, Olivier Assayas se puso al frente de un proyecto cinematográfico que resultó en una realización de cinco horas y media de duración. Sabiendo las dificultades que una película así tendría para venderse, esto se convirtió en una miniserie de tres episodios, a lo que se sumó que el mismo director se encargó personalmente de reeditar y controlar el desarrollo de una segunda versión de una extensión reducida de 165 minutos para estrenar en las salas. Los cortes o los saltos temporales no son bruscos, está todo tan bien realizado que el francés fue capaz de eliminar la mitad de su trabajo con una pericia tal, que esto no se nota, cada pieza encaja a la perfección en una gran obra que una vez más demuestra su gran capacidad como artista. Carlos tiene tantos elementos a favor que es fácil que alguno de ellos quede afuera a la hora de enumerarlos. No sólo se trata de una historia atrapante con un excelente guión, hay también actuaciones logradas, una ambientación de época perfecta y una notable banda sonora. Las situaciones límite son llevadas adelante con un magnífico pulso, como la de la toma de rehenes en la OPEP, una secuencia que tiene una extensión de más de 40 minutos y que en otra película se habría visto resumida a diez. Seguramente el único inconveniente de tan magnífico trabajo se limita a una cuestión de tiempos. Si bien la mitad de la historia quedó afuera, se trata de una película larga que hacia el ocaso de la carrera del terrorista encuentra su único punto de descanso, recuperándose con un cierre notable que deja ganas de más. "El arma es una extensión de mi mano", sostiene Ilich Ramírez Sánchez, un Édgar Ramírez en el mejor rol que le he visto, acerca de sus dotes como tirador. Esa frase bien podría decirla el genial Assayas, sin pistola, pero con una cámara.
Una leyenda muy oscura Hablar de Carlos, llamado El Chacal es adentrarse en el mundo de de los "60, "70, años de efervescencia política internacional y donde la legitimización de las armas como forma de intervención política era una realidad, que, especialmente América latina concretó con resultados complejos y surgimiento de guerrillas rurales y urbanas. Por eso es de particular interés este filme, que tomando un personaje ambiguo, el venezolano Ilich Ramírez Sánchez, el apodado Carlos, logra radiografiar un fragmento de época, donde la violencia armada tiñe la realidad social. La figura de este miembro de la OLP (Organización de la Liberación Palestina) es seguida en sus acciones terroristas de impacto como la toma de rehenes en Viena, sede oficial de la OPEC (Organización de Países Exportadores de Petróleo). Figura considerada en ciertos países de Oriente, especialmente Palestina; detestada por una mayoría que cuestiona esa bifrontalidad que lo hizo balancearse entre el compromiso, el exhibicionismo y una fuerte megalomanía, que conserva aún en la cárcel francesa donde paga su condena. SOLIDO TESTIMONIO A la manera de un policial directo y realista, con un ritmo efervescente y la contundencia de personajes carismáticos Olivier Assayas construye un sólido testimonio, casi un documental por su verosimilitud. Con seres al borde de la marginalidad, circundados de una bohemia militante, donde hasta las artes emitían olor a compromiso, Carlos, con el recuerdo del Costa Gavras de "Z", desglosa un relato de pasiones ambiguas, donde se mezcla la violencia, la entrega adolescente, la traición política, camuflada de rigor conceptual y una ronda de cuerdos y delirantes, capaces de alborotar y hacer estallar el mundo. A caballo entre Oriente y Occidente, en sucuchos de Tánger y hoteles cinco estrellas en Damasco, solo o ya casado con una compañera del Ejército Rojo, Carlos (personificado por Edgar Ramírez), que nombraran el Chacal, ingresa en el mito popular, como las alemanas, que en algún momento compartieron con él la lucha armada, la madre de su hija, Magdalena Koop, ahora dedicada a la paz y los libros en Ulm y la rabiosa Gabriele Krocher Tiedemann, la anarquista que todos temían y a la que sólo la muerte joven aplacó para siempre. Y contra la que nadie declaró en el nombrado juicio de Colonia por temor a su violencia. Un filme para reflexionar y apasionarse, que muestra con inteligencia, certezas y contradicciones de grupos radicales y una ofensiva que caracterizó las décadas del "60 y el "70.
Junto con Los agentes del destino, una película sobre un político, la película más interesante estrenada la semana pasada fue Carlos, de Olivier Assayas, sobre el famoso terrorista venezolano Illich Ramírez, alguien que estaba convencido de estar haciendo política de alto nivel secuestrando y asesinando. ¿Película? En realidad Carlos es una miniserie de más de 5 horas, que aquí se estrenó proyectada en DVD en su versión de menor duración, de cerca de 3 horas (ambos cortes son del director). Yo vi la versión completa, pero supongo que no se debe ver muy afectada la versión reducida porque la estructura está armada por bloques argumentales, grandes episodios en la vida de Carlos, “militante internacionalista” y pieza fundamental en el escenario de la Guerra Fría, especialmente en la década del setenta. Carlos, tal vez el logro definitivo de la etapa más global y estilísticamente un tanto posmoderna del cine de Assayas, es trepidante y violenta, y a pesar de la cercanía física que establece con su personaje mantiene una marcada distancia ideológica, una suerte de neutralidad para observar las pasiones e intereses en juego. Pocos cineastas se animan a meterse con la historia, menos con la historia reciente, menos con la historia reciente más polémica, y menos aún a musicalizar de esa manera.