Cuando miro atrás e intento reconstruir la historia conjunta que viví con el que a día de hoy sigo considerando mi mejor amigo de la infancia, no puedo evitar caer en la acumulación (más o menos ordenada) de momentos. Tengo claro el primero, no tanto el último… y recuerdo aún mejor aquellos que de poco serviría reproducir aquí, pues solo tienen importancia para él y para mí. El trabajo memorístico se complica sobremanera cuando intento juntar los puntos, es decir, cuando quiero reconstruir todo el edificio. Son los caprichos de la memoria… y la confirmación de una teoría del caos. A la postre, perdí el contacto con aquel amigo porque la vida nos dirigió por caminos distintos. Desconozco si el crítico y cineasta neoyorquino Dan Sallitt se ha enfrentado alguna vez a estas inquietudes, aunque después de haber visto su última película, juraría que sí. Catorce pivota principalmente entre dos personajes, y a medida que la historia avanza, va cargando más y más peso sobre solo uno de ellos. Mara y Jo (encarnadas por Tallie Medel y Norma Kuhling, ambas igualmente tocadas por la varita de la naturalidad más encantadora) son las dos patas con las que avanza un film con la mirada puesta irónicamente en el pasado. La elección del propio título nos remite a una edad (aquella en la que se conocieron las protagonistas) superada, literalmente, desde los títulos de crédito iniciales. Cuando empieza la acción, Jo y Mara han quemado ya la etapa universitaria, y pelean en unas trincheras de la cotidianidad dominadas por la precariedad laboral y la inestabilidad romántica. Algunos han estado ahí; otros, ahí seguimos. Por su parte, Sallitt invoca con sabiduría la identificación del espectador. Convoca una suerte de memoria universal a través de la escritura, aunque también mediante una puesta en escena busca desentrañar muy sutilmente los mecanismos de la memoria. Tanto en los interiores como en los exteriores, Catorce se articula a través del gesto esencial de “llenar el encuadre vacío”. Una escaleras, una terraza, una sala de estar, una estación de tren… Todos estos espacios son ocupados, de repente, por personas. Manda la lógica de la memoria, siempre más considerada con lugares, antes que con las caras. Manda también aquella imposibilidad para juntar los puntos. Así, la narración elíptica deviene el principal rasgo distintivo de Catorce. Jo llama a Mara porque está deprimida, y a la siguiente escena, parece que se hayan invertido los estados emocionales. En la siguiente, Mara ha encontrado a otro amor definitivo, y Jo ha cambiado de trabajo. Y así, hasta alcanzar peligrosamente la tentación conclusiva de la catarsis, aunque Sallitt sabe dejar la puerta abierta a una vida que fluye, y que en este caso se define a partir de los compañeros de viaje. Sabiendo de la imposibilidad de ciertas respuestas, el cineasta no se entromete, se limita a observar y tomar buena nota de lo que ve y oye. He aquí un cine alegremente dialogado que celebra la amistad como fuerza sanadora pero al mismo tiempo vampirizante. Viga maestra en la construcción de cada persona: pilar definitorio pero nada estático. Nada permanece, pero todo cala.
Todo lo que Catorce no puede hacer por falta de presupuesto lo compensa con creces a partir de una sensibilidad, un talento (narrativo e interpretativo) y una intensidad emocional que va creciendo a medida que avanzan sus 94 minutos. Ads by El quinto largometraje de ese realizador ultraindependiente que es Dan Sallitt tiene como protagonistas casi exclusivas a Mara (Tallie Medel), una aspirante a escritora que prepara su tesis doctoral mientras se gana la vida como maestra jardinera, y Jo (Norma Kuhling), una atractiva y conflictuada asistenta social. Mara y Jo son dos veinteañeras de Brooklyn decididamente opuestas entre sí, pero que mantienen una amistad desde las épocas del secundario. La primera es morocha, bajita, responsable, contenida, cerebral; la segunda, alta, rubia, seductora, errática y proclive a las adicciones.
Mara está bien. Rondando los 25, es ordenada, trabaja, todavía no encontró el amor, avanza en su carrera, está bien plantada. Sí, Mara está bien. Pero esa determinación -un tanto endeble pero determinación al fin- puede que esté disminuida por la energía que le insume su relación con Jo, su amiga desde niña. Incapaz de mantener un trabajo, de sostener una pareja, Jo da por sentado que sus habituales crisis tendrán siempre el sostén de Mara, que corre a asistirla ante cada colapso, amoroso, laboral o existencial. No, Jo no está bien. El relato registra la relación entre Mara y Jo -extraordinario trabajo de Tallie Medel y Norma Kuhling- durante una década, con un camino ya recorrido, en donde ambas buscan su espacio en Nueva York. Mara como asistente en jardines de infantes en busca de un puesto de maestra efectivo y Jo como una brillante trabajadora social, tan precarizada como su amiga pero además, decididamente inconstante e irresponsable. Con una pocas locaciones, el director y crítico de cine Dan Sallitt arma una puesta intimista en donde se suceden estallidos emocionales, la normalidad de las chicas en su vida diaria, bares, drogas, parejas, intentos de suicidios, padres preocupados, maternidad, divorcio y la casi certeza de los problemas mentales de Jo, que definitivamente afecta a ambas. Catorce podría dialogar con el cine de John Cassavetes, pero en realidad está más cerca del también crítico y realizador Eric Rohmer, en donde los personajes van desandando su camino con los espectadores, para alcanzar una reflexión final sobre su accionar. En ese sentido, el arco dramático del relato va dejando postas sobre la amistad entre las protagonistas, el origen de la relación y un posible motivo que disparó la inestabilidad de la brillante, hermosa y caótica Jo. Y también del papel de sostén que asume Mara casi hasta el final, cuando su propia vida se impone sobre el deber de cuidar a su volcánica amiga. Presente en la sección Autores en el Festival de Mar del Plata del año pasado, la exhibición por streaming de Catorce es la oportunidad de acercarse a una muy buena película del actual cine independiente estadounidense. CATORCE Fourteen. Estados Unidos, 2019. Dirección, guion y edición: Dan Sallitt. Intérpretes: Tallie Medel, Norma Kuhling, Evan Davis, Willy McGee, Scott Friend y C. Mason Wells. Fotografía: Chris Messina. Duración: 94 minutos.
Crítica del estreno: Fourteen Disponible desde este jueves en Puentes de Cine. El vinculo inexorable de la amistad. Tras su paso por varios festivales, llega a la Argentina el estreno de “Fourteen”. La sala virtual de Puentes de Cine proyectará a partir de esta semana la nueva película del director Dan Sallitt. Mara y Jo, dos amigas que buscan una vida más estable, un trabajo bien renumerado y una pareja sólida. Diferentes puntos que complicaran el día a día de una y otra en reiteradas situaciones. Por Lautaro Franchini. La película recorre una década junto a Mara (Tallie Medel) y Jo (Norma Kuhling), dos amigas desde la infancia que tratan de superar y lidiar con los diversos inconvenientes de la vida adulta en Nueva York. Lo más seguro que encontrarán en esta ida y venida de trabajos y novios, siempre será tenerse una a la otra. Del lado de Mara, un mujer más independiente, la gran mayoría del tiempo será el sostén de Jo, una chica problemática que todo le cuesta aún más. El paso del tiempo, la falta de éxito, los altibajos emocionales y el consumo de drogas agigantarán los problemas diarios de Jo. Las recaídas cada vez más recurrentes, junto al llanto y las locuras entre pastillas y cuchillos, pondrán en jaque la amistad. La mochila es cada vez más pesada y la encargada de contenerla y reanimarla ya no lo soporta más. Mara sabe que no puede seguir así, pero tampoco quiere abandonar a su compañera de toda la vida. Fourteen, que tuvo su estreno mundial en la Berlinale de 2019, llega a nuestro país a través del streaming de Puentes de Cine y su sala virtual. El emotivo drama se convirtió en el quinto film del director estadounidense Dan Sallitt, quien comenzó su carrera como crítico de cine y luego pasó a la realización de largometrajes. Ya había alcanzado la atención de propios y extraños en 2012 con su trabajo: “The Unspeakable Act”. Esta vez, vuelve a dar que hablar con este film que resalta lo bello y valioso de una amistad verdadera. Puntaje: 75/100.
Se dice que quien tiene un amigo, tiene un tesoro. La amistad es quizás la forma más perfecta del amor. «Catorce» es un film que desembarcó durante 2019 en el Festival Internacional de Cine de Berlín de la mano del crítico y director Dan Sallitt (siendo este el quinto largometraje). Un drama poético de gran agudeza emocional sobre la relación de los vínculos que nos conectan a la vida. Dos veinteañeras que viven en Nueva York, Mara (Tallie Medel) y Jo (Norma Kuhling), son amigas desde su juventud. En el transcurso de una década, la joven Jo se vuelve cada vez más disfuncional. Su amiga Mara, de carácter más estable, desarrolla su vida mientras contempla el inexorable proceso. Jo, una trabajadora social, encuentra cada vez más difícil funcionar en el mundo, llegar puntual a sus citas o cumplir compromisos. El simple hecho de comprometerse le resulta complicado porque arrastra una inestabilidad desde su adolescencia que jamás logro resolver. Su aparente personalidad con ansiedad y rasgos depresivos junto a sus adicciones solo ayudaron a deteriorar aún más tanto sus relaciones personales como laborales, lo cual a lo largo del tiempo jamás pudo encontrar un equilibrio. Por otra parte, sus allegados sospechan que puede tener una enfermedad mental no diagnosticada, más allá del consumo de sustancias, tomando eso como la causa aparente de todos sus males. Su amiga Mara, que ha admirado a Jo desde la escuela, trata de ayudarla cuando puede y se aleja si el comportamiento errático de Jo se vuelve demasiado difícil de soportar, en un ciclo interminable. A lo largo de una década, a medida que los trabajos, novios, departamentos van y vienen, el poderoso vínculo entre ellas se estira, pero nunca se rompe por completo. Una película sobre la depresión, la amistad, los lazos y sus desencadenantes, aunque se tome su tiempo en dejarlo claro. A pesar de todos los ciclos que atraviesa dicha relación, en cuanto a la batalla con el abismo que sufre Jo, Mara jamás le suelta la mano. Mientras tanto, la cinta pone en cuestión tanto las concepciones que los personajes tienen de sí mismos como nuestra percepción sobre su psicología. En cuanto a los aspectos técnicos, como la iluminación, el tratamiento del color o incluso las sensaciones que deben transmitir, están perfectamente hilvanados para mostrar cada ruptura y cada caída, creando un clima afligido, tenso, apagado, pero con cierta luminosidad. Por momentos hay una leve brusquedad en el ritmo, aunque en otros pasajes lo nivela, concibiendo un buen puente para el relato. Tallie Medel y Norma Kuhling se fusionan de forma correcta en esta cinta llena de honestidad que contempla la ruptura de un lazo, pero jamás la desatadura de su conexión. En síntesis, «Catorce» es una profunda reflexión sobre la complejidad y la unión en las amistades, lo enredado que puede tornarse el ser humano ante la falta de contención emocional y cómo afecta consecutivamente todas sus relaciones ante la vida, y consigo misma, donde a veces en todo ese proceso de búsqueda jamás logran sobrepasar el abismo de las frustraciones y otros sí logran encaminar sus vidas. Nota importante: A partir de hoy se podrá ver la película en Puentes de Cine.
LA AMISTAD EN EL TIEMPO Los tiempos y los modos del mumblecore se filtran por los rincones de la nueva película de Dan Sallitt: se apuesta por la naturalidad de las acciones, los diálogos se trabajan de una manera que se aleja de lo estructural, incluso se cae en algunas derivas narrativas, especialmente en la primera parte del relato. No obstante, esa deriva tiene aquí un significado narrativo: será clave para fortalecer lo que ocurra en la segunda parte. Claro está, todo esto exige cierta paciencia a un espectador no del todo acostumbrado al naturalismo inexpresivo y la morosidad típica de este subgénero del cine independiente norteamericano. Pero Catorce es más, especialmente a partir de un extenso plano fijo ubicado estratégicamente en la mitad de la película que la convierte, a partir de ahí, en un drama mucho más clásico de lo que aparenta. En Catorce seguimos a dos amigas (excelentes, Tallie Medel y Norma Kuhling) que se conocen desde la adolescencia y que funcionan como sostén una de la otra. Mara es la que piensa en cómo construir su vida, mientras Jo es una suerte de espíritu libre bastante autodestructiva. Si en la primera parte del relato (hasta aquel plano fijo que mencionamos anteriormente) la película avanza con una temporalidad más o menos precisa, es a partir de aquel momento que Sallitt aplica una serie de elipsis profundas, que hacen avanzar el tiempo de manera veloz. Esas elipsis son, ni más ni menos, la muestra de cómo Mara y Jo se han distanciado, y cada fragmento que el director elige mostrar tiene que ver con algún encuentro fortuito o con momentos en que una está presente en la otra. Catorce reflexiona sobre la amistad a partir del tiempo, del compartido y del que está en ausencia; básicamente la forma en que se construyen los vínculos, entre lo tangible de la presencia y la abstracto de la distancia; entre lo que creemos que el otro es y lo que suponemos. En esa reflexión sobre la amistad, la película de Sallitt piensa qué cosas somos capaces de dar por el otro, pero también qué nos separa y cómo esos vínculos se vuelven difusos a lo largo del tiempo. Sallitt es un director sutil, preciso, que encuentra en el uso del tiempo una poética singular para narrar eso que quiere contarnos. Y en esa forma, Catorce también encuentra la belleza y la sensibilidad, en un relato que parece estar siempre a punto de quebrarse. Como detalle final, lo interesante de ver una película sobre mujeres en la que los personajes no tengan que cargar el peso de lo simbólico para resultar interesantes o justificar su presencia en la pantalla. Y eso la convierte casi en una película de otro tiempo.
El independiente Dan Sallitt estrena en Cine Virtual de Puentes de cine esta historia de dos amigas a lo largo del tiempo, con sus vínculos, miserias y necesidades. Un fresco que se apoya en las notables interpretaciones de sus protagonistas y, principalmente de Norma Kuhling, para hablar de la amistad en el presente.
Teléfono descompuesto “Catorce” (2019), es el quinto largometraje del director estadounidense Dan Sallitt. Conocido por realizar proyectos de bajo presupuesto. Sallitt crea un relato que indaga sobre diversos temas como el amor, la amistad, los desencuentros y el fracaso. Todos estos, encarnados en la relación de dos amigas, Mara y Jo (interpretadas por Tallie Medel y Norma Kuhling): ambas con personalidades muy distintas. Una, con un carácter apasionado pero conflictivo; la otra, introvertida pero con mucha madurez. La película irá atravesando etapas de sus vidas y se pondrá a prueba su amistad mediante distintos sucesos. La puesta en escena está completamente centrada en los diálogos de los personajes. Ellos comprenden un gran desarrollo y la trama avanza mientras suceden largos monólogos (al estilo “mumblecore”). Es muy interesante la manera en la que la historia “administra” los sucesos: pueden haber accidentes, nacimientos o separaciones, pero únicamente los evidenciamos cuando se nombran en las conversaciones. Hay extensos diálogos, muchos de ellos por teléfono. Este recurso crea un código a lo largo del film, que se irá deteriorando y, por ende, perderá valor. Si bien las actuaciones son el núcleo fundamental de la película y están bien logradas, la historia se vuelve monótona y se pierde el interés por los personajes. Cabe destacar, como nombré anteriormente, el origen del estilo particular que caracteriza a “Catorce”: el mumblecore: -“subgénero” del cine independiente de los Estados Unidos originado a partir de principios del 2000. Las producciones cinematográficas carecían de presupuesto y tuvieron que recurrir a nuevos elementos para contar sus historias. La utilización de diálogos y actuaciones “naturalistas” se convirtieron entonces, en el sello fundamental de este subgénero: Se encuentra allí el núcleo de sus historias. No sería coincidencia que el realizador Dan Sallitt haya querido utilizar estos elementos, no solo por una realidad económica, sino también como una oportunidad creativa.- "En conclusión, la película me pareció un interesante ejercicio cinematográfico. Aunque inicialmente propone una idea creativa, progresivamente va perdiendo su razón y se convierte en una historia que deja mucho que desear. Definitivamente, destaco muchos de sus monólogos, pero su último acto es absurdo y delirante."
La última década de amistad. Fourteen (o Catorce), dirigida por Dan Sallitt, es el primer estreno comercial del director en Argentina tras 30 años de carrera. En este caso, Catorce es una película que acepta el reto de capturar el paso del tiempo, y a la vez, de retratar un ciclo de amistad que intenta sostenerse a pesar de la llegada de la madurez, tanto laboral como amorosa. Es un film cargado de elipsis temporales, al cual solo le interesa el desarrollo de esta extraña pero irrompible relación a lo largo de una década. Es decir, estamos frente una obra donde la cronología solo se presenta para seguir construyendo el relato de amistad entre Mara (Tallie Medel) y Jo (Norma Kuhling), dos jóvenes adultas que buscan llevar a cabo su vida en la ciudad. A través de sus citas, sus trabajos, y sus problemas, vamos descubriendo como el fuerte vínculo que las tuvo unidas durante tanto tiempo comienza a desmoronarse. Si bien el ritmo otorgado no suele parecer atractivo ni mucho menos funcional, le da coherencia al relato de una manera única y original: todo el desarrollo tanto narrativo como histórico, se da a partir del encuentro entre ellas o entre algún tercero que también forme parte de sus vidas. Los cortes bruscos que decide el director entre una escena y la otra, no son grandes vacios temporales al azar, sino que marcan con claridad el paso del tiempo, por más que al principio cueste percibirlo. Junto con el paso del tiempo como arma narrativa, también irán apareciendo dentro del guion las conversaciones insípidas, las preguntas banales, y los silencios entre miradas que en conjunto remarcan cual es el estado de salud de esta profunda relación a medida que pasan los años. Es así como Dan Sallitt consigue retratar de gran manera una historia sencilla sobre la amistad, que desde el primer momento oculta una amargura inevitable. Y es por eso que Catorce es una película de encuentros, donde lo que no se ve ni se escucha queda escondido entre los sucesos de la inexorable vida, esperando a que el espectador imagine y reconstruya en los recovecos restantes los hechos que esta historia va dejando en el camino. A pesar de su carácter repetitivo por momentos, la sutileza en los diálogos produce un extraño encantamiento el cual, sin prestar mucha atención, nos termina seduciendo con el correr de los minutos. Es una película donde el buen concepto visual y el gran dominio de la palabra se hacen fuerte y van de la mano para lograr la definición de “una obra modesta y virtuosa”, que gradualmente se encarga de ir cobrando emotividad y cariño.
De las escasas películas estadounidenses indies que llegan a la Argentina, la mayoría se proyecta en festivales de cine únicamente. Los administradores de las salas comerciales no parecen interesados en realizadores poco o nada conocidos, ni en obras ajenas a los criterios narrativos y estéticos de Hollywood. A contramano de esta costumbre, la Asociación de Directores de Cine PCI estrenó Fourteen en una de las salas virtuales que activó en su sitio web. Lo hizo seis meses después de que el quinto largometraje de Dan Sallitt se proyectara en la sección Autores del 34º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. El título Catorce remite a un punto de inflexión en la vida de Jo y por carácter transitivo de Mara. Sin embargo, esa edad clave es mencionada una sola vez en el film, como referencia temporal de la amistad histórica que mantiene unidas a las jóvenes adultas interpretadas por Norma Kuhling y Tallie Medel. A Sallitt le importa el ahora de esa relación, un ahora laxo pues abarca casi una década. Ese present continuous –tal como conjugan los anglosajones– permite asistir a la evolución del vínculo afectivo y a las maneras diferentes en que maduran las dos muchachas primero veinte, luego treintañeras. Catorce representa un desafío para quienes les huimos a las películas verborrágicas, afectas a los duelos discursivos. Vale la pena enfrentarlo, pues más allá de los parlamentos suculentos, asoma una Nueva York y un Estados Unidos distintos a los que conocemos a través de las producciones hollywoodenses y de autores tan opuestos como Woody Allen y Spike Lee. En otras palabras, entre los largometrajes made in USA que copan nuestras pantallas grandes y chicas, es excepcional aquél que aborda la amistad –progresivamente conflictiva– entre dos ex compañeras de colegio secundario que se ganan la vida, una como aspirante a trabajadora social y la otra como asistente escolar en jardines de infantes. Ni Jo ni Mara –ni los congéneres que las rodean– buscan triunfar en un buffet de abogados, en Wall Street, en un emporio mediático o en la industria audiovisual. Lejos de estos estereotipos, Sallitt puede tomarse el tiempo necesario para retratar a las protagonistas dentro y fuera de la relación que iniciaron a sus catorce años. Pincel fino en mano, el realizador también expone la capacidad (auto)destructiva de algunas personalidades tóxicas.
Tras su estreno en la sección Forum de la Berlinale, la posibilidad de acceder a este tipo de cine independiente estadounidense es toda una rareza...
Mientras veía Catorce, gran película de Dan Sallit, no podía dejar de escuchar una canción de Travis, especialmente una frase: Why does it always rain on me? Is it because I lied when I was seventeen? (¿Por qué siempre llueve sobre mí? Será porque mentí cuando tenía diecisiete?) El verso pertenece al álbum “The Man Who” y, como la película, está atravesado por la tristeza, o por esa forma de melancolía que los buenos artistas amasan para cubrir todo el cuerpo hasta que uno se ve envuelto. ¿De dónde proviene la tristeza que derrama Catorce? Me atrevo a decir que, además de los rostros y de los movimientos de sus dos excelentes protagónicos y de dos o tres momentos concretos, fuertemente dramáticos, de cierta abstracción. Si bien hay una historia que va hacia adelante a fuerza de elipsis, una historia que versa sobre una amistad entre dos jóvenes y de cómo una hace lo posible para estar presente ante la intensidad de la otra, todos los elementos que entran en juego (el ritmo, los colores, los sonidos, las imágenes) están dispuestos para hacer efectiva una abstracción, para materializar una emoción continua, para dar forma a la tristeza, diseminada a lo largo de 94 minutos. Alguien puede llorar, otro se puede lamentar, pero no necesariamente nos conmovemos por eso. Sallitt no jode con la música, no hace falta, porque lo que prevalece más allá de esos instantes es un dejo de tristeza desparramada, como si extrajera el jugo de una fruta para esparcirlo a lo largo de la pantalla. Abstraer un sentimiento de ese modo no es nada sencillo. He aquí la clave, el corazón de la película, y una posible respuesta al efecto que me generó. Hoy, por diversos motivos, el cine como experiencia es una idea que está en crisis. Un desafío importante es captar la concentración de los espectadores. Desde siempre, la sala oscura fue el espacio de rituales y de sueños, hoy multiplicado en infinidad de pantallas y plataformas. Por cuestiones lógicas, no pude ver Catorce en las condiciones ideales, sin embargo, podría decir que la película trabaja sobre el flujo del tiempo de un modo tan eficaz que cumple con algo inherente al cine y que tanto anhelamos: la posibilidad de sustituir el devenir vital del espectador por el de los personajes, como si se nos arrebatara nuestra identidad para confundirnos en ellos. Y no se trata del tradicional mecanismo de empatía con un héroe o una heroína precisamente. Va más allá, es un lazo metafísico a través del cual nuestra vida se impregna durante una hora y media de una sensación y de un espacio/tiempo que provienen de la misma ficción. Es otra abstracción, quizá, difícil de traducir en palabras. Mara y Jo son dos amigas que se conocen desde el colegio, y por alguna extraña razón continuaron con ese vínculo después de varios años. Sus vidas se están armando. Una trabaja y estudia, la otra no puede acomodarse a las rutinas laborales y afectivas, tiene ataques de ansiedad y acude a su amiga cuando se desborda. La primera escena presenta esa demanda (que será constante) cuando Mara atiende el teléfono en medio del trabajo y acude a la casa de Jo. Es el eslabón inicial, el punto de partida, ya la parte visible del iceberg. Jo es un enigma y Mara está cuando la necesita, pero su diminuto cuerpo se va desgastando ante la intensidad de la otra. Sin embargo, por algún motivo, ella siempre está (¿será porque Jo la defendió en la secundaria ante las burlas del resto, o porque existe en ese otro una dimensión misteriosa que fascina y le da sentido a la propia existencia?). Los años pasan, los diálogos y las situaciones también. La vida de Mara se modifica, la angustia de Jo no. Y si la naturalidad nunca fue un asunto fácil en el cine con pretensiones realistas, acá funciona bárbaro. Mientras la demanda de Jo tira como una soga y “mastica y escupe” a los diversos doctores, Mara permanece, escucha, pero no logra descifrar el enigma de la locura de su amiga (¿pero acaso se entiende a sí misma?). Repartidos entre los hechos, dos planos son significativos. El primero de ellos parece condensar el carácter enigmático de la película y su propio devenir temporal. Se trata de un plano en picado sobre una estación. Su duración probablemente tenga que ver con la idea del tiempo en el cine. Los trenes siempre han estado vinculados con este arte desde que los Lumiere pusieron la cámara para filmar su llegada. Luego de unos minutos donde la mirada se sostiene imperturbable como si esperara algún acontecimiento extraordinario, la vemos a Mara. Lo importante no es lo que sigue (una escena donde visita a los padres de Jo), sino el sentido posible de ese plano fijo. La joven nunca logró disponer de su tiempo ni dejar de acudir inmediatamente a los requerimientos de su amiga. Tal vez sea el momento en que nosotros, los espectadores, debamos esperarla. ¿Un acto de justicia de Sallit? Posiblemente. El segundo es apenas revelador de un estado que jamás podrá expresarse con palabras, pero lo que se dice y lo que vemos es un acercamiento al núcleo emocional de Jo, el recorrido de una tristeza que proviene de su adolescencia, el tránsito por una cantidad de doctores que “desvían la mirada y no escuchan” más allá de medicar, y un llanto entrecortado desgarrador. Es una ola en ese mar de tristeza que se dispersa durante la película, pero pega fuerte. Como también pegará fuerte una confesión de Mara hacia el final ante su hijita. No hay exacerbación en estos momentos dramáticos, son signos estratégicos en un conjunto donde los lugares comunes (las drogas, los médicos) quedan fuera de campo. Lo que queda es el misterio de la existencia y el enigma que no puede resolverse como si se tratara de un policial, porque da cuenta de una raíz imperceptible, aferrada al propio ser: la tristeza. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Fourteen, dirigida por Dan Sallitt, se desarrolla en la ciudad de Nueva York, sin que esta tome el protagonismo al que algunos films nos tienen acostumbrados. La historia se centra en la relación de amistad durante la veintena y la treintena entre dos amigas de la infancia, Jo (Norma Kuhling) y Mara (Tallie Medel). Jo es asistente social y Mara es maestra de primaria. Jo es rubia, alta, distraída. Mara es morocha, de baja estatura, centrada. El relato presenta las asimetrías de esta relación mediante secuencias contrapuestas de las protagonistas. La dinámica entre ellas, al menos en apariencia es entrañable, aunque en ocasiones poco equitativa. Sallitt decide narrar desde el punto de vista de Mara. Durante la primera parte de la historia el espectador puede llegar a la conclusión de que Jo es caprichosa y errática, mientras que Mara suele ceder ante sus presiones dado que es incondicional a ella, capaz de dejar de lado todo para ir en su ayuda en reiteradas ocasiones. A medida que avanza el relato las situaciones de este tipo van en aumento, aunque de manera sutil, delicada, casi imperceptible. Un rasgo distintivo de esta generación es que ellas no logran conectar con los hombres. No se esfuerzan para construir una relación. No forman parte de los modelos arquetípicos de mujer entregada y sacrificada sino todo lo contrario. Jo salta de una relación a otra y de un trabajo a otro y nunca está sola, mientras que Mara procura mantenerse acompañada durante más tiempo pero no lo consigue con la misma facilidad. Los personajes secundarios como los padres, los novios y los amantes son apenas interlocutores con los cuales se observa interactuar a Mara para tener su momento de desahogo sobre el comportamiento de Jo, que claramente ha llegado a representar toda una preocupación, un peso en su vida. Mara envidia tanto la forma de generar vínculos como la inteligencia de su amiga. Aquella persona desordenada en sus hábitos y relaciones hace que se denigre a sí misma en la inevitable comparación. Tiene un preconcepto de divinidad acerca de Jo que solo juega en su propio detrimento. En una reinvención del subgénero mumblecore, el estilo de la narración es puramente conversacional. Es mediante esta técnica que Sallitt emplaza su crítica a las instituciones y al modelo capitalista, desencanto de toda una generación que se esfuerza al máximo estudiando y trabajando para alcanzar una vida que ni siquiera sabe si quiere. La temática resuena a muchas otras películas, pero con un logrado tratamiento mediante puestas muy teatrales, una estética naturalista, planos estáticos y largos; todo esto acompañado por sólidos diálogos que logran captar la atención del espectador. Como recurso temporal, el director utiliza elipsis indefinidas, otro rasgo muy teatral. El regreso al lugar de la infancia, tanto físico como mental, representa para ambas un recuerdo exento de melancolía. Sallitt cuestiona los preceptos de la amistad a través de la profunda relación entre Mara y Jo. La película logra exponer, sin dramatismo, el inexorable paso del tiempo en las relaciones interpersonales.
Generación M En Catorce (Fourteen, 2019), el realizador y crítico Dan Sallitt reflexiona sobre la amistad y la forma en que el paso del tiempo y las vivencias individuales transforman esas relaciones que se construyen en la adolescencia. Mara y Jo son amigas desde los catorce años (de ahí el título de la película). Con personalidades bien diferenciadas, ambas comparten una inestabilidad laboral y una serie de fracasos amorosos. La única constante en la vida de estas dos mujeres es la amistad que mantienen entre ellas. Un lazo bastante particular, fundado en las constantes demandas de Jo (Norma Kuhling) y el infaltable auxilio de su amiga Mara (notable interpretación de Tallie Medel). El relato se construye a partir de eventos cotidianos intrascendentes, reuniones sociales en bares e innumerables chats. La historia es cronológicamente lineal, pero el realizador las presenta con elipsis temporales aleatorias y sin darle mayor información al espectador. El paso del tiempo resalta las diferencias entre ambas amigas, Mara va construyendo una vida con cierta solidez laboral a la que se suma su maternidad; y Jo se vuelve cada vez más inestable en todos los aspectos de su vida. En ese discurrir del tiempo, ese idilio platónico y sufriente de Mara hacia Jo se irá diluyendo, produciendo un distanciamiento entre ellas. La vida bohemia y fuera de control de Jo, cuyo origen se remonta a un evento traumático de la adolescencia (del que el realizador no aporta mayores detalles), sobrepasa la infinita compasión de Mara. El distanciamiento entre ambas, genera que sus caminos se bifurquen dando lugar a la tragedia y (como contracara) la culpa). Dan Sallitt le da forma a su película como reflejo del vínculo entre las protagonistas. Un vínculo donde prevalece el silencio y las cosas sin decir. Los eventos se suceden fuera de la pantalla, el espectador accede a los hechos a través de la mirada de Mara. Estrenada en el Festival de Berlin 2019, la película reflexiona no sólo sobre la amistad, sino también sobre el paso hacia lo que podemos denominar la vida adulta, que no depende solamente de nuestras decisiones sino también de las herramientas que uno cuenta para adaptarse a ese nuevo mundo y que mayoritariamente se obtienen durante nuestra adolescencia, a los “catorce”.
Una película que hay que ver. Dirigida por el cineasta y crítico de cine Dan Sallit, que se caracteriza por realizar filmes independientes, con presupuestos bajísimos y de gran calidad. Es el primero de este realizador que se estrena en nuestro país. Dos mujeres en Nueva York a través del tiempo. Una que trabaja con niños y está agotada. La otra, una rubia glamorosa, a quien le sobran novios que no le duran, trabajos donde siempre le va mal, y que tiene problemas de adicciones. Es la más demandante de las dos. La que no registra a los demás. A esas dos mujeres las une una relación que comenzó en el colegio desde niñas y una ligazón que parece no poder cortarse hasta que finalmente se dan unas claves. Las dos actrices son impresionantes, Norma Kuhling hace un gran trabajo de despliegue y lucimiento. Tallie Mendel construye lentamente a su personaje, más asido a la realidad, un poco más seguro. El reflejo de una época, los vaivenes de una intensa amistad femenina, con amores y soledades, frustraciones mutuas y la eterna problemática donde una siempre está para bancar a la otra. Conmovedora, intensa, inteligente. No se la pierda.
En materia cine, cuando se trata de contar las pequeñas historias, las de nuestra intimidad, las que develan toda nuestra humanidad, resulta un gesto valiente (y de una gran confianza hacia el espectador) el sacarle toda hipérbole dramatizable y comunicar su tema con la más extrema sutileza. Catorce es una de esas historias. Catorce: las aguas del tiempo que separan En un principio, uno podría asumir que la narración puede tomarse mucho tiempo para establecer el quid de la cuestión, y que los personajes no están haciendo mucho salvo hablar y fumar. Sin embargo, esa estaticidad deja de serlo conforme recibimos mas información y conocemos a estos personajes in media res, como si fuésemos observadores parciales de la involución de su amistad. Aunque la relación de amistad entre las dos protagonistas es el foco de la historia, también lo es el desafío que implican los problemas de salud mental que padece una de ellas. También es sobre las distintas parejas que tienen a lo largo del tiempo, al igual que cómo sus vivencias y madurez (o la ausencia de ella) afectan la estabilidad de las mismas. El paso del tiempo y lo que hace con una relación es uno de los temas de Catorce. Es de destacar cómo las acciones de los personajes son las que determinan en qué momento de su historia estamos, más que un calendario en la pared o un recordatorio de los personajes en el dialogo. Es la misma madurez de los personajes la que vemos desfilar a lo largo de la hora de película. Es una historia sobre cómo incluso las amistades más antiguas, más duraderas, pueden evaporarse con el pasar de los años; y no por una decisión consciente, sino por las distintas cosas que los involucrados buscan y las responsabilidades que asumen en ese periodo de tiempo. Sin embargo, los recuerdos quedan, y esos recuerdos pueden volverse bellos al extremo de ser un lindo cuento antes de dormir para sus hijos, o motivar un breve instante de culpa dejándolas pensar que pudieron haber hecho más de lo que hicieron por esa persona amada. La sutileza en el guion cinematográfico de Catorce es complementada por una economía de planos en la puesta en escena, que si bien está al servicio de un trazo escénico bastante estático, queda en ella demostrada la enorme confianza que el realizador deposta en el rango expresivo de sus dos actrices principales. Dichas actrices llevan el peso de la película sobre sus hombros, no tanto por la química de una amistad de varios años que ofrecen y hacen real, sino por la caracterización que emplea cada una por separado. Tallie Medel entrega una interpretación muy contenida que refleja lo retraído de su personaje. Todos sus gestos están milimétricamente meditados. Como si esa mesura nos permitiera ver lo que piensa el personaje, más que lo que hace o dice. Por otro lado, Norma Kuhling, quien interpreta a su alterada amiga, tampoco abandona la sutileza pero planteando una composición más inquieta, incluso explosiva; un lenguaje corporal que nos informa la inestabilidad de su personaje aunque diga que se encuentra bien.